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El gobierno ha anunciado ya las condiciones en que se producirá la desescalada material de la situación de alarma en la que nos encontramos pero las empresas y trabajadores autónomos se encuentran en una situación de enorme incertidumbre e inseguridad que incrementa peligrosamente la vulnerabilidad de nuestra economía.
Nadie puede negar que la situación a la que se está haciendo frente es sumamente difícil, que no había protocolo alguno que estableciera lo que había que hacer y lo que no en esta emergencia sanitaria y económica y que, por mucho que se quiera comparar, la situación de cada país es distinta no sólo por el acierto o desacierto de los gobiernos que, en este momento puntual, han tenido que hacer frente a la pandemia. Es seguro que de no haberse producido los recortes en servicios públicos (sobre todo, sanitarios) que se han llevado a cabo en España en los últimos años, de haber estado en otra situación nuestras residencias de mayores, por ejemplo, la evolución del daño hubiera sido distinta. Lo mismo que, pasado el tiempo, se analizará el efecto tan negativo que está teniendo la decepcionante respuesta de la Unión Europea, incapaz de actuar como lo que se supone que es, un grupo de países que unen sus esfuerzos con un destino compartido y común.
Tampoco creo que nadie pueda poner en duda la firme voluntad que está teniendo este gobierno para evitar que las personas y grupos sociales más desfavorecidos sufran en mayor medida que los demás las consecuencias terribles de la pandemia, como nos consta que ocurrió en crisis anteriores.
Circunstancias como esas hay que tenerlas en cuenta, pero no se pueden utilizar para ocultar los errores que se cometan y las lagunas que se observan en las medidas que se estén aplicando. Hay que tratar de desvelarlos con lealtad y contribuir de la manera en que cada uno mejor pueda a corregirlos.
En los próximos días y semanas se va a ir produciendo la reactivación de la vida económica y, sin embargo, las empresas y trabajadores no tienen las mínimas certezas de las que hay que disponer para abrir los negocios con un mínimo de seguridad.
Esto es algo muy importante y que el gobierno quiero creer que ya habrá considerado: puede ocurrir que haya muchas empresas que decidan no volver a abrir, a pesar de poder hacerlo ya, si no disponen de información suficiente sobre lo que vaya a suceder con las ayudas que hasta ahora estén recibiendo o con la gestión de sus plantillas.
El gobierno debe informar cuanto antes de la estrategia que va a seguir en esas materias y más vale ser cauto, poniéndose en el peor de los lugares, que no tratar de contentar a todos ofreciendo escenarios que luego no vayan a poder cumplirse, como ya ha ocurrido en varias ocasiones.
Miles de empresas y trabajadores autónomos están gastando su ahorro o se están endeudando para seguir pagando gastos que son ineludibles y una gran parte se empieza a encontrar en una situación límite, sin saber si van a contar con más ayudas, si el plan de desescalada será firme o si, a la vuelta, el tipo de negocio que habían desarrollado va a seguir teniendo la misma demanda o podrá llevarse a cabo en las condiciones de siempre.
Es cierto que el gobierno se enfrenta a las mismas incertidumbres y que tiene muchas más dificultades que una empresa en concreto para determinar qué va a ocurrir en el futuro más inmediato, pero, desgraciadamente, este argumento no vale en una situación de emergencia. Si se va a dejar caer a las empresas se debe decir cuanto antes porque el destrozo y el coste que sufriremos todos serán mucho mayores si, por no querer asumirlo ahora, se va dejando que sea el tiempo quien vayan pasando la cuenta.
Sigue siendo imprescindible que las empresas reciban ayuda incluso cuando se haya producido la vuelta a la actividad. Esta no va a ser ni inmediata ni completa, de modo que será un error memorable que se deje que todas las empresas y todos los trabajadores autónomos reemprendan sus negocios como si sólo se tratara del despertar de una mala noche en una mala posada. El gobierno debe ofrecer cuanto antes una estrategia de apoyo, todo lo modulada que haga falta pero efectiva y que no puede seguir pasando por fomentar su endeudamiento. En una situación como esta, es el Estado quien debe endeudarse y no miles de empresas y trabajadores autónomos. Aunque, eso sí, ese endeudamiento gubernamental debe ser entendido, asumido y apoyado por la ciudadanía como un esfuerzo imprescindible de la nación en su conjunto y que debe ser asumido por cada uno en función de nuestra particular capacidad de pago. Para lo cual es fundamental que exista liderazgo y mucha y buena pedagogía.
En concreto, creo que deben contemplarse tres cuestiones principales.
La primera, la ayuda en metálico que no sólo no puede desaparecer, sino que se debe hacer mucho más ágil y efectiva.
La segunda es el paréntesis fiscal que debe continuar, para evitar que la vuelta a la actividad produzca el ahogo definitivo de la ya de por sí escasa liquidez de las empresas y autónomos. El calendario fiscal debe dar prioridad ahora a su salvamento y el Estado deberá cubrir -endeudándose en lo que haga falta, como acabo de decir- el roto que eso lógicamente supone para las finanzas públicas. El coste que todos tendremos que asumir más adelante si no lo hace ahora será mucho mayor.
La tercera cuestión que hay que poner sobre la mesa con carácter inmediato y urgente es la relativa a la gestión de las plantillas de las empresas. Yo he defendido y defiendo que hay que evitar que haya empresas que utilicen las ayudas recibidas del Estado para cambiar con oportunismo su plantilla (como, desgraciadamente, están haciendo muchas). Sin embargo, esa prevención no puede llevar a mantener una posición maximalista que puede tener un coste terrible en cuanto a pérdida de empleo se refiere.
Por un lado, es evidente que la vuelta a la actividad no va a ser, como he dicho, ni completa ni inmediata. Y, por otro, también lo es que muchas empresas, afortunadamente, han comenzado ya a reinventarse o lo van a hacer enseguida. Cuando abran tendrán que acomodar su negocio a los nuevos planes de gasto de los consumidores, a los miedos y nuevas pautas de consumo, a la exigencia del distanciamiento… o puede ser que incluso hayan virado completamente su actividad para poder sobrevivir. Lógicamente, todo eso tiene un efecto directo sobre su política de personal, así que no se puede pretender que, por mucha que haya sido la ayuda que hayan recibido, mantengan una misma estructura de personal idéntica a la anterior.
Entre el malgastar la ayuda recibida o utilizarla con oportunismo y el realizar esos cambios positivos que a la postre salvan empleo, hay mucha distancia y las normas, por tanto, se deben establecer con enorme flexibilidad para poder contemplar la realidad de cada caso.
Por tanto, se debe hacer lo necesario para que los ERTES se vayan resolviendo de una manera flexible y adaptada. En otro caso, se puede dar lugar a que muchas empresas que pudieran comenzar a tener actividad decidan no reiniciarla si la demanda o las nuevas condiciones del negocio no les permiten (como es lógico que les ocurra en muchos casos) asumir a la totalidad de la plantilla anterior.
Prórroga fiscal y flexibilidad laboral negociada y bien definida son, en este momento, las claves para que la vuelta a la actividad no se convierta en un verdadero desastre. Aunque no es lo único imprescindible para evitarlo.
Tampoco se puede olvidar que es fundamental dar ayuda de choque y urgente a las familias que se encuentran en situación de carencia extrema y que no están recibiendo ningún apoyo. Me temo que una vez más se ha demostrado que lo mejor es enemigo de lo bueno. Tratar de configurar en situación de emergencia un mecanismo perfeccionado de ingreso mínimo, con todas sus cautelas y garantías, quizá no haya sido la mejor idea cuando la necesidad de miles de personas apura en tan gran medida.
Además de hacer lo que acabo de señalar, el gobierno debe evitar seguir cometiendo los tres errores garrafales que empañan hasta ahora la gestión que realiza de la crisis, eso sí, con una gran preocupación social.
En primer lugar, no puede seguir actuando como El Llanero Solitario frente a la pandemia. Me resulta verdaderamente incomprensible que este gobierno no se dé cuenta del coste político tan tremendo que le está suponiendo el no haber convocado desde el primer momento y permanentemente a todas los partidos políticos, agentes sociales y autoridades autonómicas y del Estado para realizar y protagonizar conjuntamente el seguimiento de la crisis. Cada día que pasa es un paso más hacia el abismo y no sé si aún se estará a tiempo de arreglarlo, pero el gobierno debe rectificar cuanto antes en este sentido.
En segundo lugar, y por razones obvias que no voy a detenerme a comentar, el gobierno debe mejorar también la comunicación de sus estrategias.
Finalmente, también se debe corregir cuanto antes el grave error de haber circunscrito el diseño del llamado plan de reconstrucción a una comisión parlamentaria sin apenas contenido, sin el apoyo necesario, que no parece que haya comenzado a hacer algo y, en principio, como algo ajeno a la propia actuación del gobierno.
Ya casi estamos en el día después (si el destino no nos devuelve en unos pocos meses a la casilla de salida y esto sí que tiene mucho que ver con la responsabilidad de las personas corrientes) y la ciudadanía no sabe qué va a pasar (más allá de las condiciones en que se producirá la desescalada), cómo vamos a salir de todo esto y de qué manera se podrá hacer frente a un futuro económico tan incierto. También me parece mentira que este gobierno no se dé cuenta, a la hora de pensar en el futuro, de lo importante que es la complicidad social y ciudadana, la participación de todas las personas y organizaciones que llevan pensando en los problemas de España durante años e incluso resolviéndolos en el día a día. Cuanto antes, con la máxima urgencia, el gobierno debería hacer una gran convocatoria nacional que permita aflorar la creatividad y el compromiso de los españoles de todas las comunidades y nacionalidades. En otras ocasiones hemos sido capaces de poner en marcha grandes proyectos y podríamos volver hacerlo ahora que es mucho más necesario.
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martes, 17 de agosto de 2021
lunes, 26 de abril de 2021
_- Keynes y la ética
_- El economista más influyente del siglo XX, de cuya muerte se cumplen hoy, día 4 de abril, 75 años, entendió que de las crisis se sale sabiendo qué futuro queremos
En plena Segunda Guerra Mundial, el Gobierno del Reino Unido encargó al político y académico William Beveridge un informe sobre el futuro de la Seguridad Social del país. Lord Beveridge pidió ayuda con el cálculo de su costo a Keynes. Como cuenta el mejor biógrafo de éste, el también notable economista Robert Skidelsky, de esa colaboración surgieron una serie de documentos clave -empezando por el Social Insurance and Allied Services (1942), del que se vendieron 700.000 copias en unas semanas- que marcaron un giro crucial a las políticas económicas y sociales que hicieron posible a partir de 1945 tres décadas de bienestar no solo en el Reino Unido sino también en Europa occidental. Ni Beveridge ni Keynes eran precisamente radicales. Al contrario, ideológicamente se encontraban en la órbita del moribundo Partido Liberal y eran por origen, temperamento y estilos de vida, personas plenamente integradas en el sistema, que querían salvar al capitalismo del fascismo, del comunismo y de sí mismo.
