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jueves, 31 de agosto de 2023

"La justicia nos da la razón tras 47 años". La condena en Chile a los asesinos del diplomático español Carmelo Soria durante el régimen de Pinochet


Laura González, esposa de Carmelo Soria, sujeta una fotografía del diplomático

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Pie de foto,

La esposa de Carmelo Soria, Laura González, en 1998.


Más de 47 años después del asesinato del diplomático español Carmelo Soria en Chile, los responsables de este crimen fueron condenados.

La Corte Suprema de Chile ratificó el martes las sentencias a los 6 agentes de la temida Dirección de Inteligencia Nacional (DINA, la policía secreta del régimen de Augusto Pinochet) que secuestraron, torturaron y asesinaron a Soria.

Cuando ocurrieron los hechos, el 14 de julio de 1976, el economista y diplomático español era representante de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), organismo regional de la ONU.

Sus asesinos recibieron finalmente las sentencias definitivas tras un larguísimo proceso.

Pedro Espinoza Bravo y Raúl Iturriaga Neumann, entonces jefes de la DINA, recibieron 15 años de prisión cada uno, mientras que los agentes Juan Morales Salgado, Guillermo Salinas Torres, René Quihot Palma y Pablo Belmar Labbé fueron condenados a entre 15 y 10 años.

La Corte Suprema también emitió otras dos condenas vinculadas a este caso: cuatro años de cárcel a Eugenio Covarrubias Valenzuela por presentación de declaración falsa bajo promesa o juramento, y 600 días a Sergio Cea Cienfuegos por falsificación de instrumento público.

Secuestrado y torturado
Carmelo Soria Espinoza nació en Madrid en 1921, fue militante del Partido Comunista de España (PCE) y al inicio del régimen de facto de Francisco Franco (1939-1975) se mudó a Chile, donde pasó gran parte de su vida.

Su trabajo como jefe de la sección Editorial y de Publicaciones del Centro Latinoamericano de Demografía (Celade, dependiente de la Cepal) le otorgaba inmunidad diplomática.

Esto le permitía ayudar a perseguidos políticos a buscar asilo en sedes diplomáticas durante el régimen de Pinochet (1973-1990).
 
La tarde del 14 de julio de 1976, Soria salió de su oficina en Santiago, sector de Providencia, en su automóvil marca Volkswagen cuando fue interceptado por agentes de la Brigada Mulchén de la DINA.

“La víctima fue privada de su libertad por agentes armados de la DINA, los que lo trasladaron a un lugar oculto, donde se le mantuvo por horas vendado y amarrado, siendo sometido a interrogatorio bajo apremios físicos que le produjeron la muerte”, recoge la sentencia.

Dos días después, el vehículo apareció con el cadáver del diplomático en su interior volcado en un canal en el este de Santiago, en lo que se considera una maniobra de los servicios secretos chilenos para encubrir el asesinato y hacerlo parecer un accidente.
Recorte de prensa sobre la muerte de Carmelo Soria

FUENTE DE LA IMAGEN,LA TERCERA

Pie de foto,



Pese a la censura, la prensa de la época ya planteó dudas sobre el supuesto acciden

"Las condenas son una miseria"

Carmelo Soria estaba casado con la médica Laura González Vera, hija del premio nacional de literatura José Santos González Vera, y tenía tres hijos: Laura, Luis y Carmen.

"El poder judicial nos da la razón", expresó Carmen Soria en Facebook, tras "47 años sosteniendo una verdad silenciada".

"He vivido todos estos años con mi familia peleando porque se castigue a quienes torturaron y asesinaron a mi padre", agregó en conversación con BBC Mundo.

"Después de esperar 47 años, estas condenas muestran que la injusticia es enorme en Chile. El poder judicial y el Estado chileno se lavan las manos".

"Pasaron 47 años porque las Fuerzas Armadas se han negado a decir dónde están los cuerpos de los desaparecidos y quiénes participaron en las torturas y asesinatos", agregó.

