_- La Reserva Federal es la autoridad monetaria de Estados Unidos y a ella se le encomienda que controle y supervise el sistema financiero y que ejecute la política monetaria con un doble objetivo: la estabilidad de los precios y alcanzar el pleno empleo.
Otros bancos centrales, como el europeo, solo tienen como objetivo controlar la subida de precios.
Sin embargo, estamos viviendo la inflación más alta de los últimos cuarenta años y, hasta ahora, prácticamente no han tomado ninguna medida.
Primero dijeron que ere muy pasajera y cuando comenzó a alargarse, no hicieron nada.
¿Cómo es posible que, teniendo todo el poder y estando siempre tan seguros de lo que dicen, no han evitado esta subida de precios tan grande?
Muy sencillo.
Su comprensión de la inflación está equivocada. Se sostiene sobre presupuestos falsos.
Creen que los precios suben porque hay demasiado dinero en circulación y que, por tanto, lo que hay que hacer para frenarla es retirar dinero. Algo que básicamente se supone que pueden conseguir subiendo su precio, es decir, los tipos de interés.
¿Por qué no los han subido ahora?
Pues justamente porque saben perfectamente, sin ningún lugar a dudas, que la inflación se debe a otras causas y no a las que ellos han defendido siempre.
Concretamente, los precios están subiendo debido a la escasez en la oferta de bienes después de la pandemia, a problemas de suministro tras la invasión de Ucrania y al gran poder de grandes empresas que suben injustificadamente sus márgenes.
Los bancos centrales saben perfectamente que, si suben los tipos de interés, no van a resolver esas causas de la subida de precios.
Lo único que se conseguiría subiéndolos sería encarecer la inversión y el consumo a crédito, es decir, frenar las ventas, el empleo y la actividad económica en general: hundir a las economías.
Lo saben y por eso no han hecho nada.
Ahora bien. Lo malo es que, si no hacen nada, los sujetos económicos pensarán que, sin medidas contra la inflación, la inflación va a ser inevitable. Y eso hará, curiosamente, que efectivamente haya inflación.
¿Qué podrían hacer los bancos centrales y el resto de las autoridades económicas?
Reconocer que están equivocados.
Que tienen una idea sobre la inflación equivocada y que, en estos momentos, no sirve de nada subir los tipos de interés porque el roto que van a provocar será peor que el descosido que quieren arreglar.
Lo que hay que hacer es llevar a cabo inversiones urgentes para ampliar la oferta, intervenir sobre los mercados energéticos y de materias primas en donde la concentración de capitales está aumentando los márgenes y haciendo que suban los precios innecesariamente, acabar con las burbujas especulativas que están provocando subidas de precios que se trasladan al resto de la economía.
En lugar de eso, la Reserva Federal, y luego vendrán los demás grandes bancos centrales, ha optado por comenzar a subir los tipos de interés, a pesar de que los estudios que se están haciendo señalan (aquí) que, aunque los subieran hasta el 3% a finales de este año, los precios solo bajarían 0,4 puntos: ¡nada!
Han puesto en marcha el brazo tonto de la política monetaria. La Reserva Federal va a provocar una recesión en Estados Unidos y detrás de ella irá la del resto de los países.
Tiempo al tiempo.
https://juantorreslopez.com/subidas-de-tipos-de-interes-bienvenidos-a-la-proxima-recesion/
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jueves, 12 de mayo de 2022
miércoles, 3 de octubre de 2018
El futuro económico no es lo que solía ser
Lehman cayó hace diez años y dos semanas; el próximo miércoles será el décimo aniversario de la promulgación del Programa de Alivio de Activos Problemáticos, también conocido como el “Rescate”. En honor al aniversario, ha habido aproximadamente 1.000.000.000 de artículos describiendo la crisis financiera de 2008 y sus efectos. Muchos han sugerido, con razón, que las consecuencias políticas continúan dando forma al mundo actual. Pero hasta donde puedo decir, sorprendentemente pocos se han centrado en los efectos económicos del largo plazo.
Lo extraño de este relativo descuido es que incluso una mirada superficial a los datos sugiere que estos efectos fueron enormes. Es cierto que el desempleo en los Estados Unidos está por debajo de lo que lo estaba antes de la crisis; aunque no se ha generalizado, el desempleo en la zona del euro también está muy por debajo, no tanto con respecto a la víspera de la crisis, pero muy por debajo de su promedios previos. Pero en ambos casos hemos regresado a una especie de “pleno empleo” coincidente con niveles de PIB real mucho más bajos que los que personas bien informadas proyectaban antes del estallido de la crisis.
No soy, por supuesto, la primera o la única persona que hace esta observación. Antonio Fatás y Larry Summers ya han tocado estos “palos” durante años, al igual que Larry Ball. Pero parece interesante indicarle a un público (levemente, quizás) más amplio, hasta qué punto el futuro ya no es lo que solía ser, especulando un poco sobre por qué y cómo esto puede haber sucedido, y hablar sobre sus implicaciones en las políticas futuras.
De la Gran Recesión al Gran Bajón
Los economistas usan el término “producto o PIB potencial” para referirse a la cantidad máxima que una economía puede producir sin un sobrecalentamiento inflacionario. Este concepto desempeña un papel central en la política monetaria, y también un cierto papel en la política fiscal. Como explicaré posteriormente, las bases teóricas del concepto parecen ahora más débiles, a la luz de las experiencias post-crisis, de lo que solían serlo antes. Pero, por ahora, simplemente observemos que varias instituciones, desde la Oficina Presupuestaria del Congreso de EE. UU. hasta el Fondo Monetario Internacional, producen rutinariamente estimaciones del PIB potencial actual y proyecciones del PIB potencial futuro.
