martes, 14 de agosto de 2018

Héroes de la ciencia española


No están todos los que son, pero estos son algunos de los referentes de la exitosa producción científica hecha en España. Más allá de problemas enquistados como la falta de inversión en la investigación, el desarrollo y la innovación, reunimos a destacados protagonistas del ‘milagro’ que logran contra pronóstico cientos de miles de investigadores.

POCOS DISCUTEN hoy el papel decisivo que la ciencia está desempeñando y habrá de desempeñar en el próximo futuro para que las naciones logren salir de la crisis y alcanzar niveles adecuados de progreso y bienestar (…). Sobre España no pesa ninguna maldición histó­rica que nos impida participar, junto con el resto de países industria­lizados, en el vertiginoso cambio tecnológico que se desarrolla ante nuestros ojos”.

Son palabras que podría haber escrito hoy cualquiera de los 126.633 científicos que, según el INE, trabajan en España. O de los entre 15.000 y 20.000 que investigan fuera del país, según estiman diversos cálculos. Y sin embargo las escribió en 1985 José María Maravall, entonces ministro de Educación y Ciencia, en la revista Mundo Científico.

Lo que más me llama la atención cuando hablamos de la ciencia en España es que llevamos más de 30 años con el mismo diagnóstico en la mano”. La reflexión es del austriaco Peter Klatt, vicedirector del Centro Nacional de Biotecnología (CNB). Klatt lleva 21 años investigando y gestionando ciencia en España, y ha sido asesor del ministerio del ramo en la etapa de Cristina Garmendia (2008-2011). El resto del extenso artículo de Maravall se dedicaba a desgranar las dificultades que sigue sufriendo la ciencia española hoy (escasez de recursos, problemas de contratación de personal, trabas burocráticas, falta de autonomía de las instituciones) y concluye asegurando que la inversión en ciencia e innovación es “pura cuestión de supervivencia del país”. “Al hablar de esto otra vez me siento como un hámster en una rueda”, reflexiona Klatt.

Treinta años con el mismo diagnóstico, 30 años con las soluciones a la vista, 30 años con el enfermo en estado terminal y 30 años con científicos extraordinarios que tiran de vocación, imaginación y tiempo robado a la vida personal para mantener a España en el sueño de que, algún día, las cosas podrían cambiar.

Es necesario que la idea de que la ciencia es el motor de la economía en el mundo moderno prenda en la sociedad”, dice Carlos Matute, director del Centro Achucarro para la Neurociencia en Bilbao. “Invertir en ciencia es invertir en el futuro económico del país”.

La ciencia no es un capricho de países ricos. Es más bien al revés: los países se hacen ricos porque su sistema productivo prima la innovación. Los 10 del mundo más innovadores son también los que muestran mayores niveles de bienestar, según el Índice de Innovación de Bloomberg. Todos tienen en común que invierten de media entre el 2% y el 3% de su PIB en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i). España apenas supera el 1%. “La ciencia y la tecnología han conseguido que Estados Unidos sea el mejor país sobre la Tierra”, dijo en 2016 su entonces presidente, Barack Obama. Ese esfuerzo inversor, del 2,8% del PIB, es responsable directo de más de la mitad del ­desarrollo económico de Estados Unidos desde la II Guerra Mundial.

Según un informe de 2012 del Círculo Cívico de Opinión, si España hubiera invertido desde 1970 en I+D el mismo porcentaje que el resto de países de la OCDE, en el año 2005 habríamos sido, por cabeza, un 20% más ricos.

Un país de espaldas a la investigación. Nadie sabe de dónde procede la idea de que España no es un país de ciencia. Pero ese tópico pesa como una losa desde que Miguel de Unamuno escribió a José Ortega y Gasset una carta en 1906 en la que se confesaba “anti­europeo”, y añadía: “¿Que ellos inventan cosas?, invéntenlas”. La división desgraciada entre ciencias y letras ha llevado a gran parte de la población a pensar que la ciencia no es cultura, y el escaso interés de muchos profesionales y autoridades para transmitir los logros de la I+D ha mantenido a los investigadores en una especie de torre de marfil del imaginario popular, aislados, inalcanzables, encerrados en sus laboratorios, con sus batas blancas y sus placas de Petri.

