Mostrando entradas con la etiqueta Hibakusha. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hibakusha. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de octubre de 2024

La dramática vida de los hibakusha, los sobrevivientes de las bombas atómicas que vivieron con miedo y culpa y ganaron el premio Nobel de la Paz

6 Hibakusha en fotos en blanco y negro

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,Los hibakusha son el testimonio vivo de la devastación y la tragedia que causaron las bombas atómicas


Las bombas de Hiroshima y Nagasaki terminaron con la vida de miles de personas en un instante. Para los sobrevivientes fue solo el comienzo de años de dolorosas heridas, enfermedades, miedo, sentimiento de culpa y discriminación. 

La organización Nihon Hidankyo, que agrupa a los hibakusha o sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre las ciudades japonesas en 1945, ganó el Premio Nobel de la Paz este año. 

El movimiento representa a los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que residen en Japón, Corea y otras partes del mundo.

No existen cifras definitivas de cuántas personas murieron a causa de los bombardeos del 6 y el 9 de agosto de 1945.

Los cálculos más conservadores estiman que cinco meses después de los ataques unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades.

Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000.

Escombros de edificios en Hiroshima.
Escombros de edificios en Hiroshima.

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Hiroshima quedó arrasada tras la explosión de la bomba.

El mundo ha conocido el relato del horror gracias a los sobrevivientes, a quienes se les conoce como hibakusha, que en japonés significa “persona afectada por la bomba atómica”.

Sus testimonios no solo dan cuenta de lo que vieron, sino de los traumas que aún llevan dentro.

“Hay muchos hibakusha que son narradores sociales, pero no son capaces de contarle su propia historia a sus hijos”, le dice a BBC Mundo Yuka Kamite, profesora de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha estudiado la salud mental de los hibakusha.

Una dura batalla

Se calcula que hoy aún viven unos 140.000 hibakusha, que rondan los 80 años de edad.

¿Cómo ha sido la vida de los hibakusha y por qué sobrevivir a la bomba fue solo una parte de la dura batalla que han dado para llevar una vida digna?

Miedo

Los hibakusha que recibieron el impacto de la bomba sufrieron quemaduras y heridas que marcaron sus cuerpos y sus rostros.

Una sobreviviente con quemaduras en la cara
Una sobreviviente con quemaduras en la cara

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Muchos sobrevivientes sufrieron quemaduras y de los efectos de la radiación.

Aquellos que estuvieron expuestos a mayores dosis de radiación, aunque a primera vista parecían ilesos, luego mostraron síntomas como pérdida del pelo, sangrado y diarrea.

Luego se reportó un aumento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.

"Todavía siento miedo de que se me puedan manifestar las consecuencias de la radioactividad y morir en cualquier momento", le dice a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que tenía 6 años el día de la explosión y hoy vive en México.

Ese miedo los llevó a una vida de estrés, confusión, incertidumbre y ansiedad. Incluso vivían con temor de pasarle los efectos de la radiación a sus hijos.

“Los efectos de la radiación son invisibles, eso los hizo sentirse inestables e intranquilos, sin saber qué iba a pasar con su futuro”, le dice a BBC Mundo Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Abolición de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki.

Dos sobrevivientes con heridas

Dos sobrevivientes con heridas

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Las bombas causaron heridas físicas y psicológicas.

El miedo marcó para siempre la salud mental y emocional de muchos hibakusha.

Luli van der Does, profesora en el Centro para la paz de la Universidad de Hiroshima que ha estudiado los efectos de la bomba en los sobrevivientes, menciona algunos ejemplos de cómo el miedo se quedó grabado en sus mentes.

“Algunos no pueden comer pescado seco porque les recuerda el olor de los cuerpos quemados”, le dice van der Does a BBC Mundo.

“Otros se tuvieron que ir de Hiroshima y nunca volvieron a visitar su ciudad, otros dicen que no pueden comer pepinos, porque ante la falta de medicinas tras la bomba era lo único que podían usar para curar sus heridas”.

Yasuaki Yamashita en una foto de cuando era pequeño a la izquierda y una foto reciente
Yasuaki Yamashita en una foto de cuando era pequeño a la izquierda y una foto reciente

Fuente de la imagen,Cortesía/Marcos González


Pie de foto,
Yasuaki Yamashita tenía 6 años cuando explotó la bomba en Nagasaki. Hoy, a sus 81 años, vive en México.

“En casos más severos, dicen que no pueden cruzar puentes ni ver ríos, porque comienzan a recordar los cadáveres que veían flotando tras la explosión”.

El miedo les afectó su salud emocional pero, además, los lanzó a una realidad que hizo aún más difícil su lucha por llevar una vida soportable después de la bomba.

Discriminación

Las heridas físicas, el temor a que los efectos de la radiación pudieran ser contagiosos y los traumas psicológicos de los hibakusha llevaron a que muchos comenzaran a ser discriminados por su condición.

“La gente temía que los sobrevivientes tuvieran una enfermedad contagiosa”, recuerda Yamashita.

“Decían: ‘Hay que separarlos, no hay que casarse con ellos, no hay que tener amistad con ellos’”.

El temor a la discriminación llevó a que muchos ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a hablar de ello.

“Aquellos que tenían queloides [crecimiento excesivo del tejido de una cicatriz] en el cuerpo usaban mangas largas para cubrir sus cicatrices, incluso en pleno verano”, dice la profesora Kamite.

Una persona muestra sus cicatrices abultadas
Una persona muestra sus cicatrices abultadas

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Los sobrevivientes ocultaban sus cicatrices queloides por miedo a la discriminación.

También se les hacía difícil conseguir y conservar sus trabajos. Así lo recuerda Yasuaki Yamashita:

“Cuando salí de la preparatoria comencé a trabajar y casi al mismo tiempo comencé a sufrir los efectos de la radiación.

Empecé a perder la sangre, evacuaba sangre, vomitaba sangre, entonces no podía trabajar.

Si conseguía un trabajo, venía esa enfermedad y tenía que renunciar, así duré como dos años.

Mucha gente me decía que yo era un flojo, que no quería trabajar, pero no era eso, era que simplemente no podía trabajar. Yo necesitaba trabajar, pero no podía”
.

Para las mujeres la situación muchas veces era aún más difícil.

En esa época casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

Setsuko Thurlow

Setsuko Thurlow

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Setsuko Thurlow recuerda que cuando era joven, poder casarse era muy importante para las mujeres japonesas.

“Era casi la única cosa que una mujer esperaba”, recuerda Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus recuerdos durante un evento en línea para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.

