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miércoles, 18 de octubre de 2023

CERN Science Gateway .El museo CERN Science Gateway, en Ginebra (Suiza), es un proyecto del arquitecto Renzo Piano. CERN

 En los años cuarenta del siglo pasado,Robert Oppenheimer levantó una ciudad entera en medio del desierto de Nuevo México con el único objetivo de construir una bomba atómica. En la década siguiente, en las afueras de la ciudad de Ginebra, en Suiza, nació el Laboratorio Europeo para la Investigación Nuclear (el CERN), cuyos fundadores establecieron desde el primer momento que ninguna tecnología allí desarrollada podía ser utilizada con fines bélicos o armamentísticos, sino solo como instrumento para el avance del conocimiento humano. Mucho ha llovido desde entonces, pero el espíritu sigue siendo el mismo. En sus casi 70 años de historia, el CERN ha ensanchado enormemente las fronteras del conocimiento acerca del mundo en el que vivimos, con hitos tan importantes como el descubrimiento del Bosón de Higgs en 2012, que vino a completar el modelo estándar de la física dándonos la posibilidad de entender por qué las partículas tienen masa, es decir, por qué existe todo lo que existe, incluidos nosotros mismos.

Este 8 de octubre, a punto de celebrar su setenta cumpleaños, el CERN abre las puertas del CERN Science Gateway, un game changer en términos de educación y de divulgación científica, una experiencia inmersiva e interactiva que ayudará a las personas de todas las edades a entender el trabajo que desde hace décadas se viene desarrollando ahí dentro, así como a incentivar las vocaciones científica


Dos niños en el nuevo museo CERN Science Gateway.

Si bien el grueso de las instalaciones se encuentra en territorio suizo, el LHC, el acelerador de partículas más grande del mundo, un anillo circular de 27 kilómetros que constituye el experimento estrella de la institución y el mayor artilugio técnico jamás construido por el ser humano, se extiende bajo tierra a ambos lados de la frontera entre Francia y Suiza. Con cerca de 4.000 empleados fijos, más otros 13.000 usuarios e investigadores que van y vienen, el CERN ha transformado radicalmente la fisonomía de la región.

En líneas generales, según nos explican, los extranjeros viven en el lado francés, principalmente en la localidad de Saint-Genis-Pouilly; los franceses habitan las localidades de las que provienen y los suizos se instalan en Ginebra o en la cercana Meyrin, que en su momento fue un pueblo ubicado a mitad de camino entre Ginebra y el CERN y que hoy ha sido absorbido por el tejido urbano de la ciudad. En esas localidades —y en algunas otras como Ferney-Voltaire, donde se puede visitar el castillo del famoso pensador francés— es en donde los investigadores desarrollan sus vidas, crían a sus hijos y socializan en los más de 50 clubes de deportes, música o baile, y en pubs como el tradicional Charly’s o el desenfadado O’Brasseur.

Más allá de la ciencia
Pero no solo superconductores y fábricas de antimateria se pueden encontrar en las inmediaciones del CERN. Quien decida acercarse al Science Gateway puede combinar la visita con un recorrido por los viñedos que rodean las instalaciones, en donde se producen unos vinos cuya calidad supera ampliamente el reconocimiento internacional que hasta ahora han recibido. Hacia allí nos dirigimos montados en unos tuctucs eléctricos de la compañía Welo para, luego de un idílico paseo por las viñas, terminar recalando en La Cabuche, casa rural de la bodega Domaine-Dugerdil, para catar sus vinos y disfrutar de una tradicional raclette en las mesas que han preparado entre las vides.

Por la tarde decidimos hacer un reconocimiento aéreo de la zona. Para ello, nos acercamos al pie del monte Salève, desde donde un teleférico lleva en menos de cinco minutos a 1.100 metros de altura, regalándonos unas vistas de infarto de todo el cantón de Ginebra con el lago Lemán de un lado y una privilegiada perspectiva de Los Alpes del otro, con el Mont Blanc destacando majestuoso entre los picos nevados. Una caminata de media hora a través del bosque nos deposita en la cima del Salève, emplazamiento del restaurante L’Observatoire, donde cenar vislumbrando cómo el atardecer deja paso a una postal nocturna de los pueblos que, poco a poco, van encendiendo sus luces en el valle.

Al día siguiente, y ya que nos encontramos a escasos kilómetros del centro de la ciudad de Ginebra, se nos presenta la oportunidad de entrar en contacto con dos de los pilares básicos de la gastronomía suiza: la fabricación de chocolates en La Bonbonnière y una clase de fondue en el restaurante Edelweiss.

El CERN es el mayor laboratorio de partículas del mundo y la meca de los estudios en ciencia fundamental para los científicos. Asomarse a sus instalaciones supone entrar en contacto con el lugar en el que más se ha avanzado en la comprensión de la estructura que compone nuestro universo. Toda la tecnología involucrada en sus experimentos ha tenido que ser desarrollada allí mismo, lo cual ha supuesto avances en los más diversos campos del hacer humano, y ha posibilitado valiosos efectos colaterales como el desarrollo del escáner PET, el grid computing o la World Wide Web. Nada de eso, sin embargo, es lo que más emociona al visitarlo, sino la extraordinaria aventura humana que el proyecto supone, con miles de personas venidas de todos los rincones del planeta trabajando codo con codo con una pasión y un compromiso pocas veces visto, y sin ningún otro interés que el de hacer avanzar un poco más el conocimiento del mundo en el que vivimos.

Esta catedral de la ciencia se ofrece hoy como una nueva e inmejorable manera de entrar en contacto con el espíritu con el que la institución fue fundada: como un esfuerzo, y un ejemplo, de cooperación internacional en favor de la paz y del conocimiento.

https://elpais.com/elviajero/2023-10-08/viaje-al-corazon-de-la-ciencia-asi-es-el-nuevo-museo-cern-science-gateway.html

sábado, 29 de julio de 2023

“Oppenheimer”: Jean Tatlock, la trágica vida de la psiquiatra que enamoró (y rechazó) a Oppenheimer. "Estaba entregado a ella".


El estreno de la película de Christopher Nolan ha vuelto a poner de actualidad la figura de la doctora y gran amor del padre de la bomba atómica. Interpretada por Florence Pugh, repasamos la influencia que tuvo en la trayectoria del físico y su temprana y controvertida muerte.

Es la gran batalla cinéfila de 2023. Oppenheimer y Barbie, dos de los filmes más esperados del año, se estrenan de manera simultánea en la gran pantalla para luchar por mucho más que la hegemonía en la taquilla. La escala de grises contra el rosa brillante. Nolan contra Gerwig. Dos películas antitéticas, dos estados de ánimo, dos memes andantes que ‘obligan’ al espectador a elegir entre el drama adulto de despachos y dilemas éticos y la fantasía de carácter escapista y feminista. Sin embargo, pese a los clichés sobre sus índices de testosterona, Oppenheimer es mucho más que una biografía personalista sobre el físico estadounidense (interpretado por Cillian Murphy) que acabó convertido en el padre –después arrepentido– de la bomba atómica. El thriller también narra su tortuosa relación con la psiquiatra Jean Tatlock, la mujer más influyente en la vida de Oppenheimer y a la que da vida Florence Pugh. Una joven intelectual que se reveló ante las convenciones sociales que degradaban a las mujeres de la época y cuya muerte temprana sigue siendo hoy objeto de teorías y conspiraciones. Aunque muchos han intentado reducir su papel al de mera amante, los hechos dicen todo lo contrario. Esta es su trágica historia:

Florence Pugh y Cillian Murphy dan vida a la pareja en la nueva película de Christopher Nolan. 

Oppenheimer conoció a Tatlock durante su estancia como profesor de física en la Universidad de Berkeley en California. Era buen amigo de su padre, John, un reputado profesor de Inglés en la facultad, y su primogénita, de 22 años, ojos verdes y pelo color café, ya era conocida por todo el campus de Medicina, donde se preparaba para ser psiquiatra. Corría el año 1936 y ver a una mujer en un aula universitaria seguía considerándose insólito; más aún si tenía la brillantez académica, el historial vital –había recorrido Europa formándose en psicoanálisis– y la buena imagen de Tatlock. “Todos estábamos un poco celosos”, confirma un amigo en la biografía del científico. A pesar de los diez años de diferencia que los separaban, todos los amigos cercanos a Oppenheimer sostienen que este se enamoró de ella como nunca antes lo había hecho. “Jean fue el amor más verdadero de Robert. La amó más que a nadie, estaba entregado a ella”, afirmó Robert Serber, físico nuclear y confidente de Oppie. Este le propuso matrimonio a Tatlock, sin éxito, hasta en dos ocasiones.

