Ricky, el protagonista de la última película de Ken Loach, Sorry We Missed You, es un repartidor con vehículo, mientras que su mujer, Abby, es trabajadora social. Cerca siempre de la clase trabajadora, de los desposeídos, de la gente común, Loach cuenta la historia de una familia que sobrevive apenas, pese a su trabajo incesante y agotador.
Esos personajes, o más bien, esta gente, vienen claramente a la cabeza cuando Europa, y el mundo, se ven devastados por la crisis del coronavirus y divididos entre quienes pueden “permitirse” el confinamiento y quienes se ven obligados a seguir trabajando o se arriesgan a perder su empleo. Hemos conseguido contactar por teléfono al cineasta para hablar de esta crisis [explica Giovanna Branca, que realizó la entrevista para el diario il manifesto].
Al leer estos días las noticias, vuelve una y otra vez a la cabeza Sorry We Missed You: los repartidores con vehículo están entre quienes más trabajan —y arriesgan—, llevando bienes no esenciales, mientras que se dispara el valor de empresas como Amazon.
Y también los trabajadores sociales: están incluso más en peligro en nuestro país, porque carecen de equipo de protección. Para muchos de nosotros, eso demuestra que una economía de mercado no puede estar preparada para una crisis sanitaria como ésta. La economía de mercado, y los políticos que representan esa idea de mercado, sencillamente fracasan: le fallan a la gente y fallan a la hora de planificar.
En nuestro país no había planes para suministrar equipos de seguridad, ni planes para hacer pruebas, ni para más camas de hospital, hasta que tuvimos encima el desastre. Y seguimos todavía sin tener “tests”, y hay medicos, enfermeras y trabajadores sociales que siguen trabajando sin equipos de protección. Por encima de todo, los que más sufren son los trabajadores sociales: todos los días hay alguna historia de trabajadores sociales que van a las casas de la gente –puede que tengan el virus, pero no lo saben– muchos de ellos trabajan enfermos, la gente está totalmente aislada en su casa.
Y en las residencies grandes, en las que vive mucha gente mayor o discapacitada, mueren en gran número. Una vez que entra el virus en la residencia, los trabajadores carecen de protección, la gente mayor está en su habitación, muchos de ellos sufren demencia, de modo que no saben lo que está pasando, sus parientes no pueden verles. El fracaso a la hora de planificar deja verdaderamente al descubierto al gobierno de la derecha, no pueden planificar y las consecuencias de ello son bastante peores de lo que tendrían que ser.
Sólo hace un par de semanas, el primer ministro Boris Johnson iba hablando de inmunidad de grupo.
No tenían un plan general, de manera que fueron corriendo de un problema a otro. Ya en enero sabían que se avecinaba la crisis y da la impresión de que no hicieron nada. El otro día, en mitad de la crisis, pedían a las empresas que se prestaran voluntariamente a confeccionar ropas de protección: ¿por qué no se hizo esto a principios de febrero, cuando sabían que iba a pasar? ¿Por qué no empezaron a hablar de los suministros médicos necesarios para realizar pruebas? El gobierno del libre mercado: ese es el problema. La idea de que el Estado organiza las cosas colectivamente les resulta ajena. Lo que es importante decir es que no se trata de un buen sistema que funcione de manera ineficiente, se trata de un sistema que es por naturaleza incapaz de planificar. Es una revelación acerca del capitalismo mismo, no de gente que resulta que es ineficiente.
Aquí en Italia una de las razones por las que la propagación del virus va descendiendo, pero no lo bastante, considerando que llevamos casi dos meses de confinamiento, es que muchas fábricas, sobre todo en el norte, han seguido funcionando. Mientras algunos se pueden “permitir” el confinamiento, otros siguen trabajando como si no hubiera cambiado nada.
Eso también es verdad en Gran Bretaña . El gobierno dio instrucciones muy confusas, sobre todo a la gente que trabaja en obras de construcción. Las instrucciones generales eran: si se pueden mantener dos metros de distancia, en ese caso pueden trabajar. Pero las obras de construcción entendieron que esto significaba que siguieran trabajando, pero, por supuesto, no hay manera de que los trabajadores de la construcción vayan a mantenerse a dos metros de distancia. Eso lo sabe todo el mundo, es ridículo.
La otra observación que hay que hacer, me parece, es que la clase trabajadora es la que más sufre, puesto que hace un trabajo manual y se ve obligada a trabajar.
¿Qué opinión tiene del nuevo dirigente laborista, Keir Starmer?
Creo que en lo esencial es un gestor para la socialdemocracia y que sus instintos son de derechas. Creo también que fue muy inteligente al seguir trabajando con Jeremy Corbyn y no abandonarle, porque eso hizo que siguiera siendo bastante popular entre los afiliados. Pero, en realidad, fue responsable del desastre del Brexit, la postura laborista fue un verdadero desastre… y eso nos hizo perder las elecciones.
Pero las opciones entre los candidatos eran muy mediocres. Teníamos una candidata de izquierdas [Rebecca Long Bailey], pero no resultó tan sólida como algunos de nosotros habíamos esperado. Keir Starmer parece un político convencional: un hombre blanco de mediana edad, con traje, de aspecto pulcro, que puede hablar con frases bastante claras y puede manejarse en el diálogo politico con bastante eficacia. Pero en lo que toca a tener alguna vision radical… no tiene ninguna. El ala derecha le votó, los medios de comunicación se sienten muy cómodos con él, porque actúa de un modo al que están acostumbrados.
