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lunes, 22 de abril de 2024

"Oppenheimer": Joseph Rotblat, el único científico que abandonó el Proyecto Manhattan por motivos morales (y ganó el Nobel de la Paz)

 Joseph Rotblat en su biblioteca

"¿Una historia sobre el dilema ético de las armas nucleares que recauda US$1.000 millones?", bromeó el actor Robert Downey Jr. cuando ganó su Globo de Oro al mejor actor de reparto en la película "Oppenheimer".

Ciertamente, sobre el papel, la idea no debió haber sonado muy atractiva.

Sin embargo, la epopeya sobre el padre de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, no sólo ha sido la estrella en la temporada de galardones de la industria y llega a los premios Oscar con nominaciones en 13 categorías, sino también un éxito de taquilla.

La cerebral película de Christopher Nolan sobre un físico teórico torturado animó al público a acudir a los cines en masa para conocer más sobre ese crucial momento histórico y político.

Y, por supuesto, para saber más de la ciencia detrás de la bomba; después de todo el objetivo del Proyecto Manhattan que Oppenheimer dirigió fue fusionar los conocimientos y talento de las mentes científicas más brillantes de la época para producir un arma de destrucción masiva aprovechando el incomparable poder del átomo.

Varios de los muchos cientos de científicos asociados con el proyecto desfilan por la pantalla durante las tres horas que dura el filme, pero inevitablemente hay grandes ausencias.

Una de ellas es la de Joseph Rotblat, un físico que se distinguió por hacer lo que ningún otro de los renombrados científicos del Proyecto Manhattan hizo: abandonarlo por razones éticas.
Póster de la película Oppenheimer

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 "Oppenheimer" tiene lo que gusta en los premios Oscar: mérito artístico y éxito comercial.

Vida marcada por las guerras

Joseph Rotblat nació en Varsovia, Polonia, en el seno de una próspera familia judía.

Su infancia fue "idílica" hasta el gobierno decomisó los caballos del negocio de transporte de su padre cuando empezó la Primera Guerra Mundial, contó en conversación con la BBC en 1998.

"Casi de un día para el otro, pasó a la penuria absoluta".

La pobreza le quitó la comida, el calor, la salud y la posibilidad de estudiar.

"Dejó una marca indeleble en mí. Nunca volví a comer patatas, pues su sabor me trae recuerdos escalofriantes de ese entonces".

"Fue en ese entonces que empecé a pensar que la guerra no debía existir, y a creer que la ciencia y la tecnología eran la solución para prevenirla", recordó.

A pesar de no contar con educación secundaria formal, perseveró y logró un magistrado en ciencia de la Universidad Libre de Polonia en 1932, y un doctorado en física nuclear de la Universidad de Varsovia seis años después.

En 1938 aceptó una oferta para trabajar en la Universidad de Liverpool, en Reino Unido, con el premio Nobel James Chadwick, el físico que probó la existencia del neutrón.

Allá estaba cuando, en diciembre de 1938, la fisión, la base de la bomba atómica, fue inesperadamente descubierta en la Alemania nazi menos de un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial por los radioquímicos Otto Hahn y Fritz Strassmann. (olvidan a Lise Meitner)

En agosto de 1939, Rotblat volvió a Polonia para llevarse a su esposa a Inglaterra, pero ella no pudo viajar por problemas de salud.

Tuvo que irse, con el plan de que ella iría cuando mejorara.

No sabía que tomaría uno de los últimos trenes que salieron de Polonia antes que Alemania invadiera el 1 septiembre y estallara la guerra.

Tampoco sabía que nunca volvería a ver a su esposa, quien murió en el Holocausto, a pesar de sus esfuerzos por salvarla. A él, estar en Liverpool le salvó la vida.

"Todos mis colegas fueron exterminados en las cámaras de gas... la física polaca fue destruida".

Bomba

Bomba

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Trinity fue el nombre en clave de la primera detonación de un dispositivo nuclear, realizada por el ejército (Proyecto Manhattan) de Estados Unidos hace 75 años.

Sin propósito

Tras el descubrimiento de la fisión, como a muchos científicos, le había quedado claro que si bien ésta podía producir una gran cantidad de energía para generar calor y electricidad, una reacción desenfrenada podría crear una explosión de enorme fuerza... una bomba atómica.

"Nunca se me ocurrió que trabajaría para crear un arma, menos una de destrucción masiva", señaló.

Sin embargo, también como muchos otros científicos, lo hizo por miedo. 
Temía que otros científicos no fueran tan escrupulosos, particularmente los alemanes.

"Me pareció que la única manera de prevenir que Hitler usara la bomba contra nosotros era tener también la bomba y amenazar con usarla como represalia".

Era lo que después se conocería como el principio de destrucción mutua asegurada (o MAD, por sus siglas en inglés), estrechamente relacionado con la teoría de disuasión.

"Mi propósito era trabajar en la bomba para que esta no fuera usada por nadie".

Y estaba en el lugar indicado.

"Los primeros fundamentos científicos de la bomba se desarrollaron en Birmingham y en Liverpool, en el laboratorio de Chadwick".

Sabía, no obstante, que era imposible que Reino Unido la pudiera lograr durante la guerra, "pues la separación de isótopos requería una inversión de fondos que el país no podía permitirse".

Con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en 1941 y la posterior decisión de desarrollar la bomba atómica, pronto se encontró en el centro del Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México.

Sin embargo, apenas escuchó la confirmación, proporcionada por informes de inteligencia científica a finales de 1944, de que los científicos alemanes habían desestimado su programa de bomba atómica, decidió abandonarlo. 

"Mi propósito ya no era válido".

 Sospechoso de espionaje

Klaus Fuchs
 
Klaus Fuchs

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En Los Álamos, la CIA sospechó que había un espía, pero no era Rotblat sino el físico alemán Klaus Fuchs (en la imagen), quien le pasó información a la URSS durante y después de la guerra.

Cuando Chadwick le informó al jefe de inteligencia en Los Álamos de la renuncia de Rotblat, le mostraron un expediente con pruebas que aparentemente lo señalaban como espía.

Como había tomado lecciones de vuelo, creían que su plan era lanzarse en paracaídas sobre la Polonia ocupada por los soviéticos y entregarles los secretos de la bomba atómica.

Afortunadamente, el expediente podía ser fácilmente refutado, y se le permitió marcharse, pero bajo amenaza de arresto si revelaba sus motivos para irse o establecía contacto con sus colegas del Proyecto.

Mantuvo su silencio hasta que en agosto de 1945, estando de vuelta en Liverpool, se enteró del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

"Fue un shock terrible. Pero no fue sólo shock, sino temor por el futuro de la humanidad, porque yo sabía que la bomba atómica era apenas el primer paso, y que ya se estaba trabajando en un arma mil veces más poderosa: la bomba de hidrógeno".

"Sabía que apenas EE.UU. demostrara su enorme poderío militar, la URSS iba a tratar de tener su propia bomba, y eso dispararía la carrera armamentista".

En su mente retumbaba el eco de una conversación que escuchó en 1944 en Los Álamos, mucho antes de que la bomba fuera una realidad. 

 "El general Leslie Groves, quien comandaba todo el Proyecto Manhattan, en una conversación casual remarcó: 'Son conscientes, por supuesto, de que el propósito principal del proyecto es dominar a los rusos'. 

 "¡Yo pensando que estábamos en guerra con Hitler y los nazis! Los rusos eran nuestros aliados, miles estaban muriendo a diario... ¡y me dicen que todo el proyecto es contra ellos!... nunca lo olvidé". 

 La utopía 

Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

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Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

Lo ocurrido en Japón le obligó a cambiar su vida "por completo", le dijo Rotblat a la BBC.

"Cambié la dirección de mi trabajo de investigación y me dediqué a la física médica y a esforzarme para hacer que los científicos tomaran conciencia de los peligros que pueden resultar del desarrollo de la ciencia". Para él, era una cuestión de responsabilidad.

"Todos somos responsables de nuestros actos, pero eso se aplica particularmente a la ciencia, debido al papel dominante que desempeña en todos los ámbitos de la vida. Nos afecta a cada uno individualmente y determina el destino de las naciones. Por lo tanto, los científicos tienen que ser responsables.