Carmen Soria llevó a cabo en la década de 1990 una serie de acciones legales con las que logró unas primeras condenas a dos agentes, aunque finalmente estos quedaron libres al beneficiarse de la Ley de Amnistía promulgada en 1978 durante la época de Pinochet.

La familia de Soria siempre se negó a aceptar las compensaciones económicas del Estado chileno y siguió buscando justicia hasta que en 2019 los seis agentes recibieron las primeras sentencias: seis años de cárcel para cuatro de ellos y absolución para otros dos.

Ahora, sin embargo, la Corte Suprema los condenó ya de forma definitiva y con penas mayores.

Pedro Espinoza Bravo y Raúl Iturriaga Neumann ya están en la cárcel cumpliendo condena por otros crímenes cometidos en la época del régimen militar.

Unas 40.175 personas entre ejecutados políticos, desaparecidos y víctimas de prisión y tortura sufrieron la represión de Pinochet, según datos del Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos de Chile.

La sentencia de la Corte Suprema llega semanas antes del aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que derrocó al entonces líder Salvador Allende e instauró un régimen autoritario en el país por los siguientes 17 años.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c99n5rw87wvo

lunes, 7 de agosto de 2023

En el "El Nombre de la Rosa" de Umberto Eco.

...Cuando el abad ciego pregunta al investigador William de Baskerville: “¿Qué anheláis verdaderamente?”

Baskerville contesta: “Quiero el libro griego, aquél que, según vosotros, jamás fue escrito. Un libro que sólo trata de la comedia, que odiáis tanto como a la risa. Se trata probablemente del único ejemplar conservado de un libro de poesía de Aristóteles. Existen muchos libros que tratan de la comedia. ¿Por qué este libro es precisamente tan peligroso?”

El abad contesta: “Porque es de Aristóteles y va a hacer reír”.

Baskerville replica: “¿Qué hay de inquietante en el hecho de que los hombres puedan reir?”

El abad: “La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe. Aquél que no teme al Demonio no necesita más de Dios."

🔸El nombre de la rosa.
El nombre de la rosa (título original Il nome della rosa en italiano) es una novela histórica de misterio escrita por Umberto Eco y publicada en 1980.

Ambientada en el turbulento ambiente religioso del siglo XlV, la novela narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que suceden en una abadía del norte de Italia.

La gran repercusión de la novela provocó que se editaran miles de páginas de crítica de El nombre de la rosa, y se han señalado referentes que incluyen a Jorge Luis Borges, Arthur Conan Doyle y el escolástico Guillermo de Ockham.

En 1987 el autor publicó Apostillas a El nombre de la rosa, una especie de tratado de poética en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela, aportando pistas que ilustran al lector sobre la génesis de la obra, aunque sin desvelar los misterios que se plantean en ella. El nombre de la rosa ganó el Premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York Times.

El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una versión cinematográfica homónima, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con Sean Connery como el franciscano Guillermo de Baskerville y Christian Slater encarnando a su discípulo, Adso.

#losretosdelarazón #elnombredelarosa

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Giuseppe Pinelli, el ultimo acto de resistencia de un partisano Davide Conti.

Hubo un tiempo en el que Marcello Guida, antiguo director fascista de la colonia de confinamiento del Ventotene, dirigía la policía de Milán. Durante su periodo en el cargo, Guida detuvo ilegalmente a alguien que había sido un joven partisano en 1944-45, Giuseppe Pinelli.

La guerra había acabado casi 25 años antes, pero el ultimo acto de resistencia de Pinelli tuvo lugar en la sede de la policía la noche del 15 de diciembre de 1969, cuando murió tras lanzarse desde la ventana de la oficina del inspector Luigi Calabresi, que estaba interrogándole con sus hombres, pese al hecho de que los plazos de detención habían expirado y tenía derecho a volver libremente a su casa.

