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martes, 29 de diciembre de 2020

_- La madre de la vacuna contra la covid: “En verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. La bioquímica húngara Katalin Karikó pasó 40 años trabajando en la sombra y desarrollando avances claves para las inyecciones de Moderna y BioNTech

_- Una mujer nacida en una pequeña ciudad húngara y que creció feliz en una casa de adobe sin agua corriente ni electricidad es hoy una de las científicas más influyentes del planeta. Sus descubrimientos han sido fundamentales para hacer posibles las dos principales vacunas que pueden sacarnos de esta pandemia.

“Yo era una niña feliz. Mi padre era carnicero y me gustaba mirarle trabajar, observar las vísceras, los corazones de los animales, quizás de ahí me vino la vena científica”, cuenta Karikó a este diario desde su casa en las afueras de Filadelfia, en EE UU. Después de estudiar Biología en Hungría, Karikó fue a EE UU para hacer el doctorado en 1985 y jamás regresó. “Estuve a punto de ir a España con el grupo de Luis Carrasco, que estaba interesado en mi trabajo, también a Francia, pero la Hungría comunista ponía las cosas muy difíciles”, explica.

Ahora parece increíble pero, durante toda una década, la de los noventa, nadie apoyó la idea de Karikó: hacer tratamientos y vacunas basadas en la molécula del ARN, exactamente la misma que usan las de Moderna y BioNtech contra el coronavirus. “Recibía una carta de rechazo tras otra de instituciones y compañías farmacéuticas cuando les pedía dinero para desarrollar esta idea”, explica esta bioquímica de 65 años nacida en Kisújszállás, a unos 100 kilómetros de Budapest. Ella misma enseña en sus charlas una carta de la farmacéutica Merck rechazando su petición de 10.000 dólares para financiar su investigación. Ahora Moderna y BioNTech han recibido cientos de millones de euros de fondos públicos para desarrollar en tiempo récord sus vacunas de ARN mensajero, la misma idea que Karikó y otro pequeño grupo de científicos intentó impulsar hace 30 años sin éxito.

Durante toda una década, la de los 90, nadie quiso apoyar la idea de Karikó
La idea era buena, pero no estaba de moda. Querían usar una molécula frágil y efímera para curar enfermedades o evitar infecciones de forma permanente. El ARN es una molécula sin la que no podría existir la vida en la Tierra. Es el mensajero encargado de entrar en el núcleo de nuestras células, leer la información que contiene nuestro libro de instrucciones genético, el ADN, y salir con la receta para producir todas las proteínas que necesitamos para movernos, ver, respirar, reproducirnos, vivir.

Karikó quería usar las células del propio enfermo para que fabricasen la proteína que les curaría inyectándoles un pequeño mensaje de ARN. “Todo el mundo lo entiende ahora, pero no entonces”, lamenta la científica.

En aquellos años lo que triunfaba era la terapia génica, basada en cambiar el ADN de forma permanente para corregir enfermedades. Esa visión comenzó a relativizarse cuando se demostró que modificar el ADN puede generar mutaciones letales y cuando algunos pacientes murieron en ensayos clínicos.

“Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”
Otros pocos científicos que tuvieron la idea de desarrollar vacunas de ARN se estrellaron con el mismo muro que Karikó. “Todo el mundo pensaba que era una locura, que no funcionaría”, recuerda Pierre Meulien, jefe de la Iniciativa de Medicinas Innovadoras financiada por la UE. “En 1993 nuestro equipo del Instituto Nacional de Salud de Francia desarrolló un método para llevar ARN mensajero como terapia. Lo conseguimos, pero no pudimos llegar a la fase industrial porque en parte faltaba financiación”, recuerda.

“Nuestro equipo fue el primero en desarrollar una vacuna de ARN y también el primero en conseguir una ayuda de los institutos nacionales de salud para conseguir financiación de empresas y probarla en humanos”, recuerda David Curiel, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis. “Pero la empresa interesada, Ambion, nos dijo que la vacuna no tenía futuro”, añade.

Las vacunas de ARN generaban dudas. 
“La nuestra solo tenía efectos en algunos animales y en otros no”, recuerda Frédéric Martinon, coinvestigador del proyecto francés. “Gracias al trabajo de Katalin ahora sabemos por qué”, añade. Las vacunas de ARN planteaban dos problemas aparentemente irresolubles. Por un lado, no conseguían producir suficiente proteína. Por otro, el ARN mensajero podía generar una potente inflamación causada por el sistema inmune, que pensaba que el ARN introducido era de un virus. ¿Cómo podía ser que una molécula unas 50 veces más abundante en nuestro cuerpo que el propio ADN generase rechazo?