"A menudo pueden prever con mucha más antelación que otros grupos de la sociedad cuáles podrían ser las consecuencias de su trabajo.

"No necesitamos hacer todo en la ciencia... Hay mucho que hacer sin cubrir ciertos campos que pueden ser perjudiciales".

Respecto a las armas de destrucción masiva, revaluó el argumento de la disuasión nuclear que había sido su justificación para colaborar en la creación de la bomba atómica.

Concluyó que el concepto era fundamentalmente erróneo.

"No funciona con personas irracionales, y hasta la gente razonable se comporta de forma irracional en la guerra, especialmente si se enfrenta a la derrota".

Sin embargo, las opiniones de alguien calificado de traidor por abandonar el Proyecto Manhattan no habrían hecho mella de no haber sido por su incansable labor de divulgación y la fundación de foros como la Asociación Británica de Científicos Atómicos (1946) o la Campaña por el Desarme Nuclear (1958).

Y, sobre todo, por su crucial contribución a la creación de la Conferencia Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales. 

 No hay victoria en una guerra nuclear 

Bertrand Russell leyendo el Manifiesto Russell-Einstein

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Bertrand Russell leyó ante la prensa en julio de 1955 el Manifiesto Russell-Einstein, que este último había firmado al final de su vida. 

 Había conocido al renombrado matemático y filósofo Bertrand Russell cuando ambos aparecieron en un programa de la BBC sobre la bomba de hidrógeno.

Russell quedó tan perturbado por lo que Rotblat dijo que, convencido de que eran los científicos quienes debían intentar prevenir la guerra nuclear, contactó a Albert Einstein para que lo apoyara, y redactó el famoso Manifiesto Einstein-Russell.

Rotblat presidió el lanzamiento del documento en 1955, firmado por Einstein dos días antes de su muerte, y por otros nueve científicos de fama mundial.

Afirmando que nadie salía victorioso de una guerra nuclear, planteaba una elección ineludible: "¿Acabaremos con la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra?" y les pedía que los científicos del mundo que se reunieran "para evaluar los peligros surgidos como resultado del desarrollo de armas de destrucción masiva".

Ese llamado a los científicos al diálogo constructivo fue respondido.

El industrial canadiense Cyrus Eaton, admirador de Russell y pacifista, ofreció los fondos necesarios para una conferencia internacional a cambio de que se celebrara en el pueblo de sus antepasados: Pugwash, ​​en Nueva Escocia.

A partir de 1957, aproximadamente una vez al año se celebraban conferencias, organizadas por Rotblat, quien fue secretario general de Pugwash y luego su presidente a nivel mundial.

Acudían hasta 100 participantes de la crema y nata de la ciencia internacional de ambos lados de la Cortina de Hierro.

Aunque no asistían como representantes de gobiernos, para poder hablar libre e informalmente, eran tan eminentes que influían en las decisiones políticas.

Paz, escrita en un farol
Paz, escrita en un farol

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Un mundo libre de guerra, afirmaba, no es una utopía.

En 1995, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado conjuntamente a Rotblat y a la Conferencia Pugwash "por sus esfuerzos para disminuir el papel desempeñado por las armas nucleares en la política internacional y, a largo plazo, eliminarlas".

En su discurso de aceptación, Rotblat dejó ver el alcance de su visión, compartida por Russell, Einstein y los otros signatarios del Manifiesto 40 años antes.

"Por el bien de la humanidad, debemos deshacernos de todas las armas nucleares", clamó, pero añadió que no era suficiente.

"Si bien eso eliminaría la amenaza inmediata, no brindará seguridad permanente.

"Las armas nucleares no se pueden desinventar. El conocimiento de cómo hacerlas no se puede borrar. Hasta en un mundo libre de armas nucleares, si alguna de las grandes potencias se involucrara en una confrontación militar, se sentiría tentada a reconstruir sus arsenales nucleares (...) El peligro de la catástrofe definitiva seguiría ahí.

"La única manera de evitarla es abolir la guerra por completo".

Admitió que eso "será visto por muchos como un sueño utópico."

"No es utópico. Ya existen en el mundo grandes regiones, por ejemplo la Unión Europea, en las que la guerra es inconcebible".

Y citó un pasaje del Manifiesto Russell-Einstein:

"Hacemos un llamado, como seres humanos, a los seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto. Si puedes hacerlo, el camino está abierto para un nuevo paraíso; si no, se alza ante nosotros el riesgo de la muerte universal".

"La búsqueda de un mundo libre de guerras tiene un propósito básico: la supervivencia", subrayó.

Y fantaseó con que "si en el proceso aprendemos cómo lograrlo mediante el amor en lugar del miedo, la bondad en lugar de la compulsión; combinando lo esencial con lo placentero, lo conveniente con lo benévolo, lo práctico con lo bello, esto será un incentivo extra para embarcarnos en esta gran tarea".

Una tarea "aparentemente utópica" que nos dejó para este siglo, como escribió en un artículo para Physics World. 

viernes, 27 de octubre de 2023

Oppenheimer y Japón

Visitors pay in front of the cenotaph dedicated to the victims of the atomic bombing at the Hiroshima Peace Memorial Park in Hiroshima

Acto de recuerdo en memoria de las víctimas de Hiroshima el pasado 6 de agosto, en el 78º aniversario del lanzamiento  

Las heridas que dejaron las dos bombas atómicas siguen abiertas en un país que siempre ocultó y marginó a las víctimas de la radiación, quienes recordaban un pasado que había empeño en olvidar a toda costa


Oppenheimer, la película de Christopher Nolan, se ha convertido en uno de los grandes éxitos cinematográficos del momento, una buena opción para las tardes de verano. La película es larga y exhaustiva si vamos con la expectativa de conocer una historia más, sin mayores pretensiones que evadirnos de la rutina cotidiana. En cambio, nos parecerá que no sobra ni el más mínimo detalle, e incluso se nos hará corta, si nos interesa en detalle la vida de este físico, considerado el padre de la bomba atómica; el contexto y circunstancias históricas y las consecuencias y repercusiones de su trabajo. A través del proceso de descrédito mediante juicio sumarísimo, amañado y sin pruebas, al que se vio sometido Oppenheimer, y que desembocó en su exilio académico, por su libertad de expresión contra el poder establecido y sus simpatías con el partido comunista, se puede constatar una vez más cómo se comportan incluso los colegas más próximos ante este tipo de situaciones: reminiscencias del experimento de Milgram.

Otro fenómeno, nada nuevo, que podemos observar en esta película es el sempiterno silencio y olvido que recae sobre las mujeres. Toda la película gira en torno a Oppenheimer, Albert Einstein (¿deberíamos hablar más de Mileva Maric y menos de Einstein?)y otros físicos varones, con una marcada mirada androcéntrica. La figura de Lise Meitner, científica que descubrió la fisión nuclear que hizo posible la creación de la bomba atómica; la de Elda Emma Anderson, primera persona en obtener una muestra pública de uranio, y las de otras científicas no aparecen y ni siquiera se las menciona. Seguimos sin rescatar a importantes mujeres de la ciencia y la cultura que pueden servir como referentes a futuras generaciones.

En el otro extremo del mundo, en Japón, hay una gran oposición a que la película llegue a las pantallas por considerarse irrespetuosa con las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Una actitud más que comprensible teniendo en cuenta que las heridas siguen abiertas y que no han pasado aún ni dos generaciones. Todos los 6 de agosto vemos en los medios de comunicación el respetuoso y sentido homenaje que Japón rinde en Hiroshima a sus víctimas, que hasta hace muy poco han seguido muriendo por las devastadoras consecuencias del bombardeo. Para conocer el horror de la bomba atómica de primera mano nada mejor que leer el testimonio de Pedro Arrupe (1907-1991), bilbaíno de nacimiento, Yo viví la bomba atómica. Considerado el héroe español de Hiroshima, estaba diciendo misa en esa ciudad en el mismo momento en que cayó la bomba, y allí siguió socorriendo a las víctimas, al pie de la destrucción, con muy pocos medios pero auxiliado por sus conocimientos como doctor en Medicina. En Japón, el fenómeno social y el consiguiente revuelo que ha causado esta película, junto con la taquillera Barbie, se ha denominado Barbenheimer.