Hice un programa de television con él hace algunos años, y descubrí que tenía muy poco que decir en lo que respecta a la comprensión de las grandes fuerzas de clase que operan en conflicto. ÉI hablaba de cuestiones de gestión. Creo que es un hombre acostumbrado a tener bandeja de entrada, a tomar una hoja de la bandeja, escribir un correo electrónico y ponerla en la bandeja de salida. Y hasta ahí me parece que llega su visión.
¿Qué tipo de vision le haría falta ahora mismo al Partido Laborista?
Tiene que tratar de acertar por la izquierda. Hay que desmantelar toda la privatización del servicio sanitario, porque muchas de sus funciones están subcontratadas a empresas privadas. Eso se tiene que acabar. Los grandes servicios públicos deberían convertirse en propiedad pública, y lo mismo las infaestructuras: transportes, correos, telecomunicaciones, energía, agua. Los elementos punteros de la industria deberían transformarse en cooperativas, o deberían ser de propiedad colectiva, de manera que podamos empezar a levantar una economía que pueda cumplir con las cuestiones climáticas, pero también que proporcione trabajo seguro.
Y también necesitamos grandes bancos públicos de inversion para invertir en las regiones en las que existe una verdadera pobreza endémica y nada de empleo, como el noroeste [de Gran Bretaña]. Es posible un programa masivo, aún dentro de los límites de la socialdemocracia, que sin embargo podría ser una primera piedra para una economía socialista.
Pero el gran vacío es: ¿dónde está la izquierda europea? Tuvimos una posibilidad con el liderazgo de Jeremy Corbyn, pero en lo que respecta al movimiento de masas, de Europa no llegó nada: nos quedamos aislados. Eso podría haber supuesto una gran diferencia. No fue solo una derrota de la izquierda en Gran Bretaña: puso de manifiesto la ausencia de una izquierda congruente en el resto de Europa.
El único movimiento de masas que parece haber surgido en estos años es el que combate el cambio climático.
Pero no se basa en una política de clase. Carece de un análisis estructural de la estructura dominante de la economía. No puedes controlar a las grandes empresas multinacionales y decirles cómo producir, dónde conseguir las materias primas. No puedes planificar lo que no es de tu propiedad. Y si no tenemos la propiedad, no podemos planificarla, y si no podemos planificarla no podemos proteger el planeta. Nos hace falta liderazgo: una masa de gente se verá motivada para organizarse si ve un problema grande, pero la cuestión del liderazgo estriba en comprender las raíces del problema y liderar luego partiendo de esa base. Nos devuelve a la idea de Lenin del Partido: hay que tener un análisis coherente del corazón del movimiento; de lo contrario, se dispersa.
En esos días los migrantes siguen inundando las fronteras de Europa, pero parece que nos hubiéramos olvidado de ellos por completo, mientras que ellos se encuentran entre los más expuestos a esta crisis.
Por supuesto, no tienen ninguna protección. No solo los migrantes: Siria, los rohinyas, la gente de Gaza, de Cisjordania. Los pueblos por doquier oprimidos. Probablemente, el virus sea lo ultimo en lo que estén pensando: se están preguntando, “¿dónde voy a comer?, ¿dónde me voy a refugiar esta noche?, ¿voy a sobrevivir mañana tal como están las cosas?”.
La gente se apiña en la pobreza en las islas griegas, en los campos de refugiados y en las favelas de América Latina. En cuanto entra el virus, la perspectiva se vuelve aterradora. Creo que demuestra que hay un problema inherente al Derecho internacional, a las Naciones Unidas; nos hace falta un Derecho internacional que pueda llevarse a la práctica, pero, mientras países como los Estados Unidos —y China y Rusia— no lo acepten y rechacen la responsabilidad colectiva, es muy poco lo que podemos hacer. Las Naciones Unidas son una organización que hace campaña, no puede llevar a la prácica nada. Y sin eso estamos perdidos.
¿Tampoco la Unión Europea parece desempeñar un papel positivo?
A Italia, como a Grecia, la han dejado sola. El norte de Europa le volvió la espalda: se supone que estamos juntos en esto, pero ya se arreglan ustedes. La hipocresía de la Unión Europea es sencillamente repugnante cuando se enfrenta a un problema de verdad que poner en común. No coincido en lo politico con Angela Merkel, evidentemente, pero por lo menos ella reaccionó de un modo humano.
¿Cómo puede, o cómo debería afrontar el cine esta crisis cuando llegue el momento?
La cuestión preponderante para el cine es que necesitamos tener cines, en ciudades grandes y pequeñas, porque el impulso de ver películas en casa, el modelo de Netflix, es para mí desastroso. La opción de elegir película en los multicines se está haciendo cada vez más reducida y el cine independiente se queda fuera. La única forma de sobrevivir, me parece, es que los cines sean de propiedad municipal, con una programación a cargo de gente que se preocupe por el cine. Necesita intervenciones poíticas, de modo que lo tratemos igual que a las galerías de arte, y que el dinero público se invierta en cines que proyecten películas del mundo: europeas, del Lejano Oriente, de América Latina, África y Norteamérica, por supuesto. Podrían ser lugares estupendos y podríamos volver a disfrutar de las películas de nuevo, con público.
Las comedias, por ejemplo: la risa es contagiosa, si te sientas en tu casa a ver una comedia, lo más probable es que no te rías igual que si estuvieras sentado entre una multitud de gente que se ríe. Y si hay algo conmovedor o trágico, lo sientes más entre el público que si estás sentado tu solo en tu habitación, y parándote una y otra vez para hacerte un té.
Ken Loach Ken Loach (1936) es el mayor de los cineastas políticamente comprometidos del realismo social británico.
https://www.sinpermiso.info/textos/ken-loach-una-economia-de-mercado-no-puede-estar-preparada-para-una-crisis-sanitaria-entrevista
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario