Mostrando entradas con la etiqueta dialogar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta dialogar. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de febrero de 2024

Cómo aprendí a hablar con los adolescentes (y que me escuchen)

Madre e hijo.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

"Los conflictos se resuelven cuando ambos ganamos y cuando ambos perdemos. Siempre hay que ceder algo.

  • Cecilia Barría
  • Role,BBC News Mundo

Después de trabajar más de 30 años con adolescentes como profesor de filosofía, Jordi Nomen decidió compartir las lecciones que aprendió durante ese viaje.

Autor del best seller “El niño filósofo”, Nomen acaba de publicar “Cómo hablar con un adolescente y que te escuche”, un libro que entrega herramientas para cualquier persona que enfrente el desafío de desarrollar una buena relación con un adolescente.

No es fácil, qué duda cabe, y muchas veces los adultos se sienten superados por las circunstancias cuando creen que lo han probado todo y no funciona nada.

“Es que no me escucha”, es uno de los reclamos que suelen hacer cuando las cosas van por mal camino.

Para ayudar a quienes buscan claves sobre cómo entenderse mejor con ellos, Nomen comparte una serie de consejos aprendidos a partir de la experiencia cotidiana.

“Tratar con adolescentes es precioso o yo, al menos, lo siento así”, dice el español de 58 años.

Ese es precisamente el tono del libro y la conversación con BBC Mundo: optimista y apasionado.

Jordi Nomen
Jordi Nomen

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA

Pie de foto,
Jordi Nomen es profesor de filosofía en una escuela de Barcelona, España.

¿Por qué le parece tan fascinante el mundo de los adolescentes?

Le he dedicado prácticamente toda mi vida porque siempre he sido profe de adolescentes. Es un proceso fascinante el crecimiento que ellos experimentan.

Un crecimiento mental, por un lado, porque los ves cómo se emocionan en las clases de Filosofía o Historia con su propio pensamiento.

Pero también está ese crecimiento emocional, esa gestión emocional, que les cuesta bastante más, y que también me parece fascinante porque van evolucionando hacia la madurez y acompañarlos en ese proceso me parece muy bonito.

Después, cuando pasan los años, lo agradecen muchísimo y te lo dicen. Te encuentras con chicos y chicas que se acuerdan de una conversación que tuvieron contigo y que les marcó. Eso te da una satisfacción enorme. Tratar con adolescentes es precioso o yo, al menos, lo siento así.

En su libro usted dice que hay mitos sobre los adolescentes, como la idea de que son irresponsables, conflictivos, desinteresados, etc. ¿No piensa que hay algo de cierto en eso?

En realidad, los mitos son falsos, pero tienen una parte de certeza. Los mitos griegos o los romanos tienen una parte de realidad, pero no dejan de ser una generalización que no debemos aceptar tal cual.

Yo he tratado con unos 2.000 adolescentes en todos estos años y hay muchísimos adolescentes que son una maravilla.

¿Le ha tocado lidiar con casos extremos de adolescentes rebeldes?

Sí, hay algunos casos en que realmente los adolescentes lo están pasando mal. Yo creo que siempre debemos enfocarnos en que cuando una persona no responde ante la preocupación de otros, es porque lo está pasando mal.

No hay que dejar a nadie atrás.

Ahora, lo común es que los adolescentes tengan algún conflicto o que sean irresponsables, claro que sí, ¡pero si están creciendo!, están aprendiendo a ser responsables, pues por supuesto que se equivocan, cometen errores y de los errores se aprende.

La adolescencia es un terremoto de cambios, es un tsunami, es una montaña rusa de emociones, y eso es muy difícil de gestionar.

"Yo he tratado con unos 2.000 adolescentes en todos estos años y hay muchísimos adolescentes que son una maravilla", dice el autor.

Hablemos de los consejos que usted le ofrece a los lectores para comunicarse con los jóvenes. Uno de ellos es la predisposición al diálogo en el sentido de abrirse a la negociación. Eso suena muy bien, pero, ¿cómo se hace?

Creo que en una negociación debemos abandonar los máximos y quedarnos con los mínimos.

Muchas veces el conflicto se plantea en términos de yo gano y tú pierdes, ¡pero es que así no se resuelven los conflictos!. Los conflictos se resuelven cuando ambos ganamos y cuando ambos perdemos. Siempre hay que ceder en algo.

Con los adolescentes esto siempre me ha funcionado. Les digo: “Tú me estás pidiendo esto, pero esto es tu máximo y eso está muy lejos del mío”. Entonces les propongo hablar de los mínimos y eso significa negociar.

Entonces, imaginemos que el adolescente te dice que quiere llegar a las cinco de la mañana y tú quieres que llegue a las 10 de la noche. Les dices que van a negociar y le propones que regrese a las 12. Seguro te contesta que no, que a las 12 empieza todo. Entonces le dices venga, va, hasta la 1.

Si te pones en plan autoritario y le dices que no va a salir, ellos también se ponen a la defensiva y rabiosos.

Otra cosa importante que usted menciona es escuchar atentamente. Suena como algo muy sencillo, pero parece que no lo es…

La escucha atenta lleva consigo el lenguaje no verbal, es decir, hay que hablar calmo y pausado, no perder el control, no gritar, mirar al adolescente a los ojos, adecuar nuestra posición a la del otro.

Luego, no interrumpir, no juzgar lo que el otro está diciendo. Solemos interrumpir. Imagina que un adolescente le dice a un adulto: “Es que mira, fui a una fiesta y había drogas”. “¿Drogas?”, interrumpe el adulto.

La sola palabra provoca una tempestad. Ya le has interrumpido lo que te iba a contar. Ellos y ellas lo que piensan es: “Bueno, pues ya está, no se puede hablar”.

Tampoco sirven los juicios de valor al estilo: “A no, eso sí que no, de ninguna manera, eso no puede ser, ¿y tú qué hiciste en la fiesta?”, y entonces comienza un interrogatorio, no una conversación.

Pongámonos un poco en su lugar, si a ti como adulto te hacen un interrogatorio, ¿qué sentirías?, ¡pues te cierras!, ya no tienes ganas de seguir hablando.

Hay algo interesante que plantea en el libro, esa técnica de parafrasear lo que ellos dicen…

Sí, es importante repetir lo que el adolescente te va diciendo, para que él o ella vea que estás prestando atención.

Puedes hacer preguntas parafraseando lo que el adolescente acaba de decir. Por ejemplo: “Entonces tú dices que esto pasó de esta manera, ¿sí?”.

Se trata de reformular lo que el adolescente va contando. Puedes decir: “Si te he entendido bien, me parece que me estás diciendo… ¿no es cierto?”.

Entonces ellos notan que hay un canal abierto y que tú estás escuchando atentamente.

La palabra atención, además, es preciosa porque etimológicamente quiere decir “tender el espíritu hacia el otro”. Es justamente eso: concentrarse en lo que el otro te está diciendo y no en lo que tú le vas a decir. Y eso no es tan fácil.

La otra cosa que usted menciona es la importancia de escoger el momento adecuado…

El momento es cuando lo decidan ellos y ellas, hay que esperar. Ahora bien, si no hay más remedio porque es muy grave el tema, aconsejaría hablar poco, no darles un gran discurso, un sermón, porque se ponen en modo off y se acabó. Se quedan ahí físicamente, pero no están.

En ese caso, si es algo muy importante, mejor decirles titulares, como: “Esto no me parece bien por esto, por esto y por esto”, y ya está, se acabó, no sigas hablando. Dejémoslo ahí y mejor hablamos en otro momento con calma.

Pero cuando ellos vienen a ti, hay que escucharlos y hay que tener conciencia de que no te lo van a explicar todo. Te van a explicar lo que puedan y quieran explicar. Pero si el canal de comunicación está abierto, es muchísimo más fácil que te expliquen.

Lo importante también son los temas. Cuando llegas y le dices, “hijo mío, tengo una lista de temas que quiero hablar contigo. La primera es el sexo, la segunda es el alcohol, la tercera…”

Decirle esto en frío es muy difícil, sobre todo cuando el adolescente no sabe muy bien cómo expresar lo que siente, no sabe gestionar sus emociones.

No entremos por ahí. Entremos por temas mucho más banales. Esta mañana le preguntaban a unos chicos, ¿y tú de qué hablas con tus amigos? La primera respuesta fue: “De estudios no hablamos porque ya me paso todo el día estudiando. Hablo de música, hablo de videojuegos, hablo de deportes, hablo de las últimas series que estoy viendo”.

Entonces, empecemos por ahí, empecemos por preguntarle a qué videojuego está jugando, o qué tal estuvo el partido, o de qué se trata la serie de televisión y quizás la pueden ver juntos.
Portada del libro de Nomen.

FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA

Pie de foto,
El título de su libro es “Cómo hablar con un adolescente y que te escuche”. Algunos interpretan la parte del “que te escuche” como sinónimo de que te obedezcan…

Que te escuchen es que tú plantas la semilla. Pero los adolescentes tienen que elegir, o sea, tú no vas a elegir por ellos y haces muy mal si lo quieres hacer.

