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viernes, 25 de octubre de 2019
martes, 18 de septiembre de 2018
_- Los peligros de limitar derechos. Sindicación de las trabajadoras* sexuales
_- Gloria Marín
Viento Sur
El debate sobre prostitución en el Estado español no es nuevo. Esta semana, la creación de un sindicato de trabajadoras sexuales ha dado lugar a un nuevo episodio, con declaraciones de la Ministra de Trabajo y la intervención del Gobierno, que se propone revocar la legalidad de este sindicato. Este marco de debate facilita tener en cuenta la doble perspectiva de la prostitución, que con frecuencia se olvida: es un asunto de género, sí, pero también de clase, concretamente de derechos laborales.
Este no es un artículo para defender la prostitución. No defiendo la prostitución, como no defiendo el trabajo asalariado. Todo lo contrario, defiendo una sociedad en la que ninguna persona se vea obligada a vender su fuerza de trabajo en ninguna de sus formas. Lo que digo es que mientras estemos en esta sociedad en la que hay explotación, cualquier restricción a los derechos sindicales perjudica a las trabajadoras y trabajadores. En él uso la expresión "trabajadoras del sexo", esto es importante en la segunda parte, como explico en el apartado de concepto de trabajo, pero toda la parte de derechos sindicales se podría leer igual sustituyéndola por "prostitutas". Ante los derechos laborales, debe ser indiferente si somos abolicionistas o no.
La libertad de formar sindicatos y afiliarse a ellos: un derecho democrático
La ley de Libertad Sindical, de 1985, permite formar sindicatos a cualquier trabajador (sic). Solo excluye a sectores muy específicos: militares y jueces y fiscales. Y durante todos estos años la polémica se ha limitado a estos sectores 1/. Formar un sindicato es bastante sencillo, el art. 2.1 recoge "El derecho a fundar sindicatos sin autorización previa", y para registralos basta con cumplir unos requisitos formales y no entrar en contradicción con la Constitución. El control solo se ejerce a posteriori por el poder judicial, en caso de incumplimiento de las leyes (art. 2.2.c). Esta normativa es un logro democrático, resultado de la fuerza de los sindicatos en la transición y de la memoria de la lucha contra el Sindicato Único del franquismo.
Todo ha cambiado con el registro de OTRAS, un sindicato que -según sus estatutos- desarrollará sus actividades "en el ámbito funcional de las actividades relacionadas con el trabajo sexual en todas sus vertientes" y que persigue " la plena consecución de los derechos laborales de los y las trabajadoras, la mejora de la actividad laboral en todos los ámbitos del trabajo sexual, el diálogo social" o "la asistencia, asesoramiento y defensa individual y colectiva de los trabajadores y trabajadoras". El Gobierno ha afirmado que hará todo lo posible por impugnar el registro de este sindicato. Eso supone un cambio brutal en las reglas de juego, ya que supone sustituir la normativa vigente, con rango de Ley Orgánica, por una forma de examen previo, cambio que me parece que no se ha valorado bien y que puede tener consecuencias muy negativas para los derechos de las trabajadoras y trabajadores en general 2/.
El problema que aduce el Gobierno -y un sector del feminismo- es que hablan de trabajo sexual "en todas sus vertientes". Pero el trabajo sexual es legal. Todo, también la prostitución, al menos mientras estemos en un Estado en que lo que no es ilegal es legal. Por supuesto, lo que es delito no puede ser trabajo (la trata, el uso de violencia, intimidación, engaño o abuso de superioridad o vulnerabilidad, ver Código Penal, art.187). Pero evidentemente no es a esto a lo que se refiere OTRAS con "en todas sus vertientes". Es más, hay que señalar que si forman un sindicato, si hablan públicamente... es precisamente porque no son víctimas de trata 3/. Por supuesto, si esto no fuera así, si actuaran de forma delictiva o apoyando el delito, el sindicato podría ser disuelto por un juzgado, pero en una forma extrema de Minority Report, no solo se anticipan al delito, sino que se anticipan a que no va haber delito, por lo que no van a tener ocasión de ilegalizarlo.
Por tanto se trata de impedir que se cree un sindicato:
a) Saltándose el derecho básico a fundar sindicatos sin autorización previa. Me parecen terribles las declaraciones de la ministra diciendo que "preguntará a la persona encargada de dicho expediente por qué no se le informó de su tramitación" o que "no contiene errores de forma pero sí de fondo". ¿No conoce la ley de Libertad Sindical? ¿La conoce pero se la salta? Es muy grave que una Ministra de Trabajo desprecie así los derechos fundamentales que tanto costó conseguir. b) Basándose en que puede incluir entre las actividades que protege una que, aunque es legal, actualmente no se considera trabajo. Esto es algo que la ley no prevé. Las actividades excluidas están definidas en la ley (art. 1). Para poder impugnar su creación habría que a) obligarles a explicitar si incluyen el "acceso carnal"; b) crear una nueva norma (o jurisprudencia) que impidiera formar un sindicato si alguna de las actividades no está reconocida como actividad laboral.
c) Con un objetivo de moralizar la sociedad. Si es un peligro para los derechos sindicales excluir lo que no está protegido como trabajo legal, aun más peligroso es excluir lo que no es moral. Lamentablemente en el capitalismo el fin de gran parte de la actividad económica es inmoral, desde los bancos y los fondos que desahucian, las empresas de recobros que acosan, la prensa amarilla, las fábricas de armas, los productos de consumo innecesarios... Según esta lógica, sus trabajadores y trabajadoras deberían quedar excluidas del derecho sindical. Algo tan vago lo moral supone un peligro aún mayor de ser utilizado en el futuro en contra de las trabajadoras y trabajadores.