“Con esas cicatrices queloides, esas mujeres perdían la fe y la esperanza en la vida”, dijo Thurlow, quien en 2017 recibió en nombre de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz que se le otorgó a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por su sigla en inglés).

Keiko Ogura, otra sobreviviente de Hiroshima, recuerda que vivió esa discriminación en carne propia. Así lo contó en conversación con BBC Mundo:

“Tenía 8 años, era solo una niña pequeña en la escuela elemental, pero sabíamos que no debíamos decir que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo relacionado con la radiación, no nos podríamos casar.

No decíamos que éramos sobrevivientes. Teníamos un certificado de sobrevivientes y al mostrarlo en el hospital podíamos recibir tratamiento médico que ayudaba a pagar el gobierno. Sin embargo, la gente nos decía ‘no muestres eso’
.

Keiko Ogura 
Keiko Ogura

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
A Keiko Ogura le enseñaban que no debía decir que era una sobreviviente de la bomba.

Al principio yo no le prestaba atención, sentíamos que todos compartíamos el mismo destino, pero cuando ya era una mujer en edad de casarme, a los 18 o 20 años, los hombres jóvenes de fuera de la ciudad me preguntaban "Keiko, ¿dónde estabas al momento de la bomba?Por mi parte no hay problema, pero a mis padres les preocupa".

Sé que muchas otras personas también tuvieron esa experiencia
”.

La profesora Van der Does cuenta que cuando llegaba el momento de casarse, algunas personas contrataban detectives para investigar si la pareja había estado en Hiroshima al momento de la bomba.

Otros, por su parte, sintieron esa discriminación de una manera más sutil o indirecta, y los puso en una posición vulnerable ante la sociedad. Una "discriminación silenciosa", como la llama la profesora Van der Does.

Yoshiro Yamawaki con una camisa a cuadros.
Yoshiro Yamawaki con una camisa a cuadros.

Fuente de la imagen,Cortesía Yoshiro Yamawaki


Pie de foto,
Yoshiro Yamawaki lamenta no haber podido estudiar una carrera porque tras la muerte de su padre tuvo que dedicarse a trabajar. 

“No sabes exactamente qué tipo de discriminación estás sufriendo, pero simplemente la sientes en tus interacciones sociales, o al darte cuenta de que a lo largo de tu vida has recibido un trato injusto”, explica.

Yoshiro Yamawaki, sobreviviente de Nagasaki, es uno de esos casos de discriminación silenciosa.

"La bomba mató a mi padre, mi madre tenía siete hijos y no podía hacerse cargo de ellos. Por eso, tuve que dedicarme a trabajar, sin poder ir a la universidad, creo que eso fue una forma de discriminación", dice Yamawaki en conversación con BBC Mundo.

Según explica Van der Does, es difícil conocer el daño psicológico y emocional que sufrieron los hibakusha porque muchos murieron sin ser capaces de hablar de ello.

Keiko Ogura con 8 años.

Keiko Ogura con 8 años.

Fuente de la imagen,Cortesía Keiko Ogura


Pie de foto,
Keiko Ogura tenía 8 años cuando estalló la bomba en Hiroshima.

"Hay muchos que no han admitido ser hibakusha por el miedo a la discriminación", dice la investigadora.

En una reciente encuesta que Van der Does realizó entre 1.652 hibakusha de Hiroshima y Nagasaki, encontró que el 31% de ellos ha sufrido varios tipos de trato discriminatorio a lo largo de su vida.

Esa discriminación en ocasiones se dio entre los mismos hibakusha.

“Los hibakusha conocían mejor que nadie lo que les ocurría, por eso muchas veces se discriminaban entre ellos”, dice Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.

Setsuko Thurlow hablando desde la tribuna de los premios Nobel

Setsuko Thurlow hablando desde la tribuna de los premios Nobel

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
En 2017 Thurlow asistió a la ceremonia del Premio Nobel representando a las víctimas de los bombardeos.

Según Van der Does, esa discriminación era fruto del miedo y de la desesperación por vivir. “Estaban luchando por sobrevivir, tenían que competir entre ellos por lograr algún tipo de ayuda”, dice la profesora.

Culpa

Al miedo y a la discriminación con que cargaban los hibakusha muchas veces se les sumó un sentimiento de culpa por haber escapado con vida o haber sido incapaces de ayudar a quienes pedían auxilio.

Ese sentimiento de culpa de los sobrevivientes les causó sufrimiento a largo plazo, explica la psicóloga Kamite.

Hiroshima destruida tras la bomba
Hiroshima destruida tras la bomba

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Muchos hibakusha desarrollaron un sentimiento de culpa por no haber podido ayudar a las personas heridas. Así lo recuerda la sobreviviente Keiko Ogura:

“Yo, al igual que el 90% de los sobrevivientes, tuve un sentimiento de culpa porque vi morir a familiares y amigos. Después de la explosión vimos gente bajo los edificios derrumbados pidiendo ayuda, pero no podíamos ayudarlos, estaban atrapados. Las madres trataban de sacarlos pero era muy difícil.

Luego, el fuego se esparció tan rápido que no tuvieron más opción que irse del lugar.

Eso los hizo preguntarse: ¿por qué no pude cumplir con el deber de ayudar a mis hijos hasta el último momento?

Tras la explosión, dos personas muy heridas se me acercaron y solo decían 'agua, agua'. Yo les di de beber y luego murieron frente a mí. En ese momento no lo entendía, era solo una niña de 8 años, pero comencé a culparme porque sentía que los había matado. Sentía que si no les hubiera dado agua, ellos no estarían muertos. Me sentí así durante más de 10 años"
.

Yasuaki Yamashita hablando en un foro
Yasuaki Yamashita hablando en un foro

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Algunos hibakusha cuentan su historia en eventos públicos, pero otros prefieren permanecer en silencio. Según los expertos, la dificultad que muchos sobrevivientes tienen para hablar de su experiencia les ha afectado sus vidas.

“El velo de silencio sobre estos temas funcionó para ocultar las transgresiones ocasionadas por las secuelas atómicas”, dice Kamite.

Contra el silencio

Algunos hibakusha, sin embargo, han combatido ese silencio y comparten sus historias con los medios o como parte de campañas en contra de la proliferación de armas nucleares.

“Algunos están motivados por la ira, otros por un sentido de misión social, y otros pueden estar motivados por la respuesta al trauma”, dice Kamite.

Takashi Morita sostiene unas flores en la mano

Takashi Morita sostiene unas flores en la mano

Fuente de la imagen,Getty Images


Pie de foto,
Algunos hibakusha se convirtieron en activistas en contra de las armas nucleares.