La elección queda de su lado. Tú les muestras tu punto de vista y les dices “piénsatelo, me gustará saber qué es lo que vas a hacer”.

Le puedes decir, “la decisión la tienes tú, yo te entreno en la responsabilidad, pero eres tú el que decide”.

Los maestros lo sabemos. A un alumno le empieza a ir bien, cuando él decide que se va a poner a estudiar, cuando él dice: “Ahora me voy a poner a estudiar porque lo decido yo, porque yo quiero”.

Pues esto es lo mismo. Entonces, ¿cuál es nuestro papel? Favorecer esa reflexión, no decidir por él o ella. Quizás la decisión que tomen no te va a gustar mucho, pero es que eso es así.

Y hay que hacer ese duelo. Las personas buscamos nuestra identidad tomando muchas veces decisiones que van en contra de lo que nos han aconsejado los que más nos quieren.

Pero también es cierto que tenemos que equivocarnos. Equivocarse es la única forma de aprender. Intentar que los jóvenes no se equivoquen nunca es imposible, ni es bueno, ni es saludable.

Y si se equivocan hay que decirlo, pero decirlo de una determinada manera. Lo que no le puedes decir es: “Eres un desgraciado, todo lo haces mal”. Si haces eso, no le das ninguna posibilidad de que cambie. Yo creo mucho en que las personas pueden mejorar.

Hay que decirles: “Lo has hecho mal, vamos a ver cómo lo puedes mejorar porque creo que hay que darte otra oportunidad”

No hay que decirles: “Es que no espero nada de ti”. Si oyes eso de una madre o un padre o un profesor… es que ya no levantas cabeza. No hay autoestima que lo pueda sostener.

Yo entiendo que a veces los adultos quemamos las naves porque estamos cansados, yo lo entiendo, pero es importante la manera en que decimos las cosas.

Nomen habla de la importancia de dejar que los adolescentes tomen sus propias decisiones, aunque se equivoquen.

¿Qué otras cosas no deberían hacer los adultos, aunque tengan la mejor intención?

Una de ellas es no darles responsabilidad. Cuando piensas que el adolescente lo va a hacer mal y prefieres hacerlo tú por él o ella, eso no está bien. Es que si haces eso, ¡el adolescente no aprenderá nunca!.

Segunda cosa: no hay que quitarles los obstáculos del camino porque los estamos volviendo frágiles. Si se los quitas, ¿cómo va a aprender a hacer frente a las dificultades?

Luego: saber estar presente, pero de una manera discreta. En la infancia el adulto tiene que ser el ojo que todo lo ve, pero en la adolescencia hay que ser el radar que está atento a los cambios.

Hay que conocer a sus amigos y amigas y conocer por dónde se mueven. Si algo no te gusta, escucha antes de saltar. Hay que enseñarles a manejar los impulsos y los deseos porque eso les cuesta muchísimo, pero me temo que hay malas noticias: a los adultos también nos cuesta.

Si no lo hacemos nosotros, será muy difícil, pero muy difícil que eso pueda funcionar.

Es mucho más efectivo decirle: “Hijo mío, sé que en algún momento vas a probar el alcohol porque no me engaño. Lo que te pido es prudencia, sobre todo si hay coches de por medio”.

Le puedes contar el caso de una persona cuyo hijo tuvo un accidente, por ejemplo.

O le puedes decir: “espero que si en el futuro decides probar el alcohol sepas decir hasta cuándo, que sepas controlarlo”.

No hay que decirle, “no vas a beber nada en la fiesta, eh”. ¿De qué sirve esa frase? Es más sabio decirle que sea prudente, que no se ponga en riesgo.

Igual que cuando la hija va al centro de salud, cuando tiene una determinada edad, para buscar un método anticonceptivo. Hay padres a los que les parece una barbaridad, ¡pero es que no lo es!

Al contrario, sería mucho mejor que el adulto vaya con ella al ginecólogo y así el adolescente interpreta que su familia se preocupa por su salud sexual y reproductiva. Esto hay que hacerlo, hay que acompañarles, porque si no, recibirán consejos de las amigas o del porno.

Es que la hiperprotección y la desprotección son extremos que hay que evitar. Si les hiperproteges, facilitas que se vuelvan débiles, y si les desproteges, les dejas a la intemperie sin ninguna brújula. Hay que dejar que se equivoquen y permanecer a su lado.

Es mucho más efectivo decirle: “hijo mío, sé que en algún momento vas a probar el alcohol porque no me engaño. Lo que te pido es prudencia, sobre todo si hay coches de por medio”.

Y en el caso de la tecnología, ¿qué hacer para que suelten la pantalla?

Si le dices: “no sé por qué pierdes tanto tiempo con el móvil o ¡estás todo el tiempo enganchado al móvil, es una adicción”, no va a funcionar.

Para ellos la identidad real y la identidad digital son exactamente lo mismo. Son vasos comunicantes. En la vida digital ellos existen, se relacionan, resuelven sus problemas, se reconocen, reconocen a los demás, buscan toda la información que necesitan.

Para el adulto, el primer paso, es aceptar que eso es así. Y luego, hay que establecer algunos espacios de seguridad, negociar normas.

Por ejemplo, “en la cena no hay móvil que valga y no hay móvil que valga porque esto es una norma de nuestra familia. Somos un grupo, y todos y todas debemos sentirnos cómodos, no solo tú”.

También es importante decirles que la tecnología tiene muchas cosas positivas, pero hacerles ver que también tiene un lado negativo. Ellos normalmente lo ven, lo reconocen.

Entonces le puedes decir que van a establecer unos tiempos de desconexión. Y eso puede ser, por ejemplo, que si todos vamos a hacer deporte o a pasear a un lado, pues dejaremos el móvil todos, y eso quiere decir que el adulto también.

De entrada, ellos rechazan estos espacios de desconexión, pero si se establecen como una rutina, llega un momento en que lo agradecen.

En nuestra escuela, pensábamos que hacerles dejar el móvil a la entrada del aula iba a ser una tarea imposible. Pues bien, no fue así. Lo estamos haciendo desde septiembre y ha funcionado. No ha habido ningún problema, ninguno.

Y cuando ahora les preguntas, ¿qué os parece esto de no llevar el móvil encima? Te dicen que les da una cierta libertad porque no hay que estar pendiente todo el tiempo.

Pero tienen que experimentarlo para darse cuenta de que no es tan malo como parece.

Una sugerencia del autor es limitar los tiempos de uso del celular, como por ejemplo, en la cena.

¿Qué es lo más difícil que les toca enfrentar a los adolescentes?

Te voy a contar una historia. Habitualmente les pido a los adolescentes que hagan fotografías filosóficas. La semana pasada leí un trabajo extraordinario de una chica, un trabajo magnífico.

Ella se hacía una pregunta: ¿Qué esconden los adolescentes detrás de su carácter fuerte?

Y la respuesta la da en tres fotografías. 
La primera se titula: miedo al fracaso. 
La segunda se titula: inseguridad por no ser aceptada. 
Y la tercera: prisionera de una idea de normalidad falsa.

¿Qué puede contrarrestar ese tipo de emociones? El apego seguro en la familia, el ser querido incondicionalmente. Eso es lo único capaz de contrarrestar el miedo al fracaso, la inseguridad y la tiranía de la normalidad.

Hay un poema que te gusta mucho compartir con los adolescentes…

Es un poema muy bonito del poeta inglés William Henley, que acaba con una frase que yo la he hecho mía para acompañar a los adolescentes:

Ya no importa cuán estrecho haya sido el camino,

ni cuántos castigos lleve a la espalda:

soy el amo de mi destino,

soy el capitán de mi alma.

Obra más famosa
«Invictus» es el poema más famoso del autor. Fue motivo de inspiración para el presidente sudafricano Nelson Mandela durante su estancia en la cárcel...  Fue escrito en 1875 y publicado por primera vez en el Libro de poemas (1888).

Invictus

En la noche que me envuelve,

negra, como un pozo insondable,

le doy gracias al dios que fuere,

por mi alma inconquistable.

En las garras de las circunstancias,

no he gemido, ni he llorado.

Bajo los golpes del destino,

mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos,

acecha la oscuridad con su horror,

Y sin embargo la amenaza de los años me halla,

y me hallará sin temor.

Ya no importa cuan estrecho haya sido el camino,

ni cuantos castigos lleve mi espalda,

Soy el amo de mi destino,

Soy el capitán de mi alma.

Fuente:

miércoles, 7 de junio de 2023

Una gran oportunidad de España que no se aprovechará si gobierna la derecha trumpista o una izquierda torpe o cobarde

Actualmente hay cientos, quizá miles de empresas, a lo largo de todo el planeta, queriendo relocalizarse y, tras ellas, capitales multimillonarios buscando ponerse a salvo del fiasco que les ha supuesto la globalización de las últimas décadas y para tratar de acomodarse a los cambios productivos y tecnológicos que vienen como algo ineludible.