Y el ataque es mayor de lo que parece. La libertad de sindicación tiene dos vertientes: formar un sindicato y afiliarse a uno ya creado. Según la ley, la única diferencia entre quienes detentan estos derechos es la situación laboral (art. 3.1: autónomos, jubilados o parados no pueden formar sindicatos solo para defender a estos colectivos, pero sí sindicarse). No hay ninguna diferencia por actividad -recordemos que se trata de una ley de máximo rango- por lo que si se impide crear un sindicato por incluir determinada actividad también sería imposible para esta actividad afiliarse a sindicatos, lo que supondría retirar este derecho a las trabajadoras del sexo que ya están afiliadas.
Me parece que quien estará frotándose las manos con todo esto es la patronal, la de la prostitución, como después explicaré, pero sobre todo la gran patronal, el capital. Creo que UGT comete un gran error apoyando al gobierno, porque, ¿qué sindicatos querrán impedir C’s y el PP cuando gobiernen? ¿El mismo PSOE, no cederá a presiones del capital para evitar la sindicación de tal o cual sector? Pienso que si se abre esta vía, para quien supone un peligro mayor es para los colectivos clave de la clase obrera, sectores masculinos, a los que históricamente se ha visto que hay que quebrar primero, colectivos a los que primero se desprestigia tachándolos de privilegiados y cuyos derechos se machacan "para proteger a los demás" (controladores aéreos, ferroviarios, mineros...).
También con OTRAS se está haciendo la labor de desprestigio. Se está diciendo que detrás está una asociación que da cursos cobrando (como si los demás cursos, incluidos los de feminismo, no se cobraran, aunque sea porque están subvencionados); que el tesorero es un hombre; que ¿quién sería la patronal, los proxenetas?; incluso cosas tan disparatadas y sin ningún fundamento como "lo único que pretende legalizar es un negocio criminal como es el proxenetismo y la trata de personas", como si no tuviéramos bastante con Inda o Marhuenda para esto. Todas ellas son razones que no tienen que ver con el derecho a sindicarse, porque lo fundamental es que tiene que ser indiferente quien sea OTRAS, lo único importante es si hacen algo ilegal o no.
Y no es que OTRAS sea el sindicato que me gusta a mí. Como no soy neutral entre los sindicatos en otros asuntos, tampoco lo soy en este. Yo apoyo la sección sindical que han formado en IAC un grupo de trabajadores del sexo. Pero es importante para todas que puedan existir otras alternativas. Así lo han entendido las compañeras de IAC, que se han pronunciado a favor del derecho de OTRAS a constituirse.
Concepto de trabajo
El motivo por el que consideran que no debería existir este sindicato es que supondría aceptar que la prostitución es un trabajo. El término trabajo tiene muchos usos, unos de la vida cotidiana, otros legales, unos con efectos simbólicos, otros con efectos prácticos. Me parece que la mezcla puede producir daños colaterales.
En el terreno legal, trabajo es un concepto mas parecido al de empleo en la consigna feminista "Queremos empleo, trabajo nos sobra". Para la libertad sindical, y para todos los derechos laborales, es importante que el concepto de empleo sea lo más amplio posible (y si no que se lo digan a los y las trabajadoras de Uber, Deliveroo...). Si bien la ley no preve definir ni examinar a priori si algo es un empleo, los tribunales sí pueden rechazar que algo lo sea. Al parecer al Gobierno le preocupa que si un sindicato puede defender todas las vertientes del trabajo sexual, se pueda mover el límite del trabajo para incluir esta actividad, pero, ¿qué repercusión práctica tendría esto?
Como decía antes, la patronal del sexo estará frotándose las manos. En las últimas décadas los juzgados de lo social han tramitado diversas reclamaciones de trabajadoras contra propietarios de clubs de alterne en los que se ejerce la prostitución, sobre todo por despidos, procedimientos que en algunos casos han llegado a las Audiencias Provinciales y al Tribunal Supremo. En todos estos procesos, como es normal en los juzgados de lo social, las demandantes alegaban que trabajaban para los propietarios y estos se defendían alegando que no había relación laboral. Una vez demostrado que se daban las condiciones propias de una relación laboral (ajenidad, dependencia...) la vía que encontraron los y las empresarias del sexo fue alegar que no podían ser sus trabajadoras porque la prostitución no puede ser un trabajo, ya que según sentencias anteriores, atenta contra la dignidad de las mujeres. Por tanto la patronal asume y aprovecha el discurso abolicionista convertido en normal legal por la jurisprudencia. Como era evidente que se estaba aprovechando la protección de la dignidad de las mujeres para negarles sus derechos laborales, especialmente para permitir el despido libre y sin indemnización, y como se trataba de clubs en los que además de la prostitución, las mujeres ejercían el alterne, los tribunales recurrieron a la vía de reconocerlas como trabajadoras por ejercer el alterne. Y aunque los empresarios-proxenetas se empeñaron en afirmar que allí había prostitución (para quienes dicen que la prostitución es ilegal: si lo fuera los dueños de clubs no insistirían en decírselo a un tribunal), los tribunales sentenciaban que esto no era contradictorio con que hubiere alterne, y por tanto podía había relación laboral 4/.Esta forma de proteger, aunque sea parcialmente, los derechos laborales de las trabajadoras sexuales ha sido fijada por el Tribunal Supremo en una sentencia de 2017. Por tanto actualmente en este terreno el concepto legal de trabajo, al menos como trabajo por cuenta ajena, lo establece la jurisprudencia y deja fuera la prostitución como acceso carnal. Quienes trabajan en clubs, como además "alternan", tienen cierta protección. Ni la actividad de la prostitución en sí ni quienes trabajan en pisos, para agencias... tienen ninguna protección 5/. Esta es la situación que el Gobierno quiere mantener y que los empresarios-proxenetas quieren seguir aprovechando.