La profesora, sin embargo, advierte que son solo unos pocos quienes participan en estas actividades sociales y que es probable que muchos hibakusha hayan sido una “mayoría silenciosa”.

Van der Does, por su parte, explica que con el tiempo los hibakusha lograron construir un sentido de comunidad que los ayudó a ganar aceptación en la sociedad.

“Se convirtieron en líderes en la lucha por el desarme nuclear”, dice la profesora. "Pasaron de ser víctimas a creadores de un mundo nuevo".
 
 *Este artículo fue publicado originalmente en 2020, a propósito del 75 aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. 


"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos": quién fue Robert Oppenheimer, el arrepentido padre de la bomba atómica

viernes, 27 de octubre de 2023

Oppenheimer y Japón

Visitors pay in front of the cenotaph dedicated to the victims of the atomic bombing at the Hiroshima Peace Memorial Park in Hiroshima

Acto de recuerdo en memoria de las víctimas de Hiroshima el pasado 6 de agosto, en el 78º aniversario del lanzamiento  

Las heridas que dejaron las dos bombas atómicas siguen abiertas en un país que siempre ocultó y marginó a las víctimas de la radiación, quienes recordaban un pasado que había empeño en olvidar a toda costa


Oppenheimer, la película de Christopher Nolan, se ha convertido en uno de los grandes éxitos cinematográficos del momento, una buena opción para las tardes de verano. La película es larga y exhaustiva si vamos con la expectativa de conocer una historia más, sin mayores pretensiones que evadirnos de la rutina cotidiana. En cambio, nos parecerá que no sobra ni el más mínimo detalle, e incluso se nos hará corta, si nos interesa en detalle la vida de este físico, considerado el padre de la bomba atómica; el contexto y circunstancias históricas y las consecuencias y repercusiones de su trabajo. A través del proceso de descrédito mediante juicio sumarísimo, amañado y sin pruebas, al que se vio sometido Oppenheimer, y que desembocó en su exilio académico, por su libertad de expresión contra el poder establecido y sus simpatías con el partido comunista, se puede constatar una vez más cómo se comportan incluso los colegas más próximos ante este tipo de situaciones: reminiscencias del experimento de Milgram.

Otro fenómeno, nada nuevo, que podemos observar en esta película es el sempiterno silencio y olvido que recae sobre las mujeres. Toda la película gira en torno a Oppenheimer, Albert Einstein (¿deberíamos hablar más de Mileva Maric y menos de Einstein?)y otros físicos varones, con una marcada mirada androcéntrica. La figura de Lise Meitner, científica que descubrió la fisión nuclear que hizo posible la creación de la bomba atómica; la de Elda Emma Anderson, primera persona en obtener una muestra pública de uranio, y las de otras científicas no aparecen y ni siquiera se las menciona. Seguimos sin rescatar a importantes mujeres de la ciencia y la cultura que pueden servir como referentes a futuras generaciones.

En el otro extremo del mundo, en Japón, hay una gran oposición a que la película llegue a las pantallas por considerarse irrespetuosa con las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Una actitud más que comprensible teniendo en cuenta que las heridas siguen abiertas y que no han pasado aún ni dos generaciones. Todos los 6 de agosto vemos en los medios de comunicación el respetuoso y sentido homenaje que Japón rinde en Hiroshima a sus víctimas, que hasta hace muy poco han seguido muriendo por las devastadoras consecuencias del bombardeo. Para conocer el horror de la bomba atómica de primera mano nada mejor que leer el testimonio de Pedro Arrupe (1907-1991), bilbaíno de nacimiento, Yo viví la bomba atómica. Considerado el héroe español de Hiroshima, estaba diciendo misa en esa ciudad en el mismo momento en que cayó la bomba, y allí siguió socorriendo a las víctimas, al pie de la destrucción, con muy pocos medios pero auxiliado por sus conocimientos como doctor en Medicina. En Japón, el fenómeno social y el consiguiente revuelo que ha causado esta película, junto con la taquillera Barbie, se ha denominado Barbenheimer.

Qué duda cabe de que ambas bombas causaron una de las mayores tragedias humanas de la historia, arrasando todo a su paso y devastando la vida y los sueños de millones de personas y de familias. También es cierto que siempre hay que ver más allá de la información cotidiana y profundizar en los hechos con el fin de esclarecerlos y arrojar luz para que no vuelvan a repetirse. Lo que no es tan conocido es el hecho de que Japón siempre ha ocultado y marginado —les negaron los cuidados más básicos y fueron tratados como apestados— a las víctimas (hibakusha) de la radiación, que quedaron muertos en vida con heridas y enfermedades crónicas, físicas y mentales; situación considerada como “paz negativa” por  el científico noruego Johan Galtung. A menudo se cancelan sibilinamente documentales sobre el tema o eventos u homenajes a estas víctimas. Recordaban un pasado que Japón se empeñaba en olvidar a toda costa, al menos a corto plazo, y eran incómodas para sus objetivos más inmediatos: resurgir de sus cenizas cual ave fénix y demostrar al mundo el milagro japonés que se llevó a cabo en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.

Y como en cada empresa titánica y descomunal que emprende el ser humano, siempre hay que pagar un precio, siempre se deja algo por el camino. Y el milagro japonés no fue una excepción. Millares de familias crecieron con un padre ausente que trabajaba de sol a sol y que vivía en la empresa; millares de trabajadores fallecieron por el colapso cerebral que acarrea trabajar a destajo sin descanso alguno y por un mal entendido amor a la patria. Esta enfermedad tiene un nombre en japonés: karoshi, literalmente, muerte por exceso de trabajo, algo quizá tan antiguo como la vida sobre la tierra y que nunca ha dejado de producirse. De hecho, la mayoría de las muertes en el actual Japón se producen por dicha causa o por el suicidio (80 personas al día) al que aboca semejante callejón sin salida.

Robert Oppenheimer también pagó su precio. El precio de expresar libre y públicamente sus opiniones y dilemas morales sobre las armas nucleares. El precio de la envidia al convertirse en el científico más famoso y recibir honores y cargos importantes tras la Segunda Guerra Mundial.

Elena Gallego Andrada es profesora del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía de Tokio y traductora.

https://elpais.com/opinion/2023-09-02/oppenheimer-y-japon.html

viernes, 7 de septiembre de 2018

La ‘maldad incondicional’ de las bombas nucleares: el recuerdo de los sobrevivientes

En Japón se conoce como hibakusha a quienes sobrevivieron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Aún hay alrededor de 48 mil de ellos en la prefectura de Nagasaki y aproximadamente 83 mil en Hiroshima. Algunos eran niños muy pequeños cuando cayeron las bombas, y otros ya eran jóvenes adultos. Su edad promedio actual es de 80 años. Varios compartieron sus historias y pensamientos este mayo de 2016, antes de la visita del presidente estadounidense Barack Obama, la primera de un mandatario en funciones de ese país desde que Harry Truman ordenó lanzar las bombas en 1945.

