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miércoles, 9 de agosto de 2023

_- Lise Meitner


Feb, 11, 1939: Lise Meitner, 'Our Madame Curie' | WIRED

_- Hasta 1938 se creía que los elementos con números atómicos superiores a 92 (los elementos transuránidos) podían aparecer cuando se bombardeaban los átomos de uranio con neutrones. Fue la química Ida Noddack la que propuso en 1934 que probablemente ocurriría lo contrario. En 1938, Otto Hahn, Lise Meitner, Fritz Strassmann y Otto Frisch fueron los primeros en demostrar experimentalmente que el átomo de uranio, al ser bombardeado con neutrones, en realidad se fisiona.

Con el doctorado por la Universidad de Marburg (Alemania) en la mano y con la ilusión puesta en ser un químico industrial en una empresa internacional, Otto Hahn viajó a Inglaterra para mejorar su conocimiento del inglés. Para mantenerse mientras estudiaba encontró un trabajo de ayudante en el laboratorio de William Ramsay en el University College (Londres). Hahn sobresalió pronto por su enorme capacidad como científico experimental: su primer gran resultado fue el aislamiento de torio radiactivo. Con el gusto por la investigación básica bien arraigado, Hahn continuó su formación con Ernest Rutherford en Montreal. Finalmente volvió a su Alemania natal para unirse al instituto Emil Fischer de la Universidad de Berlín.

Hahn buscaba un colaborador con el que proseguir sus estudios sobre radioactividad experimental y terminó encontrando a Lise Meitner. Ella había ido a Berlín para asistir a las conferencias sobre física teórica de Max Planck, tras haber terminado su doctorado en la Universidad de Viena en 1905 (dirigido por Ludwig Boltzmann). En el primer año de la asociación Hahn-Meitner los investigadores tuvieron que trabajar en una carpintería en Dahlem dado que la universidad no aceptaba mujeres. En los años siguientes las cosas cambiaron bastante. Para 1912 el grupo de investigación trabajaba en el Sociedad Kaiser Wilhelm, en la que Fritz Haber era director del instituto de química física, Hahn lo era del de radioactividad y, desde 1918, Meitner era jefa del departamento de física de éste. Durante la I Guerra Mundial (1914-1918), Hahn trabajó en el servicio de armas químicas (gases) que dirigía Haber y Meitner fue enfermera voluntaria especializada en rayos X en el ejército austriaco.

El descubrimiento del neutrón en 1932 por James Chadwick dio un nuevo impulso a los estudios sobre la radioactividad porque esta partícula atómica sin carga podía usarse con éxito para bombardear el núcleo atómico. Meitner, Hahn y un alumno de doctorado de éste, Fritz Strassmann, que trabajaba con los socios desde 1929, estaban enfocados en la identificación de los productos del bombardeo con neutrones y lo patrones de desintegración del uranio, siguiendo el trabajo que Enrico Fermi y su equipo había iniciado en 1934.

En 1938 Meitner tuvo que huir de Berlín ya que la persecución de los judíos era ya abierta. Encontró acogida en el Instituto Nobel de Estocolmo (Suecia). Su sobrino, Otto Frisch, trabajaba cerca, en el instituto de Niels Bohr en Copenhague (Dinamarca). Mientras tanto, Hahn y Strassmann se encontraban con que habían obtenido bario de forma inesperada en sus experimentos, un elemento mucho más ligero que el uranio, e informaron de ello a Meitner.

En el número 47 de Angewandte Chemie (1934), Ida Tacke-Noddack (codescubridora del renio y varias veces candidata al Nobel) había escrito en contra de la opinión general: “Es concebible que cuando los núcleos pesados son bombardeados con neutrones estos núcleos puedan descomponerse en varios fragmentos bastante grandes, que son ciertamente isótopos de elementos conocidos, pero no vecinos [en la tabla periódica] de los elementos irradiados”.

Meitner y Frisch hicieron cálculos teóricos usando el modelo de Bohr de “gota líquida” (1935) para el núcleo atómico y pudieron confirmar que lo que se había producido era una fisión del núcleo. Pronto quedó claro que el bario estaba entre los isótopos estables producto de la desintegración radioactiva de los elementos transuránidos que se habrían formado tras el bombardeo con neutrones del uranio. Las noticias de la fisión del átomo y sus increíbles posibilidades corrieron como la pólvora, el 2 de agosto de 1939 Albert Einstein firmaría la famosa carta al presidente Roosevelt (Escrita en su mayor parte por Leó Szilárd, con la colaboración de Edward Teller y Eugene Wigner) que terminaría dando origen al Proyecto Manhattan.

Hahn, Meitner y Strassmann no intervinieron en la investigación de armas nucleares durante la II Guerra Mundial. Al final de la guerra Hahn se enteraría de tres cosas que lo dejaron pasmado: que le habían concedido el premio Nobel de química de 1944, que no se lo habían concedido a Meitner y que fue el hallazgo de su equipo de 1938 el que había dado comienzo a la creación de la bomba atómica.

Hahn llegó a ser director de la Sociedad Max Planck (sucesora de la Kaiser Wilhelm) y un destacado opositor al uso armamentístico de la energía atómica. Meitner se quedó en Suecia investigando. Strassmann dio origen a toda una escuela de químicos nucleares en Maguncia (Alemania). Los tres recibieron el premio Enrico Fermi en 1966.

Su historia, es muy parecida a la de otras Mujeres que a lo largo de la historia, no tuvieron el reconocimiento que merecían, y en algunos casos fueron directamente olvidadas.

Lise Meitner nació un 7 de noviembre de 1878 en Viena, por esa época capital de Imperio Austro-Húngaro.

Creció en el seno de una familia judía con un elevado nivel cultural y una relativa tranquilidad económica.

Desde muy pequeña mostró una atracción natural por la ciencia y le gustaban sobre todo las matemáticas, un talento visto y potenciado por sus padres Philipp Meitner, abogado y maestro de ajedrez, y Hedwig Skovran, una muy buena música aficionada, que contrataron profesores particulares para ayudarla a seguir aprendiendo al -margen de los contenidos escolares.

Cuando Lise terminó los estudios obligatorios básicos, a los 14 años no pudo acceder al instituto para preparar su ingreso a la universidad, porque las Mujeres no podían legalmente acceder a estudios superiores.

No obstante, ella siguió formándose por su cuenta, con los libros y materiales que podía conseguir, y perfeccionarse como pianista.

Cuando en 1897 las Mujeres fueron finalmente admitidas, y aunque Lise no había tenido la posibilidad de una preparación formal, en el verano de 1901, y con 23 años se convertía en la primera mujer  admitida en la carrera de física en la Universidad de Viena.

No obstante, los Hombres dominaban el ámbito de la Ciencia. El químico Otto Hahn le propuso colaborar con él, pero el laboratorio no podía aceptar mujeres y Lise tuvo que trabajar en un sótano que antes había sido el taller de un carpintero. Su trabajo no era remunerado, ya que por ser mujer no recibía ningún dinero, y su labor en el Kaiser Wilhelm Institut era gratuita.

Esta situación cambió en 1913 cuando el mismísimo Max Planck, su antiguo profesor, la contrató como asistenta en su laboratorio.

Durante la I G. M., además, trabajó como técnica de rayos X en el hospital Lichterfelde de Berlín.

En 1926, Lise obtuvo una plaza como profesora titular de Física Nuclear Experimental en la Universidad de Berlín, siendo la primera Mujer en conseguirlo. Con la llegada al poder de Hitler, una gran mayoría de Científicos Judíos huyeron de Alemania, Lise decidió continuar su trabajo en Berlín, pero perdió su cátedra. 

La situación política se fue agravando. Fue privada de su nacionalidad y al tratar de abandonar el país, el gobierno Nazi le quitó el pasaporte y debió escapar. Finalmente consiguió llegar a Estocolmo en 1938, dónde encontró asilo y adoptó la nacionalidad Sueca, retomado allí sus investigaciones en un nuevo laboratorio, a condición de no publicar con su nombre los resultados de sus experimentos.

Por ello, un artículo crucial sobre la división del átomo, publicado el 6 de enero de 1939 en Naturwissenschaften, solo llevó la firma de Hann, por temor a ser descubierta.

En 1942 rechazó la oferta de unirse al Proyecto Manhattan, el grupo de científicos creado para conseguir la bomba atómica. Aún siendo consciente de la guerra y del peligro que el nazismo suponía para el Mundo Libre y la supervivencia del Pueblo Judío, no quería ser partícipe de la creación de un arma de destrucción masiva.

Aunque fue la responsable de la fisión nuclear, un hito de la Ciencia Moderna, sólo su compañero Hahn recibió el Premio Nobel en 1944 por los hallazgos que realizaron juntos.

Gran parte de la comunidad científica, con Niels Bohr a la cabeza, protestaron por lo injusto de esa omisión.

Aunque Hahn minimizó la colaboración (crucial) de Lise, dió a Lise parte del dinero en efectivo de su Premio Nobel, que ella donó al Comité de Emergencia de Científicos Atómicos de Albert Einstein, que estaba promoviendo el uso pacífico de la energía nuclear.

Al acabar la guerra, su trabajo quedó en el olvido. Dió conferencias y siguió trabajando en Estocolmo hasta que se jubiló en 1953.

Finalmente su aporte a la Ciencia fué reconocido, entre otros, por las medallas Max Planck, la Wilhelm Exner, y la Dorothea Schlözer de Göttingen. Es la única mujer que tiene un elemento en la tabla periódica en su honor, el Meitnerio. Murió en 1968. De ella dijo Einstein, "Es la María Curie alemana".

Sobre su lápida se lee: "Lise Meitner: una Física que nunca perdió su Humanidad”.

La química y la física se superponen en el nivel en el que se llevan a cabo las investigaciones de las partículas más pequeñas de la materia. Por lo tanto, fue apropiado que Otto Hahn, Lise Meitner y Fritz Strassmann se unieran para combinar su experiencia en ambos campos.

Carrera temprana de Otto Hahn
Con un doctorado en mano de la Universidad de Marburg en Alemania, Hahn (1879–1968) tenía la intención de hacer carrera como químico industrial en una empresa con conexiones comerciales internacionales. Viajó a Inglaterra para mejorar sus habilidades en el idioma inglés y encontró un trabajo como asistente en el laboratorio de William Ramsay en el University College de Londres. Hahn demostró rápidamente su gran habilidad como experimentador al aislar torio radiactivo. Después de trabajar con Ernest Rutherford en Montreal, se unió al instituto de Emil Fischer en la Universidad de Berlín, donde ascendió en la facultad.