Mientras que los conceptos legales tienen que estar bien definidos, el lenguaje fuera de las leyes es más esquivo. Nadie es ama o amo del lenguaje y las batallas por la resignificación del lenguaje siempre han sido importantes en el feminismo (quizá más importantes para el feminismo que necesitaba menos de las batallas materiales). En este tema la batalla dura años y es enconada.
Es lógico que las propias afectadas quieran dejar atrás el término prostituta, uno de los términos que peores connotaciones tiene: desde los insultos "puta" o "hijo de puta" a "el político X se prostituyó". El término prostuida, que cambia la connotación de mal moral por la de víctima, no es menos ofensiva. Pero además el término trabajadora tiene otras ventajas y por eso se ha convertido en caballo de batalla. Lo expresa a la perfección Paula Ezquerra en la presentación de la sección sindical de la IAC cuando dice "El reconocimiento del trabajo sexual como trabajo nos saca de una condición de criminales y de víctimas y nos introduce en la situación de ciudadanas", o "Que un sindicato, una estructura reconocida por el Estado, nos diga que somos compañeras, que somos trabajadoras, es un paso adelante y un triunfo enorme".
Es este el terreno que realmente está en disputa: ¿somos compañeras, como mujeres, y como trabajadoras o somos víctimas y redentoras? Derivarlo a una cuestión legal, como en tantos casos, solo puede servir para empeorar los problemas y, en este caso, para crear problemas nuevos.
Algunas cuestiones más desde un feminismo anticapitalista
- Una vez más el feminismo del PSOE se presenta como si fuera todo el feminismo. Lo hace cuando está en la oposición, pero lo hace aún más cuando está en el gobierno. Una parte del movimiento feminista, que incluye al PSOE, es abolicionista. Y esta parte es hegemónica en el acceso a los medios y a las instituciones. Pero hay mucha vida feminista fuera de ella, como demostró la mayor movilización feminista de las últimas décadas, la huelga feminista del 8 de marzo de 2018 y sus multitudinarias manifestaciones y concentraciones.
- Nadie dice que las trabajadoras sexuales vayan a estar mejor sin el sindicato. Por el contrario, es de suponer que si lo crean es porque esperan que les beneficie. Sin embargo se les dice que tienen que renunciar a los posibles beneficios materiales o simbólicos que puedan obtener de sindicarse por un supuesto beneficio simbólico para otras. Estoy de acuerdo con que en algunas ocasiones debe haber sacrificios materiales en pos de beneficios simbólicos, pero no estoy de acuerdo con que se le pida precisamente a uno de los sectores menos privilegiados cuando no se le pide a los hombres ni a otras mujeres, que posiblemente hacen más por perpetuar la opresión de estas.
- Estoy de acuerdo con que la prostitución es una institución del patriarcado capitalista. Pero una institución más, no la única ni siquiera la principal. Incluso respecto al sexo, entiendo que la institución principal (por su pretendida universalidad, sus connotaciones de ser algo positivo y deseable...) es el matrimonio heterosexual, sobre todo por dos de sus características: la mujer debe satisfacer sexualmente al hombre y este tiene derecho a controlar la sexualidad de la mujer. Aunque ahora formalmente en estos dos aspectos debe haber reciprocidad, el cambio es demasiado reciente y superficial para suponer una transformación real. Basta ver la frecuencia de la violación conyugal en que la víctima es la esposa (no el esposo), o en cuántos casos los hombres y las mujeres ejercen la violencia para controlar sexualmente a su pareja. Los datos no dejan dudas de quién sirve sexualmente a quién.
- Este artículo pretende criticar lo que considero un ataque, equivocado e injusto, a los derechos sindicales, no es un artículo sobre la prostitución, pero dado que el debate está tan ligado quiero esbozar unas líneas de qué hacer. Pienso que las líneas de acción son varias: prevenir y combatir eficazmente la trata, para lo que precisamente es un enorme obstáculo confundir prostitución no forzada y trata; mejorar las condiciones sociales, laborales y de políticas migratorias de todas las mujeres, de manera que ninguna se vea obligada a ejercer la prostitución o a seguir en ella si no lo desea; proteger el derecho de las trabajadoras sexuales que quieran seguir siéndolo a organizarse para mejorar su situación y defender sus derechos y establecer alianzas con ellas como parte del movimiento feminista y del movimiento obrero. Y aquí es donde entra la importancia que tiene la libertad de organización, incluida la sindical. Porque desde Marx sabemos que la liberación de las oprimidas será obra de las oprimidas mismas... o no será liberación.
Notas:
1/ Especialmente se ha dado en la Guardia Civil, excluida del derecho a sindicarse por su carácter militar.
2/ Por cierto, me parece significativo que se pretenda limitar la libertad de sindicación ahora cuando no se había planteado ni siquiera ante el abuso de este derecho por la -presunta- organización criminal Manos Limpias, con una enorme presencia en la vida judicial y mediática de este estado durante años.
3/ Por desgracia los sindicatos no son una panacea que soluciona todo. Difícilmente servirá a las víctimas de trata, a las que les intentarán impedir acceder a ellos, y por supuesto no servirán a quien como en la historia que corre por Twitter, el trabajo sexual les haga vomitar, como no serviría a mí ningún sindicato si tuviera que hacer otros trabajos que prefiero no enumerar pero que me producen una aversión insuperable.
4/ La magistrada de lo social y presidenta de la Asociación de Mujeres Juezas, Glòria Poyatos dice que la vía de conceder derechos laborales a las trabajadoras del alterne es una forma de proteger de facto a mujeres que ejercen la prostitución, puesto que el ordenamiento actual impide dar de alta a mujeres como prostitutas y reconocer su ejercicio como una actividad laboral. https://www.eldiario.es/economia/Supremo-delimita-diferencia-prostitucion-relacion_0_610339227.html.
5/ Recuerdo que estamos hablando de derechos laborales. Si hay una agresión, si un cliente se niega a pagar... las trabajadoras sexuales tiene los mismos derechos que cualquiera que realice una actividad legal.
