Mostrando entradas con la etiqueta psiquiatra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta psiquiatra. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de julio de 2023

“Oppenheimer”: Jean Tatlock, la trágica vida de la psiquiatra que enamoró (y rechazó) a Oppenheimer. "Estaba entregado a ella".


El estreno de la película de Christopher Nolan ha vuelto a poner de actualidad la figura de la doctora y gran amor del padre de la bomba atómica. Interpretada por Florence Pugh, repasamos la influencia que tuvo en la trayectoria del físico y su temprana y controvertida muerte.

Es la gran batalla cinéfila de 2023. Oppenheimer y Barbie, dos de los filmes más esperados del año, se estrenan de manera simultánea en la gran pantalla para luchar por mucho más que la hegemonía en la taquilla. La escala de grises contra el rosa brillante. Nolan contra Gerwig. Dos películas antitéticas, dos estados de ánimo, dos memes andantes que ‘obligan’ al espectador a elegir entre el drama adulto de despachos y dilemas éticos y la fantasía de carácter escapista y feminista. Sin embargo, pese a los clichés sobre sus índices de testosterona, Oppenheimer es mucho más que una biografía personalista sobre el físico estadounidense (interpretado por Cillian Murphy) que acabó convertido en el padre –después arrepentido– de la bomba atómica. El thriller también narra su tortuosa relación con la psiquiatra Jean Tatlock, la mujer más influyente en la vida de Oppenheimer y a la que da vida Florence Pugh. Una joven intelectual que se reveló ante las convenciones sociales que degradaban a las mujeres de la época y cuya muerte temprana sigue siendo hoy objeto de teorías y conspiraciones. Aunque muchos han intentado reducir su papel al de mera amante, los hechos dicen todo lo contrario. Esta es su trágica historia:

Florence Pugh y Cillian Murphy dan vida a la pareja en la nueva película de Christopher Nolan. 

Oppenheimer conoció a Tatlock durante su estancia como profesor de física en la Universidad de Berkeley en California. Era buen amigo de su padre, John, un reputado profesor de Inglés en la facultad, y su primogénita, de 22 años, ojos verdes y pelo color café, ya era conocida por todo el campus de Medicina, donde se preparaba para ser psiquiatra. Corría el año 1936 y ver a una mujer en un aula universitaria seguía considerándose insólito; más aún si tenía la brillantez académica, el historial vital –había recorrido Europa formándose en psicoanálisis– y la buena imagen de Tatlock. “Todos estábamos un poco celosos”, confirma un amigo en la biografía del científico. A pesar de los diez años de diferencia que los separaban, todos los amigos cercanos a Oppenheimer sostienen que este se enamoró de ella como nunca antes lo había hecho. “Jean fue el amor más verdadero de Robert. La amó más que a nadie, estaba entregado a ella”, afirmó Robert Serber, físico nuclear y confidente de Oppie. Este le propuso matrimonio a Tatlock, sin éxito, hasta en dos ocasiones.

La simpatía de la joven por el Partido Comunista trajo grandes quebraderos de cabeza a la pareja, siendo puesta Tatlock bajo vigilancia del FBI ante la sospecha de que pudiera ser un foco de radicalización para Oppenheimer o hasta una espía soviética. Incluso después de la muerte de la joven, el físico siguió viéndose obligado a desmentir estas afirmaciones en duros interrogatorios ante el gobierno estadounidense. “Su afiliación al partido era intermitente y nunca parecía proporcionarle lo que buscaba. No creo que sus intereses fueran realmente políticos. Ella amaba a su país, a su gente y a su vida”, declaró en una audiencia gubernamental. La paranoia llegó hasta el punto de que el tan célebre como controvertido J. Edgar Hoover, al mando de la oficina de inteligencia, mandó intervenir el teléfono del piso de la psiquiatra y seguir todos sus movimientos.