Para ser claros, son estimaciones basadas en modelos, no en datos reales. Y una posible conclusión es que estos modelos son erróneos, que asistimos a unas representaciones que nada tienen que ver con la realidad. Pero como dije, estos modelos son cruciales para diseñar políticas. Así pues, ¿qué encontramos si comparamos las proyecciones del PIB potencial previo a la crisis con las de las estimaciones realizadas en la actualidad, para el periodo de los próximos diez años? La respuesta es una gran degradación de las estimaciones de la capacidad económica en ambos lados del Atlántico.
El primer gráfico compara la proyección que se estimaba en 2008 del PIB real potencial estadounidense para los próximos 10 años con el que ahora se considera que era posible. La degradación de la estimación es enorme: más del 11% en 2018. Una forma de explicar esto es que la economía de los EE. UU. está tan por debajo ahora de las expectativas previas a la crisis como en las profundidades de la Gran Recesión, y eso que supuestamente la crisis ya se ha superado.
Gráfico 1
El segundo gráfico muestra estimaciones comparables para la Zona Euro, de Fatás. Vemos una degradación similar de las expectativas, pero incluso mayor.
Gráfico 2
Esta caída del PIB tan superior a la que cabría esperar, una década entera después de la crisis financiera, es un tema de enorme transcendencia -llamémosle el Gran Bajón- que se pasa por alto en el enfoque habitual sobre las tasas de crecimiento a corto plazo. ¿Qué podría explicarlo?
Tres historias sobre el déficit: casualidad, hipocondría e histéresis
Un razonamiento posible sobre la forma en que el Gran Bajón siguió a la Gran Recesión es que esta secuencia de hechos no fuera la apropiada: el PIB potencial actual es mucho menor de lo que la gente esperaba que fuera hace una década, pero las razones de esta tendencia a la baja de la curva a largo plazo nada o poco tienen que ver con la crisis financiera; simplemente parecieron distanciarse al mismo tiempo. Es decir, las raíces de la desaceleración del crecimiento radican en la desafección tecnológica (hay un nuevo iPhone, ¿a quién le importa?) y el cambio social conducente a una participación menor de la población en el mercado laboral (opioides o videojuegos, coge lo que quieras) que habrían tenido lugar incluso si no hubiera existido una Gran Recesión.
Esta explicación es en efecto, aunque no explícitamente, la narrativa que subyace a la política económica real: la Fed y otros bancos centrales, que son los verdaderos actores de la política macroeconómica en contexto actual, no actúan como si estuvieran preocupados por la posibilidad de que una futura recesión deprimiera la economía no ya en el corto plazo sino de forma permanente. Las autoridades fiscales, en la medida en que piensan de manera coherente sobre estos temas, es decir, fuera de la actual administración estadounidense, también toman la senda del PIB potencial futuro como una variable dada.
Para ser justos, las proyecciones de CBO tienen en cuenta los efectos de la política fiscal y los efectos de los déficits en la inversión, pero estos son pequeños asuntos comparados con los que necesitarías para vincular la Gran Recesión con la degradación masiva de las proyecciones del crecimiento a largo plazo.
¿Cuál es la evidencia en contra de esta visión? La evidencia más convincente, citada tanto por Fatás/Summers como por Ball, es que el tamaño del Gran Bajón varía mucho de un país a otro -y los países en los que las estimaciones del PIB potencial han divergido más han sido precisamente los países que tuvieron los mayores desplomes durante la crisis. De hecho, la relación entre la caída del PIB durante la crisis y la caída del PIB potencial en el largo plazo es mucho mayor uno por uno.
El tercer gráfico muestra el caso más extremo, Grecia, comparando el PIB real y potencial según estimaciones del FMI. Como todo el mundo sabe, Grecia ha sufrido un derrumbe de su economía. De acuerdo al FMI, sin embargo, alrededor de la mitad de esa caída es una disminución en la capacidad en lugar de en una utilización menor de su capacidad.
Gráfico 3
E incluso esto subestima el cambio en las proyecciones, porque ya no es solo el futuro lo que solía ser, sino el pasado. En el tercer gráfico se muestra que Grecia tuvo un drástico sobrecalentamiento económico, operando muy por encima de niveles sostenibles, en 2007 y 2008. Pero pocas personas lo apuntaron en ese momento. De hecho, la propia estimación del FMI a principios de 2008 era que en 2007 Grecia operaba solo un 2,5% por encima de su PIB potencial, en comparación con su estimación actual del 10,7% para el mismo año.
¿Qué está pasando? El método del FMI para calcular el PIB potencial básicamente traduce cualquier caída sostenida del PIB en una disminución de la estimación del PIB potencial, y esta interpretación del declive afecta tanto a sus proyecciones futuras como a sus interpretaciones del pasado: si concluye que el PIB potencial en 2010 fue realmente bajo, el FMI también reduce sus estimaciones para los años anteriores.
Lo que me lleva a una segunda explicación posible del Gran Bajón: tal vez solo existe en las mentes y en los modelos de los formuladores de políticas (o, en realidad, sus expertos técnicos), y no es una cosa real en absoluto. Es decir, la creencia de que nuestro potencial económico ha caído muy por debajo de las expectativas previas no representa una dolencia económica real, sino que refleja la hipocondría de los formuladores de políticas.
Después de todo, ¿cómo se calcula la producción potencial? Los detalles son complejos, pero básicamente tales cálculos se basan en una o dos teorías: que las depresiones y los auges son siempre de corta duración, y/o que la inflación es un proceso “acelerador”.
Supongamos, en primer lugar, que asumimos que la desviación entre el PIB real y el PIB potencial actual tiende a eliminarse en el transcurso de unos pocos años como máximo, con la economía subiendo después de las depresiones y estancándose o disminuyendo después de los repuntes. En ese caso, creerás que la diferencia promedio entre el PIB real y el potencial será aproximadamente cero durante un período prolongado, lo que significa que puedes obtener una estimación del PIB potencial tomando el PIB real y aplicando algún tipo de método estadístico que suavice la fluctuaciones.
