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martes, 16 de mayo de 2023

_- HISTORIA. Cuando Hannah Arendt cruzó España.

_- La pensadora alemana huyó de los nazis pasando por la península ibérica, aunque apenas escribió sobre aquella experiencia. Un filósofo del CSIC reconstruye ahora lo que pudo ser el paso de la intelectualIdeal,s76455por la España franquista de los años cuarenta.


Hannah Arendt (1906 -1975) retratada desde Estados Unidos poco después de llegar al país, en 1941.


Aunque la vida de Hannah Arendt ha sido biografiada repetidas veces y también narrativamente recreada y llevada al cine, incluso al cómic, el episodio de su paso por la España de Franco a comienzos del año 1941, en un “viaje de tránsito” que era en realidad de fuga, no había merecido un mínimo interés de los estudiosos. Las dos grandes reconstrucciones biográficas, la de Elisabeth Young-Bruehl y la de Laure Adler, se extienden largamente en el laberinto de trámites que permitieron a una judía de origen alemán y que no se había registrado ante las nuevas autoridades de la Francia de Vichy salir de esa trampa que pronto iba a ser mortal. Pero una vez alcanzada la frontera española de Portbou y una vez traspasada —no era lo mismo—, ambas biógrafas suben de inmediato a Arendt a un tren directo con destino Lisboa, sin una palabra adicional al respecto. Por supuesto, semejante tren no ha existido nunca, y menos que nunca, si se me permite, en el año en cuestión.

El itinerario probable de Arendt, y de su segundo marido, Heinrich Blücher, se compondría más bien de cuatro o cinco enlaces consecutivos: Portbou / Barcelona / Zaragoza / Madrid / Cáceres-estación de Valencia de Alcántara. Y el trasbordo no era en absoluto inmediato. Los billetes de cada trayecto parcial sólo podían adquirirse en la estación de partida y había, además, una enorme demanda de ellos; la frecuencia del tráfico ferroviario era baja e irregular, ya que las infraestructuras habían quedado seriamente dañadas en la reciente guerra y la maquinaria mermada. En este otro escenario, las esperas forzosas en las sucesivas estaciones llegaban a prolongarse varios días, y un trayecto Portbou-Lisboa podía requerir de más de una semana… si todo lo demás iba bien.

De boca o de pluma de Arendt conocíamos sólo dos detalles concretos a propósito de este puñado de días a través de España, de tren en tren. El primer dato es que visitó el cementerio marino de Portbou, en busca infructuosa de la tumba de Walter Benjamin; el lugar le pareció de hecho, dijo, “uno de los más fantásticos y hermosos que haya visto jamás en mi vida”. La segunda noticia es que en su maleta viajaban las Tesis de filosofía de la historia, el manuscrito del amigo que alcanzó Portbou y que no traspasó la frontera. Arendt debía de estar al corriente de que Benjamin había enviado otra copia del preciado texto a Gershom Scholem, pero, así y todo, dadas las incertidumbres de un envío postal a Jerusalén con la guerra mundial ya en curso, la preocupación por la suerte que corriera el manuscrito de su maleta se sumaría a la inquietud que producía cruzar un país amigo de los nuevos amos del continente. Siendo una etapa imprescindible en su larga huida de la cruz gamada, el viaje de tránsito por España no estaba exento de riesgos.

