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lunes, 22 de abril de 2024

"Oppenheimer": Joseph Rotblat, el único científico que abandonó el Proyecto Manhattan por motivos morales (y ganó el Nobel de la Paz)

 Joseph Rotblat en su biblioteca

"¿Una historia sobre el dilema ético de las armas nucleares que recauda US$1.000 millones?", bromeó el actor Robert Downey Jr. cuando ganó su Globo de Oro al mejor actor de reparto en la película "Oppenheimer".

Ciertamente, sobre el papel, la idea no debió haber sonado muy atractiva.

Sin embargo, la epopeya sobre el padre de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, no sólo ha sido la estrella en la temporada de galardones de la industria y llega a los premios Oscar con nominaciones en 13 categorías, sino también un éxito de taquilla.

La cerebral película de Christopher Nolan sobre un físico teórico torturado animó al público a acudir a los cines en masa para conocer más sobre ese crucial momento histórico y político.

Y, por supuesto, para saber más de la ciencia detrás de la bomba; después de todo el objetivo del Proyecto Manhattan que Oppenheimer dirigió fue fusionar los conocimientos y talento de las mentes científicas más brillantes de la época para producir un arma de destrucción masiva aprovechando el incomparable poder del átomo.

Varios de los muchos cientos de científicos asociados con el proyecto desfilan por la pantalla durante las tres horas que dura el filme, pero inevitablemente hay grandes ausencias.

Una de ellas es la de Joseph Rotblat, un físico que se distinguió por hacer lo que ningún otro de los renombrados científicos del Proyecto Manhattan hizo: abandonarlo por razones éticas.
Póster de la película Oppenheimer

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 "Oppenheimer" tiene lo que gusta en los premios Oscar: mérito artístico y éxito comercial.

Vida marcada por las guerras

Joseph Rotblat nació en Varsovia, Polonia, en el seno de una próspera familia judía.

Su infancia fue "idílica" hasta el gobierno decomisó los caballos del negocio de transporte de su padre cuando empezó la Primera Guerra Mundial, contó en conversación con la BBC en 1998.

"Casi de un día para el otro, pasó a la penuria absoluta".

La pobreza le quitó la comida, el calor, la salud y la posibilidad de estudiar.

"Dejó una marca indeleble en mí. Nunca volví a comer patatas, pues su sabor me trae recuerdos escalofriantes de ese entonces".

"Fue en ese entonces que empecé a pensar que la guerra no debía existir, y a creer que la ciencia y la tecnología eran la solución para prevenirla", recordó.

A pesar de no contar con educación secundaria formal, perseveró y logró un magistrado en ciencia de la Universidad Libre de Polonia en 1932, y un doctorado en física nuclear de la Universidad de Varsovia seis años después.

En 1938 aceptó una oferta para trabajar en la Universidad de Liverpool, en Reino Unido, con el premio Nobel James Chadwick, el físico que probó la existencia del neutrón.

Allá estaba cuando, en diciembre de 1938, la fisión, la base de la bomba atómica, fue inesperadamente descubierta en la Alemania nazi menos de un año antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial por los radioquímicos Otto Hahn y Fritz Strassmann. (olvidan a Lise Meiner)

En agosto de 1939, Rotblat volvió a Polonia para llevarse a su esposa a Inglaterra, pero ella no pudo viajar por problemas de salud.

Tuvo que irse, con el plan de que ella iría cuando mejorara.

No sabía que tomaría uno de los últimos trenes que salieron de Polonia antes que Alemania invadiera el 1 septiembre y estallara la guerra.

Tampoco sabía que nunca volvería a ver a su esposa, quien murió en el Holocausto, a pesar de sus esfuerzos por salvarla. A él, estar en Liverpool le salvó la vida.

"Todos mis colegas fueron exterminados en las cámaras de gas... la física polaca fue destruida".

Bomba

Bomba

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Trinity fue el nombre en clave de la primera detonación de un dispositivo nuclear, realizada por el ejército (Proyecto Manhattan) de Estados Unidos hace 75 años.

Sin propósito

Tras el descubrimiento de la fisión, como a muchos científicos, le había quedado claro que si bien ésta podía producir una gran cantidad de energía para generar calor y electricidad, una reacción desenfrenada podría crear una explosión de enorme fuerza... una bomba atómica.

"Nunca se me ocurrió que trabajaría para crear un arma, menos una de destrucción masiva", señaló.

Sin embargo, también como muchos otros científicos, lo hizo por miedo. 
Temía que otros científicos no fueran tan escrupulosos, particularmente los alemanes.

"Me pareció que la única manera de prevenir que Hitler usara la bomba contra nosotros era tener también la bomba y amenazar con usarla como represalia".

Era lo que después se conocería como el principio de destrucción mutua asegurada (o MAD, por sus siglas en inglés), estrechamente relacionado con la teoría de disuasión.

"Mi propósito era trabajar en la bomba para que esta no fuera usada por nadie".

Y estaba en el lugar indicado.

"Los primeros fundamentos científicos de la bomba se desarrollaron en Birmingham y en Liverpool, en el laboratorio de Chadwick".

Sabía, no obstante, que era imposible que Reino Unido la pudiera lograr durante la guerra, "pues la separación de isótopos requería una inversión de fondos que el país no podía permitirse".

Con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial en 1941 y la posterior decisión de desarrollar la bomba atómica, pronto se encontró en el centro del Proyecto Manhattan en Los Álamos, Nuevo México.

Sin embargo, apenas escuchó la confirmación, proporcionada por informes de inteligencia científica a finales de 1944, de que los científicos alemanes habían desestimado su programa de bomba atómica, decidió abandonarlo. 

"Mi propósito ya no era válido".