Colección Conmemorativa Edgar Fahs Smith, Centro Kislak de Colecciones Especiales, Libros Raros y Manuscritos, Universidad de Pensilvania, Hahn y Meitner colaboran

Hahn fue en busca de un colaborador con quien realizar estudios sobre radiactividad experimental y se asoció con Meitner (1878-1968). Había venido a Berlín para asistir a las conferencias de Max Planck sobre física teórica después de recibir su doctorado en física de la Universidad de Viena en 1905, el segundo doctorado en ciencias de esa universidad otorgado a una mujer. En el primer año de la asociación Hahn-Meitner tuvieron que trabajar en un taller de carpintería remodelado porque la universidad aún no aceptaba mujeres de manera oficial.

En 1912, su grupo de investigación se trasladó a la nueva Kaiser Wilhelm Gesellschaft, donde Fritz Haber fue director del instituto de química física, Hahn fue director del instituto de radiactividad y, desde 1918, Meitner fue directora del departamento de física del instituto de radiactividad. Durante la Primera Guerra Mundial, Hahn sirvió en el servicio de guerra de gas alemán encabezado por Haber, y Meitner se ofreció como enfermera de rayos X para el ejército austríaco.

Estudios en Radiactividad
Max-Planck-Gesellschaft, Múnich
El descubrimiento del neutrón por James Chadwick en 1932 dio un nuevo impulso a los estudios de radiactividad porque esta partícula atómica sin carga podía penetrar los secretos del núcleo atómico con mayor éxito.

Meitner, Hahn y otro químico, Strassmann (1902-1980), que había trabajado con los socios desde 1929, estuvieron profundamente involucrados en la identificación de los productos del bombardeo de neutrones de uranio y sus patrones de descomposición. En general, se esperaba que se produjeran elementos cercanos en número atómico, muy posiblemente elementos con números atómicos más altos que el uranio.

Fisión nuclear anunciada
En 1938 Meitner tuvo que abandonar Berlín porque los nazis se estaban acercando a todas las personas de ascendencia judía. Pronto encontró un entorno agradable para su investigación en el Instituto Nobel de Estocolmo. Su sobrino, el físico Otto Frisch, estaba ubicado en el instituto de Niels Bohr en Copenhague. Mientras tanto, Hahn y Strassmann descubrieron que inesperadamente habían producido bario, un elemento mucho más liviano que el uranio, y le informaron de ello a Meitner.

Ella y su sobrino elaboraron los cálculos físicos del fenómeno basándose en el modelo de "gota" del núcleo de Bohr y establecieron claramente que se había producido la fisión nuclear del uranio. Rápidamente se reconoció que el bario se encontraba entre los isótopos estables que eran los productos de la descomposición radiactiva de los elementos transuránicos que deben haberse formado inicialmente después del bombardeo de uranio con neutrones. Bohr llevó la noticia de la división del átomo y sus asombrosas posibilidades a los científicos de los Estados Unidos y, en última instancia, dio como resultado el Proyecto Manhattan.

Investigación nuclear posterior
Hahn, Meitner y Strassmann no participaron en la investigación de armas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial. Al final de la guerra, Hahn se sorprendió al saber que había ganado el Premio Nobel de Química en 1944 y que se habían desarrollado bombas nucleares a partir de su descubrimiento básico. Más tarde, como director de Max-Planck-Gesellschaft (el sucesor de la posguerra del Kaiser Wilhelm Gesellschaft), se pronunció enérgicamente contra el mal uso de la energía atómica. Meitner, quien muchos pensaron que debería haber recibido el Premio Nobel con Hahn, continuó realizando investigaciones nucleares en Suecia y luego en Inglaterra. Strassmann fomentó el estudio de la química nuclear en Mainz, Alemania.

La carta Einstein-Szilárd (del inglés: Einstein–Szilard letter) fue una carta escrita por Leó Szilárd y firmada por Albert Einstein, enviada al Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, el 2 de agosto de 1939.

miércoles, 8 de febrero de 2023

Lise Meitner, una de las científicas más brillantes del siglo XX que no fue reconocida.

Esta es la historia de la única mujer que da nombre a un elemento en la tabla periódica: el meitnerio.

Lise Meitner nació en Viena en 1878 en el seno de una familia judía de clase media-alta. Su padre fue un prestigioso abogado. Desde pequeña se interesó por las matemáticas y la física. En la Universidad de Viena fue alumna de Ludwig Boltzmann, uno de los físicos más brillantes de todos los tiempos. Intentó trabajar con Marie Curie en París, pero no fue aceptada. Para poder mantenerse, daba clases en un colegio por las mañanas e investigaba por las tardes. A pesar de que ya había desarrollado sus primeras investigaciones, no estaba a gusto en Viena y vio que allí no podía seguir su carrera como científica. Con la ayuda de sus padres, se estableció en Berlín. En 1907 acudió a la Universidad Humboldt para seguir clases con otro gran físico, Max Planck. En aquella época las universidades de Prusia no admitían mujeres, pero ella fue una excepción. Para seguir investigando, se dirigió al Instituto de Física Experimental, donde el científico Otto Hahn mostró interés en investigar con ella. Debido a su condición de mujer, no tenía derecho a contrato ni a sueldo, ni siquiera podía utilizar el cuarto de baño de la institución, teniendo que ir a un restaurante cercano, y estaba obligada a acceder al edificio por una puerta trasera, para respetar las convenciones de solo hombres.

En 1912, Otto Hahn recibe una invitación para trasladarse al Instituto Kaiser Wilhelm de Física, que acepta y sigue contando con Meitner, pero como asistente sin sueldo. Finalmente fue contratada en el puesto más bajo del escalafón de investigadora. En el periodo entre las dos guerras mundiales, Lise Meitner y Otto Hahn descubrieron un elemento químico nuevo al que llamaron protactinio. En la década de los treinta, siguiendo las leyes raciales de Núremberg, Lise fue desposeída de todos sus cargos académicos por tener ascendencia judía, aunque esto no le impidió seguir investigando en Alemania.

Llegó un momento en que la situación para Meitner se hizo insostenible en Alemania, por lo que tuvo que escapar en una huida de película. En el plan para no ser apresada por los nazis participaron algunos de los físicos más famosos de la historia como Niels Bohr o Dirk Coster, descubridor del elemento químico hafnio, que se hizo pasar por su esposo para que pudiera salir de Alemania y cruzar la frontera hasta Holanda y de allí, vía Copenhague, recalar en Suecia.

Esto ocurrió a la vez que sucedían algunos de los descubrimientos más trascendentes. En 1938, Otto Hahn y Fritz Strassmann habían descubierto que bombardeando con neutrones diferentes átomos se formaban isótopos de átomos diferentes, algo que no podían explicar. Meitner y Hahn describieron, en un artículo publicado en la revista Nature en 1939, que lo que estaban viendo era la evidencia de que se estaba produciendo la fisión nuclear por la que unos átomos inestables se dividen en un proceso en el cual se libera energía. La fisión nuclear es la base de todo el armamento atómico y también de la energía nuclear. El problema es que el artículo solo lo firmó Otto Hahn, alegando que las autoridades no iban a dejar que lo rubricara una autora judía. Y que Lise Meitner no firmara el artículo, a pesar de haber realizado ella la investigación, fue el argumento esgrimido por la Comisión Nobel cuando en 1944 le otorgó el Premio Nobel a Otto Hahn en solitario por el descubrimiento de la fisión atómica. La realidad es que la interpretación de los resultados fue obra de Lise Meitner, aunque se quedó sin el galardón.

La aportación de Lise Meitner a la humanidad no acaba aquí. En 1942, cuando estaba exiliada en Suecia, le ofrecieron un visado para Estados Unidos e incorporarse al Proyecto Manhattan que estaba desarrollando la bomba atómica. Un trabajo que le habría facilitado la vida por alejarse de Europa, pero se negó en rotundo porque dijo que no quería participar en la fabricación de ninguna bomba, ya que eso iba en contra de sus principios. Al final llegó a Estados Unidos en 1946, donde el presidente Harry S. Truman, responsable en última instancia del lanzamiento de la primera bomba atómica, la recibió con todos los honores y fue nombrada mujer del año. A Hollywood no se le pasó por alto la historia de su huida y le ofrecieron rodar una película contando su historia. Se negó también, aseguró que nada de lo que iban a contar tenía sentido.

Reconocimiento póstumo
— La historia de Lise Meitner encierra una de las mayores injusticias cometidas por los premios Nobel. Fue nominada en numerosas ocasiones, pero nunca lo obtuvo. Como desagravio, fue invitada a participar en 1962 en la reunión de premios Nobel de Lindau. En 1997, años después de su fallecimiento el 27 de octubre de 1968, recibió uno de los mayores honores a los que puede aspirar un científico. El elemento químico 109 lleva su nombre. Dado que el número 96 —el curio— fue llamado así en honor de Pierre y Marie Curie, pero utilizando el apellido del marido, el meitnerio se convirtió en el único elemento de la tabla periódica bautizado con un nombre de mujer.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

lunes, 28 de noviembre de 2022

LIBROS El último superviviente del amable poblado donde se creó la bomba atómica

Un libro y un documental recogen el testimonio del Nobel de Física Roy J. Glauber sobre su trabajo en el laboratorio de Los Álamos

Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan junto a otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica, en Nuevo México.
Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.


Los Álamos era un apacible poblado habitado por parejas jóvenes, abundantes niños, trabajadores con tiempo libre para disfrutar de la naturaleza circundante y del buen clima del estado de Nuevo México. Después de la jornada laboral se podían dar paseos, disfrutar de proyecciones de cine por 10 centavos, asistir a alguna conferencia o bailar en alguna fiesta. Las bebidas disponibles eran de baja graduación alcohólica, dado el carácter militar del recinto, pero alguno de los abundantes científicos fabricaban alcohol en secreto, porque la ciencia tiene múltiples aplicaciones. En el amable poblado de Los Álamos, a principios de los años cuarenta, estas jóvenes familias estaban trabajando en producir algunos horrores por venir y una potencia de destrucción que aún tiene en vilo al mundo. Estaban construyendo la bomba atómica. La primera de esas que todavía, y sobre todo hoy, siguen siendo una amenaza para la supervivencia de la Humanidad.

Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan. Algunas caravanas en las que vivían los participantes del Proyecto Manhattan.

La macrohistoria de la bomba es bien conocida: en 1938 los científicos alemanes Lise Meitner y Otto Hahn descubren la posibilidad de fisionar el átomo de uranio liberando grandes cantidades de energía, según había establecido Albert Einstein en la ecuación más célebre de la ciencia: E=mc². Ante el poderío de este proceso natural y sus posibilidades militares, el físico Leó Szilárd ve el futuro retorciéndose y convence a Einstein para que firme una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos, urgiéndole a desarrollar el arma antes de que lo hagan los nazis. Roosevelt pone en marcha el ambicioso Proyecto Manhattan, cuyo epicentro es el laboratorio de Los Álamos. De ahí salieron Little Boy y Fat Man, las bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki en 1945 y que cambiaron la historia para siempre. Desde entonces la civilización se puede destruir a sí misma con cierta facilidad. En eso estamos.

Lo que ahora podemos conocer con más detalle es la microhistoria de aquel lugar, en boca del físico estadounidense Roy J. Glauber (New York, 1925 - Massachussets, 2018), que fue el más joven de los participantes del área teórica del Proyecto Manhattan, y que ganó posteriormente, en 2005, el premio Nobel de Física por otras cosas: sus trabajos en el campo de la Óptica Cuántica, disciplina de la que se le considera pionero. Su testimonio se recoge en el libro La última voz (Ariel) y el documental That’s the Story (se puede ver en YouTube), ambos obra de María Teresa Soto-Sanfiel, doctora en Comunicación Audiovisual y profesora de la Universidad de Nacional de Singapur, y el físico José Ignacio Latorre, catedrático de la Universidad de Barcelona y director del Centre for Quantum Technologies de Singapur.

Todo empezó con unas copas. “Estábamos en un congreso en Benasque y me llevé a Glauber a tomar algo que no conociese, como los mojitos, porque a un premio Nobel siempre hay que tratarle bien”, bromea Latorre. Animado por el brebaje, Glauber comenzó a contar anécdotas que implicaban a grandes nombres de la Física del siglo XX. ¿Por qué les conocía? “Es que trabajé en el Proyecto Manhattan, a los 18 años”, dijo Glauber, que era, por tanto, uno de los últimos supervivientes de los que colaboraron en la fabricación de la bomba. A partir de esos mojitos, y a través de varios encuentros fortuitos (en Singapur, en el MIT de Massachusetts, etc), los autores fueron grabando el material. Curiosamente, cuando se disponían a ilustrar el documental, se desclasificaron los archivos del Proyecto Manhattan y consiguieron 17 horas de imágenes de la época, muchas de las cuales se muestran por primera vez al público. “En nuestros encuentros Glauber era muy minucioso con los detalles, de modo que nos dio una fotografía muy viva de aquellos tiempos”, explica Soto-Sanfiel, “es la vida en Los Álamos contada por un protagonista, y eso es algo inusual”.

María Teresa Soto-Sanfiel, Roy J. Glauber y José Ignacio Latorre en una imagen de 2014.

Glauber describe en varias ocasiones Los Álamos como un lugar utópico (aunque en esa pequeña utopía científica se empezaran a generar algunas distopías que nos quitan el sueño desde entonces), y eso que también habla de su austeridad: era un lugar perdido de la mano de Dios, no se cobraba demasiado y tampoco había demasiado con qué llenar el tiempo más allá del trabajo. “Pero se encontraban elementos que a un joven como aquel le maravillaban”, dice Latorre, “al parecer la comida era muy buena (Glauber seguía siendo un gran comilón a sus 90 años), hacía buen tiempo y, sobre todo, estaba rodeado de los mejores cerebros de la época”.

En Los Álamos se concentró un poderío intelectual que deslumbraba al joven Glauber, que, destinado allí para hacer cálculos complejos, ni siquiera había terminado los estudios en Harvard. El de Robert Oppenheimer, director científico, que tenía una gran facilidad para entender la física y comunicarla (por ejemplo, al general Leslie Groves, responsable supremo del proyecto). Glauber le describe como un intelectual romántico, gran conocedor de los textos clásicos hinduistas (dominaba el sánscrito), que contrastaba con el típico pensamiento pragmático de los científicos estadounidenses. Cuando vio estallar la primera bomba, en el desierto de Nuevo México, se recitó estos versos del Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”. El director Christopher Nolan prepara una película sobre su figura, que se estrenará en 2023.

Una charla dentro del marco del Proyecto Manhattan, entre el público se puede ver a Robert Oppenheimer, director científico.

También Hans Bethe, responsable del área teórica del proyecto, al que Glauber describe como de gran inteligencia y comprensión con sus colaboradores; Enrico Fermi, capaz de hacer ingeniosos cálculos y aproximaciones para abordar los problemas; o el célebre Richard Feynman, todo un personaje capaz de pensar la física de otra manera y ser el centro de atención con sus eternas historias y anécdotas (como se muestra en su conocida biografía ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, que sirve de inspiración a estudiantes de todo el planeta). A Glauber, sin embargo, parece no convencerle del todo la figura de Feynman, al que considera un hombre demasiado centrado en seducir a los demás interpretando a su personaje estrambótico. “Glauber era un hombre serio, poco dado a los aspavientos, pero Feynman era todo lo contrario, alguien que brillaba”, dice Soto-Sanfiel, “así que le consideraba un poco fantasma, aunque le tenía gran respeto intelectual”.

Glauber presenció en primera persona el primer estallido de la bomba, la prueba Trinity, sucedida en julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. No estaba invitado, por su condición de físico teórico, pero junto con unos colegas se apostó como espectador en una montaña cerca de Albuquerque, a unas 70 millas (algo más de 112 kilómetros) de la explosión. Cuando la bomba, de 20 kilotones, estalló, se quedaron aterrados. El primer hongo nuclear surgió contra el cielo nocturno y, en el lugar de la detonación, la arena del suelo se fundió formando una sustancia verde y brillante como el jade, que luego se bautizó como trinitita. Glauber describió el evento como algo “muy grande y siniestro”. Durante el mes siguiente nadie en el laboratorio quiso hablar de lo que había visto.

El relato del libro y el documental no se queda en la experiencia de Los Álamos, sino que también narra la posterior caída en desgracia de Oppenheimer, víctima de la caza de brujas y defenestrado por el físico Edward Teller (algo así como el malo de esta historia), que le acusó de comunista y que era partidario, contra el primero, y aún después de los horrores de Japón, de seguir desarrollando bombas de mayor potencia, como la de hidrógeno. Así se hizo.

Una cafetería en el laboratorio de Los Álamos, durante el Proyecto Manhattan.

Glauber falleció en diciembre de 2018, con el libro ya en fase de edición, de modo que no llegó a presenciar el inicio de la guerra de Ucrania, en la que Vladímir Putin ha vuelto a agitar los miedos nucleares que tanto inquietaron la segunda mitad del siglo XX, en la Guerra Fría. “Entonces no se hablaba casi del peligro nuclear y, como comprobamos al mostrar una primera versión del documental en diferentes centros de investigación, había cierto consenso en que la posibilidad de una destrucción total había mantenido una larga paz en Europa”, dice Latorre.

El físico neoyorquino nunca expresó arrepentimiento por participar en el Proyecto Manhattan, por varios motivos: entonces era un chaval sin ninguna importancia al que solo le requerían para hacer ciertos cálculos y, además, en aquel momento miles de jóvenes soldados morían “como moscas” en la guerra mientras que los nazis podían estar construyendo su propia bomba. “Eso sí”, agrega Soto-Sanfiel, “cuando se lanzaron las bombas en Japón, Glauber abandonó el proyecto y nunca quiso saber más de la carrera armamentística”.

https://elpais.com/cultura/2022-11-07/el-ultimo-superviviente-del-amable-poblado-donde-se-creo-la-bomba-atomica.html

martes, 7 de diciembre de 2021

_- El enigma de los cubos de uranio que los nazis utilizaban para crear su programa nuclear

 

_- Este es uno de los 664 cubos de uranio del reactor nuclear que los alemanes intentaron construir durante la Segunda Guerra Mundial.

En la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Estados Unidos competían en una feroz batalla para ver quién lograba desarrollar primero un programa nuclear.

En los primeros años de la década de los 40 varios equipos de científicos alemanes comenzaron a producir miles cubos de uranio que serían el núcleo de los reactores que estaban desarrollando como parte del incipiente programa nuclear nazi.

Los alemanes estaban lejos de lograr una bomba atómica, pero confiaban en que estos experimentos les sirvieran para ponerse en ventaja sobre Estados Unidos.

De hecho, la fisión nuclear fue descubierta en 1938 en Berlín.
Fueron los alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann * los primeros en saber cómo se podía dividir un átomo, y que al hacerlo se liberaría una gran cantidad de energía.

Años después, sin embargo, el Proyecto Manhattan y su bomba atómica demostró que en realidad los estadounidenses estaban muchísimo más adelantados que los alemanes en tecnología atómica.

Los cubos de uranio, sin embargo, guardan claves sobre el secretismo y el recelo entre ambos países por la carrera nuclear.

Hoy es un misterio el paradero de la inmensa mayoría de los miles de cubos que se fabricaron.

"Es difícil saber lo que ocurrió con estos cubos", le dice a BBC Mundo Alex Wellerstein, historiador especialista en armas nucleares del Instituto de Tecnología Stevens, en Estados Unidos.

"Los registros que hay no son los mejores".

En Estados Unidos, solo se han identificado una decena de ellos, lo cual los convierte en un preciado tesoro para los investigadores que intentan reconstruir los comienzos de la era nuclear.

Experimento fallido
Uno de los equipos que experimentaban con los cubos de uranio estaba liderado por el físico Werner Heisenberg, pionero de la mecánica cuántica y ganador del Nobel en 1932.

Werner Heisenberg lideraba uno de los laboratorios donde se experimentaba con los cubos de uranio.

El proyecto de Heisenberg y sus colegas consistía en atar 664 de estos cubos de 5 cm a unos cables colgantes y sumergirlos en agua pesada.