El policía quería obligar al ferroviario anarquista a venirse abajo. Es decir, quería arrancarle la confesión de una culpa inexistente: la de ser responsable, junto a sus compañeros, de la matanza de Piazza Fontana llevado a cabo tres días antes por los fascistas de Ordine Nuovo, ayudados por hombres del aparato de seguridad y los servicios secretos del Estado.

Los policías cometieron un crimen contra Pinelli (detención ilegal) y le mintieron durante el interrogatorio, afirmando que su compañero había hecho una confesión falsa (le dijeron que otro anarquista que él conocía, Pietro Valpreda, había confesado la matanza).

Pinelli no quiso ceder, y con su acto de resistencia hizo descarrilar las intenciones de quienes habían querido no sólo tenderles una trampa a él y a sus camaradas, sino escribir una historia diferente del país con la matanza del 12 de diciembre de 1969, una operación paramilitar contra civiles desarmados en tiempo de paz, no reconocida por sus perpetradores, llevada a cabo con el objetivo de que la culpa recayera en sus oponentes políticos (la izquierda política y sindical, tanto parlamentaria como extraparlamentaria) y dirigida a provocar una reacción psicológica en la opinión pública que alentara una involución autoritaria de nuestro sistema constitucional.

Tal como escribió Silvio Lanaro, fueron estos los años durante los cuales la “lealtad institucional” de las fuerzas armadas, las clases propietarias y las fuerzas políticas conservadoras no podía “soportar que los socialistas estuvieran en el gobierno y los comunistas consiguieran un 25% del voto”, años en los que, como le diría más tarde el general Mario Arpino a la comisión que investigó la matanza, “para nosotros, los militares, un tercio del Parlamento era enemigo”.

Por esta razón, fue posible que los hombres de Estado apoyaran y encubrieran a los autores y desbarataran las investigaciones, convirtiéndose en ‘doblemente culpables’, tal como declaró el presidente de la República, Sergio Mattarella, en el 50 aniversario de la matanza, porque “no se sirve al Estado si no se sirve a la República y, junto a ella, a la democracia”.

Era una época en la que un antiguo partisano como Giuseppe Pinelli podía precipitarse desde el cuarto piso de una comisaría de la República y verse difamado hasta en su muerte, acusado de haber cometido suicidio por ser culpable. “Este gesto”, declare Guida a los periodistas, “podría ser el equivalente de una confesión”.

La judicatura calificaría el salto del ferroviario de acto causado por una “aguda enfermedad”, y esta versión quedaría consagrada como verdad oficial, incluso en la placa colocada por la ciudad de Milán en Piazza Fontana, la cual recuerda, con la modestia de la omisión, que Pinelli “murió trágicamente”. Junto a ella, un monumento en piedra representa “otra” memoria democrática verdadera del Milán democrático y antifascista. En ella se recuerda que Pinelli fue “un inocente que fue asesinado”.

Por ultimo, llegó el momento en que el Parlamento, con un voto casi unánime, decidió rechazar la moción que proponía el 12 de diciembre como jornada en recuerdo de las víctimas del terrorismo, y votar en cambio a favor del 9 de mayo (día en el que se encontró el cuerpo de Aldo Moro en la Via Caetani de Rome). Preferencia que era tan “lógica” políticamente para el Estado como históricamente cuestionable.

El Estado italiano ha preferido hablar de esos años con un relato autoexculpatorio que habla de un agente exterior a las instituciones, las Brigadas Rojas, que llevaba a cabo atentados contra el corazón del Estado. Ante todo el país se omite el hecho de que el fenómeno del terrorismo en Italia había nacido de ese mismo corazón muchos años antes. Esto lo entendió Pinelli esa noche en aquella comisaría. Y medio siglo después, gracias a él, lo entendemos nosotros también.

Davide Conti escribe sobre la historia política de la Italia contemporánea en el diario il manifesto. La muerte de Pinelli, falaz e insidiosamente acusado de la matanza de Piazza Fontana, inspiraría la obra más conocida de Dario Fo, “Muerte accidental de un anarquista”.