La simpatía de la joven por el Partido Comunista trajo grandes quebraderos de cabeza a la pareja, siendo puesta Tatlock bajo vigilancia del FBI ante la sospecha de que pudiera ser un foco de radicalización para Oppenheimer o hasta una espía soviética. Incluso después de la muerte de la joven, el físico siguió viéndose obligado a desmentir estas afirmaciones en duros interrogatorios ante el gobierno estadounidense. “Su afiliación al partido era intermitente y nunca parecía proporcionarle lo que buscaba. No creo que sus intereses fueran realmente políticos. Ella amaba a su país, a su gente y a su vida”, declaró en una audiencia gubernamental. La paranoia llegó hasta el punto de que el tan célebre como controvertido J. Edgar Hoover, al mando de la oficina de inteligencia, mandó intervenir el teléfono del piso de la psiquiatra y seguir todos sus movimientos.

Jean Tatlock y Robert Oppenheimer rompieron su relación sentimental en 1939. Unos meses después, el científico conoció a Kathering ‘Kitty’ Puening, una bióloga casada en dos ocasiones anteriores que poco después se convertiría en su mujer y en la madre de los dos hijos de la pareja. A pesar de estar casado, Oppenheimer siguió viéndose con una Tatlock que empezaba a sufrir episodios depresivos cada vez más agudizados. Dicen que el estado mental de la doctora se agravó tras la pérdida de contacto con su gran amor. El 14 de junio de 1943, dirigiendo ya el Proyecto Manhattan en Los Álamos que culminaría en la creación de la bomba atómica, este volvería a San Francisco para pasar el que sería su último día con ella. Seguido por oficiales del ejército sin su conocimiento, Oppenheimer se encontró con Tatlock en la estación de tren y, tras besarse, pasaron toda la jornada juntos. Los informes incluso certifican que apagaron las luces del piso de la joven a las 11 y media de la noche. Tras desayunar de nuevo juntos, la doctora llevó al aeropuerto a Oppie para regresar al complejo militar.

El 4 de enero de 1944, el padre de Tatlock acudió a ese mismo apartamento después de que esta no contestara el teléfono durante varios días. Tras escalar por una ventana para poder acceder a él, se encontró a su hija muerta, con la cabeza sumergida en una bañera a medio llenar. Tenía 29 años. Junto a ella había una nota que rezaba así: “Estoy disgustada con todo. A quienes me amaron y me ayudaron, todo el amor y el coraje. Quería vivir y dar, y de una forma u otra me quedé paralizada. Intenté entender, pero no pude… Habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos puedo librar de la carga de un alma paralizada a un mundo en conflicto”. Aunque la teoría de la conspiración respecto al supuesto asesinato de Tatlock ha sido avivada durante nueve décadas con argumentos puramente especulativos, sí que existen ciertos hechos probados que alimentan ese fuego.

A pesar de contraer matrimonio después, los cercanos a Oppenheimer siempre han mantenido que Tatlock fue su gran amor. 

Una vez hallado el cuerpo inerte de la joven, John Tatlock se encargó de quemar toda la correspondencia e imágenes de su hija antes de llamar a los servicios funerarios. Supuestamente, para desligarla de cualquier sospecha de enlace con el comunismo. La autopsia, que determinó que la causa de la muerte había sido asfixia por ahogamiento, también reveló que no había restos de alcohol en su sangre y que ninguno de los barbitúricos que había tomado la psiquiatra había alcanzado sus órganos vitales en el momento de su muerte. Un doctor con acceso a los datos del fallecimiento de Tatlock confesó a los autores del libro Prometeo Americano, en el que se basa la película de Christopher Nolan, que “si eres inteligente y quieres matar a alguien, esta es la forma correcta de hacerlo”. Su hermano Hugh Tatlock siempre apoyó la teoría del asesinato.

Peer De Silva, un oficial de la CIA encargado de la seguridad de Los Álamos, fue el encargado de comunicar a Oppenheimer la muerte de Jean. El científico quedó devastado tras la noticia y se marchó a dar un largo paseo. “Dijo que ya no tenía a nadie más con quien poder hablar”, añadió De Silva. Robert Oppenheimer acuñó el primer test de la bomba atómica como Trinity. Según narraron los cercanos a él, el nombre es un homenaje a un poema de John Donne que le había enseñado la mismísima Jean Tatlock.*




martes, 25 de julio de 2023

"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos": quién fue Robert Oppenheimer, el arrepentido padre de la bomba atómica



Considerado por muchos como un "genio" de la ciencia, Oppenheimer era también un gran apasionado de la artes y de las humanidades.

Author, Ben Platts-Mills

Era la madrugada del 16 de julio de 1945 y Robert Oppenheimer esperaba en un búnker de control el momento que cambiaría el mundo. A unos 10 km de distancia, la primera prueba de una bomba atómica en la historia, cuyo nombre código era "Trinity", estaba programada para llevarse a cabo en las pálidas arenas del desierto Jornada del Muerto, en Nuevo México.

Oppenheimer era el retrato vivo del agotamiento nervioso. Siempre fue delgado, pero después de tres años como director del "Proyecto Y", el brazo científico del "Distrito de Ingenieros de Manhattan" que había diseñado y construido la bomba, su peso se había reducido a poco más de 52 kg. Para alguien con una altura de 1,78 metros, estaba extremadamente delgado. Había dormido sólo cuatro horas esa noche, desvelado por la ansiedad y la tos de fumador.

Ese día de 1945 es uno de varios momentos cruciales en la vida de Oppenheimer descritos por los historiadores Kai Bird y Martin J Shirwin en su biografía de 2005 American Prometheus, que sirvió de base para la nueva película biográfica Oppenheimer, que se estrena este 21 de julio en Estados Unidos.

En los minutos finales de la cuenta regresiva, como cuentan Bird y Sherwin en su libro, un general del ejército observó de cerca el estado de ánimo de Oppenheimer: "El Dr. Oppenheimer... se puso más tenso a medida que transcurrían los últimos segundos. Apenas respiraba...", relató.

La explosión, cuando se produjo, eclipsó al Sol. Con una fuerza equivalente a 21 kilotoneladas de TNT, la detonación fue la más grande jamás vista. Creó una onda de choque que se sintió a 160 km de distancia.

Mientras el rugido envolvía el paisaje y la nube en forma de hongo se elevaba en el cielo, la expresión de tensión de Oppenheimer se relajó en una de "tremendo alivio".

Minutos después, el amigo y colega de Oppenheimer, Isidor Rabi, lo vio de lejos: "Nunca olvidaré su forma de caminar, nunca olvidaré la forma en que salió del auto... su forma de caminar era como de alguien que está en la cima... . este tipo de pavoneo. Él lo había logrado".

En entrevistas realizadas en la década de 1960, Oppenheimer agregó una capa de gravedad a su reacción, afirmando que, en los momentos posteriores a la detonación, una línea del texto hindú Bhagavad Gita, había venido a su mente: "Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos".

En los días siguientes, sus amigos dijeron que parecía cada vez más deprimido. "Robert se quedó muy quieto y rumiante durante ese período de dos semanas porque sabía lo que estaba a punto de suceder", recordó uno.

Una mañana se le escuchó lamentarse (en términos condescendientes) del destino inminente de los japoneses: "Esa pobre gente, esa pobre gente". Pero solo unos días después, una vez más estaba nervioso, concentrado, exigente.

En una reunión con sus homólogos militares, parecía haberse olvidado por completo de los "pobrecitos". Según Bird y Sherwin, en cambio, estaba obsesionado con la importancia de las condiciones adecuadas para el lanzamiento de la bomba: "Por supuesto, no deben lanzarla bajo la lluvia o la niebla... No dejen que la detonen a demasiada altura. La cifra fijada es justo la correcta. No dejen que suba o el objetivo no recibirá tanto daño".

Cuando anunció el bombardeo exitoso de Hiroshima a una multitud de sus colegas menos de un mes después de Trinity, un espectador notó la forma en que Oppenheimer "juntó y agitó su mano sobre su cabeza como un boxeador victorioso". Los aplausos "prácticamente subieron el techo".

Un hombre "enigma"
Oppenheimer fue el corazón emocional e intelectual del Proyecto Manhattan: más que cualquier otra persona, había hecho realidad la bomba.

Jeremy Bernstein, quien trabajó con él después de la guerra, estaba convencido de que nadie más podría haberlo hecho. Como escribió en su biografía de 2004, "Retrato de un enigma", "si Oppenheimer no hubiera sido el director de Los Álamos, estoy convencido de que, para bien o para mal, la Segunda Guerra Mundial habría terminado... sin el uso de armas nucleares”.

La gran variedad de reacciones que se ha dicho que experimentó Oppenheimer cuando fue testigo de la culminación de sus trabajos, sin mencionar el ritmo con el que fue pasando de una a otra, puede parecer desconcertante. La combinación de fragilidad nerviosa, ambición, grandiosidad y melancolía morbosa son difíciles de encuadrar en una sola persona, especialmente en alguien tan instrumental en el mismo proyecto que provoca estas respuestas.