Para salvar al capitalismo había que reinventarlo y en este proceso fueron cruciales los conocimientos de Keynes, el hombre que ya había revolucionado en 1936 el pensamiento económico con su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en el que abogaba por el papel imprescindible del Estado y del déficit presupuestario para sacar a las economías occidentales de las garras de la Gran Depresión. Luego, en los años cuarenta, Keynes demostró que los proyectos de reforma social eran posibles porque se podían pagar si se hacían los esfuerzos presupuestarios y fiscales necesarios. Llama la atención que estos planes se concibieran en medio de una guerra que había llevado al Reino Unido a la bancarrota técnica, que solo la ayuda económica americana evitó que se materializase. Y es que Keynes vio en la catástrofe una oportunidad para hacer un mundo mejor, mientras que podría haber hecho lo contrario y dejar las reformas para cuando la situación económica mejorase, o para nunca. No fue una acción del todo inesperada o inexplicable. Como antes hiciera Adam Smith (autor de un libro a menudo ignorado, titulado nada menos que Teoría de los sentimientos morales), Keynes había llegado a la economía desde la ética, y quizás por ello nunca olvidó que aquélla está al servicio de la sociedad y no al revés, en contra de los dogmáticos que pensaban que la sociedad está maniatada por unos supuestos principios naturales o científicos inmutables, empezando por la sagrada mano invisible del libre mercado.
Dejar la ética fuera de los planteamientos económicos ignoraría la historia que vino después. La reforma del capitalismo a partir de 1945 fue posible por un cambio de mentalidad en la mayoría de los ciudadanos y de una parte de las élites, que concluyeron que los años de miseria, desempleo estructural, recortes sociales y de desigualdad que precedieron a la guerra no podían continuar. En el Reino Unido, Churchill, el gran héroe de la resistencia ante los nazis, no entendió este cambio en la opinión pública y por eso fue derrotado de forma rotunda por los laboristas en las elecciones de aquel año.
Al menos en Occidente (pero no en España), el mundo nuevo que alumbró la Segunda Guerra Mundial estaba basado en lograr un objetivo simple: la creación de una sociedad más justa y libre en la que todos los ciudadanos tuviesen oportunidades reales para mejorar sus vidas. Las nuevas prioridades sociales llevaron a los gobiernos democráticos de posguerra a expandir su función redistributiva de la riqueza de una forma sin precedentes. Para ello se aumentaron las cargas fiscales a los más ricos. Con las subidas de impuestos, las grandes mansiones de la aristocracia británica que vemos en algunas películas llenas de nostalgia –pagadas con el dinero de la esclavitud, el despojo de la India y mantenidas por legiones de sirvientes que cobraban muy poco- tuvieron que cerrar sus puertas y ser vendidas al National Trust. Pero a cambio se pudieron pagar las cerca de 200.000 viviendas sociales que construyó cada año el Gobierno del Reino Unido (fuese laborista o conservador) y acabar así con la vergüenza de que una de cada tres casas en el país no tuviese agua corriente en 1939.
Keynes, uno de los padres de esta nueva sociedad, fue un hombre lleno de contradicciones y de opiniones cambiantes. El exquisito esteta elitista (miembro del exclusivo y secreto club de los Apóstoles de Cambridge y del grupo de Bloomsbury) que despreciaba a Marx, resultó ser uno de los individuos que más hizo por los trabajadores el siglo pasado. Fue primero librecambista y luego proteccionista. Defendió a la derrotada Alemania en 1919 pero aborreció el Apaciguamiento ante Hitler en los años treinta. Intentó evitar la vuelta al patrón oro en 1925 y luego luchó, en la conferencia de Bretton Woods de 1944, para encontrar la estabilidad perdida de las divisas. Sus ideas fiscales en los años veinte eran muy distintas de las de los años cuarenta. No podía ser de otro modo. Como toda persona inteligente y no dogmática, él cambió las preguntas y las respuestas según cambiaron los tiempos. Pero ante todo nunca olvidó que la función pública debía basarse en principios éticos. Por ello mismo entendió que la teoría económica tenía que ser flexible y responder a las necesidades del momento, y que la salida a la crisis desatada en 1939-1945 no podía ser la misma que la que siguió primero al estallido de la Gran Guerra y luego a la Gran Depresión, que pagaron los más pobres mientras que las diferencias sociales se agudizaron aún más.
Los imperativos éticos de las generaciones que vivieron la Segunda Guerra Mundial hicieron que en el capitalismo de posguerra se desarrollaran políticas que hoy serían acusadas por muchos de subversivas y aberrantes. Por ejemplo, en Estados Unidos se implementaron tipos máximos del impuesto de la renta que llegaron hasta el 91% bajo Eisenhower, y lo normal era que los grandes patrones empresariales ganasen como media unas treinta veces más que sus empleados. Hoy, en un ambiente moral muy distinto, el tipo impositivo máximo en los Estados Unidos es del 37% y los jefes de las grandes compañías ganan una media de 300 veces el salario de sus empleados. También hoy en España tenemos millones de personas socialmente excluidas que sufren la segunda crisis socio-económica profunda en una generación. Sin embargo, hay quienes no solo se echan las manos a la cabeza cuando se propone apuntalar nuestro más bien escuálido Estado del bienestar aumentando la carga fiscal nacional hasta el mismo nivel medio del resto de Europa (del 35% al 41% del PIB), sino que además piden o prometen bajadas masivas de impuestos mientras que evitan explicar cómo se van a pagar las pensiones, las ayudas a la dependencia, la educación, la sanidad, la investigación y hasta la defensa de este país.
A diferencia de demagogos y santones del mercado, Keynes entendió que de las crisis económicas se debe salir considerando primero qué futuro queremos. Tampoco olvidó que la economía es política, y por lo tanto una manifestación de nuestros valores éticos colectivos.
Antonio Cazorla Sánchez es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Trent University. Canadá.
https://elpais.com/opinion/2021-04-21/keynes-y-la-etica.html
En plena Segunda Guerra Mundial, el Gobierno del Reino Unido encargó al político y académico William Beveridge un informe sobre el futuro de la Seguridad Social del país. Lord Beveridge pidió ayuda con el cálculo de su costo a Keynes. Como cuenta el mejor biógrafo de éste, el también notable economista Robert Skidelsky, de esa colaboración surgieron una serie de documentos clave -empezando por el Social Insurance and Allied Services (1942), del que se vendieron 700.000 copias en unas semanas- que marcaron un giro crucial a las políticas económicas y sociales que hicieron posible a partir de 1945 tres décadas de bienestar no solo en el Reino Unido sino también en Europa occidental. Ni Beveridge ni Keynes eran precisamente radicales. Al contrario, ideológicamente se encontraban en la órbita del moribundo Partido Liberal y eran por origen, temperamento y estilos de vida, personas plenamente integradas en el sistema, que querían salvar al capitalismo del fascismo, del comunismo y de sí mismo.
Para salvar al capitalismo había que reinventarlo y en este proceso fueron cruciales los conocimientos de Keynes, el hombre que ya había revolucionado en 1936 el pensamiento económico con su libro Teoría general del empleo, el interés y el dinero, en el que abogaba por el papel imprescindible del Estado y del déficit presupuestario para sacar a las economías occidentales de las garras de la Gran Depresión. Luego, en los años cuarenta, Keynes demostró que los proyectos de reforma social eran posibles porque se podían pagar si se hacían los esfuerzos presupuestarios y fiscales necesarios. Llama la atención que estos planes se concibieran en medio de una guerra que había llevado al Reino Unido a la bancarrota técnica, que solo la ayuda económica americana evitó que se materializase. Y es que Keynes vio en la catástrofe una oportunidad para hacer un mundo mejor, mientras que podría haber hecho lo contrario y dejar las reformas para cuando la situación económica mejorase, o para nunca. No fue una acción del todo inesperada o inexplicable. Como antes hiciera Adam Smith (autor de un libro a menudo ignorado, titulado nada menos que Teoría de los sentimientos morales), Keynes había llegado a la economía desde la ética, y quizás por ello nunca olvidó que aquélla está al servicio de la sociedad y no al revés, en contra de los dogmáticos que pensaban que la sociedad está maniatada por unos supuestos principios naturales o científicos inmutables, empezando por la sagrada mano invisible del libre mercado.
Dejar la ética fuera de los planteamientos económicos ignoraría la historia que vino después. La reforma del capitalismo a partir de 1945 fue posible por un cambio de mentalidad en la mayoría de los ciudadanos y de una parte de las élites, que concluyeron que los años de miseria, desempleo estructural, recortes sociales y de desigualdad que precedieron a la guerra no podían continuar. En el Reino Unido, Churchill, el gran héroe de la resistencia ante los nazis, no entendió este cambio en la opinión pública y por eso fue derrotado de forma rotunda por los laboristas en las elecciones de aquel año.
Al menos en Occidente (pero no en España), el mundo nuevo que alumbró la Segunda Guerra Mundial estaba basado en lograr un objetivo simple: la creación de una sociedad más justa y libre en la que todos los ciudadanos tuviesen oportunidades reales para mejorar sus vidas. Las nuevas prioridades sociales llevaron a los gobiernos democráticos de posguerra a expandir su función redistributiva de la riqueza de una forma sin precedentes. Para ello se aumentaron las cargas fiscales a los más ricos. Con las subidas de impuestos, las grandes mansiones de la aristocracia británica que vemos en algunas películas llenas de nostalgia –pagadas con el dinero de la esclavitud, el despojo de la India y mantenidas por legiones de sirvientes que cobraban muy poco- tuvieron que cerrar sus puertas y ser vendidas al National Trust. Pero a cambio se pudieron pagar las cerca de 200.000 viviendas sociales que construyó cada año el Gobierno del Reino Unido (fuese laborista o conservador) y acabar así con la vergüenza de que una de cada tres casas en el país no tuviese agua corriente en 1939.
