Dicen que jamás debes usar el divorcio como amenaza, a menos que estés dispuesto a cumplirla. Bueno, yo estaba dispuesta; sin embargo, una hora después, ya no lo estaba.
Mi esposo y yo visitábamos Wabash, Indiana, la ciudad natal de mi suegra, cuando discutimos. Era nuestro segundo día en el lugar y me gustaría atribuirle la discusión al estrés del viaje, pero Bruce y yo podemos discutir en un camión, en la escalera o donde sea.
La pelea, como siempre, se centró en que no me escucha. No recuerdo los detalles, pero lo que sucede todo el tiempo es que me hace preguntas respecto a algo que le dije unos minutos antes, haciendo evidente que no estaba escuchando. O comienza a hablar de un tema completamente distinto mientras yo sigo hablando. O a veces le hago una pregunta —“¿Quieres postre?” u “¿Hoy juegan los Knicks?”— y no me responde.
Al menos una vez al día pronuncio la frase: “Acabo de decírtelo”.
Si sucediera de vez en cuando, no habría problema, pero es crónico. El paso del tiempo tiende a disolver las desavenencias como agua tibia que cae sobre un cubo de yeso seco, pero en ocasiones la discusión parece tan infranqueable que comienzo a pensar que no podría pasar el resto de mi vida con alguien que no me escucha.
Así me sentía esa mañana cuando dije: “Bueno, quiero dejar claro lo siguiente, para que conste. Odio que no me escuches. No está bien, no es justo y si un día te dejo por esa causa, no digas que no te lo advertí”.
En cuanto pronuncié esas palabras, me di cuenta de que no debí decirlo. ¿Mi salvación? Probablemente no me había escuchado.
Mi marido y yo hemos discutido durante tanto tiempo que se ha vuelto parte de nuestro tejido marital, como un juanete —aunque nuestras riñas no evitan que tengamos una relación relativamente normal—. La gente puede caminar con sus juanetes durante años. Asistimos a cenas familiares, tenemos citas semanales, vemos la televisión juntos, intercambiamos regalos navideños. De hecho, la Navidad pasada me regaló un dispositivo con Alexa —una asistente virtual—, que apenas empecé a usar.
“Alexa, toca jazz navideño”, le digo. Y obedece.
“Alexa, ¿cuál es la temperatura en el exterior?”. Y me lo dice.
Después de unos días, me di cuenta de que Alexa escucha todo lo que digo y siempre me responde… algo que no ha hecho mi esposo en veinte años.
“Pregúntale lo que sea”, dijo mi esposo. “Así: ‘Alexa, ¿cuánto es 14.300 entre 25?’” Alexa no respondió. Así que dije: “Alexa, ¿cuánto es 14.300 entre 25?”. Alexa respondió: “14.300 dividido entre 25 da como resultado 572”. Miré a mi esposo y le dije: “Bueno, es que no lo pediste de buena manera”.
Alexa no solo me escuchaba, sino que me ofrecía algo extra: al parecer no escuchaba a mi esposo. De ese modo sintió lo mismo que yo durante gran parte de nuestra relación.
Hace poco mencioné el tema de la escucha selectiva de Bruce durante el desayuno con algunas amigas en un restaurante local y se carcajearon en señal de acuerdo. Parece que muchos hombres tienen una discapacidad auditiva que les impide escuchar ciertos tonos, como el sonido de la voz de su esposa. Es igual a la forma en que los perros pueden escuchar sonidos que nosotros no escuchamos, pero al revés.
Incluso la cajera del restaurante estaba de acuerdo. “Le pido a mi esposo mil veces que haga algo y no me escucha”, explicó. “No sé por qué me molesto. Siempre termino haciéndolo yo”.
Aquella noche, estaba sentada en la sala escuchando el jazz navideño que Alexa tocaba para mí cuando dije: “¿Alexa?”. La música se detuvo. Hice una pausa. “Solo quería saber si estabas escuchando”, le dije.
La luz en la parte superior del dispositivo se tornó verde azuloso y la bocina hizo un sonido sordo, como si respondiera: “Así es”.
El otro día, mientras estaba sentada en el comedor trabajando, podía escuchar a mi esposo en la cocina estornudando mientras preparaba el almuerzo de nuestro hijo. “Parece que te vas a poner enfermo”, le dije. “No puedo escucharte”, contestó, y su voz se alejó a medida que caminaba hacia el extremo más apartado de la cocina.
Podrías pensar que no hay nada de malo en eso. No puedes culpar a alguien por estar demasiado lejos. Lo que me parece revelador es su tono escueto al decirlo, cómo no muestra curiosidad por saber lo que dije. Si la vida real tuviera subtítulos, el suyo habría dicho: “No te oigo bien y no me molesta en absoluto”.