El agua pesada está formada por oxígeno y deuterio, un isótopo del hidrógeno que tiene el doble de masa que el hidrógeno ordinario.

La idea es que al sumergir los cubos se iniciara una reacción en cadena, pero el experimento no funcionó.

Según Timothy Koeth, investigador de la Universidad de Maryland que le ha seguido el rastro a los cubos, Heisenberg habría necesitado 50% más de uranio y mayor cantidad de agua pesada para que el diseño funcionara.

"A pesar de ser el lugar de nacimiento de la física nuclear y tener casi dos años de ventaja respecto a EE.UU., no había una amenaza inminente de una Alemania nuclear al final de la guerra", dice Koeth en un artículo del Instituto Estadounidense de Física.

El desarrollo de la bomba atómica demostró que Estados Unidos tenía un programa nuclear mucho más avanzado que Alemania.

Material confiscado
En 1945, mientras los alemanes intentaban refinar sus esfuerzos, Estados Unidos y los Aliados ganaron la guerra.

En ese momento, Estados Unidos conformó una misión para recolectar información y confiscar material relacionado con los avances de los alemanes en materia nuclear.

Así fue como tropas estadounidenses llegaron hasta el laboratorio de Heisenberg en la pequeña población de Haigerloch.

Más de 600 cubos de uranio fueron confiscados y enviados a Estados Unidos, según un informe del Laboratorio Nacional del Noroeste Pacífico de Estados Unidos (PNNL, por sus siglas en inglés).

La idea era conocer qué tan avanzados estaban los alemanes en tecnología nuclear y también evitar que los cubos cayeran en manos de los soviéticos, según explica Wellerstein.

Estados Unidos envió tropas para confiscar los cubos de uranio.

Al final, a los científicos estadounidenses el hallazgo de los cubos les sirvió para darse cuenta de que los alemanes estaban rezagados en materia nuclear.

Perdidos
Hoy todavía se desconoce el paradero de la gran mayoría de los cubos.

Se cree que varios de ellos se utilizaron en el desarrollo de armas nucleares de Estados Unidos.

Según Wellerstein, algunas personas comenzaron a regalar los cubos como souvenires, otros científicos los utilizaron como material de análisis y otros cayeron en el mercado negro.

Otros más permanecen como material de colección.

En 2019, la revista Physics Today logró rastrear la ubicación de 7 cubos que según quienes los tienen pertenecieron a los experimentos nucleares de los nazis.

Aunque se recuperaron cientos de cubos, hoy no se sabe dónde están la mayoría de ellos.

Tres de ellos están en Alemania: uno en el Museo Atomkeller, en Haigerloch, donde antes estuvo el laboratorio de Heinsenberg; otro está en el Museo de Mineralogía de la Universidad de Bonn; y el tercero en la Oficina Federal de Protección contra la Radiación, en Berlín.

Otros dos están en el Museo Nacional de Historia Americana en Washington D.C.; y otro en la Universidad de Harvard.

La revista indica que al parecer un sexto cubo estuvo Instituto Tecnológico de Rochester, pero debido a un cambio en las normas de almacenamiento de material radioactivo, el cubo fue desechado.

Un séptimo cubo está en manos del PNNL, y aunque se le conoce como "el cubo de Heisenberg", los investigadores no están 100% seguros de su procedencia.

Otro de los cubos lo tiene el propio Koeth, quien lo recibió como un curioso regalo de cumpleaños en 2013.

Koeth colabora junto con el PNNL para averiguar el paradero de los cientos o miles de cubos que aún permanecen perdidos y para conocer más detalles acerca de cómo llegaron a Estados Unidos.

En busca del pedigrí
Más allá de su valor histórico y simbólico, "realmente los cubos no son muy valiosos, no puedes hacer nada con ellos", dice Wellerstein.

Tampoco son peligrosos, ya que generan una radiación muy débil. Después de agarrar uno de ellos, "basta con lavarte las manos", dice el experto.

En agosto de 2021, Jon Schwantes y Brittany Robertson, investigadores del PNNL, presentaron un proyecto en el que describen cómo trabajan para identificar el "pedigrí" de varios de los cubos que se han encontrado.

Según explica Schwantes, la idea es comparar distintos cubos e intentar clasificarlos.

Estados Unidos desarrolló su programa nuclear en parte por miedo a los avances de los nazis en esta tecnología. (Foto de Hiroshima tras la bomba atómica de 1945).

Para ello, combinan métodos forenses y radiocronometría, que es la versión nuclear de la técnica que utilizan los geólogos para determinar la edad de una muestra con base en el contenido de isótopos radioactivos.

Miedo
Los expertos coinciden en que Estados Unidos desarrolló velozmente su programa nuclear en gran parte por miedo a que los alemanes lo lograran antes que ellos.

Y aunque algunos ven estos cubos como una curiosidad histórica, otros lo ven como el desencadenante de la peligrosa era de armas nucleares en la que hoy está atrapada el mundo.

"Las armas nucleares, la energía nuclear, la Guerra Fría, el planeta como un rehén nuclear, todo esto fue motivado por el esfuerzo que se generó a partir de estos 600 y tantos cubos" dice Koeth en un artículo de la cadena NPR.

En todo caso las dos grandes preguntas sobre cientos o miles de estos cubos siguen sin respuesta: cuántos existen todavía y dónde están.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-59511739

*(Es curioso como se olvida a Lise Meitner de forma sistemática, física que participó directamente en el descubrimiento y la explicación de la fusión nuclear, de origen judio y austríaca.  No le concedieron el Nobel tan merecido como sus colegas. La siguen ignorando en tantas ocasiones idóneas para citarla como se presentan, incluso por parte de la BBC, como en este caso) 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

La conspiración que llevó a Hiroshima,

“En la segunda semana de junio de 1942 el mundo entró en la era atómica al mismo tiempo que su razón de ser original se esfumó”. Armado con esta tesis, el historiador Peter Watson construye en Historia secreta de la bomba atómica (Crítica, traducción de Amado Diéguez) un relato poblado por militares conspiradores, políticos ingenuos o malvados, nazis, espías comunistas y los científicos que conformaron la edad de oro de la física, una historia de traiciones y mentiras otras veces contada pero no desde esta óptica. “Estados Unidos gastó tanto en la bomba, y en secreto, que tenía que ser usada para justificar su coste. Sabían que no iba a ser necesaria una invasión porque los japoneses negociaban en secreto una rendición a través de los soviéticos. Los científicos de Los Álamos querían saber si sus cálculos y otras disposiciones funcionaban, era un triunfo de la ciencia, un gran logro por nuestra parte, cuando lo razonable habría sido no construir la bomba porque no hacía falta. Rusia no tenía ni la ciencia ni la fuerza humana para desarrollarla durante la guerra. Si el tándem Estados Unidos-Reino Unido no hubiera seguido adelante, nadie habría construido una bomba nuclear nunca en ningún sitio”, comenta Watson por correo electrónico para resumir su controvertida tesis.

¿Por qué junio de 1942? 
Porque fue el momento en que la Alemania nazi, contra quien se competía para construir la bomba antes y evitar que tomaran la delantera en la Segunda Guerra Mundial, decidió en una conferencia de científicos, militares y jerarcas dirigida por Albert Speer abandonar el proyecto y centrarse en armas que le dieran rédito inmediato. Werner Heisenberg, Otto Hahn y toda la elite científica que seguía en Alemania debían cambiar de rumbo. Esa misma semana, sin embargo, Centro (el eje del espionaje soviético) ordenó a todos sus agentes en Berlín, Londres y Nueva York, que recopilaran cuanta información pudieran sobre el “proyecto secreto” de la Casa Blanca “para fabricar la bomba atómica”. Empezaba el prólogo de la Guerra Fría.

¿Sabían los aliados que la amenaza nuclear nazi quedaba desactivada? Reino Unido, con una calidad espectacular en sus fuentes de inteligencia, sí. Gracias a Paul Rosbaud —científico, periodista y gran relaciones públicas alemán entregado a la causa aliada, personaje de novela que siempre iba con una cápsula de cianuro en el bolsillo “por si acaso” y que aguantó con su coartada hasta el final de la guerra— tenían información de primera mano de lo que ocurría en el interior del mundo científico alemán. “Su importancia es incalculable”, asegura Watson. Y, sin embargo, los estadounidenses lo ignoraron. Riguroso al extremo con documentos, declaraciones y fechas pero también con su habitual pulso narrativo, Watson (Birmingham, 77 años) demuestra que Estados Unidos conocía los planes de Alemania. El gran conspirador en la sombra era el general Leslie Groves, supervisor de la construcción del Pentágono y el mayor cargo militar al frente del Proyecto Manhattan en Los Álamos, quien ya en septiembre de 1942 aseguró que Rusia era el “enemigo” natural de Estados Unidos y que el proyecto “estaba orientado sobre esa base”. “Groves es el gran villano de la historia. Es un poco como Trump, que pensó que lo militar podría volver a dar la grandeza a Estados Unidos. Él veía el proyecto de una manera que era imposible que no llegara a realizarse”, comenta Watson.

¿Lo sabían los científicos recluidos en Los Álamos? Algunos no. A otros no les importaba tanto como el hecho en sí de conseguirlo. En 1943, David Hawkins, uno de los más estrechos colaboradores de Robert Oppenheimer, director científico del proyecto, se quejó del entusiasmo “alegre, enloquecido, delirante” que había sobre el arma en Los Álamos y la pérdida de contacto con las consecuencias de su investigación del equipo allí reunido, el más imponente de la historia de la física. Recuerden el “no me vengan con escrúpulos de conciencia” de Enrico Fermi poco después de producir la primera reacción en cadena en un reactor nuclear. No todos eran así. El danés Niels Bohr, para Watson el científico más importante del mundo junto a Einstein, luchó y puso en juego su prestigio y sus influencias para que Roosevelt y Churchill accedieran a compartir con la Unión Soviética sus secretos. Pero fracasó donde otros con otros métodos más torticeros iban a triunfar.

