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lunes, 22 de mayo de 2023

_- Juan Torres: “La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática”

_- “Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan”, señala el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, que ha publicado un nuevo libro: 'Más difícil todavía' Análisis — Los bancos centrales solo saben provocar recesiones.

“Quienes toman las grandes decisiones económicas se están equivocando una vez más a la hora de prevenir los problemas, de reconocer su naturaleza y, como consecuencia de ello, cuando toman decisiones para tratar de resolverlos”. Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, vuelve a poner el dedo en la llaga sobre las decisiones cortoplacistas de la economía más ortodoxa. En su nuevo libro 'Más difícil todavía' (Editorial Deusto), Torres explica que los orígenes de la inflación que golpea a la economía tiene más que ver con problemas mucho más profundos -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- que no se arreglan con decisiones a corto plazo como la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales.

Usted explica que en su libro que la inflación no es el principal problema económico, sino que hay un conjunto mayor de amenazas mucho más graves. Sin embargo, la respuesta generalizada es volver a recetas del pasado para intentar solucionar los problemas mediante una política económica restrictiva. ¿Tiene sentido este incremento tan rápido de los tipos de interés como han hecho los bancos centrales?¿A qué responde?

Responde a una visión ideológica de los bancos centrales, que la experiencia y los datos han demostrado que es errónea: no soluciona los problemas de inflación cuando ésta se produce por circunstancias estructurales y de oferta. Responde a la idea que tienen los bancos centrales de que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario y que lo que hay que hacer es reducir la demanda y el poder de compra. La experiencia también nos ha demostrado que la respuesta de subir los tipos de interés no ha sido buena porque la inflación subyacente no ha disminuido y han provocado un problema financiero grandísimo.

Entonces nos deberíamos plantear la autonomía de los bancos centrales o, dicho de otra manera, habría que replantear su objetivo de guardianes de la inflación.

Que haya dos autoridades, como son el Gobierno y el Banco Central, actuando con problemas que son concomitantes es un absurdo que atenta contra el sentido común. Primero, como hemos visto en los meses anteriores, el BCE ha estado tratando de restringir el gasto mientras que los gobiernos lo han ido aumentando. No hay nadie en su sano juicio que pueda entenderlo. En segundo lugar, la independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil para combatir los problemas para los que fueron creados. Por ejemplo, estamos viviendo la etapa más grande de la historia de inestabilidad financiera. Tampoco la independencia de los bancos centrales ha permitido que anticipen correctamente la inflación y que le den una respuesta adecuada.

Además, por definición, la independencia de los bancos centrales equivale a constituir un poder no democrático que socava la base del Estado democrático moderno. La independencia de los bancos centrales se ha demostrado inútil y es antidemocrática.

Hasta el Banco de España ha avisado de que los márgenes de las empresas están funcionando como un estímulo evidente de la inflación, es decir, ya no es cuestión de salarios. ¿Existe alguna fórmula para frenar los beneficios tan exagerados de las empresas?

Debería haber mecanismos en situaciones normales, pero ahora en tiempos complejos es más difícil. Debería haber información más transparente, más fidedigna, sobre cómo se forman los precios en los mercados. Además, debería haber autoridades que verdaderamente combatieran las restricciones de la competencia que imponen las grandes empresas con su poder de mercado. Por otro lado, se deberían desarrollar políticas fiscales que supusieran un desincentivo a la obtención de márgenes muy altos. También una negociación colectiva que permitiera un reparto más equitativo del incremento de productividad. Si todos estos elementos funcionasen sí que se puede evitar que las grandes empresas con poder de mercado contribuyan como lo están haciendo a generar inflación.

También es necesaria una nueva regulación en algunos mercados específicos, como en en el caso de la electricidad. Durante muchos meses hemos estado sufriendo una presión originaria de los precios que luego se ha ido transmitiendo al resto de sectores. Y esto responde a una regulación diseñada para mantener los privilegios del oligopolio de las eléctricas.

Cuando la inflación se concentra en productos como los alimentos, ¿se debería tener mecanismos que reordenaran los precios, aunque sea de forma temporal?

Hacer negocio con el derecho humano básico de la alimentación es una inmoralidad, aunque sea legítimo y esté justificado. Es bueno que haya iniciativa privada, como es natural, en el suministro de bienes básicos y de alimentación, pero de ahí a permitir que haya un poder de mercado excesivo que impone restricciones artificiales y subidas de precios innecesarias hay un abismo. Los poderes públicos tienen el imperativo moral de garantizar el derecho humano básico a la alimentación y a la satisfacción de las necesidades primarias. Y también que la estabilidad económica no se ponga en peligro por una presión del oligopolio en esos mercados. La intervención pública en esos casos no es que esté justificada, es que es un imperativo moral. Además, desde el punto de vista económico es una cuestión esencial puesto que se trata de subidas de precios que tienen un efecto de arrastre extraordinariamente grave para el conjunto de la economía.

Usted propone la necesidad de alcanzar pactos de rentas y de reparto de las ganancias y la productividad, pero en nuestro país, por poner un ejemplo, la CEOE ha tardado meses en sentarse en la mesa de la negociación colectiva. Lo que usted en su libro comenta como “resistencia feroz”.

Desgraciadamente, el sector empresarial en España, tan importante en la economía, es un sector empresarial acostumbrado a dar pelotazos, a vivir de las rentas y de la influencia política. La patronal CEOE está contaminada, tiene unas propuestas ideológicas primitivas y equivocadas, que le hacen muchísimo daño a la inmensa mayoría de las empresas. La CEOE no representan los intereses del conjunto de las empresas españolas, sino los intereses de empresas muy grandes que tienen poder de mercado y que viven de aprovecharse de otras empresas. Si la CEOE fuera verdaderamente la defensora de los intereses del conjunto de las empresas no permitiría que las grandes compañías del Ibex se salten la ley y tengan una deuda tan grande con sus proveedores; o estaría reclamando límites a los privilegios de la banca que impone una serie de costes innecesarios a la mayoría de las empresas. Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad.

Uno de los problemas de España es que la patronal es primitiva, reaccionaria ideológicamente y esclava de las grandes empresas, que son un freno para la innovación y la productividad

Cada crisis el sistema aporta como solución la desaparición de ciertas empresas de manera que el mercado queda cada vez en menos manos (ocurrió con las cajas en la anterior crisis financiera), al final se impone la destrucción creativa como el costo normal de hacer negocios aunque provoque un sufrimiento.

Lo más contrario al capitalismo de nuestros días es la competencia en su sentido estricto y auténtico. Las grandes empresas lo que buscan es acabar con la competencia y lograr posiciones de dominio de mercado, conseguir establecer oligopolios ejerciendo su influencia política, mediática y cultural. Es un mito que el capitalismo actual sea una economía de libre mercado con competencia. Las grandes empresas capturan a los gobiernos y a los reguladores para que las protejan. Las grandes empresas no saben vivir sin la protección del Estado, sin el privilegio político, lo acabamos de ver ahora en esta crisis bancaria. Frente a esta situación la única manera de responder es que la ciudadanía se dé cuenta y que el conjunto del empresariado, que se juega su patrimonio día a día y que no disfruta de esos privilegios, reaccione.

Usted avisa de un riesgo real de colapso económico por el cambio climático, las finanzas especulativas, una deuda en crecimiento acelerado y la desigualdad, que al entrar en conjunción pueden provocar un desastre. ¿Hay solución? ¿los objetivos 2030 van en la adecuada dirección?

Multitud de organismos internacionales independientes, muchos de ellos conservadores, están diciendo lo que hay que hacer frente a estos problemas estructurales desde hace muchos años. Lo que pasa es que no hay voluntad política y predomina el interés privado. Frente al cambio climático, el fondo BlackRock cambió su estrategia de inversión para hacer políticas favorables a la lucha contra el cambio climático. Un año después, cuando aparece la posibilidad de ganar más dinero se olvidan de esos objetivos. Prima la maximización del beneficio.