Gloria Marín es miembro de la redacción de Viento Sur
Fuente:
http://vientosur.info/spip.php?article14135
* No hay acuerdo en llamar trabajadores a estas personas por su actividad.
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lunes, 1 de mayo de 2017
Historia de la prostitución. Cómo se convirtió la prostitución en la profesión más moderna del mundo.
http://www.truthdig.com
Kajsa Ekis Ekman (Estocolmo, 1980) es una escritora sueca autora de “Being and Being Bought–Prostitution, Surrogacy and the Split Self” (“El Ser y la Mercancía–Prostitución, Subrogación y Disociación”) y de “Stolen Spring–The Eurocrisis Seen From Athens”. Es miembro del Centro Sueco de Estudios Marxistas y da conferencias en los cinco continentes sobre derechos de las mujeres, teoría de la crisis económica y capitalismo. Escribe para el diario sueco Dagens Nyheter.
Cuando se conoció la noticia de que la vicepresidenta de una de las “organizaciones de trabajadoras-es del sexo” consultada por Amnistía Internacional en política sobre prostitución había sido condenada por tráfico de seres humanos y proxenetismo, muchas abolicionistas se sintieron horrorizadas, pero no sorprendidas, ya que “los derechos de las trabajadoras del sexo” cada día se utilizan más como eufemismo de los derechos de los proxenetas, los propietarios de burdeles y de los hombres que pagan por sexo. El discurso del “trabajo sexual” ha hecho posible que “el oficio más antiguo” se convierta en la profesión más moderna del mundo. La prostitución ya no es considerada como un vestigio medieval patriarcal, sino subversiva, liberadora, incluso feminista.
A los movimientos feministas se les vendió la prostitución como el derecho de la mujer a su propio cuerpo; a los neoliberales, como un símbolo del libre mercado; a la izquierda, como “trabajo sexual” que necesita sindicatos y derechos laborales; a los conservadores, como un acuerdo privado convenido entre dos personas al margen de toda intervención social; al movimiento LGTB, como sexualidad que exige su derecho a expresarse. La prostitución se convirtió en un camaleón capaz de adaptarse a todas las ideologías. Y cuando la izquierda abraza la prostitución como “trabajo”, lo hace pasando por alto que el marxismo considera el trabajo como algo intrínsecamente alienante que debería ser abolido y el resultado de la pérdida de la capacidad de trabajadores y trabajadoras a decidir sobre sus propias vidas. Otro elemento ausente es la conciencia sobre la forma utilizada por el capitalismo para expandirse de manera incesante en cada vez más dimensiones de nuestra vida, haciéndonos ver nuestros cuerpos y mentes como meras mercancías.
El discurso del trabajo del sexo fue inicialmente un discurso marginal surgido en el ambiente político creativo y caótico de California. Obtuvo relevancia cuando el gobierno holandés lo promocionó con miras a preparar el terreno a la re-legalización de la industria del sexo. Holanda, con su floreciente industria sexual, tenía a todas luces un interés económico en obtener impuestos de ella. El argumento de que la prostitución era un trabajo como cualquier otro resultó ser muy útil. Pero si la prostitución tenía que ser considerada una profesión, era fundamental que hubiera sindicatos, y así fue cómo la organización De Rode Draad (El Hilo Rojo) se convirtió en el primer sindicato de este tipo en el mundo. De Rode Draad fue fundado por el gobierno holandés y presentado como el sindicato de las “trabajadoras del sexo”, pero fue financiado con dinero público desde el momento de su creación y su dirección siempre estuvo en manos de sociólogos y sociólogas, no de personas en situación de prostitución. Hay hoteles en Ámsterdam que ponen a disposición de los turistas folletos en los que se les asegura que no deben sentirse culpables de pagar por sexo, ya que “muchas” prostitutas pertenecen al sindicato De Rode Draad.
Las referencias a este sindicato son algo prácticamente insoslayable en los libros sobre feminismo de los años 80. Y sin embargo, De Rode Draad nunca llegó a tener más de cien miembros, jamás intervino en un solo conflicto laboral en un burdel y sus representantes, como el sociólogo Jan Visser y la investigadora y escritora Sietske Altink , no tenían ninguna experiencia en prostitución. Sietske Alkink, en el transcurso de una conferencia en 2009, dijo que la demanda de prostitución disminuiría “ya que las mujeres casadas han mejorado mucho en cuestión de sexo”. Actualmente trabaja en el Comité Internacional por los Derechos de las Trabajadoras y los Trabajadores del Sexo en Europa (ICRSE), en el que -curiosamente- nos encontramos a menudo con los mismos políticos, universitarios y trabajadores sociales apareciendo una y otra vez y construyendo su carrera profesional a base de hablar del derecho a hacer algo que ellos personalmente no han hecho.
Dado que la industria del sexo ha aumentado en el mundo entero, el discurso del trabajo sexual ha adquirido un estatus hegemónico. Y así fue cómo segmentos de la izquierda y del movimiento feminista se tragaron el anzuelo de la propaganda con el plomo y el sedal: luchar a favor de la prostitución se convirtió en luchar por la libertad. Resulta cuando menos extraño. Hace cien años, la lucha contra la prostitución era un asunto crucial tanto para el movimiento obrero como para el movimiento de las mujeres. Recordemos aquellos carteles del sindicato británico de estibadores que se hicieron tan populares y en los que se leía “No pararemos hasta barrer toda la miseria, la prostitución y el capitalismo” y “An injury to one is an injury to all”, que las feministas convirtieron en la consigna “Nos tocan a una, nos tocan a todas”. Los estibadores tenían claro que la prostitución condenaba a sus hermanas de la clase obrera a ser utilizadas por los hombres de clase alta y no estaban dispuestos a permitirlo.