Por una serie de testimonios de fechas relativamente próximas a enero de 1941, a saber: al menos tres de los recogidos por Jacobo Israel Garzón y Alejandro Baer en España y el Holocausto (1939-1945), y también las memorias de Lisa Fittko De Berlín a los Pirineos, es posible enriquecer, con base sólida, algunas otras circunstancias del fragmento español de la biografía de Arendt. La política oficial de España hacia emigrantes y refugiados en tránsito era en aquel momento la que Serrano Suñer dio en trasladar a términos teológicos: “Que pasen por el país como la luz por el cristal”. En las fronteras españolas, Hendaya o Portbou, se interrogaba al viajero, con todo, acerca de la religión que profesaba y en el formulario de entrada quedaba constancia escrita: “Religión: israelita”. Esto comportó en ciertos casos el que un individuo o un grupo de viajeros resultara a su vez rechazado en la frontera portuguesa, pese a tener la documentación en regla; se producía entonces un penoso peregrinaje de vuelta, con pernoctas en calabozos, hasta llegar a Madrid, donde se había habilitado una cárcel para extranjeros con problemas de pasaporte o delitos de no-declaración de divisas. Las personas afectadas quedaban separadas de su equipaje y podían tener que deshacerse de joyas u objetos de valor para afrontar tasas y multas sobrevenidas. Contaban con la ayuda ocasional de Cruz Roja, pero pervivía la amenaza de acabar en un campo de internamiento español (Miranda de Ebro, Nanclares de Oca, Figueras). Arendt sabía sin duda de lo que hablaba cuando en la carta que ya desde Lisboa escribió a su amigo Salomon Adler-Rudel en Londres hacía balance: “Me he quedado aquí varada, junto con mi marido. Desde septiembre tenemos los visados de emergencia [de entrada en EE UU], con los cuales, como apátridas, no podíamos ni salir de allí [Francia] ni atravesar España. Finalmente las cosas han encajado. En términos comparativos no nos ha ido mal. Apenas se nos ha molestado”.

A estos viajeros judíos que escapaban de la persecución racial y de un continente en guerra les impresionaba la miseria de la población española, que saltaba a la vista en las multitudes de niños mendigando por las estaciones y en la profusión de mutilados de guerra ejerciendo de limpiabotas o vendiendo lotería —”hay más en las Ramblas de Barcelona que en todo París”, comentaba uno de ellos—. Ese invierno de 1940-1941 resultó, en efecto, el más dramático de la terrible posguerra, en el límite mismo de la hambruna. Llamaba su atención asimismo la devastación aún patente de las ciudades españolas, en especial en Madrid. Pero en el deprimente panorama, una singular posibilidad de gozo sí se repite en varios testimonios. Son las horas vividas en el Museo del Prado, apenas a 20 minutos de paseo de la estación de Delicias —de la que partía la conexión portuguesa—. Sin ninguna otra base que la coherencia con el conjunto de las circunstancias referidas, cabe por ende la conjetura de que también Arendt tuviera ocasión de contemplar Las meninas o El perro de Goya. Para lo que no hacen falta cábalas es para afirmar que en artículos de la década de los cuarenta, así como en Los orígenes del totalitarismo (1951), la pensadora judía hizo una serie de lúcidas referencias a la guerra civil española y al régimen del general Franco que reflejan bien su singular vocación de comprender sin prejuicios. Tampoco estas alusiones de quien atravesó España hacia la vida y hacia la libertad habían atraído la atención de los estudiosos.

Este es un texto de Agustín Serrano de Haro (Madrid, 1960), científico en el Instituto de Filosofía del CSIC, adaptado a partir de su libro Arendt y España, de Trotta, publicado el pasado 13 de marzo.

lunes, 25 de septiembre de 2017

_- En la muerte de Antoni Domènech (1952-2017)

_- Daniel Raventós 

21/09/2017

El 17 de septiembre murió Antoni Domènech y el 20 tuvo lugar su sepelio. Dos días después hubiera cumplido 65 años. En este acto hablaron, por este orden: Ernest Urtasun y David López, por la familia, y sus amigos Concha RoldánDavid Casassas y Daniel Raventós. Reproducimos a continuación, traducidas y con los enlaces a los textos originales, las palabras que éste último dirigió a los asistentes en la despedida de Antoni Domènech, editor general de Sin Permiso. SP

Tener que hablar unos minutos en este acto por la muerte de Toni es duro para mí, como lo es para los miembros de su familia, pero lo hago porque nada me podría impedir dirigir estas breves palabras de homenaje que me han pedido que haga.