 Sospechoso de espionaje

Klaus Fuchs
 
Klaus Fuchs

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En Los Álamos, la CIA sospechó que había un espía, pero no era Rotblat sino el físico alemán Klaus Fuchs (en la imagen), quien le pasó información a la URSS durante y después de la guerra.

Cuando Chadwick le informó al jefe de inteligencia en Los Álamos de la renuncia de Rotblat, le mostraron un expediente con pruebas que aparentemente lo señalaban como espía.

Como había tomado lecciones de vuelo, creían que su plan era lanzarse en paracaídas sobre la Polonia ocupada por los soviéticos y entregarles los secretos de la bomba atómica.

Afortunadamente, el expediente podía ser fácilmente refutado, y se le permitió marcharse, pero bajo amenaza de arresto si revelaba sus motivos para irse o establecía contacto con sus colegas del Proyecto.

Mantuvo su silencio hasta que en agosto de 1945, estando de vuelta en Liverpool, se enteró del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

"Fue un shock terrible. Pero no fue sólo shock, sino temor por el futuro de la humanidad, porque yo sabía que la bomba atómica era apenas el primer paso, y que ya se estaba trabajando en un arma mil veces más poderosa: la bomba de hidrógeno".

"Sabía que apenas EE.UU. demostrara su enorme poderío militar, la URSS iba a tratar de tener su propia bomba, y eso dispararía la carrera armamentista".

En su mente retumbaba el eco de una conversación que escuchó en 1944 en Los Álamos, mucho antes de que la bomba fuera una realidad. 

 "El general Leslie Groves, quien comandaba todo el Proyecto Manhattan, en una conversación casual remarcó: 'Son conscientes, por supuesto, de que el propósito principal del proyecto es dominar a los rusos'. 

 "¡Yo pensando que estábamos en guerra con Hitler y los nazis! Los rusos eran nuestros aliados, miles estaban muriendo a diario... ¡y me dicen que todo el proyecto es contra ellos!... nunca lo olvidé". 

 La utopía 

Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

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Rotblat en una reunión organizada por la Asociación de Científicos Atómicos en Londres, 1948.

Lo ocurrido en Japón le obligó a cambiar su vida "por completo", le dijo Rotblat a la BBC.

"Cambié la dirección de mi trabajo de investigación y me dediqué a la física médica y a esforzarme para hacer que los científicos tomaran conciencia de los peligros que pueden resultar del desarrollo de la ciencia". Para él, era una cuestión de responsabilidad.

"Todos somos responsables de nuestros actos, pero eso se aplica particularmente a la ciencia, debido al papel dominante que desempeña en todos los ámbitos de la vida. Nos afecta a cada uno individualmente y determina el destino de las naciones. Por lo tanto, los científicos tienen que ser responsables.

"A menudo pueden prever con mucha más antelación que otros grupos de la sociedad cuáles podrían ser las consecuencias de su trabajo.

"No necesitamos hacer todo en la ciencia... Hay mucho que hacer sin cubrir ciertos campos que pueden ser perjudiciales".

Respecto a las armas de destrucción masiva, revaluó el argumento de la disuasión nuclear que había sido su justificación para colaborar en la creación de la bomba atómica.

Concluyó que el concepto era fundamentalmente erróneo.

"No funciona con personas irracionales, y hasta la gente razonable se comporta de forma irracional en la guerra, especialmente si se enfrenta a la derrota".

Sin embargo, las opiniones de alguien calificado de traidor por abandonar el Proyecto Manhattan no habrían hecho mella de no haber sido por su incansable labor de divulgación y la fundación de foros como la Asociación Británica de Científicos Atómicos (1946) o la Campaña por el Desarme Nuclear (1958).

Y, sobre todo, por su crucial contribución a la creación de la Conferencia Pugwash sobre Ciencia y Asuntos Mundiales. 

 No hay victoria en una guerra nuclear 

Bertrand Russell leyendo el Manifiesto Russell-Einstein

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Bertrand Russell leyó ante la prensa en julio de 1955 el Manifiesto Russell-Einstein, que este último había firmado al final de su vida. 

 Había conocido al renombrado matemático y filósofo Bertrand Russell cuando ambos aparecieron en un programa de la BBC sobre la bomba de hidrógeno.

Russell quedó tan perturbado por lo que Rotblat dijo que, convencido de que eran los científicos quienes debían intentar prevenir la guerra nuclear, contactó a Albert Einstein para que lo apoyara, y redactó el famoso Manifiesto Einstein-Russell.

Rotblat presidió el lanzamiento del documento en 1955, firmado por Einstein dos días antes de su muerte, y por otros nueve científicos de fama mundial.

Afirmando que nadie salía victorioso de una guerra nuclear, planteaba una elección ineludible: "¿Acabaremos con la raza humana o la humanidad renunciará a la guerra?" y les pedía que los científicos del mundo que se reunieran "para evaluar los peligros surgidos como resultado del desarrollo de armas de destrucción masiva".

Ese llamado a los científicos al diálogo constructivo fue respondido.

El industrial canadiense Cyrus Eaton, admirador de Russell y pacifista, ofreció los fondos necesarios para una conferencia internacional a cambio de que se celebrara en el pueblo de sus antepasados: Pugwash, ​​en Nueva Escocia.

A partir de 1957, aproximadamente una vez al año se celebraban conferencias, organizadas por Rotblat, quien fue secretario general de Pugwash y luego su presidente a nivel mundial.

Acudían hasta 100 participantes de la crema y nata de la ciencia internacional de ambos lados de la Cortina de Hierro.

Aunque no asistían como representantes de gobiernos, para poder hablar libre e informalmente, eran tan eminentes que influían en las decisiones políticas.

Paz, escrita en un farol
Paz, escrita en un farol

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Un mundo libre de guerra, afirmaba, no es una utopía.

En 1995, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado conjuntamente a Rotblat y a la Conferencia Pugwash "por sus esfuerzos para disminuir el papel desempeñado por las armas nucleares en la política internacional y, a largo plazo, eliminarlas".