A principios de la década de 2000, Karikó seguía acumulando rechazos, ya como investigadora de la Universidad de Pensilvania. Un día fue a la fotocopiadora y se encontró con Drew Weissman, un científico recién llegado que venía del equipo de Anthony Fauci, una eminencia en VIH y que en la actualidad dirige el instituto público que ha desarrollado la vacuna junto a Moderna. Weissman quería la vacuna contra el virus del sida y acogió a Karikó en su laboratorio para que lo intentase con ARN mensajero.

En 2005 descubrieron que modificando una sola letra en la secuencia genética del ARN podía lograrse que no generase inflamación. “Ese cambio de uridina a pseudouridina permitía que no se generase una respuesta inmune exagerada y además facilitaba la producción de proteína en grandes cantidades. Sabía que funcionaría”, dice Karikó.

Su trabajo volvió a ser ignorado durante años. Los dos científicos patentaron sus técnicas para crear ARN modificado, pero la Universidad de Pensilvania decidió cedérselas a la empresa Cellscript. “Querían dinero rápido y las vendieron por 300.000 dólares”, explica Karikó.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia”
En 2010, un grupo de investigadores de EE UU fundó una empresa que compró los derechos sobre las patentes de Karikó y Weissman. Su nombre era un acrónimo de “ARN modificado”: Moderna. En pocos años, sin apenas publicar estudios científicos, recibieron cientos de millones de dólares de capital privado, incluidos 420 millones de dólares de Astrazeneca. La compañía prometía poder tratar enfermedades infecciosas con ARN mensajero. Casi al mismo tiempo, otra pequeña empresa alemana fundada por dos científicos de origen turco, BioNTech, adquirió varias de las patentes sobre ARN modificado de Karikó y Weissman para desarrollar vacunas contra el cáncer. En 2013, tras casi 40 años de trabajo prácticamente anónimo, Karikó fue fichada por BioNTech, de la que hoy es vicepresidenta.

“Sentí que era el momento de cambiar y pensé que podía aceptar el puesto para asegurarme de que las cosas iban en la dirección correcta”, dice Karikó. Las vacunas de Moderna y BioNTech, desarrollada junto a Pfizer, han demostrado una eficacia de al menos el 94%.

Hace apenas unos días, Karikó y Weissman se juntaron de nuevo para recibir la primera dosis de la vacuna de BioNTech. “No me causa ningún miedo”, dice la científica. “Si no fuera ilegal ya me habría inyectado en el laboratorio, pero a mí siempre me ha gustado seguir las normas”, explica. “La vacuna protege apenas 10 días después de la primera dosis, cuando la protección es del 88,9%. Con la segunda dosis aumenta al 95%. Hay algo muy importante. Hemos sacado sangre a los vacunados en los ensayos clínicos y hemos creado réplicas de todas las variantes del coronavirus que hay por el mundo. La sangre de estos pacientes, que contiene anticuerpos, ha sido capaz de neutralizar 20 variantes mutadas del virus”, resalta.

“Estas vacunas nos van a sacar de esta pandemia. En verano probablemente podremos volver a la playa, a la vida normal. Y con más de 3.000 muertos diarios en EE UU no me cabe duda de que la gente se va a vacunar. Especialmente los mayores”, opina, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dice que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química Karikó entiende que haya personas que tengas dudas sobre estos fármacos “porque nunca se había aprobado una vacuna basada en ARN. Pero los prototipos llevan usándose más de 10 años, por ejemplo contra el cáncer, en ensayos clínicos, y han resultado seguras. El ARN mensajero que usamos tiene la misma composición que el que fabricas tú mismo, en tus propias células. Es algo completamente natural y se hace a partir de nucleótidos de plantas. No hay nada extra desconocido y no se usan células de ningún animal, ni bacterias, nada”, destaca.

Hace unas semanas, Derrick Rossi, uno de los fundadores de Moderna, dijo a la revista STAT que Karikó y Weissman deberían recibir el Nobel de Química. Kenneth Chien, biólogo cardiovascular del Instituto Karolinska en Suecia y también cofundador de Moderna, coincide: “Todas las empresas de ARN mensajero, incluida Moderna, existen gracias al trabajo original de Karikó y Weissman. Merecen la parte del león porque sin sus descubrimientos las vacunas de ARN no estarían tan avanzadas como para poder enfrentar esta pandemia”, resalta.