Tiempo habrá de hacer actos en recuerdo de su inmenso legado académico y también político, ambos difícilmente separables, pero hemos acordado con su compañera María Julia, su hija Marta, su yerno David, su hermana Roser, sus sobrinos Ernest y Eduard, y su cuñado Xavier, que hoy sea una despedida del Toni más político, porque así lo hubiera deseado él, como todos sus más íntimos estamos convencidos. No será pues hoy que me extenderé sobre su lúcida y aguda opinión sobre las miserias académicas, que comportaban como él decía sin concesiones a la galería hacer "amiguetes" (fer amiguets, suena más duro en la lengua en la que nosotros hablábamos) de forma creciente. No éramos ninguno de los dos demasiado comprensivos con determinadas tonterías que además afectan al erario público y a miles de estudiantes. Pero él menos. Era muy inclemente con quienes confundían un buen currículum académico con una buena y meritoria investigación. Me comentaba muchas veces, aunque no me está permitido decir nombres ¡lástima!: "el currículum se puede fabricar con contactos, devolución de favores, citas cruzadas y mezquindades similares ... pero sólo los necios y pobres de espíritu pueden confundir estos juegos de manos con una genuina investigación." He elegido "necios y pobres de espíritu" para no tener que escribir más duras y merecidas palabras que Toni disparaba sin manías.

Y ¿qué decir en pocas palabras de su pensamiento político? Mencionaré sólo 6 aspectos que no abarcan ni mucho menos todo su inmenso legado, pero que lo definen creo que muy bien. Y preferiré decirlo más con sus palabras que con las mías. Las suyas son mejores.

1. Enemigo implacable del posmodernismo y de su no inútil sino perniciosa aportación a las ciencias sociales y, por supuesto, a la política.

Le gustaba emplear una frase de su amigo Mario Bunge algo ampliada y modificada con el fin de liquidarse en un plis-plas al postmodernismo: "El postmodernismo, como los artículos adulterados, corrompen la cultura, ponen en peligro la búsqueda de la verdad y hacen perder tiempo a todos". Cuando quería dedicar páginas eruditas a la miseria postmoderna lo hacía con menos clemencia.

2. Algún medio de comunicación y en este caso creo que sin la menor mala intención, sino simplemente ignorancia extrema, ha llegado a decir que Toni continuó su formación con Wolfgang Harich y… ¡Walter Ulbricht!, que como todos sabéis fue del 50 al 71 el principal dirigente del Partido en el poder en la estalinista RDA. Harich pasó 8 años en las cárceles de la RDA de 1956 a 1964 por haber firmado un manifiesto democrático. En las cárceles del régimen de Ulbrich. Comprobar cómo salió de la cárcel Harich, 8 años después de haber entrado, conmocionó mucho a Toni, como me contó varias veces. Con Harich tenía una especial admiración. “Si tu dices que tengo memoria, tendrías que haber conocido a Wolfgang, ¡aquello sí que era una memoria prodigiosa!”. Y me contaba unas anécdotas sobre esta memoria de Harich que no tienen desperdicio.

En diciembre de 2005 escribía: “Todos los totalitarismos de la pasada centuria –el nazi-fascista y el estalinista del segundo cuarto del siglo XX y el neoliberal del último cuarto— se han apoyado de uno u otro modo en filosofías relativistas: en filisteísmos epistemológicos o éticos.”

