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lunes, 1 de noviembre de 2021

Militantes del egoísmo

Todos conocemos a personas egoístas que solo miran por sí mismas. Esa preocupación obsesiva por el propio interés acaba dañando a los demás. Porque el egoísta piensa que lo suyo es suyo y que también debería ser suyo lo de los demás. “El egoísta es capaz de prender fuego a la casa del vecino para freírse un huevo”, dice Sir Francis Bacon. La metáfora me parece excelente porque para obtener un pequeño beneficio, el egoísta no duda en hacer un grave daño.

“El egoísmo es la tendencia, la actitud personal o el principio doctrinal que impulsa a una persona a optar por su interés propio con exclusión del interés de los demás”, se dice en el Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades mentales”, de Jorge Vigil Rubio.

En la página 55 de la estupenda novela de Fernando Aramburu “Los vencejos” me he encontrado con esta significativa definición con la que el protagonista califica a dos miembros de su familia, Amalia, su mujer, y Raúl, su hijo: son “militantes del egoísmo”. Ser militante del egoísmo, pienso yo, no es lo mismo que ser egoísta, es mucho más. Es ser un acérrimo defensor de una sola causa. Y la causa es el propio individuo.

En un pueblo de la provincia de Córdoba hay una familia que tiene un peculiar apodo. Son los “To pa mí”. No sé cuál es el origen y la antigüedad del mote, pero describe muy bien la obsesiva pretensión de los miembros de la saga. Obsérvese que no dice “lo mío para mí”, sino “todo para mí”. Lo mío y lo de los demás. Lo mío y lo de los demás. Para los militantes del egoísmo el ombligo propio es el centro del universo.

Hay un egoísmo grupal. Pienso, por ejemplo, en familias como la que acabo de describir. Todo es para nosotros. A costa de quien sea y de lo que sea. Pienso también en una institución religiosa, deportiva o cultural. Todo para nosotros por encima de todo y de todos.

Cuando era estudiante, un profesor colocaba una máxima semana en le encerado. En una ocasión escribió lo siguiente: “Lo mejor y lo primero, para mi compañero”. Un espabilado compañero, cambió de lugar la coma. Y la frase quedó así: “Lo mejor y lo primero para mí, compañero”. Es un buen lema para los militantes del egoísmo.

Hoy me quiero centrar en los egoístas antisociales. Y voy a referirme a cinco grupos de forma especial. No son los únicos, claro está.

El primer grupo es el de los evasores fiscales. Personas que no tienen ningún remilgo en buscar su beneficio evadiendo impuestos a pesar del daño que causan al bien común. El perjuicio en la calidad de la educación, la sanidad, y demás servicios públicos es evidente. Pero, claro, ellos tienen satisfechas sus necesidades y sus caprichos. Lo tienen todo bien resuelto. Lo estamos viendo estos días con los llamados Papeles de Pandora. Qué tremendo escándalo. Políticos, escritores, cantantes, entrenadores, deportistas multimillonarios guardan sus fortunas en paraísos fiscales. ¿Para cuándo un control mundial sobre estos delitos? Cómo es posible que se pueda hacer impunemente esta trampa? ¿Cómo es posible que no haya acceso de la justicia a esos bancos que son reductos del delito? Es como si hubiese lugares en los que se pudiera asesinar impunemente, sin que la policía o la justicia pudiera acceder a ellos.

El segundo grupo es el de los narcotraficantes. Lo he pensado muchas veces. ¿Cómo puede buscarse el enriquecimiento egoísta a costa de la destrucción de la vida de muchos jóvenes, de tantas personas que van a consumir esas sustancias que se despachan como venenos a los consumidores? ¿Por qué no existe un mayor control sobre ese mercado destructor? Habrá personas que perderán la vida en el consumo, habrá familias que serán destruidas por completo, habrá zonas que convertirán en guetos malditos. Y todo por alimentar un enriquecimiento egoísta. No importa hacer escaleras que llevan a la riqueza con los cadáveres del prójimo.

El tercer grupo es el de los negacionistas. Se trata de personas que anteponen sus prejuicios, sus miedos, sus caprichos o sus veleidades al interés común. Es indiscutible la eficacia de las vacunas para frenar el contagio del virus. No podemos superar la pandemia sin la solidaridad. Pero estos militantes del egoísmo no hacen caso más que a su ego. Piensan de una manera y actúan de forma coherente con su interés, sin pensar en que dañan a los demás.