Supongamos, alternativamente, que usted cree, como la mayoría de los economistas convencionales hace desde no mucho tiempo, en alguna versión de la hipótesis de la “tasa natural” de Milton Friedman. Según esta hipótesis, una economía que se encuentre por encima de la producción potencial experimentará no solo inflación sino también aceleración de la inflación, mientras que una economía no muy pujante experimentará una desinflación continua, con la tasa de inflación cayendo continuamente y finalmente convirtiéndose en una deflación acelerada. Si esta hipótesis es cierta, entonces es posible inferir dónde estamos en relación al potencial económico cuando preguntamos qué está sucediendo con la inflación: si es estable, la economía está funcionando en las proximidades de su potencial.
A la luz de la experiencia posterior a 2008, sin embargo, está claro que estas dos teorías son erróneas. Cuando las tasas de interés llegan a cero, no está nada claro cómo o por qué se recuperará rápidamente la economía, ya que la forma habitual de corregir la depresión -que el banco central reduzca las tasas de interés y aumente el gasto- no es posible. Mientras tanto, en parte gracias a la reticencia de los empresarios a recortar salarios aun con la amenaza de un elevado desempleo, incluso las economías evidentemente deprimidas parecen en el peor de los casos experimentar una baja inflación, no una caída continua en un proceso de deflación acelerada.
Dadas estas realidades, considérese cómo responderán las estimaciones de la producción potencial si una economía sufre una gran disminución de la demanda que persiste durante años. Si la economía se deprime durante mucho tiempo, los métodos estadísticos que no permiten esta posibilidad interpretarán falsamente una caída sostenida como una caída del PIB potencial. Si la inflación, aunque puede disminuir un poco al comienzo de una recesión, por lo general se mantiene estable a partir de entonces, los modelos que intentan inferir la producción potencial de los cambios en la inflación también concluirán erróneamente que la economía está operando cerca de su potencial.
Entonces, ¿es el Gran Bajón algo que solo existe en las mentes de los políticos, cuando la verdadera historia es que todavía hay una gran cantidad de exceso de capacidad? Sin duda es una posibilidad que vale la pena considerar. Y estoy razonablemente seguro de que cuando se trata de Grecia en particular, la enorme disminución de la estimación de su producto potencial es exagerada. Simplemente, no creo que después de una caída del 25% en el PIB real, y con un 20% de desempleo incluso ahora, Grecia esté solo un 2% por debajo de su potencial, según nos dice la estimación del FMI.
Pero esta es una historia más difícil de contar para Estados Unidos o la Zona Euro como conjunto. La versión simple de la hipótesis de la hipocondría sería que los economistas malinterpretan el alto desempleo como un problema estructural cuando en realidad es un problema de demanda. Pero en este momento ni los EE. UU. ni la Zona del Euro tienen un alto índice de desempleo según los estándares históricos. Todos conocen la historia de los Estados Unidos; el cuarto gráfico muestra la tasa de desempleo de la Zona Euro, que si bien es más alta que la tasa de los Estados Unidos, ahora también es baja en comparación con los patrones anteriores a la crisis.
Gráfico 4
Es cierto que muchas personas argumentan que la tasa de desempleo se ha convertido en una medida engañosa de la actividad o inactividad del mercado laboral, que el mercado de trabajo no es tan bueno como los datos parecen querer indicar. Pero como muestra el quinto gráfico, otras variables como la participación en la fuerza de trabajo de los adultos en edad de trabajar, no han disminuido tanto, y ya estaban en una tendencia descendente incluso antes de la crisis. Por lo tanto, incluso hablar de “desempleo oculto” tampoco será suficiente para explicar la enormidad del Gran Bajón.
Gráfico 5
Lo que nos lleva a un tercer razonamiento, que es que la Gran Recesión misma dañó el producto potencial, en gran parte al reducir la productividad.
La idea de que las recesiones causan “histéresis”, reduciendo de forma permanente o casi permanente la capacidad de la economía, ha existido al menos desde un famoso documento de 1986 de Olivier Blanchard y Larry Summers. Blanchard y Summers pensaban en términos de desempleo: su afirmación era que las caídas en Europa habían elevado permanentemente la tasa de desempleo consistente con una inflación estable. Pero puede presentar varios argumentos sobre cómo una gran caída podría afectar a las proyecciones del largo plazo de otros modos, por ejemplo, al deprimir la inversión empresarial, incluido el gasto en I+D.
Si eso suena un poco vago, es porque es así. Fatás, Summers y otros argumentan que ha habido una gran cantidad de histéresis, y mi instinto es estar de acuerdo con ellos; pero no estoy al tanto del trabajo que fija los canales a través de los cuales se supone que esto sucedió con precisión. Realmente necesitamos que la gente haga este trabajo, porque si la histéresis es la explicación real, si la Gran Recesión causó el Gran Bajón, esto tendrá enormes implicaciones para el futuro.
Por qué importa el Gran Bajón
Nadie quiere pasar por una repetición de la Gran Recesión, que es una razón para buscar políticas que reduzcan la probabilidad de otra crisis financiera y aumenten nuestra capacidad para responder en caso de que ocurra. De ahí la regulación financiera, la ampliación de la capacidad para apoderarse de las instituciones financieras con problemas (para poder apuntalarlas sin rescatar a los accionistas y ejecutivos), y así sucesivamente. Algunos de nosotros también hemos abogado por un objetivo de inflación más alto, que dejaría más espacio para recortar las tasas de interés reales cuando llegue la próxima caída.