Jean Tatlock y Robert Oppenheimer rompieron su relación sentimental en 1939. Unos meses después, el científico conoció a Kathering ‘Kitty’ Puening, una bióloga casada en dos ocasiones anteriores que poco después se convertiría en su mujer y en la madre de los dos hijos de la pareja. A pesar de estar casado, Oppenheimer siguió viéndose con una Tatlock que empezaba a sufrir episodios depresivos cada vez más agudizados. Dicen que el estado mental de la doctora se agravó tras la pérdida de contacto con su gran amor. El 14 de junio de 1943, dirigiendo ya el Proyecto Manhattan en Los Álamos que culminaría en la creación de la bomba atómica, este volvería a San Francisco para pasar el que sería su último día con ella. Seguido por oficiales del ejército sin su conocimiento, Oppenheimer se encontró con Tatlock en la estación de tren y, tras besarse, pasaron toda la jornada juntos. Los informes incluso certifican que apagaron las luces del piso de la joven a las 11 y media de la noche. Tras desayunar de nuevo juntos, la doctora llevó al aeropuerto a Oppie para regresar al complejo militar.

El 4 de enero de 1944, el padre de Tatlock acudió a ese mismo apartamento después de que esta no contestara el teléfono durante varios días. Tras escalar por una ventana para poder acceder a él, se encontró a su hija muerta, con la cabeza sumergida en una bañera a medio llenar. Tenía 29 años. Junto a ella había una nota que rezaba así: “Estoy disgustada con todo. A quienes me amaron y me ayudaron, todo el amor y el coraje. Quería vivir y dar, y de una forma u otra me quedé paralizada. Intenté entender, pero no pude… Habría sido una responsabilidad toda mi vida, al menos puedo librar de la carga de un alma paralizada a un mundo en conflicto”. Aunque la teoría de la conspiración respecto al supuesto asesinato de Tatlock ha sido avivada durante nueve décadas con argumentos puramente especulativos, sí que existen ciertos hechos probados que alimentan ese fuego.

A pesar de contraer matrimonio después, los cercanos a Oppenheimer siempre han mantenido que Tatlock fue su gran amor. 

Una vez hallado el cuerpo inerte de la joven, John Tatlock se encargó de quemar toda la correspondencia e imágenes de su hija antes de llamar a los servicios funerarios. Supuestamente, para desligarla de cualquier sospecha de enlace con el comunismo. La autopsia, que determinó que la causa de la muerte había sido asfixia por ahogamiento, también reveló que no había restos de alcohol en su sangre y que ninguno de los barbitúricos que había tomado la psiquiatra había alcanzado sus órganos vitales en el momento de su muerte. Un doctor con acceso a los datos del fallecimiento de Tatlock confesó a los autores del libro Prometeo Americano, en el que se basa la película de Christopher Nolan, que “si eres inteligente y quieres matar a alguien, esta es la forma correcta de hacerlo”. Su hermano Hugh Tatlock siempre apoyó la teoría del asesinato.

Peer De Silva, un oficial de la CIA encargado de la seguridad de Los Álamos, fue el encargado de comunicar a Oppenheimer la muerte de Jean. El científico quedó devastado tras la noticia y se marchó a dar un largo paseo. “Dijo que ya no tenía a nadie más con quien poder hablar”, añadió De Silva. Robert Oppenheimer acuñó el primer test de la bomba atómica como Trinity. Según narraron los cercanos a él, el nombre es un homenaje a un poema de John Donne que le había enseñado la mismísima Jean Tatlock.*




lunes, 9 de mayo de 2022

La psiquiatra que trata a asesinos en serie, abusadores sexuales y otros culpables de actos de extrema crueldad y violencia

Los pacientes de la doctora Gwnen Adshead son lo que comúnmente la sociedad considera "monstruos".

La doctora Adshead es psiquiatra forense y durante décadas ha trabajado como terapeuta de personas que se han involucrado en atroces formas de violencia.

Gran parte de su experiencia la ha obtenido trabajando en el hospital psiquiátrico de alta seguridad Broadmoor, en Inglaterra.

Junto a la escritora y dramaturga Eileen Horne, la doctora Adshead es la coautora del libro The Devil You Know: Stories of Human Cruelty and Compassion (El demonio conocido: historias de crueldad y compasión humanas, traducido literalmente al español).

