El divulgador, que encontró en los números su tabla de salvación, pasa revista a su vida y su profesión en un libro de memorias con un punto de humor
El matemático John Allen Paulos, durante la entrevista en su casa en Filadelfia.
FERNANDO SANCHO
Era callado y tímido de niño, poco popular entre las chicas de adolescente y peculiar como universitario, pero en mates siempre fue bueno, muy bueno. Y eso que el profesor resultaba un verdadero ogro. Un día le discutió unas estadísticas de béisbol y este lo humilló en clase. Al cabo de unos meses regresó con un periódico bajo el brazo demostrándole que estaba en lo correcto y el maestro, lejos de reconocer el error y felicitar al alumno, lo riñó de nuevo y le ordenó sentar y callar. Pero John Allen Paulos (Denver, Colorado, 1945) regresó a su pupitre mucho más tranquilo ese día, con una sonrisa de satisfacción. “Recuerdo que entonces vi las matemáticas como una especie de protector omnipotente. Yo era pequeño y callado, y él era grande y gritón, pero yo tenía razón y podía demostrárselo”, recuerda en sus memorias el hoy también profesor Allen Paulos.
Tabla de salvación, ancla a la realidad, las matemáticas han sido todo o casi todo para el tipo ahora sentado en su butaca de Filadelfia, en una casa luminosa y sobria, en la que cuelga una pintura de La Pedrera de Barcelona. Al fin y al cabo, fueron las matemáticas las que le descubrieron que Papa Noel, Santa Claus, no podía existir. ¿Un solo hombre con regalos para tantos niños? El profesor de la Universidad de Temple, matemático premiado, gran divulgador científico y autor de El hombre anumérico o Un matemático invierte en Bolsa, hace repaso a su vida y a las matemáticas en un libro que, cómo no, se llama La vida es matemática (Tusquets). Es fácil imaginarse a aquel niño en el escritor delgado y de pelo encrespado que ahora habla veloz, atropellado y con los ojos abiertos de par en par sobre lo torpe que puede resultar a veces el pensamiento humano.
PREGUNTA. Ha pasado buena parte de su vida intentando explicar al mundo que las matemáticas (como dice aquella canción de amor) están en todas partes. ¿Ha visto algún progreso en estos años?
RESPUESTA. Es difícil hacer un pronunciamiento universal. Lo importante es tener claro que las matemáticas son algo más que la computación, los cálculos. Las fórmulas o las ecuaciones son a las matemáticas lo que la mecanografía a la escritura. Nadie dice: “Eres bueno mecanografiando, deberías escribir una novela”. Esa es una visión miope de las matemáticas, por eso la gente cree que son aburridas. Es como estudiar la gramática, si te quedas ahí, no valorarás la literatura española.
P. Algunas personas, al menos en España, se vanaglorian de no saber nada “de números”.
R. Lo sé… Y a nadie se le ocurre decir: “No sé nada de Shakespeare”. En un sentido lo que dicen es correcto, dada la idea que tienen de lo que son las matemáticas, pero esa es solo una parte.
Dice Paulos que los avatares de una biografía, muchas de las emociones humanas, tienen en realidad una base matemática. “Conforme se hace mayor la gente empieza a cansarse de las cosas. Quizá es una analogía extraña, pero si tiras una moneda 1.000 veces, a lo mejor te sale cara 508 veces, y es un récord. Lo repites, y te sale cara 503 veces, luego 513… Ese es un récord nuevo. Varios intentos después logras 523 caras. Pero está claro que los récords serán cada vez más infrecuentes. Y eso es lo que ocurre cuando vas haciéndote mayor”.
Debemos asumir que una imagen siempre tendrá más fuerza que un número. Se vio con la foto del niño sirio muerto en la playa”
P. Usted mismo se ríe de la imagen de los matemáticos. ¿Son así de frikis?
R. La verdad es que creo que todo el mundo es friki. Hay dos clases de personas: las que son muy raras y esas a las que no conoces demasiado bien…
Todos somos raros.
¿Sabe lo que es un matemático extravertido? Uno que mira a los pies de la persona con la que habla.
El introvertido lo hace mirando a sus propios pies…
Paulos suelta una pequeña risotada. Con los años, es de los matemáticos capaces de mirar a los pies del otro cuando habla, de los extravertidos.