Qué duda cabe de que ambas bombas causaron una de las mayores tragedias humanas de la historia, arrasando todo a su paso y devastando la vida y los sueños de millones de personas y de familias. También es cierto que siempre hay que ver más allá de la información cotidiana y profundizar en los hechos con el fin de esclarecerlos y arrojar luz para que no vuelvan a repetirse. Lo que no es tan conocido es el hecho de que Japón siempre ha ocultado y marginado —les negaron los cuidados más básicos y fueron tratados como apestados— a las víctimas (hibakusha) de la radiación, que quedaron muertos en vida con heridas y enfermedades crónicas, físicas y mentales; situación considerada como “paz negativa” por  el científico noruego Johan Galtung. A menudo se cancelan sibilinamente documentales sobre el tema o eventos u homenajes a estas víctimas. Recordaban un pasado que Japón se empeñaba en olvidar a toda costa, al menos a corto plazo, y eran incómodas para sus objetivos más inmediatos: resurgir de sus cenizas cual ave fénix y demostrar al mundo el milagro japonés que se llevó a cabo en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.

Y como en cada empresa titánica y descomunal que emprende el ser humano, siempre hay que pagar un precio, siempre se deja algo por el camino. Y el milagro japonés no fue una excepción. Millares de familias crecieron con un padre ausente que trabajaba de sol a sol y que vivía en la empresa; millares de trabajadores fallecieron por el colapso cerebral que acarrea trabajar a destajo sin descanso alguno y por un mal entendido amor a la patria. Esta enfermedad tiene un nombre en japonés: karoshi, literalmente, muerte por exceso de trabajo, algo quizá tan antiguo como la vida sobre la tierra y que nunca ha dejado de producirse. De hecho, la mayoría de las muertes en el actual Japón se producen por dicha causa o por el suicidio (80 personas al día) al que aboca semejante callejón sin salida.

Robert Oppenheimer también pagó su precio. El precio de expresar libre y públicamente sus opiniones y dilemas morales sobre las armas nucleares. El precio de la envidia al convertirse en el científico más famoso y recibir honores y cargos importantes tras la Segunda Guerra Mundial.

Elena Gallego Andrada es profesora del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía de Tokio y traductora.

https://elpais.com/opinion/2023-09-02/oppenheimer-y-japon.html

martes, 3 de octubre de 2023

La esquizofrenia, inteligencia, sangre y delicadeza de Robert Oppenheimer.

El responsable científico del ‘proyecto Manhattan’, que desarrolló la bomba atómica, fue una de las personas más singulares del siglo XX por su carácter enigmático y complejo y por las circunstancias que le tocó vivir. Christopher Nolan le dedica su nuevo filme.

Yugoslavia aún era un buen país en 1980 y sus escuelas de verano de física para postgraduados nos gustaban mucho a los jóvenes doctores. El Adriático se extendía ante John, Dora y yo. Aunque nuestros encuentros fueran esporádicos, quizás aquel fuera el tercero, siempre nos caímos bien. Había tres temas en nuestras conversaciones. La preferida de Dora era la situación política en España. La de John era mi trabajo sobre las reacciones entre núcleos pesados. La mía era, evitando en todo lo posible alusión delicada alguna, indagar sobre algunos intríngulis del proyecto Manhattan, de los que sabía que John era uno de los máximos expertos. Quizás alentados por nuestros segundos slivovicas, John se soltó un tanto ante la mirada perdida de Dora. Y al rato de escucharlo absorto hice la pregunta fatal: “¿Cómo era Robert Oppenheimer, John?”. Él apenas apagó su sempiterna sonrisa, pero Dora me miró seria, después sonrió, se levantó y me revolvió el pelo antes de marcharse diciéndome algo así como que era un charming Spanish baby boomer. Pedí excusas a John (Robert Huizenga) y me apenó perder la compañía de su joven esposa (25 años menor que él: otra baby boomer nacida tras la Segunda Guerra Mundial), Dorothy Koeze.

A partir de entonces empecé a indagar sobre el director científico de la primera bomba atómica. Leí mucho sobre él, pero lo que más me interesó fue el testimonio de algunos de sus colaboradores directos y, sobre todo, de los discípulos de aquellos que tenían mi edad más o menos. La mayor fuente de información la obtuve, como es lógico, a lo largo de los 18 años que colaboré con el Instituto Niels Bohr de Copenhague.
Este jueves se estrena la película dedicada a él, que promete ser la revelación cinematográfica de 2023. No me extrañaría que fuera así porque trata de una las personas más singulares del siglo XX por su carácter enigmático y complejo y las circunstancias que le tocó vivir.

Julius Robert Oppenheimer nació en Nueva York en 1904 en el seno de una familia rica de orígenes judíos y alemanes. Posiblemente, lo más notable de su adolescencia fue el diagnóstico que le hicieron por su carácter oscuro: demencia precoz, es decir, esquizofrenia. Siempre fue enormemente generoso a la vez que mezquino y arrogante; enclenque de salud precaria y agresivo hasta llegar al límite de dos intentos de homicidio; pacato de carácter, pero jinete temerario y navegante audaz; odiado e idolatrado; sexualmente confuso al que amaron mujeres de singular inteligencia y fuerte personalidad. Resalto solo esto último e invito a que se indague más sobre Charlotte Riefenstahl, Jean Tatlock y Katherine Puening. La primera lo dejó para casarse, dos veces, con Fritz Houtermans, físico nuclear al que los nazis detuvieron y torturaron acusado de espía soviético y los estalinistas hicieron lo propio acusado de espía nazi. Tatlock fue una comunista y psiquiatra de gran renombre, que acabó suicidándose. Kitty, con la que Oppenheimer tuvo hijos, había sido viuda de un brigadista internacional en España, comunista enardecido, acribillado en el Ebro. Robert siempre negó haber sido comunista, pero su hermano Frank lo fue y él mismo contribuyó decididamente con oratoria y dinero a defender la República española.

Robert Oppenheimer, al final de su vida, en los años sesenta.Robert Oppenheimer, al final de su vida, en los años sesenta.

Oppenheimer fue tan extraordinariamente inteligente que podía aprender idiomas extraños, como el neerlandés o el sánscrito, en meses y asimilar cualquier teoría física por compleja que fuera. Eso fue lo que hizo con la mecánica cuántica cuando sus padres le financiaron una larga estancia en Europa. Aquí conoció al patriarca de esa ciencia, el danés Niels Bohr. Al regreso a Estados Unidos se percató de que nadie en el país tenía noticia de aquella nueva ciencia física y de ambos acabaron diciendo que Bohr era dios y Oppie (Oppenheimer) su profeta en aquella tierra. Pero ahí estaba la esquizofrenia de nuevo. Entre los grandes físicos europeos se impuso el consenso de que las ideas de Oppenheimer eran todas interesantes y sus cálculos, todos incorrectos. Le fallaban las matemáticas y no podía pisar un laboratorio sin estropear algo. Lo primero lo fue arreglando, lo segundo ni lo intentó: llegó a ser un profesor desastroso y un venerado maestro de doctorandos.

Lo último que considero que caracterizó a Oppenheimer fue lo que le respondió a su amigo judío y gran físico Isidor Rabi al comentarle este que del cristianismo le desconcertaba su combinación de sangre y delicadeza: “Justo eso es lo que más me atrae”.

La fisión nuclear
En cuanto los alemanes Strassmann y Hahn sospecharon que habían encontrado fragmentos de un núcleo pesado y Frish y, particularmente, su tía Lise Meitner explicaron el mecanismo de esa fisión nuclear, se intuyó que estaban ante la posible liberación de una energía descomunal. Einstein y, sobre todo, el húngaro Leó Szilárd escribieron al presidente de los Estados Unidos, el progresista Franklin D. Roosevelt, para alertarlo de que los alemanes tenían toda la capacidad científica y tecnológica para desarrollar una bomba atómica que, sin duda, decidiría la victoria nazi en la guerra.