En el libro, Adshead cuenta las historias de once de sus pacientes.

Entre ellos está Tony, un asesino en serie que decapitó a su primera víctima; Zahra, quien disfrutaba prenderle fuego a otras personas; y Ian, quien abusó sexualmente de sus dos hijos.

En entrevista con BBC Mundo, Adshead habla acerca de la complejidad de estas personas y de cómo su trabajo se enfoca en entender qué los llevó a cometer tanta crueldad.

Su apuesta es que entender mejor el comportamiento de estas personas, más allá de simplemente juzgarlas, puede ayudar a prevenir más actos violentos, al tiempo que desafía muchas de las ideas que tenemos sobre la naturaleza humana.

"Nuestras mentes están diseñadas para poder disfrutar del sufrimiento de los demás"

¿A qué se refiere el título de su libro?
Viene de un proverbio que dice que quizás es mejor conocer tus propios demonios que no conocerlos. Tiene que ver con que si no sabes qué demonios tienes, es posible que te sorprendan o te veas superados por ellos.

Cuando Elieen Horne, coautora del libro, sugirió ese título, me llamó la atención porque sentí que tiene mucho que ver con el trabajo que hago como terapeuta: de cierta manera, lo que la gente hace es explorar sus demonios internos.

Si asumimos que quizás todos tenemos la capacidad de producir gran maldad, aunque afortunadamente la mayoría de nosotros nunca lo hará, la mayoría de nosotros tenemos demonios que necesitan ser explorados.

Mucho del trabajo que hago como terapeuta es abrir un espacio en el que la gente pueda hablar acerca de esos aspectos de sí mismos que son aterradores y capaces que causar gran crueldad.

Al conocer estas historias creo que es casi inevitable preguntarse si uno mismo sería capaz de cometer semejantes actos…

Es cierto… y siempre me he preguntado si esa es una de las razones por las que siempre mostramos a estas personas en los medios. De hecho, la palabra monstruo está conectada etimológicamente con la palabra mostrar.

Hay algo en la forma en que ponemos a la gente en los medios públicos, las redes sociales, los periódicos, la televisión...

Exponemos a estos "monstruos" y pensamos "¡Oh, que bien que estén ahí", creo que eso quizás nos ayuda a sentir que no somos como ellos.

Pero la verdadera preocupación es: ¿será que bajo ciertas circunstancias cada uno de nosotros tendrá la capacidad de hacer algo monstruoso?

Si muchos factores de riesgo se juntan, ¿nos veríamos en capacidad de cometer una crueldad extrema? Esa es una pregunta muy importante.

Qué dice la ciencia de las personas con psicopatía (y por qué tienen poco que ver con lo que muestran las series policíacas)

¿Y hay respuesta a esa pregunta? ¿Tenemos todos la capacidad de convertirnos en un "monstruo"?

Sí, creo que todos tenemos ese potencial. Si se alinean los factores de riesgo correctos, sí, somos capaces de una gran crueldad.

Usted utiliza el concepto de "entender la crueldad". ¿A qué se refiere?

Cuando hablamos de la maldad humana a menudo se reduce al hecho de ser cruel con otras personas.

Creo que las cosas que tendemos a considerar más malévolas involucran infligir, de manera deliberada, crueldad sobre personas que son extremadamente vulnerables.

Entonces, en mi trabajo, suelo enfocarme particularmente en ayudar a las personas a explorar cómo pudieron llegar a ser tan crueles con otra persona.

Lo que intento es que ellos exploren, expliquen y articulen los sentimientos, las emociones que subyacen esos actos de gran crueldad.

Y también dice que trata de aplicar una "empatía radical" con sus pacientes. ¿Qué significa eso?

La idea general de empatía tiene que ver con ser capaces de ponerse en los zapatos de otra persona.

Cuando vemos a alguien que está angustiado o molesto tratamos de imaginarnos qué se siente ser esa persona, e incluso podemos llegar a sentir alguna respuesta emocional hacia esa persona.

Seguro te habrás dado cuenta de que si estamos sentados junto a alguien que está acongojado, a menudo nos sentimos tristes, eso es parte de la respuesta empática.

