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lunes, 17 de enero de 2022

_- El momento decisivo de la legislatura.

_- Al esfuerzo que han hecho los negociadores del texto por alcanzar un denominador común merece que se le dé una oportunidad de comprobar cuáles son los efectos que surte. Una norma jurídica no se sabe realmente lo que puede dar de sí hasta el momento en que es aplicada

Hasta el momento, a pesar de la enorme turbulencia política y económica casi desde el día en que Pedro Sánchez fue investido presidente del Gobierno, la mayoría parlamentaria de la investidura se ha venido consolidando a través del ejercicio de las potestades legislativa y presupuestaria, que son las dos primeras funciones que el artículo 66.2 de la Constitución atribuye a las Cortes Generales. La mayoría de investidura se ha venido confirmando de manera reiterada como mayoría de gobierno, algo que no había ocurrido desde 2016.

En este mes de febrero de 2022 esa confirmación de la mayoría de investidura como mayoría de gobierno se va a ver sometida a una prueba más dura que todas aquellas por las que ha tenido que pasar en estos dos últimos años. El Congreso de los Diputados tiene que convalidar el Real Decreto-ley mediante el cual se ha aprobado la reforma laboral.

Aunque formalmente el Real Decreto-ley ha sido dictado por el Gobierno, todo el mundo sabe que el texto ha sido pactado con los agentes sociales que, conviene recordar, tienen un reconocimiento de su relevancia constitucional nada menos que en el artículo 7 incluido en el Título Preliminar de la Constitución.

Dada la naturaleza del pacto, lo más lógico y apropiado sería que el Real Decreto-ley fuera convalidado sin más, de acuerdo con lo previsto en el artículo 86.2 de la Constitución y que las Cortes no acordaran su tramitación, una vez convalidado, como “proyecto de ley por el procedimiento de urgencia”, posibilidad contemplada en el artículo 86.3 CE.

No creo que haya nadie que esté de acuerdo con lo establecido en dicho Real Decreto-ley al 100%. Ni siquiera los que han participado en la negociación. Pero parece ser, a tenor de las opiniones solventes manifestadas desde su aprobación, que supone una mejora de entidad respecto a la norma aprobada en su día por el Gobierno del PP sin negociación de ningún tipo.

Al esfuerzo que han hecho los negociadores del texto por alcanzar un denominador común merece que se le dé una oportunidad de comprobar cuáles son los efectos que surte. Una norma jurídica no se sabe realmente lo que puede dar de sí hasta el momento en que es aplicada. Esto ocurre con casi todas las normas jurídicas, pero más que en casi todas en una como la que acaba de ser aprobada para la reforma del mercado de trabajo.

Como nada impide que, una vez convalidado el Real Decreto-ley y comprobada si su eficacia es la que los negociadores esperan o no, se pueda proceder a su reforma, debería darse un voto de confianza a los negociadores y posponer la tramitación de un proyecto o una proposición de ley de reforma a la valoración que se hiciera de la experiencia acumulada mediante su aplicación.

Reabrir en sede parlamentaria en abstracto el debate antes de que se haya comprobado a través de la aplicación la eficacia de la reforma aprobada introduciría incertidumbres que se añadirían a las que ya se están generando como consecuencia de la propagación de las nuevas variantes de la Covid-19, el aumento de la inflación, la interrupción de las cadenas de suministros de componentes básicos para la producción industrial…

Cosa distinta es que en el debate previo a la convalidación se pongan de manifiesto cuales son las dudas que la norma suscita y que se pueda alcanzar un compromiso acerca de una rendición de cuentas ante el Congreso de los Diputados acerca de los resultados de la aplicación, a fin de que, si se considera conveniente, se puedan introducir las rectificaciones pertinentes. Se podría extender el compromiso a la fijación de una fecha razonable para el debate de rendición de cuentas.

En alguna ocasión ya he adelantado que la reforma laboral era la exigencia inexcusable de esta legislatura. En pocas semanas tiene que pasar la prueba decisiva.

martes, 17 de agosto de 2021

Situación límite

https://www.juantorreslopez.com/

El gobierno ha anunciado ya las condiciones en que se producirá la desescalada material de la situación de alarma en la que nos encontramos pero las empresas y trabajadores autónomos se encuentran en una situación de enorme incertidumbre e inseguridad que incrementa peligrosamente la vulnerabilidad de nuestra economía.

Nadie puede negar que la situación a la que se está haciendo frente es sumamente difícil, que no había protocolo alguno que estableciera lo que había que hacer y lo que no en esta emergencia sanitaria y económica y que, por mucho que se quiera comparar, la situación de cada país es distinta no sólo por el acierto o desacierto de los gobiernos que, en este momento puntual, han tenido que hacer frente a la pandemia. Es seguro que de no haberse producido los recortes en servicios públicos (sobre todo, sanitarios) que se han llevado a cabo en España en los últimos años, de haber estado en otra situación nuestras residencias de mayores, por ejemplo, la evolución del daño hubiera sido distinta. Lo mismo que, pasado el tiempo, se analizará el efecto tan negativo que está teniendo la decepcionante respuesta de la Unión Europea, incapaz de actuar como lo que se supone que es, un grupo de países que unen sus esfuerzos con un destino compartido y común.

Tampoco creo que nadie pueda poner en duda la firme voluntad que está teniendo este gobierno para evitar que las personas y grupos sociales más desfavorecidos sufran en mayor medida que los demás las consecuencias terribles de la pandemia, como nos consta que ocurrió en crisis anteriores.

Circunstancias como esas hay que tenerlas en cuenta, pero no se pueden utilizar para ocultar los errores que se cometan y las lagunas que se observan en las medidas que se estén aplicando. Hay que tratar de desvelarlos con lealtad y contribuir de la manera en que cada uno mejor pueda a corregirlos.

En los próximos días y semanas se va a ir produciendo la reactivación de la vida económica y, sin embargo, las empresas y trabajadores no tienen las mínimas certezas de las que hay que disponer para abrir los negocios con un mínimo de seguridad.

Esto es algo muy importante y que el gobierno quiero creer que ya habrá considerado: puede ocurrir que haya muchas empresas que decidan no volver a abrir, a pesar de poder hacerlo ya, si no disponen de información suficiente sobre lo que vaya a suceder con las ayudas que hasta ahora estén recibiendo o con la gestión de sus plantillas.

El gobierno debe informar cuanto antes de la estrategia que va a seguir en esas materias y más vale ser cauto, poniéndose en el peor de los lugares, que no tratar de contentar a todos ofreciendo escenarios que luego no vayan a poder cumplirse, como ya ha ocurrido en varias ocasiones.

Miles de empresas y trabajadores autónomos están gastando su ahorro o se están endeudando para seguir pagando gastos que son ineludibles y una gran parte se empieza a encontrar en una situación límite, sin saber si van a contar con más ayudas, si el plan de desescalada será firme o si, a la vuelta, el tipo de negocio que habían desarrollado va a seguir teniendo la misma demanda o podrá llevarse a cabo en las condiciones de siempre.

Es cierto que el gobierno se enfrenta a las mismas incertidumbres y que tiene muchas más dificultades que una empresa en concreto para determinar qué va a ocurrir en el futuro más inmediato, pero, desgraciadamente, este argumento no vale en una situación de emergencia. Si se va a dejar caer a las empresas se debe decir cuanto antes porque el destrozo y el coste que sufriremos todos serán mucho mayores si, por no querer asumirlo ahora, se va dejando que sea el tiempo quien vayan pasando la cuenta.

Sigue siendo imprescindible que las empresas reciban ayuda incluso cuando se haya producido la vuelta a la actividad. Esta no va a ser ni inmediata ni completa, de modo que será un error memorable que se deje que todas las empresas y todos los trabajadores autónomos reemprendan sus negocios como si sólo se tratara del despertar de una mala noche en una mala posada. El gobierno debe ofrecer cuanto antes una estrategia de apoyo, todo lo modulada que haga falta pero efectiva y que no puede seguir pasando por fomentar su endeudamiento. En una situación como esta, es el Estado quien debe endeudarse y no miles de empresas y trabajadores autónomos. Aunque, eso sí, ese endeudamiento gubernamental debe ser entendido, asumido y apoyado por la ciudadanía como un esfuerzo imprescindible de la nación en su conjunto y que debe ser asumido por cada uno en función de nuestra particular capacidad de pago. Para lo cual es fundamental que exista liderazgo y mucha y buena pedagogía.

En concreto, creo que deben contemplarse tres cuestiones principales.

La primera, la ayuda en metálico que no sólo no puede desaparecer, sino que se debe hacer mucho más ágil y efectiva.

La segunda es el paréntesis fiscal que debe continuar, para evitar que la vuelta a la actividad produzca el ahogo definitivo de la ya de por sí escasa liquidez de las empresas y autónomos. El calendario fiscal debe dar prioridad ahora a su salvamento y el Estado deberá cubrir -endeudándose en lo que haga falta, como acabo de decir- el roto que eso lógicamente supone para las finanzas públicas. El coste que todos tendremos que asumir más adelante si no lo hace ahora será mucho mayor.

La tercera cuestión que hay que poner sobre la mesa con carácter inmediato y urgente es la relativa a la gestión de las plantillas de las empresas. Yo he defendido y defiendo que hay que evitar que haya empresas que utilicen las ayudas recibidas del Estado para cambiar con oportunismo su plantilla (como, desgraciadamente, están haciendo muchas). Sin embargo, esa prevención no puede llevar a mantener una posición maximalista que puede tener un coste terrible en cuanto a pérdida de empleo se refiere.

Por un lado, es evidente que la vuelta a la actividad no va a ser, como he dicho, ni completa ni inmediata. Y, por otro, también lo es que muchas empresas, afortunadamente, han comenzado ya a reinventarse o lo van a hacer enseguida. Cuando abran tendrán que acomodar su negocio a los nuevos planes de gasto de los consumidores, a los miedos y nuevas pautas de consumo, a la exigencia del distanciamiento… o puede ser que incluso hayan virado completamente su actividad para poder sobrevivir. Lógicamente, todo eso tiene un efecto directo sobre su política de personal, así que no se puede pretender que, por mucha que haya sido la ayuda que hayan recibido, mantengan una misma estructura de personal idéntica a la anterior.

Entre el malgastar la ayuda recibida o utilizarla con oportunismo y el realizar esos cambios positivos que a la postre salvan empleo, hay mucha distancia y las normas, por tanto, se deben establecer con enorme flexibilidad para poder contemplar la realidad de cada caso.

Por tanto, se debe hacer lo necesario para que los ERTES se vayan resolviendo de una manera flexible y adaptada. En otro caso, se puede dar lugar a que muchas empresas que pudieran comenzar a tener actividad decidan no reiniciarla si la demanda o las nuevas condiciones del negocio no les permiten (como es lógico que les ocurra en muchos casos) asumir a la totalidad de la plantilla anterior.

Prórroga fiscal y flexibilidad laboral negociada y bien definida son, en este momento, las claves para que la vuelta a la actividad no se convierta en un verdadero desastre. Aunque no es lo único imprescindible para evitarlo.

Tampoco se puede olvidar que es fundamental dar ayuda de choque y urgente a las familias que se encuentran en situación de carencia extrema y que no están recibiendo ningún apoyo. Me temo que una vez más se ha demostrado que lo mejor es enemigo de lo bueno. Tratar de configurar en situación de emergencia un mecanismo perfeccionado de ingreso mínimo, con todas sus cautelas y garantías, quizá no haya sido la mejor idea cuando la necesidad de miles de personas apura en tan gran medida.