Sunao Tsuboi, 93, Hiroshima




Tsuboi era un estudiante universitario de 20 años e iba camino de clases la mañana del 6 de agosto de 1945 cuando cayó la bomba. Sufrió quemaduras en todo el cuerpo, de pies a cabeza.

El dolor era tan fuerte que Tsuboi se sentía seguro de que iba a morir. Tomó una piedra pequeña y alcanzó a rascar el material de un puente cercano para inscribir: “Aquí es donde llegó el fin de Sunao Tsuboi”.

Un compañero lo rescató del puente y lo llevó a un hospital militar. Varios días después lo encontraron ahí su madre y tío, quienes lo llevaron a casa. Pasó un año antes de que pudiera volver a caminar.

Se enamoró de una joven cuyos padres no querían dejarla casarse con él por temor a que estuviera próximo a morir. La pareja, ante la desesperanza, tomó pastillas para dormir en un intento de ambos por estar juntos, aunque las dosis fueron bajas y no fallecieron. Tsuboi consiguió con el tiempo el permiso de sus suegros y siete años después la pareja se casó. Tuvieron tres hijos y siete nietos.

Tras retirarse como director de bachillerato, Tsuboi decidió dedicarse de lleno a la dirección de la rama de Hiroshima de la Confederación de Japón de Organizaciones de Afectados por las Bombas Atómicas y de Hidrógeno.

Tsuboi dijo que el que no haya habido mucho progreso hacia una visión libre de bombas nucleares se debe “a la estupidez de la humanidad”. Respecto a Obama, lo urgió a continuar su lucha por la paz fuera de la presidencia. “El mundo ahora es más complejo”, dijo. “Pero creo que en el fondo de su corazón realmente quiere que todos se lleven bien entre sí”.

Shigemitsu Tanaka, 77 años, Nagasaki


Tanaka tenía casi 5 años cuando cayó la bomba. Estaba jugando debajo de un árbol ese 9 de agosto de 1945 cuando escuchó un estruendo y quedó cegado por una luz blanca. Todas las ventanas de la casa de su familia estallaron.

Su madre fue a trabajar a una primaria local a la que fueron llevados sobrevivientes para recibir cuidado médico. Ahí Tanaka escuchó los gemidos y quedó rodeado por el olor a piel quemada.

Los padres de Tanaka sufrieron varias enfermedades a lo largo de su vida. Su padre falleció por un cáncer de hígado doce años después del bombardeo.

“Claro que hay un sentimiento de que queremos una disculpa”, dijo Tanaka, director del Consejo de Sobrevivientes de la Bomba Atómica. “Pero lo más importante es abolir las armas nucleares”.

Tanaka recalcó que espera que el mundo escuche a los sobrevivientes que aún quedan. “Si no lo hace ahora, en diez años ya no será posible”, dijo.

Miyako Jodai, 78, Nagasaki


Jodai vivía con su abuela y su tía en las laderas de Nagasaki. Solamente recuerda que tras la explosión de la bomba hubo una descarga eléctrica que la dejó inconsciente.

Su hogar fue destruido y no tenían cómo encontrar comida, por lo que la familia escapó hacia Fukuoka, a unos 160 kilómetros al noreste. Llegaron a la casa de una familiar lejana que le ofreció a Jodai la primera oportunidad de bañarse desde el bombardeo. “Fue tan amable”, dijo Jodai. “Me dijo: ‘Hiciste muy bien, al sobrevivir'”.

Ha contado su historia quizá miles de veces y siempre recalca que ella cree que Japón también tiene algo de culpa por los bombardeos. “Creo que hubo muchas oportunidades para prevenir la situación antes de que se soltara la bomba atómica”, dijo. “De haber detenido nuestra agresión quizá habríamos salvado a Japón de ser víctima de esta arma”.

Jodai dijo que espera que Obama y otros escuchen las historias de los hibakusha para “comprender la crueldad y miseria, y el impacto en los humanos de la bomba atómica”.

Yoshitoshi Fukahori, 89, Nagasaki


Fukahori tenía 16 años y trabajaba en una oficina de gobierno como parte de su servicio militar. Cuando cayó la bomba se intentó esconder debajo de un escritorio. “Hubo un ruido fuertísimo y una luz tan brillante, como un rayo”, dijo. “Se sintió como si la habitación se hubiera quedado sin aire”.

Intentó regresar a su casa la noche de 9 de agosto, pero el camino principal que pasaba por el centro del pueblo estaba en llamas. En una ruta alterna, a través de las montañas, se encontró a otras víctimas que buscaban escapar, con vestimentas rotas y cubiertas de ceniza negra. Una mujer lo agarró de la pierna y le rogó que le diera agua. Cuando Fukahori se agachó para ayudar a levantarse a la mujer, se desprendió la piel del brazo de esta.

Fukahori dijo que entiende por qué ningún presidente estadounidense, Obama incluido, ha ofrecido disculpas por lanzar las bombas.

“Lo comprendo, porque Estados Unidos también perdió a muchas personas en la Segunda Guerra Mundial. Todos somos víctimas de la guerra”, dijo.

Kana Miyoshi, 24, Hiroshima


Miyoshi es graduada de la Universidad de la Ciudad de Hiroshima. Es la nieta de Yoshie Miyoshi, sobreviviente que perdió a su padre y a sus hermanos en el bombardeo.

Cuando estaba creciendo Miyoshi nunca le preguntó a su abuela sobre su historia. Pero al empezar a estudiar en la universidad la invitaron a un taller para recopilar testimonios en las islas Marshall, donde hubo varias pruebas nucleares después de la Segunda Guerra Mundial. Comenzó entonces a grabar las historias de personas como su abuela en video.

Miyoshi dijo que cuando era niña en Hiroshima le enseñaron a pensar en las armas nucleares como “una maldad incondicional” e indicó que usualmente no se enseñan las agresiones que realizó Japón como combatiente en la guerra antes de 1945.

“No debemos hablar solo como víctimas, porque también fuimos agresores”, aseguró.