En su discurso de aceptación, Rotblat dejó ver el alcance de su visión, compartida por Russell, Einstein y los otros signatarios del Manifiesto 40 años antes.

"Por el bien de la humanidad, debemos deshacernos de todas las armas nucleares", clamó, pero añadió que no era suficiente.

"Si bien eso eliminaría la amenaza inmediata, no brindará seguridad permanente.

"Las armas nucleares no se pueden desinventar. El conocimiento de cómo hacerlas no se puede borrar. Hasta en un mundo libre de armas nucleares, si alguna de las grandes potencias se involucrara en una confrontación militar, se sentiría tentada a reconstruir sus arsenales nucleares (...) El peligro de la catástrofe definitiva seguiría ahí.

"La única manera de evitarla es abolir la guerra por completo".

Admitió que eso "será visto por muchos como un sueño utópico."

"No es utópico. Ya existen en el mundo grandes regiones, por ejemplo la Unión Europea, en las que la guerra es inconcebible".

Y citó un pasaje del Manifiesto Russell-Einstein:

"Hacemos un llamado, como seres humanos, a los seres humanos: recuerden su humanidad y olviden el resto. Si puedes hacerlo, el camino está abierto para un nuevo paraíso; si no, se alza ante nosotros el riesgo de la muerte universal".

"La búsqueda de un mundo libre de guerras tiene un propósito básico: la supervivencia", subrayó.

Y fantaseó con que "si en el proceso aprendemos cómo lograrlo mediante el amor en lugar del miedo, la bondad en lugar de la compulsión; combinando lo esencial con lo placentero, lo conveniente con lo benévolo, lo práctico con lo bello, esto será un incentivo extra para embarcarnos en esta gran tarea".

Una tarea "aparentemente utópica" que nos dejó para este siglo, como escribió en un artículo para Physics World. 

sábado, 20 de abril de 2024

Por qué Oppenheimer se estrenó en Japón casi con un año de retraso y qué reacciones está causando en el único país atacado con bombas atómicas

Un afiche de "Oppenheimer" en Japón

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"Oppenheimer" se estrenó el 20 de julio de 2023, pero en Japón no llegó a los cines hasta este viernes


Casi nueve meses después de su estreno, y luego de haber sido la gran triunfadora de los Oscar 2024, finalmente “Oppenheimer” llegó a los cines de Japón este viernes.

No ha sido una decisión sencilla para los productores y distribuidores.

Y es que el filme del director Christopher Nolan retrata los intensos meses en los que el físico estadounidense J. Robert Oppenheimer lideró el ultrasecreto Proyecto Manhattan.

El trabajo del científico y un puñado de expertos dio como resultado la creación de la bomba atómica. Y como la misma película retrata, dos de esas bombas se lanzaron en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Es una de las heridas abiertas de la historia de Japón, donde murieron al menos 140.000 personas tras la caída de las dos bombas en agosto de 1945.

“Me sentí casi ofendida por cómo ellos hablan de Hiroshima en una sala de reuniones, pero sin pensar en la gente”, le dijo a la BBC una espectadora sobre una de las escenas del filme.

Otros dijeron que les llamó la atención la forma Occidental de narrar la historia.

"Que tengan una oportunidad de verla"

Los productores de la película, que ya ha recaudado casi US$1.000 millones en taquilla en todo el mundo, habían retrasado su estreno en Japón por lo traumático que fue en ese país lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial.

El director Christopher Nolan reconoció el año pasado que la proyección de la película en Japón debía darse “adoptando un enfoque muy cuidadoso” sobre la sensibilidad de los japoneses.

“Pero la película se ha proyectado en todo el mundo, así que creo que es apropiado que los amantes del cine en Japón, las personas que estén interesadas en ver esta obra, después de haber oído hablar de ella en el resto del mundo, tengan una oportunidad de hacerlo”, le dijo el director a la publicación CinemaBlend.

Hiroshima después de la bomba atómica

Hiroshima después de la bomba atómica

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Hiroshima (en la foto) y Nagasaki quedaron arrasadas por las detonaciones atómicas.

Con el respaldo de Universal Studios, la distribuidora Bitters End programó el estreno en Japón para este mes. La compañía señaló a la revista Time que tomaron la decisión luego de meses de “diálogo reflexivo” sobre el tema.

“Sentimos que Christopher Nolan ha creado una experiencia cinematográfica singular que trasciende la narración tradicional y debe verse en la pantalla grande. Invitamos a la audiencia a ver la película con sus propios ojos en lo que respecta a Japón”, manifestó la compañía.

A nivel internacional, Nolan ya había sido cuestionado por la prensa y el público por su decisión de no mostrar imágenes reales sobre la devastación causada por las bombas en Hiroshima y Nagasaki. El director dijo que a veces mostrar “menos puede ser más”, pues consideró que la película transmite el hecho de que fueron eventos traumáticos.

“No es que Christopher Nolan ignore el poder destructivo de las bombas. Hace un gesto hacia él cuando presenta a J. Robert Oppenheimer, el físico nuclear interpretado por Cillian Murphy, imaginando un holocausto nuclear mientras pronuncia un discurso de celebración ante sus colegas después del lanzamiento de la bomba sobre Hiroshima”, reflexiona la profesora de historia Naoko Wake en un artículo del portal The Conversation.

Una niña orando en Hiroshima

Una niña orando en Hiroshima

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Japón ha recordado cada año a las decenas de miles de víctimas que murieron en 1945.

“Pero lo que Oppenheimer ve en esta alucinación es el rostro de una joven blanca que se despega (interpretada por la hija de Nolan, Flora), no el de los japoneses, coreanos y asiático-estadounidenses que realmente experimentaron las bombas", continuó,

"Oppenheimer aparta la mirada de las imágenes de la zona cero de Hiroshima cuando se las muestran a él y a sus colegas del Proyecto Manhattan. Mientras observaba esta escena, me preguntaba si esta decisión animaría al público a mirar hacia otro lado también”.