Forman el cuarto grupo de militantes del egoísmo las personas corruptas. Pienso especialmente en los políticos que, en una democracia, abusan de la confianza del pueblo que los elige. Los votantes les colocan en un puesto de responsabilidad para gestionar lo público y aprovechan la ocasión para burlarse de quienes les colocaron en ese puesto. No sirven al pueblo, se sirven de él para alimentar sus intereses. Decía Concepción Arenal que los grandes egoístas son el plantel de los grandes malvados.

El quinto grupo de militantes del egoísmo está integrado por los maltratadores. Su ego se alimenta del poder del patriarcado. Las mujeres son objetos que se manipulan y maltratan sin pudor. La violencia se descarga sin piedad sobre la víctima. Al maltratador solo le importa el daño que hace porque eso es lo que alimenta su miserable y cobarde poder. El ensañamiento puede llegar hasta causar la muerte de la victima. El yo del maltratador se acrecienta en la medida que destruye al tú que es la víctima.

Hay más grupos de militantes del egoísmo, como decía. Dejémoslo aquí para pensar en las soluciones. Una de carácter preventivo que es la que considero más importante.. Educar para la solidaridad es el mejor antídoto contra la proliferación del egoísmo. La empatía nos hace capaces de ponernos en el lugar del otro, de pensar en el otro, de procurar el bien del otro.

La educación emocional tiene en cuenta el desarrollo de habilidades sociales impregnadas de respeto a la dignidad del prójimo. La empatía no es solo un sentimiento de comprensión y aceptación del otro. Conlleva el compromiso de la acción. Dicen Ciaramicoli y Ketchman: “La empatía comienza con la comprensión pero, contrariamente a lo que mucha gente piensa, no termina allí. La persona empática no dice simplemente entiendo lo que estás sintiendo o pensando. Ese es solo el primer paso de un proceso largo y lleno de esfuerzo. Porque una vez que se tiene suficiente conocimiento y comprensión, la empatía requiere que nuestras ideas se transformen en acción”.

La escuela no tiene como objetivo que seamos buenos súbditos o buenos clientes. Tiene como tarea fundamental ayudarnos a ser buenos ciudadanos y ciudadanas. Freire decía que la educación no cambia el mundo, sino que forma a las personas que van a cambiar el mundo. Comparto la tesis de Nelson Mandela: la educación es el arma más poderosa para transformar el mundo.

En el año 2006, Barack Obama ofreció un discurso en el acto de graduación de la Universidad de Northwestern. En el mismo afirmó: “En este país se habla mucho sobre el déficit federal. Pero yo creo que deberíamos hablar más del déficit de empatía, de la habilidad de ponernos a nosotros mismos en los zapatos del otro, de ver el mundo a través de quienes son diferentes… El mundo no gira solo a tu alrededor”.

Tiene que haber una vigilancia extrema para que no se produzcan estos comportamientos que envilecen a la sociedad. Despreocuparse de estos hechos, no tratar de evitarlos, conduce a su proliferación. Cuando el clima moral se relaja, cada uno trata de aprovechar las ocasiones de obtener beneficios que conllevan el daño del prójimo.

La otra solución es de carácter coercitivo. Tiene que actuar la justicia con la necesaria contundencia cuando se descubren estos comportamientos egoístas, miserables, destructivos. No es la solución perfecta. Sin la primera que he planteado, se podría producir un mecanismo peligroso: que lo importante no sea evitar esos hechos sino evitar que sean detectados y castigados por la justicia.

El Adarve.

jueves, 2 de mayo de 2019

_- “La base de un cerebro sano es la bondad, y se puede entrenar”

_- Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva

Nací en Nueva York y vivo en Madison (Wisconsin), donde soy profesor de Psicología y Psiquiatría en la universidad. La política debe basarse en lo que nos une, sólo así podremos reducir el sufrimiento en el mundo.

Creo en la amabilidad, en la ternura y en la bondad, pero debemos entrenarnos en ello

Yo investigaba los mecanismos cerebrales implicados en la depresión y en la ansiedad.

...Y acabó fundando el Centro de Investigación de Mentes Saludables.

Cuando estaba en mi segundo año en Harvard se cruzó en mi camino la meditación y me fui a la India a investigar cómo entrenar mi mente. Obviamente mis profesores me dijeron que estaba loco, pero aquel viaje marcó mi futuro.

...Así empiezan las grandes historias.

Descubrí que una mente en calma puede producir bienestar en cualquier tipo de situación. Y cuando desde la neurociencia me dediqué a investigar las bases de las emociones, me sorprendió ver cómo las estructuras del cerebro pueden cambiar en tan sólo dos horas.