Este artículo fue publicado originalmente en mayo de 2016, antes de que el entonces presidente estadounidense Barack Obama visitara las zonas devastadas siete décadas antes.

https://www.nytimes.com/es/2018/08/06/hiroshima-nagasaki-sobrevivientes/?&moduleDetail=section-news-2&action=click&contentCollection=Reposado&region=Footer&module=MoreInSection&version=WhatsNext&contentID=WhatsNext&pgtype=article

martes, 7 de julio de 2015

Mitchie Takeuchi and Miyako Taguchi: Second-generation survivors of the atomic bomb. Segunda generación superviviente de las bombas atómicas.

Mitchie Takeuchi

Abstract 

 Mitchie Takeuchi’s mother and grandfather survived the atomic bombing of Hiroshima 70 years ago. Miyako Taguchi’s parents survived the bombing of Nagasaki three days later. Takeuchi and Taguchi both are part of the second generation (and in Takeuchi’s case also the third generation) of hibakusha—the Japanese term for people who were exposed directly to one of the two bombings or their radioactive fallout or who were exposed while still in their mothers’ wombs. Although many hibakusha have been reluctant or unwilling to discuss the bombings with their children, some have not only talked about their experiences with family members but also become active in groups such as Hibakusha Stories—which brings survivors into New York City schools to discuss their experiences with students. In this pair of interviews, Takeuchi and Taguchi talk about what it’s like to be the child of a survivor and why they feel a responsibility to share their family stories and to speak out about nuclear weapons.

Resumen

La madre y el abuelo de Mitchie Takeuchi sobrevivieron al bombardeo atómico de Hiroshima hace 70 años. Los padres de Miyako Taguchi sobrevivieron al bombardeo de Nagasaki tres días después. Takeuchi y Taguchi forman parte de la segunda generación (y en el caso de Takeuchi también de la tercera) de hibakusha, el término japonés que se utiliza para referirse a las personas que estuvieron expuestas directamente a uno de los dos bombardeos o a su lluvia radiactiva, o que estuvieron expuestas mientras aún estaban en el vientre de sus madres. Aunque muchos hibakusha se han mostrado reacios o no han querido hablar de los bombardeos con sus hijos, algunos no solo han hablado de sus experiencias con miembros de la familia, sino que también participan activamente en grupos como Hibakusha Stories, que lleva a los sobrevivientes a las escuelas de la ciudad de Nueva York para hablar de sus experiencias con los estudiantes. En este par de entrevistas, Takeuchi y Taguchi hablan de cómo es ser hijo de un sobreviviente y por qué sienten la responsabilidad de compartir sus historias familiares y de hablar abiertamente sobre las armas nucleares.

El abuelo de Mitchie Takeuchi, Ken Takeuchi, era el presidente del Hospital de la Cruz Roja de Hiroshima en el momento del bombardeo atómico del 6 de agosto de 1945. Cuando su hija, Takako, fue a buscarlo al centro de la ciudad tres días después del bombardeo, ella también estuvo expuesta a la lluvia radiactiva. Ambos se convirtieron en hibakusha, el término japonés para los sobrevivientes de la bomba atómica.

Los padres de Miyako Taguchi, que aún no se conocían, vivían en Nagasaki cuando Estados Unidos bombardeó la ciudad el 9 de agosto de 1945. Ellos también se convirtieron en hibakusha.

Hibakusha se traduce como "personas afectadas por la bomba". Según la ley japonesa, incluye a las personas que estuvieron expuestas directamente a una bomba atómica o a su lluvia radiactiva, así como a las personas que estuvieron expuestas mientras aún estaban en el útero de sus madres. Pero las bombas también afectaron a personas nacidas años después, y no solo porque la radiación puede causar mutaciones genéticas que pueden transmitirse a la siguiente generación. Los hijos de los hibakusha también heredan los recuerdos de familias marcadas por la guerra atómica, y algunos se convierten en los portadores de las esperanzas de sus padres de un mundo sin armas nucleares.

La casualidad pareció desempeñar un papel importante a la hora de determinar quiénes sobrevivieron a los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. Y fue sólo por casualidad que Mitchie Takeuchi y Miyako Taguchi se involucraron con Hibakusha Stories, un grupo que lleva a los hibakusha a las escuelas de la ciudad de Nueva York para compartir sus experiencias con los jóvenes. Una amiga le pidió a Takeuchi que ayudara como intérprete para el grupo y ella recuerda haberse presentado en una reunión donde mencionó que "por casualidad" provenía de una familia hibakusha en Hiroshima. Taguchi también se involucró con el grupo por pura casualidad; se encontró con una amiga que recordaba la historia de su familia y la invitó a una reunión. Ahora ambas mujeres participan activamente en el trabajo de educación para el desarme.

Takeuchi es la fundadora de Arc Media, Inc. y ha estado trabajando con empresas japonesas como consultora de desarrollo de nuevos negocios y marketing durante 25 años. También colabora habitualmente con el periódico japonés Nikkei Sangyo Shimbun, donde ofrece una perspectiva empresarial desde Estados Unidos, y fue productora de la serie de televisión estadounidense-japonesa Japan Today. Cuando era adolescente en Hiroshima, Takeuchi fue voluntaria en el Centro de Amistad Mundial, una comunidad de paz fundada por la activista cuáquera Barbara Reynolds; Takeuchi ayudó a la directora residente estadounidense, Leona Row, de la Iglesia de los Hermanos, a desarrollar un programa de traducción y a publicar la versión en inglés del libro de 1977 Unforgettable Fire: Drawings by Atomic Bomb Survivors.

Taguchi también tiene una carrera exitosa en la ciudad de Nueva York. Es la fundadora de Miyako i Studio y una diseñadora gráfica consumada que ha hecho importantes contribuciones a diversos proyectos (desde impresión y embalaje hasta diseño de escaparates) para numerosas empresas de Fortune 500 durante más de 20 años. Tiene una fuerte creencia en el poder del arte. Recibió el título de Corresponsal de Paz de Nagasaki de la ciudad de Nagasaki en 2014.

La editora colaboradora Dawn Stover habló recientemente con ambas mujeres. A continuación se presentan algunos extractos de esas conversaciones sobre la segunda generación de hibakusha.