Los espectadores japoneses que hablaron con la BBC, tuvieron reacciones diversas.

“Asco” y “nueva perspectiva”

La corresponsal de la BBC en Japón, Shaimaa Khalil, habló con algunos asistentes a un cine en Hiroshima este viernes, literalmente a metros de donde cayó una de las bombas, para conocer su opinión sobre la película.

Una espectadora, Erika Abiko, no dudó en expresar su rechazo: “Me dio mucho asco ver la euforia de la gente, su alegría por el experimento y el lanzamiento de las bombas atómicas", señaló en referencia a cómo muestra el filme las celebraciones por el éxito del Proyecto Manhattan.

Erika Abiko

Erika Abiko
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Erika Abiko habló con la BBC.

Mayu Seto, quien es una activista contra las bombas nucleares, dijo que se sintió “impactada” por cómo los personajes olvidaban hablar de las posibles víctimas.

Me sentí casi ofendida por cómo ellos hablan de Hiroshima en una sala de reuniones, pero sin pensar en la gente”, expresó.

Un joven, Masato Deyanama, reflexionó somo cómo la película muestra a Oppenheimer como “un gran hombre”, pero con conflictos internos.

“Es realmente interesante que se muestre de manera clara que no podía ocultar el arrepentimiento y la culpa dentro de su corazón”, consideró.

Kanae Kume, una estudiante, dijo que la película le mostró como se vio lo sucedido desde el exterior.

“Cuando oí las palabras ‘el uso de bombas atómicas salva vidas’ sentí que entendí una nueva perspectiva desde el punto de vista estadounidense, o desde el punto de vista mundial”.

miércoles, 27 de marzo de 2024

‘Oppenheimer’, mi tío y los secretos que a EE. UU. aún no le gusta contar

El cielo ensombrecido se extiende sobre kilómetros de arena desértica mientras, a lo lejos, desde un andamio iluminado, se eleva el objeto que cambiará el mundo. La primera prueba atómica es la escena que define Oppenheimer, ganadora de siete Premios de la Academia el domingo por la noche, incluido el de mejor película. La escena se desarrolla durante casi siete minutos de tensión in crescendo: nadie sabía si la bomba estallaría esa noche y, en caso de que sí, si incineraría al mundo entero.

Cuando vi la película, en el fin de semana del estreno, la escena me pareció insoportable, a pesar de que la historia ya había registrado lo que pasaba. Me quedé mirando a los científicos de Los Álamos que se reunieron para presenciar el gran acontecimiento, tumbados bajo las estrellas como si estuvieran viendo una película al aire libre, sin más protección que gafas o vidrios polarizados. El físico Edward Teller es el único que parece reconocer la necesidad de tomar alguna precaución, y la aborda aplicándose protector solar.

Oppenheimer es una película sobre un genio singular, una colaboración extraordinaria y un punto de inflexión en la historia. Pero también es una lección de física aplicada: el modo en que un catalizador solitario puede desencadenar una reacción en cadena cuyo impacto no puede predecirse ni controlarse. El mayor triunfo de J. Robert Oppenheimer puso en marcha las fuerzas que provocaron su caída. Una innovación concebida para hacer el mundo más seguro a largo plazo lo convirtió de manera evidente en un lugar más peligroso. Y, en las pruebas atómicas posteriores durante los años de la posguerra, muchos estadounidenses fueron expuestos deliberadamente a la radiación, para ver lo que la explosión y sus consecuencias les harían.

Se hizo desfilar a los soldados por los lugares de detonación cuando la arena se enfrió lo suficiente para caminar sobre ella; se envió a los pilotos a través de las nubes que aún ondeaban; se alineó a los marineros en barcos cercanos. En el campo de pruebas de Yucca Flat, en Nevada, incluso se convocó a una banda del ejército para que tocara. Sé esto último porque mi tío Richard Gigger era el líder de la banda.
Two men in military uniform, one Black and one white, discuss a piece of sheet music.
Richard Gigger, a la izquierda, discutiendo una partitura. Credit...Cortesía de la familia Kaminer

Richard se alistó en 1946. Era un chico negro de 16 años en un ejército todavía segregado, pero eso lo llevó de East St. Louis a Alemania. Allí obtuvo permiso para asistir a un programa de formación musical en, de todos los lugares, Dachau, dirigido por miembros de la Filarmónica de Berlín. Eso le cambió la vida. En las décadas siguientes, actuó para jefes de Estado, encabezó desfiles por Manhattan e hizo numerosas apariciones en The Ed Sullivan Show.

En varias ocasiones, entre 1952 y 1955, sus responsabilidades también incluyeron tocar “Shake, Rattle and Roll” para acompañar a la fuerza más destructiva de la historia de la humanidad.

Otros veteranos atómicos, como se les ha llegado a conocer, estaban en el Pacífico sur, vadeando agua radiactiva mientras rellenaban cráteres de explosiones. Se puede escuchar a antiguos miembros del servicio hablar sobre una serie de estas experiencias —con orgullo, honor y un profundo sentimiento de traición— en un documental titulado “I Have Seen the Dragon”. La experiencia de Richard también se ve ahí.

Después de 25 años en tres guerras, se retiró del ejército y conoció a mi tía Ellen. Juntos empezaron a enseñar música en la Escuela San Fernando, donde llevaron a la banda de música a ganar tantos campeonatos —13 en total, 11 de ellos consecutivos— que casi no era justo. Por el camino fueron mentores de cientos o quizá miles de chicos, muchos de los cuales aún les dan el crédito de haber cambiado sus vidas. Una escuela y una intersección fueron renombrados en su honor. También hay un enorme mural. Pero, al final, el servicio militar le pasó factura, como a tantos otros.