Además de hacer lo que acabo de señalar, el gobierno debe evitar seguir cometiendo los tres errores garrafales que empañan hasta ahora la gestión que realiza de la crisis, eso sí, con una gran preocupación social.

En primer lugar, no puede seguir actuando como El Llanero Solitario frente a la pandemia. Me resulta verdaderamente incomprensible que este gobierno no se dé cuenta del coste político tan tremendo que le está suponiendo el no haber convocado desde el primer momento y permanentemente a todas los partidos políticos, agentes sociales y autoridades autonómicas y del Estado para realizar y protagonizar conjuntamente el seguimiento de la crisis. Cada día que pasa es un paso más hacia el abismo y no sé si aún se estará a tiempo de arreglarlo, pero el gobierno debe rectificar cuanto antes en este sentido.

En segundo lugar, y por razones obvias que no voy a detenerme a comentar, el gobierno debe mejorar también la comunicación de sus estrategias.

Finalmente, también se debe corregir cuanto antes el grave error de haber circunscrito el diseño del llamado plan de reconstrucción a una comisión parlamentaria sin apenas contenido, sin el apoyo necesario, que no parece que haya comenzado a hacer algo y, en principio, como algo ajeno a la propia actuación del gobierno.

Ya casi estamos en el día después (si el destino no nos devuelve en unos pocos meses a la casilla de salida y esto sí que tiene mucho que ver con la responsabilidad de las personas corrientes) y la ciudadanía no sabe qué va a pasar (más allá de las condiciones en que se producirá la desescalada), cómo vamos a salir de todo esto y de qué manera se podrá hacer frente a un futuro económico tan incierto. También me parece mentira que este gobierno no se dé cuenta, a la hora de pensar en el futuro, de lo importante que es la complicidad social y ciudadana, la participación de todas las personas y organizaciones que llevan pensando en los problemas de España durante años e incluso resolviéndolos en el día a día. Cuanto antes, con la máxima urgencia, el gobierno debería hacer una gran convocatoria nacional que permita aflorar la creatividad y el compromiso de los españoles de todas las comunidades y nacionalidades. En otras ocasiones hemos sido capaces de poner en marcha grandes proyectos y podríamos volver hacerlo ahora que es mucho más necesario.

https://www.juantorreslopez.com/situacion-limite/#more-8794

sábado, 14 de agosto de 2021

Las vacunas salvan vidas. Covid: el hombre que vio morir en una semana a sus padres y a un hermano que rechazaron la vacuna

Francis Gonçalves, quien reside en Gales, Reino Unido, utiliza el dolor de perder a su madre, su padre y un hermano como impulso para advertir a otros sobre los riesgos de no vacunarse contra la covid-19.

Los tres vivían en Portugal y decidieron no vacunarse, influenciados por noticias falsas sobre supuestos riesgos de la inmunización que no tienen base científica.

En julio, los tres murieron en el curso de una semana por complicaciones de la covid, que parecen haber contraído durante un evento familiar.

"Ellos no aprovecharon la oportunidad para vacunarse porque tenían miedo. Mis padres tenían problemas de salud crónicos, pero deberían haberse vacunado. Hubo tanta confusión sobre este tema", relató Gonçalves.

"Sé que muchas personas eligen no recibir la vacuna. Pero deberían intentar ver el problema desde otra perspectiva y preguntarse, por ejemplo, ¿por qué alguien administraría estas dosis si fueran dañinas?"

Seguir leyendo,
https://www.bbc.com/mundo/noticias-58201080

miércoles, 14 de julio de 2021

_- Jóvenes irresponsables y Hoy es el día nacional de Francia, la toma de la Bastilla.

_- Me produce indignación, rabia y pena ver en la televisión a esos grupos de jóvenes irresponsables bebiendo y bebiendo sin respetar la distancia exigida para evitar el contagio (en alguna cadena he oído hablar de “brotellones”).La estupidez de algunos y algunas a quienes los periodistas acercan el micrófono es asombrosa: “Yo no tengo miedo”, “Eso del virus es un cuento”, “Nos quieren asustar”, “Para eso somos jóvenes”, “Hay que divertirse”… El problema no es solo suyo, claro está. Si una persona joven decide despreciar la vida de forma imbécil haciendo botellón sin garantías de seguridad, está en su derecho. Pero no tiene derecho a poner en peligro a nadie. Sus padres y sus abuelos, que les dan el dinero para que se diviertan y que luego son contagiados por ellos, tienen pleno derecho a estar sanos y a que nadie les tenga que llevar contra su voluntad a la UCI o al cementerio.

Algunos jóvenes tienen una mezcla de inconsciencia y de irresponsabilidad que difícilmente se puede explicar. Es probable que muchos se sientan arrastrados por esa masa en la que decir o hacer algo razonable merece desprecio, en la que recordar que hay que protegerse del virus es motivo de expulsión. Hay que ser aceptado en el grupo al precio que sea. Probablemente cada uno se comportaría de otra manera en soledad, pero en grupo, hay que seguir las leyes no escritas de la manada.

También ha influido en ese relajamiento el hecho de que se haya autorizado, quizá prematuramente, a liberar del uso de mascarillas en el exterior (aunque se exija cuando no hay distancia). Algunos han confundido el “no hay mascarillas” con el “no hay virus”. Algunos tienden fácilmente a coger el rábano por las hojas.

Un tercer motivo es el efecto estampida. Después de haber estado sometidos a restricciones, el menor resquicio es utilizado como una ocasión de desmadre. Todos hemos sentido la angustia del largo confinamiento. Es comprensible que exista un deseo de romper las cadenas pero, vamos, ya tienen edad nuestros jóvenes para frenar ese impulso con racionalidad y con ética.

La docente y escritora Marta Marco Alario, jefa de estudios adjunta de un Instituto de Enseñanza Media al que pertenecían dos alumnos que hicieron el escandaloso viaje a Mallorca en el que se produjo un contagio masivo, ha escrito una carta llena de indignación y de tristeza en la que les dice a los jóvenes: “Os vais a Mallorca en busca del coronavirus después de que durante meses en el Instituto, nos hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras familias”.

Reproduzco algunos párrafos de esa carta que está llena de tristeza y decepción. Sería bueno que la leyesen muchos jóvenes y muchos padres y madres.

“Hasta donde pueda llegar mi testimonio desde este rinconcillo os contaré que este viaje lamentable no tiene nada que ver con el Instituto (y puedo afirmar que con ninguno)…

Han jugado a ser adultos viajando a kilómetros de sus hogares para, no nos engañemos, cogerse una cogorza detrás de otra lejos de padres/madres.

Recoge la noticia de prensa, sigue diciendo, que los estudiantes han dicho que no les obligaban a llevar mascarilla. ¿Perdón? ¿En serio? A estas alturas, ¿hay que obligar a futuros universitarios a llevar mascarilla?

A veces pienso que el ser humano está mejor confinado. Luego pienso que la mezquindad es minoritaria y me consuelo un poco. Pero poco, porque si algo he aprendido este año, con toda la información que manejo como jefa de estudios adjunta, como coordinadora Covid y como rara avis que no entiende otra forma de vida que en sociedad, capaz de anteponer su grupo o a otro miembro de este frente a sí misma como ente individual, es que hemos vuelto a fracasar por culpa del individualismo, del egoísmo y de un egocentrismo mal gestionado.

Suma y sigue. Esta jefa de estudios adjunta ...



5 cosas que quizás no sabes sobre la historia de la Bastilla y su toma, el evento que cambió a Europa para siempre. https://www.bbc.com/mundo/noticias-57749185

sábado, 19 de junio de 2021

Covid-19 y desigualdad de género: diferencias con otras crisis

En los últimos años se han estudiado con gran número de datos y mucho rigor los efectos muy desiguales de las crisis y recesiones económicas sobre las mujeres y los hombres. Todas esas investigaciones, entre las que destacaría las realizadas en España por las profesoras Lina Gálvez y Paula Rodríguez, muestran conclusiones muy semejantes: se destruyen más empleos ocupados por hombres pero las mujeres pierden más ingreso, un gran número de ellas cae en la pobreza y, además, se ven afectadas por otras consecuencias negativas, desde la exclusión financiera a la intensificación en los horarios de trabajo doméstico, pasando por la violencia machista o el mayor número de problemas psicológicos o de salud en general. Unos peores efectos que se agravan a medida que las mujeres forman parte de clases sociales de menor ingreso o de grupos discriminados por razones de raza o nacionalidad.

La pandemia de la Covid-19 ha producido una nueva crisis que vuelve a tener esos efectos muy desiguales sobre mujeres y hombres aunque, en este caso, tiene diferencias relevantes respecto a las anteriores que es muy importante tomar en consideración para poder adoptar políticas que avancen hacia la igualdad y el bienestar de todos los seres humanos sin distinción.

Aunque todavía es pronto para saber con certeza si estos procesos diferentes a los que se han dado en otras crisis anteriores se van a consolidar o no, vale la pena comentarlos para poder tenerlos en cuenta desde el principio.

La primera diferencia es que la crisis provocada por la pandemia produce una mayor caída en el empleo femenino.

Hasta ahora, lo normal había sido lo contrario porque el empleo de los hombres ha estado y está vinculado en mayor medida a sectores de actividad más afectados por el ciclo (actividades industriales o construcción, por ejemplo). Por el contrario, el de las mujeres suele predominar en sectores menos cíclicos, a cuya actividad habían afectado menos las idas y venidas de economía.

Sin embargo, la crisis de la Covid-19 ha producido un efecto contrario por dos razones y las mujeres han tenido un 19% más de riesgo de perder el empleo que los hombres

En primer lugar, porque se ha reducido la actividad en un gran número de actividades de empleo «feminizado» (hostelería, turismo, pequeño comercio…), en la economía informal o el autoempleo, en donde predominan las mujeres. En segundo lugar, porque la progresiva incorporación de las mujeres a la actividad laboral durante los últimos años ha ido disminuyendo esa diferencia, dando lugar a que cada vez más empleos ocupados por mujeres sean de los que se ven más afectados por el ciclo, es decir, los que tradicionalmente ocupaban los hombres.

Esta mayor pérdida de empleos femeninos en la crisis actual puede tener efectos muy negativos si la actividad no se recupera pronto. Sabemos por otras crisis que el empleo y el ingreso perdido en las recesiones y, sobre todo, el de quienes lo pierden después de haber accedido por primera vez al mercado laboral, se recupera con mucha más dificultad que el perdido en etapas de expansión.

Una segunda diferencia de esta crisis respecto a otras anteriores, en relación con la desigualdad de género, es que en esta se ha incrementado en mucha mayor medida la demanda de trabajo doméstico no remunerado.

Esto es algo que casi siempre ocurre en las crisis, pues suelen venir acompañadas de menos gasto de mercado en cuidados o enseñanza infantil. Pero en la provocada por la pandemia se ha producido en mucha mayor medida por el cierre total o parcial de las escuelas y porque el distanciamiento o la enfermedad han hecho más difícil el recurso a las redes familiares.

Como es sabido, el patrón de reparto del trabajo doméstico en muy desigual, pues lo realizan las mujeres en mucha mayor medida (72% de media en el mundo). Y está claramente comprobado que en estos casos se intensifica su dedicación horaria, algo que de nuevo a vuelto a ocurrir en esta crisis, incluso cuando los hombres han estado también confinados o teletrabajando.

En concreto, se ha podido comprobar que la extensión del teletrabajo no ha producido efectos benefactores semejantes entre mujeres y hombres pues, además de esa intensificación de horarios, ha alterado la distribución del tiempo entre el trabajo y el ocio e incluso ha desempoderado a muchas mujeres en el espacio del hogar, al relegarlas a los lugares más incómodos a la hora de llevar a cabo su trabajo profesional.

