Decía Epicuro: “Cada mañana, la amistad recorre la tierra para despertar a las personas, de modo que puedan hacerse felices”. Es una hermosa visión de la historia humana. La vida se teje de pequeñas anécdotas que se van trenzando en la cotidianeidad y en la emergencia. Los recuerdos se van sucediendo y nos van marcando: el asado en Rosario en la casa de Perico y Silvia, la cena en Santiago con el regalo del libro “El coraje de enseñar”, la vista sorpresa a la escuela rural con el Ministro de Educación de San Luis, la final de la Champions en el Santo Refugio, la tarde nublada de llanto silencioso, el café chileno en mi casa frente al mar, el hermoso Prólogo de mi libro, el cruce de libros en cumpleaños y Reyes, la felicitación en el mes de mayo durante cincuenta años, la comida en El Adarve de Frigiliana, la muerte tan dolorosa que dejó un vacío enorme, los largos desayunos en la librería de Teatinos, el baño en el río de Cabezuela del Valle, el viaje desde México para asistir a mi investidura en Oviedo… La vida. La amistad.
Cuenta Eduardo Galeano, en su hermosa obra “El libro de los abrazos” que en los suburbios de La Habana llaman al amigo mi tierra o mi sangre. En Caracas mi amigo es mi pana o mi llave. Pana por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma y llave….
Llave por llave, dice Mario Benedetti.
Y cuenta que cuando vivía en Buenos Aires en tiempos del terror él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero, las llaves de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron. Los dueños de esas llaves no solo salvaron la vida a su amigo, se arriesgaron a convertirse en sus cómplices y a ser castigados por ello.
En estos tiempos en los que la traición, el egoísmo y la deslealtad están de moda quiero hacer un elogio de la amistad porque creo que es una de las columnas sobre las que se sostiene nuestro mundo. El pragmatismo de nuestro tiempo, el egoísmo indisimulado, la competitividad a cualquier precio hace que los individuos se pregunten sobre todo por lo que salen ganando o perdiendo en cada relación. En ese mecanismo se sitúan quienes quieren trepar a cualquier precio. Para este tipo de personas los amigos se tienen en la medida que pueden ser utilizados como escalones para ascender. O para obtener algún beneficio. Cuando ya no sirven, se prescinde de ellos. Si alguien les ofrece más o puede ser más rentable en las transacciones se convierte en el nuevo destinatario de sus adulaciones. La amistad exige lealtad. La lealtad no es servilismo. Por eso el amigo es capaz de decirte que te has equivocado. No es amigo quien oculta la verdad, quien halaga sin límite ni motivo, quien te dora la píldora. El amigo no te dice lo que tienes que hacer, te ayuda a decidirlo y te da fuerza para que puedas y quieras hacerlo. El amigo no es capaz de cometer una traición. Puedes dar la espalda y tenerla siempre cubierta cuando él se queda. Por definición, el amigo es incapaz de darte una puñalada trapera.
La amistad supone generosidad. Surge esta de forma espontánea, sin falsas promesas, sin grandes alardes, sin búsqueda de contrapartidas. El amigo es como la sangre que acude a la herida sin necesidad de llamarla.
La amistad exige escucha. Escucha activa, atenta, sin prejuicios, sin ruidos internos, sin prisas. Estoy preparado un libro que se titulará, probablemente, “La caja mágica. Historias para la mente y el corazón”. En una de ellas cuento que una persona llama a su amigo a una hora intempestiva, ya muy tarde. Y, después de los saludos protocolarios, le pregunta cómo está. El amigo le cuenta durante largo tiempo la situación crítica por la que atraviesa. La conversación se alarga hasta altas horas. Hasta que quien ha llamado consigue que su amigo vea la situación con claridad y que desaparezca la angustia extrema que le invade. Quedan para verse al día siguiente. Y el amigo que recibió la llamada tardía el día anterior le pregunta a su interlocutor:
Por cierto, ¿para qué me llamaste ayer tan tarde?
Quería comunicarte un severo diagnóstico que recibí ayer de mi médico.
Llamaba porque quería compartir la dura noticia con su amigo, pero su problema pasó a un segundo plano, eclipsado por la angustia de su amigo. El amigo va siempre primero.