Keynes, uno de los padres de esta nueva sociedad, fue un hombre lleno de contradicciones y de opiniones cambiantes. El exquisito esteta elitista (miembro del exclusivo y secreto club de los Apóstoles de Cambridge y del grupo de Bloomsbury) que despreciaba a Marx, resultó ser uno de los individuos que más hizo por los trabajadores el siglo pasado. Fue primero librecambista y luego proteccionista. Defendió a la derrotada Alemania en 1919 pero aborreció el Apaciguamiento ante Hitler en los años treinta. Intentó evitar la vuelta al patrón oro en 1925 y luego luchó, en la conferencia de Bretton Woods de 1944, para encontrar la estabilidad perdida de las divisas. Sus ideas fiscales en los años veinte eran muy distintas de las de los años cuarenta. No podía ser de otro modo. Como toda persona inteligente y no dogmática, él cambió las preguntas y las respuestas según cambiaron los tiempos. Pero ante todo nunca olvidó que la función pública debía basarse en principios éticos. Por ello mismo entendió que la teoría económica tenía que ser flexible y responder a las necesidades del momento, y que la salida a la crisis desatada en 1939-1945 no podía ser la misma que la que siguió primero al estallido de la Gran Guerra y luego a la Gran Depresión, que pagaron los más pobres mientras que las diferencias sociales se agudizaron aún más.
Los imperativos éticos de las generaciones que vivieron la Segunda Guerra Mundial hicieron que en el capitalismo de posguerra se desarrollaran políticas que hoy serían acusadas por muchos de subversivas y aberrantes. Por ejemplo, en Estados Unidos se implementaron tipos máximos del impuesto de la renta que llegaron hasta el 91% bajo Eisenhower, y lo normal era que los grandes patrones empresariales ganasen como media unas treinta veces más que sus empleados. Hoy, en un ambiente moral muy distinto, el tipo impositivo máximo en los Estados Unidos es del 37% y los jefes de las grandes compañías ganan una media de 300 veces el salario de sus empleados. También hoy en España tenemos millones de personas socialmente excluidas que sufren la segunda crisis socio-económica profunda en una generación. Sin embargo, hay quienes no solo se echan las manos a la cabeza cuando se propone apuntalar nuestro más bien escuálido Estado del bienestar aumentando la carga fiscal nacional hasta el mismo nivel medio del resto de Europa (del 35% al 41% del PIB), sino que además piden o prometen bajadas masivas de impuestos mientras que evitan explicar cómo se van a pagar las pensiones, las ayudas a la dependencia, la educación, la sanidad, la investigación y hasta la defensa de este país.
A diferencia de demagogos y santones del mercado, Keynes entendió que de las crisis económicas se debe salir considerando primero qué futuro queremos. Tampoco olvidó que la economía es política, y por lo tanto una manifestación de nuestros valores éticos colectivos.
Antonio Cazorla Sánchez es catedrático de Historia Contemporánea de Europa en la Trent University. Canadá.
https://elpais.com/opinion/2021-04-21/keynes-y-la-etica.html
martes, 14 de abril de 2020
¡Siéntense y hablen!
Este es un artículo a la desesperada y lo escribo sabiendo el escaso efecto que puede tener, conociendo bien a nuestra sociedad, a mis compatriotas y cómo está actuando una parte de nuestros representantes políticos.
Juan Torres López
Soy plenamente consciente de que casi nunca un partido político actúa como le gustaría a los demás que actuara y, mucho menos, en medio de una situación de emergencia como la que estamos viviendo. Nuestras sociedades son mosaicos de piezas muy diferentes y las políticas que se han aplicado en las últimas décadas nos han ensimismado. Margaret Thatcher decía que no hay sociedad sino individuos y eso es lo que se ha conseguido que haya en nuestra civilización, seres que actuamos como si fuésemos átomos aislados, creyendo que nuestra existencia y devenir es el simple resultado de nuestras preferencias y decisiones individuales, sin darnos cuenta de que en realidad hay lazos permanentes que unen la existencia de unas personas con la de otras que son los que de verdad condicionan lo que ocurre en nuestras vidas.
Sé perfectamente que, para poder venderlos sin parar, los bienes y servicios más exitosos en los mercados se producen desde hace años diferenciándolos al máximo, para que quien los compra crea que adquiere algo que antes no tenía. Sé que eso requiere y conforma un tipo de consumidor que, sobre todo, busca la diferencia con los demás, y que así se ha dado lugar a que el sentirse distinto o, a lo sumo, parte de una pequeña tribu sea el leitmotiv de la vida de la mayoría de la gente.
Sé perfectamente que el signo de nuestra cultura y de nuestro modo actual de vivir es la diferencia y la individualización; y que es inevitable que eso produzca sociedades en donde el acuerdo, la percepción de lo común y del interés colectivo, y el sentirse no ya a gusto sino simplemente algo identificado con la posición o las ideas de otro, sea muy difícil, por no decir que casi imposible.
Sé perfectamente que cuando las personas somos así, cuando actuamos como individuos y no como seres sociales que formamos parte de un entramado de relaciones que nos conforman y que condicionan nuestras ideas, nuestras preferencias y nuestras capacidades, es un milagro que podamos percibir que el mundo en el que estamos no es una suma de partes aisladas sino un proyecto compartido.
Sé perfectamente que se ha construido una no-sociedad en la que la mayoría de la gente trata de ir a lo suyo, íntima y fuertemente convencida de que sólo yendo por su propia cuenta puede salir adelante y asegurarse su sustento y su vida de la mejor manera posible. Y sabiendo todo eso no puede extrañarme la incapacidad tan grande que hay a mi alrededor para llegar a acuerdos y para resolver los conflictos y las diferencias con cordialidad y fraternidad. Como tampoco me extraña, por extensión, que la vida política, por esas mismas razones, esté tan polarizada y sea tan feroz en la inmensa mayoría de los países. Las sociedades fragmentadas hasta la exageración de nuestro tiempo no producen proyectos comunes o convergentes sino de los unos contra los otros. En fin, sé que vivimos una época como la que Alejo Carpentier describió, con palabras mucho mas bellas, en El siglo de las luces: "hecha para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus".
Como llevo estudiando todo esto desde hace años no me extraña que en España se esté consolidando también una sociedad en la que cada parte de ella esté convencida de que la otra es la expresión de todos los males y que eso genere la agresividad tan grande que nos rodea cuando hablamos de lo que es común a todos. Un terreno en donde puede brotar a destajo y a su aire cualquier tipo de infamia y mentira. Aunque algunas veces, lo reconozco, llegando a una inhumanidad tan terrible que nunca pensé que pudiera darse. He leído, por ejemplo, que un médico de la Comunidad de Madrid escribió en su cuenta de Twitter: "Me estoy pensando si vale la pena salvar a estos rojos de la enfermedad"; también el cartel de unos vecinos que pedían a otro que es voluntario de la Cruz Roja que no vuelva a su casa para evitar el riesgo de contagiarlos; a un partido político decir que los mayores mueren en las residencias porque el gobierno está cometiendo allí una "eutanasia feroz"; o a parlamentarios independentistas haciendo chistes con los muertos de Madrid.
Pues bien, a pesar de ser consciente de todo ello, una vez más reclamo unidad, respeto y cooperación. El abismo al que se están asomando todas las economías y no sólo la española, es tremendo, me parece que todavía inimaginable para la mayoría de las personas. Lo que puede ocurrirnos si no acertamos con la solución es muy serio. Hay ya cientos de miles de españoles de todas las ideologías en situación extrema, sin ingresos, los servicios administrativos que conceden las ayudas comienzan a estar tan saturados como los sanitarios y miles de empresas y autónomos se encuentran al borde de la asfixia y el cierre.
Tenemos la obligación de expresar cada uno lo que pensamos y de criticar lo que nos parece mal que no será poco, tal y como se han presentado los problemas y dado que nadie sabe todavía cuáles son sus soluciones. Pero lo completamente absurdo es destruir la nave porque los nuestros no están al timón.
No podemos seguir así.
Me resulta incomprensible la actitud de la oposición política o social, pero debo reconocer que no me explico tampoco la falta de decisión del gobierno a la hora de promover acuerdos y de hacerlos visibles ante los españoles. No puedo entender y me parece suicida que no se haya formado una mesa nacional, o como quiera que sea el nombre que se le ponga, en la que estén todos los operadores políticos y sociales para ser informados constantemente, para aportar propuestas y soluciones y para mostrar al resto de los españoles que se hace frente cooperativamente a una situación de emergencia en la que mueren tantas personas queridas de todos los españoles sin distinción. Y me parece especialmente incomprensible que los líderes de todos los partidos no estén permanentemente al tanto de lo que está ocurriendo, en instancias que, como la situación, también deberán ser excepcionales y no las habituales en momentos de normalidad.
Una vez más pido al gobierno que convoque abiertamente a todos los responsables políticos y líderes sociales y económicos, para seguir la situación del momento y para poner en marcha una estrategia de reactivación común. Y le pido que lo haga sin olvidar que no es fácil obtener colaboración de los demás en un momento puntual grave, para suscribir un pacto, cuando no hay contacto diario y colaboración permanente.
Aprecio mucho el esfuerzo del presidente Sánchez y empatizo con él en una situación que debe resultarle difícil y muy dolorosa, política y personalmente, pero creo que le falta dar el paso decisivo de llamar, con más operatividad y menos retórica, no al gobierno, pero sí a la colaboración más estrecha y diaria, al resto de las fuerzas políticas y sociales y a la sociedad civil.
Los españoles necesitamos ver que se hace frente con cooperación y unidad a esta emergencia que puede terminar tan mal. El gobierno debería ofrecerla ya, de manera expresa, formal, pública, operativa, generosa e inmediata y si hay quien no la acepta que asuma la responsabilidad y se retrate ante el resto de los españoles.
¡Que se sienten y que hablen cuanto antes! Si ahora se hunde España, como puede hundirse, no sufrirá sólo una parte, lo lamentaremos todos.
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/04/14/sientense-y-hablen/
Juan Torres López
Soy plenamente consciente de que casi nunca un partido político actúa como le gustaría a los demás que actuara y, mucho menos, en medio de una situación de emergencia como la que estamos viviendo. Nuestras sociedades son mosaicos de piezas muy diferentes y las políticas que se han aplicado en las últimas décadas nos han ensimismado. Margaret Thatcher decía que no hay sociedad sino individuos y eso es lo que se ha conseguido que haya en nuestra civilización, seres que actuamos como si fuésemos átomos aislados, creyendo que nuestra existencia y devenir es el simple resultado de nuestras preferencias y decisiones individuales, sin darnos cuenta de que en realidad hay lazos permanentes que unen la existencia de unas personas con la de otras que son los que de verdad condicionan lo que ocurre en nuestras vidas.