Además, y para un gran número de mujeres, el tiempo de confinamiento total o parcial, de actividad limitada y cambio en el empleo o en los hábitos domésticos, puede haber supuesto un hándicap de efectos muy duraderos para sus carreras profesionales. Sobre todo, porque esas mismas condiciones han supuesto un empuje extraordinario para las personas (hombres en su gran mayoría y otras mujeres) que no han tenido que hacer frente a la pandemia con sobrecarga de trabajo. Están por ver los efectos a medio plazo de esta crisis sobre la carrera profesional o la salud de millones de mujeres.

Esas son diferencias con crisis anteriores que no cambian, sin embargo, lo fundamental: su daño sobre las mujeres es mayor que sobre los hombres y eso es, precisamente, lo que indica que promover la igualdad y diseñar las políticas contra la crisis con perspectiva de género es un requisito indispensable para hacerles frente con éxito desde el punto de vista económico y con más democracia, justicia y libertad.

Ahora bien, junto a estas diferencias negativas para las mujeres de la crisis provocada por la Covid, hay que considerar otras que podríamos decir que responden a procesos que sirven como fuerzas compensadoras o, incluso, me atrevería a decir que liberadoras y que es muy importante tener presentes para poderlos reforzar en la mayor medida de lo posible.

El primero de ellos es que cada vez más empresas y los responsables de las administraciones públicas empiezan a ser conscientes de las ventajas que lleva consigo la flexibilidad y la organización del trabajo que permiten una mejor combinación entre las tareas profesionales y las personales. Es cierto que no se trata, ni mucho menos, de una tendencia generalizada pero sí me parece un proceso ya en curso, que se abre paso con fuerza y que podría ser irreversible si se alienta e incentiva y si se dispone de la ayuda necesaria para consolidarlo con eficiencia y equidad. Algo muy importante para combatir la discriminación laboral y personal que sufren las mujeres.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que han sido mucho más hombres que mujeres (33% frente al 23% en España) los que han podido recurrir al teletrabajo y que muchos de ellos lo han hecho mientras que las mujeres mantenían el empleo presencial, es decir, teniendo que hacerse cargo del trabajo doméstico. Aunque aún no se dispone de evidencias suficientes, algunas investigaciones iniciales comienzan a mostrar que esto puede haber ayudado muy significativa y positivamente a cambiar las pautas de distribución del tiempo de trabajo no remunerado en el hogar, disminuyendo así la enorme brecha de corresponsabilidad que se da entre mujeres y hombres.

Es pronto para saber si eso va a abrir un proceso perdurable de cambio pero, ante esa incertidumbre, lo que hay que hacer es justamente ayudar a que se consolide esa tendencia, no solo con políticas económicas como las actuales, tendentes a asegurar el empleo remunerado femenino, sino también con otras más bien culturales que fomenten la conciencia, la necesidad de cooperación y el cambio de valores sociales.

Se ha comprobado, por ejemplo, que la incorporación de las mujeres a la actividad laboral en la segunda guerra mundial, en los empleos de todo tipo que dejaban vacantes los hombres que iban al frente, fue contingente, pues al acabar la guerra volvieron a «sus» tareas domésticas. Pero sabemos, sin embargo, que esa experiencia fue decisiva como impulso a medio y largo plazo de los cambios que llevaron a aumentar definitivamente la presencia de las mujeres en el empleo remunerado.

Se trata, pues, de una tendencia, ahora quizá solo naciente, pero cuyo brote inicial también hay que reforzar.

Una tercera diferencia positiva respecto a otras crisis es que, hasta ahora, lo normal era que, cuando las cosas se ponían feas, lo primero que se dejaba de lado eran las medidas de promoción de la igualdad. Lo vimos, sin ir más lejos, en la España de la crisis de 2008, cuando inmediatamente se dejó de aplicar la Ley de Igualdad que se había aprobado meses antes.

Ahora, sin embargo, se está produciendo un fenómeno contrario muy positivo. Precisamente como consecuencia de las demandas y luchas feministas de los últimos años, se ha conseguido que la preocupación por la desigualdad de género esté presente, casi sin excepción, en los programas de actuación que llevan a cabo los gobiernos frente a la pandemia.,

Tampoco se puede decir que se esté haciendo a la perfección, en la suficiente o deseada medida y con el éxito que debiera ser necesario para reducir todas las brechas existentes. Es cierto. Pero, si se compara con lo ocurrido en crisis anteriores en las que sencillamente se anulaban las pocas normas existentes, la cantidad de medidas de contención de la discriminación y de promoción de la igualdad que se están adoptando supone un cambio sin precedentes.

De entrada, me parece ya muy significativo y de una importancia extraordinaria que algunos organismos internacionales comiencen a elaborar rastreadores para hacer un seguimiento en tiempo real de las medidas con perspectiva de género que adoptan los gobiernos. Las cifras que proporciona el de Naciones Unidas, por ejemplo, indican que en esta crisis se está llegando mucho más lejos que nunca en estos campos (aquí). Hasta la fecha, de las 3.112 medidas gubernamentales adoptadas contra la pandemia en todo el mundo, 1.299 son sensibles al género, es decir, apoyan directamente la seguridad económica de las mujeres (287), protegen el cuidado no remunerado para evitar la discriminación (180) o abordan o combaten la violencia machista (832).

Vuelvo a decir que ni esto es aún suficiente ni algo plenamente generalizado (basta ver en ese mismo rastreador las enormes diferencias por países) pero es innegable que representa un cambio sustancial frente a lo que ocurría en crisis anteriores, cuando ni siquiera se contaba con esta preocupación.

Finalmente, no se puede olvidar algo fundamental: nunca antes en la historia se había vivido una crisis con un número tan elevado de mujeres (aunque todavía sea insuficiente) a cargo de las más altas responsabilidades en el gobierno o las empresas.

También es pronto para comprobar si su presencia ha sido o no decisiva para darle un giro a las políticas. Para lograr que la gestión de los problemas sociales o empresariales responda a principios distintos a los que imprimen los hombres que llevamos cientos o incluso miles de años imponiendo los valores de la espada frente a los femeninos del cáliz, por utilizar los términos del magnifico libro de Riane Eisler (El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales) que acaba de publicar la editorial Capitán Swing.

Lo que está claro, en todo caso, es que sigue siendo fundamental tener presente que la crisis afecta de modo desigual a mujeres y hombres, que es muy injusto tratar igual a los desiguales, y que es imprescindible tener en cuenta las diferencias con las anteriores crisis y los nuevos procesos que se abren paso a la hora de diseñar las (imprescindibles) políticas de igualdad.

Fuente: Blog de Juan Torres López

lunes, 8 de febrero de 2021

_- La esterilidad del fuera de juego

_- La cláusula rebus sic stantibus opera también en el mundo de la Política. No exactamente igual que lo hace en el mundo del Derecho, pero también opera. De la misma manera que las estipulaciones contractuales pueden verse afectadas por el cambio en las circunstancias en las que fueron pactadas, también la posición política que cada partido tiene al comienzo de una legislatura como consecuencia del apoyo electoral que ha recibido, puede verse afectada por los cambios que se producen a medida que la legislatura avanza.

En realidad, la cláusula opera con mucha menos seguridad en el mundo de la Política que en el mundo del Derecho, pero con mucha más intensidad. En el mundo del Derecho hace acto de presencia ocasionalmente, muy ocasionalmente. En el mundo de la Política está presente de manera casi permanente. El capital que cada partido recibe en la forma de porcentaje de voto ciudadano en la jornada electoral, está sometido a una fluctuación permanente desde el día siguiente, en parte como consecuencia de la forma en que cada partido lo invierte y en parte como consecuencia de cómo invierten los demás el suyo. Y en parte por lo que ocurre fuera de la competición política propiamente dicha.

La irrupción de la Covid-19, por poner un ejemplo, está teniendo un papel importante en las relaciones jurídicas, que no pueden no verse afectadas por el cambio que el virus ha supuesto a escala mundial. La Covid-19 está activando jurídicamente la cláusula rebus sic stantibus como posiblemente no se ha producido nunca antes. Pero con no menos intensidad lo está haciendo en el mundo de la Política. Que se lo pregunten, si no, a Donald Trump, al que su reacción ante el "virus chino", como a él le gustaba llamarlo, le ha costado nada menos que la Presidencia de los Estados Unidos.

La Política es la síntesis de todas las contradicciones que se producen en una sociedad. Síntesis que se ve necesariamente afectada por las síntesis en todas las demás sociedades con las que está interconectada. Cuando las contradicciones se acentúan y cuando la conexión de las contradicciones propias con las de las demás sociedades, especialmente con las de aquellas con las que tenemos una relación más intensa, experimenta un cambio intenso, cada partido en cada sistema político tiene que ajustar su posición, si no quiere quedarse en "fuera de juego", que, como todo buen aficionado al fútbol sabe, es la posición estéril por antonomasia.

Después de algo más de 30 años en que la sociedad española vino haciendo una síntesis política de sí misma dentro de un "molde bipartidista" bastante previsible, se inició un cambio significativo a partir de las elecciones al Parlamento Europeo en mayo de 2014, cambio que no ha hecho más que acelerarse. El torbellino en que se ha convertido el sistema político español desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015 no ha hecho más que ir ganando en intensidad. En dos ocasiones se han tenido que repetir las elecciones generales ante la imposibilidad de investir a ningún candidato como presidente del Gobierno. Se han aprobado dos Presupuestos Generales del Estado en cinco años. Se ha aprobado por primera vez una moción de censura. Se ha recurrido por primera vez al artículo 155 de la Constitución, acompañado de juicios de los miembros del Govern y de la Mesa del Parlament por el Tribunal Supremo. Se ha formado por primera vez un Gobierno de coalición. Se ha hecho uso por primera vez del estado de alarma con prórrogas sucesivas. La dimensión "europea" de la política interna de cada uno de los países miembros de la Unión Europea ha adquirido una visibilidad extraordinaria. La enumeración no es exhaustiva, sino simplemente ejemplificativa.

Ante un cambio tan acelerado de las circunstancias en las que los partidos tenían que moverse, prácticamente todos lo han hecho, menos el PP. No todos han acertado por igual al moverse, pero todos se han movido. El PP es el que parece mantenerse en la misma posición política que definió José María Aznar en los años 90 y que es la que ha orientado su trayectoria desde entonces.

Cuando esa trayectoria quedó desarbolada tras el éxito de la moción de censura en 2018, el PP no ha sido capaz de reaccionar. Sigue instalado en la posición de que fue desalojado del Gobierno de una manera "ilegítima" en 2018 y de ahí no se mueve. Pedro Sánchez llegó al poder ilegítimamente y se ha mantenido desde entonces en el Gobierno de manera no menos ilegítima.

En torno a esa "ilegitimidad" ha girado su trayectoria. No a todo y en todo momento. Tanto si se trata de la prórroga del estado de alarma como de la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, de la ley de eutanasia como la renovación del Consejo General del Poder Judicial. No al Decreto sobre los fondos europeos para hacer frente a las consecuencias de la Covid-19. La enumeración vuelve a ser ejemplificativa.

Con esa posición está consiguiendo todo lo contrario de lo que persigue. Le ha dado entrada en el sistema político a Vox, que se está convirtiendo en un competidor cada día más serio para él. Ha conseguido levantar el cordón sanitario que impedía que Bildu pudiera participar como un partido político más en la vida política. Ciudadanos fue importante en la tercera prórroga del estado de alarma. ERC, juntamente con otros varios, lo fueron en los Presupuestos. Y hasta Vox ha sido decisivo en la aprobación del Decreto-ley sobre los fondos europeos.