Para Richard empezó con un tumor hipofisario. Los cirujanos se lo extirparon, pero el resultado, años más tarde, fue una hemorragia craneal y daños cerebrales que empeoraron con el tiempo.

De niña, mi tío me parecía amable pero intimidante, una mezcla de bravuconería y rigor militar. Después de la hemorragia, todo eso desapareció. Se movía despacio y hablaba poco. Aún podía tocar instrumentos musicales, pero en el documental es mi tía quien habla. Richard permanece sentado, en silencio. Murió tres meses después.

Durante cinco décadas, a los veteranos atómicos les prohibieron contar su experiencia, incluso a sus parejas o médicos. Eso ha dificultado la obtención de un recuento fiable de sus cifras o de las consecuencias médicas que padecían, entre las que se incluyen leucemia, cáncer de tiroides, cáncer de esófago y mieloma múltiple. También ha dificultado que ellos o sus familiares reciban la ayuda necesaria. Para probar su caso ante el Departamento de Asuntos de los Veteranos, mi tía pasó largas horas en la biblioteca leyendo artículos científicos sobre la radiación ionizante atmosférica (muchos de los cuales tuvo que primero hacer traducir del japonés), rebuscó en los archivos de viejos periódicos de Nevada y consultó a médicos. La rechazaron muchas veces, pero, finalmente, al cabo de siete años, el Departamento de Asuntos de los Veteranos cedió. Confirmó que lo más probable es que la enfermedad de Richard se debiera a su exposición. Eso permitió que cumpliera los requisitos para recibir una modesta indemnización.

En la actualidad, varias afecciones se consideran “presuntas” para los veteranos atómicos, lo que significa que se asume que son consecuencia de su servicio. Pero no hay forma de saber cuántas personas sufrieron o murieron antes de que se adoptara esa política ni cuántas otras afecciones pueden ser también resultado de la exposición ni cuántas familias no pudieron emprender el tipo de investigación que hizo mi tía o perseverar a pesar de tantos contratiempos. El número de veteranos es cada vez menor, pero esas preguntas siguen siendo urgentes, pues los efectos de la radiación pueden ser transmitidos a los hijos y los nietos.

Se ha criticado a Oppenheimer por no mostrar la devastación de Hiroshima y Nagasaki. Creo que fue la elección correcta. Habría sido ofensivo, tal vez incluso obsceno, reducir ese sufrimiento a una subtrama de una película biográfica de un gran hombre, una película que, sin importar qué tan basada esté en hechos, es, en última instancia, un entretenimiento, una ficción. Dejar el horror de Japón a la imaginación o los pensamientos intrusivos que se puede ver que Oppenheimer se esfuerza por acallar, me pareció una humildad apropiada sobre los límites de la representación, como cuando la película se queda casi en silencio cuando se registra la explosión por primera vez.

En cuanto al efecto de la bomba en los cuerpos de los estadounidenses, la visión de esos científicos desprotegidos es lo más cerca que llega la película. La escena funciona como una metáfora de lo ingenuamente optimista que era el programa nuclear, de lo poco preparada que estaba la nación o incluso el mundo para los terrores que desencadenaría. Después de la prueba, cuando los militares empaquetan las bombas restantes y se las llevan, Oppenheimer le dice a Teller: “Una vez utilizada, la guerra nuclear, quizá toda guerra, se vuelve impensable”. Igual de impensable, sospecho, habría sido la idea de que Estados Unidos infligiera a propósito algunos de los efectos dañinos de la bomba a sus propios miembros del servicio.

Si Oppenheimer fuera una película más tradicional, la rendición de Japón podría haber sido el clímax. Pero la película continúa durante una hora más, centrando su atención en la lucha de Oppenheimer por mantener su autorización de seguridad, una lucha que se desarrolla en paralelo a la de una figura en las entrañas de la política de Washington por conseguir un puesto en el gabinete de un gobierno. Es posible salir del cine con la impresión de que, al menos en Estados Unidos, la principal víctima de la bomba fue la carrera de Oppenheimer.

Para mi tío, las consecuencias llegaron más tarde. Para algunos otros veteranos atómicos o sus familias —o para las personas que viven cerca de sitios de prueba como los de Nevada y las Islas Marshall y, por supuesto, para la gente de Japón— puede que todavía sea en el futuro. La película que recibió premios Oscar narraba una historia muy concreta, pero muchas otras vidas se remontan también a ese día. De un modo u otro, nadie salió intacto. Todos vivimos a sotavento de aquella primera explosión trascendental.

Ariel Kaminer es editora de la sección de Opinión de The New York Times.

miércoles, 20 de marzo de 2024

_- Quién fue Lewis Strauss, el enemigo eterno de Oppenheimer, el padre de la bomba atómica



_- Lewis Strauss fue director de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos entre 1953 y 1958


En “Oppenheimer”, la película de Christopher Nolan que se llevó siete Oscars en la gala del pasado domingo, seguimos la vida de J. Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, desde sus años de universidad, pasando por el momento en el que lidera el famoso laboratorio de Los Álamos, hasta el declive de su carrera años después.

 Pero también vemos a un político hábil, que les habla al oído a los presidentes de Estados Unidos en materia nuclear y pone una y otra vez en duda las intenciones de Oppenheimer, de quien sospecha que tiene simpatías comunistas. 

Se trata de Lewis Strauss, interpretado por Robert Downey Jr., quien logró el Oscar al Mejor Actor Secundario. 

 Strauss fue en la vida real un funcionario con gran poder e influencia en Washington a mediados del siglo XX en temas de energía nuclear.

Desconfiaba poderosamente de Oppenheimer. Estaban en orillas ideológicas opuestas y a lo largo de los años tuvieron visiones divergentes sobre la energía nuclear que se fueron mezclando con rencillas personales. 