Si la Gran Recesión realmente causó el Gran Bajón, la urgencia de tales medidas es mucho mayor. Usando medidas convencionales, la Gran Recesión y la economía deprimida que se prolongó durante años a partir de entonces le costaron a los EE. UU. aproximadamente el 15% del PIB de un año. Si la caída de las perspectivas económicas a largo plazo también fue causada por la recesión, este coste se eleva a algo mucho más grande, posiblemente a más del 70% del PIB de un año hasta el momento, y mucho más por venir.
Más allá de eso, como han argumentado Fatás y otros, un vínculo entre la debilidad económica a corto plazo y las perspectivas del largo plazo requiere de nuestra evaluación de las políticas en respuesta a la crisis. Si la política monetaria se ha quedado sin margen, el caso del estímulo fiscal se vuelve mucho más evidente. Y el argumento en contra de las políticas de austeridad que muchos países adoptaron en su lugar cuando las tasas de interés aún estaban cerca de cero y el desempleo muy alto se vuelve abrumador.
De hecho, como dice Fatás, una mentalidad de austeridad corre el riesgo de crear un “ciclo fatal”, en el cual la contracción fiscal conduce a un declive en las perspectivas económicas, empeorando las perspectivas del presupuesto, llevando a una contracción aún mayor. Grecia ha recortado el gasto, a un enorme coste social, pero ha sido recompensado -al menos según las estimaciones oficiales- con un drástico descenso en las perspectivas futuras, de modo que sus predicciones sobre la deuda parecen apenas mejor de lo que eran antes de los recortes.
Entonces, el Gran Bajón -esa sombra a largo plazo sobre la economía, aparentemente arrojada por la Gran Recesión- es un asunto mayor. Merece más atención, con tal vez un enfoque menos centrado en los pocos meses de crisis crediticia que siguieron a la caída de Lehman.
Artículo escrito por Paul Krugman originalmente publicado en inglés en The New York Times
http://www.elcaptor.com/economia/futuro-economico-no-lo-solia
Lo extraño de este relativo descuido es que incluso una mirada superficial a los datos sugiere que estos efectos fueron enormes. Es cierto que el desempleo en los Estados Unidos está por debajo de lo que lo estaba antes de la crisis; aunque no se ha generalizado, el desempleo en la zona del euro también está muy por debajo, no tanto con respecto a la víspera de la crisis, pero muy por debajo de su promedios previos. Pero en ambos casos hemos regresado a una especie de “pleno empleo” coincidente con niveles de PIB real mucho más bajos que los que personas bien informadas proyectaban antes del estallido de la crisis.
No soy, por supuesto, la primera o la única persona que hace esta observación. Antonio Fatás y Larry Summers ya han tocado estos “palos” durante años, al igual que Larry Ball. Pero parece interesante indicarle a un público (levemente, quizás) más amplio, hasta qué punto el futuro ya no es lo que solía ser, especulando un poco sobre por qué y cómo esto puede haber sucedido, y hablar sobre sus implicaciones en las políticas futuras.
De la Gran Recesión al Gran Bajón
Los economistas usan el término “producto o PIB potencial” para referirse a la cantidad máxima que una economía puede producir sin un sobrecalentamiento inflacionario. Este concepto desempeña un papel central en la política monetaria, y también un cierto papel en la política fiscal. Como explicaré posteriormente, las bases teóricas del concepto parecen ahora más débiles, a la luz de las experiencias post-crisis, de lo que solían serlo antes. Pero, por ahora, simplemente observemos que varias instituciones, desde la Oficina Presupuestaria del Congreso de EE. UU. hasta el Fondo Monetario Internacional, producen rutinariamente estimaciones del PIB potencial actual y proyecciones del PIB potencial futuro.
Para ser claros, son estimaciones basadas en modelos, no en datos reales. Y una posible conclusión es que estos modelos son erróneos, que asistimos a unas representaciones que nada tienen que ver con la realidad. Pero como dije, estos modelos son cruciales para diseñar políticas. Así pues, ¿qué encontramos si comparamos las proyecciones del PIB potencial previo a la crisis con las de las estimaciones realizadas en la actualidad, para el periodo de los próximos diez años? La respuesta es una gran degradación de las estimaciones de la capacidad económica en ambos lados del Atlántico.
El primer gráfico compara la proyección que se estimaba en 2008 del PIB real potencial estadounidense para los próximos 10 años con el que ahora se considera que era posible. La degradación de la estimación es enorme: más del 11% en 2018. Una forma de explicar esto es que la economía de los EE. UU. está tan por debajo ahora de las expectativas previas a la crisis como en las profundidades de la Gran Recesión, y eso que supuestamente la crisis ya se ha superado.
Gráfico 1
El segundo gráfico muestra estimaciones comparables para la Zona Euro, de Fatás. Vemos una degradación similar de las expectativas, pero incluso mayor.
Gráfico 2
Esta caída del PIB tan superior a la que cabría esperar, una década entera después de la crisis financiera, es un tema de enorme transcendencia -llamémosle el Gran Bajón- que se pasa por alto en el enfoque habitual sobre las tasas de crecimiento a corto plazo. ¿Qué podría explicarlo?
Tres historias sobre el déficit: casualidad, hipocondría e histéresis
Un razonamiento posible sobre la forma en que el Gran Bajón siguió a la Gran Recesión es que esta secuencia de hechos no fuera la apropiada: el PIB potencial actual es mucho menor de lo que la gente esperaba que fuera hace una década, pero las razones de esta tendencia a la baja de la curva a largo plazo nada o poco tienen que ver con la crisis financiera; simplemente parecieron distanciarse al mismo tiempo. Es decir, las raíces de la desaceleración del crecimiento radican en la desafección tecnológica (hay un nuevo iPhone, ¿a quién le importa?) y el cambio social conducente a una participación menor de la población en el mercado laboral (opioides o videojuegos, coge lo que quieras) que habrían tenido lugar incluso si no hubiera existido una Gran Recesión.