El único partido que no ha aportado nada más que negatividad, que ha estado permanentemente en fuera de juego, y que ha sido, por tanto, completamente estéril a lo largo de toda la legislatura, ha sido el PP.

Veremos qué pasa tras las elecciones catalanas.

Fuente: 
Javier Pérez Royo. Profesor emérito de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla.

martes, 29 de diciembre de 2020

_- La madre de la vacuna contra la covid: “En verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. La bioquímica húngara Katalin Karikó pasó 40 años trabajando en la sombra y desarrollando avances claves para las inyecciones de Moderna y BioNTech

_- Una mujer nacida en una pequeña ciudad húngara y que creció feliz en una casa de adobe sin agua corriente ni electricidad es hoy una de las científicas más influyentes del planeta. Sus descubrimientos han sido fundamentales para hacer posibles las dos principales vacunas que pueden sacarnos de esta pandemia.

“Yo era una niña feliz. Mi padre era carnicero y me gustaba mirarle trabajar, observar las vísceras, los corazones de los animales, quizás de ahí me vino la vena científica”, cuenta Karikó a este diario desde su casa en las afueras de Filadelfia, en EE UU. Después de estudiar Biología en Hungría, Karikó fue a EE UU para hacer el doctorado en 1985 y jamás regresó. “Estuve a punto de ir a España con el grupo de Luis Carrasco, que estaba interesado en mi trabajo, también a Francia, pero la Hungría comunista ponía las cosas muy difíciles”, explica.

Ahora parece increíble pero, durante toda una década, la de los noventa, nadie apoyó la idea de Karikó: hacer tratamientos y vacunas basadas en la molécula del ARN, exactamente la misma que usan las de Moderna y BioNtech contra el coronavirus. “Recibía una carta de rechazo tras otra de instituciones y compañías farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar esta idea”, explica esta bioquímica de 65 años nacida en Kisújszállás, a unos 100 kilómetros de Budapest. Ella misma enseña en sus charlas una carta de la farmacéutica Merck rechazando su petición de 10.000 dólares para financiar su investigación. Ahora Moderna y BioNTech han recibido cientos de millones de euros de fondos públicos para desarrollar en tiempo récord sus vacunas de ARN mensajero, la misma idea que Karikó y otro pequeño grupo de científicos intentó impulsar hace 30 años sin éxito.

Durante toda una década, la de los 90, nadie quiso apoyar la idea de Karikó
La idea era buena, pero no estaba de moda. Querían usar una molécula frágil y efímera para curar enfermedades o evitar infecciones de forma permanente. El ARN es una molécula sin la que no podría existir la vida en la Tierra. Es el mensajero encargado de entrar en el núcleo de nuestras células, leer la información que contiene nuestro libro de instrucciones genético, el ADN, y salir con la receta para producir todas las proteínas que necesitamos para movernos, ver, respirar, reproducirnos, vivir.

Karikó quería usar las células del propio enfermo para que fabricasen la proteína que les curaría inyectándoles un pequeño mensaje de ARN. “Todo el mundo lo entiende ahora, pero no entonces”, lamenta la científica.

En aquellos años lo que triunfaba era la terapia génica, basada en cambiar el ADN de forma permanente para corregir enfermedades. Esa visión comenzó a relativizarse cuando se demostró que modificar el ADN puede generar mutaciones letales y cuando algunos pacientes murieron en ensayos clínicos.

“Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”
Otros pocos científicos que tuvieron la idea de desarrollar vacunas de ARN se estrellaron con el mismo muro que Karikó. “Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”, recuerda Pierre Meulien, jefe de la Iniciativa de Medicinas Innovadoras financiada por la UE. “En 1993 nuestro equipo del Instituto Nacional de Salud de Francia desarrolló un método para llevar ARN mensajero como terapia. Lo conseguimos, pero no pudimos llegar a la fase industrial porque en parte faltaba financiación”, recuerda.

“Nuestro equipo fue el primero en desarrollar una vacuna de ARN y también el primero en conseguir una ayuda de los institutos nacionales de salud para conseguir financiación de empresas y probarla en humanos”, recuerda David Curiel, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis. “Pero la empresa interesada, Ambion, nos dijo que la vacuna no tenía futuro”, añade.

Las vacunas de ARN generaban dudas. 
“La nuestra solo tenía efectos en algunos animales y en otros no”, recuerda Frédéric Martinon, coinvestigador del proyecto francés. “Gracias al trabajo de Katalin ahora sabemos por qué”, añade. Las vacunas de ARN planteaban dos problemas aparentemente irresolubles. Por un lado, no conseguían producir suficiente proteína. Por otro, el ARN mensajero podía generar una potente inflamación causada por el sistema inmune, que pensaba que el ARN introducido era de un virus. ¿Cómo podía ser que una molécula unas 50 veces más abundante en nuestro cuerpo que el propio ADN generase rechazo?

A principios de la década de 2000, Karikó seguía acumulando rechazos, ya como investigadora de la Universidad de Pensilvania. Un día fue a la fotocopiadora y se encontró con Drew Weissman, un científico recién llegado que venía del equipo de Anthony Fauci, una eminencia en VIH y que en la actualidad dirige el instituto público que ha desarrollado la vacuna junto a Moderna. Weissman quería la vacuna contra el virus del sida y acogió a Karikó en su laboratorio para que lo intentase con ARN mensajero.

En 2005 descubrieron que modificando una sola letra en la secuencia genética del ARN podía lograrse que no generase inflamación. “Ese cambio de uridina a pseudouridina permitía que no se generase una respuesta inmune exagerada y además facilitaba la producción de proteína en grandes cantidades. Sabía que funcionaría”, dice Karikó.

Su trabajo volvió a ser ignorado durante años. Los dos científicos patentaron sus técnicas para crear ARN modificado, pero la Universidad de Pensilvania decidió cedérselas a la empresa Cellscript. “Querían dinero rápido y las vendieron por 300.000 dólares”, explica Karikó.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia”
En 2010, un grupo de investigadores de EE UU fundó una empresa que compró los derechos sobre las patentes de Karikó y Weissman. Su nombre era un acrónimo de “ARN modificado”: Moderna. En pocos años, sin apenas publicar estudios científicos, recibieron cientos de millones de dólares de capital privado, incluidos 420 millones de dólares de Astrazeneca. La compañía prometía poder tratar enfermedades infecciosas con ARN mensajero. Casi al mismo tiempo, otra pequeña empresa alemana fundada por dos científicos de origen turco, BioNTech, adquirió varias de las patentes sobre ARN modificado de Karikó y Weissman para desarrollar vacunas contra el cáncer. En 2013, tras casi 40 años de trabajo prácticamente anónimo, Karikó fue fichada por BioNTech, de la que hoy es vicepresidenta.

“Sentí que era el momento de cambiar y pensé que podía aceptar el puesto para asegurarme de que las cosas iban en la dirección correcta”, dice Karikó. Las vacunas de Moderna y BioNTech, desarrollada junto a Pfizer, han demostrado una eficacia de al menos el 94%.

Hace apenas unos días, Karikó y Weissman se juntaron de nuevo para recibir la primera dosis de la vacuna de BioNTech. “No me causa ningún miedo”, dice la científica. “Si no fuera ilegal ya me habría inyectado en el laboratorio, pero a mí siempre me ha gustado seguir las normas”, explica. “La vacuna protege apenas 10 días después de la primera dosis, cuando la protección es del 88,9%. Con la segunda dosis aumenta al 95%. Hay algo muy importante. Hemos sacado sangre a los vacunados en los ensayos clínicos y hemos creado réplicas de todas las variantes del coronavirus que hay por el mundo. La sangre de estos pacientes, que contiene anticuerpos, ha sido capaz de neutralizar 20 variantes mutadas del virus”, resalta.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia. En verano probablemente podremos volver a la playa, a la vida normal. Y con más de 3.000 muertos diarios en EE UU no me cabe duda de que la gente se va a vacunar. Especialmente los mayores”, opina, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dice que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química Karikó entiende que haya personas que tengas dudas sobre estos fármacos “porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras. El ARN mensajero que usamos tiene la misma composición que el que fabricas tú mismo, en tus propias células. Es algo completamente natural y se hace a partir de nucleótidos de plantas. No hay nada extra desconocido y no se usan células de ningún animal, ni bacterias, nada”, destaca.

Hace unas semanas, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dijo a la revista STAT que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química. Kenneth Chien, biólogo cardiovascular del Instituto Karolinska en Suecia y también cofundador de Moderna, coincide: “Todas las empresas de ARN mensajero, incluida Moderna, existen gracias al trabajo original de Karikó y Weissman. Merecen la parte del león porque sin sus descubrimientos las vacunas de ARN no estarían tan avanzadas como para poder enfrentar esta pandemia”, resalta.

Pero en una historia tan asombrosa como la de esta vacuna no podían ser todo luces. Karikó tiene sus adversarios que discuten la importancia de su trabajo. “Kati no es la pionera, sería ridículo considerarla como tal”, espeta Hans-Georg Rammensee, inmunólogo de la Universidad de Tubinga. Este científico explica que su equipo demostró en 2000 que una inyección de ARN sin modificar generaba una respuesta inmune positiva en ratones. “Buscábamos una vacuna contra el cáncer”, señala. Ese mismo año Rammensee cofundó una empresa para desarrollar la vacuna, “pero el proyecto tardó mucho en despegar porque no había financiación”, explica. Esa empresa se llama Curevac y en la actualidad es la tercera competidora en la carrera de vacunas de ARN mensajero contra la covid. La UE ha apalabrado 225 millones de dosis con Curevac, si finalmente demuestra eficacia. Esta empresa no usa ARN modificado y Rammensee cree que ni ese ni ninguno de los otros avances de Karikó han sido determinantes. Aún así reconoce lo inevitable. “Sin nuestro estudio de 2000 no se habrían fundado ni Moderna ni Biontech, pero ellos han sido más rápidos en el desarrollo”.

Karikó declina los reconocimientos con una mezcla de humildad y orgullo. “En los últimos 40 años no he tenido ni una recompensa a mi trabajo, ni siquiera una palmadita en la espalda. No lo necesito. Sé lo que hago. Sé que esto era importante. Y soy demasiado vieja para cambiar. Esto no se me ha subido a la cabeza. No uso joyas y tengo el mismo coche viejo de siempre”, comenta. Cuando era una joven científica aún en su Hungría natal su madre le decía que algún día ganaría el Nobel. “Yo le contestaba, ¡pero si ni siquiera puedo conseguir una beca, ni siquiera tengo un puesto fijo en la universidad!”.

sábado, 26 de diciembre de 2020

Nicolás Sartorius «La nueva anormalidad»: ¿y si no queremos volver a lo de antes?

Mantenga las distancias sociales

Reconozco que en esta época de confinamientos y aislamientos mi confusión ha aumentado. Toda la vida peleando para que se redujesen las distancias sociales y ahora me entero, con desolación, que es necesario mantenerlas por razones sanitario-epidemiológicas. ¿No se podría haber encontrado otra manera de expresar la conveniencia de guardar las separaciones físicas entre personas a fin de dificultar los contagios? Si la distancia social fuese el remedio más eficaz para hacer frente a la Covid-19, España sería el país de Europa mejor dotado para derrotarle. Porque es verdad que somos una nación de personas muy roceras, aficionadas a rozarnos, abrazarnos y besuquearnos a la mínima ocasión, pero también a marcar distancias oceánicas cuando se trata del reparto de los posibles o caudales, o de establecer criterios de igualdad. La prueba de ello es que cuando se dio por finiquitada —es un decir— la crisis de 2008-2009, España era uno de los países más desiguales de Europa. Es bien cierto que, según los informes de la OCDE, en la última década, la desigualdad se ha ensanchado en todos los países de Europa, lo que no es ningún consuelo, si tenemos en cuenta que esta brecha entre pobres y ricos es más grande en nuestro querido país.