Sé perfectamente que, para poder venderlos sin parar, los bienes y servicios más exitosos en los mercados se producen desde hace años diferenciándolos al máximo, para que quien los compra crea que adquiere algo que antes no tenía. Sé que eso requiere y conforma un tipo de consumidor que, sobre todo, busca la diferencia con los demás, y que así se ha dado lugar a que el sentirse distinto o, a lo sumo, parte de una pequeña tribu sea el leitmotiv de la vida de la mayoría de la gente.
Sé perfectamente que el signo de nuestra cultura y de nuestro modo actual de vivir es la diferencia y la individualización; y que es inevitable que eso produzca sociedades en donde el acuerdo, la percepción de lo común y del interés colectivo, y el sentirse no ya a gusto sino simplemente algo identificado con la posición o las ideas de otro, sea muy difícil, por no decir que casi imposible.
Sé perfectamente que cuando las personas somos así, cuando actuamos como individuos y no como seres sociales que formamos parte de un entramado de relaciones que nos conforman y que condicionan nuestras ideas, nuestras preferencias y nuestras capacidades, es un milagro que podamos percibir que el mundo en el que estamos no es una suma de partes aisladas sino un proyecto compartido.
Sé perfectamente que se ha construido una no-sociedad en la que la mayoría de la gente trata de ir a lo suyo, íntima y fuertemente convencida de que sólo yendo por su propia cuenta puede salir adelante y asegurarse su sustento y su vida de la mejor manera posible. Y sabiendo todo eso no puede extrañarme la incapacidad tan grande que hay a mi alrededor para llegar a acuerdos y para resolver los conflictos y las diferencias con cordialidad y fraternidad. Como tampoco me extraña, por extensión, que la vida política, por esas mismas razones, esté tan polarizada y sea tan feroz en la inmensa mayoría de los países. Las sociedades fragmentadas hasta la exageración de nuestro tiempo no producen proyectos comunes o convergentes sino de los unos contra los otros. En fin, sé que vivimos una época como la que Alejo Carpentier describió, con palabras mucho mas bellas, en El siglo de las luces: "hecha para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus".
Como llevo estudiando todo esto desde hace años no me extraña que en España se esté consolidando también una sociedad en la que cada parte de ella esté convencida de que la otra es la expresión de todos los males y que eso genere la agresividad tan grande que nos rodea cuando hablamos de lo que es común a todos. Un terreno en donde puede brotar a destajo y a su aire cualquier tipo de infamia y mentira. Aunque algunas veces, lo reconozco, llegando a una inhumanidad tan terrible que nunca pensé que pudiera darse. He leído, por ejemplo, que un médico de la Comunidad de Madrid escribió en su cuenta de Twitter: "Me estoy pensando si vale la pena salvar a estos rojos de la enfermedad"; también el cartel de unos vecinos que pedían a otro que es voluntario de la Cruz Roja que no vuelva a su casa para evitar el riesgo de contagiarlos; a un partido político decir que los mayores mueren en las residencias porque el gobierno está cometiendo allí una "eutanasia feroz"; o a parlamentarios independentistas haciendo chistes con los muertos de Madrid.
Pues bien, a pesar de ser consciente de todo ello, una vez más reclamo unidad, respeto y cooperación. El abismo al que se están asomando todas las economías y no sólo la española, es tremendo, me parece que todavía inimaginable para la mayoría de las personas. Lo que puede ocurrirnos si no acertamos con la solución es muy serio. Hay ya cientos de miles de españoles de todas las ideologías en situación extrema, sin ingresos, los servicios administrativos que conceden las ayudas comienzan a estar tan saturados como los sanitarios y miles de empresas y autónomos se encuentran al borde de la asfixia y el cierre.
Tenemos la obligación de expresar cada uno lo que pensamos y de criticar lo que nos parece mal que no será poco, tal y como se han presentado los problemas y dado que nadie sabe todavía cuáles son sus soluciones. Pero lo completamente absurdo es destruir la nave porque los nuestros no están al timón.
No podemos seguir así.
Me resulta incomprensible la actitud de la oposición política o social, pero debo reconocer que no me explico tampoco la falta de decisión del gobierno a la hora de promover acuerdos y de hacerlos visibles ante los españoles. No puedo entender y me parece suicida que no se haya formado una mesa nacional, o como quiera que sea el nombre que se le ponga, en la que estén todos los operadores políticos y sociales para ser informados constantemente, para aportar propuestas y soluciones y para mostrar al resto de los españoles que se hace frente cooperativamente a una situación de emergencia en la que mueren tantas personas queridas de todos los españoles sin distinción. Y me parece especialmente incomprensible que los líderes de todos los partidos no estén permanentemente al tanto de lo que está ocurriendo, en instancias que, como la situación, también deberán ser excepcionales y no las habituales en momentos de normalidad.
Una vez más pido al gobierno que convoque abiertamente a todos los responsables políticos y líderes sociales y económicos, para seguir la situación del momento y para poner en marcha una estrategia de reactivación común. Y le pido que lo haga sin olvidar que no es fácil obtener colaboración de los demás en un momento puntual grave, para suscribir un pacto, cuando no hay contacto diario y colaboración permanente.
Aprecio mucho el esfuerzo del presidente Sánchez y empatizo con él en una situación que debe resultarle difícil y muy dolorosa, política y personalmente, pero creo que le falta dar el paso decisivo de llamar, con más operatividad y menos retórica, no al gobierno, pero sí a la colaboración más estrecha y diaria, al resto de las fuerzas políticas y sociales y a la sociedad civil.
Los españoles necesitamos ver que se hace frente con cooperación y unidad a esta emergencia que puede terminar tan mal. El gobierno debería ofrecerla ya, de manera expresa, formal, pública, operativa, generosa e inmediata y si hay quien no la acepta que asuma la responsabilidad y se retrate ante el resto de los españoles.
¡Que se sienten y que hablen cuanto antes! Si ahora se hunde España, como puede hundirse, no sufrirá sólo una parte, lo lamentaremos todos.
https://blogs.publico.es/juantorres/2020/04/14/sientense-y-hablen/
lunes, 10 de octubre de 2016
Nos han saqueado
Víctor Arrogante
La crisis económica que padecemos no se produjo por casualidad ni por que las cosas en economía son cíclicas y nos ha tocado. Un dato: el ministro en funciones de Economía y Competitividad Luis de Guindos, era miembro del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y Director en España y Portugal hasta su quiebra en 2008. Ya sabemos como provocó la caída en cadena de tantas economías como la española. De otra parte, se calcula en más de 7.500 millones de euros saqueados por la corrupción de empresarios y políticos sin escrúpulos, mientras reducían los gastos sociales.
Hemos conocido el Barómetro del CIS de Septiembre, por el que la segunda preocupación de los españoles es la corrupción y el fraude (el primero sigue siendo el paro). El cuarto de los problemas son los de índole económica. El 89,1% considera que la situación política sigue siendo «mala» o «muy mala»; y el 64,7% de los encuestados que la situación económica es «mala» o «muy mala» y con pocas esperanzas de futuro (seguirá igual para el 40,2% y peor para el 22,8%). Pese a todo, no se entiende que algunos miembros del partido socialista pretendan que siga gobernando el PP.
Algunas encuestas, tras la crisis en el PSOE, muestran que la celebración de terceras elecciones rompería el equilibrio de fuerzas que existía hasta ahora y el PP saldría muy reforzado. Esta situación se confirma en el Barómetro de Octubre del Instituto DYM para El Confidencial, que pronostica que el principal beneficiado de terceras elecciones sería el PP y el más perjudicado el PSOE, que caería a la tercera posición, siendo adelantado por Unidos Podemos, que quedaría como líder de la oposición. También confirma que el 69,6% de los encuestados cree que unas terceras elecciones no solucionará el bloqueo político. Conclusión: el PP, implicado en los dos grandes escándalos de corrupción, no roza a Rajoy ni como testigo, y sería el partido más votado y con mayor fidelidad de votantes.
Otras encuestas, como la de JM&A para Público, nos dicen que en unas terceras elecciones, ni el PP ganaría escaños ni tendría mejores bazas para sacar adelante la investidura de Rajoy a la presidencia del Gobierno. Todo por ver, después de las declaraciones de Rajoy, asegurando que no pondrá condiciones al PSOE para que se abstenga y el aviso de Fernández de que «en ningún caso le va a dar estabilidad».
A lo que vamos, el objetivo del sistema capitalista es ganar dinero con lo que fabrica y vende cuanto más mejor. Cuando la capacidad de producir crece más que la posibilidad de consumir, entra en juego el sistema financiero, que concede créditos al consumo, provocando el endeudamiento desproporcionado de familias y empresas. Cuando los precios suben o se inflan, como fueron los de la vivienda, se crea una «burbuja especulativa» y cuando la distancia entre la capacidad de compra y capacidad de pago aumenta, el riesgo de impago sobrepasa los límites y estalla la burbuja. Si a esto sumamos, lo que se han llevado los corruptos gestores empresariales y los políticos administradores públicos, las arcas se vacían.
Estamos sufriendo las consecuencias de los recortes y ajustes económicos que los gobiernos de turno han ejecutado en los últimos años. Es la puesta en práctica de la ideología neoliberal, «teoría económica y políticas austericidas contra el pueblo llano». Para Adam Smith, las relaciones económicas de forma equilibrada se producen gracias a una «mano invisible», que, de forma espontánea, coordina los mercados y sus intereses. Keynes defiende, que en momentos de crisis, es necesaria la intervención del estado para corregir los desequilibrios que el mercado origina, mediante políticas fiscales y redistributivas. Para Marx, el capitalismo se sustenta en la existencia de dos clases cuyos intereses son antagónicos: la burguesía, dueña de los medios de producción, y el proletariado, dueño de su fuerza de trabajo. Burguesía y proletariado enfrentados en una «lucha de clases», que sigue vigente aunque no se diga.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ilustra en un informe, que 2.000 millones de personas no tienen contrato, carecen de derechos y de protección social, perciben un salario injusto o sufren enfermedades y accidentes laborales. También denuncia que 168 millones de niños están atrapados en el trabajo infantil y 21 millones de personas son explotadas en condiciones de trabajo forzoso. Dos tercios de los trabajadores que hay en el mundo, carecen de contrato laboral y de derechos, sufren discriminación, cobran salarios inferiores a sus capacidades, no tienen protección social y están sobreexpuestos a accidentes o enfermedades laborales. Datos que muestran las escandalosas cifras de la barbarie capitalista.