Por lo que se refiere al movimiento de las mujeres, lucharon contra la prostitución antes incluso de exigir el derecho al voto: acabar con la trata de esclavos y esclavas era lo más urgente y prioritario. La prostitución no ha cambiado. Sigue siendo la misma industria, los mismos hombres con dinero comprando mujeres pobres, la misma explotación, la misma violencia y la misma trata (aquello que en el pasado se llamaba “trata de blancas”). Lo que cambió fue la etiqueta. Como dice Sonia Sánchez , una mujer argentina superviviente de la prostitución: “Existe un feminismo que es muy útil para los proxenetas, un movimiento sin movimiento, liderado casi exclusivamente por universitarias, muy lejos del feminismo popular.” Pasé cuatro años viajando por Europa y estudiando las organizaciones del “trabajo sexual” para mi libro L’être et la marchandise (El ser y la mercancía). Vi cómo se repetía siempre el mismo patrón: una organización de “trabajo sexual” con una web muy elaborada y una presencia en las redes impresionante, con cientos o miles de miembros con experiencia en trabajo sexual que en realidad eran tres que quedaban para tomar café.
Eso es lo que ocurría, por ejemplo, con el grupo francés Les Putes (ahora llamado STRASS). También era frecuente encontrar a personas relacionadas con la investigación o con ong’s copando la junta directiva mientras que sólo había una persona en la organización con experiencia en prostitución. Esta persona era la única, por supuesto, que hablaba con los medios, como era el caso del ICRSE (International Committee on the Rights of Sex Workers in Europe). En el caso de la organización española Ambit Donà, no contaban ni con una sola persona ejerciendo la prostitución, por mucho que aseguraran “defender el derecho a ser putas”.
A veces, los grandes sindicatos contaban con una sección para las personas en situación de prostitución, como era el caso de CCOO en España o el sindicato Ver.di alemán, con escasos resultados. Ni una sola persona en situación de prostitución se afilió a CCOO. En la sección sindical alemana de las trabajadoras sexuales me dijeron que “nunca habían tenido más que unas cuantas afiliadas” y que nunca habían tenido ningún conflicto laboral, a pesar de que la industria de la prostitución alemana es la más importante de Europa, con más de un millón de personas vendiendo sexo todos los días. Igual de decepcionantes fueron los resultados de la regulación en Alemania: sólo un 1% de las mujeres prostituidas se registraron como “trabajadoras sexuales”.
Cuando el Estado se preguntó la razón y realizó una encuesta, muchas mujeres en situación de prostitución respondieron que lo que ellas deseaban era dejarla tan pronto como pudieran y que no querían ver la prostitución más que como una solución temporal. Huschke Mau, una superviviente alemana de la prostitución, escribió : «Como la mayoría de prostitutas, yo no me registré como tal porque tenía miedo de no poder dejarlo si lo hacía. Porque tenía miedo de que me preguntaran por qué ya no quería seguir trabajando como prostituta si era un trabajo como otro cualquiera. Y eso fue exactamente lo que pasó cuando quise dejarlo. Busqué ayuda en la sanidad pública y sólo recibí incomprensión. Y no conseguí salir.
¿Qué se supone que tenía que decir en la oficina de empleo si iba a pedir una prestación para poder pagar el alquiler y la comida sin necesidad de tener que chupar diez pollas cada día? ¿No me preguntarían cómo me había ganado la vida en los últimos tres meses? Y si se lo dijera, ¿no me preguntarían por qué no quería seguir haciéndolo, habiendo un burdel fantástico allí cerca que me podía contratar? Una mujer que había tenido que volver a las organizaciones “de trabajo sexual” con la esperanza de encontrar refugio me contó que la usaron sólo como herramienta de propaganda.
TAMPET, otra organización holandesa, recibe millones de euros de la Unión Europea para luchar contra el VIH, pero utilizan ese dinero para repartir condones entre las mujeres inmigrantes y en hacer campaña a favor de la despenalización. Cuando hablé con su representante, otra trabajadora social, me contó que a menudo las mujeres le pedían que las ayudara a salir de la industria del sexo y que ella les respondía que su trabajo no era sacar a las mujeres de ahí, sino enseñarles a ser mejores prostitutas.» A veces, tras la fachada de los derechos de las “trabajadoras sexuales”, hay hasta proxenetas.
Es lo que ocurre con Douglas Fox, que se autodenomina “chico escort independiente”, aparece a menudo en los medios hablando de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras sexuales y de lo malo que es el feminismo. Esto es lo que dice Huschke Mau de ese fenómeno que nos encontramos a nivel internacional: «Cuando habláis de BesD (Berufsverband erotische und sexuelle Dienstleistungen, organización alemana de trabajadoras sexuales), os referís a ella como “una organización de trabajadoras sexuales organizadas”, pero ¿os dais cuenta que sólo representa al 0,01% de las prostitutas alemanas? ¿Qué tipo de organización de prostitutas es ésa que incluye también a los propietarios de los burdeles? ¿Explotadores que crean un ‘sindicato’ para representar a las trabajadoras? Que un patrón no tenga los mismos intereses que los trabajadores y las trabajadoras es algo obvio para la izquierda, excepto cuando se trata de prostitución.
Y así fue que el International Union of Sex Workers (IUSW) fue rápidamente invitado a incluirse como sección dentro del gran sindicato británico GMB y ahí sigue. La idea de organizar “sindicatos de trabajadoras del sexo” es muy poderosa. Sin embargo, en el transcurso de mi investigación, no encontré ni una sola organización que funcione verdaderamente como un sindicato; es decir, que haya sido creada y financiada por sus miembros, se componga únicamente de personas de ese sector y tenga como adversarios naturales a empresarios y otras personas que obtienen beneficios del sector. La mayoría de estos grupos forman parte en realidad de un lobby que pretende a toda costa legalizar todos los aspectos de la industria del sexo a través del etiquetado de la prostitución como “trabajo”.» Los sindicatos en general hablan de problemas profesionales, de las largas jornadas de trabajo, de los riesgos y de la lucha por los beneficios que genera la actividad profesional.