Esta explicación es en efecto, aunque no explícitamente, la narrativa que subyace a la política económica real: la Fed y otros bancos centrales, que son los verdaderos actores de la política macroeconómica en contexto actual, no actúan como si estuvieran preocupados por la posibilidad de que una futura recesión deprimiera la economía no ya en el corto plazo sino de forma permanente. Las autoridades fiscales, en la medida en que piensan de manera coherente sobre estos temas, es decir, fuera de la actual administración estadounidense, también toman la senda del PIB potencial futuro como una variable dada.
Para ser justos, las proyecciones de CBO tienen en cuenta los efectos de la política fiscal y los efectos de los déficits en la inversión, pero estos son pequeños asuntos comparados con los que necesitarías para vincular la Gran Recesión con la degradación masiva de las proyecciones del crecimiento a largo plazo.
¿Cuál es la evidencia en contra de esta visión? La evidencia más convincente, citada tanto por Fatás/Summers como por Ball, es que el tamaño del Gran Bajón varía mucho de un país a otro -y los países en los que las estimaciones del PIB potencial han divergido más han sido precisamente los países que tuvieron los mayores desplomes durante la crisis. De hecho, la relación entre la caída del PIB durante la crisis y la caída del PIB potencial en el largo plazo es mucho mayor uno por uno.
El tercer gráfico muestra el caso más extremo, Grecia, comparando el PIB real y potencial según estimaciones del FMI. Como todo el mundo sabe, Grecia ha sufrido un derrumbe de su economía. De acuerdo al FMI, sin embargo, alrededor de la mitad de esa caída es una disminución en la capacidad en lugar de en una utilización menor de su capacidad.
Gráfico 3
E incluso esto subestima el cambio en las proyecciones, porque ya no es solo el futuro lo que solía ser, sino el pasado. En el tercer gráfico se muestra que Grecia tuvo un drástico sobrecalentamiento económico, operando muy por encima de niveles sostenibles, en 2007 y 2008. Pero pocas personas lo apuntaron en ese momento. De hecho, la propia estimación del FMI a principios de 2008 era que en 2007 Grecia operaba solo un 2,5% por encima de su PIB potencial, en comparación con su estimación actual del 10,7% para el mismo año.
¿Qué está pasando? El método del FMI para calcular el PIB potencial básicamente traduce cualquier caída sostenida del PIB en una disminución de la estimación del PIB potencial, y esta interpretación del declive afecta tanto a sus proyecciones futuras como a sus interpretaciones del pasado: si concluye que el PIB potencial en 2010 fue realmente bajo, el FMI también reduce sus estimaciones para los años anteriores.
Lo que me lleva a una segunda explicación posible del Gran Bajón: tal vez solo existe en las mentes y en los modelos de los formuladores de políticas (o, en realidad, sus expertos técnicos), y no es una cosa real en absoluto. Es decir, la creencia de que nuestro potencial económico ha caído muy por debajo de las expectativas previas no representa una dolencia económica real, sino que refleja la hipocondría de los formuladores de políticas.
Después de todo, ¿cómo se calcula la producción potencial? Los detalles son complejos, pero básicamente tales cálculos se basan en una o dos teorías: que las depresiones y los auges son siempre de corta duración, y/o que la inflación es un proceso “acelerador”.
Supongamos, en primer lugar, que asumimos que la desviación entre el PIB real y el PIB potencial actual tiende a eliminarse en el transcurso de unos pocos años como máximo, con la economía subiendo después de las depresiones y estancándose o disminuyendo después de los repuntes. En ese caso, creerás que la diferencia promedio entre el PIB real y el potencial será aproximadamente cero durante un período prolongado, lo que significa que puedes obtener una estimación del PIB potencial tomando el PIB real y aplicando algún tipo de método estadístico que suavice la fluctuaciones.
Supongamos, alternativamente, que usted cree, como la mayoría de los economistas convencionales hace desde no mucho tiempo, en alguna versión de la hipótesis de la “tasa natural” de Milton Friedman. Según esta hipótesis, una economía que se encuentre por encima de la producción potencial experimentará no solo inflación sino también aceleración de la inflación, mientras que una economía no muy pujante experimentará una desinflación continua, con la tasa de inflación cayendo continuamente y finalmente convirtiéndose en una deflación acelerada. Si esta hipótesis es cierta, entonces es posible inferir dónde estamos en relación al potencial económico cuando preguntamos qué está sucediendo con la inflación: si es estable, la economía está funcionando en las proximidades de su potencial.
A la luz de la experiencia posterior a 2008, sin embargo, está claro que estas dos teorías son erróneas. Cuando las tasas de interés llegan a cero, no está nada claro cómo o por qué se recuperará rápidamente la economía, ya que la forma habitual de corregir la depresión -que el banco central reduzca las tasas de interés y aumente el gasto- no es posible. Mientras tanto, en parte gracias a la reticencia de los empresarios a recortar salarios aun con la amenaza de un elevado desempleo, incluso las economías evidentemente deprimidas parecen en el peor de los casos experimentar una baja inflación, no una caída continua en un proceso de deflación acelerada.
Dadas estas realidades, considérese cómo responderán las estimaciones de la producción potencial si una economía sufre una gran disminución de la demanda que persiste durante años. Si la economía se deprime durante mucho tiempo, los métodos estadísticos que no permiten esta posibilidad interpretarán falsamente una caída sostenida como una caída del PIB potencial. Si la inflación, aunque puede disminuir un poco al comienzo de una recesión, por lo general se mantiene estable a partir de entonces, los modelos que intentan inferir la producción potencial de los cambios en la inflación también concluirán erróneamente que la economía está operando cerca de su potencial.