Pero en una historia tan asombrosa como la de esta vacuna no podían ser todo luces. Karikó tiene sus adversarios que discuten la importancia de su trabajo. “Kati no es la pionera, sería ridículo considerarla como tal”, espeta Hans-Georg Rammensee, inmunólogo de la Universidad de Tubinga. Este científico explica que su equipo demostró en 2000 que una inyección de ARN sin modificar generaba una respuesta inmune positiva en ratones. “Buscábamos una vacuna contra el cáncer”, señala. Ese mismo año Rammensee cofundó una empresa para desarrollar la vacuna, “pero el proyecto tardó mucho en despegar porque no había financiación”, explica. Esa empresa se llama Curevac y en la actualidad es la tercera competidora en la carrera de vacunas de ARN mensajero contra la covid. La UE ha apalabrado 225 millones de dosis con Curevac, si finalmente demuestra eficacia. Esta empresa no usa ARN modificado y Rammensee cree que ni ese ni ninguno de los otros avances de Karikó han sido determinantes. Aún así reconoce lo inevitable. “Sin nuestro estudio de 2000 no se habrían fundado ni Moderna ni Biontech, pero ellos han sido más rápidos en el desarrollo”.

Karikó declina los reconocimientos con una mezcla de humildad y orgullo. “En los últimos 40 años no he tenido ni una recompensa a mi trabajo, ni siquiera una palmadita en la espalda. No lo necesito. Sé lo que hago. Sé que esto era importante. Y soy demasiado vieja para cambiar. Esto no se me ha subido a la cabeza. No uso joyas y tengo el mismo coche viejo de siempre”, comenta. Cuando era una joven científica aún en su Hungría natal su madre le decía que algún día ganaría el Nobel. “Yo le contestaba, ¡pero si ni siquiera puedo conseguir una beca, ni siquiera tengo un puesto fijo en la universidad!”.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Vacunas: cómo una ordeñadora de vacas le dio a Edward Jenner la clave para descubrir la vacuna contra la viruela (y lo convirtió en el médico más famoso del mundo)

La viruela fue uno de los más grandes flagelos de la humanidad. Se estima que 300 millones de personas murieron a causa de la viruela en el siglo XX solamente.


La virulenta enfermedad, que mata a un tercio de los que infecta, ha coexistido con seres humanos durante miles de años.

Quienes se salvaban quedaban con profundas marcas en la tez. La viruela también causaba ceguera.

A medida que la población mundial crecía y los viajes aumentaban, el virus aprovechaba cada oportunidad para colonizar el mundo.

Por todas partes
La primera evidencia física de la viruela son los rastros de la erupción de pústulas en el cuerpo momificado del faraón Ramsés V de Egipto, que murió en 1157 a.C.

Los comerciantes llevaron la enfermedad de Egipto a India durante el primer milenio a.C. Desde allí pasó a arrasar en China en el siglo I d.C. y llegó a Japón en el siglo VI.

Los cruzados que regresaban proporcionaron una manera de que la viruela se extendiera por Europa en los siglos XI y XII.

La viruela fue particularmente exitosa en poblaciones originarias.


Derechos de autor de la imagen DOMINO PÚBLICO Image caption 
Dibujo que muestra nahuas con viruela de la Historia general de las cosas de Nueva España, el compendio de información sobre los aztecas y los nahuas hecho por el fraile Bernardino de Sahagún.

Los españoles deben gran parte de su éxito en la conquista en el siglo XVI de los aztecas en México y los incas en Perú a la viruela.

A diferencia de los conquistadores, los indígenas no tenían inmunidad a la enfermedad, nunca antes la habían encontrado y un gran número de ellos perecieron.

Un siglo después, las poblaciones indígenas que vivían más en lo que luego sería Estados Unidos y Canadá sufrieron una devastación similar.

En el siglo XVIII la viruela diezmó a los aborígenes cuando llegó a Australia, la última esquina del mundo que hasta entonces se había escapado de sus estragos.

El método anterior a la vacuna
No sorprende que se hubieran tratado de encontrar maneras de prevenir la enfermedad.


En China crearon un tratamiento conocido como variolización hace unos mil años que luego se extendió hacia occidente llegando a varios países del Medio Oriente y África.

Había varias versiones pero la idea era la misma: darle una dosis del virus a una persona sana con la esperanza de que se enfermara levemente y quedara inmune.