Pero lo más extraño de los auto-denominados sindicatos de “trabajadores-as del sexo” -aparte de no contar con afiliación y de su total fracaso en llevar adelante denuncias laborales contra proxenetas y propietarios de burdeles- es su insistencia en que el “trabajo sexual” es estupendo. Y, sin embargo, la prostitución presenta unos índices de riesgos laborales que pocos trabajos tienen: un 82% de las personas en situación de prostitución han sido físicamente agredidas, el 83% han sido amenazadas con un arma y el 68% han sufrido violación. La tasa de mortalidad entre las mujeres que se dedican a la prostitución es más elevada que la de cualquier otro grupo femenino, incluso mayor que la de mujeres sin techo y mujeres toxicómanas.
¿Un sindicato que de verdad representara a las personas en situación de prostitución no debería hablar de estas cosas? Pues muchas de las organizaciones arriba mencionadas hacen justo lo contrario: enmascaran los problemas. Sólo dicen lo mucho que empodera estar en la prostitución, que es una verdadera liberación del patriarcado y una excelente manera de desafiar sus límites. Dejadme que os diga que eso es algo que nunca vais a oír en la calle.
Fuente: http://www.truthdig.com/report/item/how_prostitution_became_the_worlds_most_modern_profession_2016090
Kajsa Ekis Ekman (Estocolmo, 1980) es una escritora sueca autora de “Being and Being Bought–Prostitution, Surrogacy and the Split Self” (“El Ser y la Mercancía–Prostitución, Subrogación y Disociación”) y de “Stolen Spring–The Eurocrisis Seen From Athens”. Es miembro del Centro Sueco de Estudios Marxistas y da conferencias en los cinco continentes sobre derechos de las mujeres, teoría de la crisis económica y capitalismo. Escribe para el diario sueco Dagens Nyheter.
Cuando se conoció la noticia de que la vicepresidenta de una de las “organizaciones de trabajadoras-es del sexo” consultada por Amnistía Internacional en política sobre prostitución había sido condenada por tráfico de seres humanos y proxenetismo, muchas abolicionistas se sintieron horrorizadas, pero no sorprendidas, ya que “los derechos de las trabajadoras del sexo” cada día se utilizan más como eufemismo de los derechos de los proxenetas, los propietarios de burdeles y de los hombres que pagan por sexo. El discurso del “trabajo sexual” ha hecho posible que “el oficio más antiguo” se convierta en la profesión más moderna del mundo. La prostitución ya no es considerada como un vestigio medieval patriarcal, sino subversiva, liberadora, incluso feminista.
A los movimientos feministas se les vendió la prostitución como el derecho de la mujer a su propio cuerpo; a los neoliberales, como un símbolo del libre mercado; a la izquierda, como “trabajo sexual” que necesita sindicatos y derechos laborales; a los conservadores, como un acuerdo privado convenido entre dos personas al margen de toda intervención social; al movimiento LGTB, como sexualidad que exige su derecho a expresarse. La prostitución se convirtió en un camaleón capaz de adaptarse a todas las ideologías. Y cuando la izquierda abraza la prostitución como “trabajo”, lo hace pasando por alto que el marxismo considera el trabajo como algo intrínsecamente alienante que debería ser abolido y el resultado de la pérdida de la capacidad de trabajadores y trabajadoras a decidir sobre sus propias vidas. Otro elemento ausente es la conciencia sobre la forma utilizada por el capitalismo para expandirse de manera incesante en cada vez más dimensiones de nuestra vida, haciéndonos ver nuestros cuerpos y mentes como meras mercancías.
El discurso del trabajo del sexo fue inicialmente un discurso marginal surgido en el ambiente político creativo y caótico de California. Obtuvo relevancia cuando el gobierno holandés lo promocionó con miras a preparar el terreno a la re-legalización de la industria del sexo. Holanda, con su floreciente industria sexual, tenía a todas luces un interés económico en obtener impuestos de ella. El argumento de que la prostitución era un trabajo como cualquier otro resultó ser muy útil. Pero si la prostitución tenía que ser considerada una profesión, era fundamental que hubiera sindicatos, y así fue cómo la organización De Rode Draad (El Hilo Rojo) se convirtió en el primer sindicato de este tipo en el mundo. De Rode Draad fue fundado por el gobierno holandés y presentado como el sindicato de las “trabajadoras del sexo”, pero fue financiado con dinero público desde el momento de su creación y su dirección siempre estuvo en manos de sociólogos y sociólogas, no de personas en situación de prostitución. Hay hoteles en Ámsterdam que ponen a disposición de los turistas folletos en los que se les asegura que no deben sentirse culpables de pagar por sexo, ya que “muchas” prostitutas pertenecen al sindicato De Rode Draad.
Las referencias a este sindicato son algo prácticamente insoslayable en los libros sobre feminismo de los años 80. Y sin embargo, De Rode Draad nunca llegó a tener más de cien miembros, jamás intervino en un solo conflicto laboral en un burdel y sus representantes, como el sociólogo Jan Visser y la investigadora y escritora Sietske Altink , no tenían ninguna experiencia en prostitución. Sietske Alkink, en el transcurso de una conferencia en 2009, dijo que la demanda de prostitución disminuiría “ya que las mujeres casadas han mejorado mucho en cuestión de sexo”. Actualmente trabaja en el Comité Internacional por los Derechos de las Trabajadoras y los Trabajadores del Sexo en Europa (ICRSE), en el que -curiosamente- nos encontramos a menudo con los mismos políticos, universitarios y trabajadores sociales apareciendo una y otra vez y construyendo su carrera profesional a base de hablar del derecho a hacer algo que ellos personalmente no han hecho.