 Entre Oppenheimer, el científico, y Strauss, el político, perduró un conflicto que, como vemos en la película, terminó teniendo un alto coste para ambos.

Pero ¿cómo fue que Strauss, un hombre que nunca fue a la universidad, llegó a tener un poder tal que se codeaba con los presidentes de Estados Unidos? Y ¿qué papel jugó realmente en el ocaso de Oppenheimer?

De vendedor a zapatos a banquero millonario. 

 Nacido en una familia judía en Virginia Occidental, Strauss creció queriendo ser físico.

A diferencia de la de Oppenheimer, que vivía en una zona lujosa de Manhattan y tenía una colección de arte extensa, su familia atravesaba dificultades económicas.

Cuando llegó el momento de que el joven Lewis entrara a la universidad, su padre atravesaba problemas de dinero y él tuvo que dedicarse a vender zapatos durante varios años. 

 Funcionarios de la Administración de Alimentos de Estados Unidos 
 


FUENTE DE LA IMAGEN,ARCHIVOS NACIONALES Y ADMINISTRACIÓN DE DOCUMENTOS

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Strauss, tercero de izquierda a derecha, a los 22 años cuando trabajaba para la Administración de Alimentos de Estados Unidos. 

 Siendo aún muy joven, desarrolló una gran admiración por Herbert Hoover, un político republicano que sería presidente de Estados Unidos años después. Tanta que se ofreció para ser su asistente sin pedir un centavo a cambio cuando Hoover era jefe de la Administración de Alimentos de Estados Unidos.

“Estaba claro que echar una mano para alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos en Bélgica y el norte de Francia era echar una mano en la Historia”, escribió Strauss en sus memorias.

El joven impresionó a Hoover y este último terminó siendo su mentor a lo largo de la vida.

Luego, se convirtió en banquero de inversiones y tuvo un éxito tal que se hizo millonario en una década.

Según Richard Pfau, su biógrafo, “Strauss llegó a la cima gracias a su habilidad, su ambición, la elección de la empresa y la esposa adecuadas, y la buena suerte de empezar en un momento próspero”. Se casó con Alice Hanauer, la hija de uno de los socios del banco de inversión para el que trabajaba.

Al mismo tiempo, su cercanía con Herbert Hoover continuaba, por lo cual hizo parte de sus campañas a la presidencia en 1920, 1928, cuando ganó, y 1932. 

Un hombre del establecimiento 

Hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Strauss alternaba su vida política con su exitosa carrera de banquero y sus decididos esfuerzos por ayudar a las comunidades judías bajo ataque en Europa.

En 1941, se integró al servicio activo del ejército como parte de la Oficina de Artillería. Desde Washington, colaboró en la administración de las municiones de la Armada de Estados Unidos durante la guerra.

Fue una época en la que ascendió en rango e influencia debido a su inteligencia, su trabajo y su habilidad para encontrar aliados en las altas esferas, entre ellos el presidente Harry Truman.

Robert Downey Jr. ganó el Oscar a Mejor Actor de Reparto por su papel de Lewis Strauss en la cinta “Oppenheimer” 


FUENTE DE LA IMAGEN,UNIVERSAL PICTURES

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Para el final de la guerra, los lazos de Strauss tanto con Washington como con Wall Street lo habían convertido en un hombre del establecimiento; es decir, rico y poderoso.

Tras la muerte de sus padres a causa del cáncer, decidió dedicar parte de su tiempo y su dinero al desarrollo de tratamientos con radio contra la enfermedad. Fue así como llegó al campo de la energía nuclear.

Su carrera nuclear 

A pesar de su interés por este campo, estuvo relativamente alejado del Proyecto Manhattan, que desarrolló la primera bomba atómica para EE.UU.

Pero poco más de un año después de las detonaciones sobre Hiroshima y Nagasaki, Truman lo nombró como uno de los comisionados de la recién creada Comisión de Energía Atómica. Esa fue la entidad que EE.UU. creó en la posguerra para trasladar la investigación atómica de las autoridades militares a las autoridades civiles.

Como parte de esa comisión, Strauss promovió un sistema de vigilancia que detectó el primer ensayo de bomba atómica de la Unión Soviética en 1949.

Ante la constatación de que Estados Unidos había dejado de ser el único país del mundo con bombas nucleares, Strauss defendió a ultranza desarrollar la bomba de hidrógeno, un arma termonuclear mucho más poderosa que la bomba atómica.

Fue entonces cuando Strauss se enfrentó por primera vez con J. Robert Oppenheimer, que venía de ser la cabeza del laboratorio que había logrado construir la bomba atómica en Los Álamos, Nuevo México.

Después de la guerra, Oppenheimer se había convertido en una figura popular, un tecnócrata con gran credibilidad y, por supuesto, una voz autorizada en el campo de las armas nucleares.

Era también uno de los principales opositores de la bomba de hidrógeno. Y también defendía una política de transparencia respecto al número de armas nucleares que poseía EE.UU. y su capacidad de destrucción. Strauss consideraba que esa franqueza solo podría beneficiar a los soviéticos.

La Comisión de Energía Atómica se creó tras la Segunda Guerra Mundial, en principio para explorar sus usos más allá de las armas nucleares.

Como retrata la película, esta discusión se daba al tiempo que Strauss sospechaba sobre las verdaderas intenciones de Oppenheimer.

La suspicacia se alimentaba del hecho que varias personas de su círculo habían pertenecido al Partido Comunista estadounidense, incluido su hermano y su esposa.

“No soy comunista, pero he sido miembro de casi todas las organizaciones del Frente Comunista en la costa oeste”, escribió el mismo Oppenheimer en un cuestionario de seguridad cuando se unió al Proyecto Manhattan.