Bird y Sherwin también llaman a Oppenheimer un "enigma". Lo describen como "un físico teórico que mostró las cualidades carismáticas de un gran líder, un esteta que cultivó ambigüedades".

Era un científico, pero también, como otro amigo lo describió una vez, "un manipulador de la imaginación de primera clase".

Según el relato de Bird y Sherwin, las contradicciones en el carácter de Oppenheimer -cualidades que han dejado a amigos y biógrafos sin capacidad para poder explicar bien quién era- parecen haber estado presentes desde sus primeros años.

Nacido en la ciudad de Nueva York en 1904, Oppenheimer era hijo de inmigrantes judíos alemanes de primera generación que se habían enriquecido a través del comercio textil. La casa de la familia era un apartamento grande en el Upper West Side con tres sirvientas, un chófer y obras de arte europeas en las paredes.

A pesar de esta educación lujosa, los amigos de la infancia recordaban a Oppenheimer como alguien generoso que no mostraba el comportamiento de quien ha sido excesivamente mimado. Una amiga de la escuela, Jane Didisheim, lo recordaba como alguien que "se sonrojaba con extraordinaria facilidad", que era "muy frágil, con las mejillas muy rosadas, muy tímido...", pero también "muy brillante".

“Muy rápidamente todos admitieron que él era diferente a todos los demás y superior", dijo.

A los 9 años de edad, estaba leyendo filosofía en griego y latín. También estaba obsesionado con la mineralogía: deambulaba por el Central Park y escribía cartas al Club Mineralógico de Nueva York sobre lo que encontraba. Sus cartas eran tan competentes que el Club lo confundió con un adulto y lo invitó a hacer una presentación.

Según Bird y Sherwin, esta naturaleza intelectual contribuyó en cierta medida a hacer del joven Oppenheimer alguien solitario. "Por lo general, estaba preocupado por lo que estaba haciendo o pensando", recordó un amigo. No estaba interesado en ajustarse a las expectativas de género: no le interesaban los deportes ni los "juegos rudos típicos de su grupo de edad", como dijo su primo. "A menudo se burlaban de él y lo ridiculizaban por no ser como los demás", pero sus padres estaban convencidos de su genialidad.

"Recompensé la confianza de mis padres en mí desarrollando un ego desagradable, que estoy seguro debe haber ofendido tanto a los niños como a los adultos que tuvieron la mala suerte de entrar en contacto conmigo", comentó Oppenheimer años más tarde. "No es divertido", le dijo una vez a otro amigo, "pasar las páginas de un libro y decir: 'Sí, sí, por supuesto, lo sé'".

Cuando se fue de casa para estudiar química en la Universidad de Harvard, la fragilidad de la estructura psicológica de Oppenheimer quedó expuesta: su frágil arrogancia y su apenas velada sensibilidad parecían no serle útiles.

En una carta de 1923, publicada en una colección de 1980 editada por Alice Kimbal Smith y Charles Weiner, escribió: "Trabajo y escribo innumerables tesis, notas, poemas, historias y basura... Produzco olores desagradables en tres laboratorios diferentes... . Sirvo té y hablo con erudición a algunas almas perdidas, me voy el fin de semana para destilar energía de bajo grado en risas y agotamiento, leo griego, cometo errores, busco cartas en mi escritorio y deseo estar muerto. Voila".

En la película, Cillian Murphy interpreta a Robert Oppenheimer, quien era un fumador empedernido.

Cartas posteriores recopiladas por Smith y Weiner revelan que los problemas continuaron durante sus estudios de posgrado en Cambridge, Inglaterra. Su tutor insistió en que hiciera trabajo de laboratorio aplicado, una de las debilidades de Oppenheimer.

"Lo estoy pasando bastante mal", escribió en 1925. "El trabajo de laboratorio es terriblemente aburrido y soy tan malo que es imposible sentir que estoy aprendiendo algo". Más tarde ese año, la intensidad de Oppenheimer lo llevó cerca del desastre cuando deliberadamente dejó una manzana envenenada con productos químicos de laboratorio en el escritorio de su tutor.

Más tarde, sus amigos especularon que podría haber sido impulsado por la envidia y los sentimientos de insuficiencia. El tutor no se comió la manzana, pero la plaza de Oppenheimer en Cambridge estaba amenazada y se la quedó sólo con la condición de que viera a un psiquiatra. El psiquiatra le diagnosticó psicosis, pero luego lo descartó, diciendo que el tratamiento no serviría de nada.

Al recordar ese período, Oppenheimer diría más tarde que contempló seriamente el suicidio durante las vacaciones de Navidad.

Al año siguiente, durante una visita a París, su amigo cercano Francis Ferguson le dijo que le había propuesto matrimonio a su novia. Oppenheimer respondió intentando estrangularlo: "Me saltó por detrás con una correa del maletero y me la enrolló alrededor del cuello... Logré apartarme y cayó al suelo llorando", recordó Ferguson.

El encuentro de la física
Parece que donde la psiquiatría falló a Oppenheimer, la literatura vino al rescate. Según Bird y Sherwin, leyó 'En busca del tiempo perdido' de Marcel Proust durante unas cortas vacaciones de senderismo en Córcega y encontró en él algún reflejo de su propio estado mental que lo tranquilizó y abrió una ventana a un modo de ser más compasivo. Aprendió de memoria un pasaje del libro sobre la "indiferencia a los sufrimientos que uno causa", siendo "la forma terrible y permanente de la crueldad".

La cuestión de la actitud hacia el sufrimiento seguiría siendo importante, guiando el interés de Oppenheimer por los textos espirituales y filosóficos a lo largo de su vida y, finalmente, desempeñando un papel crucial en la obra que definiría su reputación.

Un comentario que les hizo a sus amigos durante esas mismas vacaciones parece profético: "El tipo de persona que más admiro sería aquella que se vuelve extraordinariamente buena para hacer muchas cosas pero aún mantiene un semblante manchado de lágrimas".

Regresó a Inglaterra con el ánimo más ligero, sintiéndose "mucho más amable y tolerante", como recordaría más tarde. A principios de 1926 conoció al director del Instituto de Física Teórica de la Universidad de Göttingen, en Alemania, quien rápidamente se convenció del talento de Oppenheimer como teórico y lo invitó a estudiar allí.

Según Smith y Weiner, tiempo después describió 1926 como el año de su "entrada en la física". Sería un punto de inflexión. Obtuvo su doctorado y una beca postdoctoral al año siguiente. También pasó a formar parte de una comunidad que impulsaba el desarrollo de la física teórica y conoció a científicos que se convertirían en amigos para toda la vida. Muchos finalmente se unirían a Oppenheimer en Los Álamos.

Oppenheimer leía mucho, desde poesía hasta filosofía oriental.

Al regresar a Estados Unidos, Oppenheimer pasó unos meses en Harvard antes de mudarse para seguir su carrera de física en California. El tono de sus cartas de este período refleja una mentalidad más firme y generosa. Le escribió a su hermano menor sobre el amor y su interés continuo en las artes.

En la Universidad de California en Berkeley, trabajó en estrecha colaboración con otros científicos que realizaban experimentos, interpretando sus resultados sobre los rayos cósmicos y la desintegración nuclear.

Más tarde describió que se encontró a sí mismo como "el único que entendía de qué se trataba todo esto". Así, el departamento que finalmente creó surgió, según dijo, de la necesidad de comunicar sobre la teoría que amaba: "Explicar primero a los profesores, al personal y a los colegas, y luego a cualquiera que quisiera escuchar... lo que había aprendido, cuáles eran los problemas sin resolver".

La lectura como terapia
Al principio se describió a sí mismo como un maestro "difícil", pero fue a través de este papel que Oppenheimer perfeccionó el carisma y la presencia social que lo caracterizaron durante su tiempo en el Proyecto Y. Citado por Smith y Weiner, un colega recordó cómo sus alumnos lo "emulaban lo mejor que pudieron. Copiaron sus gestos, sus manierismos, sus entonaciones. Realmente influyó en sus vidas".

A principios de la década de 1930, mientras fortalecía su carrera académica, Oppenheimer mantuvo a tope su interés en las humanidades. Fue durante este período que descubrió las escrituras hindúes, aprendiendo sánscrito para leer el Bhagavad Gita sin traducir, el texto del que más tarde extrajo la famosa cita "Ahora me he convertido en la muerte".

Al parecer su interés no era solo intelectual, sino que representaba una continuación de la biblioterapia autoprescrita que había comenzado con Proust cuando tenía 20 años. El Bhagavad Gita, una historia centrada en la guerra entre dos brazos de una familia aristocrática, le dio a Oppenheimer una base filosófica que era directamente aplicable a la ambigüedad moral que enfrentó en el Proyecto Y. Enfatizó las ideas del deber, el destino y el desapego del resultado, enfatizando que el miedo a las consecuencias no puede utilizarse como justificación para la inacción.