Fuente:
il manifesto global, 14 de diciembre de 2020
Traducción:Lucas Antón.

lunes, 11 de julio de 2016

La Guerra de Irak y las mentiras en que se basó siguen generando polémica

Amy Goodman y Denis Moynihan
Democracy Now!

Esta semana se dio a conocer un devastador informe sobre la activa participación del Reino Unido en la invasión y ocupación de Irak, al mismo tiempo que continúan buscándose entre los escombros los cuerpos de las personas fallecidas en el peor atentado suicida con camión bomba que ha tenido lugar en Bagdad desde el inicio de aquella funesta guerra en el año 2003. El documento se conoce como “el informe Chilcot”, por su principal investigador y autor, Sir John Chilcot. La investigación fue encomendada en el año 2009 por el entonces primer ministro Gordon Brown. Chilcot dio a conocer el informe de 6.000 páginas el miércoles por la mañana, tras siete años de trabajo. El informe ofrece una larga lista de críticas al ex primer ministro Tony Blair y su gabinete al dejar al descubierto de qué manera se exageró la amenaza que suponían las presuntas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, así como la inquebrantable lealtad que Blair demostró al presidente George W. Bush. “Ahora resulta claro que las políticas sobre Irak se elaboraron sobre la base de información de inteligencia y valoraciones infundadas que no fueron contrastadas”, afirma Chilcot en el comunicado que acompañó la publicación del informe.

Un memorando incluido en el informe, enviado por Blair a Bush en julio de 2002, meses antes de la invasión, comienza con la siguiente promesa hecha por Blair a Bush: “Estaré contigo, pase lo que pase". Muchas personas, entre ellas referentes parlamentarios del propio Partido Laborista, piden que Blair sea llevado a juicio por crímenes de guerra. Mientras el Reino Unido, sumido aún en un caos político a consecuencia del referéndum que derivó en el brexit, reacciona al informe Chilcot, la población de Bagdad no se repone aún del atentado del sábado. La cifra de víctimas fatales del atentado se ha incrementado hasta alcanzar las 250. George W. Bush expresó sin ningún atisbo de arrepentimiento a través de un portavoz que “sigue creyendo que el mundo entero esta mejor sin Saddam Hussein en el poder”. Según trascendió, al momento de realizar estas declaraciones, Bush recibía a veteranos heridos en su rancho de Texas.

Mientras que las fuerzas británicas perdieron a 179 de sus miembros a lo largo de toda la guerra, las fuerzas estadounidenses tuvieron 4.502 bajas (siete de las cuales sucedieron en 2016). A la invasión y posterior ocupación se destinaron miles de millones de dólares, y se destinarán miles de millones más para el cuidado de por vida de los veteranos heridos y emocionalmente afectados. Sin embargo, la mayor e incalculable pérdida es la que ha sufrido el pueblo iraquí. Como lo demuestra este reciente y devastador atentado, la guerra en Irak no ha llegado a su fin. Se han llevado a cabo varias iniciativas para contabilizar la cifra de víctimas fatales de la guerra. El más bajo de estos estimativos ubica la cifra entre 160.000 y 180.000 fallecidos. Algunos estudios sostienen que el número de víctimas es varias veces mayor. Resulta imposible determinar la cifra exacta, pero el efecto en la población de Irak ha sido devastador y los daños se harán sentir por generaciones.

El pronunciamiento británico fue claro: “Nuestros ejércitos no llegan a sus ciudades o a sus tierras como conquistadores o enemigos, sino como libertadores”. Sin embargo, estas palabras no fueron expresadas en 2003, sino en 1917. La guerra arrasaba Europa y la Marina Británica dependía ampliamente del petróleo proveniente de Irak y el Golfo Pérsico. Como sostiene el detallado anexo histórico que acompaña al informe Chilcot: “Para asegurar ese petróleo para Gran Bretaña, en la primavera de 1914, el Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, adquirió para el Gobierno Británico el 51% de las acciones de la Anglo-Persian Oil Company o Compañía de Petróleos Anglo-Persa”. Y fue así como todo un siglo de ocupación, explotación, represión, violencia y dolor se ha grabado a fuego en la vida de los iraquíes y en la historia de Irak.