Uno de los grandes personajes de un libro lleno de ellos es Klaus Fuchs. Hijo de pastor cuáquero, brillante físico teórico huido de Alemania tras luchar contra los nazis en los treinta, trabajaba para Moscú al menos desde 1941, cuando estaba exiliado en Reino Unido. Su incorporación al Proyecto Manhattan dio a los soviéticos una fuente directa e información esencial para desarrollar su bomba. “Creo que se puede decir que la información que Fuchs pasó a los rusos significó que cuando empezó la guerra de Corea en 1950 Rusia estaba mucho más avanzada de lo que hubiera estado sin él y el hecho de que estuvieran preparados fue un factor clave para que Truman no usara de nuevo la bomba. Pero eso no cambia el hecho de que Fuchs fue un traidor y que si su traición hubiera ocurrido con Rusia como enemigo y no como aliado él podría y debería haber sido ejecutado”. Fuchs creía que así contribuía a la paz, una paz que Reino Unido y Estados Unidos buscaban a través de la coerción que supondría ser los únicos que tenían el arma atómica.

¿Eran todos unos ingenuos? 
“No hay que olvidar que Churchill creyó que podía llevarse bien con Stalin. Hasta cierto punto fue tan ingenuo como cualquier otro”, comenta Watson. “El equilibrio ha sido destruido. La bomba A es un chantaje”, dijo Stalin a Beria desde Postdam. Tras Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945, "en el ámbito de la física se había culminado una terrible aventura”, afirma Watson en Historia intelectual del siglo XX. Hoy, hay 9.500 cabezas nucleares en el mundo, que podrían destruir el planeta más de 100 veces. Peter Watson insiste en que todo eso se podría haber evitado sin la conspiración que llevó a construir una bomba que no se necesitaba.

DE ESPÍAS Y FÍSICOS
El danés Niels Bohr es uno de los tantos premios Nobel que pueblan el libro y uno de sus ejes narrativos. “Fue siempre algo más que un simple científico”, asegura Watson de este hombre “generoso y paternal” que “carecía por completo del instinto de rivalidad”. Su labor, primero en Copenhague, luego en Reino Unido y finalmente en Estados Unidos dio cobijo a científicos alemanes huidos y fue esencial para ensamblar el equipo que terminó en Los Álamos. Pero una obra como Historia secreta de la bomba atómica, en cada esquina aparece un espía, un acto de traición, una sombra. A Bohr le perseguirá siempre la duda sobre lo que ocurrió en su encuentro en la Copenhague ocupada por los nazis con Werner Heisenberg. ¿Le dio este a Bohr el dibujo que él aseguraba poseer aunque los testigos no lo recuerdan y en el que se revelaban secretos de estado? ¿Fue el alemán un traidor que en público se mostraba como un ferviente nacionalista y en privado les decía a los aliados que ellos no iban a fabricar la bomba? ¿O era un nazi seguro de la victoria que quería reclutar a Bohr? ¿Se inventó Bohr el dibujo para dar credibilidad a sus tesis? Se ha escrito mucho sobre el asunto sin llegar a ninguna conclusión y aquí Watson tampoco se atreve a aventurarla.

https://elpais.com/cultura/2020-11-09/la-conspiracion-que-acabo-en-hiroshima.html



Robert Oppenheimer, con sombrero, y el general Leslie Groves (a su lado) examinan los restos de una torre borrada por la primera prueba atómica, en Alamogordo, Nuevo México, en 1945.

domingo, 25 de octubre de 2020

Por qué Einstein no ganó el Nobel con la teoría de la relatividad y otras sorprendentes revelaciones del secreto mundo de estos prestigiosos premios

Eran las 5 de la mañana y el silencio de la habitación donde Donna Strickland estaba profundamente dormida fue bruscamente interrumpido por el timbre del teléfono.
"Piensas que tal vez le ocurrió algo malo a uno de tus hijos o algo así".
Al contestar, una voz le dijo: "Por favor, permanezca en la línea para recibir una llamada muy importante desde Suecia".
"Recuerdo que agarré a mi esposo diciendo: '¡Dios mío. Son las 5:00 de la mañana. Es el 2 de octubre. Es una llamada de Suecia. Tiene que ser el premio Nobel!'".
Pero lo único que escuchó fue silencio. Esperó… y esperó…
"Finalmente, después de 15 minutos, revisé mi correo electrónico y decía, "Por favor llámenos, estamos tratando de comunicarnos con usted" y el email venía de la Real Academia Sueca de Ciencias. Así que llamé y me enteré de que sí, me había ganado el premio Nobel".

Fue por un trabajo pionero sobre pulsos láser ultracortos de alta intensidad realizado por Strickland y sus colegas del Departamento de Física de la Universidad Rochester del estado de Nueva York, que se utilizaría en cirugía ocular correctiva.

Recibió el Premio Nobel de Física de 2018, que viene con un cheque por 9 millones de coronas suecas (US$1 millón) y una semana de las festividades más grandiosas de Estocolmo, que incluyen cenas muy elegantes.
"¡Estuve sentada entre un príncipe y un rey!".
Pero más allá del glamur y la ostentación de la ceremonia de premiación, ¿cómo se otorga el premio? ¿Quién decide quién es digno y quién no? ¿Es justo y transparente? ¿Tiene sentido? Y, al fin y al cabo, ¿qué ha hecho el Premio Nobel por el mundo?

El premio
Recordemos que el Premio Nobel fue establecido a principios del siglo XX de acuerdo con la voluntad de Alfred Nobel, un industrial sueco e inventor de la dinamita.
Hay cinco premios que honran a quienes trabajan en física, química, medicina, literatura y paz y que se considera que han otorgado "el mayor beneficio a la humanidad".

En 1968 se añadió un premio de economía.
Las intenciones de Nobel eran nobles pero las de quienes escogen a los galardonados no siempre los son.
Opiniones aparte, el Premio Nobel es realmente importante. En la mente de muchos, es el non plus ultra de los premios; no puede haber mayor elogio.
Como dice la historiadora de la ciencia, Ruth Lewin Sime, "un científico será recordado para siempre si está en esa lista de premios Nobel".
"Una de las cosas que hace el Nobel es que confiere una especie de inmortalidad. Es lo primero que se menciona una vez recibido el premio. Esa es la naturaleza, el aura que rodea a los Premios Nobel", explica.
La otra cara de la moneda es que su aura es tan poderosa que puede eclipsar a quienes no lo ganan.
"A medida que avanza la historia, cuando están en las sombras, gradualmente desaparecen, se vuelven invisibles". Por eso es realmente importante que el Premio Nobel honre a la mejor ciencia y a los mejores científicos. ¿Pero es así?

Secreto
Durante años, la lista de personas nominadas para el premio fue de alto secreto. Solo se revelaba quién era el ganador.
Pero las reglas se relajaron. Un poco. Las nominaciones ahora se hacen públicas, después de 50 años.
No arroja mucha luz sobre decisiones recientes, pero le ha permitido a historiadores como Sime profundizar en el pasado.
Y desde que examinó los archivos, ha estado en una especie de misión de rescate para destacar el trabajo de una científica notable que el Premio Nobel rechazó: Lise Meitner.

Lise Meitner, la única mujer que tiene un elemento en la tabla periódica en su honor: el meitnerio.

A él, no a ella.
Lise Meitner nació en 1878 en Viena.
En su época, Meitner era reconocida como una gran científica por sus pares, pero la historia estaba a punto de olvidarla.
"La suya fue una generación de mujeres a las que esencialmente se les prohibió estudiar y ser profesionales. Sin embargo, llegó a la universidad y su carrera la llevó a Berlín", señala Sime.
"Era jefa de una sección en el Instituto de Química Kaiser Wilhelm. Era una científica muy destacada cuando había muy, muy pocas como ella".
Meitner trabajó en estrecha colaboración con un talentoso químico Otto Hahn y, en la década de 1930, el par se incursionó en un campo completamente nuevo de la ciencia: la física atómica.
Se sumergieron en una intensa investigación del uranio, mientras el mundo a su alrededor se oscurecía.
"Los nazis se apoderaron de Alemania y, en 1938, al igual que un gran número de judíos y otros perseguidos, Meitner se vio obligada a huir. Dejó todo atrás: su trabajo, sus ingresos, sus amigos".

Tuvo que empezar de nuevo, en Suecia, a los casi 60 años de edad. Otros se habrían rendido, pero Meitner continuó su trabajo, junto con su sobrino, Otto R. Frisch, otro físico, y escribiéndole a Hahn a diario.

Después de solo unos meses, el equipo hizo un descubrimiento. Uno grande.
La combinación de los conocimientos de Meitner (izq.) en física con los de Hahn (y Fritz Strassmann) en química hizo de la suya una asociación muy productiva. 
"El uranio se había dividido en dos y había liberado una enorme cantidad de energía".
Habían descubierto lo que llamaron "fisión nuclear" y, por extensión, la energía nuclear.

La enormidad del hallazgo se hizo evidente pocos años después, cuando la fisión nuclear provocó efectivamente el final de la Segunda Guerra Mundial, con el lanzamiento de las primeras bombas atómicas.

Ese año, 1945, el Premio Nobel de Química fue otorgado a Otto Hahn y... no a Lise Meitner.

¿Por qué no?
Razones personales
El responsable, dice Sime, tiene nombre.
"Para mí, para los historiadores que han estudiado esto y para los colegas de Meitner dentro y fuera de Suecia, la principal razón fue Manne Siegbahn".
Siegbahn había ganado el Premio Nobel de Física en 1925 por su trabajo sobre rayos X y era director del Departamento de Física del Instituto Nobel de la Real Academia Sueca de Ciencias, donde Meitner tenía una oficina. En el sótano, con acceso limitado a los laboratorios.
"No se llevaban bien", afirma Sime.
Siegbahn sencillamente odiaba a Meitner, y tenía suficiente influencia en el comité como para impedir que le dieran el premio Nobel.

"En Suecia, el prestigio de alguien galardonado con el Nobel es tremendo. Consigue una buena posición, financiación para su investigación, puede estar en un comité del Nobel, etc. Y Siegbahn de ninguna manera quería eso para Meitner, así que la boicoteó.
"Como el físico más influyente de Suecia, era uno de los cinco miembros del Comité que toma las decisiones del Nobel. Otros dos eran sus exalumnos. Con el comité dominado por Siegbahn, ella no tenía ninguna posibilidad".