Los problemas grandísimos que tenemos hoy día en nuestro planeta -el cambio climático, el desorbitado papel de las finanzas, una globalización que ya no aporta soluciones, el enorme tamaño de la deuda y la desigualdad- son el resultado de desnaturalizar la propia economía capitalista y darle una prioridad absolutamente injustificada a la búsqueda del beneficio por encima de cualquier otro objetivo.

Hace falta equilibrio y ver que es necesario avanzar para conseguir otros fines. No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales. Ya lo vimos en la última crisis bancaria, que fue el resultado de que los grandes bancos del mundo lograron que los gobiernos establecieran una regulación que provocó la crisis. Ganan más dinero así, pero recurrentemente provocan problemas. No hay dificultad en saber lo que hay que hacer, el problema es tener el poder suficiente para llevar a cabo las medidas.

No hay voluntad política ni capacidad suficiente para enfrentarse al poder que han acumulado las grandes organizaciones empresariales

Llevamos con tensiones recurrentes desde la crisis del petróleo de 1973 y parece que no hemos aprendido nada.

De la crisis del 73 nació un cambio de civilización, fue el germen de la revolución conservadora. Se aprendió, claro que se hizo, pero fueron los grandes capitales los que pusieron en marcha una estrategia que mantienen hoy para priorizar los beneficios. Pero han volcado tanto la carga hacia un lado que la economía que así no puede funcionar. Lo lamentable es que solamente las grandes empresas aprendieron lo que tenían que hacer para ganar más dinero, pero parece que no se ha aprendido demasiado en otro ámbito para tratar de imponer otras lógicas.

Con la invasión de Ucrania por parte de Rusia parece que vamos a un nuevo mundo de bloques. No parece que haya un proyecto que tenga visos de convertirse en hegemónico. ¿Cree que vamos camino de acabar con la globalización? Que se va a cumplir la premisa de la fragmentación económica y comercial del mundo en bloques?
En el plano geoestratégico se va a ir a una dinámica más multipolar. En el plano económico, el poder de Estados Unidos empieza a tener contrapesos. No creo que se vaya a producir una globalización completa, pero lo que sí está ocurriendo es que las propias empresas globalizadas han comprobado que la lógica dominante en estos años les puede proporcionar un enorme beneficio, pero a costa de tener que soportar una incertidumbre, enormes riesgos y una casi nula resiliencia ante shocks y los impactos imprevistos. Hay miles de empresas que se están replanteando la lógica de la globalización, y están definiendo una política de localización y de estrategias comerciales, quizá menos rentables, pero más seguras y más sostenibles a la larga.

Por eso creo que España puede tener una posición bastante favorable. Espero que nuestro gobierno sea capaz de hacer las cosas bien y aprovechar esta coyuntura, porque puede ser muy favorable para una economía como la nuestra.

¿En qué sentido puede ser más favorable para España?
Se está produciendo una relocalización de mucho capital, que está tratando de encontrar nuevas ubicaciones. España tiene recursos que en estos momentos son estratégicamente muy importantes y una posición internacional que puede ser muy valiosa: vamos a sufrir menos deterioro de la economía productiva que Alemania. Tenemos una buena expectativa por delante de la que podemos obtener ventaja en los próximos años. Otra cosa es que la confrontación política permanente y absolutamente carente de sentido ponga en peligro esta posición.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Economía y Bancos. Powell, Lagarde, von der Leyen, el FMI… van a equivocarse de nuevo

En mi libro Más difícil todavía (Deusto Ediciones) que está en librerías desde hace un par de semanas demuestro cómo las autoridades económicas se equivocaron y no supieron darse cuenta de lo que realmente estaba sucediendo con las subidas de precios que comenzaron a producirse a lo largo de 2021. Y explico también que más tarde, cuando ya no podían negar que la inflación se había desatado, volvieron a equivocarse a la hora de darle respuesta.

Desde hace poco tiempo, la inflación está entrando en una nueva fase y los mismos que se equivocaron entonces van a equivocarse de nuevo por la misma razón: analizan la situación cegados por un doble sesgo. Uno, resultado de utilizar modelos y teorías que la realidad ha desmentido y otro, consecuencia de su afán por proteger privilegiadamente a las grandes corporaciones y entidades financieras.

En la segunda mitad de 2021, muchos economistas señalábamos que la inflación había despegado y que era peligrosa. Yo mismo escribí en este diario un artículo en julio de 2021 titulado El verdadero peligro de la inflación que se avecina.

Sin embargo, los presidentes de los bancos centrales y los grandes organismos internacionales lo negaban.

Jerome Powell, el de la Reserva Federal de Estados Unidos, aseguró en junio de 2021: «La inflación es transitoria (…) Espero que baje en los próximos meses». En octubre, el Fondo Monetario Internacional decía que la subida de precios «volvería a los niveles registrados antes de la pandemia a mediados de 2022». Christine Lagarde, del Banco Central Europeo, decía en diciembre de ese mismo año: «Tengo la firme convicción de que la inflación caerá en 2022«. Y el gobernador del Banco de España, ya en enero de 2022, afirmó que la inflación en España «se irá moderando en los próximos meses, hasta despedir el año incluso por debajo del 2 %«.

Todos se equivocaron, como explico en mi libro, por las mismas razones: explican el desarrollo de la inflación a corto plazo con teorías que ya no funcionan, le dan respuesta a partir de tesis monetaristas que los hechos han demostrado que no son reales y no contemplan factores que es evidente que están provocando subidas de precios. Por todas esas razones, se limitan a subir los tipos de interés, una terapia que no es útil y que produce mucho daño a empresas y hogares, pero que beneficia a las grandes empresas y a los bancos.

Últimamente, han cambiado algunas circunstancias y la inflación está entrando en una nueva fase, pero las mismas autoridades que antes se equivocaron se están volviendo a equivocar porque no saben apreciar lo que de verdad está ocurriendo y se empeñan en darle, otra vez, el mismo tratamiento inadecuado.

Los canales de suministro y el aprovisionamiento comienzan a desbloquearse, muchos gobiernos han tomado medidas contra la subida de precios energéticos, los iniciales shocks de oferta provocados por la invasión de Ucrania se están diluyendo y los tipos de interés más elevados han reducido la demanda (aunque no como se esperaba, tal y como señalaré enseguida). Todo ello ha permitido que la subida del índice general de precios se hayan moderado.

Sin embargo, la llamada inflación subyacente (la que no tienen en cuenta los precios de la energía, el combustible y los alimentos no elaborados) está subiendo y los bancos centrales interpretan que se trata de un brote más fuerte de inflación al que se debe responder con nuevas subidas de tipos de interés.

Se vuelven a equivocar porque el aumento de la inflación subyacente es un rescoldo de la subida de precios original, porque depende de factores diferentes a los que han causado la registrada hasta ahora y porque responde muy lenta y escasamente a subidas de tipos de interés.

Como ha señalado hace unos días Patrick Artus, director de investigación y estudios del banco francés Natixis (aquí y aquí), la inflación subyacente en Estados Unidos está más influida por los precios inmobiliarios y en Europa por los márgenes empresariales y los costes salariales. Y él mismo muestra que se necesitan seis trimestres para que subidas de tipos de interés produzcan, primero, caídas en el crecimiento, luego en la tasa de paro y, más tarde, en la inflación subyacente. Razón por la cual, dice Artus, el efecto las subidas de tipos iniciadas en marzo de 2021 han tenido un «efecto nulo sobre la inflación subyacente».

Si se quiere frenar la inflación subyacente europea el instrumento que preferentemente hay que utilizar es la política de rentas: determinar qué parte de responsabilidad tienen los márgenes empresariales y los costes salariales en su desencadenamiento y tratar de encontrar un equilibrio que garantice que las empresas no inflacionistas puedan salir adelante sin soportar los costes excesivos que produce la inflación y que los hogares no pierdan capacidad de compra, pues si eso ocurre serán las propias empresas que crean empleo las más perjudicadas, puesto que caerían sus ventas.

Seguir subiendo los tipos de interés reforzará la inflación a corto plazo y sólo va a beneficiar, una vez más, a la banca, al aumentar la deuda de empresas y hogares.