En una carta a su hermano de 1932, Oppenheimer hace referencia específica a este libro y luego menciona la guerra como una circunstancia que podría ofrecer la oportunidad de poner en práctica tal filosofía:

"Creo que a través de la disciplina... podemos alcanzar la serenidad... Creo que a través de la disciplina aprendemos a preservar lo que es esencial para nuestra felicidad en circunstancias cada vez más adversas... Por eso pienso que todas las cosas que evocan la disciplina: el estudio y nuestros deberes para con los hombres y para con la comunidad, la guerra... deben ser recibidos por nosotros con profunda gratitud, porque solo a través de ellos podemos alcanzar el menor desapego y solo así podemos conocer la paz".

A mediados de la década de 1930, Oppenheimer también conoció a Jean Tatlock, una psiquiatra y médico de la que se enamoró. Según el relato de Bird y Sherwin, la complejidad de carácter de Tatlock igualaba al de Oppenheimer. Era una mujer que había leído mucho y que estaba impulsada por una conciencia social.

Un amigo de la infancia la describió como "tocada de grandeza". Oppenheimer le propuso matrimonio a Tatlock más de una vez, pero ella lo rechazó. A ella se le atribuye haberlo conectado con la política radical y con la poesía de John Donne. La pareja siguió viéndose ocasionalmente después de que Oppenheimer se casara con la bióloga Katherine "Kitty" Harrison en 1940. Kitty se uniría a Oppenheimer en el Proyecto Y, en el que trabajó como flebotomista, investigando los peligros de la radiación.

El camino a la bomba
En 1939, los físicos estaban mucho más preocupados por la amenaza nuclear que los políticos y fue una carta de Albert Einstein la que llamó la atención de los principales líderes del gobierno de Estados Unidos. La reacción fue lenta, pero la alarma siguió circulando en la comunidad científica y finalmente se convenció al presidente para que actuara.

Como uno de los físicos más destacados del país, Oppenheimer fue uno de varios científicos designados para comenzar a investigar más seriamente el potencial de las armas nucleares. En septiembre de 1942, en parte gracias al equipo de Oppenheimer, quedó claro que era posible crear una bomba y comenzaron a tomar forma planes concretos para su desarrollo.

Según Bird y Sherwin, cuando escuchó que su nombre estaba siendo mencionado como líder para este esfuerzo, Oppenheimer comenzó sus propios preparativos. "Estoy cortando todas las conexiones comunistas", le dijo a un amigo en ese momento. "Porque si no lo hago, al gobierno le resultará difícil utilizarme. No quiero que nada interfiera con mi utilidad para la nación".

Einstein diría más tarde: "El problema con Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos". Su patriotismo y deseo de complacer claramente jugaron un papel en su reclutamiento.

El general Leslie Groves, líder militar del Distrito de Ingenieros de Manhattan, fue la persona responsable de encontrar un director científico para el proyecto de la bomba. Según una biografía de 2002, Racing for the Bomb, cuando Groves propuso a Oppenheimer como líder científico, se encontró con oposición. El "trasfondo extremadamente liberal" de Oppenheimer era una preocupación.

Pero además de señalar su talento y su conocimiento de la ciencia, Groves también destacó su "ambición desmesurada". El jefe de seguridad del Proyecto Manhattan también notó esto: "Me convencí de que no solo era leal, sino que no permitiría que nada interfiriera con el cumplimiento exitoso de su tarea y, por lo tanto, con su lugar en la historia científica".

En el libro de 1988 The Making of the Atomic Bomb, se cita a Isidor Rabi, un amigo de Oppenheimer, diciendo que pensó que era "un nombramiento muy improbable", pero luego admitió que había sido "un golpe verdaderamente genial por parte del general Groves".

En Los Álamos, Oppenheimer aplicó sus convicciones interdisciplinarias opuestas. En su autobiografía de 1979, What Little I Remember, el físico nacido en Austria Otto Frisch recordó que Oppenheimer había reclutado no solo a los científicos necesarios, sino también a "un pintor, un filósofo y algunos otros personajes inverosímiles; sintió que una comunidad civilizada sería incompleta sin ellos".

Repensando la energía nuclear
Después de la guerra, la actitud de Oppenheimer pareció cambiar. Describió las armas nucleares como instrumentos "de agresión, de sorpresa y de terror" y la industria armamentística como "obra del diablo". En una reunión en octubre de 1945, le dijo al presidente Harry Truman: "Siento que tengo sangre en las manos". El presidente comentó después: "Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso".

Este intercambio es un eco notable de uno descrito en el amado Bhagavad Gita de Oppenheimer, entre el príncipe Arjuna y el dios Krishna. Arjuna se niega a luchar porque cree que será responsable del asesinato de sus compañeros, pero Krishna le quita la carga: "Vean en mí al asesino activo de estos hombres... Levántense, en la fama, en la victoria, en la intención de alegrías reales ¡Ya están muertos por mí, sé tú el instrumento!

Durante el desarrollo de la bomba, Oppenheimer había usado un argumento similar para calmar sus dudas éticas y las de sus colegas. Les dijo que, como científicos, no eran responsables de las decisiones sobre cómo se debía usar el arma, solo de hacer su trabajo. La sangre, si la hubiera, estaría en manos de los políticos.

Sin embargo, parece que una vez consumados los hechos, la confianza de Oppenheimer en esta postura se vio sacudida. Como relatan Bird y Sherwin, en su papel en la Comisión de Energía Atómica durante el período de posguerra, abogó en contra del desarrollo de más armas, incluida la bomba de hidrógeno más potente, para la que su trabajo había allanado el camino.

Estos esfuerzos dieron como resultado que Oppenheimer fuera investigado por el gobierno de EE.UU. en 1954 y que le quitaran su autorización de seguridad, lo que marcó el final de su participación en el diseño y asesoría de políticas.

La comunidad académica salió en su defensa. Escribiendo para The New Republic en 1955, el filósofo Bertrand Russell comentó que la "investigación mostró que había cometido errores, uno de ellos bastante grave desde el punto de vista de la seguridad. Pero no había evidencia de deslealtad ni de nada que pudiera ser considerado como traición... Los científicos se vieron atrapados en un trágico dilema".

En 1963, el gobierno de EE.UU. le otorgó el Premio Enrico Fermi como un gesto de rehabilitación política, pero no fue hasta 2022, 55 años después de su muerte, que las autoridades anularon su decisión de 1954 de despojarlo de su acreditación y confirmaron la lealtad de Oppenheimer a EE.UU.

A lo largo de las últimas décadas de su vida, Oppenheimer mantuvo expresiones paralelas de orgullo por el logro técnico de la bomba y de culpa por sus efectos. Un tono de resignación también apareció en sus comentarios cuando, más de una vez, dijo que la bomba simplemente había sido inevitable. Pasó los últimos 20 años de su vida como director del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton, trabajando junto a Einstein y otros físicos.

"Capacidad negativa"
Albert Einstein: "El problema de Oppenheimer es que ama [algo que] no lo ama: el gobierno de Estados Unidos.

Al igual que en Los Álamos, Oppenheimer se esforzó por promover el trabajo interdisciplinario y enfatizó en sus discursos la creencia de que la ciencia necesitaba de las humanidades para comprender mejor sus propias implicaciones, según cuentan Bird y Sherwin. Con este fin, reclutó a una gran cantidad de no científicos, incluidos clasicistas, poetas y psicólogos.

Más tarde llegó a considerar la energía atómica como un problema que superaba las herramientas intelectuales de su tiempo, como, en palabras del presidente Truman, "una nueva fuerza demasiado revolucionaria para considerarla en el marco de las viejas ideas".

En un discurso pronunciado en 1965, publicado más tarde en la colección Uncommon Sense de 1984, dijo: "He oído de algunos de los grandes hombres de nuestro tiempo que cuando encontraban algo sorprendente, sabían que era bueno, porque tenían miedo". Cuando hablaba de momentos de inquietantes descubrimientos científicos, le gustaba citar al poeta John Donne: "Está todo hecho pedazos, toda la coherencia se ha ido".

John Keats, otro poeta de cuya obra disfrutaba Oppenheimer, acuñó la frase "capacidad negativa" para describir una cualidad común en las personas a las que admiraba: "es decir, cuando un hombre es capaz de estar en incertidumbres, misterios, dudas, sin ningún tipo de irritabilidad en busca del hecho y la razón".

Parece como si fuera algo de esto a lo que se refería el filósofo Russell cuando escribió sobre la "incapacidad de Oppenheimer para ver las cosas con sencillez, una incapacidad que no sorprende en alguien que posee un aparato mental complejo y delicado".

Al describir las contradicciones de Oppenheimer, su mutabilidad, su continuo andar entre la poesía y la ciencia, su hábito de desafiar la descripción simple, tal vez estemos identificando las mismas cualidades que lo hicieron capaz de perseguir la creación de la bomba.