Lise Meitner logró la fama en vida... o tal vez la infamia: se la conoció como "la Madre de la Bomba Atómica", un apodo que odiaba. Sin duda, hubiera preferido un Premio Nobel. Y recibió 48 nominaciones para que se lo dieran de otros científicos durante varias décadas. Fue en vano.
Pero su caso no es de lejos la única rareza en la historia del Premio Nobel.

¿Inmune a prejuicios?
"¿Errores del Nobel?… hay varios", dice el profesor Brian Keating, cosmólogo de la Universidad de California en San Diego, y subraya una de las victorias que pronto se hundieron en la obsolescencia.

"Gustaf Dalen, quien ganó el premio 1912 por propiedades de faros y boyas".
La tecnología de los faros y las boyas era crucial pero...
Descubrir cómo hacer que las luces de gas de los faros y las boyas se encendieran y apagaran era importante cuando se perdían muchas vidas en el mar. Pero... se vuelve insignificante cuando se considera qué más estaba sucediendo en ese momento.
"Se lo dieron siete años después del año milagroso de Einstein, cuando descubrió la teoría de la relatividad".

Uno de los mayores avances científicos del siglo XX, que transformó nuestra comprensión del Universo, la teoría de la relatividad no le valió a Albert Einstein el Premio Nobel.

¿Por qué diablos no?
"Sin duda alguna, hubo prejuicios en contra de él y su teoría", declara Robert Mark Friedman, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Oslo, Noruega.
"Era judío y socialista… era internacionalista y pacifista".

Friedman se ha adentrado en los archivos del Nobel para tratar de entender la decisión y dice que simplemente es imposible, que Einstein no recibió una evaluación justa e imparcial, a pesar de que muchos físicos internacionales destacados nominaron a Einstein por la teoría de la relatividad.
"Reiteraban que era el trabajo más importante en física desde Isaac Newton, comparaban a Einstein con Copérnico, insistían en que era incuestionablemente lo más significativo en física en años y por lo tanto debía ser considerado para un premio".

Pero la opinión de los miembros del comité del Premio Nobel era muy diferente.
La comunidad científica reconocía la brillantez del trabajo de Einstein, pero la academia de los Nobel, no.
"Las evaluaciones de la relatividad especial y general están escritas desde la perspectiva de que Einstein tenía que estar equivocado".
A pesar de la creciente celebridad de Einstein, los miembros del comité se mantuvieron firmes.
"Lo que dijeron en público fue que en última instancia la relatividad no era física. Trataba de tiempo y espacio, por lo tanto era metafísica. Y la metafísica es filosofía y la filosofía no es física. Entonces, ¿cómo podían darle un premio de física?".

Finalmente, Albert Einstein recibió el Premio Nobel de Física en 1921, no por su mayor descubrimiento, sino por un menos conocido efecto fotoeléctrico.

En décadas más recientes, el Premio Nobel ha sido criticado no tanto por a quién excluye, sino a quién incluye.

Paz a los hombres de buena voluntad.
Alfred Nobel escribió en su testamento que uno de los premios a su nombre debería reservarse para la persona que más había hecho por "la fraternidad entre naciones, por la abolición o reducción de los ejércitos permanentes, así como por la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año anterior".
"Quería que los ganadores fueran defensores de la paz, tuvieran el coraje para luchar por lo correcto", dice la escritora noruega Unni Turretini.

Es probablemente el Premio Nobel más conocido, quizás un reflejo de los grandes laureados.

A veces aciertan.
"Martin Luther King Junior, la Madre Teresa, Desmond Tutu, el 14º Dalai Lama, Mijáil Gorbachov…".

La lista de los grandes sigue y sigue.

"A veces lo hacen bien y seleccionan ganadores dignos".
Pero no siempre…
En 1973, el presidente de Estados Unidos era Richard Nixon y su asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger y el negociador principal de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, recibieron el premio de la Paz por sus esfuerzos conjuntos para negociar un alto el fuego durante la guerra de Vietnam.
El problema era que no existía tal alto el fuego.
"Incluso después del anuncio del premio en octubre, EE.UU. bombardeó Camboya y el norte de Vietnam. Así que Kissinger claramente no era un defensor de la paz según los valores e intenciones de Alfred Nobel", recuerda Turretini.

Dos miembros del comité dimitieron en protesta y Le Duc Tho se negó a aceptar el premio.

¿Qué estaba pasando?
A diferencia de los otros Premios Nobel, el de la Paz se decide en Noruega, que en el momento de la muerte de Alfred Nobel estaba en unión con Suecia. En aquel entonces, como hoy, Noruega tenía reputación de defender la paz internacional.
Pero Turretini dice que otros motivos impulsaron la elección de Kissinger.
"Fue durante la Guerra Fría y los expertos piensan que debido a su vecindad geográfica con Rusia, Noruega estaba tratando de complacer y reforzar la alianza con EE.UU.".

Entonces, ¿quién exactamente toma esas decisiones?
Cinco noruegos, generalmente políticos activos o retirados.
Hasta algunas personas que forman parte de otros comités del Premio Nobel, como el virólogo sueco Erling Norrby, tienen sus dudas sobre el Premio de la Paz.
"El premio de la Paz es probablemente la parte más débil del testamento porque toda la responsabilidad recae en el comité", señala Norrby.
"No tienen a nadie a quien referirse. Y por lo tanto, ha habido altibajos, algunos difíciles de explicar: ¿cómo puedes darle un Premio Nobel a Barack Obama cuando apenas llevaba cuatro semanas como presidente?".

Estoy al principio, no al final, de mi trabajo en el escenario mundial. Comparados con algunos de los gigantes de la historia que han recibido el premio (…) mis logros son escasos" Barack Obama, Oslo, 2009. Expresidente de EE.UU.
"Realmente estaban enviando un mensaje. El gobierno noruego y el comité del Nobel habían demostrado en varias ocasiones su descontento con las políticas y acciones del gobierno de Bush; el premio para Obama decía: 'este es el tipo de presidente que queremos de EE.UU.'", según Turretini.

Para ella, el Premio Nobel de la Paz se ha vuelto demasiado prestigioso y los cinco miembros del comité noruego dictan sus propias leyes.

"Creen que pueden tomar las decisiones que quieran y, como el proceso de selección, sus discusiones y notas son secretos por 50 años, sienten que no tienen que justificar nada".

En todo caso, no se puede negar que una gran cantidad de Premios Nobel, en todos los campos, no solo en la Paz, recaen en ganadores dignos... El premio no se ha vuelto tan grande por nada.

Pero ¿cómo se decide quién gana?
Entremos a la sala donde se toman las decisiones, de la mano de algunos de los que las han tomado.

Entre bastidores
"Hay muchas emociones y subjetividad y lucha por tu candidato", revela el virólogo Norrby, quien pasó años sirviendo en el comité del Premio Nobel de Medicina.

"Tienes que ser todo un estratega y tal vez incluso muy político, porque hay una sala llena de gente a la que le tienes que vender tu candidato favorito".

Por tanto, para ganar el Premio Nobel es fundamental contar con seguidores en el comité, como demostró el caso de Meitner e incluso de Einstein.

Además, subraya Norrby, "ciertos miembros tienen mucha más influencia que otros".

Pero ¿quiénes son esos grandes personajes que participan en esas peleas intelectuales en los comités de ciencia del Premio Nobel?

El ayuntamiento de Estocolmo es símbolo de la capital de Suecia y sede del banquete del premio Nobel.

Número uno, la mayoría de ellos son suecos. Eso es porque el testamento de Alfred Nobel especificó que los miembros del comité deben provenir de una de las dos instituciones suecas eminentes: la Real Academia Sueca de Ciencias o el Instituto de Medicina Karolinska.

"Eso tiene la ventaja de que estamos en un rincón remoto del mundo, así que no estamos tan expuestos al cabildeo y la presión intensos que puede haber", señala Goran Hansson, secretario general de la Real Academia Sueca de Ciencias.

Pero lo que para unos es una virtud, para otros es un vicio. Hay quienes piensan que por su lejanía, los suecos no están en condiciones de juzgar lo que está pasando en este enorme planeta.

"Si nos fijamos en los premios que se han otorgado a lo largo de estos 120 años, es notable lo bien que se han recibido las decisiones", responde Hansson.

No siempre.
Palabras más, palabras menos
En 2016, Bob Dylan se convirtió en el primer cantautor en ganar el Premio Nobel de Literatura, para el asombro de muchos.
Sin embargo, de alguna manera no fue una elección tan inusual. El secretario permanente de la Academia Sueca, que otorga el Premio Nobel, dijo que el cantautor había sido elegido porque es "un gran poeta de tradición angloparlante"… como lo han sido muchos de los premios de literatura.

De los 116 galardonados con Literatura, más de 100 han escrito en inglés y otros idiomas europeos, dejando a varias partes del mundo desamparadas.

"Hay al menos 22 estados nacionales árabes reconocidos, cada uno con su propio tipo de escritores para los que su idioma de expresión es el árabe", apunta Wen-Chin Ouyang, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres.

Sin embargo, solo un autor que escribe en árabe ha logrado ganar el Premio Nobel: el egipcio Naguib Mahfouz laureado en 1988.

Naguib Mahfouz es el único autor de habla árabe que ha sido honrado con el Nobel de Literatura.

El comité dijo que sus 30 novelas y más de 350 cuentos sobre el amor, la sociedad y el paso del tiempo conforman "un arte narrativo árabe que se aplica a toda la humanidad".

El premio fue muy significativo pues "se reconoció que la literatura árabe es una literatura de clase mundial, y eso es importante: tiene efectos positivos para el resto del mundo", según Ouyang.

Pero ¿por qué tardó tanto un escritor árabe en ganar y por qué no ha habido otro más desde entonces?

Considera quién juzga el premio: 18 miembros vitalicios de la Academia Sueca. Escritores, lingüistas e historiadores escandinavos que en su mayoría necesitarán leer literatura árabe traducida... y eso es un problema.

"Algunas de las traducciones pueden ser académicamente precisas o correctas, pero no dan la sensación de belleza o fluidez del idioma original, y la mayoría de las traducciones son de calidad desigual", explica Ouyang.

Mahfouz tuvo la suerte de estar bien traducido, a diferencia de muchos otros.

Otros expertos que consultamos aseguraron que se están haciendo esfuerzos para ampliar el espectro del premio de literatura, pero el problema de las traducciones de mala calidad es difícil de superar.