Estados Unidos hacía tiempo que se había impregnado de anticomunismo, por lo que se enfrentaba a un dilema con la guerra en Europa desencadenada. Si sus aliados naturales caían en manos del nazismo, su papel en el futuro quedaría desdibujado. Pero quien más ferozmente estaba luchando contra los nazis era la Unión Soviética, por lo que, tras el teatral por falso pacto entre Stalin y Hitler, los rusos se habían convertido en el mejor aliado de la Europa libre y de Estados Unidos. Si los nazis conseguían la bomba atómica, el futuro estaba decidido; pero si los soviéticos los arrollaban, ese futuro, aunque en el sentido opuesto, sería tan distante del espíritu estadounidense como el nazi.

Los primeros cálculos fueron estremecedores: aquello implicaría la tarea de decenas de miles de personas encabezadas por los mejores físicos e ingenieros del país, con una inversión escalofriante y con el Ejército detrás de toda esa organización. El proyecto se denominó Manhattan porque allí estaba la sede del regimiento de ingenieros. El jefe militar de aquella tremenda organización fue fácilmente decidido: el coronel Leslie Groves, que acababa de dirigir la construcción del mayor edificio en planta del mundo, el Pentágono.

El problema era quién dirigiría a los científicos. El dilema era inquietante: por inteligencia, capacidad de liderazgo entre científicos iguales y sobre todo superiores, versatilidad temática, conocimiento personal de los físicos alemanes sin duda implicados en la bomba nazi, y muchas otras características, el candidato ideal era Robert Oppenheimer. Por su tendencia declaradamente comunista, si había algún científico invalidado para el puesto de director científico del proyecto era él mismo. Y ahí intervino la arrolladora personalidad del ya general Groves. Si Oppenheimer era idóneo para dirigir el proyecto, de las posibles consecuencias de su ideología se responsabilizaba él. Uno de los comentarios que hizo Oppenheimer al aceptar, para mayor inquietud de los militares, fue que, si los españoles hubieran resistido un poco más, Franco y Hitler habrían compartido la misma tumba.

Aquella fue una de las mayores hazañas científicas de la historia de la humanidad llevada a cabo en tan solo dos años y medio, pero el resultado fue tan espantoso que se consideró que había supuesto el fin de la física, cuando no el de la ciencia. Los científicos e ingenieros decisivos en el proyecto se sublevaron al ver que el mediocre y artero Truman, sustituto por fallecimiento del inteligente Roosevelt, podía acceder al deseo de los militares y lanzar la bomba sobre población civil no solo desarmada sino derrotada. Alemania estaba destruida desde los cimientos, Hitler hacía meses que se había suicidado y Japón, tras ser arrasada con napalm, solo estaba discutiendo los términos de la rendición.
 
OppenheimerOppenheimer, con Albert Einstein en 1950.

Meses antes, los físicos habían propuesto firmemente invitar a Los Álamos, la sede central del proyecto, a científicos rusos y hacer que los resultados de la ciencia fueran, como había sido siempre, patrimonio de la humanidad. El secretismo solo llevaría a una carrera armamentística nuclear global. Del principal inspirador de esta postura, el consagrado Niels Bohr, se dice que fue amenazado por Winston Churchill al sugerir que aquella postura era “mortal”.

Pero estas son historias que sin duda la película de Christopher Nolan nos desvelará con todo rigor y dramatismo, así como reflejará la compleja personalidad de uno de los personajes más decisivos y turbadores del siglo XX.
Oppenheimer y el general Leslie R. Groves, en Alamogordo (Nuevo México), en septiembre de 1945.Oppenheimer y el general Leslie R. Groves, en Alamogordo (Nuevo México), en septiembre de 1945.

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Almogordo, Nuevo México. GETTY

A veces recuerdo el amable desplante de Dora Huizenga aquel atardecer en el Adriático, así como la infinidad de conversaciones que he tenido con otros físicos nucleares de mi generación baby boomer. Creo que todos, en particular los de carácter progresista, hemos llegado a la misma conclusión que nos atenazará hasta que nos extingamos: si nos hubiésemos enfrentado a la disyuntiva de unirnos o no al terrible proyecto Manhattan, habríamos aceptado participar en él.

Manuel Lozano Leyva es catedrático emérito de Física Atómica y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Su último libro es La hechicera, el gato y el demonio, de Zenón de Elea a Stephen Hawking: Los doce experimentos imaginados que cambiaron la historia (Debate, 2023)

miércoles, 8 de febrero de 2023

Lise Meitner, una de las científicas más brillantes del siglo XX que no fue reconocida.

Esta es la historia de la única mujer que da nombre a un elemento en la tabla periódica: el meitnerio.

Lise Meitner nació en Viena en 1878 en el seno de una familia judía de clase media-alta. Su padre fue un prestigioso abogado. Desde pequeña se interesó por las matemáticas y la física. En la Universidad de Viena fue alumna de Ludwig Boltzmann, uno de los físicos más brillantes de todos los tiempos. Intentó trabajar con Marie Curie en París, pero no fue aceptada. Para poder mantenerse, daba clases en un colegio por las mañanas e investigaba por las tardes. A pesar de que ya había desarrollado sus primeras investigaciones, no estaba a gusto en Viena y vio que allí no podía seguir su carrera como científica. Con la ayuda de sus padres, se estableció en Berlín. En 1907 acudió a la Universidad Humboldt para seguir clases con otro gran físico, Max Planck. En aquella época las universidades de Prusia no admitían mujeres, pero ella fue una excepción. Para seguir investigando, se dirigió al Instituto de Física Experimental, donde el científico Otto Hahn mostró interés en investigar con ella. Debido a su condición de mujer, no tenía derecho a contrato ni a sueldo, ni siquiera podía utilizar el cuarto de baño de la institución, teniendo que ir a un restaurante cercano, y estaba obligada a acceder al edificio por una puerta trasera, para respetar las convenciones de solo hombres.

En 1912, Otto Hahn recibe una invitación para trasladarse al Instituto Kaiser Wilhelm de Física, que acepta y sigue contando con Meitner, pero como asistente sin sueldo. Finalmente fue contratada en el puesto más bajo del escalafón de investigadora. En el periodo entre las dos guerras mundiales, Lise Meitner y Otto Hahn descubrieron un elemento químico nuevo al que llamaron protactinio. En la década de los treinta, siguiendo las leyes raciales de Núremberg, Lise fue desposeída de todos sus cargos académicos por tener ascendencia judía, aunque esto no le impidió seguir investigando en Alemania.

Llegó un momento en que la situación para Meitner se hizo insostenible en Alemania, por lo que tuvo que escapar en una huida de película. En el plan para no ser apresada por los nazis participaron algunos de los físicos más famosos de la historia como Niels Bohr o Dirk Coster, descubridor del elemento químico hafnio, que se hizo pasar por su esposo para que pudiera salir de Alemania y cruzar la frontera hasta Holanda y de allí, vía Copenhague, recalar en Suecia.

Esto ocurrió a la vez que sucedían algunos de los descubrimientos más trascendentes. En 1938, Otto Hahn y Fritz Strassmann habían descubierto que bombardeando con neutrones diferentes átomos se formaban isótopos de átomos diferentes, algo que no podían explicar. Meitner y Hahn describieron, en un artículo publicado en la revista Nature en 1939, que lo que estaban viendo era la evidencia de que se estaba produciendo la fisión nuclear por la que unos átomos inestables se dividen en un proceso en el cual se libera energía. La fisión nuclear es la base de todo el armamento atómico y también de la energía nuclear. El problema es que el artículo solo lo firmó Otto Hahn, alegando que las autoridades no iban a dejar que lo rubricara una autora judía. Y que Lise Meitner no firmara el artículo, a pesar de haber realizado ella la investigación, fue el argumento esgrimido por la Comisión Nobel cuando en 1944 le otorgó el Premio Nobel a Otto Hahn en solitario por el descubrimiento de la fisión atómica. La realidad es que la interpretación de los resultados fue obra de Lise Meitner, aunque se quedó sin el galardón.

La aportación de Lise Meitner a la humanidad no acaba aquí. En 1942, cuando estaba exiliada en Suecia, le ofrecieron un visado para Estados Unidos e incorporarse al Proyecto Manhattan que estaba desarrollando la bomba atómica. Un trabajo que le habría facilitado la vida por alejarse de Europa, pero se negó en rotundo porque dijo que no quería participar en la fabricación de ninguna bomba, ya que eso iba en contra de sus principios. Al final llegó a Estados Unidos en 1946, donde el presidente Harry S. Truman, responsable en última instancia del lanzamiento de la primera bomba atómica, la recibió con todos los honores y fue nombrada mujer del año. A Hollywood no se le pasó por alto la historia de su huida y le ofrecieron rodar una película contando su historia. Se negó también, aseguró que nada de lo que iban a contar tenía sentido.