En algunos lugares, le ponían a los sanos ropa de enfermos, impregnada con pus. Otros soplaban por la nariz pedazos de las costras de las pústulas de los enfermos a personas sanas.

En lugares como Turquía, hacían una incisión en la piel de la persona que quería prevenir la enfermedad y le echaban directamente la materia que emanaba de las llagas de los enfermos.

Ese fue el método que aprendió la esposa del embajador de Inglaterra en Constantinopla, Lady Mary Wortley Montague y lo llevó a Reino Unido en 1720. Así se extendió por toda Europa.

Aunque la variolización salvó muchas vidas, el problema era que la persona se podía enfermar gravemente si la pus que inoculaban era de una pústula joven, propagando aún más al enfermedad.

Además, como era de humano a humano, con la variolización se podían transmitir otras enfermedades, como sífilis.

Lo que dijo la ordeñadora 


Fue en ese mismo siglo en el que la viruela llegó a Australia y la variolización a Europa que un practicante de medicina en la Inglaterra rural encontró la senda que lo llevaría a la cura para esa enfermedad que mataba más que todo a niños.

Cuando estaba haciendo sus prácticas médicas lejos de su hogar, Edward Jenner (1749-1823) atendió a una chica que lo consultó sobre unos granos que tenía en la piel.

Ella trabajaba como ordeñadora y le dijo casualmente: "Sé que no es viruela pues ya me dio viruela bovina".

Esas pocas palabras hicieron que Jenner recordara que en la región de la que él venía también se decía que quienes contraían viruela bovina al ordeñar vacas quedaban inmunes a la viruela.

La viruela bovina no era grave: nadie moría de eso.

James, Sarah y Blossom
En 1775, Jenner empezó un minucioso estudio sobre la relación entre la viruela bovina y la de humanos. después de experimentar con animales descubrió que si tomaba un extracto de una llaga de viruela bovina y se la inyectaba a un ser humano, esa persona quedaba protegida contra la viruela.


Sarah se había contagiado de viruela bovina ordeñando a su vaca Blossom.
En 1796, inoculó a su primer paciente humano, James Phipps, un niño de 8 años, con materia tomada de la mano de una ordeñadora llamada Sarah Nelmes a quien su vaca Blossom la había contagiado de viruela bovina.

James contrajo viruela bovina.
Unos días después, inoculó al niño con gérmenes de viruela. Como anticipó, el niño no se enfermó de la versión humana de viruela.


La inoculación con el virus de viruela bovina había producido un grado de protección definitivo contra la viruela.

En 1797 presentó el estudio ante la Royal Society describiendo su experimento. Jenner no podía explicar la razón por la que el método era efectivo, pues aún no se podía ver el virus con los microscopios de la época.

La respuesta de los científicos fue que sus ideas eran demasiado revolucionarias y que necesitaba presentar más pruebas.

No hay problema
Impávido, Jenner experimentó con varios otros niños, incluyendo su propio hijo de 11 meses.

En 1798 publicó su investigación en 1798, en la que acuñó el término "vacuna", del latin "vacca" (vaca).

Lo que vino no fue gloria sino burlas.
Sus críticos, especialmente el clérigo, denunciaron que era repugnante e impío inocular a alguien con material de un animal enfermo.

Esta caricatura satírica de 1802 muestra al doctor Edward Jenner en el hospital de St Pancras de Londres e ilustra el miedo y el escepticismo inicial de muchos sobre la perspectiva de ser inoculados con viruela bovina para protegerse de una enfermedad mucho más seria.


No obstante, las ventajas obvias de la vacunación y la protección que proveía ganó la partida y la práctica se generalizó.

Y también sobre eso hubo una caricatura, en la que se ve a Jenner como el "Preservador de la raza humana" y a sus detractores vencidos:


El principio de la vacuna de Jenner es el mismo de hoy en día, aunque el método es más simple y efectivo.

El doctor más famoso del mundo
Jenner escribió un libro sobre su descubrimiento.

Doctores de todo el mundo estaban interesados y Jenner les mandó muestras de la vacuna.

Se volvió tremendamente famoso. Reyes y emperadores le mandaban regalos; el Parlamento británico le dio una suma de dinero para agradecerle por su trabajo.


Aunque se volvió rico, siguió su vida tranquila en la misma casa de siempre en Berkeley y continuó trabajando como médico rural, atendiendo a ricos y pobres.