Incluso en medio de esta gran y terrible búsqueda, Oppenheimer mantuvo vivo el "semblante manchado de lágrimas" que había predicho cuando tenía 20 años. Se cree que el nombre de la prueba -Trinity- proviene del poema de John Donne Batter my heart, three-person'd God: "Que pueda levantarme y pararme, derribarme y doblar/Tu fuerza para romper, soplar, quemar y hacerme nuevo".

Jean Tatlock, quien le había hecho conocer la obra de Donne y de quien algunos creen que siguió enamorado, se suicidó el año anterior a la prueba. El proyecto de la bomba estuvo marcado en todas partes por la imaginación de Oppenheimer y por su sentido del romance y la tragedia.

Tal vez fue la ambición desmesurada lo que el general Groves identificó cuando entrevistó a Oppenheimer para el trabajo en el Proyecto Y, o tal vez fue su capacidad para adoptar, durante el tiempo requerido, la idea de la ambición desmesurada. Tanto como el resultado de la investigación, la bomba fue el producto de la capacidad y voluntad de Oppenheimer de imaginarse a sí mismo como el tipo de persona que podría hacer que sucediera.

Fumador empedernido desde la adolescencia, Oppenheimer sufrió episodios de tuberculosis durante su vida. Murió de cáncer de garganta en 1967, a la edad de 62 años. Dos años antes de su muerte, en un raro momento de sencillez, trazó una distinción que separaba la práctica de la ciencia de la de la poesía. A diferencia de la poesía, dijo, "la ciencia es el negocio de aprender a no volver a cometer el mismo error". 

 *Ben Platts-Mills es un escritor y artista cuyo trabajo investiga el poder, el razonamiento y la vulnerabilidad, así como las formas en que se representa la ciencia en la cultura popular. Sus memorias, Tell Me The Planets, se publicaron en 2018. 

domingo, 23 de julio de 2023

HISTORIA. La conversación alucinante que hundiría a Robert Oppenheimer 10 años después.

Se publica al fin en español la impresionante biografía del físico y director del proyecto Manhattan que creó la bomba atómica para acabar años más tarde acusado de comunista.

Aquel coronel de Inteligencia y antiguo entrenador de fútbol americano se quedó atónito. Ante él se encontraba el director del proyecto científico más importante y secreto de la historia de la humanidad y ese hombre, con su característica seguridad en sí mismo, le estaba confesando abiertamente que unos amigos suyos que actuaban como intermediarios del cónsul soviético en San Francisco le habían pedido información acerca de las actividades que estaban desarrollando en Los Álamos. "Por supuesto es traición, aunque a mí me parecería bien la idea de que el comandante en jefe comunicara a los rusos que estamos trabajando en este asunto". Aquel hombre era el físico estadounidense Robert Oppenheimer y "este asunto" era la bomba atómica que su laboratorio buscaba a toda velocidad para hacerse con ella antes que los nazis y ganar la Segunda Guerra Mundial. Aquella conversación grabada en secreto fue otra bomba de efecto retardado que 10 años después, en la década de los cincuenta —en plena caza de brujas anticomunista—, hundiría a quien hasta ese momento era uno de los grandes héroes de EE.UU. El funesto interrogatorio al que el ladino e implacable cazador de comunistas coronel Pash sometió al director científico del proyecto Manhattan —el director militar era el general Leslie Groves— sirve de clave de bóveda a una impresionante biografía que se alzó con el Pulitzer, que al fin podremos leer traducida al español casi dos décadas después de su publicación en inglés y en la que se basa la nueva película de Christopher Nolan a estrenar este 2023: Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (Debate). Los autores, Kai Bird y el fallecido Martin J. Sherwin, dedicaron 30 años de investigación de archivos, entrevistas, análisis de cintas y hallazgos documentales a la biografía del hombre que, como el Prometeo de la tragedia griega, robó el fuego del sol a los dioses dando lugar al arma más mortífera nunca descubierta para después, sobrecogido por los efectos destructores de su propia invención, dedicar el resto de su vida a luchar contra la proliferación nuclear.

 
"Curiosamente, desde que se arrojaron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer albergaba la vaga sensación de que en su camino lo esperaba algo oscuro y ominoso. Unos años antes, a finales de la década de 1940, cuando se había convertido en una figura verdaderamente emblemática en la sociedad estadounidense, como el científico y el consejero político más respetado y admirado de su generación —había incluso aparecido en la portada de las revistas Time y Life—, leyó el relato La bestia en la jungla, de Henry James. Se quedó impresionado por esa narración obsesiva de egolatría atormentada en la que al protagonista lo persigue la premonición de que 'algo raro y extraordinario', posiblemente prodigioso y terrible, le sucedería 'tarde o temprano'. Fuera lo que fuera, estaba seguro de que lo 'arrollaría".

Una cena fatídica
Extremadamente inteligente e imaginativo, Oppenheimer también había sido un hombre muy de izquierdas a quien la derrota republicana en la Guerra civil española dejó una profunda huella y que, si bien no llegó a militar nunca en el Partido Comunista de EEUU, sí simpatizó con sus objetivos como la mayoría de sus amigos y compañeros de la Universidad de Berkeley así como su propia mujer Kitty. Y fue en ese contexto, pocas semanas antes de partir al desierto de Nuevo México para ponerse al frente del laboratorio que debía conseguir la fusión del átomo con fines militares antes que Alemania, cuando un incidente en principio insignificante en la cocina de la casa de Eagle Hill donde vivía el físico con su familia acabaría por trastocar toda su vida posterior. Hoy se conoce como el caso Chevalier.

Tráiler de 'Oppenheimer

 
 Corría el invierno de 1942-43. El profesor de literatura francesa de Berkeley Haakon Chevalier y su mujer, Barbara, eran amigos íntimos de los Oppenheimer y estos los invitaron a una cena de despedida en su domicilio. Al llegar los invitados, Haakon fue con Robert a la cocina a preparar unos martinis y fue allí donde le contó al físico que un conocido de ambos, un tal George Eltenton, le había encomendado que preguntara a su amigo Oppenheimer si podía pasarle información sobre su trabajo científico al cónsul soviético en San Francisco y ayudar así a la URSS —teórica aliada de EEUU— a ganar la guerra. 

La respuesta a la proposición de su amigo fue un no rotundo porque aquello era "traición" 

Oppenheimer era un rojo, pero también un patriota. Aunque coincidía con los círculos izquierdistas universitarios en que los soviéticos estaban luchando por la supervivencia "mientras que los reaccionarios de Washington saboteaban la ayuda que los rusos merecían recibir", su respuesta a la proposición de su amigo fue un no rotundo porque aquello era "traición". La charla terminó, los martinis quedaron listos y, aunque el físico dudó si contárselo a las autoridades, finalmente desistió para no poner en peligro a su amigo. Poco después, la familia Oppenheimer marchó a Los Álamos, en Nuevo México, para levantar en medio del desierto una ciudad de más de 5.000 habitantes entre militares, científicos y sus familias, con el fin de desarrollar la bomba atómica.

Triunfo y tragedia
Hay varias inverosimilitudes en esta historia increíble y real, del tipo que podrían agujerear una ficción. ¿Cómo es posible que un científico izquierdista que el FBI de John Edgar Hoover tenía fichado, y pinchado, desde hacía años fuera el elegido para aquel proyecto militar decisivo y ultrasecreto que, como hay sabemos a ciencia cierta, no iba dirigido contra una Alemania que se mostraba incapaz de hacerse con la bomba sino contra una Unión Soviética que ya se adivinaba como el nuevo enemigo una vez concluida la guerra? ¿Y cómo pudo ser además que es científico confesara durante el proyecto las peticiones de sus amigos para que le pasara información a los rusos y, en ese momento, no ocurriera nada? La respuesta de los autores de Prometeo americano es una combinación de azar y necesidad. No existía nadie en ese momento en el mundo con el talento que atesoraba Oppenheimer, nadie que pudiera llevar aquel empeño a buen puerto a tiempo. Y, cuando al final lo logró, el aura de héroe súbito que adquirió le protegió durante un tiempo.


placeholderAlbert Einstein y Robert Oppenheimer, en 1947.
Albert Einstein y Robert Oppenheimer, en 1947.