Reconocimiento póstumo
— La historia de Lise Meitner encierra una de las mayores injusticias cometidas por los premios Nobel. Fue nominada en numerosas ocasiones, pero nunca lo obtuvo. Como desagravio, fue invitada a participar en 1962 en la reunión de premios Nobel de Lindau. En 1997, años después de su fallecimiento el 27 de octubre de 1968, recibió uno de los mayores honores a los que puede aspirar un científico. El elemento químico 109 lleva su nombre. Dado que el número 96 —el curio— fue llamado así en honor de Pierre y Marie Curie, pero utilizando el apellido del marido, el meitnerio se convirtió en el único elemento de la tabla periódica bautizado con un nombre de mujer.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

lunes, 28 de noviembre de 2022

LIBROS El último superviviente del amable poblado donde se creó la bomba atómica

Un libro y un documental recogen el testimonio del Nobel de Física Roy J. Glauber sobre su trabajo en el laboratorio de Los Álamos

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Nuevo México.
Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.


Los Álamos era un apacible poblado habitado por parejas jóvenes, abundantes niños, trabajadores con tiempo libre para disfrutar de la naturaleza circundante y del buen clima del estado de Nuevo México. Después de la jornada laboral se podían dar paseos, disfrutar de proyecciones de cine por 10 centavos, asistir a alguna conferencia o bailar en alguna fiesta. Las bebidas disponibles eran de baja graduación alcohólica, dado el carácter militar del recinto, pero alguno de los abundantes científicos fabricaban alcohol en secreto, porque la ciencia tiene múltiples aplicaciones. En el amable poblado de Los Álamos, a principios de los años cuarenta, estas jóvenes familias estaban trabajando en producir algunos horrores por venir y una potencia de destrucción que aún tiene en vilo al mundo. Estaban construyendo la bomba atómica. La primera de esas que todavía, y sobre todo hoy, siguen siendo una amenaza para la supervivencia de la Humanidad.

Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan. Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

La macrohistoria de la bomba es bien conocida: en 1938 los científicos alemanes Lise Meitner y Otto Hahn descubren la posibilidad de fisionar el átomo de uranio liberando grandes cantidades de energía, según había establecido Albert Einstein en la ecuación más célebre de la ciencia: E=mc². Ante el poderío de este proceso natural y sus posibilidades militares, el físico Leó Szilárd ve el futuro retorciéndose y convence a Einstein para que firme una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, urgiéndole a desarrollar el arma antes de que lo hagan los nazis. Roosevelt pone en marcha el ambicioso Proyecto Manhattan, cuyo epicentro es el laboratorio de Los Álamos. De ahí salieron Little Boy y Fat Man, las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki en 1945 y que cambiaron la historia para siempre. Desde entonces la civilización se puede destruir a sí misma con cierta facilidad. En eso estamos.

Lo que ahora podemos conocer con más detalle es la microhistoria de aquel lugar, en boca del físico estadounidense Roy J. Glauber (New York, 1925 - Massachussets, 2018), que fue el más joven de los participantes del área teórica del Proyecto Manhattan, y que ganó posteriormente, en 2005, el premio Nobel de Física por otras cosas: sus trabajos en el campo de la Óptica Cuántica, disciplina de la que se le considera pionero. Su testimonio se recoge en el libro La última voz (Ariel) y el documental That’s the Story (se puede ver en YouTube), ambos obra de María Teresa Soto-Sanfiel, doctora en Comunicación Audiovisual y profesora de la Universidad de Nacional de Singapur, y el físico José Ignacio Latorre, catedrático de la Universidad de Barcelona y director del Centre for Quantum Technologies de Singapur.

Todo empezó con unas copas. “Estábamos en un congreso en Benasque y me llevé a Glauber a tomar algo que no conociese, como los mojitos, porque a un premio Nobel siempre hay que tratarle bien”, bromea Latorre. Animado por el brebaje, Glauber comenzó a contar anécdotas que implicaban a grandes nombres de la Física del siglo XX. ¿Por qué les conocía? “Es que trabajé en el Proyecto Manhattan, a los 18 años”, dijo Glauber, que era, por tanto, uno de los últimos supervivientes de los que colaboraron en la fabricación de la bomba. A partir de esos mojitos, y a través de varios encuentros fortuitos (en Singapur, en el MIT de Massachusetts, etc), los autores fueron grabando el material. Curiosamente, cuando se disponían a ilustrar el documental, se desclasificaron los archivos del Proyecto Manhattan y consiguieron 17 horas de imágenes de la época, muchas de las cuales se muestran por primera vez al público. “En nuestros encuentros Glauber era muy minucioso con los detalles, de modo que nos dio una fotografía muy viva de aquellos tiempos”, explica Soto-Sanfiel, “es la vida en Los Álamos contada por un protagonista, y eso es algo inusual”.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.

Glauber describe en varias ocasiones Los Álamos como un lugar utópico (aunque en esa pequeña utopía científica se empezaran a generar algunas distopías que nos quitan el sueño desde entonces), y eso que también habla de su austeridad: era un lugar perdido de la mano de Dios, no se cobraba demasiado y tampoco había demasiado con qué llenar el tiempo más allá del trabajo. “Pero se encontraban elementos que a un joven como aquel le maravillaban”, dice Latorre, “al parecer la comida era muy buena (Glauber seguía siendo un gran comilón a sus 90 años), hacía buen tiempo y, sobre todo, estaba rodeado de los mejores cerebros de la época”.

En Los Álamos se concentró un poderío intelectual que deslumbraba al joven Glauber, que, destinado allí para hacer cálculos complejos, ni siquiera había terminado los estudios en Harvard. El de Robert Oppenheimer, director científico, que tenía una gran facilidad para entender la física y comunicarla (por ejemplo, al general Leslie Groves, responsable supremo del proyecto). Glauber le describe como un intelectual romántico, gran conocedor de los textos clásicos hinduistas (dominaba el sánscrito), que contrastaba con el típico pensamiento pragmático de los científicos estadounidenses. Cuando vio estallar la primera bomba, en el desierto de Nuevo México, se recitó estos versos del Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”. El director Christopher Nolan prepara una película sobre su figura, que se estrenará en 2023.

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

También Hans Bethe, responsable del área teórica del proyecto, al que Glauber describe como de gran inteligencia y comprensión con sus colaboradores; Enrico Fermi, capaz de hacer ingeniosos cálculos y aproximaciones para abordar los problemas; o el célebre Richard Feynman, todo un personaje capaz de pensar la física de otra manera y ser el centro de atención con sus eternas historias y anécdotas (como se muestra en su conocida biografía ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, que sirve de inspiración a estudiantes de todo el planeta). A Glauber, sin embargo, parece no convencerle del todo la figura de Feynman, al que considera un hombre demasiado centrado en seducir a los demás interpretando a su personaje estrambótico. “Glauber era un hombre serio, poco dado a los aspavientos, pero Feynman era todo lo contrario, alguien que brillaba”, dice Soto-Sanfiel, “así que le consideraba un poco fantasma, aunque le tenía gran respeto intelectual”.

Glauber presenció en primera persona el primer estallido de la bomba, la prueba Trinity, sucedida en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. No estaba invitado, por su condición de físico teórico, pero junto con unos colegas se apostó como espectador en una montaña cerca de Albuquerque, a unas 70 millas (algo más de 112 kilómetros) de la explosión. Cuando la bomba, de 20 kilotones, estalló, se quedaron aterrados. El primer hongo nuclear surgió contra el cielo nocturno y, en el lugar de la detonación, la arena del suelo se fundió formando una sustancia verde y brillante como el jade, que luego se bautizó como trinitita. Glauber describió el evento como algo “muy grande y siniestro”. Durante el mes siguiente nadie en el laboratorio quiso hablar de lo que había visto.