Tras el fracaso de los países comunistas, la «economía planificada», dejó de ser alternativa al «capitalismo». Los defensores del «mercado», se hicieron más fuertes y el «pensamiento único» se implantó globalmente para quedarse. ¡Qué el estado no intervenga! y piden privatizaciones, inversión pública o rescate cuando se reducen las ganancias. En este sistema económico, si alguien no compra, otro no vende, no obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo ni mantener asalariados. El objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea y es secundario lo que se venda: si existe demanda (incluso prostitución, armas o drogas), si crea beneficio y posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale. El capitalismo alcanza las mayores cuotas de creación de riqueza, a costa de la injusticia social.
Hay otro enfoque posible, en el que ni todo vale, ni todo consiste en ganar dinero, en donde la producción adquiere una función social. El modelo, basado en la competencia, combina: la libre iniciativa, con progreso social, asegurado por la capacidad económica. Los valores éticos en los cuales se fundamenta la economía social de mercado, se centran en principios que guardan relación con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico equilibrado, al servicio de la calidad de vida de los seres humanos. En la «economía social de mercado», el Estado interviene, para garantizar la justicia social.
La Constitución española permite lo uno y lo contrario. Proclama la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su articulado: «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad». Reconoce el derecho y el deber de todos los españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia». España se constituye en un «Estado social y democrático de Derecho» y garantiza un orden económico y social justo. «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado». Los gobiernos han optado por la economía de mercado, alejándose del Estado social.
En estas estábamos cuando El 2 de septiembre de 2011 el Congreso aprobó, a propuesta de Rodríguez Zapatero, con 316 votos a favor y 5 en contra, la primera reforma constitucional de calado, para introducir de forma urgente en la Constitución el principio de estabilidad financiera para limitar el déficit. La reforma salió adelante con el desplante del resto de grupos: CiU y PNV presentes en el hemiciclo y se ausentaron IU, ERC, NBG, ICV y Nafarroa Bai. El PSOE justificó la reforma: «No hay peor sordo que el que no quiere oír, le digo que las tensiones en los mercados han llegado a un límite que pone en riesgo las políticas sociales. Esta es la realidad», le espetó el portavoz socialista José Antonio Alonso a Gaspar Llamazares.
Al grito de «ahora no es Tejero, son Rajoy y Zapatero», el Movimiento 15M protestó airadamente contra lo que llamaron mercadocracia, que había suplantado a la democracia. En el extremo opuesto, la canciller alemana Angela Merkel, defensora del principio de estabilidad financiera en las constituciones europeas, felicitó al presidente Zapatero. Lo hicieron también la OCDE, el presidente Sarkozy, y la agencia de calificación Moody's. Por quienes apoyaron la reforma, podemos conocer lo que se pretendía con la famosa reforma del artículo 135. Izquierda Unida presentó una enmienda la totalidad, al considerar muy grave, lo que calificó como «golpe de los mercados a la Constitución», rechazando frontalmente la reforma constitucional.
Las novedades introducidas en la Constitución, consagraron el principio de estabilidad presupuestaria, supeditando la política de deuda a las decisiones europeas. Se da «Prioridad absoluta» en los presupuestos del Estado en el pago de la deuda, cuyas condiciones no podrán ser renegociadas, límites de deuda por ley, que sólo podrán incumplirse en caso de «catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia». La reforma de la Constitución, se hizo con agostidad sin someterla a ningún debate público ni plantear una consulta a la ciudadana sobre el cambio de la Carta Magna. La norma consagra una cesión de soberanía a la UE y a los mismos especuladores que amenazaban con hundir la economía española. «Prioridad absoluta» para pagar a unos acreedores, que exigían unos intereses altísimos por prestar el dinero. Primero la deuda, después, todo lo demás (sanidad y educación incluidas).
El gobierno de Rajoy, que gestiona el Estado al servicio de los intereses del capital, con la excusa de la crisis, ha desmantela el «Estado social» y hasta el democrático de Derecho con su rodillo, sus reformas y las dejaciones en la administración de justicia. Con austeridad y sin inversión pública, recortó gastos en prestaciones sociales, eliminó derechos y servicios públicos esenciales y privatizó otros. El gobierno no ha asumido su fracaso y Rajoy, pese a lo que dice, ha consolido la miseria. La crisis la hemos pagado los que siempre pagamos todo, en beneficio de los poderosos.
Desde determinados ámbitos del PSOE, se piensa en la abstención para que siga gobernando Rajoy y los suyos, pese a la corrupción y sus políticas antisociales y regresivas. Javier Fernández ha llegando a decir «abstenerse no es apoyar al PP», pero si es consentir. Espero que el partido socialista tenga en cuenta al menos el caso Gürtel, en el que se procesa a 37 personajes corruptos miembros o cercanos –incluso al propio PP de Rajoy–, en el que se piden hasta 732 años de cárcel y millonarias indemnizaciones.
No puede permitirse que una «organización criminal», que ha saqueado las arcas públicas, vuelva a gobernar.
@caval100
La crisis económica que padecemos no se produjo por casualidad ni por que las cosas en economía son cíclicas y nos ha tocado. Un dato: el ministro en funciones de Economía y Competitividad Luis de Guindos, era miembro del Consejo Asesor de Lehman Brothers a nivel europeo y Director en España y Portugal hasta su quiebra en 2008. Ya sabemos como provocó la caída en cadena de tantas economías como la española. De otra parte, se calcula en más de 7.500 millones de euros saqueados por la corrupción de empresarios y políticos sin escrúpulos, mientras reducían los gastos sociales.
Hemos conocido el Barómetro del CIS de Septiembre, por el que la segunda preocupación de los españoles es la corrupción y el fraude (el primero sigue siendo el paro). El cuarto de los problemas son los de índole económica. El 89,1% considera que la situación política sigue siendo «mala» o «muy mala»; y el 64,7% de los encuestados que la situación económica es «mala» o «muy mala» y con pocas esperanzas de futuro (seguirá igual para el 40,2% y peor para el 22,8%). Pese a todo, no se entiende que algunos miembros del partido socialista pretendan que siga gobernando el PP.
Algunas encuestas, tras la crisis en el PSOE, muestran que la celebración de terceras elecciones rompería el equilibrio de fuerzas que existía hasta ahora y el PP saldría muy reforzado. Esta situación se confirma en el Barómetro de Octubre del Instituto DYM para El Confidencial, que pronostica que el principal beneficiado de terceras elecciones sería el PP y el más perjudicado el PSOE, que caería a la tercera posición, siendo adelantado por Unidos Podemos, que quedaría como líder de la oposición. También confirma que el 69,6% de los encuestados cree que unas terceras elecciones no solucionará el bloqueo político. Conclusión: el PP, implicado en los dos grandes escándalos de corrupción, no roza a Rajoy ni como testigo, y sería el partido más votado y con mayor fidelidad de votantes.
Otras encuestas, como la de JM&A para Público, nos dicen que en unas terceras elecciones, ni el PP ganaría escaños ni tendría mejores bazas para sacar adelante la investidura de Rajoy a la presidencia del Gobierno. Todo por ver, después de las declaraciones de Rajoy, asegurando que no pondrá condiciones al PSOE para que se abstenga y el aviso de Fernández de que «en ningún caso le va a dar estabilidad».
A lo que vamos, el objetivo del sistema capitalista es ganar dinero con lo que fabrica y vende cuanto más mejor. Cuando la capacidad de producir crece más que la posibilidad de consumir, entra en juego el sistema financiero, que concede créditos al consumo, provocando el endeudamiento desproporcionado de familias y empresas. Cuando los precios suben o se inflan, como fueron los de la vivienda, se crea una «burbuja especulativa» y cuando la distancia entre la capacidad de compra y capacidad de pago aumenta, el riesgo de impago sobrepasa los límites y estalla la burbuja. Si a esto sumamos, lo que se han llevado los corruptos gestores empresariales y los políticos administradores públicos, las arcas se vacían.
Estamos sufriendo las consecuencias de los recortes y ajustes económicos que los gobiernos de turno han ejecutado en los últimos años. Es la puesta en práctica de la ideología neoliberal, «teoría económica y políticas austericidas contra el pueblo llano». Para Adam Smith, las relaciones económicas de forma equilibrada se producen gracias a una «mano invisible», que, de forma espontánea, coordina los mercados y sus intereses. Keynes defiende, que en momentos de crisis, es necesaria la intervención del estado para corregir los desequilibrios que el mercado origina, mediante políticas fiscales y redistributivas. Para Marx, el capitalismo se sustenta en la existencia de dos clases cuyos intereses son antagónicos: la burguesía, dueña de los medios de producción, y el proletariado, dueño de su fuerza de trabajo. Burguesía y proletariado enfrentados en una «lucha de clases», que sigue vigente aunque no se diga.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ilustra en un informe, que 2.000 millones de personas no tienen contrato, carecen de derechos y de protección social, perciben un salario injusto o sufren enfermedades y accidentes laborales. También denuncia que 168 millones de niños están atrapados en el trabajo infantil y 21 millones de personas son explotadas en condiciones de trabajo forzoso. Dos tercios de los trabajadores que hay en el mundo, carecen de contrato laboral y de derechos, sufren discriminación, cobran salarios inferiores a sus capacidades, no tienen protección social y están sobreexpuestos a accidentes o enfermedades laborales. Datos que muestran las escandalosas cifras de la barbarie capitalista.
Tras el fracaso de los países comunistas, la «economía planificada», dejó de ser alternativa al «capitalismo». Los defensores del «mercado», se hicieron más fuertes y el «pensamiento único» se implantó globalmente para quedarse. ¡Qué el estado no intervenga! y piden privatizaciones, inversión pública o rescate cuando se reducen las ganancias. En este sistema económico, si alguien no compra, otro no vende, no obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo ni mantener asalariados. El objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea y es secundario lo que se venda: si existe demanda (incluso prostitución, armas o drogas), si crea beneficio y posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale. El capitalismo alcanza las mayores cuotas de creación de riqueza, a costa de la injusticia social.