BAS: Su abuelo estaba a cargo del mayor centro médico de Hiroshima. ¿Estaba en el hospital cuando cayó la bomba?
Mitchie Takeuchi: Sí. Dos días antes de que se lanzara la bomba atómica, mi abuelo convocó al personal médico de mayor jerarquía para decirles que empezaran a trabajar a tiempo, a las 8 a.m. Hacía calor y había humedad, e Hiroshima era una de las pocas ciudades importantes que los bombarderos estadounidenses aún no habían atacado, por lo que la gente de Hiroshima tenía mucho miedo. A menudo recibían alertas de ataque aéreo en mitad de la noche, por lo que los miembros del personal estaban realmente exhaustos y tendían a llegar a trabajar más tarde de lo que se suponía. Como mi abuelo dio una charla motivadora sobre llegar temprano y hacer muchas cosas mientras todavía hacía frío, todos estaban en el trabajo antes de las 8:15 [cuando cayó la bomba]. Eso salvó muchas vidas. El hospital quedó devastado, pero su estructura exterior no quedó destruida porque era un edificio de hormigón macizo.

BAS: ¿Su abuelo resultó herido?
Takeuchi: Sí, una puerta pesada cayó sobre él y perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, se dio cuenta de que tenía muchos huesos rotos y cristales rotos por todo el cuerpo. Después de unos días pudo supervisar a su personal médico, que trabajaba frenéticamente. Muchos de ellos también resultaron gravemente heridos y algunos murieron. Fue un caos total.

BAS: ¿Cuál fue la experiencia de su madre?
Takeuchi: Ella vivía en un suburbio del norte de Hiroshima llamado Ushita. Tenía casi 19 años, vivía con sus padres y era soltera. Trabajaba en una fábrica militar ayudando en la guerra. Era obligatorio para los jóvenes en esa época. Cuando se lanzó la bomba atómica, su supervisor la instó a irse a casa de inmediato. Ella y algunos amigos volvieron a casa caminando, viendo llamas a lo lejos. Esa noche, mi madre y mi abuela se marcharon más lejos, para quedarse con unos amigos. Dos días después, mi madre, que era hija única y estaba muy unida a su padre, decidió ir al centro de la ciudad a buscarlo. No puedo imaginar lo que debió ver de camino al hospital. “Ah, pobre gente, qué triste fue”, me dijo años después, pero no dijo mucho más. La gente con quemaduras graves y heridos llegaba al hospital porque la ciudad estaba arrasada y la gente podía ver el edificio de la Cruz Roja todavía en pie. Mi madre encontró a su padre en esa cama de hospital y se quedó allí con él unas semanas para cuidarlo.

BAS: ¿Tu madre enfermó?
Takeuchi: Debido a su exposición a la radiación, tenía un certificado que reconocía que era una hibakusha. No era la persona más sana. A menudo se cansaba fácilmente y tenía que descansar. Y ahora puedo ver que debía estar sufriendo de depresión. Tenía cambios de humor y se abrumaba con bastante facilidad. Cuando había mucho estrés, le costaba mucho lidiar con él. Ella se cerraba en banda y no quería tratar nada, ni siquiera sus hijos.

BAS: ¿Tu familia habló sobre el bombardeo mientras crecías?
Takeuchi: Mi abuelo tenía una posición importante y por eso no se le permitía hablar de ello abiertamente en público. Creo que debe haber tenido algo que ver con el código de prensa aplicado por la autoridad de ocupación aliada. Él falleció cuando yo estaba en el instituto, así que nunca llegamos a hablar de ello.

BAS: ¿Y qué me dice de su madre?
Takeuchi: Yo no era consciente de la catastrófica experiencia que vivió mi madre. Era una persona muy sensible. Puedo entender por qué no podía hablar de la devastadora condición de las personas que sufren. Ella respetaba mucho el trabajo de su padre; incluso durante ese período catastrófico, cuando él resultó gravemente herido, seguía ayudando a la gente y trabajando duro. Esa es una historia positiva de nuestra familia. Pero cada vez que le preguntaba: “Entonces, ¿qué vio? Eso debe haber sido terrible”, ella decía: “No quiero hablar de eso”. Simplemente no podía recordarlo o verbalizarlo. Creo que la mayoría de las personas que experimentaron bombas atómicas permanecieron en silencio.

BAS: ¿Se debió parte de esa reticencia a la estigmatización que sufrieron los sobrevivientes de las bombas?
Takeuchi: Sí, creo que esa debe haber sido una razón importante, junto con la dificultad impensable que tuvieron que atravesar para reconstruir sus vidas. Además, los japoneses tienden a ser muy estoicos; Se esfuerzan por no quejarse, pase lo que pase. Estoy seguro de que mucha gente no quiso hablar de sus dificultades, porque sobrevivieron mientras mucha otra gente moría.

BAS: ¿Algún miembro de su familia sufrió alguna estigmatización como hibakusha?
Takeuchi: Supongo que mi madre prefirió no hablar de ello en parte por la posible discriminación que podían sufrir sus hijos. Pero si vivía en Hiroshima o Nagasaki, la discriminación no era tan evidente como si viviera en otra ciudad.

BAS: ¿Hubo algún tipo de punto de inflexión que le hizo darse cuenta de la importancia de compartir la historia de su familia? 
Takeuchi: Empecé a trabajar con Hibakusha Stories por pura casualidad. Al principio me sentí un poco abrumado; hasta entonces no había abordado el tema de las armas nucleares. Pero cuando recordé mi infancia me di cuenta de que había estado rodeado de personas destacadas del movimiento antinuclear. En los últimos dos o tres años me he involucrado cada vez más. Aunque siento que la historia de mi familia no es la mía, me doy cuenta de que es nuestra historia, es decir, es la historia de todas las personas que se han visto afectadas por las armas nucleares. Mi familia tuvo una experiencia horrible pero única. Es mi responsabilidad compartirla con el mundo.

BAS: ¿No te considerabas activista cuando eras voluntaria en el Centro de Amistad Mundial cuando eras adolescente?
Takeuchi: Yo la apoyaba, pero no tenía una identidad propia como hibakusha. Estaba más interesada en el movimiento contra la guerra de Vietnam que en lo que estaba sucediendo en mi propio patio trasero. Mucho después, a través de Hibakusha Stories, conocí a dos mujeres poderosas, Setsuko Thurlow y Reiko Yamada, activistas de toda la vida que fueron a mi alma mater, Hiroshima Jogakuin. Ambas vivieron la bomba atómica. Ambas son muy fuertes y maravillosas. Realmente me conecté con ellas; estas mujeres parecían raíces japonesas que yo había perdido.

BAS: Tu abuelo era pintor y cirujano. Después de que su casa fuera destruida por el bombardeo de Hiroshima y se recuperara de sus heridas, pintó varias escenas de la aldea de Nukushina, donde él y su familia pasaron un tiempo tranquilos en una casa proporcionada por otra familia. ¿Por qué cree que se centró en pintar la vida del pueblo y la naturaleza?
Takeuchi: Mi abuelo hizo esos dibujos entre 1946 y 1948, mientras todavía tenía un puesto en el Hospital de la Cruz Roja durante la época de reconstrucción. Mi madre recordaba que siempre que su padre volvía a casa del hospital, cogía su pincel y un poco de pintura y caminaba solo hacia el bosque o las tierras de cultivo, donde pintaba febrilmente. Mi madre dijo: “Como hija, sentí que mi padre debía estar pasando por momentos muy estresantes”. Creo que la pintura fue una especie de curación.

