Mostrando entradas con la etiqueta vergüenza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta vergüenza. Mostrar todas las entradas

martes, 16 de julio de 2024

Cómo ayudar a una persona que fue víctima de abuso sexual infantil.

Una mujer se columpia en un atardecer.
Una mujer se columpia en un atardecer.
Todo trauma psicológico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Cuando ya ha ocurrido, son fundamentales la escucha, la calma, el apoyo y la esperanza.

Hubo una época en la que el abuso sexual a los niños y adolescentes estaba normalizado o banalizado, pero esto ya se ha acabado. Hoy sabemos que la experiencia de ser —o el doloroso recuerdo de haber sido— un mero objeto de satisfacción erótica por parte de un adulto produce una profunda y duradera herida personal. Conlleva una íntima vivencia de indefensión ante el mundo, que abre el camino a nuevos traumas, y pulveriza el sentido de dignidad personal. Algunos autores hablan de la “brújula interna rota”, el desconcierto de haber sido por momentos una cosa, un elemento de satisfacción, no un ser humano, y de recordar que donde debía haber ternura y protección sólo hubo jadeos y el aliento del monstruo.

Todo trauma psicológico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Multiplica por 3,5 el riesgo de desarrollar un trastorno mental, especialmente depresión, estrés postraumático, ideación suicida, bulimia, disfunción sexual y problemas psicosomáticos. El cuerpo a veces grita. Al desvelarse los hechos terribles, aparecen profundos sentimientos de vergüenza, culpa, pena o miedo.

MÁS INFORMACIÓN Maltrato infantil
Cómo el maltrato infantil condiciona la salud de quien lo sufrió

El perpetrador se encarga de tejer una red de señuelos, mentiras y ocultaciones para no ser descubierto, y la víctima se tortura por haber aceptado ese regalo secreto elegido exclusivamente para ella, haberse creído el favorito del equipo de baloncesto —y tener además “unos ojos azules muy bonitos”—, haber aceptado ese absurdo y secreto pacto de silencio en el vestuario o en el aula de teatro. El pederasta puede utilizar la estrategia del favoritismo, aliarse con el rebelde adolescente contra sus padres o recurrir al chantaje personal —“si lo cuentas, estás muerta”—; puede utilizar y manosear los ideales nobles del deporte, la familia, la cultura o, como tantas veces, la religión. Su único propósito es profanar la infancia, porque le satisface sexualmente.

Afortunadamente, hay muchas personas que fueron víctimas de abuso sexual que han seguido adelante, sin llegar a desarrollar psicopatología o requerir ayuda profesional. Pero hay factores que dificultan este heroico proceso: la permisividad del delito, el silencio familiar, la falta de castigo, el encubrimiento y la negativa a colaborar con la justicia. En EE UU, las cifras dan bastante pavor: el 13% de las mujeres y 1,2% de los hombres han experimentado penetración forzada, y aparte, un 14% recuerda haber sufrido algún otro tipo de coerción sexual. Más de un tercio de estos abusos sexuales se producen en el hogar, con familiares varones de mayor o menor grado (padrastros y padres, abuelos, tíos, algún hermano mayor en el despertar de su adolescencia, vecinos) como principales perpetradores.

Se juntan en ellos dos tendencias: una atracción sexual atípica hacia los niños o adolescentes (pedofilia o hebefilia, respectivamente) —mostrada en una preocupación aumentada por el tema, consumo de pornografía, gustos inusuales por elementos infantiles— y unos rasgos antisociales, es decir, poco respeto hacia las normas y los sentimientos ajenos, insensibilidad al dolor, asunción de riesgos y comportamiento inestable e irresponsable. Algunos pederastas están encubiertos y parecen las mejores personas del mundo. A menudo la rabia de las víctimas se dirige hacia aquellas personas que permitieron o no detectaron el abuso: “¿Pero no lo veíais?”, claman. Sin caer en un alarmismo paranoide, la protección a la infancia empieza por no abandonar a los niños a su suerte, en manos de desaprensivos. Cierta vigilancia inteligente es preventiva.