El relato del libro y el documental no se queda en la experiencia de Los Álamos, sino que también narra la posterior caída en desgracia de Oppenheimer, víctima de la caza de brujas y defenestrado por el físico Edward Teller (algo así como el malo de esta historia), que le acusó de comunista y que era partidario, contra el primero, y aún después de los horrores de Japón, de seguir desarrollando bombas de mayor potencia, como la de hidrógeno. Así se hizo.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.

Glauber falleció en diciembre de 2018, con el libro ya en fase de edición, de modo que no llegó a presenciar el inicio de la guerra de Ucrania, en la que Vladímir Putin ha vuelto a agitar los miedos nucleares que tanto inquietaron la segunda mitad del siglo XX, en la Guerra Fría. “Entonces no se hablaba casi del peligro nuclear y, como comprobamos al mostrar una primera versión del documental en diferentes centros de investigación, había cierto consenso en que la posibilidad de una destrucción total había mantenido una larga paz en Europa”, dice Latorre.

El físico neoyorquino nunca expresó arrepentimiento por participar en el Proyecto Manhattan, por varios motivos: entonces era un chaval sin ninguna importancia al que solo le requerían para hacer ciertos cálculos y, además, en aquel momento miles de jóvenes soldados morían “como moscas” en la guerra mientras que los nazis podían estar construyendo su propia bomba. “Eso sí”, agrega Soto-Sanfiel, “cuando se lanzaron las bombas en Japón, Glauber abandonó el proyecto y nunca quiso saber más de la carrera armamentística”.

https://elpais.com/cultura/2022-11-07/el-ultimo-superviviente-del-amable-poblado-donde-se-creo-la-bomba-atomica.html

domingo, 25 de octubre de 2020

Por qué Einstein no ganó el Nobel con la teoría de la relatividad y otras sorprendentes revelaciones del secreto mundo de estos prestigiosos premios

Eran las 5 de la mañana y el silencio de la habitación donde Donna Strickland estaba profundamente dormida fue bruscamente interrumpido por el timbre del teléfono.
"Piensas que tal vez le ocurrió algo malo a uno de tus hijos o algo así".
Al contestar, una voz le dijo: "Por favor, permanezca en la línea para recibir una llamada muy importante desde Suecia".
"Recuerdo que agarré a mi esposo diciendo: '¡Dios mío. Son las 5:00 de la mañana. Es el 2 de octubre. Es una llamada de Suecia. Tiene que ser el premio Nobel!'".
Pero lo único que escuchó fue silencio. Esperó… y esperó…
"Finalmente, después de 15 minutos, revisé mi correo electrónico y decía, "Por favor llámenos, estamos tratando de comunicarnos con usted" y el email venía de la Real Academia Sueca de Ciencias. Así que llamé y me enteré de que sí, me había ganado el premio Nobel".

Fue por un trabajo pionero sobre pulsos láser ultracortos de alta intensidad realizado por Strickland y sus colegas del Departamento de Física de la Universidad Rochester del estado de Nueva York, que se utilizaría en cirugía ocular correctiva.

Recibió el Premio Nobel de Física de 2018, que viene con un cheque por 9 millones de coronas suecas (US$1 millón) y una semana de las festividades más grandiosas de Estocolmo, que incluyen cenas muy elegantes.
"¡Estuve sentada entre un príncipe y un rey!".
Pero más allá del glamur y la ostentación de la ceremonia de premiación, ¿cómo se otorga el premio? ¿Quién decide quién es digno y quién no? ¿Es justo y transparente? ¿Tiene sentido? Y, al fin y al cabo, ¿qué ha hecho el Premio Nobel por el mundo?

El premio
Recordemos que el Premio Nobel fue establecido a principios del siglo XX de acuerdo con la voluntad de Alfred Nobel, un industrial sueco e inventor de la dinamita.
Hay cinco premios que honran a quienes trabajan en física, química, medicina, literatura y paz y que se considera que han otorgado "el mayor beneficio a la humanidad".

En 1968 se añadió un premio de economía.
Las intenciones de Nobel eran nobles pero las de quienes escogen a los galardonados no siempre los son.
Opiniones aparte, el Premio Nobel es realmente importante. En la mente de muchos, es el non plus ultra de los premios; no puede haber mayor elogio.
Como dice la historiadora de la ciencia, Ruth Lewin Sime, "un científico será recordado para siempre si está en esa lista de premios Nobel".
"Una de las cosas que hace el Nobel es que confiere una especie de inmortalidad. Es lo primero que se menciona una vez recibido el premio. Esa es la naturaleza, el aura que rodea a los Premios Nobel", explica.
La otra cara de la moneda es que su aura es tan poderosa que puede eclipsar a quienes no lo ganan.
"A medida que avanza la historia, cuando están en las sombras, gradualmente desaparecen, se vuelven invisibles". Por eso es realmente importante que el Premio Nobel honre a la mejor ciencia y a los mejores científicos. ¿Pero es así?

Secreto
Durante años, la lista de personas nominadas para el premio fue de alto secreto. Solo se revelaba quién era el ganador.
Pero las reglas se relajaron. Un poco. Las nominaciones ahora se hacen públicas, después de 50 años.
No arroja mucha luz sobre decisiones recientes, pero le ha permitido a historiadores como Sime profundizar en el pasado.
Y desde que examinó los archivos, ha estado en una especie de misión de rescate para destacar el trabajo de una científica notable que el Premio Nobel rechazó: Lise Meitner.

Lise Meitner, la única mujer que tiene un elemento en la tabla periódica en su honor: el meitnerio.

A él, no a ella.
Lise Meitner nació en 1878 en Viena.
En su época, Meitner era reconocida como una gran científica por sus pares, pero la historia estaba a punto de olvidarla.
"La suya fue una generación de mujeres a las que esencialmente se les prohibió estudiar y ser profesionales. Sin embargo, llegó a la universidad y su carrera la llevó a Berlín", señala Sime.
"Era jefa de una sección en el Instituto de Química Kaiser Wilhelm. Era una científica muy destacada cuando había muy, muy pocas como ella".
Meitner trabajó en estrecha colaboración con un talentoso químico Otto Hahn y, en la década de 1930, el par se incursionó en un campo completamente nuevo de la ciencia: la física atómica.
Se sumergieron en una intensa investigación del uranio, mientras el mundo a su alrededor se oscurecía.
"Los nazis se apoderaron de Alemania y, en 1938, al igual que un gran número de judíos y otros perseguidos, Meitner se vio obligada a huir. Dejó todo atrás: su trabajo, sus ingresos, sus amigos".

Tuvo que empezar de nuevo, en Suecia, a los casi 60 años de edad. Otros se habrían rendido, pero Meitner continuó su trabajo, junto con su sobrino, Otto R. Frisch, otro físico, y escribiéndole a Hahn a diario.

Después de solo unos meses, el equipo hizo un descubrimiento. Uno grande.
La combinación de los conocimientos de Meitner (izq.) en física con los de Hahn (y Fritz Strassmann) en química hizo de la suya una asociación muy productiva. 
"El uranio se había dividido en dos y había liberado una enorme cantidad de energía".
Habían descubierto lo que llamaron "fisión nuclear" y, por extensión, la energía nuclear.

La enormidad del hallazgo se hizo evidente pocos años después, cuando la fisión nuclear provocó efectivamente el final de la Segunda Guerra Mundial, con el lanzamiento de las primeras bombas atómicas.

Ese año, 1945, el Premio Nobel de Química fue otorgado a Otto Hahn y... no a Lise Meitner.

¿Por qué no?
Razones personales
El responsable, dice Sime, tiene nombre.
"Para mí, para los historiadores que han estudiado esto y para los colegas de Meitner dentro y fuera de Suecia, la principal razón fue Manne Siegbahn".
Siegbahn había ganado el Premio Nobel de Física en 1925 por su trabajo sobre rayos X y era director del Departamento de Física del Instituto Nobel de la Real Academia Sueca de Ciencias, donde Meitner tenía una oficina. En el sótano, con acceso limitado a los laboratorios.
"No se llevaban bien", afirma Sime.
Siegbahn sencillamente odiaba a Meitner, y tenía suficiente influencia en el comité como para impedir que le dieran el premio Nobel.