Hay otro enfoque posible, en el que ni todo vale, ni todo consiste en ganar dinero, en donde la producción adquiere una función social. El modelo, basado en la competencia, combina: la libre iniciativa, con progreso social, asegurado por la capacidad económica. Los valores éticos en los cuales se fundamenta la economía social de mercado, se centran en principios que guardan relación con la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico equilibrado, al servicio de la calidad de vida de los seres humanos. En la «economía social de mercado», el Estado interviene, para garantizar la justicia social.
La Constitución española permite lo uno y lo contrario. Proclama la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su articulado: «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad». Reconoce el derecho y el deber de todos los españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia». España se constituye en un «Estado social y democrático de Derecho» y garantiza un orden económico y social justo. «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la economía de mercado». Los gobiernos han optado por la economía de mercado, alejándose del Estado social.
En estas estábamos cuando El 2 de septiembre de 2011 el Congreso aprobó, a propuesta de Rodríguez Zapatero, con 316 votos a favor y 5 en contra, la primera reforma constitucional de calado, para introducir de forma urgente en la Constitución el principio de estabilidad financiera para limitar el déficit. La reforma salió adelante con el desplante del resto de grupos: CiU y PNV presentes en el hemiciclo y se ausentaron IU, ERC, NBG, ICV y Nafarroa Bai. El PSOE justificó la reforma: «No hay peor sordo que el que no quiere oír, le digo que las tensiones en los mercados han llegado a un límite que pone en riesgo las políticas sociales. Esta es la realidad», le espetó el portavoz socialista José Antonio Alonso a Gaspar Llamazares.
Al grito de «ahora no es Tejero, son Rajoy y Zapatero», el Movimiento 15M protestó airadamente contra lo que llamaron mercadocracia, que había suplantado a la democracia. En el extremo opuesto, la canciller alemana Angela Merkel, defensora del principio de estabilidad financiera en las constituciones europeas, felicitó al presidente Zapatero. Lo hicieron también la OCDE, el presidente Sarkozy, y la agencia de calificación Moody's. Por quienes apoyaron la reforma, podemos conocer lo que se pretendía con la famosa reforma del artículo 135. Izquierda Unida presentó una enmienda la totalidad, al considerar muy grave, lo que calificó como «golpe de los mercados a la Constitución», rechazando frontalmente la reforma constitucional.
Las novedades introducidas en la Constitución, consagraron el principio de estabilidad presupuestaria, supeditando la política de deuda a las decisiones europeas. Se da «Prioridad absoluta» en los presupuestos del Estado en el pago de la deuda, cuyas condiciones no podrán ser renegociadas, límites de deuda por ley, que sólo podrán incumplirse en caso de «catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia». La reforma de la Constitución, se hizo con agostidad sin someterla a ningún debate público ni plantear una consulta a la ciudadana sobre el cambio de la Carta Magna. La norma consagra una cesión de soberanía a la UE y a los mismos especuladores que amenazaban con hundir la economía española. «Prioridad absoluta» para pagar a unos acreedores, que exigían unos intereses altísimos por prestar el dinero. Primero la deuda, después, todo lo demás (sanidad y educación incluidas).
El gobierno de Rajoy, que gestiona el Estado al servicio de los intereses del capital, con la excusa de la crisis, ha desmantela el «Estado social» y hasta el democrático de Derecho con su rodillo, sus reformas y las dejaciones en la administración de justicia. Con austeridad y sin inversión pública, recortó gastos en prestaciones sociales, eliminó derechos y servicios públicos esenciales y privatizó otros. El gobierno no ha asumido su fracaso y Rajoy, pese a lo que dice, ha consolido la miseria. La crisis la hemos pagado los que siempre pagamos todo, en beneficio de los poderosos.
Desde determinados ámbitos del PSOE, se piensa en la abstención para que siga gobernando Rajoy y los suyos, pese a la corrupción y sus políticas antisociales y regresivas. Javier Fernández ha llegando a decir «abstenerse no es apoyar al PP», pero si es consentir. Espero que el partido socialista tenga en cuenta al menos el caso Gürtel, en el que se procesa a 37 personajes corruptos miembros o cercanos –incluso al propio PP de Rajoy–, en el que se piden hasta 732 años de cárcel y millonarias indemnizaciones.
No puede permitirse que una «organización criminal», que ha saqueado las arcas públicas, vuelva a gobernar.
@caval100
viernes, 29 de abril de 2016
E. P. Thompson. Marxismo e Historia social, nuevo libro
Desde luego, las circunstancias del presente obligan a comprender aspectos como las dinámicas de funcionamiento del sistema capitalista, los nuevos marcos de relaciones laborales, las identidades y las formas culturales extendidas entre los grupos sociales, o el surgimiento de nuevas formas de acción colectiva como respuesta a la crisis económica y al retroceso sistemático de derechos que impone la actual gobernanza neoliberal. En este contexto, nos estamos encontrando con la formación de nuevos sujetos y movimientos sociales que, desde sus condiciones materiales cotidianas,desde diferentes tradiciones y ámbitos culturales, están sufriendo la experiencia de la pauperización, de la restricción de libertades y de la pérdida de expectativas, al tiempo que desarrollando, también,una experiencia común de difusión de nuevas y viejas ideas, de movilización y de combate político. Y es que la emergencia de nuevos sujetos políticos, en especial de aquellos representantes de la clase trabajadora o de las clases populares, como nos mostró Thompson, se construye a través de las experiencias concretas de opresión, de participación y de lucha política, en las que se pueden fundir tradiciones culturales anteriores con elementos nuevos, proponiendo una hegemonía alternativa y una economía moral de la multitud, que bien podría aprovechar los ricos legados de las diversas tradiciones de la izquierda en la batalla por la mejora de las condiciones de vida de la mayoría social y, en última instancia, por la emancipación humana.
Toda la obra de E. P. Thompson, hito esencial en el modo de pensar la historia, es una notable aportación para renovar el aparato metodológico y conceptual con el que analizar nuestro pasado y presente. En sus estudios sobre la construcción de la clase obrera, mostró cómo esta no era un mero producto de estructuras económicas, sino sujeto que interviene activamente en su propia conformación: dirigió nuestra mirada a la vida cotidiana, a la cultura popular, a las reivindicaciones de los más desfavorecidos, en suma, a la experiencia como elemento decisivo en la constitución de la clase. Nos enseñó a ver la historia desde abajo.
E. P. Thompson. Marxismo e Historia social retoma las categorías, herramientas y debates que este historiador nos ofreció: el impacto de la crisis económica, el ataque a los derechos sociales y civiles en muchos países, la crisis de representación política… De la mano de E. P. Thompson es posible comprender la historia como reflexión encaminada a una acción colectiva que se origine desde abajo, desde los sujetos obreros y populares a los que el grandioso historiador dedicó su análisis y su compromiso vital.
Toda la obra de E. P. Thompson, hito esencial en el modo de pensar la historia, es una notable aportación para renovar el aparato metodológico y conceptual con el que analizar nuestro pasado y presente. En sus estudios sobre la construcción de la clase obrera, mostró cómo esta no era un mero producto de estructuras económicas, sino sujeto que interviene activamente en su propia conformación: dirigió nuestra mirada a la vida cotidiana, a la cultura popular, a las reivindicaciones de los más desfavorecidos, en suma, a la experiencia como elemento decisivo en la constitución de la clase. Nos enseñó a ver la historia desde abajo.
E. P. Thompson. Marxismo e Historia social retoma las categorías, herramientas y debates que este historiador nos ofreció: el impacto de la crisis económica, el ataque a los derechos sociales y civiles en muchos países, la crisis de representación política… De la mano de E. P. Thompson es posible comprender la historia como reflexión encaminada a una acción colectiva que se origine desde abajo, desde los sujetos obreros y populares a los que el grandioso historiador dedicó su análisis y su compromiso vital.
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miércoles, 2 de marzo de 2016
La gran apuesta. Sobre "The Big Short" y predicciones
Ya se está estrenando en varios cines. The Big Short (La gran apuesta, en España) describe a varios de los actores clave en la creación de la permuta de incumplimiento crediticio en el mercado, que buscaba apostar en contra de la obligación colateralizada por deuda (CDO), y terminó aprovechando la crisis financiera de 2007- 2010. El libro también destaca la naturaleza excéntrica del tipo de persona que apuesta contra el mercado o va contra la corriente. Yo he asistido al preestreno en Atenas, organizado por una universidad privada y con la interesante ocurrencia de invitar a todos sus alumnos de un Master de Administración de Empresas a verla y finalizar el acto con un debate de dos de sus profesores de Economía. Me ha gustado la película y me ha resultado interesante el resumen de mi compañera y traductora, de lo que estos profesores comentaron tras terminar la proyección, pero me sorprendió mucho el optimismo con el que tanto estos profesores como tantos otros expertos -quizá el lector ha escuchado también a otros- vislumbran el futuro. Días después, un amigo al que le recomendé verla, que también estudió Economía, me afirmaba convencido lo mismo. Y aun más convencido que sendos profesores: “¡claro que se puede esperar que esta crisis no se repita en 20 años! Los expertos ahora cuentan con potentes ordenadores que les permiten predecir con exactitud cuándo ocurrirá la siguiente”.
Pueden parecer hilarantes estas afirmaciones, pero lo cierto es que el Análisis Económico y nuestras herramientas (la Estadística y los ordenadores) mejoran día a día, y algunas de sus predicciones (en Geografía Económica, por ejemplo) alcanzan ya la precisión de algunas parcelas de la Medicina. ¿Por qué parece imposible saber con esta antelación, la fecha exacta de la próxima crisis? La respuesta es Sí y también No, dependiendo del sujeto. ¿Quién lo sabe?
Para determinar algo así, primero debemos partir de una definición de crisis. Se suele aceptar la de recesión cuyos efectos (sobre todo, el aumento del desempleo) duran varios años. Y ¿qué es recesión? Es esa fase final (o inicial, según se mire, porque por algo decimos que el capitalismo es cíclico) de cada ciclo económico, muy habitual (en 240 años de los EEUU, se han producido 42, una cada 6 años), durante la cual la Renta Nacional disminuye. En la OCDE se suele considerar como tal si dura al menos 9 meses, puesto que hay muchas economías con reducción (estacional, y por tanto no crítica) del PIB por unos meses tras el “agosto” propio de su estructura: suele coincidir con la temporada alta en el turismo. Es por eso que la recesión que provocó en España el pinchazo de la burbuja inmobiliaria no se pudo constatar hasta mediados de 2009, cuando llevábamos 9 meses de recesión, y que ésta tenía magnitud de crisis, años más tarde.