Pero, cuando en 1953, en plena histeria anticomunista desatada por el Comité de Actividades Antiestadounidenses promovido por el senador Joseph McCarthy, se desempolvó la cinta de aquel interrogatorio al que Pash sometió a Oppenheimer 10 años antes, la carrera al servicio del gobierno del físico se hundió. Le declararon "una amenaza para la seguridad nacional" y le acusaron de 34 cargos que iban desde lo absurdo ("consta que en 1940 usted figuraba como contribuyente de los Amigos del Pueblo Chino") a lo político ("desde el otoño de 1949 en adelante mostró una fuerte oposición al desarrollo de la bomba de hidrógeno"). El calvario que siguió duraría hasta que el presidente Kennedy rehabilitó a Oppenheimer en 1963. Años después de la muerte de Oppenheimer el 25 de febrero de 1967, su amigo el diplomático George Keenan recordaba: "En los días oscuros de principios de los años cincuenta, cuando los problemas se le agolpaban por todas partes y se vio en el centro de la controversia, presionado, le señalé el hecho de que sería bienvenido en un centenar de centros académicos de cualquier parte del mundo y le pregunté si no había pensado irse a vivir a otro lugar. Me respondió con lágrimas en los ojos: 'Joder, pero es que quiero a este país".


placeholder'Prometeo americano'. (Debate)

Una película "magnífica" sobre el trágico genio que ayudó a inventar la bomba atómica: la crítica de la BBC de "Oppenheimer"



Caryn James Role,BBC Culture

20 julio 2023

Ráfagas de fuego llenan la pantalla a lo largo de "Oppenheimer", por momentos pareciendo como si 1.000 volcanes estuvieran a punto de engullirnos.

Pero no son las únicas imágenes ardientes de la magnífica película de Christopher Nolan, que narra la historia del hombre que ayudó a crear la bomba atómica y luchó durante el resto de su vida con las mortales consecuencias de esta.

A veces, círculos recorren una oscuridad vacía o aparecen hilos de luz anaranjada que representan los miedos y la ciencia que ocupan la mente de Robert Oppenheimer.

Esas imágenes artísticas son esporádicas en una película que nunca pierde su sentido de la historia y el drama, pero revelan lo audazmente imaginativa y centrada que es.

"Oppenheimer" es la obra más madura de Nolan, que combina la acción explosiva y comercial de la trilogía de The Dark Knight con los fundamentos cerebrales que se remontan más de 20 años atrás a Memento, y se extienden por Inception y Tenet.

Cillian Murphy, con ojos azules como el hielo, domina la película, interpretando a Robert Oppenheimer con una moderación que se adapta perfectamente a este personaje carismático pero frío.

El "padre" de la bomba atómica
La historia nos lleva desde sus días de estudiante en Europa, a su época como profesor en California en la década de 1930, y luego al Proyecto Manhattan, el programa estadounidense altamente secreto desarrollado para construir armas nucleares en Los Álamos, Nuevo México, en el que su equipo se apresura a crear una bomba para poner fin a la Segunda Guerra Mundial.

Murphy nos mantiene con él incluso cuando el personaje parece un poco opaco.

Nolan basó su película en la magistral biografía “Prometeo Americano: el Triunfo y la Tragedia de J Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin J Sherwin, y captura exactamente lo que sugiere el título: un héroe trágico y profundamente estadounidense que ayudó a dar forma al mundo moderno y se convirtió en víctima de la política de Washington.

Considerado por muchos como un "genio" de la ciencia, Oppenheimer era también un gran apasionado de la artes y de las humanidades.

La película se enmarca como una batalla cara a cara entre Oppenheimer y su némesis, Lewis Strauss (interpretado por Robert Downey Jr), exjefe de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU.

En todo momento, el guion de Nolan va y viene entre dos audiencias celebradas por el gobierno de EE.UU. en la década de 1950 que se desarrollan como dramas judiciales tensos, retrocediendo en largos tramos para contar la historia de la vida de Oppenheimer.

En los años 50, Oppenheimer es una figura nacional elogiada, pero un panel lo interroga para determinar si se debe revocar su acceso de seguridad, basándose en acusaciones falsas de que representa una amenaza comunista.

Gran parte de la película se desarrolla desde el punto de vista de Oppenheimer, en colores brillantes, estando diseñada y rodada con gran intensidad a pesar de su formato de pantalla ancha.

Secciones en blanco y negro, deliberadamente claustrofóbicas, muestran la perspectiva de Strauss, en su comparecencia ante un comité del Senado estadounidense que vota su nombramiento como Secretario de Comercio.

Estas partes recuerdan a Memento, en la que la historia no es lo que parece a primera vista. La cronología fracturada crea una sensación de fatalismo que persigue a las primeras escenas.

"Destructor de mundos"
La historia se construye gradualmente, pero apenas sientes la duración de la película, que dura poco más de tres horas.

En California, Oppenheimer comienza una aventura con Jean Tatlock (Florence Pugh), una comunista emocionalmente volátil e inestable.

En una escena, después de tener relaciones con Oppenheimer, encuentra una copia en sánscrito del Bhagavad Gita en su estante y le pide que la lea. Oppenheimer pronuncia la línea más asociada con él, que le vino a la cabeza mientras veía a Trinity, la primera prueba de la bomba nuclear en Los Álamos, como recordó en una entrevista televisiva años después: "Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos".

Poner eso en una escena erótica es otra elección sorprendente. En una escena posterior que insinúa lo buena que podría ser una historia de amor de Nolan, ambos se sientan desnudos en sillones cada uno a un lado de la habitación, en una imagen elegante que sugiere tanto intimidad como distancia.

Florence Pugh interpreta a Jean Tatlock, una psiquiatra y médica estadounidense que se involucró sentimentalmente con Oppenheimer.*

Como el resto del gran elenco, Pugh es impresionante en un pequeño papel. Incluso Emily Blunt, que interpreta a Kitty, la esposa de Oppenheimer, pasa la mayor parte del tiempo en un segundo plano.

Al final de la película, en un par de escenas importantes, se muestra por qué Kitty era una fuerza por sí misma. Matt Damon es Leslie Groves, el general del ejército que dirige el Proyecto Manhattan.

Kenneth Branagh es el físico Niels Bohr, alguna vez el mentor y la conciencia de Oppenheimer. Pero Downey es el actor secundario crucial, y ofrece una interpretación inteligente y dinámica como el astuto, inseguro y poderoso Strauss.

★★★★★

La película no abunda ni intenta explicar especialmente los aspectos científicos de la bomba, incluso cuando los físicos investigadores se agrupan alrededor de Oppenheimer para debatirla.

En Los Álamos, la tensión aumenta a medida que la historia se dirige hacia la prueba inevitable en el gran desierto. Hay una tormenta la noche antes de Trinity.

Cuando ocurre la explosión, Oppenheimer está en una choza a cierta distancia, otros tirados en el suelo, protegiéndose los ojos, mientras el fuego parece rugir hacia la pantalla, todo seguido de un silencio repentino cuando la banda sonora se corta.

Esa escena impactante e inmersiva por sí sola justifica filmar en el formato Imax que tanto le gusta a Nolan (y se ve cada línea y poro en los rostros de los actores).

Otras películas de Christopher Nolan incluyen la trilogía de The Dark Knight, Inception y Dunkirk.

El físico Edward Teller (interpretado por Benny Safdie) acusa a Oppenheimer de ser más político que físico. Kitty le dice que juega a ser un mártir.

Nolan muestra a un hombre que ingenuamente creía que podía hablar honestamente, instando al presidente Truman a evitar una carrera armamentista nuclear.

También creía que era necesario lanzar la bomba sobre Hiroshima porque, como dice, "una vez utilizada, una guerra nuclear se vuelve impensable". Pero reflexiona sobre ello.

Justo después de Hiroshima vemos más imágenes de su mente, incluida la de un negativo de una joven con la piel desprendida.

Como sugiere esta inspirada película, la mayor tragedia de Oppenheimer fue no poder salvar al futuro de su propia invención.


* Estoy disgustada con todo... A los que me amaron y me ayudaron, todo amor y coraje. Quería vivir y dar y me quedé paralizada de alguna manera. Traté como el demonio de entender y no pude... Creo que habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos podría quitar la carga de un alma paralizada de un mundo en lucha.[29]

Su padre encontró su correspondencia y la revisó, quemando cartas y fotografías en la chimenea. A las 5:10 pm llamó a Halstead Funeral Home, quien contactó a la policía. La policía llegó a las 5:30 pm, acompañada por el médico forense adjunto. Al momento de su muerte estaba bajo vigilancia del FBI y su teléfono había sido intervenido, por lo que una de las primeras personas informadas fue el director del FBI, J. Edgar Hoover, a través de un enlace de teletipo[41]. La noticia de su muerte se informó en los periódicos del Área de la Bahía.[42]

Washburn cablegrafió a Charlotte Serber en Los Álamos.[42] Como bibliotecaria, tenía acceso al Área Técnica y se lo contó a su esposo, el físico Robert Serber, quien luego fue a informar a Oppenheimer. Cuando llegó a su oficina, descubrió que Oppenheimer ya lo sabía.[43] El jefe de seguridad de Los Álamos, el capitán Peer de Silva, había recibido la noticia a través de las escuchas telefónicas y la inteligencia del ejército, y se la había dado a conocer a Oppenheimer.[44] Tatlock había introducido a Oppenheimer en la poesía de John Donne, y se cree ampliamente que llamó a la primera prueba de un arma nuclear "Trinidad" en referencia a uno de los poemas de Donne, como un tributo a ella.[45][46] En 1962, Leslie Groves le escribió a Oppenheimer sobre el origen del nombre y obtuvo esta respuesta:

Lo sugerí... No está claro por qué elegí el nombre, pero sé qué pensamientos estaban en mi mente. Hay un poema de John Donne, escrito justo antes de su muerte, que conozco y amo. De él una cita:

Como occidente y oriente
En todos los mapas planos, y yo soy uno, son uno,
Así la muerte toca a la Resurrección.