Y, por otro lado, se equivoca también la Comisión Europea si se empeña en comenzar a poner trabas fiscales para que los gobiernos lleven a cabo las inversiones necesarias para resolver el resto de los problemas de oferta que todavía quedan por resolver y que, como también explico en mi libro, tensionan los precios al alza. 

Juan Torres López,

viernes, 23 de septiembre de 2022

_- 7 formas de gastar menos en alimentos en tiempos de inflación (y comer bien al mismo tiempo)




_- Comer se volvió cada vez más caro. 

Una familia promedio latinoamericana gasta en comida entre el 25% y el 40% de su presupuesto mensual, de acuerdo a cifras oficiales de cada país. Los sectores más pobres destinan todavía un porcentaje mayor.

América Latina es la región donde es más caro comer de forma saludable en el planeta junto con África, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés).

Para poder hacerlo, cada persona necesitaba US$4,25 diarios en 2019, último dato disponible. Eso es tres veces más de lo que la población podía pagar.

El monto actualizado será mayor, estima el subdirector general de la FAO y representante para América Latina y el Caribe, Julio Berdegué, en diálogo con BBC Mundo.

Panadería.
FUENTE DE LA IMAGEN,AFP La FAO calcula un índice del precio de los alimentos y ahora es el momento en el que es más caro comer, al menos desde que se tienen registros.

Eso lleva a una peor alimentación, y por consiguiente a mayores tasas de malnutrición e incluso hambre.

Entonces, en tiempos de alta inflación y con la subsiguiente subida del precio de los alimentos lo más sencillo puede ser cambiar por productos que son más baratos pero que no necesariamente son tan saludables ni tienen el equilibrio nutricional que requiere nuestro cuerpo.

"Dado que en América Latina es más caro comer saludable, nos movemos a más carbohidratos, más azúcar, más grasa. Todo eso es barato", señala Berdegué.

Comer bien y al mismo tiempo gastar menos es todo un desafío. Aquí te presentamos 7 acciones que puedes llevar a cabo para lograrlo.

1. Cocinar
Tal vez sea la más obvia, pero es esencial. Comprar comida afuera, en la calle o en un comercio, es muchas veces lo más rápido, pero no lo más conveniente para el bolsillo.

Una mujer prepara una bandeja con plátano maduro que sirve en una feria de comida callejera en Medellín, Colombia.
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Además, cuando compramos comida hecha no sabemos cuál es la calidad de los ingredientes utilizados, o incluso qué ingredientes se utilizaron para su elaboración.

Lo mismo ocurre con la comida prefabricada que venden en el supermercado, productos conocidos como ultraprocesados. Estos contienen excesos de grasas malas, sodio y azúcares, entre otros componentes, que se añaden para darle mejor sabor pero que no contribuyen a la salud.

Cocinar en casa hace que sepamos exactamente qué estamos comiendo y que paguemos menos por ello.

2. Comer lo justo
Un alto porcentaje de las personas come más cantidad de alimentos que la que exige el organismo.

Reducir las porciones que nos servimos a las cantidades recomendadas para el funcionamiento humano ayuda al bolsillo y, al mismo tiempo, a sentirnos mejor físicamente.

"Las cantidades que se sirven en muchos de nuestros países son demasiado grandes. La compra en el mercado sube muchísimo y, además, este exceso de comida lleva al sobrepeso", dice a BBC Mundo la nutricionista venezolana Ariana Araujo.

Una dieta de entre 2.000 y 2.500 kilocalorías es un número adecuado de ingesta diaria.

3. Cambiar de recetas
Venta de carne en un mercado de México. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Sustituir ingredientes o platos completos es una de las formas de abaratar el gasto en comida.

Determinados productos básicos como el aceite, el café, algunas frutas y verduras, la carne de vaca, el pan (y la harina de trigo en general), los huevos y algunas legumbres aumentaron de precio más que la suba promedio de alimentos y bebidas no alcohólicas en la mayoría de los países latinoamericanos, de acuerdo a la información publicada por instituciones oficiales que se encargan de medir la inflación.

Las tortillas de maíz, parte fundamental de la dieta mexicana, le cuestan a los consumidores de ese país 17,7% más ahora que hace un año. La harina de maíz, imprescindible para las arepas, ha subido de precio en toda la región.

Se pueden buscar sustitutos que sean nutricionalmente equivalentes o similares, pero que no se hayan encarecido tanto o incluso hayan bajado de precio.

Mercado de legumbres. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Los frijoles aumentaron menos de precio que otros alimentos en la mayoría de los países latinoamericanos y son una buena fuente de proteína.

Para ello es necesario conocer qué productos son intercambiables.

Una comida balanceada debería estar compuesta por una mitad de frutas y verduras, un cuarto de proteínas y el otro cuarto de carbohidratos, afirma Araujo.

En el grupo de las proteínas se encuentran la carne de res y de cerdo, pollo, pescado, leche, quesos, huevos, frijoles, lentejas y guisantes.

La carne de cerdo es la que, en general, subió menos de precio en los últimos 12 meses en América Latina, mientras que el pollo y el pescado acompañaron la suba general, que fue menor al encarecimiento de la carne bovina.

Los frijoles, en cambio, no tuvieron tal incremento de precios e, incluso, están más baratos que un año atrás en algunos países.

"Hemos disminuido fuertemente el consumo de legumbres, de frijoles, garbanzos, lentejas, cuando son productos accesibles que aportan buenas cantidades de proteínas", dice Berdegué.

Entre los carbohidratos están el arroz, el pan, el maíz, la pasta, el plátano y los tubérculos -papa, yuca, batata, entre otros-.

El arroz y los tubérculos se encarecieron menos que el trigo y el maíz, por lo que optar por los primeros contribuirá a abaratar el menú.

Huevos y tortillas de harina de trigo. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

"Algo que se puede hacer es mezclar en un mismo plato cereales -arroz, pasta- con legumbres. Los dos se complementan y ayudan a formar una proteína muy similar a la de la carne", explica José Balbanian, docente de la Escuela de Nutrición de la Universidad de la República en Uruguay.

Con esa combinación el organismo obtiene los aminoácidos esenciales.

"El sustituto a nivel nutricional es fácil de conseguir. El problema es cómo cambiar la cultura de las personas. ¿Cómo le quitas a un mexicano la tortilla o a un venezolano la arepa?", se pregunta Araujo.

Respecto a los aceites, Araujo sostiene que puede ser cualquiera, salvo el de palma porque es una grasa saturada que no es saludable. Balbanian agrega que es necesario su consumo, aunque no en frituras.

4. Planificar las compras
Cartel de ofertas en la puerta de un supermercado en Buenos Aires. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Hacer un plan de lo que debemos comprar antes de ir al mercado es clave para el ahorro.

Lo primero es saber qué queremos comprar para luego decidir dónde. Ir por frutas y verduras, quesos o carnes a la feria suele ser más económico que en grandes comercios.

Cuando se va a un supermercado, lo ideal según Araujo es recorrer las tres paredes del local -los costados y la trasera- formando una "U" invertida.

En estos pasillos se encuentran comúnmente los productos frescos y de allí debemos seleccionar el 80% de la compra para que sea saludable, afirma la nutricionista.

"No se puede ir con hambre al supermercado, porque si estoy corto de dinero y encima voy con hambre veo una promoción de un ultraprocesado que me gusta mucho y caigo en comprarlo", asegura Balbanian.

Tener claro qué se va a cocinar en los días siguientes ayuda a calcular mejor las cantidades y no comprar de más, algo importante en los alimentos perecederos para no tener que tirarlos luego porque se echaron a perder.

Un consejo de Balbanian es comprar en grandes cantidades, para una misma familia o entre varias personas, para ahorrar.

Una recomendación de Araujo es mirar en los estantes inferiores, donde suelen ubicarse los productos con menor procesado que son más baratos.

5. Buscar de temporada
Mercado de frutas y verduras. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Las frutas y verduras son intercambiables entre sí; lo importante es variar entre ellas.

"Aportan fibra, vitaminas y minerales que son muy difíciles de encontrar en otros alimentos", dice Balbanian.

Para achicar el costo de la alimentación, lo que aconsejan los expertos es comprar los productos de temporada o estación, dependiendo del país y su clima.