P. También traza una relación interesante entre las matemáticas y el humor.
R. Sí, porque tienen varias cosas en común, una de ellas la elegancia. Un chiste muy largo, que no está bien escrito, no resulta gracioso. Tanto en el humor como en las matemáticas o la geometría es mejor ser elocuente, conciso, breve y agudo, con sorpresas… Se trata de coger todas las piezas y juntarlas de una manera elocuente. En matemáticas es lo que llamamos los modelos no estándar. Los modelos catastróficos son una especie de chiste…
P. ¿Perdone…?
R. Los modelos matemáticos son en sí mismo un chiste: si pones en una web de citas las características de lo que te gusta en una persona y dices que quieres que sea inteligente, social, que lleve ropa elegante… Entonces ese portal de citas te manda un pingüino. Es un chiste. Por eso en matemáticas hay que hacer modelos catastróficos, para que no te salga un pingüino.
P. ¿Las matemáticas, para usted, son más un lenguaje o un método?
R. Son una forma de pensar, afrontar las cosas desde el punto de vista de ¿cuántas veces ha ocurrido algo? Por ejemplo, los asesinatos de policías en este país. La gente dice que es terrible, que es una conspiración… Pero en los setenta había más de dos veces más asesinatos de policías al año que ahora, y la población era mucho menor. La diferencia con entonces es que ahora lo tienes siempre en la televisión por cable, las cosas están mejor, pero hay un foco en los medios.
P. En España, por ejemplo, los crímenes de la violencia machista ganaron entidad en tanto que se empezaron a contar, a enumerar.
R. Cuando empiezas a contar algo, comienzas a saber y las cosas pueden mejorar.
P. Pero si se dice que las cosas existen en tanto que se las nombra, en este caso sería que existen en tanto que se las contabiliza.
R. Es parecido, es la segunda parte, primero nombras algo, así lo conoces, y lo empiezas a contar.
P. Dice que el factor emocional pesa más que los números. ¿Debemos asumir que una imagen siempre tendrá más fuerza que un número, por grande que sea?
R. Sí, eso se ha visto con Siria. Había un problema de refugiados desde hace tiempo, pero la imagen de ese niño muerto echado en la playa ha hecho que todo el mundo lo sepa. Intelectualmente, todos conocían que decenas de miles de personas están muriendo, pero… Bueno, la gente no es racional del todo, y eso tampoco es malo. Lo extraño de las personas es parte de la vida.
P. Usted perdió mucho dinero invirtiendo en Bolsa. ¿Cómo pudo creer que la racionalidad, las matemáticas, le ayudarían en algo así?
R. Creo que si entiendes el mercado hasta donde es entendible… no puedes hacer nada. El mercado, en general, suele tender a subir con el tiempo y el único consejo, probablemente, es comprar una cesta de valores diversificada, así con el tiempo te irá bien. Trump dice que tiene una fortuna de unos 10.000 millones de dólares, aunque Forbes lo reduce a 3.000 millones. Ellos calcularon que si hubiese tomado la herencia que recibió de su padre en 1987 y la hubiese puesto en un índice de bonos de bajo coste, tendría ahora 30.000 millones de dólares. Solo se hubiese tenido que echar en la cama, peinarse y tener mucho más dinero, pero él siempre se retrata a sí mismo como un gran hombre de negocios.
P. ¿Cuánto perdió?
R. Unos 500.000 dólares, pero el libro que escribí al respecto fue bastante bien, me reportó 300.000, así que las pérdidas fueron de 200.000.
P. Cree que las biografías están llenas de mentiras. ¿La suya?
R. He intentado ser sincero, pero seguro que hay errores. Yo en general no me creo lo que dice la mayoría de la gente. Los aspectos factuales deben ser correctos, es decir, nacieron aquí, se graduaron allí… Pero las historias que cuentan… Por ejemplo, en un adulterio. ¿Lo cuenta el adúltero o el traicionado? ¿O el amante?
P. Hay herramientas para detectar esos “errores”.
R. Los psicólogos han estudiado que se tienen muchos más recuerdos de joven porque es cuando se establece la identidad, y los más recientes. En algunas biografías hay recuerdos que son muy frecuentes cuando no deberían serlo, por ejemplo recuerdos de los treinta o los cuarenta.
P. También se ha dicho de las matemáticas que no son una ciencia porque no tienen que hacer concesiones a la realidad.
R. No hay nada más básico que dos más dos son cuatro, pero si tomas dos vasos de agua y dos de azúcar no obtienes cuatro vasos de palomitas azucaradas. La gente se obceca en esas excepciones… Pero la mayoría de veces dos más dos sí suman cuatro.
Todo un alivio.