"En Suecia, el prestigio de alguien galardonado con el Nobel es tremendo. Consigue una buena posición, financiación para su investigación, puede estar en un comité del Nobel, etc. Y Siegbahn de ninguna manera quería eso para Meitner, así que la boicoteó.
"Como el físico más influyente de Suecia, era uno de los cinco miembros del Comité que toma las decisiones del Nobel. Otros dos eran sus exalumnos. Con el comité dominado por Siegbahn, ella no tenía ninguna posibilidad".

Lise Meitner logró la fama en vida... o tal vez la infamia: se la conoció como "la Madre de la Bomba Atómica", un apodo que odiaba. Sin duda, hubiera preferido un Premio Nobel. Y recibió 48 nominaciones para que se lo dieran de otros científicos durante varias décadas. Fue en vano.
Pero su caso no es de lejos la única rareza en la historia del Premio Nobel.

¿Inmune a prejuicios?
"¿Errores del Nobel?… hay varios", dice el profesor Brian Keating, cosmólogo de la Universidad de California en San Diego, y subraya una de las victorias que pronto se hundieron en la obsolescencia.

"Gustaf Dalen, quien ganó el premio 1912 por propiedades de faros y boyas".
La tecnología de los faros y las boyas era crucial pero...
Descubrir cómo hacer que las luces de gas de los faros y las boyas se encendieran y apagaran era importante cuando se perdían muchas vidas en el mar. Pero... se vuelve insignificante cuando se considera qué más estaba sucediendo en ese momento.
"Se lo dieron siete años después del año milagroso de Einstein, cuando descubrió la teoría de la relatividad".

Uno de los mayores avances científicos del siglo XX, que transformó nuestra comprensión del Universo, la teoría de la relatividad no le valió a Albert Einstein el Premio Nobel.

¿Por qué diablos no?
"Sin duda alguna, hubo prejuicios en contra de él y su teoría", declara Robert Mark Friedman, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Oslo, Noruega.
"Era judío y socialista… era internacionalista y pacifista".

Friedman se ha adentrado en los archivos del Nobel para tratar de entender la decisión y dice que simplemente es imposible, que Einstein no recibió una evaluación justa e imparcial, a pesar de que muchos físicos internacionales destacados nominaron a Einstein por la teoría de la relatividad.
"Reiteraban que era el trabajo más importante en física desde Isaac Newton, comparaban a Einstein con Copérnico, insistían en que era incuestionablemente lo más significativo en física en años y por lo tanto debía ser considerado para un premio".

Pero la opinión de los miembros del comité del Premio Nobel era muy diferente.
La comunidad científica reconocía la brillantez del trabajo de Einstein, pero la academia de los Nobel, no.
"Las evaluaciones de la relatividad especial y general están escritas desde la perspectiva de que Einstein tenía que estar equivocado".
A pesar de la creciente celebridad de Einstein, los miembros del comité se mantuvieron firmes.
"Lo que dijeron en público fue que en última instancia la relatividad no era física. Trataba de tiempo y espacio, por lo tanto era metafísica. Y la metafísica es filosofía y la filosofía no es física. Entonces, ¿cómo podían darle un premio de física?".

Finalmente, Albert Einstein recibió el Premio Nobel de Física en 1921, no por su mayor descubrimiento, sino por un menos conocido efecto fotoeléctrico.

En décadas más recientes, el Premio Nobel ha sido criticado no tanto por a quién excluye, sino a quién incluye.

Paz a los hombres de buena voluntad.
Alfred Nobel escribió en su testamento que uno de los premios a su nombre debería reservarse para la persona que más había hecho por "la fraternidad entre naciones, por la abolición o reducción de los ejércitos permanentes, así como por la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año anterior".
"Quería que los ganadores fueran defensores de la paz, tuvieran el coraje para luchar por lo correcto", dice la escritora noruega Unni Turretini.

Es probablemente el Premio Nobel más conocido, quizás un reflejo de los grandes laureados.

A veces aciertan.
"Martin Luther King Junior, la Madre Teresa, Desmond Tutu, el 14º Dalai Lama, Mijáil Gorbachov…".

La lista de los grandes sigue y sigue.

"A veces lo hacen bien y seleccionan ganadores dignos".
Pero no siempre…
En 1973, el presidente de Estados Unidos era Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger y el negociador principal de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, recibieron el premio de la Paz por sus esfuerzos conjuntos para negociar un alto el fuego durante la guerra de Vietnam.
El problema era que no existía tal alto el fuego.
"Incluso después del anuncio del premio en octubre, EE.UU. bombardeó Camboya y el norte de Vietnam. Así que Kissinger claramente no era un defensor de la paz según los valores e intenciones de Alfred Nobel", recuerda Turretini.

Dos miembros del comité dimitieron en protesta y Le Duc Tho se negó a aceptar el premio.

¿Qué estaba pasando?
A diferencia de los otros Premios Nobel, el de la Paz se decide en Noruega, que en el momento de la muerte de Alfred Nobel estaba en unión con Suecia. En aquel entonces, como hoy, Noruega tenía reputación de defender la paz internacional.
Pero Turretini dice que otros motivos impulsaron la elección de Kissinger.
"Fue durante la Guerra Fría y los expertos piensan que debido a su vecindad geográfica con Rusia, Noruega estaba tratando de complacer y reforzar la alianza con EE.UU.".

Entonces, ¿quién exactamente toma esas decisiones?
Cinco noruegos, generalmente políticos activos o retirados.
Hasta algunas personas que forman parte de otros comités del Premio Nobel, como el virólogo sueco Erling Norrby, tienen sus dudas sobre el Premio de la Paz.
"El premio de la Paz es probablemente la parte más débil del testamento porque toda la responsabilidad recae en el comité", señala Norrby.
"No tienen a nadie a quien referirse. Y por lo tanto, ha habido altibajos, algunos difíciles de explicar: ¿cómo puedes darle un Premio Nobel a Barack Obama cuando apenas llevaba cuatro semanas como presidente?".

Estoy al principio, no al final, de mi trabajo en el escenario mundial. Comparados con algunos de los gigantes de la historia que han recibido el premio (…) mis logros son escasos" Barack Obama, Oslo, 2009. Expresidente de EE.UU.
"Realmente estaban enviando un mensaje. El gobierno noruego y el comité del Nobel habían demostrado en varias ocasiones su descontento con las políticas y acciones del gobierno de Bush; el premio para Obama decía: 'este es el tipo de presidente que queremos de EE.UU.'", según Turretini.

Para ella, el Premio Nobel de la Paz se ha vuelto demasiado prestigioso y los cinco miembros del comité noruego dictan sus propias leyes.

"Creen que pueden tomar las decisiones que quieran y, como el proceso de selección, sus discusiones y notas son secretos por 50 años, sienten que no tienen que justificar nada".

En todo caso, no se puede negar que una gran cantidad de Premios Nobel, en todos los campos, no solo en la Paz, recaen en ganadores dignos... El premio no se ha vuelto tan grande por nada.

Pero ¿cómo se decide quién gana?
Entremos a la sala donde se toman las decisiones, de la mano de algunos de los que las han tomado.

Entre bastidores
"Hay muchas emociones y subjetividad y lucha por tu candidato", revela el virólogo Norrby, quien pasó años sirviendo en el comité del Premio Nobel de Medicina.

"Tienes que ser todo un estratega y tal vez incluso muy político, porque hay una sala llena de gente a la que le tienes que vender tu candidato favorito".

Por tanto, para ganar el Premio Nobel es fundamental contar con seguidores en el comité, como demostró el caso de Meitner e incluso de Einstein.

Además, subraya Norrby, "ciertos miembros tienen mucha más influencia que otros".

Pero ¿quiénes son esos grandes personajes que participan en esas peleas intelectuales en los comités de ciencia del Premio Nobel?

El ayuntamiento de Estocolmo es símbolo de la capital de Suecia y sede del banquete del premio Nobel.

Número uno, la mayoría de ellos son suecos. Eso es porque el testamento de Alfred Nobel especificó que los miembros del comité deben provenir de una de las dos instituciones suecas eminentes: la Real Academia Sueca de Ciencias o el Instituto de Medicina Karolinska.