Dado que la industria del sexo ha aumentado en el mundo entero, el discurso del trabajo sexual ha adquirido un estatus hegemónico. Y así fue cómo segmentos de la izquierda y del movimiento feminista se tragaron el anzuelo de la propaganda con el plomo y el sedal: luchar a favor de la prostitución se convirtió en luchar por la libertad. Resulta cuando menos extraño. Hace cien años, la lucha contra la prostitución era un asunto crucial tanto para el movimiento obrero como para el movimiento de las mujeres. Recordemos aquellos carteles del sindicato británico de estibadores que se hicieron tan populares y en los que se leía “No pararemos hasta barrer toda la miseria, la prostitución y el capitalismo” y “An injury to one is an injury to all”, que las feministas convirtieron en la consigna “Nos tocan a una, nos tocan a todas”. Los estibadores tenían claro que la prostitución condenaba a sus hermanas de la clase obrera a ser utilizadas por los hombres de clase alta y no estaban dispuestos a permitirlo.
Por lo que se refiere al movimiento de las mujeres, lucharon contra la prostitución antes incluso de exigir el derecho al voto: acabar con la trata de esclavos y esclavas era lo más urgente y prioritario. La prostitución no ha cambiado. Sigue siendo la misma industria, los mismos hombres con dinero comprando mujeres pobres, la misma explotación, la misma violencia y la misma trata (aquello que en el pasado se llamaba “trata de blancas”). Lo que cambió fue la etiqueta. Como dice Sonia Sánchez , una mujer argentina superviviente de la prostitución: “Existe un feminismo que es muy útil para los proxenetas, un movimiento sin movimiento, liderado casi exclusivamente por universitarias, muy lejos del feminismo popular.” Pasé cuatro años viajando por Europa y estudiando las organizaciones del “trabajo sexual” para mi libro L’être et la marchandise (El ser y la mercancía). Vi cómo se repetía siempre el mismo patrón: una organización de “trabajo sexual” con una web muy elaborada y una presencia en las redes impresionante, con cientos o miles de miembros con experiencia en trabajo sexual que en realidad eran tres que quedaban para tomar café.
Eso es lo que ocurría, por ejemplo, con el grupo francés Les Putes (ahora llamado STRASS). También era frecuente encontrar a personas relacionadas con la investigación o con ong’s copando la junta directiva mientras que sólo había una persona en la organización con experiencia en prostitución. Esta persona era la única, por supuesto, que hablaba con los medios, como era el caso del ICRSE (International Committee on the Rights of Sex Workers in Europe). En el caso de la organización española Ambit Donà, no contaban ni con una sola persona ejerciendo la prostitución, por mucho que aseguraran “defender el derecho a ser putas”.
A veces, los grandes sindicatos contaban con una sección para las personas en situación de prostitución, como era el caso de CCOO en España o el sindicato Ver.di alemán, con escasos resultados. Ni una sola persona en situación de prostitución se afilió a CCOO. En la sección sindical alemana de las trabajadoras sexuales me dijeron que “nunca habían tenido más que unas cuantas afiliadas” y que nunca habían tenido ningún conflicto laboral, a pesar de que la industria de la prostitución alemana es la más importante de Europa, con más de un millón de personas vendiendo sexo todos los días. Igual de decepcionantes fueron los resultados de la regulación en Alemania: sólo un 1% de las mujeres prostituidas se registraron como “trabajadoras sexuales”.
Cuando el Estado se preguntó la razón y realizó una encuesta, muchas mujeres en situación de prostitución respondieron que lo que ellas deseaban era dejarla tan pronto como pudieran y que no querían ver la prostitución más que como una solución temporal. Huschke Mau, una superviviente alemana de la prostitución, escribió : «Como la mayoría de prostitutas, yo no me registré como tal porque tenía miedo de no poder dejarlo si lo hacía. Porque tenía miedo de que me preguntaran por qué ya no quería seguir trabajando como prostituta si era un trabajo como otro cualquiera. Y eso fue exactamente lo que pasó cuando quise dejarlo. Busqué ayuda en la sanidad pública y sólo recibí incomprensión. Y no conseguí salir.
¿Qué se supone que tenía que decir en la oficina de empleo si iba a pedir una prestación para poder pagar el alquiler y la comida sin necesidad de tener que chupar diez pollas cada día? ¿No me preguntarían cómo me había ganado la vida en los últimos tres meses? Y si se lo dijera, ¿no me preguntarían por qué no quería seguir haciéndolo, habiendo un burdel fantástico allí cerca que me podía contratar? Una mujer que había tenido que volver a las organizaciones “de trabajo sexual” con la esperanza de encontrar refugio me contó que la usaron sólo como herramienta de propaganda.
TAMPET, otra organización holandesa, recibe millones de euros de la Unión Europea para luchar contra el VIH, pero utilizan ese dinero para repartir condones entre las mujeres inmigrantes y en hacer campaña a favor de la despenalización. Cuando hablé con su representante, otra trabajadora social, me contó que a menudo las mujeres le pedían que las ayudara a salir de la industria del sexo y que ella les respondía que su trabajo no era sacar a las mujeres de ahí, sino enseñarles a ser mejores prostitutas.» A veces, tras la fachada de los derechos de las “trabajadoras sexuales”, hay hasta proxenetas.