A los últimos, los vacunaba gratis en una cabaña pequeña que tenía en su jardín. En un sólo día, en 1800, vacunó a casi 200 personas.

La vacunación, más que un remedio, era prevención, una de las armas más valiosas de la medicina. 


Durante la guerra entre Reino Unido y Francia, Jenner le pidió al emperador Napoleón que liberara a algunos prisioneros... y Napoleón lo hizo, diciendo que no le podía negar nada a Jenner.

Era todo un héroe. Cuando murió en 1823, uno de sus amigos dijo que nunca había conocido a "un hombre con un corazón más cálido".

Resulta demasiado evidente para admitir controversia que la aniquilación de la viruela, la peor amenaza mortal para la especie humana, será el resultado final de esta práctica"

Edward Jenner en 1801. 180 años más tarde, sus deseos se cumplieron. 

La viruela sobrevivió por muchos años después de la muerte de Jenner. La vacuna fue mejorada por científicos como Louis Pasteur. Una campaña mundial de vacunación redujo año tras año los casos hasta que en 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró que el mundo estaba libre de viruela.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-40720048

lunes, 13 de abril de 2020

_- CIENCIA. LA CRISIS DEL CORONAVIRUS. TRIBUNA. Los Álamos. Los grandes cerebros del mundo diseñaron la bomba atómica. Ahora necesitamos una vacuna.

_- Leó Szilárd, un brillante físico húngaro, se hizo muy amigo de Einstein en el Berlín de los felices años veinte, los mismos años que tan mal han empezado en nuestro siglo. Aprovechando la experiencia del alemán como oficinista de patentes, inventaron una nevera y la registraron, con menos éxito que el que asó la manteca. Sabemos esto gracias a una larga entrevista que el FBI hizo a Einstein veinte años después. No constan moretones. La entrevista está en la red y cualquiera puede comprobar que procedió de una forma civilizada. Lo que el FBI pretendía en 1940, con la guerra más devastadora de la historia empezando a hervir en medio planeta, era evaluar si Szilárd merecía una acreditación de seguridad en Estados Unidos. El FBI decidió que sí, y las consecuencias fueron seguramente enormes.

Tras el fiasco del refrigerador en los felices veinte, Szilárd, que además de húngaro era judío, tuvo que salir pitando de la Alemania nazi como tantos otros de los mejores cerebros de la época. Se largó primero a Inglaterra y luego a Nueva York. Mientras esperaba en un semáforo en rojo en una calle de Londres, se le ocurrió de pronto la idea de una reacción nuclear en cadena que aprovechara la ecuación más famosa de su amigo, E = mc2, para desatar un apocalipsis. Unos años después conoció las investigaciones sobre la fisión del uranio y percibió de inmediato que ese elemento pesado era la clave.

Szilárd ató cabos enseguida. Las mayores reservas de uranio estaban en el Congo, una colonia belga en la época. ¿Y si lo compraban los nazis? De pronto recordó algo extraordinario: su colega Einstein, con quien había patentado el peor refrigerador del siglo XX, era amigo de la reina madre de Bélgica. Corría 1939, y Szilárd se enteró de que Einstein estaba pasando unos días en Long Island, así que se plantó allí con un coche y preguntó al primer chaval que se encontró en la cuneta: “¿Muchacho, sabes dónde vive el doctor Einstein?”. Y el muchacho lo sabía.

Si la bomba podía construirse, Estados Unidos debía construirla. Einstein no tenía que escribir a la reina madre, sino al presidente Roosevelt. Ese fue el origen del proyecto Manhattan Lo demás es historia del siglo XX. Szilárd explicó a su amigo los avances sobre la fisión del uranio y la reacción en cadena, y Einstein comprendió el problema de inmediato y redactó una carta para la reina madre de Bélgica. Unos días después, el economista de Lehman Brothers (lo que son las cosas) Alexander Sachs vio más allá de lo que habían percibido los dos físicos geniales. Si la bomba podía construirse, Estados Unidos debía construirla. Einstein no tenía que escribir a la reina madre, sino al presidente Roosevelt. Ese fue el origen del proyecto Manhattan, que arrancaría al año siguiente en el laboratorio secreto de Los Álamos.

El enemigo actual no es un psicópata con bigote, sino un coronavirus que nos han cedido amablemente murciélagos y pangolines. En vez de escribir a la reina madre, construyamos la vacuna.

https://elpais.com/ciencia/2020-04-11/los-alamos.html