La opinión de Strauss sobre la bomba de hidrógeno fue la que terminó convenciendo al presidente Truman. En enero de 1950, el mandatario anunció su decisión de seguir adelante con su desarrollo.

Con ese logro a cuestas, Strauss se alejó un par de años del mundo del poder, pero no demasiado.

En la campaña presidencial de 1952, apoyó decididamente al candidato republicano Dwight Eisenhower.

Cuando Eisenhower llegó al poder, lo nombró como cabeza de la Comisión de Energía Atómica. 

Doble discurso 

De la mano de Strauss, Eisenhower intentó aplacar el miedo que existía entre la población alrededor de la carrera armamentista, subrayando los potenciales usos pacíficos de la energía nuclear.

De hecho, en diciembre de 1953, el entonces presidente pronunció un discurso en las Naciones Unidas titulado “Átomos para la paz”, con el que intentó tranquilizar a sus aliados con respecto al futuro de la energía nuclear, al tiempo que el país se seguía armando nuclearmente.

En ese contexto, Strauss fue clave para construir la central de Shippingport, la primera planta de energía nuclear destinada a fines pacíficos.

Evento de "Átomos para la paz.

Strauss, segundo de izquierda a derecha, y Eisenhower, segundo de derecha a izquierda, en 1955.

Al mismo tiempo, EE.UU. estaba haciendo pruebas de armas termonucleares en el Océano Pacífico, una de las cuales produjo una contaminación radiológica tal que tuvo graves consecuencias para la salud de los habitantes de las islas cercanas.

La comisión que dirigía Strauss inicialmente trató de ocultar los efectos de esa contaminación y él mismo minimizó una y otra vez el asunto.

También se opuso a cualquier intento de detener las pruebas nucleares o de prohibir la investigación de la energía nuclear para evitar su proliferación. 

Strauss vs. Oppenheimer 

Siendo cabeza de la Comisión de Energía Atómica, Strauss mantuvo su rivalidad con Oppenheimer. De hecho, puso como condición para aceptar el cargo que a este último se le mantuviera al margen de toda información clasificada en materia nuclear.

A los pocos meses de haber llegado al cargo, Strauss le pidió al director del FBI que vigilara los movimientos de Oppenheimer.

Y poco después, William Borden, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que también había sido director de la Comisión de Energía Atómica, envió una carta al FBI asegurando: “Lo más probable es que J. Robert Oppenheimer sea un agente de la Unión Soviética”.

Según los periodistas e historiadores Kai Bird y Martin J. Sherwin, Strauss y Borden colaboraron en secreto para hacer esa acusación. “Borden haría el trabajo sucio y Strauss le daría acceso a la información que necesitaba”, explican en el libro “Prometeo americano”.

Entonces, vino la embestida final de Strauss, que retrata la película de Nolan.

Oppenheimer fue sometido a una audiencia con el fin de confirmar o revocar su acreditación de seguridad, dados los alegatos de Borden.

La acreditación de seguridad era indispensable para que Oppenheimer pudiera seguir trabajando como consejero en los círculos de poder de Washington.

El científico tuvo que rendir cuentas de sus reuniones y llamadas ante una junta de seguridad de la Comisión de Energía Atómica, formada por tres miembros, todos nombrados por Strauss.

Strauss también eligió al abogado que llevó el caso contra Oppenheimer y tuvo acceso a la información que tenía el FBI sobre el padre de la bomba atómica, según el historiador Richard Rhodes.

La audiencia concluyó que Oppenheimer podía ser un riesgo para la seguridad nacional. Ese fue el fin del rol respetado e influyente que jugaba en EE.UU. J. Robert Oppenheimer, un consumado patriota.

El mismo Strauss escribió las conclusiones de la junta, en las que enfatizaba en los “defectos de carácter” de Oppenheimer y sus asociaciones pasadas con comunistas.

La decisión de la junta fue fuertemente criticada por la comunidad científica en su momento.

En 2022, el Departamento de Energía de Estados Unidos concluyó que el procedimiento de la audiencia había incumplido las regulaciones de la misma comisión.

“Con el paso del tiempo, han salido a la luz más pruebas de la parcialidad e injusticia del proceso al que fue sometido el Dr. Oppenheimer”, escribió la secretaria de Energía del gobierno de Joe Biden, Jennifer Granholm. 

 J. Robert Oppenheimer



FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,
La junta de seguridad de la Comisión de Energía Atómica concluyó que Oppenheimer era un ciudadano leal pero presentaba un riesgo para la seguridad del país. 

El “no” del Senado 

En 1958, el presidente Eisenhower decidió darle a Strauss el puesto de Secretario de Comercio de la Casa Blanca. Para ser nombrado en ese cargo, Strauss debía ser confirmado por el Senado.

Lo que solía ser una mera formalidad se transformó en la lucha más importante de la administración Eisenhower en el Congreso.

El Senado pasó más de tres meses estudiando el nombramiento. La gestión de Strauss en la Comisión de Energía Atómica le había ganado muchos enemigos en Washington, que se opusieron a su elección para integrar el gabinete.

Finalmente, el Senado le dio un sorpresivo “no”, un episodio que, según algunos historiadores sentó las bases de una nueva relación entre el Congreso y la Casa Blanca que se prolonga hasta la actualidad.

“Este es el segundo día más vergonzoso en la historia del Senado”, expresó Eisenhower ante la decisión.

Fue una derrota humillante para Strauss y el fin de su carrera.

Quien había jugado un rol clave en la era atómica terminó marginado del poder y dedicado a labores filantrópicas.

Pfau, biógrafo de Strauss, lo describió como un hombre irritable y reservado que nunca daba marcha atrás ni se disculpaba, sin importar las consecuencias 

 Aún así, en palabras del mismo Pfau, fue quien “dominó la política atómica de Estados Unidos más que ningún otro hombre en los años de formación de la era atómica”.