Si empezamos nuestro recorrido por la desigualdad «primaria» entre hombres y mujeres, cuya «distancia social» se supone que debe ser la más estrecha, observamos que se han dado avances notables que conviene situar en su contexto. Es decir, si comparamos la actual desigualdad con la de los años de la dictadura, o incluso con el periodo de la Transición, la mejora es indiscutible. La creciente participación de la mujer en los diferentes ámbitos de la vida en sociedad es verificable y cuantificable. Quizá haya sido una de las mayores transformaciones de la sociedad española, por no decir la más relevante. 

Si uno ha tenido la ocasión de conocer, por razón de edad, las condiciones de las mujeres durante las ominosas décadas de la dictadura, se atrevería a decir que se ha tratado de una auténtica revolución. Sin embargo, como la vida es así de dialéctica, todo es relativo y este nuevo panorama de la mujer española hay que compararlo con los países similares de Europa, que también han seguido mejorando en este asunto. Así, en el Índice de Desigualdad de Género (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, 2015), España ocupaba el puesto número quince por detrás de Dinamarca, Países Bajos o Alemania, pero por delante de Italia, Japón o Estados Unidos. 

Si tomamos otro índice del mismo organismo de Naciones Unidas sobre desarrollo de género, que en este caso se centra en tres aspectos —salud, conocimiento y desarrollo humano—, comprobaremos que entre 160 naciones analizadas España ocupa el lugar 36, lo que no está mal pero tampoco es como para tirar cohetes. [...]

La crisis económica de 2008-2009 y su nefasto tratamiento fueron devastadores desde la perspectiva de la igualdad y, sobre todo, de la cruda pobreza absoluta y relativa. Ya en el año 2007, España padecía una de las tasas más altas de indigencia entre los países de la Unión Europea para los diferentes grupos de edad: un 25,5% para la población infantil y un 19,7% para los de mayor edad. Durante la crisis, la situación empeoró todavía más, pues aumentó en más de trece puntos porcentuales, hasta situarnos en el 33,4% de la población en pobreza relativa. Lógicamente, en los tramos de mayor edad, la penuria disminuía debido al colchón que significaba el sistema de pensiones públicas. 

Ahora bien, ¿por qué en España es mayor la desigualdad y la pobreza que en la mayoría de los países de la Unión Europea? ¿Por qué tenemos esta cultura del abrazo, los golpes en la espalda, el besuqueo y el compadreo y luego somos tan poco igualitarios en lo fundamental, como son las condiciones de vida y de trabajo? ¿Es un punto de apariencia o cinismo u obedece a causas que convendría analizar y corregir? 

La desigualdad y la pobreza no son dos realidades iguales, pues un país puede ser pobre e igualitario o ser desigual y muy rico. Sin embargo, el origen de ambas lacras suele ser parecido y consiste, en unos casos, en generar insuficiente riqueza y, además, repartirla injustamente y, en otros, crear abundante riqueza y distribuirla pésimamente. Es lo que sucede en España en términos relativos en comparación con las naciones avanzadas de la Unión Europea. 

Como hemos dejado constancia en el capítulo dedicado a nuestro sistema productivo [...], España cuenta con un tejido empresarial cuya productividad es, en general, inferior a la de nuestros vecinos del Norte. Ligado a lo anterior, contamos con un mercado laboral de los más «flexibles» de Europa, en el sentido de que los empleos con contratos temporales, parciales y/o precarios abundan bastante más que en países como Francia, Alemania e Italia, con los que debemos compararnos. 

La prueba de lo que decimos es que, cuando la economía crece, somos de los que generamos más empleo y, cuando llegan las crisis, destruimos más puestos de trabajo que todos los demás. Esta circunstancia nos debería hacer reflexionar sobre las causas por las que nuestro país es, desde hace décadas, el que cuenta con cifras de paro más abultadas y, a veces, escandalosas. Es francamente complicado achicar distancias sociales cuando se tienen esas cifras tan abusivas y «asociales» de desempleo y de economía sumergida. No hay nada que contribuya más a la desigualdad y a la pobreza, sobre todo a esta última, que la falta de puestos de trabajo decentes, pues los indecentes, que abundan en demasía, tampoco ayudan a combatir ambas lacras.

El panorama se complica cuando analizamos la cantidad y la calidad de nuestro Estado de bienestar [...]. Las desigualdades y la pobreza «secundaria» se corrigen o atenúan por medio de una política fiscal más o menos redistributiva. Sin embargo, cuando se tiene una economía sumergida o informal —en torno al 20%—, casi el doble que la media europea, y la presión fiscal es más de 6 puntos inferior a la media de los países del euro, no se pueden hacer milagros ni tener un Estado social excelente. No me cansaré de repetir que con 80.000 o 100.000 millones de euros menos que las naciones de «nuestro entorno» es ilusorio pretender disfrutar de un Estado social equivalente al de esos socios y colegas del Norte. 

Bastante mérito ha tenido el levantar, prácticamente de la nada, nuestro Estado de bienestar, pero no pretendamos milagros que solo se producen, según se dice, en Lourdes, en Fátima o en Garabandal. Si de verdad deseamos reducir la desigualdad y la pobreza, afrontemos de verdad la cuestión de la propiedad de la riqueza, distribuyamos mejor las rentas, reformemos nuestro sistema fiscal y modernicemos nuestro sistema productivo. Lo demás suele ser literatura generalmente mala.

Porque lo que no podemos hacer es volver a caer en la trampa de que primero hay que crear la riqueza para después repartirla, idea que se plastifica en esa irritante metáfora de que hay que hornear un pastel más grande para que así haya para todos. Esa cantinela la conocemos muy bien los que alguna vez hemos debatido Presupuestos o negociado convenios colectivos. Claro que hay que crear la mayor riqueza que se pueda, garantizando la sostenibilidad, pero al mismo tiempo, y no después, hay que repartirla más y mejor. Entre otras cosas debe de hacerse así porque supone un error económico escindir la creación de riqueza de su reparto, como demuestran los países más avanzados del planeta. 

No hay más que comprobar cuáles son las naciones que mejor han aguantado las crisis y las pandemias. No precisamente los más desiguales y con estados sociales más débiles, sino todo lo contrario, los que tienen sistemas fiscales más potentes, menos pobreza y menos desigualdad. Por eso han sido positivas algunas de las medidas que se han tomado últimamente en España, como han sido la subida del salario mínimo, el crecimiento de las pensiones o la implantación del Ingreso Mínimo Vital. No se ha tratado de una panacea, pero ni se ha hundido el mundo, ni se ha extendido la pandemia más de lo que estaba y, sin embargo, quizá hemos conseguido reducir un poco la «distancia social». 

A más a más, en los casos de Europa y de España, el pastel, en lo esencial, ya está cocinado u horneado y cuando vimos el capítulo dedicado al reparto de la riqueza pudimos verificar que, precisamente durante la crisis, hubo quien acrecentó copiosamente sus caudales. Hay, pues, amplio margen para mejorar nuestra recaudación tributaria sin tener que esperar a ponerle una guinda al pastel. Debería saberse que las modificaciones de las normas fiscales no maduran su fruto de manera súbita, y si en este año fuésemos capaces de reformar nuestro sistema impositivo —que buena falta le hace— sus efectos para el contribuyente se manifestarían en el 2021-2022. Años en los que con suerte se prevén rebotes de la economía, no sé si en forma de V o de U alargada, siempre y cuando no surja un rebrote vírico causado por la mala cabeza de algunos.

Algún día, en fin, tendremos que comprobar si es verdad eso que se dice de que la Covid-19 ha atacado por igual a ricos y a pobres. No me convence que se saquen a pasear algunos casos individuales de personajes poderosos o famosos que han sido infectados. Mi impresión subjetiva —reconozco que no tengo datos— es que la inmensa mayoría de los infectados y fallecidos han pertenecido a las clases modestas y profesionales de la sanidad. En España, el 70% de las defunciones se han producido en las residencias de la tercera edad. Centros en los que, salvo excepciones, viven personas mayores de rentas escasas, pensionistas, viudas, etc., y esto ha sido así en otros países de Europa y no digamos en Estados Unidos, donde la razia se ha cebado entre la gente de color e hispanos. 

Cuando se analice, si es que se llega a analizar algún día, qué ha sucedido en las residencias de mayores o en ciertos barrios populares de algunas capitales, entre ellas Madrid o Barcelona, quizá podamos comprobar la relación existente entre pobreza y epidemia o, más precisamente, entre Covid-19 y mejor o peor Estado de bienestar, en su versión sanitaria. ¿O es que alguien cree que los tajos que se le metieron a la salud pública, en algunas Comunidades Autónomas, ya mencionadas, en los años de la crisis de 2008, no han influido en los desabastecimientos y colapsos que se sufrieron y se siguen padeciendo en los meses agónicos de la pandemia? Yo creo que sí, y así lo manifiesta el personal sanitario que ha estado en la primera línea de fuego, al que con toda justicia se le ha honrado con aplausos durante meses, pero no sé si al final haremos bueno ese refrán que dice: «mucho te quiero perrito, pero pan poquito». Porque tengo la sospecha de que, después de la traumática experiencia vivida, no se han tomado las medidas necesarias para que no se repitan aquellos momentos de angustia. Ya asoma su feo rostro una segunda ola de contagios y de nuevo se oyen quejas de falta de medios y de cierto desbarajuste en algunas Comunidades Autónomas.

[...]

Llegados aquí, conviene llamar la atención sobre las nuevas brechas que se pueden ir abriendo y su relación con la desigualdad. Me refiero a la inquietante cuestión de la «brecha digital», lo que algunos autores han llamado entre los «inforricos e infopobres». Porque en este asunto no se trata solamente de poseer una amplia y potente infraestructura digital, o contar con todo tipo de artefactos TIC (Tecnología de la Información y la Comunicación), si luego no se saben manejar correctamente y sacarles el rendimiento adecuado. Lo mismo sucede con el equipamiento. España ha logrado una progresión notable en los últimos quince años, pues en el acceso a internet ha pasado de un 30-50 %, según el tipo de hogar, al 70-80% en 2016, y similar proporción en la posesión de ordenadores. 

En lo referente al uso de internet, el avance ha sido igualmente considerable, aunque en este caso las diferencias entre colectivos son más acentuadas. Por ejemplo, un varón de 16 a 24 años usó internet un 98,4%; si tenía entre 65 y 74 años, lo utilizó un 34,7%. Si contaba con educación superior el uso fue del 97,8%, mientras que si tenía educación primaria la cifra descendía al 40,8%. [...] La tercera revolución industrial o digital no acabará por sí misma con la «separación social», con la pobreza y la desigualdad. Eso dependerá de la evolución política global, europea y nacional. En una palabra, de la relación de fuerzas sociales y el desarrollo de los acontecimientos, a los que ya hemos hecho referencia. La prueba de lo que decimos es que, en el año 1984, un estudio elaborado por Cáritas, y titulado «Pobreza y marginación», revelaba que unos ocho millones de personas, uno de cada cinco ciudadanos, obtenían ingresos por debajo del umbral de la pobreza. Pues bien, treinta años después, un 22% de la población, algo más de diez millones de personas, sigue teniendo rentas que no superan el referido umbral de penuria. 