Intentar comer tomate fuera de temporada hace que sean más caros porque quienes los venden han recurrido a cadenas de frío para conservarlos durante meses o que los produzca en invernaderos, ambos sistemas que encarecen los alimentos.

Por el contrario, en temporada se encuentran los productos en abundancia, a precios bajos, y es cuando están más gustosos y nutritivos.

A veces, hay productos que en el pasillo de congelados se encuentran más baratos que frescos y se puede sacar provecho de esas oportunidades, siempre y cuando los ingredientes que están escritos en la bolsa sean exclusivamente el producto que buscamos, sin agregados, sostiene Araujo.

6. Aplicar técnicas de conservación
Pollería FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Si bien el pollo se ha encarecido en la mayoría de los países de América Latina, es todavía más económico que otras carnes y se puede utilizar como sustituto para obtener proteínas.

Una alternativa es comprar cuando está barato y aplicar alguna técnica de conservación.

La más sencilla es poner los alimentos en el congelador. Pueden ser tanto carnes como la mayoría de los vegetales -siempre que no quieras comerlos crudos luego- y frutas.

Con los vegetales, la recomendación es que cuando se vayan a consumir se provoque un choque térmico, del frío al calor intenso, para que no pierda textura y sepa peor.

También se pueden cocinar mayores cantidades que las que vayas a comer de inmediato y guardar porciones en el congelador para más adelante, o cocinar ingredientes sueltos y congelarlos para utilizarlos más adelante en preparaciones.

"Eso mantiene más del 90% de sus nutrientes", afirma Araujo y agrega que ella hace eso en su casa.

Para no recurrir al frío siempre y dejar atiborrado el congelador, otra opción es la conserva.

Hay diferentes técnicas, pero la más sencilla es envasar al vacío. "Se hacía mucho en la Segunda Guerra Mundial con los vegetales", cuenta Araujo.

7. Optar por segundas marcas o marcas blancas, pero antes leer

Persona comprando pasta en el supermercado. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Las marcas blancas no son necesariamente de peor calidad que las primeras marcas.

Por efecto del marketing, muchas veces creemos que un producto de la marca más destacada -también llamada primera marca- es mejor que las otras. Esto no necesariamente es así.

"Es importante leer la lista de ingredientes, más que el cuadro nutricional, e identificar azúcares y grasas de mala calidad", afirma Balbanian.

Araujo dice que en ocasiones las segundas marcas o incluso las marcas blancas -aquellas genéricas de la cadena de supermercados- son más saludables porque, para abaratar, no utilizan determinadas grasas o azúcares que las primeras marcas sí usan para darle otro sabor al producto.

En otras, no son mejores pero tampoco peores. "Mi recomendación es leer las etiquetas y comparar. Casi siempre son bastante parecidas y hay un ahorro importante

jueves, 12 de mayo de 2022

_- Subidas de tipos de interés: bienvenidos a la próxima recesión

_- La Reserva Federal es la autoridad monetaria de Estados Unidos y a ella se le encomienda que controle y supervise el sistema financiero y que ejecute la política monetaria con un doble objetivo: la estabilidad de los precios y alcanzar el pleno empleo.

Otros bancos centrales, como el europeo, solo tienen como objetivo controlar la subida de precios.

Sin embargo, estamos viviendo la inflación más alta de los últimos cuarenta años y, hasta ahora, prácticamente no han tomado ninguna medida.

Primero dijeron que ere muy pasajera y cuando comenzó a alargarse, no hicieron nada.

¿Cómo es posible que, teniendo todo el poder y estando siempre tan seguros de lo que dicen, no han evitado esta subida de precios tan grande?

Muy sencillo.
Su comprensión de la inflación está equivocada. Se sostiene sobre presupuestos falsos.

Creen que los precios suben porque hay demasiado dinero en circulación y que, por tanto, lo que hay que hacer para frenarla es retirar dinero. Algo que básicamente se supone que pueden conseguir subiendo su precio, es decir, los tipos de interés.

¿Por qué no los han subido ahora?
Pues justamente porque saben perfectamente, sin ningún lugar a dudas, que la inflación se debe a otras causas y no a las que ellos han defendido siempre.

Concretamente, los precios están subiendo debido a la escasez en la oferta de bienes después de la pandemia, a problemas de suministro tras la invasión de Ucrania y al gran poder de grandes empresas que suben injustificadamente sus márgenes.

Los bancos centrales saben perfectamente que, si suben los tipos de interés, no van a resolver esas causas de la subida de precios.

Lo único que se conseguiría subiéndolos sería encarecer la inversión y el consumo a crédito, es decir, frenar las ventas, el empleo y la actividad económica en general: hundir a las economías.

Lo saben y por eso no han hecho nada.
Ahora bien. Lo malo es que, si no hacen nada, los sujetos económicos pensarán que, sin medidas contra la inflación, la inflación va a ser inevitable. Y eso hará, curiosamente, que efectivamente haya inflación.

¿Qué podrían hacer los bancos centrales y el resto de las autoridades económicas?

Reconocer que están equivocados.

Que tienen una idea sobre la inflación equivocada y que, en estos momentos, no sirve de nada subir los tipos de interés porque el roto que van a provocar será peor que el descosido que quieren arreglar.

Lo que hay que hacer es llevar a cabo inversiones urgentes para ampliar la oferta, intervenir sobre los mercados energéticos y de materias primas en donde la concentración de capitales está aumentando los márgenes y haciendo que suban los precios innecesariamente, acabar con las burbujas especulativas que están provocando subidas de precios que se trasladan al resto de la economía.

En lugar de eso, la Reserva Federal, y luego vendrán los demás grandes bancos centrales, ha optado por comenzar a subir los tipos de interés, a pesar de que los estudios que se están haciendo señalan (aquí) que, aunque los subieran hasta el 3% a finales de este año, los precios solo bajarían 0,4 puntos: ¡nada!

Han puesto en marcha el brazo tonto de la política monetaria. La Reserva Federal va a provocar una recesión en Estados Unidos y detrás de ella irá la del resto de los países.

Tiempo al tiempo.

https://juantorreslopez.com/subidas-de-tipos-de-interes-bienvenidos-a-la-proxima-recesion/

miércoles, 20 de abril de 2022

Juan Torres López, catedrático de economía. Feijóo propone contra la inflación una barbaridad económica

Publicado en Público.es el 8 de abril de 2022

El nuevo secretario general del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, ha propuesto «disminuir la retenciones en el impuesto de la renta» para devolver una parte de lo que se ha recaudado de más e «impactar esa inflación del 10%». Este argumento se trata de una auténtica barbaridad económica por las razones que voy a exponer muy sencillamente y dejando a un lado otras dos cuestiones secundarias. Una, que el PP pudo corregir los impuestos cuando gobernó para que la inflación no aumente la presión fiscal y no lo hizo; y, otra, que reducir las retenciones a cuenta del pago de un impuesto -como propone Feijóo- no equivale a bajarlo.

Como he explicado en otros artículos anteriores en este diario, la subida de precios tan elevada que estamos sufriendo es especialmente grave y difícil de frenar porque se produce como consecuencia de factores muy diferentes y cuyas posibles respuestas pueden neutralizarse entre sí.

Aunque cada uno de esos factores se da con más o menos intensidad en las distintas economías, la inflación actual tiene en todas ellas un origen multipolar: exceso de liquidez como consecuencia de las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales de los últimos años; presión de la demanda tras la salida de los confinamientos; bloqueos de la oferta y carencias en los suministros de muchas materias primas o productos esenciales para la industria o la vida diaria; encarecimiento de la energía por razones específicas de ese sector y geopolíticas; falta de competencia que permite a muchas empresas subir injustificadamente los márgenes para obtener beneficios extraordinarios con precios más altos; agotamiento de recursos naturales; y, todo ello, agudizado por la invasión de Ucrania y las sanciones a Rusia.

Pues bien, bajar las retenciones o incluso los impuestos en general no solo no ayudaría a combatir las actuales subidas de precios sino que podría aumentarlas.

