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lunes, 7 de agosto de 2023

En el "El Nombre de la Rosa" de Umberto Eco.

...Cuando el abad ciego pregunta al investigador William de Baskerville: “¿Qué anheláis verdaderamente?”

Baskerville contesta: “Quiero el libro griego, aquél que, según vosotros, jamás fue escrito. Un libro que sólo trata de la comedia, que odiáis tanto como a la risa. Se trata probablemente del único ejemplar conservado de un libro de poesía de Aristóteles. Existen muchos libros que tratan de la comedia. ¿Por qué este libro es precisamente tan peligroso?”

El abad contesta: “Porque es de Aristóteles y va a hacer reír”.

Baskerville replica: “¿Qué hay de inquietante en el hecho de que los hombres puedan reir?”

El abad: “La risa mata el miedo, y sin miedo no puede haber fe. Aquél que no teme al Demonio no necesita más de Dios."

🔸El nombre de la rosa.
El nombre de la rosa (título original Il nome della rosa en italiano) es una novela histórica de misterio escrita por Umberto Eco y publicada en 1980.

Ambientada en el turbulento ambiente religioso del siglo XlV, la novela narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que suceden en una abadía del norte de Italia.

La gran repercusión de la novela provocó que se editaran miles de páginas de crítica de El nombre de la rosa, y se han señalado referentes que incluyen a Jorge Luis Borges, Arthur Conan Doyle y el escolástico Guillermo de Ockham.

En 1987 el autor publicó Apostillas a El nombre de la rosa, una especie de tratado de poética en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela, aportando pistas que ilustran al lector sobre la génesis de la obra, aunque sin desvelar los misterios que se plantean en ella. El nombre de la rosa ganó el Premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York Times.

El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una versión cinematográfica homónima, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con Sean Connery como el franciscano Guillermo de Baskerville y Christian Slater encarnando a su discípulo, Adso.

#losretosdelarazón #elnombredelarosa

sábado, 25 de abril de 2020

La fe pierde puntos

Los líderes religiosos sensatos se pliegan a la ciencia, y los demás quedan desautorizados por sus propios fieles

Para un ateo como yo, la cualidad más asombrosa de las religiones es su plasticidad, su resiliencia, su capacidad para adaptarse a cualquier nuevo entorno tras estrellarse contra el duro suelo de la realidad. No pretendo criticar ese talento, más bien quiero elogiarlo, y hasta creo que otras instituciones y corporaciones harían bien en copiarlo. Adaptarse o morir. En un sentido profundo, ese es uno de los cimientos de la ciencia. La teoría más bella y elegante vale menos que un dato bien tomado que la contradiga. Pero la religión ha sufrido en estos días y semanas una ducha de realidad para la que, tampoco ella, estaba preparada, y sus reacciones han sido bien interesantes, a veces poéticas.

“No deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!”, le soltó el papa Francisco a la Virgen del Divino Amor el 11 de marzo. En el lenguaje laico, eso quería decir que el líder católico acataba las medidas antipandémicas que acababa de declarar el Gobierno italiano, incompatibles con los atascos humanos que se suelen producir en la plaza de San Pedro. De hecho, la Virgen del Divino Amor reside a 30 kilómetros del Vaticano, que es desde donde el Papa emitió su mensaje profiláctico. Pese a su poesía gongorina, Francisco se portó de acuerdo con los criterios científicos, lo que es muy de agradecer. Aunque hubo en España alguna misa evangelista que tuvo que dispersar la policía, ninguna voz de la jerarquía se ha opuesto a la suspensión de las procesiones de Semana Santa. Han entendido perfectamente los argumentos de la razón sanitaria y han emitido ese mensaje a sus fieles.

Ninguna voz de la jerarquía se ha opuesto a la suspensión de las procesiones de Semana Santa. Han entendido perfectamente los argumentos de la razón sanitaria y han emitido ese mensaje a sus fieles. El patriarca Kirill de la iglesia ortodoxa rusa dijo a final de marzo: “He rezado durante 51 años, y espero que entiendan ustedes lo difícil que me resulta decir a la gente que no acuda a las iglesias”. Pero el caso es que se lo dijo. Otras doctrinas se han mostrado más correosas. La prensa internacional informa de que, en Estados Unidos, las iglesias evangélicas de las que se nutre el electorado de Donald Trump se han destacado como negacionistas del coronavirus. Según aprendo en The Economist, el predicador de Florida Rodney Howard-Browne fue detenido el 30 de marzo por fletar autobuses a su homilía asegurando que él podía inactivar el virus. El gobernador de ese Estado se apresuró entonces a incluir las actividades religiosas en la lista de servicios esenciales. En este caso, las religiones no se han dedicado a ayudar, sino a estorbar.