Para Sami Ramadani todo esto es más que historia. Ramadani nació en Irak pero vive en Londres desde que se convirtió en un exiliado del régimen de Saddam Hussein. Durante mucho tiempo se ha dedicado ha impulsar el movimiento contra la invasión y la ocupación de Irak, pero también contra las devastadoras sanciones que las precedieron. Poco después de que el informe Chilcot fuera dado a conocer, Sami Ramadani dijo en “Democracy Now!”: “Irak, como sociedad, como Estado, fue destrozado de la manera más cruel desde la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Vietnam, con tácticas como la llamada de ‘conmoción y pavor’ y con crímenes en masa a una escala indescriptible. El verdadero objetivo no era sacar al dictador, sino controlar Irak. Y al no poder controlarlo, lo destruyeron, al igual que están haciendo con Libia, con Siria y demás. Esto entra en esa escala. Pero la peor de las tragedias es la pérdida de vidas”.

Un año después de la invasión, en la cena anual de la Asociación de Corresponsales de Radio y Televisión en Washington, D.C., el presidente Bush bromeó ante los cientos de periodistas presentes en la cena: "Esas armas de destrucción masiva tienen que estar por aquí, en alguna parte. No, por allá no hay armas. Puede que estén aquí debajo". Imágenes de Bush en el Despacho Oval, en cuclillas, buscando armas de destrucción masiva bajo los muebles, acompañaron la comedia cotidiana de aquellos días. En tiempos en que los miembros fallecidos del Ejército de Estados Unidos eran retornados a la Base de la Fuerza Aérea de Dover, en donde estaba prohibido tomar fotografías de las bolsas en que se transportaban los cuerpos, y en que los cadáveres de los iraquíes se amontonaban en las calles y las morgues, la conducta de Bush resulta incomprensible. La guerra no es broma. Tras el informe Chilcot, debería emprenderse una iniciativa seria para que personas como Bush o Blair rindan cuentas por la muerte y la destrucción que siguen teniendo lugar en Irak y en otras partes del mundo.

© 2016 Amy Goodman

Traducción al español del texto en inglés: Fernanda Gerpe. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.org

Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.

Fuente: http://www.democracynow.org/es/2016/7/8/la_guerra_de_irak_y_las

sábado, 9 de julio de 2016

Lecciones del ‘informe Chilcot’. La investigación británica sobre la guerra de Irak respalda a la opinión pública; los gobiernos mintieron


El informe Chilcot sobre la participación de Reino Unido en la guerra de Irak, presentado el miércoles, viene a dar la razón a los millones de personas que durante la primavera de 2003 se manifestaron por las calles de todo el mundo condenando la acción militar. Según la minuciosa investigación iniciada en 2009 los motivos del ataque e invasión a Irak fueron falsificados y los Gobiernos implicados en la toma de decisiones ocultaron que no se habían agotado todas las opciones antes de recurrir a la guerra. Dos falsedades con un cuantioso precio en vidas humanas —lo principal— y una gravísima situación posterior de inseguridad en Oriente Próximo y, por extensión, en el resto del planeta.


España puede sacar algunas importantes conclusiones de la presentación del informe británico, tanto por el fondo como por la forma. Mientras el ex primer ministro británico Tony Blair compareció durante más de dos horas ante la opinión pública para dar su versión sobre las afirmaciones de un informe que le señala directamente, el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, despachó rápidamente cualquier cuestión relativa al texto aduciendo que no lo había leído y que se trata de “algo” que sucedió hace 13 años. Obvia Rajoy que él era vicepresidente del Gobierno que involucró a España en esa guerra y que las acusaciones que vierte el informe para nada le pueden ser ajenas.