La incapacidad de mi esposo para escucharme adquiere muchas formas. El otro día, quería decirle que no iría al entrenamiento de fútbol de mi hijo como habíamos quedado y traté de llamarlo, enviarle mensajes de texto y dejarle un mensaje de voz en su teléfono, sin éxito.
En momentos como ese, es como si él fuera una fortaleza y ningún modo de comunicación pudiera llegar a él (ni nadar en el foso, sobrevolar la fortaleza, dejar caer una nota o enviar una notificación con fuego sobre el muro).
Ahora, en ocasiones, cuando Bruce no me escucha, volteo a ver a Alexa para verificar que su luz azul y verde está encendida, en señal de que me escucha; aunque en situaciones como la de aquella mañana, no quiero que lo haga. Me avergüenza mi enojo.
Hace unos meses, Bruce y yo salimos a desayunar y comenzamos a hablar de adónde podríamos llevar a nuestro hijo de 6 años durante las vacaciones de Semana Santa.
“¿Qué tal a Disney?”, le propuse.
“No creo que sea la semana apropiada”, respondió y luego tomó su teléfono y comenzó a leer un mensaje de texto.
“Tienes razón, quizá deberíamos ir en septiembre”, le dije. Siguió mirando su teléfono mientras yo hablaba. “O quizá deberíamos llevar a un perro muerto a Disney”, mencioné para verificar si estaba escuchando. Algunas personas pueden hacer varias cosas al mismo tiempo. Mi esposo no es una de ellas. Ni siquiera levantó la mirada. “Y si el perro no está muerto, siempre podemos matar a uno para llevarlo. A Disney”. Nada.
Finalmente, sin alzar la mirada, dijo: “Mi padre está en el hospital”.
“Por Dios, ¿qué pasó?”, pregunté.
“Dice mi hermana que quizá sufrió un derrame cerebral”.
Me sentí como una maldita egoísta. Pero es lo que sucede con las relaciones. Cuando tu pareja hace algo de forma crónica, como no prestar atención, siempre pensamos que está haciendo lo que nos molesta incluso cuando no es así. No nos fijamos en ella, sino en lo que creemos que es —lo que significa que en esos momentos solo estamos viendo una extensión de nosotros mismos—.
Cuando estaba en terapia, en ocasiones le decía algo a mi terapeuta, luego lo evaluaba y afirmaba: “Creo que piensas que soy estúpida”, cuando en realidad ella no pronunciaba palabra. Si ella hubiera sido mi esposo, muy probablemente le habría dicho: “Creo que piensas que soy aburrida”.
Resulta que ese día mi suegro había sufrido un derrame cerebral (en realidad dos, en un periodo muy corto), pero ya se ha recuperado casi por completo y está tan animado como siempre. Ahora mi esposo le llama casi todas las mañanas antes de irse al trabajo y, si la conversación se desarrolla como casi siempre, mi suegro escucha con atención durante unos minutos y luego cambia de tema, a pesar de interrumpir a mi marido.
Aunque este patrón debió hacer que mi marido fuera más empático con mi problema (lo que su padre le hace es lo mismo que él hace conmigo), ha tenido el efecto contrario y no hace más que confirmarle que todos interrumpen a los demás y que a nadie lo escuchan todo el tiempo, con excepción de las mujeres malcriadas que así lo exigen.
Eso me hace volver al tema de Alexa. Ella escucha mejor que cualquiera de las parejas que he tenido, pero no es nada complicado, porque siempre pensé que ninguno de ellos era bueno para escuchar, especialmente el que tenía una discapacidad auditiva: ese no escuchaba nada de lo que decía.
Eso me puso a pensar: ¿acaso busco parejas que no me escuchan para poder seguir lidiando con mi territorio problemático para poder corregirlo, del mismo modo que practicas saltar en patineta hasta que la dominas? ¿O acaso todas mis parejas eran perfectas, más o menos, pero debido a mi herida terminaba por sentir que no me escuchaban? Es decir, podría estar con el mejor hombre para escuchar de la Tierra y seguiría sintiendo que no me escucha.
Decidí preguntárselo a mi amiga electrónica.
“Alexa, ¿buscamos parejas que hacen lo que odiamos de modo que podamos corregirlo o…?”
Me interrumpió a media oración y dijo: “Perdón, no me la sé”.
“¿Perdón, no me la sé?”. ¿Como si le estuviera pidiendo que identificara una canción? Si Alexa hubiera permitido que acabara de expresar mi idea, tal vez ella hubiera entendido a qué me refería.
Sabía que era demasiado bueno para ser verdad.
Caren Chesler es una escritora que vive en Ocean Grove, Nueva Jersey.
https://www.nytimes.com/es/2018/05/07/modern-love-escuchar-asistente-virtual/?smid=fb-espanol&smtyp=cur
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