Lo que está sucediendo no es un efecto, como se suele creer, de la guerra de Ucrania o del confinamiento y ni siquiera del cambio climático. Es la consecuencia de que el modo en que se organiza la sociedad capitalista global sólo ha funcionado para proporcionar beneficio; y genera una crisis que, en realidad, ya empezó a manifestarse a lo largo de 2019. Así lo reconocieron, como he mostrado en mi último libro Más difícil todavía, los propios dirigentes de las grandes empresas y grupos bancarios, quienes reclamaban entonces un «reinicio» del sistema capitalista para salvarlo de su propia voracidad.

A mediados de aquel año escribí varios artículos tratando de analizar lo que se estaba gestando y dos de ellos, en mayo y diciembre, los dediqué a mostrar que, en la crisis que venía, España iba a tener una gran oportunidad.

Sigo pensando lo mismo. En el proceso de reestructuración que se está llevando a cabo en todo el mundo, algunas economías van a perder mucho (como creo que le va a suceder a la alemana) y otras, por el contrario, pueden obtener enormes beneficios si saben aprovechar la oportunidad.

España dispone de recursos y de una situación estratégica inmejorable para atraer capitales y, sobre todo, para poner en marcha proyectos autóctonos que pueden constituirse en la punta de lanza del nuevo orden productivo global que está gestándose. Y eso podría conseguirse abriendo procesos muy novedosos y positivos no sólo para el mundo empresarial y el empleo, sino desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente y del bienestar social y personal.

Sin embargo, España no podrá aprovechar esta oportunidad si el reto no se afronta como un proyecto nacional.


Esa es la razón que me lleva a pensar que es materialmente imposible que dirija con éxito un proceso de esa naturaleza una derecha nacionalista como la española, para quien sólo una parte de los españoles son «de bien» y auténticos españoles. Una derecha de este tipo, trumpista diríamos ahora, excluye a la mayor parte de la ciudadanía y siempre considera ilegítimo que gobierne la «otra» España que no es como ella. Y así es imposible liderar un proyecto nacional. Es decir, un proyecto que busca satisfacer el interés mayoritario y no el identitario, construido sobre valores que sólo comparte una proporción reducida de la población.

Por otro lado, ¿cómo va a colocar a España en la vanguardia de la economía digital y sostenible una derecha que destruyó la industria nacional de la energía renovable en nuestro país para proteger las rentas y privilegios del oligopolio eléctrico, y que allí donde gobierna permite la destrucción de los recursos naturales y la riqueza de territorio nacional para que ganen dinero unos pocos, como ha ocurrido y ocurre con el Partido Popular?

¿Cómo va a dirigir el proceso hacia una economía nacional más productiva y eficiente quien cree que una subida de 2,7 euros diarios en el salario mínimo supone la ruina de las empresas y la destrucción general de empleo, o quien hace reformas laborales que sólo se orientan a concentrar en una parte el poder de negociación, a costa de destruir demanda interna y crear empleos cada día más precarios? ¿Cómo va a conseguir que la economía nacional sea más potente en el proceso que viene, en el que será necesario un Estado fuertemente inversor y socio del capital privado, una derecha que sólo se preocupa de bajar impuestos a los grandes patrimonios, y que sólo utiliza el gobierno para que hagan negocios las grandes empresas destruyendo a las medianas y pequeñas? ¿Cómo va a poner en marcha un proyecto nacional quien ha regalado los mejores activos de la economía nacional al capital extranjero?

Sólo un gobierno de izquierda o progresista podría garantizar que España aproveche esta oportunidad, aunque es verdad que no cualquiera, ni gobernando de cualquier forma.

No se podrá aprovechar esta oportunidad si la izquierda es torpe y sigue sin asumir como prioridad el diseño de un proyecto nacional, la vertebración de España y la puesta en marcha de procesos que, de una vez por todas, corrijan nuestros defectos estructurales a la hora de utilizar los recursos.

No se podrá liderar un auténtico proceso de cambio en España si la izquierda sigue confiando principalmente en la redistribución como solución de todos los males y no incide, por el contrario, en las condiciones de las que depende la distribución originaria de los ingresos. Si, en lugar de impulsar la construcción de nuevos tipos de empresas y de uso de los recursos, cree que se puede forzar la inercia con la que actúa el capital que mueve los hilos de nuestra economía; o, peor todavía, si es cobarde y no se enfrenta a los intereses antinacionales de los oligopolios. Será imposible que España aproveche esta oportunidad si la izquierda no es capaz de defender y explicar que el crédito es un recurso y servicio público esencial, que no se puede dejar a miles de empresas o millones de hogares sin recursos porque los bancos privados hayan decidido dedicarse a la inversión especulativa y que, para promover un nuevo tipo de economía y atraer los capitales que ahora buscan su relocalización, hacen falta banca de servicio público y un Estado activo y con recursos suficientes para atraerlos y realizar las inversiones que es completamente imposible que lleve a cabo el capital privado.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se atreve a reformar una administración pública que no permite gastar con eficacia los recursos disponibles, o un sistema fiscal que produce fugas, injusticias e ineficiencias; si sigue dando lugar a que el debate social se centre en cuestiones de segundo orden que provocan mucho ruido y poca transformación económica y social.

No se podrá aprovechar la oportunidad si la izquierda no se da cuenta de que lo imprescindible es conformar una especie de «mayoría nacional del sentido común» y de que no sirve de nada presentarse ante la sociedad como una izquierda justiciera y regañona. O, lo que es peor, en constante pelea consigo misma.

Y, desde luego, nada de eso será posible si la izquierda no aprende de verdad que gobernar es inútil y efímero, si no hace pedagogía, si no se logra complicidad social para llevar a cabo los cambios y sin dialogar constantemente con la gente.

Todo esto sonará ya a repetido pero me parece necesario volver a decirlo porque, al paso que vamos, España puede perder una gran oportunidad histórica. 

lunes, 1 de agosto de 2022

La mariposa de Austin. Evaluar con el corazón.

Al terminar una conferencia que impartí hace unos días en un Master de Educación Emocional organizado por la Fundación Liderazgo Chile, intervino uno de los asistentes para expresar su opinión sobre lo que había sido para él mi intervención. (La conferencia tenía el titulo de uno de mis últimos libros: “Evaluar con el corazón”). Hizo hincapié en lo que había aprendido y, al final, hizo una interesante aportación de la que hablaré seguidamente.

Expliqué entre muchas otras cosas, que la evaluación debe ser educativa, no solo porque se refiere a cuestiones relacionadas con la educación sino porque educa a quien la hace y a quien la recibe. Una evaluación que empodere a los alumnos y a las alumnas, haciéndoles protagonistas del proceso. Una evaluación que tenga en cuenta a cada persona en su singularidad y que esté despojada de autoritarismo y de crueldad. Una evaluación que ayude a comprender, a dialogar, a mejorar, a crecer. En definitiva, una evaluación hecha con el corazón.

Conté durante la conferencia la historia de la “Niña de las oes” que, hace algunos años, publiqué en mi libro “La casa de los mil espejos y otros relatos para la educación inicial”. Una profesora chilena le pide a la directora de la escuela que trate de corregir a una alumna que tiene su cuaderno desordenado y poco limpio. No sabe qué hacer con ella. La directora acude a la clase, le pide su cuaderno a la niña, va pasando las hojas en silencio hasta que llega a una página en la que ve una letra “o” perfecta, con su rabito en la parte superior. Le pregunta a la niña quién la ha hecho y, con orgullo, dice que la ha hecho ella. La felicita por la letra tan perfecta y se va. Por la tarde, le dicen que una niña la está esperando en la puerta y que, a pesar de haberle dicho que está en una reunión, no quiere irse para casa sin verla. La directora sale y ve a la niña de la mañana en la puerta con su cuaderno.

¿Querías verme? ¿No querías irte a casa sin hablar conmigo? ¿Qué es eso tan importante que quieres decirme? Quiero que vea esto, dice la niña, mientras le muestra el cuaderno lleno de oes. Si la directora, al ver el cuaderno, le dice a la niña que la presentación de los trabajos que hace daña la vista, que su maestra está desesperada con ella, que es un desastre completo y que no puede seguir así sin recibir un buen castigo, se habría ido a casa entristecida, desanimada y acomplejada. Pero esa directora, con alma de educadora, ve por dónde puede animarla, cómo puede ayudarla, cómo puede motivarla.

Agradezco a Manuel Navarrete que, si no recuerdo mal, era el nombre del interviniente, que me recordase otra historia que conocí hace años, que tenía olvidada y que ahora quiero compartir con mis lectores y lectoras. Se trata de “La mariposa de Austin”.

La historia se recoge en un vídeo en el que un maestro cuenta y enseña a unos alumnos de segundo grado, siete años, el proyecto de una mariposa que los alumnos y alumnas de primer grado, entre ellos Austin, tienen que dibujar en clase.