Lo inquietante del asunto reside en que la referida indigencia no es mera consecuencia de la crisis, pues el examen de las tendencias previas muestra que la tasa relativa de pobreza se ha mantenido, invariablemente, en torno al 20%, incluso en los momentos de mayor crecimiento económico. Estamos, pues, ante un problema estructural (Jesús Ruiz-Huerta y Rosa Martínez, Tercer informe sobre la desigualdad en España, Fundación Alternativas, 2018).

Con estos datos a la vista, no parece muy atractivo el proyecto de regresar a la «nueva normalidad», si esta consiste en «volver a lo de antes», pero ahora conviviendo con la Covid-19. Reconozco que no sé muy bien qué quiere decir «con-vivir» con un virus, salvo que se trate de una metáfora. En mi opinión, la gran tarea consiste, por el contrario, en destruir el virus e ir construyendo una normalidad nueva, en la que se reduzca al máximo la distancia social, la brecha económico-social-digital y se erradique la pobreza.

http://www.mientrastanto.org/boletin-196/de-otras-fuentes/la-nueva-anormalidad-y-si-no-queremos-volver-a-lo-de-antes

jueves, 12 de noviembre de 2020

_- Entrevista al doctor Joan Benach. “Hay una mirada miope que culpa de los contagios a la responsabilidad individual, cuando el origen está en la pobreza”.

_- Hablamos con Joan Benach, investigador en salud pública en la Universidad Pompeu Fabra y director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud- Employment Conditions Network, sobre el impacto de la pandemia en los grupos de población más vulnerables, las deficiencias del sistema de salud pública y el efecto del capitalismo y las actividades humanas en el surgimiento de pandemias.

¿Cuál es la situación y evolución actual de la pandemia? ¿Conocemos realmente todos sus efectos?
Realmente desconocemos cómo va a ser la evolución de la pandemia a corto y medio plazo. Es previsible que la situación empeore en invierno, pero realmente todo son especulaciones. Aún tenemos una visión superficial y muy incompleta de los cambios y efectos de la pandemia sobre la salud colectiva y las desigualdades de salud. A mediados de octubre, el número oficial global de muertes en el mundo sobrepasa el millón de personas, de las que oficialmente unas 34.000 habrían fallecido en España. Pero sabemos que hay un “exceso de mortalidad” (es decir, el número de muertes que habríamos esperado ver en condiciones ‘normales’ respecto a años previos) que ya se acerca a las 60.000 muertes (la situación parece mucho peor en países como Rusia, Perú o Ecuador). Esto no quiere decir que todas las muertes sean por covid-19 pero sí que muchas ocurren por el contexto social y sanitario que tiene lugar a su alrededor: enfermos diagnosticados y tratados tardíamente con enfermedades oncológicas, pulmonares, de salud mental u otras. A falta de disponer de una evaluación profunda, creo que hay tres temas importantes que hay que valorar: la debilidad de los sistemas de información y vigilancia epidemiológica y de salud pública existentes, que hace muy difícil la comparabilidad de los indicadores entre y dentro de los países; el uso partidista y poco transparente con que muchas instituciones y gobiernos utilizan los datos y los indicadores como muestra el caso de la Comunidad de Madrid por ejemplo; y la propia dificultad científica de comprender todos los impactos psicosociales y de salud (muertes, enfermedades, problemas crónicos, sufrimiento, etc), en grupos y lugares diferentes. Creo que tardaremos bastante en saber los efectos entrelazados de las múltiples olas sanitarias que se extienden y refuerzan mutuamente junto a los impactos económicos, laborales y sociales, en olas de corto y largo plazo. En todo caso, creo que por el momento sólo vemos la punta del iceberg de lo que está pasando.

¿Pero cree que se ha hecho frente de forma adecuada a las varias fases de la pandemia? ¿Ha quedado mucha gente atrás? ¿Se han cometido errores?
Se nos ha repetido que “nadie quedaría atrás” pero, hablando en general, ya que la actuación de las comunidades autónomas que son quienes tienen las competencias sanitarias ha sido diferente, hay que decir que mucha gente ya estaba atrás, y que no se han puesto suficientes herramientas, medios ni voluntad política para que esto pudiera cambiar. La primera fase de la pandemia se caracterizó por el desconcierto. Se sabía que podía ocurrir, lo había advertido mucha gente: científicos, instituciones, informes de la OMS, la CIA, el Pentágono, Bill Gates, Obama… Pero no se hizo caso. Se nos ha repetido que teníamos un sistema sanitario muy bueno y es cierto si lo comparamos con muchos países del mundo, pero es un sistema muy insuficiente para hacer frente a los problemas de salud de la gente y a una pandemia complicada como la que vivimos. Durante muchos años, las políticas neoliberales, la acción conjunta de gobiernos y empresas en favor de éstas, los recortes de la crisis del 2008, y otros factores precarizaron la sanidad pública (sobre todo la atención primaria y los servicios sociales), al tiempo que el peso se ponía cada vez más en los hospitales, las tecnologías y medicamentos, sin invertir en salud pública (vigilancia, prevención, planificación, educación, etc). Con la pandemia, no se ha planificado ni coordinado suficientemente, ha habido falta de previsión y capacidad de anticipación, ha faltado liderazgo y participación comunitaria, no se ha previsto el peor escenario, y no se ha invertido lo suficiente en sanidad y salud pública y servicios sociales. Ante esto, la solución “final”, con confinamientos que ayudan a frenar su expansión, y la restricción de actividades comerciales y cotidianas no pueden ser una alternativa a tener una salud pública con los medios adecuados para planificar, vigilar, educar, prevenir y actuar con diligencia y efectividad.

No se ha planificado ni coordinado suficientemente, ha habido falta de previsión y capacidad de anticipación, ha faltado liderazgo y participación comunitaria

En la segunda fase, el modelo de actuación tampoco ha sido bueno; pienso que se caracteriza por tener tres rasgos: la casi “ausencia” de la salud pública, la generación de segregacionismo y discriminación, y la “normalización” de una pandemia que ya es crónica. En cuanto a la salud pública, parece claro que no se ha priorizado suficiente en invertir recursos y conseguir un servicio suficientemente potente y eficaz de rastreadores, ni se han hecho suficientes tests, ni se han empleado los fondos necesarios para reforzar sustancialmente la atención primaria, los servicios sociales o las actuaciones de salud pública. Las huelgas y protestas son la prueba. En cambio, se ha optado por plantear restricciones de la actividad laboral, el consumo, o el ocio de forma reactiva y no demasiado efectiva, sin poner suficiente hincapié en la restricción de actividades interiores, la promoción de hacer el mayor número de actividades posibles controladas al aire libre, y la mejora del transporte público. Creo que podemos decir que no se ha planificado con tiempo ni se han previsto los peores escenarios, que no se ha hecho una campaña educativa comunitaria, pedagógica, con mensajes claros y masivos a la juventud y a las personas mayores, ni tampoco se ha realizado una campaña de intensa participación comunitaria. El segregacionismo tiene que ver con un control de la pandemia casi “militar”, para “derrotar” al virus en una “guerra” donde se pone el peso en los factores mencionados y la responsabilidad individual, a la espera de que haya una vacuna segura y efectiva. Los barrios obreros ya arrastraban todo tipo de problemas de segregación social y los peores indicadores socioeconómicos, pero en lugar de invertir masivamente en servicios sanitarios, sociales y educativos, llega la policía para realizar controles. El tercer punto es normalizar una pandemia ya crónica que recae sobre una sanidad pública colapsada crónicamente con unos profesionales agotados, precarizados… y contagiados. Cuando la población no puede acceder ni recibir los servicios sanitarios que necesita, se puede decir que el sistema está colapsado. No se puede contemporizar y “normalizar” una situación que mata, crea sufrimiento y desigualdades en tanta gente. Al dedicar los recursos disponibles para atender a los enfermos por la covid-19, no se pueden atender otros casos de enfermedades y problemas de salud. Por tanto, no podemos seguir con medidas “de quita y pon”, reaccionando reactivamente, hay que hacer de una vez por todas inversiones profundas en sanidad y salud pública y cambiar una situación pandémica que podría durar tiempo.

Los datos indican que las capas más empobrecidas de la población están más expuestas y que hay un mayor impacto del virus en los barrios trabajadores y de renta baja. ¿Podemos decir, por tanto, que el coronavirus distingue entre clases sociales? ¿Son también las pandemias un problema de desigualdad social y sanitaria?
Tampoco aquí tenemos una visión suficientemente precisa pero sí sabemos que el virus no afecta igual a toda la población y que hay grupos sociales muy desigualmente afectados por la pandemia. Por ejemplo, en la primera ola de la pandemia, alrededor del 70% de las muertes se produjeron en las residencias geriátricas. Durante muchos años no se invirtió en servicios públicos, se externalizaron residencias a empresas, aseguradoras y fondos especulativos que encontraron un mercado rentable para hacer negocio y parasitar sin control democrático al sector público. Con toda impunidad, precarizaron al personal, ahorraron en material básico y mantenimiento, redujeron la calidad de servicios y degradaron la atención y condiciones higiénicas y de alimentación. Otro caso son los trabajadores y trabajadoras “esenciales” (al principio llamados “héroes y heroínas”) de sectores productivos y cuidados precarizados y feminizados, que se localizan en los barrios obreros. La pandemia ha amplificado las desigualdades de salud ya existentes en unos barrios y grupos sociales con muchos problemas y necesidades previos. El discurso hegemónico de los medios de comunicación se centra en el virus, la biología, los mal llamados “estilos de vida” y la responsabilidad individual, y la atención médica especializada hospitalaria (sobre todo las UCI) y los tratamientos y vacunas para “resolver” biomédicamente el problema. Es una mirada miope, errónea y falsa, porque los factores decisivos que explican el origen y evolución de la pandemia y su impacto en forma de desigualdades son, en gran medida, los determinantes sociales de la salud como la precarización laboral, la pobreza, los problemas en la vivienda o las injusticias ambientales, entre otros, relacionados con las políticas públicas y la desigual distribución del poder. Así pues, las acciones de quienes tienen más poder y deciden las políticas son decisivas para salvar vidas o bien para matar desigualmente a la gente. Para reducir las desigualdades habría que hacer políticas radicales, profundas y sostenidas, como implantar una fiscalidad mucho más progresiva, reformar el modelo de Estado de bienestar en la sanidad y la salud pública, los servicios sociales y los cuidados, invertir en educación, reducir el tiempo de trabajo, incluir la renta básica universal, hacer una transición ecológica y energética rápida y muy profunda, y cambiar un sistema productivo, financiero, de consumo y cultural, que haga frente a la grave crisis sociosanitaria y ecosocial que enfrentamos.

En un artículo reciente señaló que hay que crear un Servicio Nacional de Salud en Catalunya. ¿Qué características debería tener? ¿Qué hacer para reforzar el sistema de salud pública de Catalunya?
El segregacionismo tiene que ver con un control de la pandemia casi “militar”, para “derrotar” al virus en una “guerra” donde se pone el peso en la responsabilidad individual

La salud colectiva no depende fundamentalmente –como a menudo se cree– de la biología y la genética, los estilos de vida y la atención sanitaria, sino de la política, las políticas públicas y los determinantes ecosociales de la salud. La salud de la gente depende también de la “salud pública”, la disciplina que tiene como objetivo prevenir la enfermedad, y proteger, promover y restaurar la salud de toda la población. Esto incluye, por ejemplo, mejorar la salud laboral y ambiental, construir una potente red de vigilancia epidemiológica, desarrollar la participación comunitaria, o planificar intervenciones a largo plazo para mejorar la salud y aumentar la equidad. Actualmente los recursos de la salud pública son ínfimos (menos del 2% del presupuesto de salud) y su visibilidad social es casi inexistente. Sabemos de la importancia de la salud pública, pero desgraciadamente esto no forma parte todavía del saber hegemónico de la mayoría de la gente, o incluso del de muchos profesionales sanitarios y los servicios sociales.