Es lo que ocurre con Douglas Fox, que se autodenomina “chico escort independiente”, aparece a menudo en los medios hablando de los derechos de los trabajadores y las trabajadoras sexuales y de lo malo que es el feminismo. Esto es lo que dice Huschke Mau de ese fenómeno que nos encontramos a nivel internacional: «Cuando habláis de BesD (Berufsverband erotische und sexuelle Dienstleistungen, organización alemana de trabajadoras sexuales), os referís a ella como “una organización de trabajadoras sexuales organizadas”, pero ¿os dais cuenta que sólo representa al 0,01% de las prostitutas alemanas? ¿Qué tipo de organización de prostitutas es ésa que incluye también a los propietarios de los burdeles? ¿Explotadores que crean un ‘sindicato’ para representar a las trabajadoras? Que un patrón no tenga los mismos intereses que los trabajadores y las trabajadoras es algo obvio para la izquierda, excepto cuando se trata de prostitución.
Y así fue que el International Union of Sex Workers (IUSW) fue rápidamente invitado a incluirse como sección dentro del gran sindicato británico GMB y ahí sigue. La idea de organizar “sindicatos de trabajadoras del sexo” es muy poderosa. Sin embargo, en el transcurso de mi investigación, no encontré ni una sola organización que funcione verdaderamente como un sindicato; es decir, que haya sido creada y financiada por sus miembros, se componga únicamente de personas de ese sector y tenga como adversarios naturales a empresarios y otras personas que obtienen beneficios del sector. La mayoría de estos grupos forman parte en realidad de un lobby que pretende a toda costa legalizar todos los aspectos de la industria del sexo a través del etiquetado de la prostitución como “trabajo”.» Los sindicatos en general hablan de problemas profesionales, de las largas jornadas de trabajo, de los riesgos y de la lucha por los beneficios que genera la actividad profesional.
Pero lo más extraño de los auto-denominados sindicatos de “trabajadores-as del sexo” -aparte de no contar con afiliación y de su total fracaso en llevar adelante denuncias laborales contra proxenetas y propietarios de burdeles- es su insistencia en que el “trabajo sexual” es estupendo. Y, sin embargo, la prostitución presenta unos índices de riesgos laborales que pocos trabajos tienen: un 82% de las personas en situación de prostitución han sido físicamente agredidas, el 83% han sido amenazadas con un arma y el 68% han sufrido violación. La tasa de mortalidad entre las mujeres que se dedican a la prostitución es más elevada que la de cualquier otro grupo femenino, incluso mayor que la de mujeres sin techo y mujeres toxicómanas.
¿Un sindicato que de verdad representara a las personas en situación de prostitución no debería hablar de estas cosas? Pues muchas de las organizaciones arriba mencionadas hacen justo lo contrario: enmascaran los problemas. Sólo dicen lo mucho que empodera estar en la prostitución, que es una verdadera liberación del patriarcado y una excelente manera de desafiar sus límites. Dejadme que os diga que eso es algo que nunca vais a oír en la calle.
Fuente: http://www.truthdig.com/report/item/how_prostitution_became_the_worlds_most_modern_profession_2016090
viernes, 28 de octubre de 2016
Niños esclavos
Leí Germinal de Zola a los catorce o quince años y recordé, antes incluso de haberla leído, aquella frase de Karl Marx que Gamoneda citaba en un poema extraordinario: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario”. El libro, publicado en 1885, narra las causas, el desarrollo y el fracaso de una huelga de mineros en una zona del norte de Francia, y levantó una ola de indignación que se repite a cada nueva lectura. Zola muestra el capitalismo en su naciente y salvaje esplendor: ancianos famélicos, niños de nueve años empujando vagonetas, mujeres convertidas en bestias de carga, hombres exiliados de la humanidad a fuerza de fatiga, de latigazos y de hambre. Germinal debería ser de lectura obligatoria en colegios, institutos y universidades, pero los niños de hoy están muy ocupados eligiendo entre la carrera de camarero y la de empresariales.
La BBC acaba de emitir un obsceno reportaje de investigación donde abre en canal las entrañas del sistema capitalista: refugiados sirios, muchos de ellos menores de edad, cosiendo en talleres turcos para abastecer las tiendas de Asos y Mark & Spencer. No es nada que no hayamos visto ya, en la India, en Bangladesh, en Brasil, en tantos talleres de explotación infantil donde los responsables de Inditex siempre nos aseguran que no pasa nada. A ellos, desde luego, no se les mueve una ceja. En el reportaje, realizado con cámaras ocultas, los periodistas informan de una lavandería que surte de pantalones vaqueros a Zara y a Mango y donde los operarios -por llamarlos de algún modo- trabajan jornadas extenuantes de doce horas sin ningún tipo de prevención ni medidas de seguridad, expuestos a venenosas sustancias químicas sin llevar siquiera una mascarilla.
Esto se llama libertad de mercado y, por supuesto, tampoco pasa nada. Total, cuando degustamos un chuletón, no pensamos en el dolor y el sufrimiento de la vaca en el matadero, del mismo modo que cuando nos abrigamos con ciertas prendas compradas en Mango o en Zara, no pensamos en el pobre tipo que va a dejarse los ojos abrasados entre vapores letales sino en el dinero que nos estamos ahorrando. La vaca y el esclavo moderno son dos clases de mamíferos inferiores y cada día que pasa lo son más: más mamíferos y más inferiores. En el apartado de derechos y en ciertas cuestiones laborales básicas los jóvenes trabajadores son tan inconscientes como la vaca, mientras que algunos empresarios son más del estilo del lobo.
Los mineros franceses de 1885 tampoco tenían la menor idea de lo que era la lucha sindical y Zola les dio, desde el título al final de la novela, una nota de esperanza. Sin embargo, se equivocó. La conciencia social germinó décadas después, conoció una breve era de prosperidad y hoy día se ha agotado entre manadas de jóvenes rumiantes pastando en los prados neoliberales y muchedumbres de siervos reclutados en las guerras del Tercer Mundo. Nos han dicho mil veces que la sociedad del bienestar no era sostenible, pero lo que no parece muy sostenible son los imperios mercantiles y las grandes fortunas apoyadas en la sangre y el sudor de niños esclavos.
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