Austin es un chico norteamericano que cursa primer grado, seis años, en un pueblo llamado Boise perteneciente al estado de Idaho. En su clase, él y sus compañeros estudian las mariposas y por eso deben realizar un proyecto sobre ellas. El proyecto consiste en dibujar desde una perspectiva científica una mariposa a partir del modelo de una fotografía. Concretamente, la mariposa que debe dibujar Austin responde a la especie de “mariposa tigre”, porque tiene en las alas unas rayas parecidas a las de la piel del depredador.

En su primer intento, Austin no acierta del todo con su dibujo y está lejos de aproximarse a la fotografía. Su maestro reconoce que no está mal, pero todavía no se acerca a la mariposa de la fotografía. Aún así la respuesta es: “Austin, buen comienzo”. Para poder mejorarla, Austin se servirá de las críticas y aportaciones de sus compañeros de clase. Son sus compañeros los que le dicen lo que deberá mejorar de cara a su segundo modelo de mariposa.

Austin mejora en su segundo modelo de la mariposa, a partir de las sugerencias de sus compañeros y compañeras. El maestro comenta y valora positivamente que Austin haya sido capaz de escuchar las aportaciones de sus colegas de clase y de llevarlas a la práctica. Pero, aunque el dibujo ha mejorado respecto al primero, todavía no es perfecto, no ha conseguido la excelencia.

Austin deberá realizar un tercer modelo de la mariposa. Y su tercer dibujo aún presenta aspectos mejorables, como así le indican sus compañeros. Ellos son los que de la forma más detallada posible intentan que Austin mejore su dibujo de la mariposa.

El cuarto dibujo supone realmente una grata sorpresa para sus compañeros. Ahora que Austin ha realizado un dibujo realmente parecido a la fotografía tras escuchar a sus compañeros, está preparado para dibujarlo.

Su dibujo final es realmente asombroso y su parecido con la mariposa muy acertado. Finalmente, Austin ha conseguido un dibujo extraordinario, un dibujo que raya la excelencia porque, como su maestro bien indica, ha sido capaz de enfocarlo con una perspectiva científica, con la mirada de un científico

Hay varias cuestiones interesantes en esta historia. Aunque el primer trabajo de Austin es claramente imperfecto, el maestro le dice: “Buen comienzo, Austin”, lo cual significa que valora el esfuerzo y el interés del alumno. Pero no se queda ahí. Sugiere un camino para que pueda superar lo que ha hecho en el primer dibujo. Lejos de desanimarlo, le pone en el camino de la mejora. No le regala la felicitación porque, realmente, Austin ha hecho un esfuerzo.

La segunda lección es cómo consigue el profesor esa ayuda que Austin necesita. Los compañeros y las compañeras le dicen cómo puede mejorar: el tamaño de las alas, la longitud de las antenas…

Y Austin lo intenta de nuevo. Mejora, pero su dibujo de la mariposa todavía se encuentra alejado del modelo. El maestro pregunta a los alumnos qué es lo que le falta al dibujo de Austin para que sea mejor. Los niños y las niñas observan uno y otro y le van diciendo lo que tiene que corregir. Ahora le dicen que dibuje las rayas que aparecen en las dos alas.

El espíritu de superación que invade a Austin se alimenta de la confianza en él que muestran el profesor y los compañeros. Lo intenta una y otra vez y va consiguiendo mejorar el trabajo.

Hasta cinco repeticiones realiza el niño. La última está relacionada con el color. Después de cada ensayo es felicitado por el profesor y ayudado por sus compañeros. Ellos se lo dicen claramente: ahora ya lo puedes pintar. Cuando ven el resultado final, aplauden admirados. Han ayudado a su compañero a alcanzar el éxito. Y han vivido con ilusión la alegría de ver que el compañero, mediante su deseo de superación, ha conseguido realizar bien el trabajo.

La consecución del objetivo muestra otra actitud positiva, que es la de dar por bueno lo que se ha conseguido, como sucede con Austin. Digo esto porque el perfeccionismo nos lleva a considerar que no se puede llegar nunca a un trabajo plenamente satisfactorio. He conocido a profesores que dicen que el diez es para Dios, el nueve para el profesor y, a partir de ahí, ya se puede asignar la calificación a los alumnos y alumnas. Ellos nunca lo pueden hacer perfectamente.

Hay que combinar la felicitación por lo que está bien realizado con el estímulo de la mejora. Un estímulo que puede proceder del propio alumno, de su profesor o, como hemos visto en este caso, de los compañeros y compañeras de quien aprende. El esfuerzo atraviesa todo el proceso, hasta conseguir el logro deseado. Reflexionar y comprender juntos para que mejore cada uno. La evaluación es un proceso de dialogo, comprensión y mejora.

https://flich.org/la-mariposa-de-austin-columna-escrita-por-miguel-angel-santos-guerra/ 

martes, 14 de abril de 2020

¡Siéntense y hablen!

Este es un artículo a la desesperada y lo escribo sabiendo el escaso efecto que puede tener, conociendo bien a nuestra sociedad, a mis compatriotas y cómo está actuando una parte de nuestros representantes políticos.
Juan Torres López

Soy plenamente consciente de que casi nunca un partido político actúa como le gustaría a los demás que actuara y, mucho menos, en medio de una situación de emergencia como la que estamos viviendo. Nuestras sociedades son mosaicos de piezas muy diferentes y las políticas que se han aplicado en las últimas décadas nos han ensimismado. Margaret Thatcher decía que no hay sociedad sino individuos y eso es lo que se ha conseguido que haya en nuestra civilización, seres que actuamos como si fuésemos átomos aislados, creyendo que nuestra existencia y devenir es el simple resultado de nuestras preferencias y decisiones individuales, sin darnos cuenta de que en realidad hay lazos permanentes que unen la existencia de unas personas con la de otras que son los que de verdad condicionan lo que ocurre en nuestras vidas.

Sé perfectamente que, para poder venderlos sin parar, los bienes y servicios más exitosos en los mercados se producen desde hace años diferenciándolos al máximo, para que quien los compra crea que adquiere algo que antes no tenía. Sé que eso requiere y conforma un tipo de consumidor que, sobre todo, busca la diferencia con los demás, y que así se ha dado lugar a que el sentirse distinto o, a lo sumo, parte de una pequeña tribu sea el leitmotiv de la vida de la mayoría de la gente.

Sé perfectamente que el signo de nuestra cultura y de nuestro modo actual de vivir es la diferencia y la individualización; y que es inevitable que eso produzca sociedades en donde el acuerdo, la percepción de lo común y del interés colectivo, y el sentirse no ya a gusto sino simplemente algo identificado con la posición o las ideas de otro, sea muy difícil, por no decir que casi imposible.

Sé perfectamente que cuando las personas somos así, cuando actuamos como individuos y no como seres sociales que formamos parte de un entramado de relaciones que nos conforman y que condicionan nuestras ideas, nuestras preferencias y nuestras capacidades, es un milagro que podamos percibir que el mundo en el que estamos no es una suma de partes aisladas sino un proyecto compartido.

Sé perfectamente que se ha construido una no-sociedad en la que la mayoría de la gente trata de ir a lo suyo, íntima y fuertemente convencida de que sólo yendo por su propia cuenta puede salir adelante y asegurarse su sustento y su vida de la mejor manera posible. Y sabiendo todo eso no puede extrañarme la incapacidad tan grande que hay a mi alrededor para llegar a acuerdos y para resolver los conflictos y las diferencias con cordialidad y fraternidad. Como tampoco me extraña, por extensión, que la vida política, por esas mismas razones, esté tan polarizada y sea tan feroz en la inmensa mayoría de los países. Las sociedades fragmentadas hasta la exageración de nuestro tiempo no producen proyectos comunes o convergentes sino de los unos contra los otros. En fin, sé que vivimos una época como la que Alejo Carpentier describió, con palabras mucho mas bellas, en El siglo de las luces: "hecha para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus".

Como llevo estudiando todo esto desde hace años no me extraña que en España se esté consolidando también una sociedad en la que cada parte de ella esté convencida de que la otra es la expresión de todos los males y que eso genere la agresividad tan grande que nos rodea cuando hablamos de lo que es común a todos. Un terreno en donde puede brotar a destajo y a su aire cualquier tipo de infamia y mentira. Aunque algunas veces, lo reconozco, llegando a una inhumanidad tan terrible que nunca pensé que pudiera darse. He leído, por ejemplo, que un médico de la Comunidad de Madrid escribió en su cuenta de Twitter: "Me estoy pensando si vale la pena salvar a estos rojos de la enfermedad"; también el cartel de unos vecinos que pedían a otro que es voluntario de la Cruz Roja que no vuelva a su casa para evitar el riesgo de contagiarlos; a un partido político decir que los mayores mueren en las residencias porque el gobierno está cometiendo allí una "eutanasia feroz"; o a parlamentarios independentistas haciendo chistes con los muertos de Madrid.