¡En dos horas!

Hoy podemos medirlo con precisión. Llevamos a meditadores al laboratorio; y antes y después de meditar les tomamos una muestra de sangre para analizar la expresión de los genes.

¿Y la expresión de los genes cambia?

Sí, y vemos como en las zonas en las que había inflamación o tendencia a ella, esta des­ciende abruptamente. Fueron descubrimientos muy útiles para tratar la depresión. Pero en 1992 ­conocí al Dalái Lama y mi vida cambió.

Un hombre muy nutridor.

“Admiro vuestro trabajo, me dijo, pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión; ¿no te has planteado enfocar tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”.

Un enfoque sutil y radicalmente distinto.

Le hice la promesa al Dalái Lama de que haría todo lo posible para que la amabilidad, la ternura y la compasión estuvieran en el centro de la investigación. Palabras jamás nombradas en ningún estudio científico.

¿Qué ha descubierto?

Que hay una diferencia sustancial entre empatía y compasión. La empatía es la capacidad de sentir lo que sienten los demás. La compasión es un estadio superior, es tener el compromiso y las herramientas para aliviar el sufrimiento.

¿Y qué tiene que ver eso con el cerebro?

Los circuitos neurológicos que llevan a la empatía o a la compasión son diferentes.

¿Y la ternura?

Forma parte del circuito de la compasión. Una de las cosas más importantes que he descubierto sobre la amabilidad y la ternura es que se pueden entrenar a cualquier edad.

Los estudios nos dicen que estimulando la ternura en niños y adolescentes mejoran sus resultados académicos, su bienestar emocional y su salud.

¿Y cómo se entrena?

Les hacemos llevar a su mente a una persona próxima a la que aman, revivir una época en la que esta sufrió y cultivar la aspiración de librarla de ese sufrimiento. Luego ampliamos el foco a personas que no les importan y finalmente a aquellas que les irritan. Estos ejercicios reducen sustancialmente el bullying en las escuelas.

De meditar a actuar hay un trecho.

Una de las cosas más interesantes que he visto en los circuitos neuronales de la compasión es que la zona motora del cerebro se activa: la compasión te capacita para moverte, para aliviar el sufrimiento.

Ahora quiere implementar en el mundo el programa Healthy minds (mentes sanas).

Fue otro de los retos que me lanzó el Dalái Lama, y hemos diseñado una plataforma mundial para diseminarlo.

El programa tiene cuatro pilares: la atención; el cuidado y la conexión con los otros; la apreciación de ser una persona saludable (encerrarse en los propios sentimientos y pensamientos es causa de depresión)...

...Hay que estar abierto y expuesto.

Sí. Y por último tener un propósito en la vida, algo que está intrínsecamente relacionado con el bienestar.

He visto que la base de un cerebro sano es la bondad, y la entrenamos en un entorno científico, algo que no se había hecho nunca.

¿Cómo se puede aplicar a nivel global?

A través de distintos sectores: educación, sanidad, gobiernos, empresas internacionales...

¿A través de los que han potenciado este mundo oprimido en el que vivimos?

Tiene razón, por eso soy miembro del consejo del Foro Económico Mundial de Davos, para convencer a los líderes de que hay que hacer accesible lo que sabe la ciencia sobre el bienestar.

¿Y cómo les convence?

Mediante pruebas científicas. Les expongo, por ejemplo, una investigación que hemos realizado en distintas culturas: si interactúas con un bebé de seis meses a través de dos marionetas, una que se comporta de forma egoísta y otra amable y generosa, el 99% de los niños prefieren el muñeco cooperativo.

Cooperación y amabilidad son innatas.

Sí, pero frágiles, si no se cultivan se pierden, por eso yo, que viajo muchísimo (una fuente de estrés), aprovecho los aeropuertos para enviar mentalmente a la gente con la que me cruzo buenos deseos, y eso cambia la calidad de la experiencia. El cerebro del otro lo percibe.

Apenas un segundo para seguir en lo suyo.

La vida son sólo secuencias de momentos. Si encadenas esas secuencias, la vida cambia.

El mindfulness es hoy un negocio.

Cultivar la amabilidad es mucho más efectivo que centrarse en uno mismo. Son circuitos cerebrales distintos. A mí no me interesa la meditación en sí misma sino cómo acceder a los circuitos neuronales para cambiar tu día a día, y sabemos cómo hacerlo.

https://www.lavanguardia.com/lacontra/20170327/421220248157/la-base-de-un-cerebro-sano-es-la-bondad-y-se-puede-entrenar.html