Escuchar con atención y ofrecer apego
Lo primero es escuchar. Si la víctima tiene tanta confianza en nosotros como para contarnos esto, no debemos decirle “de todo se sale” o “eso ya quedó atrás”, ni tampoco introducir puntos de cuestionamiento o culpabilización. Toca escuchar con calma, sin juzgar ni tratar de solucionarle las cosas ni decirle “sé cómo te sientes” (porque no es así, solo nos lo podemos imaginar de lejos). Darle todo el apoyo que podamos, sin fisuras, favorece que reciba apoyo social y legal, que normalice sus actividades, que no haga de ese recuerdo el centro de su vida, pero respetando su propio ritmo.

Sin alarmarnos, al observar su comportamiento, es posible que aparezcan síntomas o conductas autolesivas. Entonces, si lo requiere, podemos ofrecerle ayuda profesional. Hay terapias psicológicas como la cognitivo-conductual o el EMDR (terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) que han demostrado eficacia. A veces, un fármaco puede aliviar mucho el tormento. Darle seguridad, apego seguro —no intermitente—, genera un espacio de diálogo para que comparta su experiencia y, ojalá, su historia de superación.

El psicólogo Georges Politzer recomendaba a los estudiosos de la mente que “lean ficción, donde los dramas biográficos fluyen, antes de enfrentar monografías científicas que los congelan”. Pensé en ello leyendo la maravillosa novela En la boca del lobo, de Elvira Lindo, en la que fluye una niña de once años llamada Julieta, que no colabora, que encuentra dolor y paz produciéndose lesiones, que se disocia y no sabe a veces quién es quién, que vive en la vergüenza perpetua y tiene un pasado secreto. Afortunadamente, encuentra a alguien que la escucha con atención y le da un lugar en el mundo. Es un ejemplo de cómo la buena literatura puede retratar la psicología humana y trascenderla.

viernes, 9 de noviembre de 2018

El juicio de la vergüenza

Jesús Gellida
Rebelión


La cuenta atrás para el juicio del Procés ha empezado con la Fiscalía y la Abogacía del Estado concretando sus acusaciones por rebelión, sedición y malversación a los líderes políticos y civiles del movimiento independentista que se enfrentan a penas de prisión, que van desde los 7 hasta los 25 años, por su compromiso con la autodeterminación. Unas decisiones que tendrán consecuencias directas en la gobernabilidad de Cataluña y del Estado español y que pueden rehacer la unidad de acción de todo el sobiranismo. El juicio llega después de más de un año de prisión preventiva y de haberse sucedido toda una serie de reveses judiciales europeos cuando no se aceptó la extradición de ningún de los exiliados, ya que la justicia europea no ha visto violencia en ninguna parte.

Un juicio donde se juzgará una voluntad política ejercida democráticamente, que marcará el calendario electoral y que disparará de nuevo una indignación que habrá que transformar en iniciativa política, operativa y efectiva para avanzar en el objetivo de la autodeterminación. Así pues, en el horizonte inmediato el juicio político del Procés se perfila como otro Momentum en el que se tendrían que aglutinar los apoyos del movimiento independentista pero, también, de todas aquellas personas que el 1-O defendieron los colegios electorales y que el 3-O llenaron las calles de Cataluña –contra la represión del Estado y en defensa de la autodeterminación– en la huelga general más grande de la historia del país. Un juicio injusto que tiene que servir para situar las demandas de libertad, de justicia y de democracia como espacio central antes, durante y después del mismo. En este sentido, Oriol Junqueras declaraba que “la prisión es indispensable para que el mundo abra los ojos” y acababa diciendo que “es el precio de la libertad”. Sea como fuere, el juicio tiene que servir para explicar el 1-O al mundo y denunciar la deriva represiva del Estado.

El presidente Quim Torra ya ha avisado, sin más concreciones, que no aceptará una sentencia condenatoria; avanzando así la hipótesis –nada descartable– de que, llegado el momento, pondrá su cargo a disposición y convocará, de nuevo, elecciones. Una opción que reestructuraría el sistema político catalán y, tal vez, abriría nuevos caminos, pero que pondría en riesgo la mayoría independentista en el Parlament. Así pues, el juicio supondrá un nuevo cambio de escenario en Cataluña, pero también en España donde aumentará la inestabilidad del gobierno de Pedro Sánchez, que necesita de los apoyos de los soberanistas. No obstante, hoy por hoy las encuestas le son favorables a Sánchez y no es descartable un adelanto electoral de las elecciones generales que podrían apuntar hacia una mayoría estable entre el PSOE y Unidos Podemos.