Es evidente que el componente de la inflación que pueda tener relación con el exceso de liquidez no se resuelve sino que empeora si se ponen más medios de pago en manos de los consumidores. Igualmente ocurriría con las subidas de precios que estén producidas por exceso de la demanda respecto a la oferta: serían todavía mayores al bajar los impuestos y provocar aumento del consumo privado. Tampoco hay que ser un lince para entender que las subidas de precios originadas por bloqueos en la oferta, por falta de competencia o por problemas de los sectores energéticos, de ninguna manera van a poder frenarse con menos impuestos sobre la renta de las personas físicas.

Frente a la inflación de raíz monetaria o de demanda lo que hace falta más bien son subidas de tipos de interés, para frenar la demanda de dinero, o de impuestos, para limitar la demanda de bienes y servicios. Otra cosa es que, ni una ni otra medida, sean oportunas ahora porque estas componentes monetaria o de demanda son mucho más débiles que las que tienen que ver con la oferta. Y porque, de tomarlas, se produciría una recesión inmediata pues las economías se vendrían abajo por la demanda, además de por la oferta.

Eso no quiere decir que haya que cruzarse de brazos. Hay que evitar que las subidas de precios se traduzcan en pérdida de poder adquisitivo en los grupos sociales más vulnerables o pérdida de eficiencia en las empresas, y para eso hacen falta ayudas, bien por la vía del gasto (mucho más fáciles por su inmediatez y simplicidad y de mejor impacto en la renta) o por la de los impuestos. Pero nunca indiscriminadamente.

Por otro lado, para enfrentarse a la subida de precios que viene producida por problemas de oferta, como he dicho, por bloqueos en las cadenas de suministro, por escasez de muchos productos o por el precio desbocado de la energía, sí es verdad que hace falta más gasto; pero no gasto en consumo, como generaría la rebaja de impuestos que propone el Partido Popular, sino gasto de inversión de las empresas y también del Estado, para diversificar y desbloquear la oferta y encontrar cuanto antes nuevas fuentes de suministro con precio más reducido.

Por tanto, también en este caso se justifican las ayudas (por la vía del gasto con subvenciones o mediante bajada de impuestos) a las empresas capaces de llevar a cabo esas inversiones y, por supuesto, el mayor gasto inversor del Estado. Para ambas cosas urgentes se necesitan más ingresos públicos, no menos.

En la situación inflacionaria en la que estamos, desarmar al Estado disminuyendo sus ingresos es un error de libro, una barbaridad que provocaría muchos más problemas de los que ya tenemos. Hay que estudiar la reforma de los impuestos para que la inflación no aumente la presión fiscal por la puerta de atrás ni acabe con su ya de por sí deteriorada progresividad, y hay que dar ayudas y bajar impuestos a quien más lo necesite por razones de equidad o para favorecer las inversiones imprescindibles. Pero es en los momentos de mayor dificultad, como ahora, cuando es más importante que nunca la cooperación, la disposición de recursos comunes para hacer frente a los riesgos más elevados y que cada cual contribuya en la medida de su capacidad a financiarlos. Y es justo para eso para lo que sirve el sistema fiscal.

Para finalizar, cabe una reflexión final. Una propuesta tan descabellada como esta que ha hecho Feijóo no se hace por desconocimiento: tiene asesores económicos que saben muy bien lo que dicen. La razón es otra. La inflación y las medidas que se adoptan para combatirla afectan de un modo muy desigual a cada persona o empresa. Y las propuestas del PP también beneficiarían a todas ellas de modo muy diferente. Las pequeñas y medianas empresas con menos ingresos o ventas y las personas con rentas más bajas no pueden financiarse por sí mismas el acceso a todos los bienes públicos, de más calidad y menor coste que cuando son provistos por el mercado, que inevitablemente necesitan para hacer negocios, producir o vivir. Las grandes, por el contrario, sí pueden pagar a cualquier precio las infraestructuras, servicios o bienes privados. Por eso no les importa que el Estado deje de suministrarlos y prefieren ahorrarse impuestos, haciendo creer que así salimos ganando todos.

Ni Feijóo ni ningún otro dirigente del Partido Popular dicen barbaridades como esta de ahora por casualidad, ni porque no tengan idea de economía. Saben muy bien lo que dicen y a quién beneficia lo que proponen.

https://juantorreslopez.com/feijoo-propone-contra-la-inflacion-una-barbaridad-economica/

domingo, 27 de marzo de 2022

Diez errores que impedirían frenar la inflación actual

Primero:
Dejar la lucha contra la inflación a los bancos centrales argumentando que es un fenómeno monetario que se produce cuando aumenta excesivamente la cantidad de dinero circulante, de modo que se podrá frenar controlando esta última.

Se sabe que hay factores no monetarios que la desencadenan.

Segundo:
Creer que la inflación se frena siempre subiendo tipos de interés porque así disminuye la demanda de medios de pago y se reduce, como consecuencia de ello, la de bienes y servicios e inversión que genera el exceso de demanda que eleva los precios.

Se sabe que las subidas de tipos no repercuten siempre, o con la debida intensidad, en la demanda de dinero, rompiéndose así esa secuencia ideal.

Tercero:
Dar el mismo tratamiento monetario a procesos inflacionarios de diferente tipo. Unos, producidos por exceso de demanda cuando la economía se encuentra en su máximo nivel de producción potencial, es decir, cuando se está dispuesto a gastar en bienes de los que no se dispone. Otros, de oferta, producidos cuando, por cualquier razón, hay capacidad productiva suficiente pero los bienes no llegan a los mercados o llegan encarecidos por circunstancias extraordinarias. Y otros más, mezcla de ambos e incluso de algún otro factor adicional.

Esto último es justamente lo que está ocurriendo en la actualidad, pues se sabe que los precios están subiendo no sólo por exceso de demanda derivada de las inyecciones de liquidez durante la pandemia, sino también por alzas de costes en sectores muy específicos, por bloqueos materiales de la oferta, por razones estructurales como la falta de competencia y la concentración del poder, y por la invasión de Ucrania

Cuarto:
Aplicar medidas que afectan a la demanda de todos los bienes y servicios cuando la subida de precios proviene o se da como efecto de lo que ocurre en algún sector, mercado o producto determinado.

Quinto:
Hacer más daño con el tratamiento que el producido por la enfermedad.

Es lo que ocurre cuando se ataca el síntoma (la fiebre o la subida de precios) sin acabar con sus causas: deprimir la demanda global de todos los bienes y servicios (subiendo los tipos de interés) cuando es solo algún problema específico el que está provocando las subidas de precios equivale a matar al enfermo para que le baje la fiebre.

Sexto:
Considerar que los únicos costes de las empresas que hay que frenar para que no suban los precios son los salariales.

Se sabe que hay otros (energía, financieros, fiscales, regulatorios…) tanto o más determinantes de la subida de precios.

Séptimo:
No actuar sobre las condiciones estructurales de la economía.

Se sabe que la falta de competencia y la regulación de los mercados en provecho de los oligopolios (en el sector financiero, de distribución comercial o eléctrico) están permitiendo que muchas empresas aumenten los márgenes y suban los precios innecesariamente.

Octavo:
Creer que una inflación como la actual, de las características señaladas, se puede frenar con la sola intervención de una autoridad monetaria independiente.

La cooperación de los bancos centrales con los gobiernos es imprescindible para coordinar la política monetaria con la fiscal, de oferta, de competencia y de rentas y evitar que se bloqueen unas a otras.

Noveno:
Creer que la inflación ha estado contenida en los últimos años gracias a la política monetaria de los bancos centrales y pensar que ahora volverán a ser quienes únicamente puedan controlarla.

Los precios se han mantenido bajos en los últimos años (como media y no todos) por efecto de la globalización, por la pérdida de peso de los salarios en el conjunto de las rentas y por la atonía general y debilidad de la economía real provocada por la políticas neoliberales de privilegio del beneficio y las finanzas.

Décimo:
Olvidarse de todo lo anterior y creer que los bancos centrales pueden aplicar cirugía mayor subiendo los tipos de interés lo suficiente como para atajar las subidas de precios, tal y como pasó a finales de los años setenta del siglo pasado.