BAS: Cuando cuenta la historia de su familia a jóvenes que han crecido sin experimentar una guerra nuclear o incluso una gran amenaza de ella, ¿cómo responden?
Takeuchi: Hace poco hablé en el Lycée Français, la escuela francesa de la ciudad de Nueva York. Me sentí muy inspirado por la atención con la que escuchaban y el nivel de seriedad de las preguntas. Los estudiantes inmediatamente decidieron incluir el tema del desarme en su clase de debate. En los Estados Unidos, la gente no tiene muchas oportunidades de averiguar lo que realmente sucedió, por lo que la educación sobre el desarme es muy importante porque una vez que la gente se entera, se interesa mucho. Especialmente los jóvenes.

BAS: Como consultor de marketing y también colaborador de periódicos y productor de televisión, usted es un experto en comunicar información y mensajes. ¿Qué están entendiendo bien o mal los medios sobre las armas nucleares?
Takeuchi: Asistí a la marcha por la Paz y el Planeta el 26 de abril en la ciudad de Nueva York. Yo estaba empujando la silla de ruedas de Setsuko Thurlow, a quien le pidieron que estuviera al frente de la marcha con otros tres hibakusha en sillas de ruedas. Así que pude ver toda la escena de la prensa. No vi ninguna cadena estadounidense importante excepto Al Jazeera, y no he escuchado a NPR cubrir tanto la NPT RevCon [la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear]. O la prensa pública.

La mayoría de los medios de comunicación, como la televisión japonesa, suelen cubrir temas importantes con más profundidad. Ni siquiera los llamados medios liberales parecen estar recogiendo este tema.

BAS: ¿Quizá sea porque la mayoría de los hibakusha viven en Japón?
Takeuchi: Quizás. Y también probablemente porque ningún presidente de los Estados Unidos se ha disculpado con Japón por lanzar la bomba atómica. Si alguno de ellos lo hubiera hecho, podría haber cambiado la narrativa errónea de que la bomba atómica era necesaria para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Si más estadounidenses entendieran que los japoneses estaban muriendo de hambre y a punto de rendirse, y que el ejército estadounidense se apresuró a utilizar las bombas atómicas antes de que eso sucediera, entonces tal vez la causa del desarme nuclear no tendría el estigma que tiene en los Estados Unidos. Es un tema del que nadie quiere hablar aquí, lo cual es una lástima porque hay tanta gente que dedica su vida a trabajar por la abolición de las armas nucleares.

***

BAS: ¿Qué les pasó a tus padres cuando bombardearon Nagasaki?
Miyako Taguchi: Mi padre tenía 18 años. El 9 de agosto de 1945 tuvo un problema en la pierna, así que se quedó en casa y no fue a trabajar. Estaba sentado en el porche, a dos millas de donde cayó la bomba. Vio la luz brillante y luego todo empezó a temblar y la gente gritaba y se produjo toda la destrucción. Él, su hermana y sus padres fueron a un refugio antiaéreo y caminaron entre los escombros. Más tarde, su familia abandonó la ciudad porque ya no podían vivir allí. Fueron a la ciudad natal de su madre para quedarse con unos parientes.

BAS: ¿Tu padre te contó sobre sus experiencias cuando eras niño?
Taguchi: Sí, pero no con detalles. Solo cuando los niños hacían cosas malas, como quejarse de la comida, les contaba la historia de lo terrible y miserable que fue después del bombardeo atómico. Mis hermanos y yo lo odiábamos y no le preguntaba mucho sobre su experiencia. Ojalá lo hubiera hecho.

BAS: ¿Ocurrió antes de que tu padre y tu madre se conocieran?
Taguchi: Sí, mi madre tenía sólo 12 años en ese momento. Vivía en Nagasaki, pero mucho más lejos del centro de la ciudad, junto al mar. Mi madre me dijo que su hermano menor estaba nadando en el momento de la explosión. Salió del agua, dándose cuenta de que algo iba mal, pero volvió a sumergirse porque el aire estaba demasiado caliente para quedarse. Perdió mucho pelo y tuvo fiebre alta después de eso. Sin embargo, mi madre no quiere hablar de su propia experiencia en absoluto.

BAS: ¿Te dijo por qué?
Taguchi: Porque es demasiado doloroso recordarlo. Mis preguntas desencadenan muchos otros malos recuerdos que a ella le gusta olvidar, pero no puede escapar de ellos, aunque yo sólo estoy tratando de entender lo que vivió, como su hija. Creo que es la misma razón por la que mi tía se niega a hablar de lo que ella y mi padre experimentaron en el momento del bombardeo atómico y después.

BAS: ¿Creciste entre recordatorios del bombardeo?
Taguchi: Sí, crecí muy cerca del epicentro. Éramos cristianos, así que solíamos ir a la catedral de Urakami. Es una de las iglesias más grandes de Japón y quedó totalmente destruida; todas las personas que estaban dentro murieron. Y el Parque de la Paz [de Nagasaki], no muy lejos de la catedral, es el lugar al que solía ir a jugar con mis amigos. Tenemos un museo de la bomba nuclear [el Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki] allí que tiene fotos y materiales que encontraron después del bombardeo. Todos los años todos los estudiantes tenían que visitar ese museo. Recuerdo haber visto evidencias inefables del pasado de mi ciudad, como un trozo de ropa con un trozo de piel adherido y manchas de sangre. Me sentía mal cada vez que visitaba ese museo. Cada 9 de agosto teníamos que volver a la escuela y rezar juntos por la paz, aunque fuera durante nuestras vacaciones de verano. Las actividades por la paz para recordar a la gente que no olvide el horrible pasado fueron parte de mi vida desde que era pequeña.