Pero cuando trabajas con personas que han sido crueles y con estados mentales desorganizados, hay una necesidad de crear una distancia, necesitas mantenerte cercano pero también mantener una distancia si quieres llegar a la raíz de las cosas.

Así me surgió la idea de la "empatía radical", porque es una empatía que trata de llegar a la raíz de las cosas, pero tiene también cierta distancia que te permita mantener una perspectiva, no solo de esta persona y lo que hizo, sino de las personas a quienes hicieron daño, de manera que no pierdas de vista a las víctimas.

¿Cree que esa "empatía radical" se podría aplicar más allá de su ámbito profesional, en la vida diaria de las personas?

La empatía radical se ha vuelto una necesidad en mi trabajo, como una manera de mantener una mente abierta y crear espacios para ayudar a estos hombres y mujeres a reconocer su crueldad, pero creo que si yo puedo hacerlo, cualquier persona puede hacerlo. No creo que sea una habilidad muy especial.

Y creo que es muy importante, especialmente en estos tiempos donde parece que tenemos estados mentales muy polarizados, no encasillar a otras personas que son distintas a mí.

Quizás tenemos más cosas en común con esas personas de lo que pensamos, incluso si tienen posiciones políticas distintas, u opiniones sobre las vacunas que uno no comparte.

¿Cuál sería el límite entre tener empatía radical y justificar la crueldad?

En el libro me interesó dejar claro que quienes trabajamos como terapeutas de agresores nunca, nunca, ofrecemos una excusa para lo que ocurrió.

No se trata de buscar excusas, sino de entender y explicar cómo alguien llegó a cometer estos actos.

La violencia que he visto en el ámbito en el que trabajo es altamente inusual, la mayoría de las personas no expresan sus emociones con crueldad, entonces cuanta más información podamos recopilar acerca de cómo alguien llegó a ese punto, mejor podremos entenderlos, con el fin de manejar el riesgo en el futuro.

Entonces, a todos nos conviene entender esta violencia, pero nadie está sugiriendo que esta explicación sea una excusa.

Por otro lado, las cortes existen para expresar nuestra condena social a personas que son crueles, y eso me parece totalmente razonable, que condenemos esas acciones, ciertamente queremos dejar claro que eso no está bien y que la persona debe responsabilizarse por lo que hizo.

Mi experiencia es mayormente con personas que han cometido asesinatos en momentos en los que no estaban bien mentalmente. Creo que a esas personas les parece útil entender cómo fueron capaces de hacer eso, y, de esa manera, puedan asumir mayor responsabilidad criminal y moral de la manera en que la sociedad queremos que lo haga.

Entonces es un gana-gana.

¿Cuáles son los principales mitos o asunciones que tenemos respecto a las personas que cometen estos actos?

Primero, hay que tener en cuenta que yo no trato a criminales de guerra. No tengo ninguna autoridad o experticia para hablar de lo que ocurre en la mente de personas que instigaron eventos como el Holocausto, por ejemplo.

Aunque me parece interesante que no se haya pensado que esas personas estaban mentalmente enfermas.

Yo solo trato a personas cuya violencia parece estar relacionada con algún tipo de trastorno mental, y en ese grupo particular he notado un par de cosas.

La primera es que muchos de ellos vienen de un ambiente muy trastornado, han sido expuestos a varios tipos de traumas durante su niñez.


En particular, han sido expuestos a violencia física y descuido de forma crónica durante su niñez. Son personas que vivieron con padres que eran violentos entre ellos, que abusaban de sustancias.

Esos factores aumentan significativamente el riesgo de ser violento en la adultez.

Lo otro que he notado es que son personas que han perdido, o nunca han tenido, la capacidad de relacionarse con otras personas.

Esa capacidad del placer en las relaciones sociales es algo que damos por sentado.

Personas como tú o como yo somos capaces de salir y disfrutar un café o dar una caminata con alguien. Esa capacidad es algo que a menudo está ausente en las personas con las que yo trabajo.

Usted también habla de que si bien las cifras muestran que las mujeres son menos violentas, la realidad es mucho más compleja…

Sí, a ver… es un hecho innegable que en números absolutos muchas menos mujeres que hombres actúan de manera violenta.