En otro poema devocional más conocido, Donne abre:

Golpea mi corazón, Dios de tres personas.[47]

Una investigación formal en febrero de 1944 arrojó un veredicto de "Suicidio, motivo desconocido".[48] En su informe, el forense descubrió que Tatlock había comido una comida completa poco antes de su muerte. Había tomado algunos barbitúricos, pero no una dosis letal. Se encontraron rastros de hidrato de cloral, una droga normalmente asociada con un "Mickey Finn" cuando se combina con alcohol, pero no había alcohol en su sangre, a pesar del daño en su páncreas que indicaba que era una gran bebedora. Como psiquiatra que trabajaba en un hospital, tenía acceso a sedantes como el hidrato de cloral[49]. El forense descubrió que había muerto alrededor de las 4:30 p. m. del 4 de enero. La causa de la muerte se registró como "edema agudo de los pulmones con congestión pulmonar" [50]: ahogamiento en la bañera. Parece probable que se arrodilló sobre la bañera, tomó hidrato de cloral y hundió la cabeza en el agua...


KRISTINA FARKAS

"Openheimer" es una película impresionante que me ha dejado asombrada. Cillian Murphy encaja perfectamente en su papel y no podrían haber elegido a un actor mejor para interpretarlo. También es genial ver a Robert Downey en la película, lo que agrega otro talento notable al elenco.

La banda sonora de la película es simplemente perfecta, se ajusta maravillosamente al tema y a los momentos clave de la trama, lo que realza aún más la experiencia cinematográfica. Además, los personajes están muy bien desarrollados y personalizados, lo que agrega una capa adicional de profundidad a la historia. Hace tiempo que no disfrutaba tanto de una película como lo hice con "Openheimer", recordándome lo gratificante que fue ver "The Imitation Game". Cillian Murphy es uno de mis actores favoritos, y su actuación aquí es excepcional.

También me encantó la duración de la película, no hubo momentos aburridos y la trama se desarrolló de manera envolvente de principio a fin.

En resumen, "Openheimer" merece definitivamente un 10 plus. "Openheimer" ofrece una mirada impactante sobre el valor y la capacidad de los científicos para crear inventos que pueden cambiar el curso de la humanidad, como en el caso de la bomba nuclear. Esta película también presenta de manera cruda y grotesca cómo los altos cargos pueden utilizar a los científicos para sus propios fines y luego "redescubrir" sus nombres solo cuando les conviene.

Es un recordatorio poderoso para valorar a los científicos como personas, reconociendo tanto sus contribuciones positivas como negativas, pero siempre recordando la importancia de su trabajo en el desarrollo de la humanidad. La trama nos lleva a reflexionar sobre el poder de los descubrimientos científicos y la responsabilidad que conlleva su uso.

En definitiva, "Openheimer" es una película que no solo brilla por su impresionante elenco, banda sonora y personalización de personajes, sino que también nos incita a apreciar el trabajo de los científicos y considerar las consecuencias éticas y morales de sus creaciones. Una obra cinematográfica profunda y provocadora que te dejará pensando mucho después de verla.

domingo, 28 de mayo de 2023

La biografía definitiva de Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica.

‘Prometeo americano’ recopila 30 años de investigaciones sobre el auge y caída del científico que puso su talento al servicio del arma definitiva.

Hay varios aspirantes al incómodo título de padre de la bomba atómica. Se le puede adjudicar a Albert Einstein, que al escribir en 1905 la ecuación más famosa de la historia, E=mc2, reveló al mundo que una pequeña cantidad de materia (m) se puede transformar en una enorme cantidad de energía (E) al multiplicarse por el cuadrado de la velocidad de la luz (c2), que es un número gigantesco. O se le puede atribuir a Leo Szilárd, el excéntrico físico húngaro que en 1939 visitó a Einstein en Long Island y le convenció de que los nazis podían hacerse con las abundantes reservas de uranio del Congo Belga. O tal vez a Alexander Sachs, el economista de Lehman Brothers que percibió de inmediato que, si era posible diseñar un arma con el poder destructivo que predecían aquellos físicos, Estados Unidos debía construirla. Y desde luego al presidente Franklin Delano Roosevelt, que se tomó en serio todo lo anterior y financió el proyecto Manhattan para crear aquel artefacto mortífero.

Pero todos ellos palidecen frente a Robert Oppenheimer, el jefe científico del proyecto Manhattan, su demiurgo y su inspiración, el imán que atrajo al mejor talento de la física de la época y lo puso al servicio del más espantoso de los fines militares, el arma definitiva, el vector llamado a cambiar la historia del siglo XX. Su biografía de referencia, Prometeo americano; el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin Sherwin, llega a las librerías españolas muy bien editado por Debate, y en un momento muy oportuno. Christopher Nolan estrenará en junio su película Oppenheimer, basada por entero en este libro, así que es un buen momento para leerlo.

Prometeo americano es una obra monumental. Tanto el columnista Bird como el historiador Sherwin son especialistas en el desarrollo del armamento nuclear, y estuvieron treinta años investigando toda fuente de carne o papel relacionada con Oppenheimer. Se publicó en inglés en 2005 y obtuvo el premio Pulitzer al año siguiente. Sherwin murió en 2021. La edición española mide 859 páginas e incluye dos cuadernillos de fotos dignos de mirarse con parsimonia. Porque esta no es solo la historia de un científico jefe de científicos en un remoto laboratorio de alto secreto de Los Álamos, Nuevo México, sino también la de un chaval hijo de emigrantes judíos en la Nueva York de principios del siglo XX, de su ascenso como héroe americano y de su bajada a los infiernos del macartismo.

El apodo de Prometeo encaja bien con Oppenheimer. No solo porque ese titán de la mitología griega robó el fuego a los dioses y se lo entregó a los hombres —esta es la parte más obvia de la analogía nuclear—, sino también porque Zeus se agarró tal berrinche por ese acto de traición que hizo clavar a Prometeo al monte Cáucaso para que un águila le comiera el hígado de forma repetitiva y cruel. Pese a que el artefacto creado en Los Álamos bajo su dirección había resuelto la II Guerra Mundial a favor de su país, y de la manera que más podía satisfacer a los halcones de Washington, fue el propio Partido Republicano el que empezó a desconfiar del físico en los años cincuenta y acabó por destruir su vida y su reputación en nombre de la recién nacida guerra fría.

Oppenheimer había vivido de joven la Gran Depresión de 1929 y el auge del fascismo en Europa —estudió Física Cuántica en Alemania en los años veinte— y se enroló en movimientos sociales de Nueva York donde había comunistas y otros simpatizantes de izquierdas que luchaban contra la discriminación racial y la desigualdad económica. Más tarde, ya después de Hiroshima y Nagasaki, y como muchos otros científicos que habían estado bajo su dirección en Los Álamos, se convirtió en un activista contra la proliferación nuclear. Cuando los republicanos accedieron al Gobierno en 1953, los militares y estrategas que defendían el uso masivo de bombas atómicas se hicieron con un asiento en la Casa Blanca, y pronto dirigieron su punto de mira hacia Oppenheimer, el héroe científico de la guerra y la voz más incómoda que se obstinaba en alzarse contra su estrategia. Eso fue el final de su imagen pública y de su influencia intelectual. Zeus no perdona.

Los autores citan al novelista neoyorquino Edgar Doctorow, que escribió en 1986: “No nos hemos quitado la bomba de la cabeza desde 1945. Primero fue el armamento, después la diplomacia. Ahora es la economía. ¿Cómo podemos suponer que algo tan poderoso, tan monstruoso, no va a conformar después de cuarenta años nuestra identidad? El gran gólem que hemos construido contra nuestros enemigos es nuestra cultura, la cultura de la bomba: su lógica, su fe, su visión”. Una visión que no acaba de disiparse en nuestros días, y que acaso no lo haga nunca.