La deuda de ahora no tiene comparación con la de entonces y una subida de tipos de interés, no ya de la misma magnitud sino mínimamente considerable, provocaría una crisis de deuda privada y pública global y de dimensiones colosales.

https://www.eldiario.es/contracorriente/materia-hecha-vida_132_8846646.html

jueves, 24 de marzo de 2022

Mienten: la invasión de Ucrania es criminal pero no la causa de la inflación

No tengo la menor duda de que la invasión rusa de Ucrania es un acto criminal y creo que hay que ayudar de cualquier forma a frenarla y proporcionar todo tipo de ayuda al pueblo ucranio.

Sin embargo, me parece que nada de eso debe hacerse mintiendo pues la defensa de la libertad debe basarse en una superioridad moral que es incompatible con el engaño.

Las declaraciones del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, diciendo que «la inflación y los precios de la energía son única responsabilidad de Putin y su guerra ilegal en Ucrania», o las llamadas a reducir el consumo de luz para que bajen los precios que están haciendo algunos dirigentes europeos o líderes patronales son un engaño a la ciudadanía, además de un insulto a la inteligencia.

La subida de precios que estamos sufriendo es anterior a la invasión rusa de Putin y hay datos bastante claros que indican qué factores no la están provocando y cuáles sí.

No es verdad que la subida de precios se haya producido como consecuencia de un crecimiento excesivo de la demanda general de bienes y servicios. Los datos muestran que el Producto Interior Bruto sigue siendo menor que el que había antes de la pandemia. No hay un exceso de demanda respecto a la oferta.

Tampoco es cierto que la subida de precios tan brusca de los últimos meses se esté produciendo como consecuencia de una excesiva presión de los salarios, como suele decirse siempre que la inflación comienza a dispararse. Es cierto que se han dado tensiones en algunos sectores de actividad, como consecuencia de la llamada «gran renuncia» de muchos trabajadores al empleo mal remunerado. Sin embargo, las subidas salariales se están dando, en Estados Unidos y en la zona euro, por debajo de las ganancias de productividad y de la subida de los precios, es decir, siguen yendo muy por detrás de estos últimos.

La inflación reciente tampoco es consecuencia de la gran expansión monetaria de los bancos centrales durante la pandemia, pues solo una parte muy reducida de ella ha llegado efectivamente a los bolsillos de las empresas o consumidores para que pudieran gastarla.

No puede ser cierto que la invasión rusa de Ucrania haya sido la causante de la inflación que estamos sufriendo porque esta ya había alcanzado los niveles más elevados de casi los últimos 35 años meses antes de que se produjera. Su preparación sin duda la empujó y ahora la acelera pero no es su causa.

Por el contrario, sabemos a ciencia cierta qué es lo que está produciendo la inflación.

En primer lugar, el bloqueo en cadenas de suministro de insumos y componentes fundamentales para la producción de bienes y servicios finales, como consecuencia de los confinamientos y desajustes que ha generado la pandemia de la Covid-19. Es lo que ha ocurrido en los casos de muchas materias primas, metales o semiconductores.

En particular, se han disparado los costes del transporte (sobre todo marítimo y por extensión el resto), por razones diversas como la escasez de personal, la recuperación masiva del tráfico tras el confinamiento o la reconversión del sistema logístico global que se había iniciado ya antes de la pandemia.

Los precios se están disparando también porque en los mercados no predomina la competencia sino que están dominados por empresas con poder suficiente para manipularlos y así aumentar continuamente sus márgenes, es decir, la diferencia entre los beneficios y las ventas. Eso es lo que venía ocurriendo desde 1991 (datos aquí) y lo que ha ocurrido en concreto durante la pandemia, como demuestran los datos de diversos informes, entre ellos del Banco Central Europeo (aquí)

Un estudio de la revista Fortune ha mostrado que los márgenes de beneficio de aproximadamente la mitad de los 28 fabricantes de alimentos y bienes de consumo que figuran en su lista de las mayores 500 empresas de Estados Unidos han aumentado en comparación con los niveles previos a la pandemia, y lo mismo ocurre en prácticamente todos los sectores de actividad (aquí y aquí).

Dejo para el final otra causa decisiva del aumento de la inflación en Europa, esta bien conocida: la subida de los precios de la energía y la electricidad.

La razón de por qué se estén disparando en Europa desde hace tiempo y de que suban todavía más cuando se agrava el conflicto con Rusia no tiene que ver con las acciones criminales de Putin en Ucrania. Tiene su origen en la complicidad de las autoridades europeas con las grandes empresas eléctricas.

Para favorecer sus beneficios extraordinarios se ha permitido que aumentase sin descanso la dependencia del suministro procedente de Rusia, se ha frenado el desarrollo de un modelo alternativo de energías renovables y se han sobrecargado innecesariamente los costes de la actividad económica.

No es verdad, como se quiere hacer creer, que sea la invasión criminal de Putin lo que está produciendo la subida, ahora desorbitada eso sí, del precio de la energía en Europa y, por tanto, una espiral de precios que se traducirá en una crisis económica de extraordinarias consecuencias en pocos meses. Son los privilegios de las grandes empresas eléctricas y el consentimiento de la autoridades europeas lo que está dando lugar a lo que se nos viene encima. Y también, digámoslo claramente, lo que ha puesto en manos de Putin su arma económica y política de mayor potencia.

No sé en qué proporción, pero han sido la torpeza y la complicidad de los burócratas europeos las que ahora están llevando a Europa a un callejón sin salida. O, mejor dicho, que solo tiene como salida una nueva y gran recesión económica y una dependencia de Estados Unidos nunca antes vista en tiempos de paz. Es más: es bastante razonable pensar que Putin nunca hubiera podido hacer lo que está haciendo sin tener su bota energética sobre el cuello de Europa.

Lo que han hecho durante décadas las autoridades europeas no tiene nombre y debería ser objeto de una investigación abierta para depurar responsabilidades. Responsabilidades que tienen en primer término los nombres y apellidos de las docenas de expresidentes, ministros y autoridades de todo tipo que pasaron de los gobiernos a los consejos de administración de las empresas que han impuesto un modelo que puede destruir Europa.

Hay que decirlo una vez más claramente. No es verdad que sea la invasión de Ucrania la que está haciendo que miles de empresas y hogares frenen su actividad por las insoportables facturas de la energía. No es verdad, como dicen los dirigentes empresariales, que el problema sea que se consume mucha electricidad y que, por tanto, la solución consista en moderar su consumo, como también están reclamando algunos líderes europeos. Se está produciendo la nueva y ya astronómica escalada en el precio de la luz por el sistema de precios que proporciona beneficios extraordinarios a unas pocas empresas a las que se ha dado todo tipo de privilegios.

Ahora es muy difícil, por no decir imposible, que Europa pueda frenar al monstruo ruso que ha creado por su dependencia energética y connivencia financiera. Mientras le siga suministrando miles de millones de dólares comprando su petróleo y gas, o permitiendo que los bancos y fondos de inversión occidentales sigan haciendo caja con los negocios financieros y el blanqueo de las fortunas de los oligarcas rusos, las demás medidas solo alargarán el sufrimientos de Ucrania, agigantando el riesgo de un conflicto mucho más extendido y de aún peores consecuencias.

Estados Unidos está siendo mucho más consecuente y desde luego mucho más inteligente cuando ha prohibido la importación, aunque eso lógicamente lo hace porque le afecta en un porcentaje muy pequeño y porque, a la larga, va a beneficiar a su industria extractora, a costa de consecuencias económicas impredecibles y quizá peores para Europa que para la propia Rusia.