Entonces, ¿es el Gran Bajón algo que solo existe en las mentes de los políticos, cuando la verdadera historia es que todavía hay una gran cantidad de exceso de capacidad? Sin duda es una posibilidad que vale la pena considerar. Y estoy razonablemente seguro de que cuando se trata de Grecia en particular, la enorme disminución de la estimación de su producto potencial es exagerada. Simplemente, no creo que después de una caída del 25% en el PIB real, y con un 20% de desempleo incluso ahora, Grecia esté solo un 2% por debajo de su potencial, según nos dice la estimación del FMI.
Pero esta es una historia más difícil de contar para Estados Unidos o la Zona Euro como conjunto. La versión simple de la hipótesis de la hipocondría sería que los economistas malinterpretan el alto desempleo como un problema estructural cuando en realidad es un problema de demanda. Pero en este momento ni los EE. UU. ni la Zona del Euro tienen un alto índice de desempleo según los estándares históricos. Todos conocen la historia de los Estados Unidos; el cuarto gráfico muestra la tasa de desempleo de la Zona Euro, que si bien es más alta que la tasa de los Estados Unidos, ahora también es baja en comparación con los patrones anteriores a la crisis.
Gráfico 4
Es cierto que muchas personas argumentan que la tasa de desempleo se ha convertido en una medida engañosa de la actividad o inactividad del mercado laboral, que el mercado de trabajo no es tan bueno como los datos parecen querer indicar. Pero como muestra el quinto gráfico, otras variables como la participación en la fuerza de trabajo de los adultos en edad de trabajar, no han disminuido tanto, y ya estaban en una tendencia descendente incluso antes de la crisis. Por lo tanto, incluso hablar de “desempleo oculto” tampoco será suficiente para explicar la enormidad del Gran Bajón.
Gráfico 5
Lo que nos lleva a un tercer razonamiento, que es que la Gran Recesión misma dañó el producto potencial, en gran parte al reducir la productividad.
La idea de que las recesiones causan “histéresis”, reduciendo de forma permanente o casi permanente la capacidad de la economía, ha existido al menos desde un famoso documento de 1986 de Olivier Blanchard y Larry Summers. Blanchard y Summers pensaban en términos de desempleo: su afirmación era que las caídas en Europa habían elevado permanentemente la tasa de desempleo consistente con una inflación estable. Pero puede presentar varios argumentos sobre cómo una gran caída podría afectar a las proyecciones del largo plazo de otros modos, por ejemplo, al deprimir la inversión empresarial, incluido el gasto en I+D.
Si eso suena un poco vago, es porque es así. Fatás, Summers y otros argumentan que ha habido una gran cantidad de histéresis, y mi instinto es estar de acuerdo con ellos; pero no estoy al tanto del trabajo que fija los canales a través de los cuales se supone que esto sucedió con precisión. Realmente necesitamos que la gente haga este trabajo, porque si la histéresis es la explicación real, si la Gran Recesión causó el Gran Bajón, esto tendrá enormes implicaciones para el futuro.
Por qué importa el Gran Bajón
Nadie quiere pasar por una repetición de la Gran Recesión, que es una razón para buscar políticas que reduzcan la probabilidad de otra crisis financiera y aumenten nuestra capacidad para responder en caso de que ocurra. De ahí la regulación financiera, la ampliación de la capacidad para apoderarse de las instituciones financieras con problemas (para poder apuntalarlas sin rescatar a los accionistas y ejecutivos), y así sucesivamente. Algunos de nosotros también hemos abogado por un objetivo de inflación más alto, que dejaría más espacio para recortar las tasas de interés reales cuando llegue la próxima caída.
Si la Gran Recesión realmente causó el Gran Bajón, la urgencia de tales medidas es mucho mayor. Usando medidas convencionales, la Gran Recesión y la economía deprimida que se prolongó durante años a partir de entonces le costaron a los EE. UU. aproximadamente el 15% del PIB de un año. Si la caída de las perspectivas económicas a largo plazo también fue causada por la recesión, este coste se eleva a algo mucho más grande, posiblemente a más del 70% del PIB de un año hasta el momento, y mucho más por venir.
Más allá de eso, como han argumentado Fatás y otros, un vínculo entre la debilidad económica a corto plazo y las perspectivas del largo plazo requiere de nuestra evaluación de las políticas en respuesta a la crisis. Si la política monetaria se ha quedado sin margen, el caso del estímulo fiscal se vuelve mucho más evidente. Y el argumento en contra de las políticas de austeridad que muchos países adoptaron en su lugar cuando las tasas de interés aún estaban cerca de cero y el desempleo muy alto se vuelve abrumador.
De hecho, como dice Fatás, una mentalidad de austeridad corre el riesgo de crear un “ciclo fatal”, en el cual la contracción fiscal conduce a un declive en las perspectivas económicas, empeorando las perspectivas del presupuesto, llevando a una contracción aún mayor. Grecia ha recortado el gasto, a un enorme coste social, pero ha sido recompensado -al menos según las estimaciones oficiales- con un drástico descenso en las perspectivas futuras, de modo que sus predicciones sobre la deuda parecen apenas mejor de lo que eran antes de los recortes.
Entonces, el Gran Bajón -esa sombra a largo plazo sobre la economía, aparentemente arrojada por la Gran Recesión- es un asunto mayor. Merece más atención, con tal vez un enfoque menos centrado en los pocos meses de crisis crediticia que siguieron a la caída de Lehman.
Artículo escrito por Paul Krugman originalmente publicado en inglés en The New York Times
http://www.elcaptor.com/economia/futuro-economico-no-lo-solia
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sábado, 28 de abril de 2012
Creadores de escasez. Dos años después del inicio de las políticas de austeridad extrema el panorama es desolador
Se multiplica el paro, la exclusión, las clases medias se empobrecen y mueren empresas.