Los números son incontrovertibles, pero el porqué es una pregunta digna de Premio Nobel.

La respuesta es que hay muchos factores distintos, pero hay dos aspectos que me interesan en particular.

El primero es ¿hay algo en los tipos de masculinidades que se lo ofrecen a los niños y a los hombres jóvenes que hace que aumente el riesgo de violencia?

Y, de forma contraria, ¿hay algo en la feminidad que pueda resultar como un protector para las mujeres?

Lo que he notado trabajando con mujeres es que sus estados de crueldad son muy similares a los de los hombres.

Entonces, no hay diferencia en los niveles de crueldad, la diferencia está en cifras de quienes finalmente llegan a actuar de esa manera.

Entonces, lo interesante es entender cómo pasas de un estado mental a la acción.

¿Es correcto afirmar que hay personas genéticamente violentas?

No, no es correcto. Hay una gran cantidad de investigación en esa área y no hay ninguna evidencia de que haya genes para la violencia, en absoluto.


Lo que sí hay son genes para neurotransmisores que hasta cierto punto podrían contribuir a que una persona se altere.

Puede haber cierta disposición genética a los trastornos del estado de ánimo que pueden contribuir un poco al riesgo, pero eso representa solo un poco del riesgo de violencia.


Otra de la cosas que ha quedado clara es que nuestros genes son modificados por nuestra experiencia.

Una de las preguntas interesantes es, volviendo un poco a lo que mencionaba sobre los traumas infantiles, ¿hay algo en la exposición crónica al trauma durante la niñez que tenga un impacto en cómo los genes de ciertos neurotransmisores se desarrollan?

Eso es una pregunta empírica, pero incluso si pudieras demostrar eso, está tan lejos de cometer un acto violento que no es realmente significativo.

Si queremos reducir la cantidad de violencia en el mundo no lo lograremos mirando los genes de las personas, lo lograremos observando cómo se enfurece la gente, cómo entran en conflictos, cómo las personas comienzan a comprender las mentes de otros.

¿Cree que su trabajo de alguna manera le sirve de algo a los familiares de las víctimas?

He trabajado con muchas personas que han asesinado a sus familiares. A menudo ellos tienen familiares que van a visitarlos al hospital y que mantienen una relación.

Cuando un familiar mata a otro es una catástrofe para toda la familia.

Mi experiencia es que en esas circunstancias muchas víctimas sienten cierta satisfacción de que su familiar esté recibiendo ayuda.


He trabajado en clínicas de trauma y he conocidos víctimas de violencia muy grave que tienen la esperanza de que la persona que lo atacó reciba ayuda.

La gente puede llegar a ser increíblemente generosa en ese sentido, pero también he conocido víctimas que estaban comprensiblemente llenas de rabia y con afán de venganza.

Y eso lo entiendo, sería una locura de mi parte no entender esa reacción.

¿Qué siente usted al tratar a sus pacientes?
Tristeza, tristeza abrumadora.

Mi experiencia como terapeuta me ha dado un nuevo nivel al significado de la palabra tragedia.

Una tragedia es algo que data de los antiguos griegos en la que la persona comete una acción con consecuencias irreversibles.

De esa manera, nunca puedes volver al lugar al que estabas antes. En la vida hay muchas cosas que podemos cambiar y avanzar hacia algo mejor, pero cuando matas a alguien es como si destruyeras un mundo.

Como dice el Talmud "quien mata a una persona, es como si matara a un mundo entero".

Creo que es trágico cuando eso ocurre. Lo es para quien muere y para quienes lo rodean, pero para el perpetrador también lo es porque no puede volver a la vida que tenía antes.


Entonces, para mí la sensación más abrumadora es siempre la tristeza y un sentido de profunda tragedia.

¿Qué lecciones destaca de su experiencia trabajando con sus pacientes?

Hay un buena noticia y es que la violencia muy grave, particularmente por parte de personas con una enfermedad mental, es muy inusual.