En una entrevista de finales de 2006 decía:

“Muy pronto los dirigentes comunistas más cultos y valiosos, como Joaquín Maurín y Andreu Nin (ambos procedentes del anarcosindicalismo), se percataron de la naturaleza sectaria y políticamente tornadiza del fenómeno estalinista y de la involución burocrático-tiránica de la URSS, y se alejaron o fueron expulsados del pequeño Partido Comunista de España. Pero ese pequeño partido sectario, que había saludado el advenimiento de la II República el 15 de abril de 1931 con la estólida consigna de ‘abajo la república burguesa’, creció exponencialmente a partir del golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

El grueso de las corrientes socialistas –socialdemocracia clásica (Bernstein, Rosa Luxemburgo, Kautsky, Largo Caballero), anarquismo (Bakunin, Kropotkin, Durruti), comunismos de izquierda (Trostsky, Korsch, Andreu Nin) o de derecha (Paul Levi, Bujárin, el último Gramsci, Joaquín Maurín)— no sobrevivieron entre 1930 y 1950 a la máquina trituradora combinada del fascismo, el estalinismo y la guerra fría.”

3. Defensor e innovador muy original del republicanismo democrático. Éste, en mi opinión, es el legado más importante y propio de Toni, si tuviera que escoger solamente uno. Sus libros están dedicados al republicanismo y una buena parte de sus artículos, por no decir la inmensa mayoría, también. Imposible ni siquiera de forma groseramente esquemática apuntar ahora algo al respecto que le haga una mínima justicia, pero una cita de una entrevista hace poco más de 4 años puede servir:

“Si queremos ser fieles al espíritu ético-moral del republicanismo democrático clásico y del socialismo marxista clásico que se deriva de él, nuestra tarea es civilizar al Estado, democratizarlo en serio. El Estado es un monstruo burocrático a medio civilizar, porque las repúblicas democráticas que trajo a Europa el movimiento obrero después del final de la I Guerra Mundial fueron truncadas por el fascismo, por un lado, y el estalinismo, por el otro.”

4. Defensor del derecho de autodeterminación de las naciones. Tema muy actual. Hoy, día de su sepelio, algunas calles de Barcelona están llenas de gente concentrada para protestar por el atropello de las libertades democráticas por parte del Gobierno del partido Popular. Cuando en el año 2012, una persona (iba a poner el nombre, pero no vale la pena) le pidió a Toni la firma de un documento supuestamente federalista, la respuesta fue:

“Gracias, amigo C. Ya lo había recibido por otros lados. Pero yo no puedo suscribir un manifiesto pretendidamente federal que no reconoce claramente de entrada, sin reservas, el derecho de autodeterminación de los pueblos de España, referéndum incluido. No es ni política ni intelectualmente creíble un ‘federalismo’ así, y estoy convencido de que no hará sino cargar de razón democrática a los independentistas. Con respeto y afecto.”

¡Qué habría dicho del mezquino manifiesto “1-O estafa antidemocrática. No participes. No votes!” que hace pocos días acaba de salir! O del manifiesto firmado por profesores de universidades españolas en contra del derecho de autodeterminación de Catalunya. No es difícil de imaginar, en realidad es muy fácil.

5. Toni fue un gran admirador de Robespierre y de su papel en la Revolución francesa. Toni no se cansaba de repetirlo. Catalogar de burguesa la Revolución francesa era para Toni no haber entendido una palabra de aquella revolución. De ahí su admiración por el gran historiador de la revolución y seguramente el mejor conocedor de Robespierre, Albert Mathiez. Para Toni la consideración de la revolución francesa como revolución burguesa era una muestra de la vulgarización de determinado marxismo mainstream. Mainstream lo pongo yo para ser cortés. Toni decía “descerebrado”.

6. Y para terminar en algún lugar:

La construcción de Sin Permiso desde hace más de 12 años fue un legado al que más esfuerzos político dedicó en su última etapa. Él era el editor general y aunque había momentos en que podía dedicarse más y otros, especialmente en los 5 o 6 últimos meses de su vida, mucho menos, siempre ejercía el papel de editor general. Sin Permiso fue algo de lo que se sintió muy feliz de haber empezado y muy orgulloso del éxito que fue teniendo a lo largo del paso de los años. ¿Qué era Sin Permiso para Toni? Él mismo lo contaba en una presentación que hizo de la revista en Buenos Aires y que tiene el valor añadido de representar una muestra de su forma de entender la política:

“SinPermiso está abierto a quienes piensan, con Rosa, con Mariátegui y con Gramsci, que la verdad es "revolucionaria", lo que era su forma, quizá no tan anticuada, de decir que honrar la verdad está por encima de todo.