Pues bien, a pesar de ser consciente de todo ello, una vez más reclamo unidad, respeto y cooperación. El abismo al que se están asomando todas las economías y no sólo la española, es tremendo, me parece que todavía inimaginable para la mayoría de las personas. Lo que puede ocurrirnos si no acertamos con la solución es muy serio. Hay ya cientos de miles de españoles de todas las ideologías en situación extrema, sin ingresos, los servicios administrativos que conceden las ayudas comienzan a estar tan saturados como los sanitarios y miles de empresas y autónomos se encuentran al borde de la asfixia y el cierre.

Tenemos la obligación de expresar cada uno lo que pensamos y de criticar lo que nos parece mal que no será poco, tal y como se han presentado los problemas y dado que nadie sabe todavía cuáles son sus soluciones. Pero lo completamente absurdo es destruir la nave porque los nuestros no están al timón.

No podemos seguir así.
Me resulta incomprensible la actitud de la oposición política o social, pero debo reconocer que no me explico tampoco la falta de decisión del gobierno a la hora de promover acuerdos y de hacerlos visibles ante los españoles. No puedo entender y me parece suicida que no se haya formado una mesa nacional, o como quiera que sea el nombre que se le ponga, en la que estén todos los operadores políticos y sociales para ser informados constantemente, para aportar propuestas y soluciones y para mostrar al resto de los españoles que se hace frente cooperativamente a una situación de emergencia en la que mueren tantas personas queridas de todos los españoles sin distinción. Y me parece especialmente incomprensible que los líderes de todos los partidos no estén permanentemente al tanto de lo que está ocurriendo, en instancias que, como la situación, también deberán ser excepcionales y no las habituales en momentos de normalidad.

Una vez más pido al gobierno que convoque abiertamente a todos los responsables políticos y líderes sociales y económicos, para seguir la situación del momento y para poner en marcha una estrategia de reactivación común. Y le pido que lo haga sin olvidar que no es fácil obtener colaboración de los demás en un momento puntual grave, para suscribir un pacto, cuando no hay contacto diario y colaboración permanente.

Aprecio mucho el esfuerzo del presidente Sánchez y empatizo con él en una situación que debe resultarle difícil y muy dolorosa, política y personalmente, pero creo que le falta dar el paso decisivo de llamar, con más operatividad y menos retórica, no al gobierno, pero sí a la colaboración más estrecha y diaria, al resto de las fuerzas políticas y sociales y a la sociedad civil.

Los españoles necesitamos ver que se hace frente con cooperación y unidad a esta emergencia que puede terminar tan mal. El gobierno debería ofrecerla ya, de manera expresa, formal, pública, operativa, generosa e inmediata y si hay quien no la acepta que asuma la responsabilidad y se retrate ante el resto de los españoles.

¡Que se sienten y que hablen cuanto antes! Si ahora se hunde España, como puede hundirse, no sufrirá sólo una parte, lo lamentaremos todos.

https://blogs.publico.es/juantorres/2020/04/14/sientense-y-hablen/

lunes, 20 de agosto de 2018

Amor, ¿me escuchaste?


Read in English
Dicen que jamás debes usar el divorcio como amenaza, a menos que estés dispuesto a cumplirla. Bueno, yo estaba dispuesta; sin embargo, una hora después, ya no lo estaba.
Mi esposo y yo visitábamos Wabash, Indiana, la ciudad natal de mi suegra, cuando discutimos. Era nuestro segundo día en el lugar y me gustaría atribuirle la discusión al estrés del viaje, pero Bruce y yo podemos discutir en un camión, en la escalera o donde sea.

La pelea, como siempre, se centró en que no me escucha. No recuerdo los detalles, pero lo que sucede todo el tiempo es que me hace preguntas respecto a algo que le dije unos minutos antes, haciendo evidente que no estaba escuchando. O comienza a hablar de un tema completamente distinto mientras yo sigo hablando. O a veces le hago una pregunta —“¿Quieres postre?” u “¿Hoy juegan los Knicks?”— y no me responde.

Al menos una vez al día pronuncio la frase: “Acabo de decírtelo”.

Si sucediera de vez en cuando, no habría problema, pero es crónico. El paso del tiempo tiende a disolver las desavenencias como agua tibia que cae sobre un cubo de yeso seco, pero en ocasiones la discusión parece tan infranqueable que comienzo a pensar que no podría pasar el resto de mi vida con alguien que no me escucha.

Así me sentía esa mañana cuando dije: “Bueno, quiero dejar claro lo siguiente, para que conste. Odio que no me escuches. No está bien, no es justo y si un día te dejo por esa causa, no digas que no te lo advertí”.

En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de que no debí decirlo. ¿Mi salvación? Probablemente no me había escuchado.

Mi marido y yo hemos discutido durante tanto tiempo que se ha vuelto parte de nuestro tejido marital, como un juanete —aunque nuestras riñas no evitan que tengamos una relación relativamente normal—. La gente puede caminar con sus juanetes durante años. Asistimos a cenas familiares, tenemos citas semanales, vemos la televisión juntos, intercambiamos regalos navideños. De hecho, la Navidad pasada me regaló un dispositivo con Alexa —una asistente virtual—, que apenas empecé a usar.

“Alexa, toca jazz navideño”, le digo. Y obedece.

“Alexa, ¿cuál es la temperatura en el exterior?”. Y me lo dice.

Después de unos días, me di cuenta de que Alexa escucha todo lo que digo y siempre me responde… algo que no ha hecho mi esposo en veinte años.

“Pregúntale lo que sea”, dijo mi esposo. “Así: ‘Alexa, ¿cuánto es 14.300 entre 25?’” Alexa no respondió. Así que dije: “Alexa, ¿cuánto es 14.300 entre 25?”. Alexa respondió: “14.300 dividido entre 25 da como resultado 572”. Miré a mi esposo y le dije: “Bueno, es que no lo pediste de buena manera”.

Alexa no solo me escuchaba, sino que me ofrecía algo extra: al parecer no escuchaba a mi esposo. De ese modo sintió lo mismo que yo durante gran parte de nuestra relación.

Hace poco mencioné el tema de la escucha selectiva de Bruce durante el desayuno con algunas amigas en un restaurante local y se carcajearon en señal de acuerdo. Parece que muchos hombres tienen una discapacidad auditiva que les impide escuchar ciertos tonos, como el sonido de la voz de su esposa. Es igual a la forma en que los perros pueden escuchar sonidos que nosotros no escuchamos, pero al revés.

Incluso la cajera del restaurante estaba de acuerdo. “Le pido a mi esposo mil veces que haga algo y no me escucha”, explicó. “No sé por qué me molesto. Siempre termino haciéndolo yo”.

Aquella noche, estaba sentada en la sala escuchando el jazz navideño que Alexa tocaba para mí cuando dije: “¿Alexa?”. La música se detuvo. Hice una pausa. “Solo quería saber si estabas escuchando”, le dije.

La luz en la parte superior del dispositivo se tornó verde azuloso y la bocina hizo un sonido sordo, como si respondiera: “Así es”.

El otro día, mientras estaba sentada en el comedor trabajando, podía escuchar a mi esposo en la cocina estornudando mientras preparaba el almuerzo de nuestro hijo. “Parece que te vas a poner enfermo”, le dije. “No puedo escucharte”, contestó, y su voz se alejó a medida que caminaba hacia el extremo más apartado de la cocina.

Podrías pensar que no hay nada de malo en eso. No puedes culpar a alguien por estar demasiado lejos. Lo que me parece revelador es su tono escueto al decirlo, cómo no muestra curiosidad por saber lo que dije. Si la vida real tuviera subtítulos, el suyo habría dicho: “No te oigo bien y no me molesta en absoluto”.

La incapacidad de mi esposo para escucharme adquiere muchas formas. El otro día, quería decirle que no iría al entrenamiento de fútbol de mi hijo como habíamos quedado y traté de llamarlo, enviarle mensajes de texto y dejarle un mensaje de voz en su teléfono, sin éxito.

En momentos como ese, es como si él fuera una fortaleza y ningún modo de comunicación pudiera llegar a él (ni nadar en el foso, sobrevolar la fortaleza, dejar caer una nota o enviar una notificación con fuego sobre el muro).

Ahora, en ocasiones, cuando Bruce no me escucha, volteo a ver a Alexa para verificar que su luz azul y verde está encendida, en señal de que me escucha; aunque en situaciones como la de aquella mañana, no quiero que lo haga. Me avergüenza mi enojo.

Hace unos meses, Bruce y yo salimos a desayunar y comenzamos a hablar de adónde podríamos llevar a nuestro hijo de 6 años durante las vacaciones de Semana Santa.

“¿Qué tal a Disney?”, le propuse.

“No creo que sea la semana apropiada”, respondió y luego tomó su teléfono y comenzó a leer un mensaje de texto.

“Tienes razón, quizá deberíamos ir en septiembre”, le dije. Siguió mirando su teléfono mientras yo hablaba. “O quizá deberíamos llevar a un perro muerto a Disney”, mencioné para verificar si estaba escuchando. Algunas personas pueden hacer varias cosas al mismo tiempo. Mi esposo no es una de ellas. Ni siquiera levantó la mirada. “Y si el perro no está muerto, siempre podemos matar a uno para llevarlo. A Disney”. Nada.