En cuanto a la sanidad, el modelo hegemónico no es el más efectivo, ni el más eficiente, ni el más equitativo, ni el más humano. Es un modelo biomédico y reduccionista que fragmenta el cuerpo y olvida la integralidad psico-bio-social humana. Un modelo que acentúa la biomedicina, los hospitales y servicios especializados, la tecnología y la utilización masiva de medicamentos, y que genera una investigación más centrada en publicar en revistas de alto impacto y buscar beneficios económicos que en la salud colectiva.

Necesitamos cambiar las prioridades de forma radical. Necesitamos un modelo sanitario público, de calidad y no precarizado, basado en la atención primaria, comunitaria y los servicios sociales, que potencie la fabricación pública de medicamentos y materiales sanitarios, y que potencie la investigación aplicada para resolver los problemas de salud reales que sufre la población. Un modelo desmedicalizador de la salud, que utilice de forma mesurada la tecnología, que trate a personas enfermas y no a enfermedades u órganos enfermos… y que sea participativo y democrático. Para hacer todo esto es imprescindible abrir un gran debate social cambiando la cultura de la salud, fortalecer las agencias de salud pública, desarrollar la legislación e invertir masivamente en sanidad pública, en servicios sociales y en salud pública. Todo esto quiere decir que es necesario crear un Servicio Nacional de Salud público, bien financiado, de calidad y democrático al servicio del pueblo. Y necesitamos también, no lo olvidemos, que este nuevo modelo esté en sintonía con la crisis de civilización en la que nos encontramos (de salud, cuidados, económica, ecológica y política) donde tendremos servicios con menos energías y recursos.

Se presenta la búsqueda de la vacuna como una gran esperanza, pero el sistema internacional de investigación biomédica y farmacéutica parece organizado al servicio de los intereses de los grandes laboratorios multinacionales internacionales. ¿Qué papel juegan las patentes farmacéuticas en la determinación de la orientación de la investigación? ¿Cree que habrá algún mecanismo que haga accesibles las vacunas y que puedan ser distribuidas a todo el mundo?
No soy un especialista en este campo, pero me parece que se ha creado una visión distorsionada sobre las vacunas que genera falsas impresiones y esperanzas. Aunque en pocos meses los avances en el conocimiento han sido muy grandes, creo que hay que tener mucha humildad en relación al virus y el desarrollo de vacunas. Lo primero es tener vacunas seguras sin (o con pocos) efectos nocivos para luego mirar su efectividad, pero, como ocurre en otros casos, ésta puede ser variable. La vacuna de la gripe tiene por ejemplo una efectividad baja, mientras que la del sarampión es barata y efectiva. Hoy no sabemos cuál será la efectividad de las vacunas de la covid-19, ni de hecho la conoceremos del todo hasta dentro meses, como tampoco sabemos si el nivel de inmunidad será suficiente para evitar nuevas reinfecciones. Esto quiere decir que, previsiblemente, las vacunas no permitirán acabar con la pandemia de forma inmediata tal y como lo presentan los medios de comunicación. Por lo tanto, debemos tener en cuenta la incertidumbre existente y las previsibles limitaciones de su efectividad.

Las acciones de quienes tienen más poder y deciden las políticas son decisivas para salvar vidas o bien para matar desigualmente a la gente

Creo que tenemos muchas preguntas sobre la mesa sin aún una respuesta clara. ¿Quién producirá la vacuna? ¿Quién la controlará? Una gran parte de la investigación biomédica se paga con fondos públicos, pero el control, producción y comercialización de la vacuna está en manos privadas. Para conseguir un modelo que favorezca al conjunto de la humanidad necesitaríamos medicamentos y vacunas de propiedad y gestión pública, con un elevado control democrático y comunitario. ¿Habrá patentes? ¿Se producirán vacunas genérica para que todas las personas puedan protegerse (seguramente de forma limitada)? ¿Qué harán los Estados? ¿Si no pueden comprar los medicamentos, producirán genéricos? ¿Aunque tengamos una vacuna efectiva, se distribuirá a toda la humanidad? ¿Cómo y quién lo hará? Esto puede ser un proceso que dure muchos meses sino años. Hay muchos factores sociales, económicos, técnicos y políticos que determinarán su distribución y su impacto. En definitiva, aunque tengamos vacunas seguras y efectivas, todo apunta a que no será la panacea que resuelva la situación que tenemos. A corto o largo plazo, como con cualquier otra pandemia anterior, resolveremos la situación. El problema será cuál será su coste social y sobre quién este recaerá.

¿La crisis actual de la pandemia del coronavirus es exclusivamente un problema de origen sanitario o bien hay otros elementos causales? ¿Cuáles son las condiciones económicas y ambientales específicas que han propiciado el surgimiento del virus y su expansión?
Los medios de comunicación ofrecen una visión demasiado superficial sobre la pandemia sin que casi nunca hablen de las causas sistémicas que la han generado. Siempre ha habido –y siempre habrá– pandemias en la historia humana, a veces con efectos espantosos, pero el aumento global de enfermedades infecciosas de los últimos decenios nos debería hacer pensar que las causas de la pandemia están ligadas al modelo económico y a la crisis eco-social que padecemos, que a la vez se asocian a la dinámica propia del capitalismo. Esto lo muestran los estudios científicos cuando los integramos con una visión crítica y transdisciplinar. Por ejemplo, el biólogo Rob Wallace explica que la aparición del virus está muy ligada a la alteración global de ecosistemas, la deforestación y pérdida de biodiversidad, el modelo agroindustrial, el tipo de producción ganadera y la búsqueda de rentabilidad al coste que sea ​​necesario por parte de las corporaciones multinacionales. Y el biólogo Fernando Valladares comenta que el mejor antídoto contra el riesgo de pandemias sería preservar la naturaleza y proteger la biodiversidad de los ecosistemas y la genética, recordándonos que interponer especies entre los patógenos y el ser humano es el mejor cortafuegos para protegernos. Si a esto le añadimos la rápida urbanización y crecimiento masivo del turismo y viajes en avión, y la mercantilización y debilidad de los sistemas de salud pública tenemos la “tormenta perfecta” para una o muchas pandemias. Detrás de todo esto encontramos el capitalismo y su consustancial lógica de acumulación, crecimiento económico, búsqueda de beneficios y desigualdad que choca con los límites biofísicos planetarios. En definitiva, las circunstancias en que las mutaciones víricas pueden amenazar la salud y la vida dependen de la sociedad y en definitiva en gran medida de una lógica capitalista extractiva y depredadora.

Aunque con el inicio de la pandemia se hablaba de un cambio de paradigma, parece que hemos vuelto a las mismas dinámicas económicas y ambientales de siempre. ¿Cree que realmente hemos aprendido algo de la pandemia?
Desgraciadamente no me parece que estemos aprendiendo demasiado. La pandemia ha mostrado nuestra fragilidad como individuos y como sociedad. En plena crisis, durante varios meses, nos hemos hecho un poco más conscientes de que sin el trabajo esencial de mucha gente trabajadora que siempre ha sido despreciada no podemos vivir. Y muchos han entendido –quizás por vez primera– que la sanidad pública y el trabajo de cuidados es fundamental. Sin embargo, las inercias económicas, políticas y culturales del mundo que vivimos hacen que cambiar no sea nada sencillo. Además, vivimos en un mundo tan rápido, con tantos impactos, que no nos queda ni tiempo para reflexionar, recordar y ser conscientes de las cosas. Durante esta pandemia han muerto millones de personas de hambre, han muerto millones de niños por enfermedades diarreicas … Se dice que hay que volver a la “normalidad” o una “nueva normalidad”. Pero la “normalidad” en el mundo es que dos terceras partes de la población sobrevive con menos de 5 dólares al día, que 2.500 millones de personas no tienen un hogar para vivir en condiciones, que beben agua potable contaminada, y que mucha gente respira, bebe y se alimenta con tóxicos que dañan la vida y la salud. Y la “normalidad” en Catalunya y España es que una de cada cuatro personas está en situación de riesgo de pobreza y exclusión, y más de la mitad de la población tiene dificultades para llegar a fin de mes. No nos podemos “adaptar” a esta realidad y volver a la normalidad. Me gusta repetir la conocida sentencia del filósofo hindú Jiddu Krishnamurti al decir: “No es signo de buena salud estar bien adaptados a una sociedad profundamente enferma”.

La pandemia ha sido una catástrofe y una ruptura general (ha modificado y detenido un poco el sistema productivo y el crecimiento económico que las élites buscan y necesitan como una droga) que ha cambiado la sociedad de arriba abajo, pero esto no quiere decir que ahora mismo exista la capacidad de cambiar el mundo a mejor. En todo caso, aunque no sea sencillo cambiar la situación actual, habrá que hacerlo, habrá que cambiar radicalmente mediante una lucha organizada, inteligente y persistente donde sepamos juntar muchas fuerzas locales y globales. Como dijo el filósofo coreano Byung-Chul Han, el virus por sí sólo no acabará con el capitalismo, ni tampoco lo hará con un neoliberalismo que infecta las mentes y destruye las vidas.

¿Qué retos claves de futuro nos plantea esta crisis de civilización a la que antes hacía referencia?
Los seres humanos no sólo necesitamos de la naturaleza, sino que “somos naturaleza”. El concebirnos como algo superior a la naturaleza se liga en buena parte a la crisis de civilización que padecemos. Cualquier acción que dañe nuestro entorno nos daña a nosotros, ya sean los químicos que introducimos en el medio ambiente, el aire contaminado que produce ocho millones de muertes anuales, o la destrucción de la biodiversidad. Desde un punto de vista global, es necesario comprender con la profundidad necesaria la crisis climática que ya está generando tantos y tantos problemas (olas de calor, subida del nivel del mar, contaminación del aire, macroincendios, etc.) que afectan la salud humana y animales, pero también hay que ser conscientes de la crisis ecológica en un sentido más amplio. Los países, las empresas y los grupos sociales ricos son los grandes responsables. O bien conseguimos reducir y cambiar el tipo de producción industrial masivo (aunque mejorando su eficiencia), al tiempo que cambian nuestras vidas cotidianas con menos consumo, la producción de bienes de consumo más esenciales y cercanos, y la creación de una economía solidaria y homeostática, que gaste mucha menos energía y adapte el metabolismo ecosocial los límites biofísicos de la Tierra, o no tendremos futuro. En 2019, por ejemplo, se sobrepasaron (la “extra-limitación”, overshooting en inglés) los límites biofísicos del planeta el 29 julio; 2020 con la pandemia y el frenazo económico esto se ha ralentizado un poco produciéndose en la tercera semana de agosto. Esto no es sostenible. Por poner un ejemplo, es como si talaras árboles de un bosque a mayor velocidad que la capacidad que tiene de regenerarse, y lo hacemos cada vez más aceleradamente y con una madera que va a las manos de unos pocos privilegiados. El capitalismo se multiplica constantemente como si fuera un virus. Funciona como una máquina imparable que se organiza con una estructura financiera y social alrededor del imperativo de la acumulación para tratar de conseguir un crecimiento permanente y acelerado del PIB en forma exponencial, con todo lo que ello conlleva de gasto energético, de materiales y recursos. Por muy de verde que pintemos la economía o las empresas, o por mucho que usemos palabras como ‘sostenibilidad’ o ‘resiliencia’, esto no puede continuar indefinidamente. Tendremos que decrecer selectivamente, por las buenas o por las malas, como explica muy bien el físico y divulgador de la crisis energética Antonio Turiel en su último libro Petrocalipsis. Más tarde o más temprano superaremos mal que bien el virus biológico, superaremos la pandemia, pero el virus de acumulación, crecimiento ilimitado y despojo en que se fundamenta el capitalismo está en guerra contra la humanidad y estás destruyendo la vida

Esta entrevista se publicó originalmente en catalán en el Diari de la Sanitat.