Abierto a quienes piensan, con Brecht, que cuando la verdad está demasiado amenazada como para defenderse, debe pasar a la ofensiva

Abierto a quienes piensan, con Benjamin, que ni siquiera nuestros muertos están a salvo de la victoria del enemigo

Abierto a quienes piensan, con Cervantes, que la historia es la madre de la verdad

Abierto a quienes piensan, con Machado, que ni el pasado ha muerto ni está el mañana –ni el ayer— escrito. (…)

SinPermiso está abierto en general al pensamiento laico, enemigo por igual de la obscuridad de las jergas sectarias, académicas o no, y de la infertilidad de las escolásticas dogmáticas.” …

Un pequeño comentario muy personal. Como amigo ya no podré disfrutar de nuestras conversaciones, de nuestras comidas (era un cocinero que dejaba boquiabiertos a otros excelentes cocineros y cocineras), de “nuestros” vinos (no puedo poner las marcas preferidas para que no parezca publicidad encubierta) y de los muchísimos momentos que nos reímos gracias a personas que involuntariamente nos aportaron material para tal fin. Y debe entenderse que no diga nombres. Habría muchos y nadie quedaría contento de ser citado. Aunque a algunos, siempre bromeábamos, deberíamos agradecerles los grandes momentos de desproporcionadas risas que nos proveyeron de forma completamente involuntaria. ¡Muy involuntaria!

Uno de sus admirados héroes, el dirigente de los pobres libres en la larga democracia ática, Pericles, en el discurso fúnebre de Tucídides, éste le hace decir unas palabras que eran muy queridas y citadas por Toni:

“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.

Tenemos por norma respetar la libertad...”

Descanse en paz.

http://www.sinpermiso.info/textos/en-la-muerte-de-antoni-domenech-1952-2017

jueves, 12 de mayo de 2016

La historia real de los Salzmann, víctimas del acoso, la deportación y el exterminio en los años más terribles de Europa. El drama de tres generaciones recuperado por el gran hispanista austriaco Erich Hackl.

LIBERATION DU CAMP DE CONCENTRATION DE RAVENSBRUCK 1945PARÍS, mediados de la década de 1930. Una joven pareja y su hijo posan mirando a cámara un día de primavera. Podrían pasar por un matrimonio francés cualquiera: ella, con blusa blanca y boina a la manera de Marlene Dietrich; él, con traje holgado, corbata de nudo fino y mirada resuelta, algo trágica. El niño, de unos tres años, rebosa candor en pantalón corto y medias blancas. Son Hugo Salzmann y su familia; sindicalista comunista y alemán, es uno más de entre el millón de exiliados internacionales en la República Francesa, en cuya frágil democracia buscan amparo los refugiados. Poco después de que se tomara el retrato, la unión familiar se dinamita; solo quedará esta instantánea en blanco y negro cuyos personajes nos saludan, esperanzados, desde la cubierta de El lado vacío del corazón, la última novela del escritor, hispanista y traductor austriaco Erich Hackl (Steyr, 1954). Es el autor germanófono que más ha escrito sobre España. En La boda de Auschwitz, por ejemplo, narra la historia de un austriaco y una catalana que, tras conocerse en la guerra civil española, protagonizan la única boda legal celebrada en el mayor centro de exterminio nazi. Fue al leer este libro, explica Hackl en su esmerado español, cuando el otrora niño de rostro cándido, fotografiado con sus progenitores en la capital gala, buscó a Hackl para contarle las peripecias de su familia truncada. A Hugo Salzmann júnior aquella narración de un enlace matrimonial en una factoría de la muerte le interesó por dos motivos: en primer lugar, hurgaba en su herida, aún abierta, causada por la muerte de su madre en Ravensbrück, el primer campo de concentración de las SS construido para mujeres; segundo, avivaba el sentimiento de injusticia ante el acoso laboral que sufrió su hijo Hanno en la Administración austriaca entre 1994 y 1998, un mobbing con móviles antisemitas pese a ser ario, si bien con apellido judío, tras comentarle a un compañero que su abuela murió en un campo de concentración.