En lugar de mentir culpando a Putin por las consecuencias de lo que la Unión Europea hizo mal, la Comisión Europea debería tomar medidas urgentes de mucho más calado de las que están adoptando en materia energética, comenzando por desmontar el sistema de fijación de precios para impedir que la inflación se desboque al transmitirse innecesariamente la subida del precio del gas ruso a toda la economía. Deberían poner un tope inmediato a los beneficios de las eléctricas y someter su actividad a un estricto objetivo de interés público. No se vence la inflación que nos va a hacer mucho daño a medio plazo combatiendo una sola de sus diversas causas, ni al crimen engañando a la gente

https://juantorreslopez.com/mienten-la-invasion-de-ucrania-es-criminal-pero-no-la-causa-de-la-inflacion/

domingo, 27 de junio de 2021

El verdadero peligro de la inflación que se avecina

Por Juan Torres López | 19/06/2021 | Economía

Fuentes: Público

Los hechos no dejan lugar a dudas: los precios están subiendo en todas las economías y, en algunos casos, muy por encima de los niveles anteriores a la pandemia. 
En Estados Unidos, la tasa de variación anual ha sido del 5% en mayo pasado, cuando el objetivo de la Reserva Federal es del 2%; en Europa, la subida anual es mucho menor, del 2%, pero iguala ya el máximo establecido por el Banco Central Europeo. En España, ha sido del 2,7%, pero si se contemplan las subidas en algunos sectores o bienes y servicios concretos, es muchísimo mayor: la gasolina de 95 octanos ha subido un 23% en el último año, el transporte en general un 9,4%, el conjunto de electricidad, gas y otros combustibles un 25,5%, los servicios Covid-19 un 6,9% y la vivienda un 10,4%.

Sobre las causas inmediatas de esta subida no hay gran discusión entre los economistas porque están bastante claras:

– Los confinamientos provocaron una gran caída de la demanda en muchos sectores y, por tanto, de los precios. Eso hizo que los índices generales que sirven de base de referencia bajaran, de modo que la recuperación ha provocado lógicamente un repunte inevitable, no demasiado preocupante mientras si solo significa una vuelta a la normalidad de los intercambios.

– Las medidas contra la Covid-19 también dieron lugar a cierres de la producción en muchas actividades de producción y distribución que han ocasionado cuellos de botella en las redes de suministro. Eso provoca escasez de muchas materias primas y productos que igualmente ocasiona subidas de precios muy elevadas: la madera ha llegado a subir casi un 400%, los fletes marítimos un 300%, la gasolina un 197% y el petróleo un 147%, el aluminio el 99%, el estaño el 89%, el cobre el 80%, la colza el 72%, el maíz el 64%, el platino el 66%, el algodón el 50%… y así muchos otros.

Los cuellos de botella incluso se están dando en los mercados laborales. Muchas empresas, sobre todo las que utilizan empleo de bajo salario, indican que encuentran dificultades para disponer de trabajadores, bien porque requieren nuevas cualificaciones al haberse reinventado, bien porque los subsidios y ayudas se mantienen tan generosos que no compensa el empleo de muy bajo salario.

– Finalmente, todo eso se ha producido cuando la vuelta a la normalidad ha estado acompañada de un gran incremento de gasto por parte de los gobiernos y de un ahorro acumulado extraordinario que, al comenzar a gastarse, impulsa fuertemente la demanda.

Sin embargo, sí que hay un fuerte debate sobre la posibilidad de que estas subidas se consoliden, iniciando un proceso inflacionario generalizado en todas las economías que obligara a tomar medidas excepcionales.

Esta tesis es la que mantienen en Estados Unidos quienes consideran que los programas de gasto de la administración Biden están siendo excesivos y que producen un sobrecalentamiento de la economía que inevitablemente va a desencadenar una fuerte inflación. Entre sus defensores no solo están los economistas más conservadores y vinculados al Partido Republicano sino otros como Larry Summers y Olivier Blanchard que, curiosamente, justo antes de la pandemia mantenían que la economía de Estados Unidos sufría un «estancamiento secular» por escasez de demanda.

La mayoría de los dirigentes de los grandes bancos centrales coinciden en reconocer que se está produciendo un brote inflacionario pero que es de carácter temporal, de modo que no hay necesidad de tomar, por ahora, medidas contundentes para tratar de frenarlo. El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha dicho repetidamente en las últimas semanas que está concentrado en volver al pleno empleo y que no se dejará influir por aumentos temporales de la inflación. El gobernador del Banco de Inglaterra ha dicho que observa la inflación «con mucho cuidado» pero sin preocuparse. Diversos responsables del Banco Central Europeo han reiterado más o menos lo mismo, que las subidas de precios no se prolongarán en el tiempo y que en la zona euro no hay riesgo de sobrecalentamiento.

Es lógico que los banqueros centrales digan eso porque saben perfectamente que una de las causas que siempre tiene la inflación es que haya expectativas de que va a producirse. Por eso, y aunque sepan que puede ocurrir lo contrario, nunca van a reconocerlo de antemano. De hecho, la historia económica nos enseña que los procesos inflacionarios se desencadenan siempre sin previo aviso y cuando todo el mundo se empeñaba en decir que no iban a producirse.

Como yo no tengo esa obligación, mantengo una opinión menos optimista sobre lo que puede ocurrir con las subidas de precios que ya han empezado a darse. No creo que vayan a ser tan temporales como se dice, creo que pueden extenderse al conjunto de la economía y, sobre todo, me preocupa que los bancos centrales utilicen, cuando esto se produzca, un remedio que sea peor que la enfermedad.

Las principales razones que me llevan a pensar que la inflación puede llegar para quedarse durante algunos largos años son las siguientes:

– Los cuellos de botella y los problemas de oferta que provocan subida de precios no están ocasionados solamente por la pandemia. Con anterioridad, se había comenzado a manifestar una crisis industrial en casi todo el mundo que se manifestaba en la caída de la tasa de beneficio y de producción en sectores estratégicos. La pandemia no la ha resuelto y lo que nos vamos a encontrar, cuando volvamos enteramente a la normalidad, es un recrudecimiento de esa crisis previa.

– Las mencionadas subidas de precios en las materias primas y en muchos productos básicos para la producción de casi todos los bienes y servicios tampoco tiene que ver exclusivamente con factores coyunturales, sino con la endémica falta de competencia en los mercados capitalistas. El caso del transporte marítimo que tanto influye en el aprovisionamiento y los costes es claro: siete de los grandes armadores de contenedores controlan el 75% del mercado y tres alianzas el 80% del transporte marítimo. Y más o menos lo mismo ocurre en otros sectores cruciales: dos empresas controlan el 75% del comercio mundial de granos y cuatro el 80% del comercio mundial de alimentos o el 95 por ciento del mercado mundial de semillas comerciales, por poner solo algún ejemplo.

– Las subidas de precios no se están produciendo solo porque suban los costes sino como una estrategia de muchas empresas para recuperar la rentabilidad perdida en un contexto de expansión de la demanda.

– La globalización que había permitido deslocalizar el empleo hacia los países con salarios muy bajos, disminuyendo así el poder de negociación de los trabajadores, está en crisis y no va a volver a producirse, al menos, con tanta facilidad como antes. Será más fácil, pues, que haya subidas de salarios que presionen sobre los precios.

– China ha cambiado su modelo productivo y está comenzando a centrar el impulso de su economía en el mercado interno más que en las exportaciones y esto le obliga a acaparar un suministro de materias primas y bienes intermedios que antes fluía a la economía internacional, tensionando así sus precios de forma permanente.

– La pandemia, la desarticulación sectorial que se produce y otros factores diversos pueden frenar la productividad durante bastante tiempo y eso presionará también al alza los precios.

– La transición ecológica es inevitable y también lo es que vaya acompañada de subidas de precios porque implica costes de producción y distribución más elevados.

– Sabemos por experiencia que la inflación se autoalimenta así que puede bastar con que las subidas de precios se produzcan durante unos meses para que se disparen durante mucho un periodo mucho más prolongado.

En resumen, es difícil saber qué va a pasar en los próximos meses o años con las subidas de precios, pero lo cierto es que hay diversas circunstancias que permiten sospechar que no van a ser tan circunstanciales como las autoridades monetarias están obligadas a decir que serán para no provocarlas ellas mismas.

Lo importante, sabiendo que las subidas de precios son inevitables tras una pandemia que produce distorsiones en los mercados, es saber qué hacer si estas subidas son algo más que puntuales, si aumentan sustancialmente y prolongan en el tiempo.

Lo que me preocupa al respecto es que los bancos centrales y los economistas de opinión dominante en general han mantenido hasta ahora tesis sobre los procesos inflacionarios que se ha podido comprobar que estaban equivocadas.