BAS: Tuviste una vida familiar infeliz en algunos aspectos. ¿Fue eso debido a las cicatrices de la guerra atómica?
Taguchi: Mis padres se casaron de forma concertada. Yo no era feliz porque mi madre y mi padre nunca me demostraron afecto y mi padre no respetaba a mi madre, que sólo hacía las tareas domésticas y no ganaba ningún ingreso. Al principio pensé que se trataba de una discriminación al estilo antiguo, pero empecé a darme cuenta de que mi padre había tenido una vida muy dura. Después de la guerra perdió a su padre y tuvo que mantener a toda su familia. Además, a mi madre le gustaba estudiar, pero tuvo que dejar de ir a la escuela secundaria después del bombardeo atómico porque su padre pensaba que era demasiado peligroso ir a la ciudad. Cuando empecé a escuchar los testimonios de los hibakusha en Hibakusha Stories, los rostros de los supervivientes empezaron a coincidir con los de mis padres, el chico de 18 años y la chica de 12. Empecé a entender cómo la guerra cambió la vida y el carácter de mis padres y lo duro que trabajaron para sobrevivir y ser justos a pesar de sus miserias y dificultades. Hasta entonces no había visto las profundas cicatrices de su juventud. Me pregunto si esa puede ser la razón de la dedicación extrema de mi padre al cristianismo y su negación total de todo lo absurdo y lo impráctico.

BAS: En Japón, los supervivientes de los bombardeos eran a veces estigmatizados. ¿Tus padres vivieron eso?
Taguchi: No lo creo, porque mis padres y sus familias son supervivientes. Pero recuerdo que una de mis compañeras de trabajo tenía un novio de otro estado y, después de que ella fue a ver a sus padres, rompieron. Sus padres no querían que su hijo tuviera una novia de Nagasaki que pudiera tener un bebé deforme.

BAS: ¿Te preocupaba eso?
Taguchi: Yo era consciente de la posibilidad, pero no me preocupé tanto. Afortunadamente, mi hermana tuvo tres bebés sanos.

BAS: Cuando escribes que los supervivientes de los bombardeos y sus familias siguen sufriendo hoy, 70 años después de los bombardeos, ¿te refieres a los efectos sobre la salud de la exposición a la radiación? ¿Hay otros tipos de sufrimiento que todavía se producen?
Taguchi: Creo que ambos. Creo que tenemos que conocer el riesgo de cáncer. Mi padre falleció a los 63 años. Siempre fue consciente de su estilo de vida saludable. No fumaba ni bebía y hacía ejercicio todos los días. De repente le detectaron un cáncer y al año siguiente falleció. Mi madre y mi tía sufrieron, tanto mental como físicamente, durante toda su vida. Muchos supervivientes viven con miedo porque tienen un mayor riesgo de contraer cáncer u otra enfermedad mortal. Y muchos supervivientes no quieren revelarlo por miedo a la discriminación y por sus problemas de salud.

BAS: ¿No hablar de ello les hace las cosas más fáciles o más difíciles?
Taguchi: Creo que es más fácil. No creo que les acerque a una cura. Recuerdo que mi tía dijo: “Ahora soy más feliz, así que, por favor, no preguntes más”.

BAS: ¿Eso hace que sea responsabilidad de la segunda generación hablar de estas cosas?
Taguchi: Creo que es una elección individual. No tenía ni idea hace cinco años. No tenía pensado hablar, pero escuché los testimonios de muchos hibakusha y los conocí personalmente a través de Hibakusha Stories. Creo que si hay una semilla dentro de ti y luego aprovechas la oportunidad que se te ofrece, puede que eso ayude a que esa semilla brote. Eso es lo que me pasó a mí, creo.

BAS: ¿Te consideras ahora un abolicionista nuclear?
Taguchi: Todavía no me veo así, porque preferiría ser un artista. Necesito profundizar en mí mismo para encontrar mi propia voz y mi propio valor en la vida. No puedo copiar el pensamiento de otras personas; de lo contrario, no sería una persona creativa. Esta responsabilidad de actuar y hablar a favor de la abolición nuclear es una de las cosas más importantes en mi vida y para la humanidad en general.

BAS: Como artista, ¿tiene alguna idea especial sobre cómo el arte puede transmitir la experiencia de la guerra?
Taguchi: No puedo describir lo poderosas que son las pinturas de los hibakusha. Creo que un pintor no necesita ninguna habilidad para el dibujo cuando tiene una imagen fuerte en mente y las emociones para realizar una pintura. Las proporciones corporales deformadas y las combinaciones de colores inusuales funcionan para darnos un mensaje inolvidable.

BAS: Cuando cuenta la historia de su familia, en particular a los estudiantes, ¿qué tipo de respuesta obtiene?
Taguchi: Al principio, los estudiantes son muy habladores y alegres, pero comienzan a estar tranquilos después de que comenzamos nuestras historias y adoptan una expresión muy seria. Al final, nos abrazamos y a veces lloramos. Creo que algunos estudiantes ven una superposición entre el sufrimiento y el dolor de los hibakusha y sus propias experiencias. Los hibakusha tienen alrededor de 80 años, por lo que hay una gran diferencia de edad entre los oradores y los estudiantes. Los estudiantes son un grupo diverso: hispanos, afroamericanos y asiáticos, así como estadounidenses blancos. Pero la gran diferencia de edad y las diferentes etnias no son nada cuando estamos compartiendo una historia poderosa que transmite emociones atemporales.

BAS: ¿Tiene mucho en común con los hijos de personas que han sobrevivido a otros eventos horribles, como el Holocausto?
Taguchi: Definitivamente. La abolición de la bomba atómica es solo uno de los muchos temas cruciales. Soy consciente de muchas inhumanidades que sucedieron debido a la guerra, la enfermedad, los desastres y razones políticas o culturales, y hay sobrevivientes de segunda generación de todas estas tragedias. No creo que pueda sentir exactamente el dolor que sufrieron mis padres, pero como hibakusha de segunda generación creo que siempre siento su dolor. Trato de sentir el dolor y asegurarme de preocuparme por otras personas que experimentan algún tipo de catástrofe y por su descendencia.

BAS: Cuando usted habla con la gente sobre la necesidad de abolir las armas nucleares, ¿se encuentra con algún argumento de que las armas y la guerra son un mal necesario o que la paz mundial es un objetivo ingenuo?
Taguchi: Recuerdo claramente que mi colega, que estaba embarazada cuando Estados Unidos invadió Irak, dijo: “Oh, Miyako, una guerra no es tan mala como crees porque también es un buen negocio”. No creo que recordara que soy hijo de sobrevivientes de la bomba atómica y que su país lanzó la bomba fatal sobre personas inocentes. Ella estaba embarazada y apoyó una guerra porque algunas corporaciones de Estados Unidos pueden hacer un buen negocio con la guerra. Desafortunadamente, muchas personas separan lo que dicen de su propia vida. Piensan que a ellos nunca les pasarán cosas malas, sólo a otras personas. Puede que sean los verdaderos soñadores.