Y la literatura no es la única área donde las barreras sistémicas e institucionales limitan el alcance internacional del Premio Nobel.

La élite
"El 90% de los premios han sido para Europa Occidental o América del Norte", subraya Winston Morgan, quien ha investigado la diversidad entre los ganadores del Nobel.

La Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, Estados Unidos es la número 1 en la lista de laureados con el Premio Nobel.

"El Nobel es el premio máximo para un científico, pero más allá de lo brillante que sea, si no tiene el entorno y los recursos adecuados, no va a suceder".

Y eso, dice, significa que "tiene que estar en Norteamérica o Europa Occidental: si no nació allí, tiene que ir".

Los Premios Nobel se agrupan en algunas de las instituciones del mundo.

Caltech, o el Instituto de Tecnología de California, cuenta con 74 galardonados. Y, sin embargo, solo ocupa el 8º lugar en la lista de instituciones que han obtenido el Nobel.

El número uno, con 160 galardonados es Harvard.

El top 20 está dominado por instituciones estadounidenses, con algunas europeas en la mezcla.

Goran Hansson, de la Real Academia Sueca de Ciencias, el organismo que otorga el Premio Nobel de Física, Química y el Premio Riksbank de Economía, reconoce el problema y dice que los comités intentan mitigarlo enviando invitaciones para nominaciones a todas partes.

"Nos aseguramos de incluir en la lista universidades de África, Asia y América del Sur para no tener un sesgo geográfico. Pero lo que recibimos de ellas es otra cosa.

"Los profesores de las que ustedes llaman universidades de élite se ocupan de nominar más candidatos que los de otras instituciones.

"Eso es algo que nosotros no podemos controlar".

Sólo se considera a quienes son postulados, así que no toda la responsabilidad recae sobre quienes se sientan en salones como éste, donde el Comité Noruego del Nobel selecciona al ganador del premio de la Paz.

Esas universidades de élite de Estados Unidos y Europa Occidental se benefician de algo más: una especie de círculo virtuoso de financiación. Si cuentan con los recursos necesarios, puede permitirse realizar investigaciones que ganen premios, lo que atrae más dinero, lo que le permite realizar más investigaciones que ganen premios...

Entonces, ingresar a estas instituciones es absolutamente clave. Y eso es más difícil para unos que para otros.

Similar al mundo que juzga
Las estadísticas muestran la realidad de las cosas.

"En EE.UU. el 10% de la población es afroestadounidense, así que se esperaría que el mismo porcentaje, o al menos la mitad, de los más de 380 ganadores fueran negros -dice Morgan-. Pero solo han sido unos cuatro, tres de ellos de paz y uno de literatura".
Y ninguno en ciencia.

"Entonces, estar en Estados Unidos, no es suficiente".

Los críticos señalan que la falta de diversidad entre los ganadores del Premio Nobel también podría deberse a la falta de diversidad entre los jueces que los conceden.

El secretario general de la Real Academia de Ciencias de Suecia, Goran Hansson, acepta que sería ventajoso que el comité representara en un grado mucho mayor la diversidad del mundo sobre el que emite juicios pero como por regla sus miembros provienen del sistema académico escandinavo, no lo pueden forzar.
Y reitera que es crucial que sean nominados "todos aquellos que han hecho importantes descubrimientos" .

A pesar de todo...
Con todos los aciertos y desaciertos, preguntamos, ¿qué le ha dado el Premio Nobel al mundo?
¿Sirve de algo el prestigioso premio?

"Quizás el aspecto más importante del premio es informar al público sobre los fantásticos descubrimientos que se están haciendo para inspirar a los jóvenes y para mostrarle a todos cómo funciona la ciencia y cómo gradualmente hace del mundo un lugar mejor para vivir", opina Hansson.

"Creo que eso es lo que realmente ha hecho Nobel: no es para ayudar al científico a hacer ciencia, sino para llevar la ciencia a la comunidad", concurre Donna Strickland, laureada en física.

"También impulsa a los científicos al éxito", declara el cosmólogo Brian Keating.

"Yo mismo he estado un poco encaprichado con el Premio Nobel, con el deseo de querer ganarlo, de lograr el nivel más alto de notoriedad e inmortalidad que se puede obtener en física, y formar parte de una cohorte muy exclusiva, poblada por personas como Einstein y otros.

"El premio Nobel proporciona una vía para que hombres y mujeres se arraiguen permanentemente en la historia de lo que nuestra especie es capaz de lograr", dice Keating.

No obstante, señala, ya es hora de hacer algunas reformas "que son casi universalmente requeridas para que sea ese verdadero rayo de luz que Alfred Nobel tan noblemente quiso".

"El hecho de que no haya cambiado sustancialmente en 118 años es simplemente ridículo. ¿Qué más en la sociedad no ha cambiado en 118 años?".

Debía ser más transparente, sugieren algunos: ¿por qué tiene que ser secreto?, ¿Por qué no se puede publicar la lista corta de nominaciones? ¿Qué está tratando de ocultar el Premio Nobel?, preguntan.

"Si los evaluadores, los expertos con los que consultamos, supieran que sus declaraciones se harán públicas, no obtendríamos informes francos y honestos, y eso dificultaría mucho más la entrega del premio", responde el secretario general de la Real Academia Sueca de Ciencias, Goran Hansson.

"Por esa razón, tenemos que seguir operando con estas reglas de secreto".

Así que hasta aquí llegamos: fisgoneamos tanto como es posible pero a menos que los funcionarios del Premio Nobel abran todas sus puertas, no podemos ir más lejos.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-54572478

jueves, 17 de octubre de 2019

Brigitte van Tiggelen y Annette Lykkness Investigación y Ciencia

Brigitte van Tiggelen y Annette Lykkness Investigación y Ciencia 

La química alemana Ida Noddack, que abandonó un puesto en la industria para investigar los elementos, participó en el descubrimiento del renio. [Archivos de la Universidad Católica de Lovaina]

La historia de la clasificación de docenas de elementos en una tabla periódica no se ciñe a una persona ni a un momento en el tiempo. Los científicos habían clasificado y predicho la existencia de los elementos antes de que Dimitri Mendeléiev propusiera su esquema en 1869, y siguieron haciéndolo después. Fueron muchos los que trabajaron para descubrir y explicar el comportamiento de las nuevas sustancias. Los gases nobles, la radiactividad, los isótopos, las partículas subatómicas y la mecánica cuántica todavía no se habían descubierto a mediados del siglo XIX.

Para celebrar el Año Internacional de la Tabla Periódica, dedicamos este artículo a algunas de las mujeres que revolucionaron nuestra concepción de los elementos. Marie Curie es la más famosa, por sus investigaciones sobre la radiactividad y el descubrimiento del radio y el polonio, que le valieron el Nobel en dos ocasiones. La mayoría, sin embargo, son poco conocidas. Tampoco suele apreciarse la tenacidad y diligencia que requiere el trabajo experimental, la valoración de datos y la reconsideración de las teorías vigentes.

Demostrar la existencia de un nuevo elemento no es tarea fácil. El primer paso consiste en detectar una actividad inusual; un comportamiento químico o una propiedad física (las emisiones radiactivas y las líneas espectrales, por ejemplo), que no se corresponda con la de ningún elemento conocido. Luego hay que aislar el nuevo elemento, o un compuesto de él, en cantidades lo suficientemente grandes como para poder pesarlo y convencer a la comunidad científica.

Descubrir y ordenar
Marie Curie no andaba a la búsqueda de nuevos elementos cuando inició su tesis doctoral sobre los «rayos del uranio», en 1897. Quería explorar la radiactividad, un fenómeno descubierto por Henri Becquerel en 1896. Pero sospechó de la existencia de otros elementos al observar que la radiactividad de la pechblenda, un mineral de uranio, era superior a la que cabía esperar de su contenido en uranio. Su marido Pierre se incorporó entonces a las investigaciones.

En 1898 identificaron las líneas espectrales de dos nuevos elementos: el radio y el polonio. Sin embargo, les llevó más de tres años pulverizar, disolver, hervir, filtrar y cristalizar toneladas de pechblenda para extraer tan solo 0,1 gramos de un compuesto de radio. La extracción del polonio sería aún más difícil, porque su vida media es más breve. En 1903, Pierre y Marie Curie compartieron el premio Nobel de física con Henri Becquerel por el descubrimiento de la radiactividad, y en 1911 Marie recibió un segundo Nobel por el descubrimiento del radio y el polonio y por la concentración y el estudio del radio.

Ubicar un elemento en la tabla periódica requiere establecer su peso atómico y sus propiedades químicas. El radio, por ejemplo, se comporta de modo muy similar al bario, pero su peso atómico es mayor, así que se sitúa justo debajo del bario. Determinar el peso atómico es difícil porque exige disponer de sustancias puras.

Cuesta distinguir elementos de peso y carácter similares. Poco después de elaborar su tabla, Mendeléiev propuso a la química rusa Julia Lermontova refinar los procesos de separación de los metales del grupo del platino (rutenio, rodio, paladio, osmio, iridio y platino), como paso previo a su ordenación. Solo sabemos de su trabajo a través del archivo y la correspondencia de Mendeléiev. Lermontova estudió química en Heidelberg con Robert Bunsen (descubridor del cesio y el rubidio en 1860, junto con Gustav Kirchhoff, con el espectroscopio que acababan de inventar), y fue la primera mujer que obtuvo un doctorado en química en Alemania, en 1874.

Establecer el peso atómico era, asimismo, crucial para identificar las series de desintegración radiactivas y distinguir entre nuevos elementos y las variedades de elementos conocidos. El concepto de isótopo solucionó el problema planteado por el descubrimiento de numerosos elementos para los que en apariencia no había espacio en la tabla periódica. Aunque el químico británico Frederick Soddy introdujo el concepto en 1913, fue la médica Margaret Todd quien propuso el término, que en griego significa «el mismo lugar».

La química polaco-judía Stefanie Horovitz, del Instituto de Radio de Viena, aportó la prueba experimental de la existencia de isótopos. Un elemento tan común como el plomo presentaba distintos pesos atómicos, según si procedía de la desintegración radiactiva del uranio o de la del torio.