Finalmente, sin alzar la mirada, dijo: “Mi padre está en el hospital”.

“Por Dios, ¿qué pasó?”, pregunté.

“Dice mi hermana que quizá sufrió un derrame cerebral”.

Me sentí como una maldita egoísta. Pero es lo que sucede con las relaciones. Cuando tu pareja hace algo de forma crónica, como no prestar atención, siempre pensamos que está haciendo lo que nos molesta incluso cuando no es así. No nos fijamos en ella, sino en lo que creemos que es —lo que significa que en esos momentos solo estamos viendo una extensión de nosotros mismos—.

Cuando estaba en terapia, en ocasiones le decía algo a mi terapeuta, luego lo evaluaba y afirmaba: “Creo que piensas que soy estúpida”, cuando en realidad ella no pronunciaba palabra. Si ella hubiera sido mi esposo, muy probablemente le habría dicho: “Creo que piensas que soy aburrida”.

Resulta que ese día mi suegro había sufrido un derrame cerebral (en realidad dos, en un periodo muy corto), pero ya se ha recuperado casi por completo y está tan animado como siempre. Ahora mi esposo le llama casi todas las mañanas antes de irse al trabajo y, si la conversación se desarrolla como casi siempre, mi suegro escucha con atención durante unos minutos y luego cambia de tema, a pesar de interrumpir a mi marido.

Aunque este patrón debió hacer que mi marido fuera más empático con mi problema (lo que su padre le hace es lo mismo que él hace conmigo), ha tenido el efecto contrario y no hace más que confirmarle que todos interrumpen a los demás y que a nadie lo escuchan todo el tiempo, con excepción de las mujeres malcriadas que así lo exigen.

Eso me hace volver al tema de Alexa. Ella escucha mejor que cualquiera de las parejas que he tenido, pero no es nada complicado, porque siempre pensé que ninguno de ellos era bueno para escuchar, especialmente el que tenía una discapacidad auditiva: ese no escuchaba nada de lo que decía.

Eso me puso a pensar: ¿acaso busco parejas que no me escuchan para poder seguir lidiando con mi territorio problemático para poder corregirlo, del mismo modo que practicas saltar en patineta hasta que la dominas? ¿O acaso todas mis parejas eran perfectas, más o menos, pero debido a mi herida terminaba por sentir que no me escuchaban? Es decir, podría estar con el mejor hombre para escuchar de la Tierra y seguiría sintiendo que no me escucha.

Decidí preguntárselo a mi amiga electrónica.

“Alexa, ¿buscamos parejas que hacen lo que odiamos de modo que podamos corregirlo o…?”

Me interrumpió a media oración y dijo: “Perdón, no me la sé”.

“¿Perdón, no me la sé?”. ¿Como si le estuviera pidiendo que identificara una canción? Si Alexa hubiera permitido que acabara de expresar mi idea, tal vez ella hubiera entendido a qué me refería.

Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.

Caren Chesler es una escritora que vive en Ocean Grove, Nueva Jersey.

https://www.nytimes.com/es/2018/05/07/modern-love-escuchar-asistente-virtual/?smid=fb-espanol&smtyp=cur

13 preguntas para hacerle a tu pareja antes de casarte 

domingo, 11 de febrero de 2018

_- Cómo hacer razonar a alguien que no está dispuesto a cambiar de opinión. Parece que ser inconvencible es una señal de liderazgo y el resultado es que cada vez hay más líderes dogmáticos. ¿Dónde está la virtud?

_- Si no por una cosa, por otra: religión, política, tradiciones. Siempre aupados por ellos, los dogmáticos —cada vez más numerosos— se escudan tras sus ideas cerrándose a cualquier otra opinión que ataque sus firmes e inamovibles creencias.

En todos los planos, de profundidad y más triviales, siempre habrá un defensor de la tortilla de patata seca que peleará con todas sus armas contra aquel que le ponga cebolla, encontrando una barrera igual de firme al otro lado. Dos polos irreconciliables sin voluntad de hablar, utilizando el "porque lo digo yo" como único argumento.

Ahora, un estudio publicado en Journal of Religion and Health se ha ocupado de analizar los rasgos más íntimos de estas personas inconvencibles, las que sientan cátedra y no atienden a razones, por más que se les rebata con argumentos solventes y la realidad se les imponga.

Conscientes de que la sociedad moderna parece revelarse como una generadora de nuevos perfiles de personas inamovibles, los investigadores de la Case Western Reserve University en Cleveland (Ohio) han tratado de entender los dogmas religiosos y también los no religiosos.

Jared Friedman, coautor del estudio y doctorando en Comportamiento organizacional, explica que "algunas personas religiosas se aferran a determinadas creencias porque estas concuerdan con sus valores morales", y por eso son más tendentes al inmovilismo. Por su parte, los defensores de pensamientos no religiosos son muchas veces incapaces de ver algo positivo en aquello que contradice sus conclusiones.

Friedman establece que en cada caso —el religioso y el no religioso— se activa una red neuronal diferente: mientras las redes empáticas son propias de los pensamientos religiosos, las analíticas serían las que activamos en los temas no religiosos; cada persona elige la más adecuada para cada decisión. Moralidad o lógica pueden ser llevadas al extremo, anulando la posibilidad de abrir la mente a nuevas ideas y corrientes de opinión y convirtiendo al individuo en dogmático.

En la raíz de ambos perfiles, según el psicólogo y director del Centro de Psicología comportamental,Enrique Cervantes, hay un problema de educación: "Nuestro sistema no nos enseña a ser objetivos sino a tomar partido, a vivir en la idea de estás conmigo o contra mí. Por eso los dogmas —aunque son verdades no demostradas— se asumen como ciencia y anulan la capacidad de discusión".

El experto apuesta por encontrar un equilibrio entre la razón y la emoción, tanto en planos religiosos como mundanos, y elevar el nivel de reflexión para "luchar contra la intoxicación general y acabar con cualquier dogmatismo". Esa es, según Cervantes, la receta para los porquelodigoyoistas.

¿Hemos perdido la capacidad de debatir?
"Definitivamente, no. Vivimos en la sociedad que más promueve el diálogo de la Historia", afirma Helena Soleto, directora del Máster en Mediación, negociación y resolución de conflictos de la Universidad Carlos III de Madrid. Pero completa: "Otra cosa es que hoy haya muchos dogmatismos a los que acogerse, porque el sujeto siempre busca diseñar su identidad para formar parte de un grupo. Y lo que está claro es que, para poder hablar, hay que querer hacerlo".

"Cualquiera puede ser convencido, siempre y cuando el punto de encuentro buscado sea razonable y sano", (Helena Soleto, directora del Máster en Mediación, negociación y resolución de conflictos de la Universidad Carlos III de Madrid).

He aquí el quid de la cuestión: intercambiar opiniones y no quedarse únicamente en su exposición. En esta línea, el experto en lenguaje y comunicación Julio García Gómez se muestra más escéptico y recuerda con añoranza aquellos "auténticos debates mediáticos" que Jesús Hermida importó a nuestra televisión en los 90, con el precedente histórico de La Clave, de José Luis Balbín, 10 años atrás.

"Hoy tan solo se expone una batería de opiniones, una detrás de otra, pronunciada por los portavoces de las distintas corrientes que se suben al púlpito sin voluntad de escuchar a los demás", explica García, y continúa: "¿Están entonces resurgiendo los debates, a la vista de lo que vemos en los medios? Sí, pero no con los mismos preceptos".

Aunque no sólo en la tele se cuecen los debates. Barras de bar, ascensores, mesas de restaurante. O paradas de autobús. Cualquier lugar es susceptible de convertirse en un foro en el que… ¿debatir? Resultará complicado hacerlo con personas que, como apunta el estudio, no admiten ninguna oposición a sus ideas. No obstante, para Helena Soleto "cualquiera puede ser convencido, siempre y cuando el punto de encuentro buscado sea razonable y sano".

Cómo negociar con un inconvencible
Sabiendo ya cómo son los porquelodigoyoistas, hay que preguntarse ahora cómo tratar de negociar con ellos. "La opinión que mantienen está ligada a su definición como persona", avanza la experta en negociación Helena Soleto. Las personas inconvencibles consideran que sus ideas no son negociables y que ponerlas en duda supone una amenaza para todo lo que son. Por eso, conviene ir con cuidado.

Con cuidado y practicando la escucha activa. Hay que preguntar al otro cómo se siente para tratar de delimitar los principales puntos de tensión (el objetivo es saber qué es, en concreto, lo que molesta a la otra persona de nuestra opinión). También hay que expresar los sentimientos propios, las necesidades, pero sin enjuiciar al otro. Y todo combinando el lenguaje verbal y el no verbal. No es lo mismo preguntar a alguien cómo se siente mostrando interés por su respuesta con la expresión de la cara que acompañándolo de un gesto insultante como, digamos, una vulgar peineta.