Ante el juicio de la vergüenza hace falta una respuesta institucional, jurídica y civil, donde se denuncie la carencia de garantías democráticas del sistema judicial español. En este sentido, el Gobierno de la Generalitat reclama una mediación internacional para la resolución política del conflicto, las defensas de los presos políticos acabarán llevando el caso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos y, finalmente, desde la sociedad civil hay que profundizar en un movimiento anti-represivo y solidario contra la (in)justicia del Régimen del 78 y las sentencias que se deriven.

Jesús Gellida, politólogo e investigador social

@jesusgellida

viernes, 28 de octubre de 2016

Niños esclavos


Leí Germinal de Zola a los catorce o quince años y recordé, antes incluso de haberla leído, aquella frase de Karl Marx que Gamoneda citaba en un poema extraordinario: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario”. El libro, publicado en 1885, narra las causas, el desarrollo y el fracaso de una huelga de mineros en una zona del norte de Francia, y levantó una ola de indignación que se repite a cada nueva lectura. Zola muestra el capitalismo en su naciente y salvaje esplendor: ancianos famélicos, niños de nueve años empujando vagonetas, mujeres convertidas en bestias de carga, hombres exiliados de la humanidad a fuerza de fatiga, de latigazos y de hambre. Germinal debería ser de lectura obligatoria en colegios, institutos y universidades, pero los niños de hoy están muy ocupados eligiendo entre la carrera de camarero y la de empresariales.

La BBC acaba de emitir un obsceno reportaje de investigación donde abre en canal las entrañas del sistema capitalista: refugiados sirios, muchos de ellos menores de edad, cosiendo en talleres turcos para abastecer las tiendas de Asos y Mark & Spencer. No es nada que no hayamos visto ya, en la India, en Bangladesh, en Brasil, en tantos talleres de explotación infantil donde los responsables de Inditex siempre nos aseguran que no pasa nada. A ellos, desde luego, no se les mueve una ceja. En el reportaje, realizado con cámaras ocultas, los periodistas informan de una lavandería que surte de pantalones vaqueros a Zara y a Mango y donde los operarios -por llamarlos de algún modo- trabajan jornadas extenuantes de doce horas sin ningún tipo de prevención ni medidas de seguridad, expuestos a venenosas sustancias químicas sin llevar siquiera una mascarilla.

Esto se llama libertad de mercado y, por supuesto, tampoco pasa nada. Total, cuando degustamos un chuletón, no pensamos en el dolor y el sufrimiento de la vaca en el matadero, del mismo modo que cuando nos abrigamos con ciertas prendas compradas en Mango o en Zara, no pensamos en el pobre tipo que va a dejarse los ojos abrasados entre vapores letales sino en el dinero que nos estamos ahorrando. La vaca y el esclavo moderno son dos clases de mamíferos inferiores y cada día que pasa lo son más: más mamíferos y más inferiores. En el apartado de derechos y en ciertas cuestiones laborales básicas los jóvenes trabajadores son tan inconscientes como la vaca, mientras que algunos empresarios son más del estilo del lobo.

Los mineros franceses de 1885 tampoco tenían la menor idea de lo que era la lucha sindical y Zola les dio, desde el título al final de la novela, una nota de esperanza. Sin embargo, se equivocó. La conciencia social germinó décadas después, conoció una breve era de prosperidad y hoy día se ha agotado entre manadas de jóvenes rumiantes pastando en los prados neoliberales y muchedumbres de siervos reclutados en las guerras del Tercer Mundo. Nos han dicho mil veces que la sociedad del bienestar no era sostenible, pero lo que no parece muy sostenible son los imperios mercantiles y las grandes fortunas apoyadas en la sangre y el sudor de niños esclavos.