Se ha demostrado, por ejemplo, que es falso que haya que aumentar el desempleo y reducir el nivel de actividad para frenar la inflación (esto se analiza  aquí). Y, en concreto, que para evitar que suban los precios hay que moderar las subidas salariales. Para Estados Unidos se ha demostrado, por el contrario, que si la Reserva Federal quiere mantener su objetivo de inflación lo que debe hacer es dejar que los salarios reales crezcan más rápido que la productividad laboral durante algunos años (se demuestra aquí).

También se ha comprobado que es falsa la creencia que ha servido para diseñar y justificar las políticas económicas de los últimos años. Se decía que las economías se pueden estabilizar, simplemente controlando la inflación con una política monetaria activa y con recortes de gasto. La realidad es que estas políticas ni han evitado las crisis ni han estimulado la recuperación cuando estas se han producido.

Por el contrario, la pandemia ha terminado de demostrar que la política fiscal es fundamental para evitar el colapso, no sólo garantizando la demanda y la actividad, sino creando capital e impulsando y dando salida a la oferta cuando los mercados se bloquean.

Por tanto, el mayor peligro que puede producir la inflación que inevitablemente se avecina es que los bancos centrales vuelvan a equivocarse tratando de hacerle frente simplemente con subidas de tipos de interés, provocando más desempleo y reduciendo la capacidad inversora de los gobiernos cuando las empresas no tienen capacidad de generar el capital necesario para recuperar la producción.

En Estados Unidos parece que lo tienen claro y no se van a dejar llevar de momento, por los viejos errores. En Europa, la situación no está tan clara. Un documento reciente de La Comisión Europea (aquí) reconoce y recomienda a los gobiernos que den prioridad a las inversiones pero también plantea que deben comenzar a abordarse reformas presupuestarias estructurales, en la misma línea de vuelta a la austeridad que reclamó hace unos días en The Financial Times el antiguo ministro de Finanzas alemán y actual presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble: «La paz social de Europa requiere un retorno a la disciplina fiscal» (aquí).

O los gobiernos y los bancos centrales cambian y dejan a un lado los viejos dogmas que no han funcionado y entienden que ahora las subidas de precios se producen por problemas de oferta que requieren inversión pública, demanda sostenida y empleo, o vamos a tener una vuelta a la normalidad que será más dura y costosa que la propia pandemia. 

Fuente: 

lunes, 7 de septiembre de 2015

Así se ha convertido en España la inflación en deflación, por más que traten de ocultarlo

No aumentan. En España los precios no aumentan desde finales del año 2013. Más bien al contrario, disminuyen. Y cuando eso sucede, el concepto económico que define a este hecho estadístico se denomina “deflación”, el término opuesto a la archiconocida “inflación”.

Y no. No es una invención creada por nosotros en el blog: el Instituto Nacional de Estadística -INE- lo ha vuelto a poner de manifiesto con el último dato adelantado de agosto de 2015, donde ha reflejado una contracción interanual del 0,4% en el Índice de Precios al Consumo -IPC- de España.

Pero lo cierto es que cuando en un determinado mercado económico – España, la Zona euro, Japón, etc…- los precios no aumentan con el transcurso del tiempo, eso quiere decir que o bien se encuentran estancados o bien se encuentran en una fase de contracción. ¿Cómo denominarían entonces ustedes a dicha situación? ¿Inflación negativa? ¿Crecimiento de los precios plano? ¿Evolución positiva inversa?

Claro que sí. Empleando la misma lógica, la situación observada en el gráfico inicial para el periodo 2011-2013 no se correspondería con una evolución positiva de los precios, sino con una situación de deflación inversa en España o de descenso extemporáneamente ascendente.

Hablando en serio: entre agosto de 2014 y agosto de 2015, de los trece datos mensuales del IPC publicados por el INE, once de ellos tuvieron signo negativo y dos, tan solo dos, fueron positivos. ¿Por qué tanta resistencia entonces en la prensa económica y generalista para calificar la evolución de los precios en España por su acepción más intuitiva, “deflación”, en lugar de emplear esa extraña referencia lingüística que es “inflación negativa”?

Por varias razones. En primer lugar, porque el Banco Central Europeo -BCE-, que es la máxima autoridad monetaria de la Zona euro, y por lo tanto de España -incluso por encima del BdE-, tiene como principal cometido la estabilización de los precios en una inflación situada en el entorno del 2%. ¿Por qué tiene el BCE un objetivo de inflación del 2% y no otro? Interesante pregunta que reservaremos para otro análisis.

En segundo lugar, porque reconocer que existe deflación en la economía española supone reconocer que se está erosionando la capacidad de recaudación fiscal de la Hacienda Pública, ya que el nivel de facturación de las empresas y por lo tanto de las bases imponibles agregadas de los principales tributos del sector público, es previsible que experimenten también serias dificultades para aumentar.

Y terminamos con una última razón, y no porque no puedan existir múltiples razones más. En una situación de deflación, el agregado macroeconómico por excelencia de una economía, el Producto Interior Bruto -PIB-, a pesar de poder registrar un incremento positivo interanual real por causa de una mayor producción de mercancías, también puede acabar reflejando en última instancia un nivel agregado inferior del PIB nominal respecto al ejercicio anterior. Todo debido a la contracción de los precios, lo cual no sería algo tan problemático, si no fuese porque la deuda pública en porcentaje del PIB nominal ya se aproximaba hacia el entorno del 100% en aquel momento -2011,2012,2013- en que existía inflación, y en que por lo tanto más fácilmente hubiera podido aumentar el PIB nominal.

Pero no queremos resistirnos a una cuarta última razón; porque la devaluación del yuan chino, que en la práctica supone el abaratamiento de las mercancías enviadas por China al resto del mundo, podría forzar aún más a la baja la actual deflación española, agravando el conjunto de problemas recientemente explicados. ¿O quizás no y al mantenerse los precios planos las grandes corporaciones españolas seguirían ensanchando sus márgenes empresariales?
Fuente: http://www.elcaptor.com/2015/08/asi-espana-inflacion-en-deflacion.html

Krugman cuestiona el objetivo del 2% de inflación establecido por el BCE

EFE
El premio Nobel de Economía considera que las metas deben ser superiores para crecer. Alerta del riesgo de deflación en un foro donde participa Draghi

viernes, 15 de agosto de 2014

El conocimiento no es poder

Uno de los mejores insultos que he leído en toda mi vida procedía de Ezra Klein, que ahora es redactor jefe de Vox.com. En 2007, describía a Dick Armey, expresidente de la Cámara de Representantes, como “la idea de una persona estúpida sobre cómo es una persona reflexiva”.

Es una frase graciosa aplicable a unas cuantas figuras públicas. El congresista Paul Ryan, presidente del Comité Presupuestario de la Cámara baja, es un excelente ejemplo actual. Pero es posible que estén riéndose de nosotros. Al fin y al cabo, esa gente a menudo domina el discurso político. Y lo que no saben los políticos o, lo que es peor, lo que creen saber pero no saben, puede hacernos daño.

¿Qué ha inspirado estas ideas pesimistas? Pues he estado mirando estudios de la Iniciativa sobre Mercados Globales, con sede en la Universidad de Chicago. A lo largo de dos años, este foro ha consultado periódicamente a un comité de destacados economistas que representan a un amplio espectro de escuelas y tendencias políticas sobre cuestiones que van desde la economía de los deportistas universitarios hasta la eficacia de las sanciones comerciales. Por lo general, resulta que la controversia profesional acerca de un tema determinado es mucho menor de lo que pueda hacernos creer la cacofonía en los medios informativos.

Esto era sin duda cierto en el caso del sondeo más reciente, que preguntaba si la ley de recuperación y reinversión estadounidense —el estímulo de Obama— ha reducido el desempleo. Todos menos uno de los entrevistados respondieron que sí, con un saldo de 36 votos frente a uno. Una pregunta de seguimiento sobre si el estímulo merecía la pena arrojó un consenso algo menor, pero aun así abrumador, con 25 votos frente a dos...
 1 AGO 2014. Leer más en El País