En cualquier caso, la fe está perdiendo puntos en esta crisis. Los líderes religiosos sensatos no están siguiendo su doctrina, sino los criterios de la ciencia, y los insensatos quedan desautorizados por sus propios fieles para dar consejo alguno a la población. Cuando un tratamiento funcione, veremos obispos haciendo cola en los hospitales.

https://elpais.com/ciencia/2020-04-09/la-fe-pierde-puntos.html

jueves, 24 de noviembre de 2016

Dictados del más allá

Vivir del mismo modo, con independencia de que se crea o no en que hay algo más tras la muerte, obliga a alinear las creencias religiosas y los derechos terrenales. También ayuda a ser más libres.


EN LA PELÍCULA Qué bello es vivir (1946), del director Frank Capra, el protagonista, George Bailey, encarnado por James Stewart, está a punto de suicidarse. Antes, un ángel le permite ver cómo sería el futuro sin su presencia. Visualiza un mundo peor. Así que cuando regresa de nuevo al momento previo al suicidio, en lugar de lanzarse por el puente, decide regresar a su hogar para que el mundo sea mejor gracias a estar él con vida. Son muchas las películas donde el protagonista tiene oportunidad de observar su futuro o su pasado desde el más allá. De casi toda ficción de ese tipo, libros, relatos, filmes…, se infiere algo fundamental: que, según lo que pensamos que nos espera, decidimos vivir de un modo determinado

La historia de las civilizaciones está plagada de costumbres que nos obligan a sacrificarnos por lo que pueda haber tras la muerte. Hay creencias que incluso obligan a tareas y conductas concretas, algunas realmente exigentes. Podríamos pensar que estos comportamientos son propios de culturas pasadas. Sin embargo, la religión protestante sigue considerando que el juicio final depende en gran medida de lo que uno haya aportado a la sociedad en lo material y económico durante la vida. En la católica, por su parte, se considera que los malos o buenos comportamientos determinan la salvación o condena de las almas.

Bajemos la cuestión a la tierra.
Existen solo dos posibilidades. Que tras la muerte haya algo o que no haya nada. Veamos las conductas en cada caso.

Entre aquellos que piensan que sí hay algo, lo interesante desde un punto de vista conductual es que, por lo general, establecen una correlación entre lo que encontrarán y su comportamiento. Sistemáticamente se considera la vida una especie de prueba para determinar si merecemos una existencia mejor, más larga o eterna. ¿Por qué? Establecer relaciones causa-efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el camino a la manipulación del individuo.

Si nadie sabe a ciencia cierta qué hay después de la vida, ¿cómo puede defenderse que existen reglas causa-efecto entre ambas existencias? La vida eterna es una cuestión de fe, pero lo que nos espere después y de qué dependa está impregnado de tanta suposición como las religiones de antiguas civilizaciones.

Supongamos por un momento que alguien de ferviente fe y que creía en el más allá pasa a considerar que no hay nada tras la muerte. Absolutamente nada. ¿Cómo actuaría? ¿Dejaría de hacer el bien? ¿Modificaría su moral? ¿Su ética? Y, lo más importante, ¿sus conductas y comportamientos? Este es un supuesto muy terapéutico. La creencia en un Dios se ha asociado tradicionalmente a la de una vida eterna o prolongación de la existencia. Con el único objetivo de revisar conductas, permítanme esta pregunta: ¿puede existir un Dios creador pero no una vida eterna? Supongamos que sí. Esta hipótesis permitiría a los creyentes liberarse en vida de cualquier eventual manipulación por parte de los administradores de las religiones, sean cuales sean estas. Abrazar una fe sería una cuestión de principios, no de futuros indemostrables.

Las religiones son un modo de acercarse a un concepto de Dios y de vivir según un mandato divino o una determinada moral. ¿Por qué se ha hecho preciso un incentivo o castigo para que los fieles acaten las normas? Probablemente por cuestiones educativas, religiosas, sociales y, por supuesto, organizativas.

Actuar conforme a una fe o principios independientemente de una vida futura dejaría de condicionar cómo vivimos la actual y respondería a lo que sabemos: que la vida póstuma no es segura y la presente sí. Eso no significa caos, desorden, amoralidad o falta de ética. Significa libertad máxima. Se puede vivir plena y libremente sin pasar por encima de las libertades de los demás. ¿Puede una vida ser plena si está vinculada a una eventual futura existencia? Para los santos, mártires y muchos creyentes, sí. A otros les causa mucho sufrimiento, contradicciones y conflictos.