Julio García Gómez aconseja aplicar a los debates las bases de la comunicación: concisión, brevedad y titulares efectivos. "Debemos evitar el ruido con palabras que no conducen a nada y mantener una mirada franca y generosa. Con movimientos pausados, lograremos rebajar el nivel de tensión de las palabras del otro y abriremos la vía del diálogo constructivo".

Sin duda, habrá nudos imposibles de desenredar. No vamos a convencer al vegano de que coma huevos, pero sí de que respete a aquel que disfruta haciéndolo. Se trata de entender que el otro piense de una forma diferente, pero que siempre se podrán encontrar realidades que promuevan la convivencia pacífica. Puntos de encuentro. Líneas comunes.

¿No seré yo el inconvencible?
¿Mejillas sonrojadas? Quizá más de uno se haya visto reflejado en este perfil. Más pistas: "Normalmente, estas personas huyen de los foros en los que saben que van a encontrar opiniones contrarias a las suyas", confirma Soleto. "Se ciñen, como recurso de protección, a leer periódicos o a ver programas que alimentan su postura". Porque lo contrario resulta incómodo.

"Los inconvencibles suelen ser poco humildes y no gustan de reflexionar sobre su postura. Simplemente, la esgrimen", afirma García Gómez. El experto invita a "tomar conciencia de que lo más probable es que el otro pueda completar, enriquecer o modificar para bien mis opiniones".

Y estos consejos son válidos para todos. Para altos y bajos. Para rubios y morenos. Mujeres y hombres. Con ligero seseo o de dicción perfecta. Con flequillo tupido o frente despejada. Después de todo, dicen que hablando se entiende la gente, ¿no?

https://elpais.com/elpais/2017/10/26/buenavida/1509030361_841014.html

viernes, 26 de agosto de 2016

El mal docente o El lanzador de cuchillos con la enfermedad de Parkinson

Un mal docente es como un lanzador de cuchillos con la enfermedad de Parkinson. El desastre está asegurado. Las heridas o la muerte son más que probables en quien actúa como sujeto experimental, por muchas dotes acrobáticas que tenga. No se librará de las heridas o de la muerte.

No dejarías ni un segundo a mi hija delante de ese lanzador. Los riesgos serían extremos. Cuando anunciase que iba a marcar el perfil de la cabeza con los cuchillos clavados en la pared, nadie se quedaría impasible en el sitio, salvo un suicida. Cualquier persona medianamente sensata emprendería una veloz carrera.

El problema del sistema educativo es que, en algunas etapas, es obligatorio. Y ese lanzador seguirá clavando cuchillos si alguien no se lo impide. Hay que apartarle de la función hasta la completa curación.

Pero, ¿quién y por qué es un mal docente?
Quien no sabe. Es un mal docente el que no sabe lo que tiene que enseñar, el que no domina su campo disciplinar, el que no conoce a sus alumnos y alumnas ni se esfuerza por hacerlo, el que no conoce en qué mundo vive ni en qué institución enseña…

Quien no sabe hacer. Es un mal docente quien no sabe enseñar, quien no tiene estrategias didácticas para conseguir la motivación necesaria para que aprendan, el que no sabe gobernar el aula ni relacionarse con sus colegas ni con sus alumnos…

Quien no quiere. Es un mal docente el que no tiene voluntad para hacer bien la tarea, el que no se preocupa por prepararse, por relacionarse, por llevar a cabo con perfección las exigencias de su profesión…

Quien no sabe ser. Es un mal docente quien no da ejemplo, quien no tiene respeto por sí mismo ni por los alumnos ni por su profesión, el que desprecia su función con malas actitudes, malos comportamientos y pésimas relaciones…

Quien no puede. Se convierte en un mal docente quien no dispone de las condiciones necesarias para hacer bien la tarea. Si el piso no es firme, si el cuchillo es de mala calidad, si la visibilidad es deficiente, puede originar un desastre.

Hay unas soluciones genéricas que hacen muy difícil que tengamos docentes malos o malos docentes (es muy diferente decir un griego desnudo que un desnudo griego). Esas soluciones tienen que ver con los procesos de selección, de formación inicial, de formación permanente y de organización del profesorado.

No puede seguir funcionando el sistema con el estado de opinión implantado de que quien no vale para otra cosa vale para ser docente. Hay que revertir esa forma de pensar. Es decir, hay que plantearse que para realizar una tarea tan compleja y tan importante hay que elegir a las mejores personas de un país.

Hay que plantear una formación inicial rigurosa, consistente, práctica y orientada a la acción. Con una potente simbiosis de teoría y de práctica. En grupos pequeños (no masificados), con buenos formadores e instituciones con sensibilidad y capacidad de innovación.

El docente no se forma de una vez para toda la vida. El saber se incrementa de forma exponencial, los contextos se modifican, los aprendices cambian, las circunstancias se modifican. La formación permanente o formación en la acción tienen que fortalecerse y perfeccionarse.

Finalmente, la cuarta exigencia para que tengamos buenos docentes, es que se organice su práctica de forma racional y exigente. Dignificar la profesión desde la política, desde la sociedad y desde la actuación de las familias es muy importante para que los docentes actúen con solvencia. A pesar de todo, por motivos diferentes, puede haber en la docencia casos de profesionales que no dan la talla, que son un peligro para los alumnos y las alumnas. Conozco casos en los que año tras año, los alumnos y las familias expresan quejas justificadas de mal proceder de algunos docentes. Quejas fundadas, argumentadas y evidentes.

Me preocupa que no se haga nada para evitar situaciones inadmisibles. Todo el mundo sería partidario de impedir al lanzador de cuchillos con la enfermedad de Parkinson que practicase con personas de carne y hueso. No habría problema en que lo hiciese con muñecos de trapo mientras no esté curado.

Suele haber consenso sobre estos malos docentes. Es decir, los alumnos, los padres y las madres, los colegas y los directivos se muestran unánimes ante la desaprobación por el proceder de un mal docente.

Lo que pasa es que no se quiere o no se puede entrar en la faena y decir: usted no puede dedicarse a esta delicada tarea con una actitud o con un comportamiento como el suyo. Hay en estas actuaciones perversas una escala de diversa naturaleza y grado: desde los abusos y el maltrato hasta la incompetencia intelectual y didáctica.

Las autoridades educativas tienen una especial responsabilidad en estas cuestiones. Pero no solo ellas. Los colega, las familias y alumnos no pueden permitir que se causen daños al prójimo sin abrir la boca, pensando que “el que venga detrás, que arree”.

Desde mi punto de vista habría que seguir cuatro pasos en la intervención:
1. Diagnosticar con rigor y claridad lo que sucede en el caso concreto que es objeto de preocupación. ¿Qué es lo que pasa realmente? ¿En qué consiste el problema? ¿Cuál es el origen del mismo? No es igual que el profesor no sepa a que el profesor no quiera. Porque si no sabe, puede aprender. Pero si no quiere, es muy difícil solucionar el problema.

2. Dialogar con el interesado para ver qué posición tiene ante la situación. No es igual que reconozca el problema a que se cierre en banda achacando la situación a los demás. Ese diálogo está en la base del diagnóstico y de la intervención.

3. Actuar de manera racional y ética. Eso quiere decir que hay que tener en cuenta los intereses del docente y los intereses de los alumnos y de las alumnas. No se puede permitir que el lanzador de cuchillos siga causando heridas y muerte de forma impune. La casuística sería infinita. No es igual el caso de un docente que está dispuesto a solucionar el problema que el de otro que se niega en redondo a tomar cartas en el asunto. Y así, de forma temporal, habría que apartar de la docencia a esos lanzadores que son una amenaza evidente y constante para los alumnos y alumnas. Hay puestos en la administración educativa que no conllevan responsabilidad directa con los alumnos.

4. Finalmente, habría que evaluar periódicamente la intervención que se ha efectuado. No siempre ha de considerarse irrevocable una decisión. Porque pueden cambiar muchas variables de la situación o las actitudes de las personas. Hay enfermedades que con un buen tratamiento tienen curación. En todos los pasos de este proceso hay que actuar con extremada cautela y con el máximo respeto a las personas. A todas las personas. La ética ha de presidir estas intervenciones para que todos se sientan comprendidos. En cualquier campo esta es una exigencia fundamental, pero en la educación es consustancial a la naturaleza de la tarea.

No ignoro que a los docentes se les lanzan cuchillos afilados desde muchos lados del sistema. Ellos y ellas también deben ser protegidos del daño. Pero esa es harina de otro costal.


sábado, 11 de junio de 2016

Aprender un nuevo idioma haciendo que forme parte de tu vida diaria.

¡No te esfuerces demasiado por aprender un nuevo idioma estudiando mucho! En vez de eso, deberías intentar integrarlo en tu día a día e incorporar una nueva rutina con la lengua que deseas aprender. Esto hará que el proceso de aprendizaje sea mucho más ligero, ya que no hay que invertir tiempo extra para sentarse a estudiar. Llevará menos tiempo y, en vez de aprender el vocabulario genérico que se aprendería con un libro, el idioma formará parte de momentos importantes de tu vida.