La amistad conlleva altas dosis de afecto. Y ese afecto se convierte en fuerza y en energía. Un niño lleva a otro mayor que él a cuestas porque se ha hecho daño en una pierna. Alguien que ve la escena le dice al pequeño:
Pesa, ¿eh?
Qué va, si es mi amigo, contesta muy ufano el pequeño.
Esta significativa anécdota me recuerda la historia de un amigo que llama a su amigo del alma que le ha contado que tiene mucho dolor en una pierna.
Oye, te llamo para saber si te duele la pierna izquierda o la derecha. ¿Por qué te importa ese dato?
Porque como no sé cuál es, me están doliendo a mí las dos.
La amistad practica siempre de buen grado el perdón. A un amigo se pe perdona todo: que te pida a las tres de la mañana que le ayudes a solucionar una avería del coche, que te comprometa para hacer algo que no querías, que se olvide de la fecha de tu cumpleaños, que te llame a las siete de la mañana para contarte una tontería…Un amigo es un amigo. (Estoy hablando de amigos, en el buen entendido de que me refiero siempre a los amigos y a las amigas). Quevedo dijo que valía más un buen amigo que cien parientes. Un amigo es un hermano que se elige. Por eso es tan importante tener buenos amigos (expresión que encierra una clara redundancia: decir buen amigo es como decir fuego caliente o hemorragia de sangre. No existe un mal amigo. Si es malo, no es amigo.
La amistad lleva siempre aparejado el sentido del humor. Con los amigos disfrutamos, lo pasamos bien, nos reímos. Con ellos contamos los mejores chistes, las más sabrosas anécdotas. En cierta ocasión Bernard Shaw envió a Churchill una invitación para el estreno de una obra de teatro con el siguiente texto:
Puede ir acompañado de un amigo…, si es que lo encuentra. Churchill contestó:
Gracias por la invitación. Hoy no puedo asistir. Iré otro día…, si es que hay más sesiones.
La amistad exige perseverancia. No tiene sentido hablar de una fugaz amistad de unos días. Por eso digo que es bueno hacer amigos y saber disfrutarlos, pero que resulta más importante saber conservarlos.
Elmer Hubber dice que un amigo es el que lo sabe todo de ti y, a pesar de ello, te sigue queriendo. El amor del amigo es gratuito. No hay que hacer ningún mérito para conseguir la amistad verdadera porque las personas desean que se las quiera bruto, no neto.
Me gusta mucho una metáfora que leí en el excelente libro de Ken Bain “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”: “cuando uno de estos profesores inicia una experiencia de aprendizaje es como si un amigo invitase a sus amigos a cenar y no como si un alguacil sentase en un banquillo a un acusado”. La cena de los amigos conlleva alimento, diálogo, afecto y diversión. Quien no va a la cena se la pierde, quien no se sienta en el banquillo se libera.
Entre los amigos voy a incluir también a los animales. Siempre fieles, siempre leales. En una historia titulada “El cielo y el infierno” que he leído en el libro “Cuentos que mi jefe nunca me contó”, de Juan Mateo, se cuenta que un hombre, su caballo y su perro murieron en un accidente. Después de caminar mucho tiempo sintieron una sed espantosa. Y al llegar al cielo el hombre pidió agua para los tres. Le dijeron que él podía pasar y beber pero que sus dos acompañantes no podían entrar. Entonces declinó la oferta. Siguieron caminando. Y volvieron a ver otro cartel indicando que allí estaba el cielo. Planteó al guardián que los tres tenían una sed abrasadora. El guardián le dijo que los tres podían pasar y beber.
Intrigado, el hombre preguntó cuál de los dos sitios era el cielo.
Aquí está, le dijo el guardián. El otro lugar es el infierno. Allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus amigos para salvarse. Los amigos y las amigas están ahí, sosteniendo el mundo. Muchas veces de forma silenciosa, siempre de forma eficaz, Están también en el silencio, en la distancia, Por eso hay que cultivar la amistad. Es hermoso y certero aquel proverbio chino: recorre frecuentemente el camino que lleva al huerto del amigo, de lo contrario crecerá la hierba y no podrás encontrarlo fácilmente.