Las democracias asentadas no tienen miedo a la realización de extensas investigaciones destinadas tanto a aclarar los hechos como a evitar que los errores se repitan. El informe Chilcot fue encargado por un correligionario de Blair, Gordon Brown, que además en ese momento era primer ministro. Algo inconcebible en países en los que la lealtad al partido prima sobre el interés general, y las comisiones de investigación sirven para enterrar cualquier asunto.

http://elpais.com/elpais/2016/07/07/opinion/1467911883_265894.html

miércoles, 27 de mayo de 2015

Jon Sobrino: "Hace tiempo nos pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero 'aguado'"

Alver Metalli
Tierras de América

En el Centro Monseñor Romero, plantado en el corazón de la Universidad Católica, Jon Sobrino se mueve como si danzara. Lo fundó después de la masacre de sus hermanos jesuitas –"no terminé como ellos sólo porque estaba en Tailandia”, recuerda- y a él se dedica como si fuera la última misión de su vida, que ya llega a los 77 años. Un promedio de unos veinte años más de lo que vivieron Ignacio Ellacuria y sus compañeros, derribados por balas asesinas el 16 de noviembre de 1989.

Jon Sobrino conoce muy bien las resistencias, las acusaciones de izquierdista y filoguerrillero que llovían contra Romero en El Salvador y que recibían oídos condescendientes en Roma. Por eso no puede dejar de alegrarse por la beatificación. Pero no es así. O por lo menos tiene que puntualizar muchas cosas al respecto. Le preguntamos si hace unos años hubiera imaginado que llegaría un día como hoy, como el sábado 23 de mayo, para ser exactos. En la sala principal del mausoleo de los "mártires de la UCA”, agita el cuerpo delgado y suelta un provocatorio "Nunca me interesó”. Vuelve a repetirlo, para que quede bien claro. "En serio… lo digo en serio: nunca me interesó la beatificación de Romero”.

Esperamos la aclaración. Debe haber una, lo que acaba de decir no pueden ser sus últimas palabras. "Cuando lo mataron, la gente de aquí –no los italianos y mucho menos el Vaticano- los salvadoreños, nuestros pobres, dijeron inmediatamente: "¡Es santo!”. Pedro Casaldáliga cuatro días después escribió un gran poema: «¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!»”. Recuerda que también Ignacio Ellacuría, abatido a pocos metros del lugar donde nos encontramos, "tres días después del asesinato de Romero celebró misa en un aula de la UCA y en la homilía dijo: "«Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador»”.

Respira hondo como si le faltara el aire. "Eso sí. Nunca hubiera imaginado que alguien pudiera decir algo así. Que lo beatifiquen está bien; tardaron 35 años, pero no es lo más importante”. Se asegura de que el interlocutor haya recibido el golpe. "¿Entiendes lo que te estoy diciendo?”, exclama dibujando una sonrisa indulgente en sus labios finos.

Por toda respuesta recibe otro pedido de explicación. "Se entiende que no lo convence algo de lo que está ocurriendo…”. Cerca de nosotros están descargando los paquetes con el último número de Carta a las Iglesias, la revista que él dirige. "Está bien que lo beatifiquen, no digo que no, pero me hubiera gustado que fuera de otra manera… y todavía no sé lo que va a decir el cardenal Angelo Amato pasado mañana; no sé, no sé si sus palabras me van a convencer o no”.

Pero Sobrino no podrá escuchar la homilía del Prefecto que viene de Roma, o no quiere escucharla. "Sabemos que se va, que ha programado un viaje y que el sábado no estará en la plaza junto con todos. ¿Lo hizo a propósito?”.

Demora en responder, como si se estuviera preguntando cómo se supo. Después llega la aclaración: "Voy a Brasil, porque en Río de Janeiro se celebran los 50 años de la revista Concilium. He trabajado en esa revista los últimos 16 años. Debo dar un discurso y me retiro de la revista. La beatificación coincide con este encuentro. No es que me vaya, veré por televisión la ceremonia de beatificación y un poco antes del mediodía iré al aeropuerto”.