Durante la década de los años treinta, cuando los rostros de muchos hombres se tornaron duros y fríos como si miraran hacia un abismo, nuestro hombre advirtió los signos de la desesperanza generalizada que conocía desde niño. Vio hombres buenos destruidos al ver roto su concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las calles y los parques, con la mirada vacía como añicos de cristal roto; les veía entrar por las puertas de atrás, con el amargo orgullo de los hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les permitiera volver a mendigar, y también vio personas que una vez caminaron erguidos mirarle con envidia y odio por la débil seguridad que él disfrutaba.
Más o menos así describe el novelista John Williams el espíritu de los años de la Gran Depresión en su maravillosa novela Stoner. No es difícil establecer una analogía con lo que se observa ahora, en las capitales y en los pueblos de algunos países intervenidos o con posibilidades de serlo, del sur de Europa. Con todas las diferencias que se le quiera poner. La Gran Recesión que comenzó en el verano del año 2007 ha dejado de ser planetaria, pero ha adquirido otras características: de EE UU ha pasado al Viejo Continente; de crisis financiera privada ha devenido en una crisis de la deuda pública; su origen estuvo en los abusos y las estafas del sistema financiero en la sombra, y las ayudas estatales al mismo (cuando algunos se atrevían a defender que salvar a la banca era salvar a la calle, que proteger a Wall Street era proteger a Main Street) están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y de endeudamiento de muchos países. A este fenómeno se le ha denominado “neoliberalismo de Estado”, una paradoja por la cual mientras los beneficios (de unos pocos) continúan siendo individuales, los riesgos (de la mayoría) se socializan. En ella, el papel del Estado ya no consiste en limitar el poder económico sino en facilitar su predominancia; el Estado solo debe actuar para favorecer el libre funcionamiento de la competencia (excepto la citada socialización de pérdidas), allanar los conflictos sociales y mantener el orden público.
Muchos de los problemas económicos que trajeron la recesión no han cedido. Hay posibilidades de marcha atrás en los sitios que han abandonado el fondo del abismo y a que en una nueva fase se multiplique el contagio en sentido inverso. No en vano algunos medios de comunicación norteamericanos han llegado a publicar algo que en otra coyuntura podría resultar muy exagerado: que la reelección del presidente Barak Obama estaría condicionada en parte por la solución de los problemas económicos y financieros de países tan distantes de EE UU como España o Italia. Eso es la globalización.
Se acaban de cumplir dos años de la primera intervención de un país europeo, Grecia, por la troika de poderes fácticos contemporáneos y externos a la soberanía de los países de la zona: la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Luego controlaron a otros dos países, Irlanda y Portugal, y la próxima semana coincide con el segundo aniversario de la noche en la que los ministros de Economía de la eurozona hicieron morder el polvo a la política económica de José Luis Rodríguez Zapatero y la cambiaron de sentido en un santiamén, causando la ruina electoral de los socialistas españoles y esbozando la estructura de un fondo de rescate para países en problemas que todavía —más de setecientos días después— anda ajustando su fórmula y su monto definitivo.
Desde entonces, la Unión Europea ha abandonado la política económica común de estímulos que se había aprobado en las reuniones del G-20 en Washington, Londres y Pittsburgh, y ha desarrollado una senda de consolidación fiscal y de austeridad a ultranza. Mientras prácticamente el resto de las zonas del mundo consideran que el problema principal de la economía es su falta de crecimiento (EE UU, China, América Latina…), Europa asume que lo prioritario es volver a los equilibrios macroeconómicos para, más adelante, comenzar a crecer. La desavenencia se manifiesta en el dilema de ajustar para crecer o crecer para ajustar. Hasta ahora la razón empírica parece manifestarse a favor de los partidarios del crecimiento como prioridad para solucionar los problemas más urgentes. Crecimiento o barbarie...
Las ayudas estatales al sistema financiero están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y endeudamiento
Mientras los beneficios (de unos pocos) siguen siendo individuales, los riesgos ( de la mayoría) se socializan
En resumen, el paisaje después de una batalla que ya ha durado dos años no puede ser más estremecedor. Las políticas de austeridad extrema y de rigor mortis pueden ser calificadas como “creadoras de escasez”, siguiendo las hipótesis de Daniel Anisi, un economista prematuramente desaparecido. La oposición a tales políticas —que ahora empiezan a hacerse más presentes en instancias oficiales de algunos países afectados y diversas instituciones, como el propio FMI, la Comisión y tal vez en el BCE— era de grado y de dosis: nadie ha sugerido incrementos desorbitados del déficit y de la deuda sino una combinación más flexible de los criterios de crecimiento y de estabilidad. Los economistas poskeynesianos, encabezados entre otros por los premios Nobel Krugman y Stiglitz, se quejan de la manipulación del lenguaje que se ha hecho por parte de los partidarios del ajuste duro. La aparición en España del movimiento Economistas frente a la Crisis, se ha sustentado hasta el momento en el principio de “que no nos roben las palabras”. Se trata de impedir que el lenguaje sea tergiversado con conceptos que manipulan el pensamiento que los maestros de la economía han transmitido y que la experiencia que como profesionales de la economía.ha enseñado. Reestructurar no es desregular, reforma estructural no es sinónimo de recortes ni de la dilución de los derechos de la gente, liberalización y regulación son conceptos complementarios e inseparables, los críticos de la austeridad injusta no son partidarios del despilfarro del mismo modo que la estabilidad presupuestaria no es equivalente a déficit cero (un fundamentalismo más) y que quienes critican el Pacto de Estabilidad y las reformas forzadas de las Constituciones nacionales no defienden la inestabilidad... Seguir aquí, Joaquín Estefanía, en El País
Ya en el 2000, se publicaba lo siguiente: El número de pobres se ha multiplicado por 20 en la Europa del Este y la antigua URSS.