Los protagonistas de The Big Short se dedicaban a estudiar los vaivenes del mercado financiero y en un momento dado, pasan de creer que hay que seguir apostando por el “boom” inmobiliario, a apostar en contra. Gracias a que hoy se puede comprar y vender casi de todo, se convierten en multimillonarios en cuestión de meses por el catastrófico hundimiento de dicha burbuja. Al comprarle a diversos bancos derechos a vender en el futuro sus participaciones en carteras de hipotecas (préstamos agrupados de modo que muchos inversores contribuyen en la financiación y obtienen parte de los intereses, cuando se cobran, si se llegan a cobrar) al precio vigente en el momento de la transacción -altísimo en la recta final de esta fase febril-, estaban apostando a que todo se iba al garete. Solo así se puede rentabilizar este acuerdo: pagas por un derecho que solo ejerceríamos si baja el precio de nuestra cartera. De ese modo, cuando de hecho así sucedió, pudieron vender todos sus activos muy por encima del nuevo precio. Algunos multiplicaron así su fortuna por más de 200 veces en un solo año.
La película y la novela también te cuentan que dos de los protagonistas sufren tanto remordimiento de ser de los pocos que se beneficiarán de este hallazgo personal -de momento, parece ser que solo unos pocos no solo comprendieron que esto iba a suceder, sino que interesaba comprar cuantos más derechos de venta de “subprime”, mejor-, cuando la debacle que se avecina dejará a millones en el mundo sin trabajo, sin empleo y muchos más, con sus ingresos recortados, quieren publicar sus análisis en la prensa económica. Wall Street Journal desprecia la propuesta por las escasas credenciales de estos inversores: ni su CV ni el valor de los activos que manejan les sitúan por encima del anonimato. Más de uno se preguntará: ¿y si les hubieran hecho caso y se publica este “boom” en 2006?
La historia no habría sido muy diferente, salvo que el desastre se habría adelantado un año. Si mucha gente creyera la veracidad de sus conclusiones, el pánico se extendería a partir de su publicación, en lugar de meses después, por las noticias que finalmente pregonaron el final de esa burbuja especulativa. Y ahí está la clave para entender este lío: cuando se avecina una crisis, lo único que puede hacer un agente económico influyente es adelantarla mostrando su preocupación -por ejemplo, echando más leña alarmista al fuego-, o ignorar estos análisis, pero tarde o temprano, las personas racionales tomarán medidas: muchas empresas despedirán a sus trabajadores al haber comprometido su viabilidad en esta burbuja; los despedidos, no seguirán endeudándose; todo el que tenga activos relacionados, tratará de venderlos como sea. Todas estas acciones se alimentan entre sí y el fuego de la crisis, que desinfla la burbuja hasta que los precios -en este caso, de los inmuebles y varios activos- tocan fondo.
Supongamos ahora que un grupo de economistas, con los ordenadores más potentes, las mejores herramientas de análisis económico y recursos suficientes, hacen un estudio sesudo que arroja como conclusión que la próxima crisis empezará con una recesión durante los meses de enero a septiembre de 2030. Hay dos escenarios extremos: que todo el mundo les crea y que nadie les crea. En el primer caso, el pánico cundiría antes. Las expectativas autocumplidas están bastante estudiadas y diversos estudios nos demuestran que ante una convicción grande, los agentes tratan de anticiparse para evitar pérdidas personales, pero obviamente esto acelera el desastre y colectivamente, la mayoría sufrirá pérdidas. Es lógico: si crees que este estudio es cierto y conoces la teoría de las expectativas autocumplidas y la teoría de juegos, ¿esperarás al 31/12/29 a vender tus activos? Quizá te juegas mucho; sabes que si hay miles queriendo anticiparse, puede que el 31 ya sea tarde. Mejor el 30. ¿O el 29? ¿Qué hacemos? “Ya está, metemos todas las variables en un programa informático que resuelve sistemas de ecuaciones por teoría de juegos”. Es decir: realiza diversas simulaciones del comportamiento de todos los agentes que queramos considerar. Tras cada simulación, nos ofrece un resultado. Como queremos anticiparnos, se repite la simulación (o juego) pero cambiando la variable esperada, pues es posible que otros agentes también hagan el mismo análisis y quieran anticiparse, y obtenemos un nuevo resultado, pero entonces ¿a qué fecha se anticiparán los actores? Si intentamos anticiparnos a millones de inversores, al final, el ordenador concluirá que debes vender mañana mismo. La Teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones entre sujetos que reciben incentivos o “castigos” por sus acciones y nos permite trazar varios escenarios posibles y la decisión óptima. Si ésta es anticiparse, tenemos que considerar cuantos sujetos participan, la probabilidad de que éstos se anticipen a nosotros, el coste de anticiparse y el de no hacerlo. Entonces, tiene que entrar la subjetividad del decisor -no queda otra- y unos venderán mucho antes de la fecha señalada por los agoreros, y otros serán más crédulos con la profecía, esperando a ver qué pasa, pero seguro que venderán antes de 2030, puesto que para 2029 ya habrán caído tanto las cotizaciones que será imposible el optimismo. Así, tendremos que la crisis que todo el mundo creía perfectamente predicha por unos analistas formidables, tendrá lugar mucho antes de lo previsto, por la credibilidad total de los afectados.
En el segundo caso extremo, nadie creerá a estos magníficos economistas y la recesión tendrá lugar en las fechas y magnitudes previstas. Estos economistas podrán luego complacerse con un “os lo dije”, como Casandra según aquel mito griego, pero lo paradójico es que acertarán justo porque nadie les cree -aparte de que sus predicciones sean asombrosamente pertinentes-. Es lo que tienen las Ciencias Sociales: si el analista hace predicciones que pueden alterar las expectativas -¡y tanto! porque hay mucho en juego-, estas predicciones tendrán que cambiar en cuanto los agentes estudiados cambien su comportamiento. El “observador” -que en estos casos, hace algo más que observar-, modifica lo observado. En parte, es lo que criticaba Miguel Angel Ordoñez a Rajoy. Anunciar que la cosa está muy mal -magnificando la situación- puede servir para que si aun no lo estaba, empeore hasta el punto deseado, pero solo si alguien te hace caso. Si todo el mundo ignora la predicción, ésta no tiene modo de afectar a las decisiones de los agentes. Solo así puede cumplirse.
Cualquier otro caso será una situación intermedia entre estos extremos: algunos creerán la predicción y sus decisiones afectarán a las de otros agentes, pero cuantos más sean los que se anticipan, antes ocurrirá la recesión anunciada. Cuantos menos crean el estudio en cuestión, mas probable será que se puedan mantener las premisas -lo cual no quita que si la predicción es errónea, lo seguirá siendo-. Y esto nos lleva a una terrible conclusión: las predicciones sobre la próxima crisis no son útiles para evitarlas. Solo pueden ser certeras cuando casi nadie ve venir la hecatombe y en tal caso, tan solo sacarán tajada unos pocos avispados como los de la película. Por otra parte, siempre nos quedarà la duda de si son realmente unos pocos, tal y como nos muestra el director, o muchos del famoso 1% que posee casi la mitad de la riqueza mundial, los que se anticipan y la reubican en “lugares” y formas convenientes para cada momento. Dada la apertura financiera de nuestras economías hoy, esto es sumamente fácil para quien posee un patrimonio considerable.
Lo que está claro es que la inestabilidad del capitalismo es inherente a su funcionamiento y puede que cada crisis tenga algo distinto a todas las anteriores, pero siempre viene otra y otra más. Y en parte es así porque es imposible saber cuándo es la próxima. Esta incertidumbre confiere al fantasma de la crisis una autonomía que adquiere casi rango de personalidad propia, como un agente más que decide tanto o más que un gobierno o incluso un G-8. De este modo, las clases y grupos dominantes se exoneran de culpa y como ya decía Roxa Luxemburg*, este resultado de la suma de decisiones humanas, conscientes y hasta premeditadas, se convierte en “catástrofe natural” en manos de la prensa. Ya a principios del siglo XX se hablaba así de una crisis y aun hoy se utilizan símiles como “terremoto”, “tsunami”, etc. Al llamarlo “terremoto financiero”, nos quedamos mas tranquilos, porque es un apelativo que nos invita a la resignación. Poco podemos hacer contra la Naturaleza, incluso en la sociedad del conocimiento. No parece casualidad que Hollywood nos haya relatado decenas de formas fantásticas de solucionar o anticiparse a una hecatombe y salvar así al mundo, pero no se puedan salvar más de 10 personas a una crisis financiera ni en un film de George Lucas. No nos quieren dar ideas.
David Romero
Nota *Luxemburg, Rosa. Introducción a la Economía Política. Siglo XXI de España, 1974.
Pueden parecer hilarantes estas afirmaciones, pero lo cierto es que el Análisis Económico y nuestras herramientas (la Estadística y los ordenadores) mejoran día a día, y algunas de sus predicciones (en Geografía Económica, por ejemplo) alcanzan ya la precisión de algunas parcelas de la Medicina. ¿Por qué parece imposible saber con esta antelación, la fecha exacta de la próxima crisis? La respuesta es Sí y también No, dependiendo del sujeto. ¿Quién lo sabe?
Para determinar algo así, primero debemos partir de una definición de crisis. Se suele aceptar la de recesión cuyos efectos (sobre todo, el aumento del desempleo) duran varios años. Y ¿qué es recesión? Es esa fase final (o inicial, según se mire, porque por algo decimos que el capitalismo es cíclico) de cada ciclo económico, muy habitual (en 240 años de los EEUU, se han producido 42, una cada 6 años), durante la cual la Renta Nacional disminuye. En la OCDE se suele considerar como tal si dura al menos 9 meses, puesto que hay muchas economías con reducción (estacional, y por tanto no crítica) del PIB por unos meses tras el “agosto” propio de su estructura: suele coincidir con la temporada alta en el turismo. Es por eso que la recesión que provocó en España el pinchazo de la burbuja inmobiliaria no se pudo constatar hasta mediados de 2009, cuando llevábamos 9 meses de recesión, y que ésta tenía magnitud de crisis, años más tarde.