"Eso tiene la ventaja de que estamos en un rincón remoto del mundo, así que no estamos tan expuestos al cabildeo y la presión intensos que puede haber", señala Goran Hansson, secretario general de la Real Academia Sueca de Ciencias.

Pero lo que para unos es una virtud, para otros es un vicio. Hay quienes piensan que por su lejanía, los suecos no están en condiciones de juzgar lo que está pasando en este enorme planeta.

"Si nos fijamos en los premios que se han otorgado a lo largo de estos 120 años, es notable lo bien que se han recibido las decisiones", responde Hansson.

No siempre.
Palabras más, palabras menos
En 2016, Bob Dylan se convirtió en el primer cantautor en ganar el Premio Nobel de Literatura, para el asombro de muchos.
Sin embargo, de alguna manera no fue una elección tan inusual. El secretario permanente de la Academia Sueca, que otorga el Premio Nobel, dijo que el cantautor había sido elegido porque es "un gran poeta de tradición angloparlante"… como lo han sido muchos de los premios de literatura.

De los 116 galardonados con Literatura, más de 100 han escrito en inglés y otros idiomas europeos, dejando a varias partes del mundo desamparadas.

"Hay al menos 22 estados nacionales árabes reconocidos, cada uno con su propio tipo de escritores para los que su idioma de expresión es el árabe", apunta Wen-Chin Ouyang, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres.

Sin embargo, solo un autor que escribe en árabe ha logrado ganar el Premio Nobel: el egipcio Naguib Mahfouz laureado en 1988.

Naguib Mahfouz es el único autor de habla árabe que ha sido honrado con el Nobel de Literatura.

El comité dijo que sus 30 novelas y más de 350 cuentos sobre el amor, la sociedad y el paso del tiempo conforman "un arte narrativo árabe que se aplica a toda la humanidad".

El premio fue muy significativo pues "se reconoció que la literatura árabe es una literatura de clase mundial, y eso es importante: tiene efectos positivos para el resto del mundo", según Ouyang.

Pero ¿por qué tardó tanto un escritor árabe en ganar y por qué no ha habido otro más desde entonces?

Considera quién juzga el premio: 18 miembros vitalicios de la Academia Sueca. Escritores, lingüistas e historiadores escandinavos que en su mayoría necesitarán leer literatura árabe traducida... y eso es un problema.

"Algunas de las traducciones pueden ser académicamente precisas o correctas, pero no dan la sensación de belleza o fluidez del idioma original, y la mayoría de las traducciones son de calidad desigual", explica Ouyang.

Mahfouz tuvo la suerte de estar bien traducido, a diferencia de muchos otros.

Otros expertos que consultamos aseguraron que se están haciendo esfuerzos para ampliar el espectro del premio de literatura, pero el problema de las traducciones de mala calidad es difícil de superar.

Y la literatura no es la única área donde las barreras sistémicas e institucionales limitan el alcance internacional del Premio Nobel.

La élite
"El 90% de los premios han sido para Europa Occidental o América del Norte", subraya Winston Morgan, quien ha investigado la diversidad entre los ganadores del Nobel.

La Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos es la número 1 en la lista de laureados con el Premio Nobel.

"El Nobel es el premio máximo para un científico, pero más allá de lo brillante que sea, si no tiene el entorno y los recursos adecuados, no va a suceder".

Y eso, dice, significa que "tiene que estar en Norteamérica o Europa Occidental: si no nació allí, tiene que ir".

Los Premios Nobel se agrupan en algunas de las instituciones del mundo.

Caltech, o el Instituto de Tecnología de California, cuenta con 74 galardonados. Y, sin embargo, solo ocupa el 8º lugar en la lista de instituciones que han obtenido el Nobel.

El número uno, con 160 galardonados es Harvard.

El top 20 está dominado por instituciones estadounidenses, con algunas europeas en la mezcla.

Goran Hansson, de la Real Academia Sueca de Ciencias, el organismo que otorga el Premio Nobel de Física, Química y el Premio Riksbank de Economía, reconoce el problema y dice que los comités intentan mitigarlo enviando invitaciones para nominaciones a todas partes.

"Nos aseguramos de incluir en la lista universidades de África, Asia y América del Sur para no tener un sesgo geográfico. Pero lo que recibimos de ellas es otra cosa.

"Los profesores de las que ustedes llaman universidades de élite se ocupan de nominar más candidatos que los de otras instituciones.

"Eso es algo que nosotros no podemos controlar".

Sólo se considera a quienes son postulados, así que no toda la responsabilidad recae sobre quienes se sientan en salones como éste, donde el Comité Noruego del Nobel selecciona al ganador del premio de la Paz.

Esas universidades de élite de Estados Unidos y Europa Occidental se benefician de algo más: una especie de círculo virtuoso de financiación. Si cuentan con los recursos necesarios, puede permitirse realizar investigaciones que ganen premios, lo que atrae más dinero, lo que le permite realizar más investigaciones que ganen premios...

Entonces, ingresar a estas instituciones es absolutamente clave. Y eso es más difícil para unos que para otros.

Similar al mundo que juzga
Las estadísticas muestran la realidad de las cosas.

"En EE.UU. el 10% de la población es afroestadounidense, así que se esperaría que el mismo porcentaje, o al menos la mitad, de los más de 380 ganadores fueran negros -dice Morgan-. Pero solo han sido unos cuatro, tres de ellos de paz y uno de literatura".
Y ninguno en ciencia.

"Entonces, estar en Estados Unidos, no es suficiente".

Los críticos señalan que la falta de diversidad entre los ganadores del Premio Nobel también podría deberse a la falta de diversidad entre los jueces que los conceden.

El secretario general de la Real Academia de Ciencias de Suecia, Goran Hansson, acepta que sería ventajoso que el comité representara en un grado mucho mayor la diversidad del mundo sobre el que emite juicios pero como por regla sus miembros provienen del sistema académico escandinavo, no lo pueden forzar.
Y reitera que es crucial que sean nominados "todos aquellos que han hecho importantes descubrimientos" .

A pesar de todo...
Con todos los aciertos y desaciertos, preguntamos, ¿qué le ha dado el Premio Nobel al mundo?
¿Sirve de algo el prestigioso premio?

"Quizás el aspecto más importante del premio es informar al público sobre los fantásticos descubrimientos que se están haciendo para inspirar a los jóvenes y para mostrarle a todos cómo funciona la ciencia y cómo gradualmente hace del mundo un lugar mejor para vivir", opina Hansson.

"Creo que eso es lo que realmente ha hecho Nobel: no es para ayudar al científico a hacer ciencia, sino para llevar la ciencia a la comunidad", concurre Donna Strickland, laureada en física.

"También impulsa a los científicos al éxito", declara el cosmólogo Brian Keating.

"Yo mismo he estado un poco encaprichado con el Premio Nobel, con el deseo de querer ganarlo, de lograr el nivel más alto de notoriedad e inmortalidad que se puede obtener en física, y formar parte de una cohorte muy exclusiva, poblada por personas como Einstein y otros.

"El premio Nobel proporciona una vía para que hombres y mujeres se arraiguen permanentemente en la historia de lo que nuestra especie es capaz de lograr", dice Keating.

No obstante, señala, ya es hora de hacer algunas reformas "que son casi universalmente requeridas para que sea ese verdadero rayo de luz que Alfred Nobel tan noblemente quiso".

"El hecho de que no haya cambiado sustancialmente en 118 años es simplemente ridículo. ¿Qué más en la sociedad no ha cambiado en 118 años?".

Debía ser más transparente, sugieren algunos: ¿por qué tiene que ser secreto?, ¿Por qué no se puede publicar la lista corta de nominaciones? ¿Qué está tratando de ocultar el Premio Nobel?, preguntan.

"Si los evaluadores, los expertos con los que consultamos, supieran que sus declaraciones se harán públicas, no obtendríamos informes francos y honestos, y eso dificultaría mucho más la entrega del premio", responde el secretario general de la Real Academia Sueca de Ciencias, Goran Hansson.

"Por esa razón, tenemos que seguir operando con estas reglas de secreto".

Así que hasta aquí llegamos: fisgoneamos tanto como es posible pero a menos que los funcionarios del Premio Nobel abran todas sus puertas, no podemos ir más lejos.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-54572478