Durante la década de los años treinta, cuando los rostros de muchos hombres se tornaron duros y fríos como si miraran hacia un abismo, nuestro hombre advirtió los signos de la desesperanza generalizada que conocía desde niño. Vio hombres buenos destruidos al ver roto su concepto de una vida decente, les veía caminar desanimados por las calles y los parques, con la mirada vacía como añicos de cristal roto; les veía entrar por las puertas de atrás, con el amargo orgullo de los hombres que avanzan hacia su propia ejecución, a mendigar el pan que les permitiera volver a mendigar, y también vio personas que una vez caminaron erguidos mirarle con envidia y odio por la débil seguridad que él disfrutaba.
Más o menos así describe el novelista John Williams el espíritu de los años de la Gran Depresión en su maravillosa novela Stoner. No es difícil establecer una analogía con lo que se observa ahora, en las capitales y en los pueblos de algunos países intervenidos o con posibilidades de serlo, del sur de Europa. Con todas las diferencias que se le quiera poner. La Gran Recesión que comenzó en el verano del año 2007 ha dejado de ser planetaria, pero ha adquirido otras características: de EE UU ha pasado al Viejo Continente; de crisis financiera privada ha devenido en una crisis de la deuda pública; su origen estuvo en los abusos y las estafas del sistema financiero en la sombra, y las ayudas estatales al mismo (cuando algunos se atrevían a defender que salvar a la banca era salvar a la calle, que proteger a Wall Street era proteger a Main Street) están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y de endeudamiento de muchos países. A este fenómeno se le ha denominado “neoliberalismo de Estado”, una paradoja por la cual mientras los beneficios (de unos pocos) continúan siendo individuales, los riesgos (de la mayoría) se socializan. En ella, el papel del Estado ya no consiste en limitar el poder económico sino en facilitar su predominancia; el Estado solo debe actuar para favorecer el libre funcionamiento de la competencia (excepto la citada socialización de pérdidas), allanar los conflictos sociales y mantener el orden público.
Muchos de los problemas económicos que trajeron la recesión no han cedido. Hay posibilidades de marcha atrás en los sitios que han abandonado el fondo del abismo y a que en una nueva fase se multiplique el contagio en sentido inverso. No en vano algunos medios de comunicación norteamericanos han llegado a publicar algo que en otra coyuntura podría resultar muy exagerado: que la reelección del presidente Barak Obama estaría condicionada en parte por la solución de los problemas económicos y financieros de países tan distantes de EE UU como España o Italia. Eso es la globalización.
Se acaban de cumplir dos años de la primera intervención de un país europeo, Grecia, por la troika de poderes fácticos contemporáneos y externos a la soberanía de los países de la zona: la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Luego controlaron a otros dos países, Irlanda y Portugal, y la próxima semana coincide con el segundo aniversario de la noche en la que los ministros de Economía de la eurozona hicieron morder el polvo a la política económica de José Luis Rodríguez Zapatero y la cambiaron de sentido en un santiamén, causando la ruina electoral de los socialistas españoles y esbozando la estructura de un fondo de rescate para países en problemas que todavía —más de setecientos días después— anda ajustando su fórmula y su monto definitivo.
Desde entonces, la Unión Europea ha abandonado la política económica común de estímulos que se había aprobado en las reuniones del G-20 en Washington, Londres y Pittsburgh, y ha desarrollado una senda de consolidación fiscal y de austeridad a ultranza. Mientras prácticamente el resto de las zonas del mundo consideran que el problema principal de la economía es su falta de crecimiento (EE UU, China, América Latina…), Europa asume que lo prioritario es volver a los equilibrios macroeconómicos para, más adelante, comenzar a crecer. La desavenencia se manifiesta en el dilema de ajustar para crecer o crecer para ajustar. Hasta ahora la razón empírica parece manifestarse a favor de los partidarios del crecimiento como prioridad para solucionar los problemas más urgentes. Crecimiento o barbarie...
Las ayudas estatales al sistema financiero están en el epicentro de buena parte de los problemas de déficit y endeudamiento
Mientras los beneficios (de unos pocos) siguen siendo individuales, los riesgos ( de la mayoría) se socializan
En resumen, el paisaje después de una batalla que ya ha durado dos años no puede ser más estremecedor. Las políticas de austeridad extrema y de rigor mortis pueden ser calificadas como “creadoras de escasez”, siguiendo las hipótesis de Daniel Anisi, un economista prematuramente desaparecido. La oposición a tales políticas —que ahora empiezan a hacerse más presentes en instancias oficiales de algunos países afectados y diversas instituciones, como el propio FMI, la Comisión y tal vez en el BCE— era de grado y de dosis: nadie ha sugerido incrementos desorbitados del déficit y de la deuda sino una combinación más flexible de los criterios de crecimiento y de estabilidad. Los economistas poskeynesianos, encabezados entre otros por los premios Nobel Krugman y Stiglitz, se quejan de la manipulación del lenguaje que se ha hecho por parte de los partidarios del ajuste duro. La aparición en España del movimiento Economistas frente a la Crisis, se ha sustentado hasta el momento en el principio de “que no nos roben las palabras”. Se trata de impedir que el lenguaje sea tergiversado con conceptos que manipulan el pensamiento que los maestros de la economía han transmitido y que la experiencia que como profesionales de la economía.ha enseñado. Reestructurar no es desregular, reforma estructural no es sinónimo de recortes ni de la dilución de los derechos de la gente, liberalización y regulación son conceptos complementarios e inseparables, los críticos de la austeridad injusta no son partidarios del despilfarro del mismo modo que la estabilidad presupuestaria no es equivalente a déficit cero (un fundamentalismo más) y que quienes critican el Pacto de Estabilidad y las reformas forzadas de las Constituciones nacionales no defienden la inestabilidad... Seguir aquí, Joaquín Estefanía, en El País
Ya en el 2000, se publicaba lo siguiente: El número de pobres se ha multiplicado por 20 en la Europa del Este y la antigua URSS.
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