El abuelo de Hanno, Hugo Salzmann, fue un hombre de profundas convicciones políticas que se empecinaba en llevar a la acción. Implicado en movimientos sindicales y de izquierdas, atesoraba las cualidades que más molestaban a los nazis: “Intrépido, altruista, libre de vicios”. A su determinación sumaba una vista de lince para distinguir los peligros que acechaban. A principios de los años treinta, en el ambiente políticamente caldeado de Bad Kreuznach, ciudad balneario alemana donde conoció a su futura mujer, Salzmann, a la sazón jefe de organización del KPD –el Partido Comunista de Alemania–, preveía los cataclismos que se desencadenarían si Hitler llegaba al poder y los comunistas no hacían frente común con la socialdemocracia; en su opinión, era preferible pactar para evitar males mayores. Sus colegas de partido, sin embargo, se mostraban confiados ante las buenas previsiones electorales: creían más probable el éxito de una revuelta marxista que la ascensión del fascismo. La historia está repleta de errores de cálculo. Antes de que se dieran cuenta, los nacionalsocialistas decretaron en 1933, tras incendiar el Reichstag, la suspensión de las garantías constitucionales y la detención de los cuadros dirigentes del KPD. Los nazis pusieron precio a la cabeza de Salzmann: 800 marcos. Pero este logró escabullirse gracias a personas que le tendieron la mano y no aceptaron “las condiciones sociales como ley de la naturaleza”.

En la visión humanista de Hackl encontramos un resquicio para la esperanza, en contraste con el abismal desencanto de otros nombres de la literatura austriaca, como Elfriede Jelinek y Thomas Bernhard. En junio de 1933, los Salzmann recalaron en París y vivieron tres años de manera ilegal, “siempre alerta y con miedo a ser denunciados o apresados en una redada”, hasta obtener el permiso de residencia. Entretanto, Hugo Salzmann continuó su lucha contra el nazismo en la clandestinidad, ojo avizor a los agentes infiltrados de la Gestapo. En poco tiempo, Francia pasó de ser un afable país de acogida a temible ratonera. Cuando empezaron a soplar vientos de guerra, cualquier germano era visto como potencial espía. En 1939 comenzó lo que el autor llama “la caza del exiliado”. Tras la firma del pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética, los que eran comunistas, además, fueron tenidos por éléments indésirables. Ya antes de la guerra, Francia se había convertido en tierra de campos de internamiento, como los de Gurs, Le Vernet o Les Milles. Hackl reconstruye la atmósfera de miedo y de carestía crónica de esos años y el hostigamiento del Gobierno francés, que acabará por separar para siempre a la familia Salzmann. La situación se agravó con la firma del armisticio de 1940, que obligaba a la nación ocupada a entregar a alemanes y austriacos residentes en su territorio.