Dieciséis años en Concilium y Sobrino que se retira el día de la beatificación de Romero. Esto también es una noticia.

En la pared que tenemos delante, los "Padres de la Iglesia latinoamericana” escuchan muy serios. La galería comienza con monseñor Gerardi, asesinado en Guatemala en 1998, y prosigue con el colombiano Gerardo Valente Cano, el argentino Enrique Angelelli asesinado en 1976, Hélder Pessoa Câmara, brasileño en olor de santidad, el mexicano Sergio Méndel Arceo con otro compatriota al lado, Samuel Ruiz, y el ecuatoriano Leónidas Proano, seguidos por monseñor Roberto Joaquín Ramos (El Salvador 1938-1993) y el padre Manuel Larrain, chileno y fundador del CELAM, para terminar con el sucesor de Romero, el salesiano Arturo Rivera y Damas, figura clave en la historia de Romero e injustamente ignorado en las celebraciones de estos días.

El sábado al mediodía, según el programa que difundió el Cominé para la beatificación, se debería leer el decreto que incluirá formalmente al siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero y Galdámez entre los beatos de la Iglesia Católica. Probablemente Jon Sobrino no tendrá tiempo de escucharlo. Pero no le preocupa. Explica en cierta forma sus razones presentando el material de Carta a las Iglesias año XXXIII, número 661, que lleva en la tapa un mural que representa a Romero llevando de la mano a la hija de un campesino que acaba de cortar con una hoz un racimo de bananas.

"Dos artículos son críticos. El padre Manuel Acosta critica la actuación de la comisión oficial de preparación de la beatificación. Luis Van de Velde es más crítico con la jerarquía. Se pregunta si monseñor Romero se reconocería el día de su beatificación. Hace tiempo que pusimos en guardia para que no beatifiquen a un monseñor Romero aguado. Existe ese riesgo; esperemos que beatifiquen a un Romero vivo, más cortante que una espada de doble filo, justo y compasivo”.

La ropa que vestían los jesuitas amigos y colegas suyos el último día de su vida se exhibe colgada en una vitrina de la sala contigua, como si estuviera en un armario. La sotana marrón de Ellacuría, un albornoz, un par de calzoncillos un poco amarillentos, todos perforados por los proyectiles que los militares no se molestaron en ahorrar. Resuta natural pensar en ellos y en el proceso de su beatificación que empezó hace poco.

"Eso tampoco me preocupa”, exclama Sobrino. "Estaba en Tailandia ese día y por eso no me mataron. He visto correr la sangre de mucha gente en El Salvador, no me interesan las beatificaciones, espero que mis palabras ayuden a conocer más y mejor a Ellalcuría, tratamos de seguir su camino. Éso es lo que me interesa”.

¿Ni siquiera una señal de reconocimiento para el Papa argentino que impulsó la causa de Romero? "No, no me interesa aplaudir, y si aplaudo no es por el hecho de que el Papa sea argentino o jesuita, sino por lo que dice, por la manera como se comportó en Lampedusa, por ejemplo. Lo que me interesa es que haya alguien que diga que el fondo del Mediterráneo está lleno de cadáveres. Yo no aplaudo la resurrección de Jesús. Aplaudir no es lo mío”.

La atención se dirige ahora a pasado mañana. "He visto horrores que nunca se denunciaron, como los denunciaba monseñor Romero. Veremos si el sábado resuenan sus palabras”. Para estar seguro de que no lo malinterpreten, Jon Sobrino las recita de memoria: "En nombre de Dios y en nombre de este pueblo sufriente, les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios que termine la represión”. Ésto se lo escuché a él y me quedó grabado en la cabeza”.