“Somos creadores, intelectuales, la investigación es creación”, se revuelve la bioquímica y bióloga Ángela Nieto. Ella ha sido una de las elegidas por El País Semanal para mostrar la fuerza y la grandeza de la ciencia española, a menudo escondida en los medios bajo banderas, declaraciones políticas, sucesos y goles. Son todos los que están, pero, desde luego, no están todos los que son. Cientos de miles de personas acuden cada día a un centro de investigación o una universidad para tratar de avanzar en el conocimiento de nuestro organismo, nuestros orígenes, nuestro comportamiento, los fenómenos físicos que nos rodean, el planeta que estamos destrozando, las galaxias y los fondos marinos que querríamos explorar. Si algún día descubrimos la cura contra el cáncer o que no estamos solos en el universo, será gracias a ellos.Esta profesión es, según datos de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, la segunda más valorada en España, solo por detrás de los médicos. A continuación se sitúan profesores e ingenieros. Pero solo el 16% de los españoles se muestran interesados por la ciencia y la tecnología, y de los no interesados, el 33% aseguran que es porque no la entienden. Casi la mitad de los españoles, el 44%, consideran su formación al respecto “baja o muy baja”, según la misma fuente.

“Los ciudadanos deben comprender que todo aquello que señalan como su principal preocupación en las encuestas, como la salud, la conservación del medio ambiente o incluso el paro, tiene su respuesta en la ­inversión en conocimiento. Hay que explicar a los ciudadanos que apoyar la ciencia es bueno para ellos, que no es una reivindicación corporativista. Si esto ocurre, la ciencia tendrá influencia en los resultados electorales”, explica Garmendia.

El déficit acumulado en el sistema español de innovación es de 20.000 millones de euros desde 2009, “a causa de la sucesión de recortes presupuestarios encadenados desde ese año”, que fue el momento de mayor financiación de la ciencia, explica en un documento la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE). Mientras la UE destinaba a I+D un 27,4% más en cinco años, en España recortábamos un 9,1%. Invertimos en ciencia menos que hace 10 años, un 1,19% del PIB, lejísimos de la media de la UE, que está ya en el 2,03%. Y en 2016, el Gobierno dejó sin gastar el 67% de ese ya disminuido presupuesto, según la COSCE.

“Es hasta comprensible que pisásemos el freno en un primer momento, cuando Europa nos imponía ajustes, pero el hecho de que siguieran haciéndose recortes cuando la economía empezaba a recuperarse demuestra que no se confiaba en la ciencia, que se esperaba crecer de otra manera, que yo desconozco”, reflexiona la exministra Garmendia.

Pero el problema de la ciencia no es solo de escasez de recursos. Lo que está ahogando ahora mismo a los organismos públicos de investigación es la burocracia, excesiva e interminable, sobre todo desde que, en 2014, el Ministerio de Hacienda impuso la intervención previa de organismos públicos, incluidos los de investigación. Hay ejemplos a decenas y son sangrantes. Francisco Sánchez, del Instituto Español de Oceanografía (IEO), describe la situación como “dantesca”. “Plantear cualquier pequeña compra o hacer un contrato es una pesadilla. Da igual que la financiación esté o no esté, la mayor parte del trabajo es mover papeles. La labor de la ciencia es sostener todo el aparato burocrático asociado a ella”, resume, explicando, por ejemplo, que ha tardado dos años para contratar a una persona, “y no siempre con el perfil concreto que necesitábamos”, añade por su parte Peter Klatt. “Estamos pagando a científicos altamente cualificados para que pierdan una cantidad ingente de tiempo con trámites burocráticos y problemas administrativos”, resume. Los centros tienen restringida la contratación indefinida desde 2012, y eso ha llevado a muchos gestores a concatenar contratos temporales como si fueran indefinidos. Y así, los tribunales han obligado a readmitir o a indemnizar a 242 trabajadores de los organismos públicos de investigación entre 2013 y 2017.

Los investigadores españoles creen que también hay que redefinir la carrera científica para que resulte clara y atractiva para los jóvenes, renovar las plantillas, reducir la endogamia, comprar tecnología de frontera que nos permita hacer también ciencia de frontera, crear las condiciones para atraer el talento internacional, mejorar la transferencia de la investigación básica a la práctica clínica, la relación con las empresas y el mecenazgo, y que se tomen decisiones políticas científicamente informadas.

Hasta hace unas semanas, estas reivindicaciones eran ignoradas. Ahora, por primera vez desde 2011, hay un ministerio dedicado a la ciencia y la innovación, y un ministro, conocido por la sociedad y reconocido por los investigadores, que puede revertir la situación. “¿Que qué le pido a Pedro Duque? Que escuche”, resume Félix de Moya. Y el ministro asegura que está escuchando.

https://elpais.com/elpais/2018/07/16/eps/1531763162_319492.html

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