Después de luchar contra un linfoma durante tres años, Strauss falleció a los 77 años en 1974. 

viernes, 27 de octubre de 2023

Oppenheimer y Japón

Visitors pay in front of the cenotaph dedicated to the victims of the atomic bombing at the Hiroshima Peace Memorial Park in Hiroshima

Acto de recuerdo en memoria de las víctimas de Hiroshima el pasado 6 de agosto, en el 78º aniversario del lanzamiento  

Las heridas que dejaron las dos bombas atómicas siguen abiertas en un país que siempre ocultó y marginó a las víctimas de la radiación, quienes recordaban un pasado que había empeño en olvidar a toda costa


Oppenheimer, la película de Christopher Nolan, se ha convertido en uno de los grandes éxitos cinematográficos del momento, una buena opción para las tardes de verano. La película es larga y exhaustiva si vamos con la expectativa de conocer una historia más, sin mayores pretensiones que evadirnos de la rutina cotidiana. En cambio, nos parecerá que no sobra ni el más mínimo detalle, e incluso se nos hará corta, si nos interesa en detalle la vida de este físico, considerado el padre de la bomba atómica; el contexto y circunstancias históricas y las consecuencias y repercusiones de su trabajo. A través del proceso de descrédito mediante juicio sumarísimo, amañado y sin pruebas, al que se vio sometido Oppenheimer, y que desembocó en su exilio académico, por su libertad de expresión contra el poder establecido y sus simpatías con el partido comunista, se puede constatar una vez más cómo se comportan incluso los colegas más próximos ante este tipo de situaciones: reminiscencias del experimento de Milgram.

Otro fenómeno, nada nuevo, que podemos observar en esta película es el sempiterno silencio y olvido que recae sobre las mujeres. Toda la película gira en torno a Oppenheimer, Albert Einstein (¿deberíamos hablar más de Mileva Maric y menos de Einstein?)y otros físicos varones, con una marcada mirada androcéntrica. La figura de Lise Meitner, científica que descubrió la fisión nuclear que hizo posible la creación de la bomba atómica; la de Elda Emma Anderson, primera persona en obtener una muestra pública de uranio, y las de otras científicas no aparecen y ni siquiera se las menciona. Seguimos sin rescatar a importantes mujeres de la ciencia y la cultura que pueden servir como referentes a futuras generaciones.

En el otro extremo del mundo, en Japón, hay una gran oposición a que la película llegue a las pantallas por considerarse irrespetuosa con las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Una actitud más que comprensible teniendo en cuenta que las heridas siguen abiertas y que no han pasado aún ni dos generaciones. Todos los 6 de agosto vemos en los medios de comunicación el respetuoso y sentido homenaje que Japón rinde en Hiroshima a sus víctimas, que hasta hace muy poco han seguido muriendo por las devastadoras consecuencias del bombardeo. Para conocer el horror de la bomba atómica de primera mano nada mejor que leer el testimonio de Pedro Arrupe (1907-1991), bilbaíno de nacimiento, Yo viví la bomba atómica. Considerado el héroe español de Hiroshima, estaba diciendo misa en esa ciudad en el mismo momento en que cayó la bomba, y allí siguió socorriendo a las víctimas, al pie de la destrucción, con muy pocos medios pero auxiliado por sus conocimientos como doctor en Medicina. En Japón, el fenómeno social y el consiguiente revuelo que ha causado esta película, junto con la taquillera Barbie, se ha denominado Barbenheimer.

Qué duda cabe de que ambas bombas causaron una de las mayores tragedias humanas de la historia, arrasando todo a su paso y devastando la vida y los sueños de millones de personas y de familias. También es cierto que siempre hay que ver más allá de la información cotidiana y profundizar en los hechos con el fin de esclarecerlos y arrojar luz para que no vuelvan a repetirse. Lo que no es tan conocido es el hecho de que Japón siempre ha ocultado y marginado —les negaron los cuidados más básicos y fueron tratados como apestados— a las víctimas (hibakusha) de la radiación, que quedaron muertos en vida con heridas y enfermedades crónicas, físicas y mentales; situación considerada como “paz negativa” por  el científico noruego Johan Galtung. A menudo se cancelan sibilinamente documentales sobre el tema o eventos u homenajes a estas víctimas. Recordaban un pasado que Japón se empeñaba en olvidar a toda costa, al menos a corto plazo, y eran incómodas para sus objetivos más inmediatos: resurgir de sus cenizas cual ave fénix y demostrar al mundo el milagro japonés que se llevó a cabo en los Juegos Olímpicos de Tokio en 1964.

Y como en cada empresa titánica y descomunal que emprende el ser humano, siempre hay que pagar un precio, siempre se deja algo por el camino. Y el milagro japonés no fue una excepción. Millares de familias crecieron con un padre ausente que trabajaba de sol a sol y que vivía en la empresa; millares de trabajadores fallecieron por el colapso cerebral que acarrea trabajar a destajo sin descanso alguno y por un mal entendido amor a la patria. Esta enfermedad tiene un nombre en japonés: karoshi, literalmente, muerte por exceso de trabajo, algo quizá tan antiguo como la vida sobre la tierra y que nunca ha dejado de producirse. De hecho, la mayoría de las muertes en el actual Japón se producen por dicha causa o por el suicidio (80 personas al día) al que aboca semejante callejón sin salida.

Robert Oppenheimer también pagó su precio. El precio de expresar libre y públicamente sus opiniones y dilemas morales sobre las armas nucleares. El precio de la envidia al convertirse en el científico más famoso y recibir honores y cargos importantes tras la Segunda Guerra Mundial.

Elena Gallego Andrada es profesora del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía de Tokio y traductora.

https://elpais.com/opinion/2023-09-02/oppenheimer-y-japon.html