También era problemática la naturaleza de una curiosa «emanación» del radio. ¿Era una partícula o un gas? La física canadiense Harriet Brook resolvió el problema junto con su director de tesis, Ernest Rutherford, en la Universidad McGill de Montreal. En 1901, Brooks y Rutherford mostraron que la emanación se difundía como un gas pesado y aportaron la primera prueba de que la desintegración radiactiva producía nuevos elementos. En 1907, William Ramsay sugirió que el gas, al que se denominaría radón, pertenecía al «grupo de los elementos del helio», que hoy conocemos como gases nobles.

En 1902, Rutherford y Soddy anunciaron su teoría de la desintegración radiactiva, según la cual los átomos se transmutan espontáneamente en nuevos átomos con la emisión de radiación. Si bien Rutherford obtuvo el Nobel de química de 1908 por estas investigaciones, la crucial contribución inicial de Brooks apenas ha sido reconocida. Tras publicar conjuntamente un primer artículo, el siguiente, en Nature , lo firmó Rutherford, que se limitó a indicar en los créditos la asistencia de Brooks. Como mujer de ciencia, Brooks tuvo dificultades, especialmente tras casarse, para obtener puestos estables y desarrollar sus investigaciones.

Al fondo de la materia
A todo esto, no dejaban de producirse avances en la comprensión del núcleo atómico. En 1918, la física Lise Meitner y el químico Otto Hahn descubrieron en Berlín el elemento 91, el protactinio. Meitner era austríaca y, tras completar su doctorado, había buscado en Alemania una oportunidad profesional. En 1907 fue admitida como colaboradora no remunerada de Hahn en el departamento de química de la Universidad de Berlín. Tuvo que trabajar en el sótano porque las mujeres no podían acceder al edificio principal. En 1913, cuando Hahn se incorporó al Instituto Emperador Guillermo de Química en Berlín-Dahlem, Meitner fue nombrada «asociada» del instituto.

Hahn y Meitner descubrieron el protactinio en el curso de una investigación sobre la «sustancia madre» de la serie de desintegración del actinio. Otros científicos perseguían el mismo objetivo e, inevitablemente, se produjeron disputas de prioridad. El descubrimiento fue atribuido a Meitner y Hahn porque concentraron el nuevo elemento en mayor cantidad y lo caracterizaron de forma más completa que sus competidores.

También el renio (elemento número 75) fue descubierto conjuntamente en 1925 en Berlín por la química alemana Ida Noddack y su marido, el también químico Walter Noddack, junto con Otto Berg, de la empresa de ingeniería eléctrica Siemens–Halske. Ida Tacke, que adoptaría el apellido de su marido, dejó un puesto en la industria química para ir a la caza de elementos. En 1925 se incorporó en calidad de investigadora no remunerada al Instituto Físico-Técnico Imperial de Berlín, donde Walter Noddack dirigía el departamento de química. Los Noddack tuvieron que emplearse a fondo para producir cantidades ponderables de renio, así denominado por el Rin. Es uno de los elementos más raros de la Tierra y no es radiactivo.

Los Noddack reclamaron asimismo el descubrimiento del elemento 43, al que denominaron masurio por la región de Masuria, en Polonia. Pero no consiguieron replicar las líneas espectrales ni aislar la sustancia. Las técnicas de la «química húmeda» no eran apropiadas para la identificación de este elemento, el primero en ser producido artificialmente, en 1937, y que recibiría el nombre de tecnecio.

A diferencia de Marie Curie, cuyas contribuciones fueron reconocidas y que tras la muerte de Pierre ocupó su cátedra en la Universidad de París, Ida Noddack trabajó como invitada en el laboratorio de su marido durante la mayor parte de su carrera. Esta es una de las razones por las que no se tomó en serio su sugerencia, en 1934, de que el núcleo podía partirse, un proceso que hoy denominamos fisión.

Los descubrimientos del neutrón, en 1932, y de la radiactividad artificial, en 1934, abrieron una nueva línea de investigación: la fabricación de elementos en el laboratorio mediante el bombardeo de átomos con partículas. En 1934, el físico Enrico Fermi y sus colaboradores en la Universidad de Roma anunciaron que habían producido los elementos 93 y 94 tras bombardear uranio con neutrones. Ida Noddack señaló en un artículo en Angewandte Chemie que Fermi no había demostrado que no se hubieran producido elementos más ligeros. «Es concebible», argumentó, «que el núcleo se haya dividido en varios fragmentos grandes». Los físicos la ignoraron.

Sin embargo, en 1938, Meitner y Hahn demostraron que el bario se encontraba entre los productos de las reacciones estudiadas por Fermi y que el núcleo se había partido. Para entonces, a falta de meses para que estallara la Segunda Guerra Mundial, Meitner, de ascendencia judía, había huido a Suecia. Pese a que sus cálculos habían convencido a Hahn de la fisión del núcleo, este no la incluyó como coautora al publicar los resultados en 1939, y en 1945 no aprovechó el discurso de aceptación del Nobel de química de 1944 para reconocer el papel de Meitner.

La mayoría de estas pioneras colaboraron con colegas masculinos, y no es fácil distinguir sus contribuciones. La física francesa Marguerite Perey es una excepción: se la considera la única descubridora del elemento 87, el francio, en 1939. Se incorporó al instituto de Marie Curie en París a los 19 años como técnica de laboratorio, bajo la dirección de Irène Joliot-Curie y André Debierne. Ambos le pidieron, independientemente, que midiera con precisión la vida media del actinio 227. En el curso de este delicado procedimiento técnico, identificó el nuevo elemento. Al no ponerse de acuerdo sobre quién dirigía a Perey, ninguno de ellos pudo reclamar un papel en el hallazgo. Perey acabaría dirigiendo el departamento de química nuclear de la Universidad de Estrasburgo, y en 1962 se convirtió en la primera mujer escogida como miembro correspondiente de la Academia de las Ciencias francesa. Pese a que no había ninguna regla que excluyera la elección de mujeres, la Academia no admitiría una mujer como miembro de pleno derecho hasta 1979.

El francio fue el último elemento natural en ser descubierto. Actualmente, el hallazgo de nuevos elementos requiere grandes equipos, aceleradores de partículas e importantes presupuestos [ véase « Disputas en la tabla periódica », por Edwin Cartlidge; Investigación y Ciencia , mayo de 2019]. El significado de elemento químico ha cambiado. Si para Mendeléiev era una sustancia estable incapaz de transmutarse, hoy incluye especies isotópicas que existen apenas unos milisegundos.

Mediante esas técnicas, la química estadounidense Darleane Hoffman llevó a cabo un avance monumental a principios de los años setenta. Demostró que el fermio 257 se fisionaba espontáneamente, no solo al ser bombardeado con neutrones. También descubrió el plutonio 244 natural. Fue la primera mujer que dirigió una división científica en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México, donde se formaron generaciones de científicas. Una de ellas, Dawn Shaughnessy, es la investigadora principal de un proyecto sobre elementos pesados del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California, en el marco del cual se han descubierto seis elementos (del número 113 al 118).

Usar los elementos
Muchas otras mujeres han contribuido a ampliar nuestro conocimiento sobre los elementos. Tras el aislamiento del flúor por el químico francés Henri Moissan en 1886, un equipo de mujeres (entre ellas, Carmen Brugger Romaní y Trinidad Salinas Ferrer) trabajó con José Casares Gil en la Universidad de Madrid en los años 1920 y principios de 1930 en el estudio de las propiedades terapéuticas y la presencia en las aguas minerales de este elemento. Cuando tuvieron que dejar las investigaciones como consecuencia de la Guerra Civil (1936-1939), el trabajo de estas mujeres fue incorporado a la bibliografía de Casares.

La química Reatha C. King fue la primera mujer afroamericana que trabajó en la Oficina Nacional de Estándares de los Estados Unidos, en Washington. En los años sesenta estudió la combustión de mezclas gaseosas de flúor, oxígeno e hidrógeno. La alta reactividad del flúor sugería su uso en la propulsión de cohetes. Algunas mezclas eran tan explosivas que requerían técnicas y aparatos especiales, que King diseñó y fueron adoptadas por la NASA.

En la década de 1910, la médica estadounidense Alice Hamilton demostró la toxicidad del plomo y los riesgos que entrañaba para la población y los trabajadores de la industria metalúrgica. Su trabajo obligó a las compañías de seguros y a las empresas a adoptar medidas de protección y compensar a los damnificados. También organizó acciones sociales para que se reconocieran las enfermedades laborales relacionadas con otros metales pesados, como el mercurio. En 1919 se convirtió en la primera profesora nombrada por la Universidad Harvard. Ya en 1925 se pronunció contra la adición de plomo a la gasolina.

La técnica japonesa-estadounidense Toshiko «Tosh» Mayeda era en los años 1950 una experta en la medida de los radioisótopos del oxígeno. Había empezado su carrera limpiando los recipientes de vidrio del laboratorio de Harold C. Urey en la Universidad de Chicago, pero pronto se hizo cargo de los espectrómetros de masa. Contribuyó a la medida de la proporción de isótopos de oxígeno en conchas marinas fosilizadas, a fin de deducir la temperatura de los océanos prehistóricos, y extendió el uso de este método a los meteoritos.

Como estadounidense de ascendencia japonesa, Mayeda fue confinada en un campo de internamiento tras el ataque a Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941, y tuvo que hacer frente a la discriminación. Contando solo con un título de graduada en química, sus contribuciones podían haber sido invisibilizadas, como las de tantas técnicas. Afortunadamente, Mayeda recibió el apoyo de sus superiores y su nombre apareció en las publicaciones junto al de doctores y catedráticos.

Ampliar la perspectiva
Como ocurre con los descubrimientos científicos, la recuperación de la historia de todas estas mujeres de ciencia ha sido un trabajo de equipo en el que han participado Gisela Boeck, John Hudson, Claire Murray, Jessica Wade, Mary Mark Ockerbloom, Marelene Rayner-Canham, Geoffrey Rayner-Canham, Xavier Roqué, Matt Shindell e Ignacio Suay-Matallana.

El estudio de las mujeres que han contribuido al desarrollo de la química ofrece una perspectiva más amplia del descubrimiento científico y de las personas que participan en él, desde ayudantes y técnicos no asalariados a líderes de grandes laboratorios. En este año de celebración de la tabla periódica, es esencial reconocer los esfuerzos individuales y colectivos que nos han permitido construirla y siguen dándole forma.

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