Los autores compilaron para este libro miles de documentos en archivos de medio mundo, estudiaron todos los escritos de Oppenheimer, hablaron con sus familiares, sus colegas, sus amigos, sus jefes militares y sus contactos políticos. También revisaron los miles de páginas que el FBI reunió sobre él a lo largo de un cuarto de siglo de vigilancia persistente y no siempre justificable. A falta de ver la película de Nolan, y mientras un nuevo Shakespeare no dedique una tragedia al padre de la bomba atómica, la biografía de Bird y Sherwin es lo mejor que tenemos para asomarnos a ese abismo inconcebible.

lunes, 28 de noviembre de 2022

LIBROS El último superviviente del amable poblado donde se creó la bomba atómica

Un libro y un documental recogen el testimonio del Nobel de Física Roy J. Glauber sobre su trabajo en el laboratorio de Los Álamos

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Nuevo México.
Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.


Los Álamos era un apacible poblado habitado por parejas jóvenes, abundantes niños, trabajadores con tiempo libre para disfrutar de la naturaleza circundante y del buen clima del estado de Nuevo México. Después de la jornada laboral se podían dar paseos, disfrutar de proyecciones de cine por 10 centavos, asistir a alguna conferencia o bailar en alguna fiesta. Las bebidas disponibles eran de baja graduación alcohólica, dado el carácter militar del recinto, pero alguno de los abundantes científicos fabricaban alcohol en secreto, porque la ciencia tiene múltiples aplicaciones. En el amable poblado de Los Álamos, a principios de los años cuarenta, estas jóvenes familias estaban trabajando en producir algunos horrores por venir y una potencia de destrucción que aún tiene en vilo al mundo. Estaban construyendo la bomba atómica. La primera de esas que todavía, y sobre todo hoy, siguen siendo una amenaza para la supervivencia de la Humanidad.

Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan. Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

La macrohistoria de la bomba es bien conocida: en 1938 los científicos alemanes Lise Meitner y Otto Hahn descubren la posibilidad de fisionar el átomo de uranio liberando grandes cantidades de energía, según había establecido Albert Einstein en la ecuación más célebre de la ciencia: E=mc². Ante el poderío de este proceso natural y sus posibilidades militares, el físico Leó Szilárd ve el futuro retorciéndose y convence a Einstein para que firme una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, urgiéndole a desarrollar el arma antes de que lo hagan los nazis. Roosevelt pone en marcha el ambicioso Proyecto Manhattan, cuyo epicentro es el laboratorio de Los Álamos. De ahí salieron Little Boy y Fat Man, las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki en 1945 y que cambiaron la historia para siempre. Desde entonces la civilización se puede destruir a sí misma con cierta facilidad. En eso estamos.

Lo que ahora podemos conocer con más detalle es la microhistoria de aquel lugar, en boca del físico estadounidense Roy J. Glauber (New York, 1925 - Massachussets, 2018), que fue el más joven de los participantes del área teórica del Proyecto Manhattan, y que ganó posteriormente, en 2005, el premio Nobel de Física por otras cosas: sus trabajos en el campo de la Óptica Cuántica, disciplina de la que se le considera pionero. Su testimonio se recoge en el libro La última voz (Ariel) y el documental That’s the Story (se puede ver en YouTube), ambos obra de María Teresa Soto-Sanfiel, doctora en Comunicación Audiovisual y profesora de la Universidad de Nacional de Singapur, y el físico José Ignacio Latorre, catedrático de la Universidad de Barcelona y director del Centre for Quantum Technologies de Singapur.

Todo empezó con unas copas. “Estábamos en un congreso en Benasque y me llevé a Glauber a tomar algo que no conociese, como los mojitos, porque a un premio Nobel siempre hay que tratarle bien”, bromea Latorre. Animado por el brebaje, Glauber comenzó a contar anécdotas que implicaban a grandes nombres de la Física del siglo XX. ¿Por qué les conocía? “Es que trabajé en el Proyecto Manhattan, a los 18 años”, dijo Glauber, que era, por tanto, uno de los últimos supervivientes de los que colaboraron en la fabricación de la bomba. A partir de esos mojitos, y a través de varios encuentros fortuitos (en Singapur, en el MIT de Massachusetts, etc), los autores fueron grabando el material. Curiosamente, cuando se disponían a ilustrar el documental, se desclasificaron los archivos del Proyecto Manhattan y consiguieron 17 horas de imágenes de la época, muchas de las cuales se muestran por primera vez al público. “En nuestros encuentros Glauber era muy minucioso con los detalles, de modo que nos dio una fotografía muy viva de aquellos tiempos”, explica Soto-Sanfiel, “es la vida en Los Álamos contada por un protagonista, y eso es algo inusual”.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.

Glauber describe en varias ocasiones Los Álamos como un lugar utópico (aunque en esa pequeña utopía científica se empezaran a generar algunas distopías que nos quitan el sueño desde entonces), y eso que también habla de su austeridad: era un lugar perdido de la mano de Dios, no se cobraba demasiado y tampoco había demasiado con qué llenar el tiempo más allá del trabajo. “Pero se encontraban elementos que a un joven como aquel le maravillaban”, dice Latorre, “al parecer la comida era muy buena (Glauber seguía siendo un gran comilón a sus 90 años), hacía buen tiempo y, sobre todo, estaba rodeado de los mejores cerebros de la época”.

En Los Álamos se concentró un poderío intelectual que deslumbraba al joven Glauber, que, destinado allí para hacer cálculos complejos, ni siquiera había terminado los estudios en Harvard. El de Robert Oppenheimer, director científico, que tenía una gran facilidad para entender la física y comunicarla (por ejemplo, al general Leslie Groves, responsable supremo del proyecto). Glauber le describe como un intelectual romántico, gran conocedor de los textos clásicos hinduistas (dominaba el sánscrito), que contrastaba con el típico pensamiento pragmático de los científicos estadounidenses. Cuando vio estallar la primera bomba, en el desierto de Nuevo México, se recitó estos versos del Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”. El director Christopher Nolan prepara una película sobre su figura, que se estrenará en 2023.

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

También Hans Bethe, responsable del área teórica del proyecto, al que Glauber describe como de gran inteligencia y comprensión con sus colaboradores; Enrico Fermi, capaz de hacer ingeniosos cálculos y aproximaciones para abordar los problemas; o el célebre Richard Feynman, todo un personaje capaz de pensar la física de otra manera y ser el centro de atención con sus eternas historias y anécdotas (como se muestra en su conocida biografía ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, que sirve de inspiración a estudiantes de todo el planeta). A Glauber, sin embargo, parece no convencerle del todo la figura de Feynman, al que considera un hombre demasiado centrado en seducir a los demás interpretando a su personaje estrambótico. “Glauber era un hombre serio, poco dado a los aspavientos, pero Feynman era todo lo contrario, alguien que brillaba”, dice Soto-Sanfiel, “así que le consideraba un poco fantasma, aunque le tenía gran respeto intelectual”.

Glauber presenció en primera persona el primer estallido de la bomba, la prueba Trinity, sucedida en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. No estaba invitado, por su condición de físico teórico, pero junto con unos colegas se apostó como espectador en una montaña cerca de Albuquerque, a unas 70 millas (algo más de 112 kilómetros) de la explosión. Cuando la bomba, de 20 kilotones, estalló, se quedaron aterrados. El primer hongo nuclear surgió contra el cielo nocturno y, en el lugar de la detonación, la arena del suelo se fundió formando una sustancia verde y brillante como el jade, que luego se bautizó como trinitita. Glauber describió el evento como algo “muy grande y siniestro”. Durante el mes siguiente nadie en el laboratorio quiso hablar de lo que había visto.

El relato del libro y el documental no se queda en la experiencia de Los Álamos, sino que también narra la posterior caída en desgracia de Oppenheimer, víctima de la caza de brujas y defenestrado por el físico Edward Teller (algo así como el malo de esta historia), que le acusó de comunista y que era partidario, contra el primero, y aún después de los horrores de Japón, de seguir desarrollando bombas de mayor potencia, como la de hidrógeno. Así se hizo.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.

Glauber falleció en diciembre de 2018, con el libro ya en fase de edición, de modo que no llegó a presenciar el inicio de la guerra de Ucrania, en la que Vladímir Putin ha vuelto a agitar los miedos nucleares que tanto inquietaron la segunda mitad del siglo XX, en la Guerra Fría. “Entonces no se hablaba casi del peligro nuclear y, como comprobamos al mostrar una primera versión del documental en diferentes centros de investigación, había cierto consenso en que la posibilidad de una destrucción total había mantenido una larga paz en Europa”, dice Latorre.

El físico neoyorquino nunca expresó arrepentimiento por participar en el Proyecto Manhattan, por varios motivos: entonces era un chaval sin ninguna importancia al que solo le requerían para hacer ciertos cálculos y, además, en aquel momento miles de jóvenes soldados morían “como moscas” en la guerra mientras que los nazis podían estar construyendo su propia bomba. “Eso sí”, agrega Soto-Sanfiel, “cuando se lanzaron las bombas en Japón, Glauber abandonó el proyecto y nunca quiso saber más de la carrera armamentística”.

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