El resto de su pensamiento sobre Romero, un Romero "no edulcorado”, el Romero "real”, se encuentra en el artículo que escribió para la Revista latinoamericana de Teología de la Universidad Católica, en cuyo comité de dirección figuran entre otros Leonardo Boff, Enrique Dussel y el chileno Comblin.

"Muestro lo que monseñor Romero sintió y dijo en el último retiro espiritual que predicó un mes antes de ser asesinado; después ofrezco tres puntos de reflexión que considero importantes. Recuerdo que un campesino dijo:

"Monseñor Romero nos defendió a los pobres; no solo nos ayudó, no solo hizo la opción por los pobres, que eso ya es un eslógan. Salió a defendernos a los pobres. Y si uno viene a defender es porque alguien necesita que lo defiendan, y necesita defensa el que es atacado. Por eso –dijo con segura certeza este campesino- lo mataron. Madre Teresa que era buena y no molestaba a nadie recibió el Premio Nobel, monseñor Romero que dio fastidio no recibió ningún Premio Nobel”.
Fuente: Tierras de America

Evangelio de justicia

“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en plena misa

La Razón (Edición Impresa) / José Rafael Vilar 26 de mayo de 2015

“En medio de un Padre Nuestro entró el Matador / y sin confesar su culpa le disparó / (…) y entre el grito y la sorpresa, agonizando otra vez estaba el Cristo / de palo pegado a la pared (...)” (fragmento de la canción El padre Antonio y el monaguillo Andrés del cantante y compositor panameño Rubén Blades, compuesta en homenaje al arzobispo Óscar Arnulfo Romero).

Para muchos, San Romero de América, el asesinado arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, defensor de los derechos humanos y los pobres (“la misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así ésta encuentra su salvación”), declarado por el papa Francisco como “mártir de la Iglesia, asesinado por odio a la fe”, fue beatificado el sábado frente a 300.000 personas de 57 países en la ciudad donde ejerció su apostolado y donde fue asesinado (San Salvador), convirtiéndose en el primer beato salvadoreño y el primer arzobispo mártir de América. “Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor”, lo describió el papa Francisco en su carta a los fieles congregados para la ceremonia.

“Voz de los sin voz”, monseñor Romero fue asesinado el 24 de marzo de 1980, preludio de la Semana Santa y de la cruenta guerra civil salvadoreña, cuando iba a consagrar la hostia en la misa que oficiaba en la capilla del hospital Divina Providencia de San Salvador por militares presuntamente a las órdenes del mayor Roberto d'Aubuisson Arrieta y del expresidente coronel Arturo Armando Molina. El asesino recibió 114 dólares por su crimen.

Hombre de paz, monseñor Romero fue uno más de los casi 80.000 muertos (la mayoría no beligerantes) de la guerra civil que azotó El Salvador entre 1979 y 1992, y que concluyó con los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional bajo tutela de Naciones Unidas. Defensor de los derechos de los desprotegidos y de mayor justicia social, fue seguidor de una Iglesia que respondiera a los “signos de los tiempos”, indignada ética y teológicamente con las situaciones de injusticia y marginación, como propuso la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Medellín 1968) promovida dentro de los postulados del Concilio Vaticano II por el papa Pablo VI (de quien Romero fuera alumno cuando éste aún era monseñor Giovanni Batista Montini).

“Fiesta de paz, fraternidad y perdón...”, mencionó el cardenal Angelo Amato, enviado del Papa, porque “su opción por los pobres no era ideológica, sino evangélica. Su caridad se extendía a los perseguidores”. El mejor ejemplo de que “Romero no es símbolo de división, sino de fraternidad y de concordia” fue que Marisa d'Aubuisson, hermana del autor intelectual del crimen, creó la fundación que promovió su beatificación, y que entre los invitados a la ceremonia estaba Roberto d'Aubuisson, hijo de éste. Pocos días antes de su asesinato Romero dijo: “Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás... Si me matan, resucitaré en el Pueblo.”
José Rafael Vilar