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domingo, 8 de noviembre de 2020

Contar lo innumerable

Entre guerras de números, se escuchan más los duelos por las cifras que el duelo por las víctimas. La tragedia, bajo toneladas de estadísticas, corre el peligro de convertirse en un gran tabú oculto tras un telón de miedo

Resuena en nuestros oídos, una y otra vez, la letanía de cifras: cada día engullimos la cotidiana ración de estadísticas. Las tablas —sus dientes serrados con picos y valles, sus números desnudos— abruman la mirada y ocultan los rostros. El aluvión de cómputos enfría la tragedia o, peor aún, celebra desoladores avances medidos en porcentajes, en exitosos descensos, cuando solo se registran 100 o 40 o 20 fallecimientos. ¿Cuántos son pocos muertos? ¿Cuántos son demasiados?

En la literatura de nuestros antepasados, palpita un sentimiento muy diferente hacia el duelo. La Ilíada se detiene con emoción y temblor ante cada muerte. Cuando un guerrero cae desplomado, encuentra siempre en Homero un homenaje, una pausa apesadumbrada. Nadie desaparece, por minúsculo que sea su papel en la epopeya, sin que se pronuncie su nombre, sin que se diga, al menos, que era amado, sin que una voz recuerde sus talentos y esperanzas. Un joven que posee el don de la adivinación no ha sabido anticipar su propia agonía, un día de primavera, ante las murallas de Troya. Aquel admirado jinete nunca volverá a galopar a lomos del caballo que, ansioso, aguarda su regreso a casa. Una niña espera a su padre, veterano combatiente, ignorando que ya no lo abrazará más. En el fragor de la tragedia, el viejo poeta sabe que cada muerte es única porque cada vida es irreemplazable. Homero jamás ofrece cifras de las bajas en combate: relata con aliento conmovedor la pequeña historia de cada pérdida, condensa en una frase el fugaz destello de su singularidad. En lugar de sumar, llora.

Nuestros abarrotados y asépticos cementerios no dejan espacio para ese tributo. Los modernos epitafios apenas permiten unos números: fecha de nacimiento, fecha de defunción. Un resumen frío, apenas unas iniciales. En cambio, las tumbas de los antiguos cuentan historias. Como recoge Mònica Miró en Perennia, recopilación de los más bellos poemas epigráficos latinos, la lápida de un adolescente romano habla así: “He vivido tan bien como he podido. Te animo a bromear y divertirte; aquí, en el otro mundo, la severidad es extrema”. De un maestro de escuela, la inscripción funeraria rememora: “Fue respetuoso con sus alumnos, a nadie negó nada ni perjudicó a ninguno. Vivió sin miedo”.

Entre guerras de números, se escuchan más los duelos por las cifras que el duelo por las víctimas. La tragedia, bajo toneladas de estadísticas, corre el peligro de convertirse en un gran tabú oculto tras un telón de miedo. Como sabían nuestros antepasados, la tristeza reclama sus narrativas: “contar” no significa solo llevar la cuenta, sino también relatar una historia. En La Celestina, una de nuestras obras clásicas, el afligido Pleberio descubre la muerte de su hija y clama su incomparable dolor: “¿Quién me podrá cubrir la gran falta que tú me haces? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? Ninguno perdió lo que yo el día de hoy. Ayúdame a llorar”.

El duelo es llanto, pero también relato. Somos seres esculpidos de tiempo, de lenguaje y de memoria. Evitamos que el olvido borre a nuestros seres queridos si buscamos palabras únicas para evocarlos. Si salvamos los recuerdos, si escribimos, si hablamos de ellos a los niños. Cuando el futuro ya no es lo que era, podemos aprender del pasado y, frente al silencio o al mero recuento, volver a elegir la elegía. En el hilo de las historias, nuestros muertos seguirán contándonos sus vidas.

Irene Vallejo es escritora.  

martes, 8 de septiembre de 2020

Covid-19: el gráfico que muestra el riesgo de contagio de coronavirus según la actividad que hagas

Gráfico de riesgo de contagio de coronavirus según la actividad

¿Cómo se hizo el ranking?
La clasificación del 1 (menos arriesgada) al 10 (más arriesgada) sigue los siguientes criterios: si las actividades son realizadas en el interior o en el exterior; la proximidad con otras personas; el tiempo de exposición al virus; la posibilidad de seguir las prácticas de prevención (como el uso de mascarillas) y el riesgo de que una persona se contamine realizando la acción.

Por eso dos actividades muy distintas pueden ocupar la misma categoría.

"El centro comercial, a pesar que suele ser un espacio cerrado, puede ser amplio, estar ventilado y puede permitir mantener la distancia social. En cambio, la playa, aunque es un espacio abierto, puede estar abarrotada", dice John Carlo.

Para todas las actividades de la lista, los médicos consideraron que los participantes usaban mascarillas, mantenían una distancia de al menos dos metros entre personas (que no fueran sus familiares) y se lavaban las manos siempre que fuera posible.

"Este es el punto de vista de un grupo de médicos que tenían que responder como estas actividades se comparan en términos de riesgo. Pero solamente la propia persona puede saber las condiciones en que va a practicar la actividad y determinar el riesgo total", añade Carlo.

El experto también recalca que el mismo tipo de negocio puede variar mucho, como en el caso de las peluquerías y/o barberías.

"En Estado Unidos tenemos salones en que hay una persona atendiendo a un solo un cliente. Todo está muy limpio y las dos personas pueden usar mascarillas. Hay otras que no y el riesgo es distinto. Se trata de usar el sentido común para analizar el escenario de cada actividad. Nuestro gráfico es una buena guía, pero la gente tiene que analizar sus propios casos.", concluye Carlo.

viernes, 21 de agosto de 2020

Los ultrarricos que piden a sus gobiernos pagar más impuestos por la crisis de coronavirus

Entrar en el selecto segmento de los ultrarricos requiere contar con un patrimonio superior a los US$30 millones de dólares.

Participar en el aún más pequeño grupo de "Multimillonarios para la Humanidad" exige tener una visión distinta a la mayor parte de este colectivo.

Hasta 83 ultrarricos de distintos países (ya más de 1000) han firmado una carta en la que piden a sus gobiernos que les suban los impuestos para contribuir en la factura de los nuevos programas gubernamentales destinados a reactivar la economía tras la pandemia de covid-19.

Están convencidos de que vivir disfrutando de grandes sumas de dinero y la seguridad que esto aporta sin contribuir a la sociedad "está mal".

"Hoy, nosotros, los millonarios y multimillonarios que suscribimos esta misiva les pedimos a nuestros gobiernos que nos aumenten los impuestos. Inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente", escribieron en una carta abierta.

"Los más ricos en Chile ganan como los más ricos de Alemania y los más pobres como en Mongolia"

"Tenemos mucho dinero"
"No estamos conduciendo las ambulancias que llevan a los enfermos a los hospitales. Ni reabasteciendo los estantes de los supermercados ni haciendo delivery de comida de puerta a puerta", dicen, haciendo referencia a las actividades que han estado en la primera línea durante la fase de confinamiento.

"Pero sí tenemos dinero, mucho. Dinero que ahora se necesita desesperadamente", escriben.

"Tenemos una enorme deuda con las personas que trabajan en la primera línea de esta batalla global. La mayoría de los trabajadores esenciales están muy mal pagados para la responsabilidad que tienen".

El documento lleva la firma de distintas personalidades, entre las que se incluye la heredera de Walt Disney Co., Abigail Disney, el ex director gerente de BlackRock Inc., Morris Pearl, y el empresario danés-iraní Djaffar Shalchi.

Abigail Disney dijo una vez que de joven se avergonzaba de su fortuna.

También el guionista y director británico Richard Curtis y el cofundador de la marca de helados Ben & Jerry, Jerry Greenfield aparecen en la lista de los firmantes.

En su carta, los ultrarricos "explican que el impacto de la crisis actual se sentirá durante décadas y podría empujar a otros 500 millones de personas a la pobreza. Esto, dicen, es un problema que no se puede resolver con la caridad, por generosa que sea", cuenta Theo Leggett, corresponsal de Negocios de la BBC.

"Por lo tanto, los impuestos sobre los ultrarricos deberían aumentarse de forma permanente para ayudar a pagar los sistemas de salud, las escuelas y la seguridad", añade.

"Buena idea"
Para Arun Advani, profesor de la Universidad de Warwick, Reino Unido, un impuesto al patrimonio, como el que proponen los ultra ricos es "muy buena idea".

"La pandemia de covid-19 ha expuesto deficiencias en nuestros servicios públicos después de una década de recortes en términos reales, lo que significa que rara vez ha habido un momento más urgente u oportuno para pensar en grande sobre los impuestos", le dijo a BBC Mundo.

Jeff Bezos, propietario de Amazon, es junto a Bill Gates uno de los hombres más ricos del mundo. A la espera del G-20

Esta petición se produce antes de la reunión este fin de semana de ministros de Finanzas del G-20, el grupo de países que representan el 85% de la economía mundial.

A medida que los países se esfuerzan por responder al impacto económico de la pandemia global, muchos ya han puesto la atención en los sistemas impositivos.

En Reino Unido, el grupo de expertos del Instituto de Estudios Fiscales dijo que los impuestos más altos son inevitables para una gran parte de la sociedad, no solo para los súperricos.

Y a principios de este mes, el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, indicó que su gobierno evalúa si introducir impuestos más altos.

Rusia también analiza mayores gravámenes.

Por su parte, Arabia Saudita ya ha aumentado el IVA para compensar los efectos económicos de la pandemia y la caída en los precios del petróleo.

Pero el reclamo de un sistema fiscal más justo no es nuevo.
Varios de los firmantes pertenecen también al grupo de "Millonarios Patrióticos", unos 200 ultrarricos que ya antes de la pandemia pedían que les subieran los impuestos.

Bloomberg recogía declaraciones de algunos miembros en las que afirmaban sentirse "culpables" de ser tan ricos y reconocían haber tenido muchas ventajas en la vida al nacer directamente en una familia adinerada.

Subir el impuesto a la fortuna o patrimonio de los más ricos por una sola vez, como una especie de "tasa solidaria" frente a la pandemia, es una de las propuestas que se han oído.

Varias críticas
Otros, como Karen Seal Stewart, reconocen haber sacado ventaja de su profundo conocimiento de "las leyes fiscales extremadamente favorables".

"Casi todos los que tienen una cantidad significativa de riqueza en Estados Unidos se han beneficiado al menos en cierto nivel del trato preferencial que nuestro código tributario le da a los ricos".

Quienes critican a estos ultrarricos apuntan precisamente a que durante años han aprovechado las favorables condiciones para su fortuna, aunque ahora pidan algo distinto.

Además, dicen, nadie les impide pagar más impuestos de forma voluntaria.

"Hay entre 10 y 12 millones de millonarios en este país y solo somos 200, ¿qué diferencia podemos hacer?", dijo Seal Stewart en una entrevista a principios de este año.

"Creo que la pandemia ha llevado a las personas a ver cuánto dependen del Estado, por lo que existe una verdadera disposición a pagar más. Pero obviamente es difícil saberlo", sentencia el profesor Advani.