Los protagonistas de The Big Short se dedicaban a estudiar los vaivenes del mercado financiero y en un momento dado, pasan de creer que hay que seguir apostando por el “boom” inmobiliario, a apostar en contra. Gracias a que hoy se puede comprar y vender casi de todo, se convierten en multimillonarios en cuestión de meses por el catastrófico hundimiento de dicha burbuja. Al comprarle a diversos bancos derechos a vender en el futuro sus participaciones en carteras de hipotecas (préstamos agrupados de modo que muchos inversores contribuyen en la financiación y obtienen parte de los intereses, cuando se cobran, si se llegan a cobrar) al precio vigente en el momento de la transacción -altísimo en la recta final de esta fase febril-, estaban apostando a que todo se iba al garete. Solo así se puede rentabilizar este acuerdo: pagas por un derecho que solo ejerceríamos si baja el precio de nuestra cartera. De ese modo, cuando de hecho así sucedió, pudieron vender todos sus activos muy por encima del nuevo precio. Algunos multiplicaron así su fortuna por más de 200 veces en un solo año.
La película y la novela también te cuentan que dos de los protagonistas sufren tanto remordimiento de ser de los pocos que se beneficiarán de este hallazgo personal -de momento, parece ser que solo unos pocos no solo comprendieron que esto iba a suceder, sino que interesaba comprar cuantos más derechos de venta de “subprime”, mejor-, cuando la debacle que se avecina dejará a millones en el mundo sin trabajo, sin empleo y muchos más, con sus ingresos recortados, quieren publicar sus análisis en la prensa económica. Wall Street Journal desprecia la propuesta por las escasas credenciales de estos inversores: ni su CV ni el valor de los activos que manejan les sitúan por encima del anonimato. Más de uno se preguntará: ¿y si les hubieran hecho caso y se publica este “boom” en 2006?
La historia no habría sido muy diferente, salvo que el desastre se habría adelantado un año. Si mucha gente creyera la veracidad de sus conclusiones, el pánico se extendería a partir de su publicación, en lugar de meses después, por las noticias que finalmente pregonaron el final de esa burbuja especulativa. Y ahí está la clave para entender este lío: cuando se avecina una crisis, lo único que puede hacer un agente económico influyente es adelantarla mostrando su preocupación -por ejemplo, echando más leña alarmista al fuego-, o ignorar estos análisis, pero tarde o temprano, las personas racionales tomarán medidas: muchas empresas despedirán a sus trabajadores al haber comprometido su viabilidad en esta burbuja; los despedidos, no seguirán endeudándose; todo el que tenga activos relacionados, tratará de venderlos como sea. Todas estas acciones se alimentan entre sí y el fuego de la crisis, que desinfla la burbuja hasta que los precios -en este caso, de los inmuebles y varios activos- tocan fondo.
Supongamos ahora que un grupo de economistas, con los ordenadores más potentes, las mejores herramientas de análisis económico y recursos suficientes, hacen un estudio sesudo que arroja como conclusión que la próxima crisis empezará con una recesión durante los meses de enero a septiembre de 2030. Hay dos escenarios extremos: que todo el mundo les crea y que nadie les crea. En el primer caso, el pánico cundiría antes. Las expectativas autocumplidas están bastante estudiadas y diversos estudios nos demuestran que ante una convicción grande, los agentes tratan de anticiparse para evitar pérdidas personales, pero obviamente esto acelera el desastre y colectivamente, la mayoría sufrirá pérdidas. Es lógico: si crees que este estudio es cierto y conoces la teoría de las expectativas autocumplidas y la teoría de juegos, ¿esperarás al 31/12/29 a vender tus activos? Quizá te juegas mucho; sabes que si hay miles queriendo anticiparse, puede que el 31 ya sea tarde. Mejor el 30. ¿O el 29? ¿Qué hacemos? “Ya está, metemos todas las variables en un programa informático que resuelve sistemas de ecuaciones por teoría de juegos”. Es decir: realiza diversas simulaciones del comportamiento de todos los agentes que queramos considerar. Tras cada simulación, nos ofrece un resultado. Como queremos anticiparnos, se repite la simulación (o juego) pero cambiando la variable esperada, pues es posible que otros agentes también hagan el mismo análisis y quieran anticiparse, y obtenemos un nuevo resultado, pero entonces ¿a qué fecha se anticiparán los actores? Si intentamos anticiparnos a millones de inversores, al final, el ordenador concluirá que debes vender mañana mismo. La Teoría de juegos es un área de la matemática aplicada que utiliza modelos para estudiar interacciones entre sujetos que reciben incentivos o “castigos” por sus acciones y nos permite trazar varios escenarios posibles y la decisión óptima. Si ésta es anticiparse, tenemos que considerar cuantos sujetos participan, la probabilidad de que éstos se anticipen a nosotros, el coste de anticiparse y el de no hacerlo. Entonces, tiene que entrar la subjetividad del decisor -no queda otra- y unos venderán mucho antes de la fecha señalada por los agoreros, y otros serán más crédulos con la profecía, esperando a ver qué pasa, pero seguro que venderán antes de 2030, puesto que para 2029 ya habrán caído tanto las cotizaciones que será imposible el optimismo. Así, tendremos que la crisis que todo el mundo creía perfectamente predicha por unos analistas formidables, tendrá lugar mucho antes de lo previsto, por la credibilidad total de los afectados.
En el segundo caso extremo, nadie creerá a estos magníficos economistas y la recesión tendrá lugar en las fechas y magnitudes previstas. Estos economistas podrán luego complacerse con un “os lo dije”, como Casandra según aquel mito griego, pero lo paradójico es que acertarán justo porque nadie les cree -aparte de que sus predicciones sean asombrosamente pertinentes-. Es lo que tienen las Ciencias Sociales: si el analista hace predicciones que pueden alterar las expectativas -¡y tanto! porque hay mucho en juego-, estas predicciones tendrán que cambiar en cuanto los agentes estudiados cambien su comportamiento. El “observador” -que en estos casos, hace algo más que observar-, modifica lo observado. En parte, es lo que criticaba Miguel Angel Ordoñez a Rajoy. Anunciar que la cosa está muy mal -magnificando la situación- puede servir para que si aun no lo estaba, empeore hasta el punto deseado, pero solo si alguien te hace caso. Si todo el mundo ignora la predicción, ésta no tiene modo de afectar a las decisiones de los agentes. Solo así puede cumplirse.
Cualquier otro caso será una situación intermedia entre estos extremos: algunos creerán la predicción y sus decisiones afectarán a las de otros agentes, pero cuantos más sean los que se anticipan, antes ocurrirá la recesión anunciada. Cuantos menos crean el estudio en cuestión, mas probable será que se puedan mantener las premisas -lo cual no quita que si la predicción es errónea, lo seguirá siendo-. Y esto nos lleva a una terrible conclusión: las predicciones sobre la próxima crisis no son útiles para evitarlas. Solo pueden ser certeras cuando casi nadie ve venir la hecatombe y en tal caso, tan solo sacarán tajada unos pocos avispados como los de la película. Por otra parte, siempre nos quedarà la duda de si son realmente unos pocos, tal y como nos muestra el director, o muchos del famoso 1% que posee casi la mitad de la riqueza mundial, los que se anticipan y la reubican en “lugares” y formas convenientes para cada momento. Dada la apertura financiera de nuestras economías hoy, esto es sumamente fácil para quien posee un patrimonio considerable.
Lo que está claro es que la inestabilidad del capitalismo es inherente a su funcionamiento y puede que cada crisis tenga algo distinto a todas las anteriores, pero siempre viene otra y otra más. Y en parte es así porque es imposible saber cuándo es la próxima. Esta incertidumbre confiere al fantasma de la crisis una autonomía que adquiere casi rango de personalidad propia, como un agente más que decide tanto o más que un gobierno o incluso un G-8. De este modo, las clases y grupos dominantes se exoneran de culpa y como ya decía Roxa Luxemburg*, este resultado de la suma de decisiones humanas, conscientes y hasta premeditadas, se convierte en “catástrofe natural” en manos de la prensa. Ya a principios del siglo XX se hablaba así de una crisis y aun hoy se utilizan símiles como “terremoto”, “tsunami”, etc. Al llamarlo “terremoto financiero”, nos quedamos mas tranquilos, porque es un apelativo que nos invita a la resignación. Poco podemos hacer contra la Naturaleza, incluso en la sociedad del conocimiento. No parece casualidad que Hollywood nos haya relatado decenas de formas fantásticas de solucionar o anticiparse a una hecatombe y salvar así al mundo, pero no se puedan salvar más de 10 personas a una crisis financiera ni en un film de George Lucas. No nos quieren dar ideas.
David Romero
Nota *Luxemburg, Rosa. Introducción a la Economía Política. Siglo XXI de España, 1974.
domingo, 11 de noviembre de 2012
Vicenc Navarro y Juan Torres López, hablan en una entrevista de la 2 de tve, sobre la llamada crisis económica y la publicación de su último libro.
El catedrático de Ciencias Políticas de Barcelona Vicenç Navarro y el catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, Juan Torres, acaban de publicar el libro: “Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero”.
Y los profesores aportan datos: La burbuja inmobiliaria española se produjo porque la banca privada se aprovechó de ese endeudamiento, y en esa banca destaca (en el estado español) la banca alemana que colocó en los años de la burbuja inmobiliaria 200 mil millones de euros. La banca alemana alimentó la especulación en España. El banco alemán tiene gran influencia en el BCE y por tanto defiende sus intereses. Dice Navarro que el Banco Central Europeo no es un Banco Central público, sino que actúa como el lobby de la banca privada. No compra deuda pública. Presta dinero al 1% a la privada y la privada lo vende a un 6%. Por eso los profesores Navarro y Torres hablan de una deuda ilegítima.
Juan Torres señala que si desde 1989 el BCE hubiera financiado directamente la deuda, hoy la deuda sería del 14% del PIB, la banca privada presionó para que ganar dinero como intermediario a costa la deuda, y en estos momento la deuda es el 90% del PIB español. No es cierto que la deuda sea pública sea el resultado del despilfarro, del tópico “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, ni de los gastos en la sanidad y educación. El problema es el fraude fiscal y los intereses de la deuda. En su libro los profesores Navarro y Torres defienden que la banca y las grandes fortunas son los amos del mundo. Y apuntan como hecho clave la fusión de la banca comercial y la banca de inversión. EN USA había una ley que separaba las 2 actividades. Con Clinton se abolió esa ley. La banca tomó el ahorro en lugar de darlo a actividades productivas, lo dio a actividades especulativas, creció una bola de dinero.
De 1945 a 1970 casi no hubo crisis financiera, porque había controles de capitales, había supervisores. A partir de los años 70 y 80 del siglo XX desaparecen los controles y ha habido más de 100 crisis financieras distintas.
Para Todos la 2 - Entrevista: Vicenç Navarro y Juan Torres
vídeo de la entrevista en la 2 de rtve.
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