La vida es matemática. John Allen Paulos. Traducción de Dulcinea Otero-Piñeiro. Tusquets. Barcelona, 2015. 239 páginas. 18 euros.
https://elpais.com/cultura/2015/11/26/babelia/1448562080_794094.html
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martes, 7 de abril de 2020
domingo, 5 de abril de 2020
_- El futuro era esto. Las predicciones para 2020 están en la papelera. La pandemia lo ha cambiado todo a peor
_- Una de mis citas favoritas es del matemático John Allen Paulos: “Nadie dijo en 1900: ‘Ya solo faltan cinco años para que se descubra la teoría de la relatividad”. Allen Paulos reflexionaba entonces sobre las Bolsas, entre otras cosas porque había perdido todos sus ahorros al estallar la burbuja tecnológica de los noventa. Su frase revela en un destello en qué consiste el gran problema de la teoría del mercado eficiente, donde se supone que las virtudes y carencias de las empresas ya están descontadas en el valor bursátil de sus acciones. El problema es que las verdaderas novedades son por definición impredecibles. Nadie dijo en 1900 que ya solo faltaban cinco años para que Einstein descubriera la relatividad. Y nadie predijo hace tres meses la pandemia de coronavirus. Lo predecible, en efecto, ya está descontado por los mercados, así que lo único que verdaderamente altera la economía financiera es lo que nadie ha predicho. El virus más famoso de nuestro tiempo, el SARS-CoV-2, es el ejemplo perfecto.
Estoy revisando las predicciones más solventes para 2020 que se hicieron en diciembre. El año iba a estar dominado por la elección presidencial en Estados Unidos que debía decidir si Trump aguanta una segunda legislatura. La guerra comercial, e incluso cultural, entre China y Norteamérica decidiría el futuro de la tecnología y el comercio mundial. El destino de Irán y Oriente Próximo iba a depender por completo de la reconstrucción de los tratados antinucleares internacionales que la Casa Blanca se había cargado en los meses y años anteriores. La amenaza de una nueva recesión iba a venir de la reacción nacionalista a los tratados globales de comercio. Beber alcohol se pasaría de moda un siglo después de la Ley Seca y Al Capone. Los mayores de 65 iban a vivir una edad dorada en que su edad ya no sería un impedimento para seguir contribuyendo a la sociedad. Las grandes ambiciones europeas de Ursula von der Leyen, la crisis de popularidad de Emmanuel Macron, el frenazo de la economía alemana, todo se ha disipado como un suspiro en la tormenta al llegar lo único que los mercados no tenían descontado. El coronavirus. Lo imprevisible.
Sabemos ahora que esa minúscula entidad biológica que hemos importado de algún animal desde un mercado vivo de Wuhan ha puesto patas arriba medio planeta y pronto colonizará el otro medio. Cuando apunte el verano, la economía mundial –tú y yo, desocupado lector— habrá sufrido un hachazo del 10% del PIB (producto interior bruto, una medida de la riqueza de cada país) en el primer cuatrimestre. La gente llevará meses confinada y acusará los daños psicológicos de esa situación, como ansiedad, depresión, irritabilidad y estrés postraumático. Muchos habrán muerto, y muchos más regresarán a una penuria que ni siquiera habían abandonado del todo, la inversión se congelará y el paro juvenil se agravará. El futuro era esto.
https://elpais.com/ciencia/2020-04-03/el-futuro-era-esto.html
Estoy revisando las predicciones más solventes para 2020 que se hicieron en diciembre. El año iba a estar dominado por la elección presidencial en Estados Unidos que debía decidir si Trump aguanta una segunda legislatura. La guerra comercial, e incluso cultural, entre China y Norteamérica decidiría el futuro de la tecnología y el comercio mundial. El destino de Irán y Oriente Próximo iba a depender por completo de la reconstrucción de los tratados antinucleares internacionales que la Casa Blanca se había cargado en los meses y años anteriores. La amenaza de una nueva recesión iba a venir de la reacción nacionalista a los tratados globales de comercio. Beber alcohol se pasaría de moda un siglo después de la Ley Seca y Al Capone. Los mayores de 65 iban a vivir una edad dorada en que su edad ya no sería un impedimento para seguir contribuyendo a la sociedad. Las grandes ambiciones europeas de Ursula von der Leyen, la crisis de popularidad de Emmanuel Macron, el frenazo de la economía alemana, todo se ha disipado como un suspiro en la tormenta al llegar lo único que los mercados no tenían descontado. El coronavirus. Lo imprevisible.
Sabemos ahora que esa minúscula entidad biológica que hemos importado de algún animal desde un mercado vivo de Wuhan ha puesto patas arriba medio planeta y pronto colonizará el otro medio. Cuando apunte el verano, la economía mundial –tú y yo, desocupado lector— habrá sufrido un hachazo del 10% del PIB (producto interior bruto, una medida de la riqueza de cada país) en el primer cuatrimestre. La gente llevará meses confinada y acusará los daños psicológicos de esa situación, como ansiedad, depresión, irritabilidad y estrés postraumático. Muchos habrán muerto, y muchos más regresarán a una penuria que ni siquiera habían abandonado del todo, la inversión se congelará y el paro juvenil se agravará. El futuro era esto.
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