Pero, el otro lado de eso es que el hecho de que sea inusual hace que debamos tomarla muy en serio.


Debemos invertir tiempo, esfuerzos y dinero en acercarnos a los problemas que hace que la gente actúe de manera violenta, porque cuanto mejor lo entendamos, más probable es que tratemos de organizarnos para prevenir que ocurra en el futuro.

A nivel personal, mis pacientes me han enseñado las inmensas posibilidades que las personas cambien para bien.

Que incluso quienes han cometido actos terribles pueden cambiar para bien, no sin pagar un precio, no sin angustia.

He aprendido que en realidad hay poca gente que no logra cambiar si se lo proponen.

Me he visto impresionada y conmovida por el coraje que han mostrado algunas personas que están dispuestas a mirar a sus estados más oscuros y trastornados, están dispuestas a tomar ese riesgo, y creo que eso nos trae esperanzas a todos.

jueves, 20 de febrero de 2020

Boris Cyrulnik: “La desigualdad social empieza en los mil primeros días de vida”. El reconocido neurólogo francés que difundió el concepto de resiliencia destaca el papel en nuestro desarrollo de la atención recibida incluso antes de nacer

Hay muchas maneras de aproximarse a Boris Cyrulnik. Es el neuropsiquiatra que difundió el concepto de resiliencia, la capacidad de superar las adversidades. Es el autor de numerosos libros que han acercado al público las claves de su disciplina, como Los patitos feos, publicado en castellano, como gran parte de su obra, por la editorial Gedisa. Es un hombre de 82 años marcado por el Holocausto y la II Guerra Mundial. Y es quien inspira al presidente francés, Emmanuel Macron, sus políticas sobre la educación preescolar y la escolaridad obligatoria a los tres años.

PREGUNTA. ¿Todo se juega en los seis primeros años, antes de la educación primaria?

RESPUESTA. No todo. Si uno fracasa en estos años, aún puede recuperarse. Yo no fui a la escuela. Pero son años en los que el aprendizaje es fulgurante y fácil: los niños aprenden a toda velocidad porque las neuronas bullen. Después uno puede seguir aprendiendo, pero menos rápido.

P. ¿Qué puede ir mal en estos años?
R. Macron dijo que todos los franceses debían ir a la escuela maternal a los tres años. Había constatado que el 93% de niños y niñas ya iban a esa edad, pero que no iban los hijos de padres infelices o con dificultades sociales, lo que agravaba la desigualdad.

P. ¿Por qué?
R. Cuando un niño entra en la escuela maternal a los tres años, si antes los padres le han ofrecido un ambiente estimulante, el niño posee entre 800 y 1.000 palabras. El que entra sin haber sido socializado o sin haber pasado por la guardería posee 200 palabras. No entenderá a la maestra y será un mal alumno.

P. ¿Qué consecuencias tiene esta desigualdad de raíz?
R. Hoy la sociedad selecciona por medio de la escuela y del diploma: es la nueva aristocracia. Ya no es la aristocracia de la fuerza física ni la de los bienes o las fábricas, que aún existe pero es menos importante. La nueva aristocracia es la del diploma. Desde los tres años, los niños que han estado bien arropados con anterioridad serán los buenos alumnos, y los niños mal arropados acumularán tal retraso en el lenguaje que serán malos alumnos, no tendrán diplomas y tendrán dificultades sociales, culturales, afectivas…

P. Por lo que usted dice, no todo se juega entre los tres y los seis años, sino incluso antes.
R. Sí, en los primeros mil días ya empieza la desigualdad social.

P. ¿Cómo intervenir a esta edad, cuando los niños todavía no están escolarizados? “Cuando una madre está infeliz, segrega sustancias del estrés que pasan al líquido amniótico”
R. Ahora que las mujeres trabajan y que la aldea ya no existe, hay niños que viven en un ambiente pobre y que serán malos alumnos. Pero estos niños, si los enviamos a guarderías, si los arropamos, y si arropamos a los padres y madres infelices, si detectamos dificultades psicológicas y sociales de los padres, podremos mejorar el nicho sensorial que rodea al bebé y habrá menos injusticias: al entrar en la escuela maternal tendrá menos retraso.