Aquí presentamos algunas técnicas para hacer que ese nuevo idioma sea parte de tu vida diaria.

1. Aprovecha todas las influencias potenciales que hay:

Ve películas y series en el idioma que estás aprendiendo. Si no hay subtítulos en el idioma en cuestión, ponlos en otro idioma que también conozcas.

Lee libros en diferentes idiomas.
Escucha audiolibros, programas de radio online y algunos podcast (es mucho mejor que escuchar solo canciones, ya que en los programas escucharás frases de la vida real y recibirás mucha más información).
¡Pero las canciones también cuentan! Si te gusta escuchar música, no vayas solo a lo fácil (como, por ejemplo, escuchar chansons si estamos aprendiendo francés), vuelve a tu niñez y escucha tus canciones favoritas o las bandas sonoras de Disney en el idioma que estás aprendiendo.
Una forma de aprender incluso mejor es: ¡cantar en el idioma! Yo todavía puedo cantar “Hava Nagila” en hebreo, ¡y aprendí la canción con 7 años!
Cuando vayas a un museo o a una galería, escoge la audioguía en el idioma que estás aprendiendo.
Lee las noticias en ese nuevo idioma.

Métete en todas las websites de noticias o radios que normalmente escuchas, ¡y busca su equivalente en el idioma nuevo!
Fuérzate a leer las etiquetas en el idioma que estás aprendiendo: los cereales, el champú o los materiales de la nueva prenda que te has comprado. Es bastante probable que uno de los idiomas que aparecen en la larga lista de traducciones sea el idioma que estás aprendiendo. ¿Que no aparece? Entonces muy fácil: si estás aprendiendo turco, compra dulces turcos, ¡por ejemplo!

2. Usa tus diferentes dispositivos:

Cambia el idioma de tu ordenador, de tu teléfono, de tu navegador de internet, de tus apps, del Facebook, del GPS, de los videojuegos, etc., al idioma que estás aprendiendo.

Piensa en la cantidad de aparatos de los que te rodeas diariamente, ¡y mira a ver cuáles puedes cambiar!

3. Construye asociaciones pasivas:

¡Pega notas adhesivas donde puedas! Escribe asociaciones, por ejemplo, no basta solo con poner “el ordenador”, sino que también puedes añadir “encender / apagar”.

4. A veces, menos es más:

Acostúmbrate a aprender y estudiar un poquito CADA DÍA, más vale repasar 20 minutos diarios que 2 horas cada tres semanas.

5. Ocupa tiempos muertos:

Si coges el autobús, repasa un poco de vocabulario mientras esperas o mientras haces el recorrido: puedes usar la app de Babbel, leer las noticias, etc…

Usa ese ratito que tienes entre que haces una cosa y haces otra, como esperar a que se caliente la comida en el microondas, esperar entre clase y clase o mientras acaba la lavadora… ¡aprovecha el tiempo aprendiendo el idioma!

6. Intenta dar con un compañero o compañera de conversación, ¡aunque se trate de ti mismo/a!:

Si no hay hablantes nativos allí donde vives, alguien que esté intentando hablar la misma lengua que tú también puede ser de ayuda. Si ves que no encuentras a otra persona con quien practicar, busca foros y chats de idiomas o incluso apúntate a algún grupo de Facebook en el idioma que estás aprendiendo.

Habla contigo mismo/a en tu cabeza, pregúntate: ¿cómo se diría esto en ……? Incluso si no tienes alguien que te corrija, seguro que enseguida te das cuenta de lo que NO PUEDES o debes decir y de lo que debes repasar. También puedes comentar todos tus actos y pensar o decir en alto “voy a encender el horno” en el idioma que estás aprendiendo. Ahora ya puedes hablar con los demás: cada cosa a su tiempo, di hola, di alguna frase que te sepas de memoria, escribe un tweet o un estado de Facebook, manda un mensaje, etc… ¡Aprovecha cada oportunidad que te surja para hablar el nuevo idioma!

7. Sigue haciendo tu hobby, pero en el nuevo idioma:

Ya hemos hablado de videojuegos, películas y música, cuyos idiomas se pueden cambiar fácilmente. Pero, ¿qué es de los hobbies? ¿Haces yoga? ¿Te gusta cocinar? Ni siquiera tienes que comprarte un libro de recetas, ¡puedes encontrarlas en internet!

8. Y cómo no, vagueando:

Si te gusta postergar las cosas o, como se dice en el nuevo verbo de moda, “procrastinar”, no te preocupes, ¡también lo puedes hacer en el idioma que estás aprendiendo! Puedes ver vídeos de risa o de gatos en el nuevo idioma, o leer cómics y revistas…

¡Internet es una fuente de inspiración para todo!¡No te esfuerces demasiado por aprender un nuevo idioma estudiando mucho! En vez de eso, deberías intentar integrarlo en tu día a día e incorporar una nueva rutina con la lengua que deseas aprender. Esto hará que el proceso de aprendizaje sea mucho más ligero, ya que no hay que invertir tiempo extra para sentarse a estudiar. Llevará menos tiempo y, en vez de aprender el vocabulario genérico que se aprendería con un libro, el idioma formará parte de momentos importantes de tu vida.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Lo que tienen en común negociar la liberación de un rehén y pedir un ascenso

Hace poco el presidente francés Francois Hollande pidió a un grupo de secuestradores que liberen a los rehenes cautivos en la región de Sahel en África occidental.

En octubre, después de ocho meses de negociaciones, un buque griego y su tripulación de 21 personas, cautivas por piratas somalíes, fueron liberados una vez realizado el pago de rescate estimado en millones de dólares.

El tipo de negociación requerida para conseguir la liberación de rehenes es costosa y requiere de entrenamiento profundo.

Pero según George Kohlrieser, un antiguo negociador de liberación de rehenes para la policía estadounidense, ese entrenamiento también ofrece lecciones para situaciones menos mortíferas en el mundo laboral.

Dice que un empleado debe estar tranquilo y convincente cuando habla con su jefe, especialmente cuando discute algo como un aumento de sueldo.

Kohlrieser vive en Suiza, donde es profesor de liderazgo en la escuela de negocios IMD en Lausana. Él mismo fue rehén, una vez en una sala de emergencia, otra en su oficina y dos veces en la casa de alguien más. "Estaba haciendo trabajo especializado con la policía, tratando de reducir la tasa de homicidio en los hogares", señala.

Afinidad
Asegura que lo principal en esas situaciones es mostrar algún grado de afinidad.

"El hecho que un negociador pueda mostrar algo de afinidad, incluso con un secuestrador, le permite al cerebro desconectarse y dedicarse a resolver problemas y encontrar oportunidades", indica.

"Una persona que ha tomado un rehén siempre está motivada por una pérdida, y si uno entiende ese pérdida y lo que ellos anticipan, entonces uno tiene el poder de ejercer influencia sobre ellos".

Kohlrieser dice que uno debe entrar en la mente del secuestrador y crear una conexión emocional.

"El acto de mostrar interés dispara en el cerebro el deseo de cooperar y colaborar", dice.

Al hablar de la primera vez que fue tomado como rehén, dice que tardó 30 minutos tomar el control de la situación después de preguntarle al secuestrador cómo quería que sus hijos lo recordaran.

Indefensión
Kohlrieser dice que puede usarse lo aprendido en esas situaciones extremas en otros contextos, por ejemplo en el mundo laboral en momentos donde se necesita negociar.

"La mayoría de las personas se sienten indefensas ante un jefe, un colega, una situación, un equipo, o en su vida personal, por eso los principios de la negociación de rehenes son aplicables en otras situaciones", asegura.

Es difícil equiparar una negociación en donde alguien quiere matarlo a uno, con una petición de alza de salario a su jefe.
Pero el académico lo ve así.

"Cuando uno negocia un aumento salarial, lo primero es saber cuáles son las necesidades del jefe. ¿Es justo, está siendo razonable, puede crear una relación y ayudarle a entender porqué usted cree que se merece el aumento?", dice Kohlrieser. 

El experto nuevamente insiste en la necesidad de sentir empatía.

Sin embargo, añade que cerca de 80% de las personas no confían en su superior, y es crucial pensar en términos que sean justos para toda la organización.

"Cuando la gente piensa que algo es justo, van a crear una actitud más positiva, y las investigaciones muestran que cuando esas personas están motivadas por valores como contribuir al equipo, haciendo algo, lo que sea, para hacer del mundo un sitio mejor, van a a ser los que mejor se desempeñan".

"La mayoría de los líderes están usando amenazas de manipulación o tácticas coercitivas para hacer que la gente se desenvuelva a un nivel más alto y las motivaciones como bonificaciones o dinero no van a llevar a un desempeño sostenido.

"Es la actitud de empatía del jefe la que produce un compromiso que se transfiere en un aumento de productividad", asegura. James Melik. BBC