El lado vacío del corazón  traza el mapa europeo de la infamia: deportaciones, campos de reclusión, vagones de tren hacinados, salas de interrogatorio, juicios pantomima… Vemos a Juliana Salzmann pasar de celdas a barracones, desde la parisiense prisión de La Santé, utilizada para encarcelar a resistentes y opositores de la ocupación alemana, y la de Coblenza (suroeste de Alemania) hasta acabar en Ravensbrück –esa “abominación que el mundo decidió olvidar”, en palabras de François Mauriac–, donde trabajó en el taller de costura. Según se explica en KL: Historia de los campos de concentración nazis, de Nikolaus Wachsmann, las SS de Ravensbrück se centraron en la producción a gran escala de uniformes en talleres de sastrería, y en el verano de 1940 estos talleres se integraron en el gigante textil de las SS, Texled, en el que las prisioneras llegaron a alcanzar una alta productividad que hizo de este negocio el único rentable de las SS desde el principio. Entre julio de 1940 y marzo de 1941, en Ravensbrück se produjeron unas 73.000 camisas presidiarias. Por su parte, el periplo del marido incluyó el estadio de tenis de Roland Garros, donde los internos dormían sobre la paja extendida bajo las gradas, y el insalubre campo de Vernet d’Ariège, desde donde se veía “tras los alambres de púas, el campo, la carretera y allá, carcomiendo el cielo, los Pirineos”, como dijo Max Aub, que, junto con Arthur Koestler, entre muchos otros, compartió el mismo y aciago itinerario; pasó también por Castres, Moulins, La Santé, Colonia, Fráncfort, Hannover, Halle y Berlín. El hijo fue entregado al pueblo natal de la madre en Austria, donde lo esperaba la tía. Juntos vivieron en el seno hostil de una sociedad “que toleraba esa brutalidad hasta su propia destrucción”, como contaría el padre en un informe décadas después.

La novela arranca con la definición que Eric Hobsbawm hizo del siglo XX: “El siglo de los extremos”. Decía también el historiador que un fenómeno característico de esa época era “la destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores”. Este relato a través de tres generaciones de una familia tiene la vocación de restablecer esos vínculos. Al comentárselo a Hackl, corrobora que ese es el impulso principal en todo lo que escribe y saca a colación una frase de la escritora alemana Anna Seghers. En su novela La séptima cruz, uno de sus protagonistas dice que el fascismo consiguió lo que ningún poder anterior: poner una tierra de nadie entre las generaciones para que las experiencias colectivas y políticas no pasaran de unas a otras. Es lo que ocurrió entre Hugo Salzmann padre y Hugo Salzmann hijo. Acabada la guerra, un muro de incomprensión, construido a base de silencio y frialdad, se levantó entre ellos. En Bad Kreuznach, el primero se entregó con denuedo a la reconstrucción de su país, la ayuda a las víctimas y la persecución de nazis; formó otra familia y, aunque acogió a su primogénito en casa, ni siquiera ese tiempo viviendo bajo el mismo techo los aproximó. “En la vida de Hugo, muchas cosas habrían sido distintas si alguna vez su padre lo hubiera tomado aparte; si 8 o 10 años después de pasados aquellos trances, aunque no acabados, le hubiera dicho: quiero contarte cómo me ha ido a mí en esta historia, para que comprendas algunas cosas. La impaciencia, la aspereza, la irascibilidad. Porque uno no sale indemne”.

El chocante episodio de antisemitismo que Hanno Salzmann sufre en una fecha tan reciente es el punto de partida y de llegada de esta novela documental. El subtítulo original del libro, Una historia de nuestro medio, alude a que no se narra nada excepcional, sino algo que tiene relación directa con nuestro presente. “Por supuesto, viendo este verano en las estaciones de Viena a miles de refugiados, inevitablemente pensé en la suerte que corrieron los Salzmann en Francia o los republicanos españoles en 1939”, comenta Hackl. El autor recuerda un pasaje de Tesis de filosofía de la historia, la última gran obra de Walter Benjamin antes de morir en Portbou en su huida del nazismo, acerca de la necesidad de “encender en lo pasado la chispa de la esperanza” y que “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza”. Este enemigo, concluía el filósofo alemán, “no ha cesado de vencer”.

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/la-tragedia-de-una-familia-europea/

El lado vacío del corazón, Erich Hackl
Traducción de Richard Gross
Editorial Periférica 176 páginas |16,95 € |
ISBN: 978-84-16291-25-0