P. ¿Qué hacer para atenuar estas desigualdades? “Mis primeros años debieron de ser fortificantes porque conservé una pequeña confianza en mí”
R. Si se constata, desde antes del momento de la concepción, que la madre tiene 14 años, que no tiene empleo, que no tiene familia, que se droga y vive con un amante que tiene 17 años y es delincuente y toma cocaína, entonces puede predecirse que el nicho sensorial que rodea al bebé será negativo y que tendrá un retraso en el desarrollo. En cambio, si los padres están arropados y en seguridad, puede predecirse que el bebé tendrá un entorno que le permitirá un buen desarrollo. Todo empieza antes del nacimiento.

P. ¿Cómo garantizar que exista este entorno?
R. Detectando los embarazos patológicos. Una de cada cuatro mujeres sufre depresión durante el embarazo. Los trabajos sobre la epigenética muestran que cuando la madre está infeliz segrega las sustancias del estrés que pasan al líquido amniótico, y el bebé traga cuatro o cinco litros de líquido amniótico diarios lleno de cortisona, catecolamina y sustancias del estrés que dañan su cerebro. El niño llega al mundo con el cerebro dañado porque la madre es infeliz. Y las causas de la infelicidad de la madre son esencialmente el aislamiento, contra el cual socialmente puede lucharse con la familia y el barrio. Es la violencia conyugal contra la que se debe luchar. Y es la precariedad social contra la que me gustaría que se luchase. Si protegemos a las madres, protegeremos a los niños.

P. ¿Cómo fueron para usted sus primeros años?
R. Yo nací en 1937. Mi padre se alistó en el Ejército francés en 1939. Fue herido y detenido en la cama del hospital por la policía francesa, el país para el cual combatía. Después fue deportado y desapareció en Auschwitz. Mi madre se quedó sola, muy pobre, sin familia: los hombres estaban en el Ejército, los jóvenes en la Resistencia y los otros en Drancy [el campo en las afueras de París desde el que se enviaba a los judíos de Francia a los campos de exterminio y concentración] o en Auschwitz. En 1942 la Gestapo la detuvo. A pesar de eso, mis primeros años debieron de ser fortificantes porque conservé una pequeña confianza en mí. A los seis años me detuvieron y me evadí. Después me recogieron unos Justos [personas que desinteresadamente salvaron a judíos en situación de peligro], me sentí seguro con ellos y retomé el desarrollo correcto. La hermana de mi madre me reencontró después de la guerra, pero casi nunca había estado en la escuela. Pasé un examen de entrada al liceo [instituto], me aceptaron, lo que es la prueba de la existencia de Dios, y recuperé mi retraso y me las arreglé.

P. Los primeros años, con su madre, ¿le dieron la fuerza para sobrevivir?
R. Sí, sin duda. Los niños aislados en los dos primeros años de vida pierden confianza en ellos, tienen miedo del mundo y solo tienen actividades autocentradas.

P. Y usted, en cambio, confiaba en sí mismo.
R. Sí.

P. Su padre y su madre desaparecieron.
R. Toda mi familia, excepto una hermana y un hermano de mi madre.

P. No haber podido enterrar a sus padres, ¿es una herida abierta?
R. No murieron: desaparecieron. No es lo mismo. En un duelo se sufre, se llora y se les devuelve la dignidad, se les hace una bella sepultura, se dicen cosas amables, se inscribe el nombre, se ponen flores, se cantan canciones. Mientras que mis padres no tuvieron esta dignidad, desaparecieron. Después de la liberación, supe que se habían convertido en humo, sin sepultura.

P. A los 11 años ya quiso ser psiquiatra. ¿Por qué tan pronto? A esa edad quieren ser futbolistas.
R. Oía decir a mi alrededor que el nazismo era una prueba de locura social. Aún lo pienso. No era individual, era la sociedad la que deliraba. Yo me dije que, si la sociedad está loca, debía convertirme en psiquiatra para impedirlo y así no volvería a haber guerras.

https://elpais.com/elpais/2020/02/07/ideas/1581086942_070008.html