Queda una tercera solución interesante. Se trata de creer ambas cosas al mismo tiempo. Que hay algo y no hay nada. ¿De qué serviría en nuestro día a día? Probablemente, uno alcanza la máxima virtud cuando vive de la misma forma tanto si cree que hay vida en el más allá y un Dios que le juzgará como si piensa que no hay nada, que uno cierra los ojos y se acabó la película, sin salvación ni condena. Si bajo ambas premisas el comportamiento y valores con los que uno vive son los mismos, esa persona estará actuando libre de coacción, manipulación, presunciones o posibles falsas creencias. Y no está reñido con cualquier modo de fe. Vivo hoy según mi fe por lo que al presente le reporta, no por lo que al futuro pueda suponerle. Lograrlo hace a una persona completamente dueña de su libertad y la lleva a vivir una vida plena, sin importarle lo que vendrá, o no vendrá, después. Alguno esgrimirá que en eso consiste la salvación. Puede ser. No me lo planteo.

Lo que sí sé es que vivir de un mismo modo haya o no haya vida después obliga a una persona a alinear sus creencias religiosas y las humanas, los mandatos divinos y los derechos terrenales, y que su fe en Dios, en caso de darse, coincida con la naturaleza que ese Dios le ha dado. Somos seres humanos. Y pienso humildemente que, de existir un Dios, lo único que espera de nosotros es que nos comportemos como tales.

Fernando Trias de Bes Economista y escritor español nacido en Barcelona en 1967

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/dictados-del-mas-alla/

jueves, 26 de diciembre de 2013

The Spiritual and Secular Joy of Bach. La espiritual y secular alegría de Bach

Si desea difuminar a un ateo, juegue la carta de Bach, Johann Sebastian Bach. Si fuéramos a acabar con la religión, puedes preguntar, ¿no estaríamos privandonos de Bach? (Se podría similarmente jugar la carta de Dostoievski o de la tarjeta de Miguel Ángel.)

Después de todo, no es la esencia de Bach -la calidad y la intensidad de la sensación en su música- la que se encuentran en la forma en que lleva a la convicción de su fe? La respuesta es complicada, tanto por Bach y sus oyentes. Algunos de los admiradores más devotos seculares de Bach han confesado sus sentimientos divididos sobre este tema.

"Conscientemente, yo soy sin duda un ateo", escribió el compositor húngaro György Kurtág. Pero "si miro a Bach, no puedo ser ateo."

El hombre que hizo fresco el ateísmo, Friedrich Nietzsche, escribió lo siguiente en una carta en 1870: "Esta semana he escuchado la Pasión según San Mateo tres veces y cada vez he tenido la misma sensación de admiración inconmensurable." Aquel que ha olvidado por completo el cristianismo verdadero, oye aquí como un evangelio."

Es el evangelio de acuerdo a Bach. Como Glenn Gould comentó una vez: "Creo en Dios -Dios de Bach-"

Entonces, ¿qué hace exactamente representar a Dios de Bach? John Eliot Gardiner, autor del nuevo libro de Bach: Música en el Castillo del Cielo, ofrece esta respuesta elocuente:

Sería denigrante insistir en qué necesita una persona para tener creencias cristianas con el fin de apreciar la música religiosa de Bach. Sin embargo, es cierto que sin una cierta familiaridad con las ideas religiosas con las que está imbuido uno puede perderse tantos matices, incluso la forma en que su música más adelante se puede ver actuar como una crítica de la teología cristiana.

De hecho, si usted hace caso omiso de las intenciones originales de Bach, el compositor, y las intenciones de las autoridades de la iglesia que encargaron su música, se echa en falta el elemento más subversivo de Bach, su independencia de espíritu, su humanismo.

En el vídeo de la página fuente, Gardiner señala que Bach no era ciertamente un "siervo obediente del clero de la iglesia." Al igual que Miguel Ángel o las meditaciones introspectivas de Dostoievski sobre temas cristianos, la música de Bach representa "sus propios puntos de vista en cuanto a cómo la doctrina cristiana apela a él y también cómo piensa que se aplica a sus semejantes", dice Gardiner. En otras palabras, Bach puso su toque personal a los textos religiosos, que "plantea toda la cuestión de la relación entre la música y el texto."Vemos en Bach cómo la música puede funcionar de acuerdo con sus propias reglas e incluso actuar en contrapunto con el texto que se supone que debe dilucidar" . "Por lo tanto, Gardiner dice que encuentra en Bach "una sensación de alegría secular, laica y derrama efervescencia" que "salta por encima de todos los límites de la nacionalidad, de la fecha, del período."
Fuente; http://bigthink.com/big-think-tv/the-spiritual-and-secular-joy-of-bach