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jueves, 4 de marzo de 2021

_- Yanis Varoufakis: En defensa de Ken Loach

_- Así que hemos llegado a esto: Ken Loach está siendo objeto de una campaña de difamación alentada por quienes no se detendrán ante nada para proteger las políticas de apartheid de Israel. El mensaje que se envía a las personajes de buena conciencia es sencillo: si no queréis veros tachados de antisemitas, guardad silencio sobre los crímenes contra la humanidad y los ataques a los derechos humanos en tierra palestina. Nos ponen a los demás sobre aviso: si podemos hacerle esto a Ken Loach, un hombre que ha pasado su vida abogando en favor de las víctimas de la opresión, el racismo y la discriminación, imaginaos lo que os haremos a vosotros. Si os atrevéis a apoyar los derechos humanos de los palestinos, afirmaremos que odiáis a los judíos.

El arte de difamar el perfil de un izquierdista se ha ido afinando aún más en los últimos tiempos. Cuando me llamó “motorista marxista” el Financial Times, me confesé gustosamente culpable. Llamarme estalinista, como hacen algunos derechistas nada sofisticados, tampoco logra desatar una crisis existencialista en mi alma, pues sé perfectamente bien que yo sería un estupendo candidato al gulag bajo cualquier régimen estalinista. Pero si me llaman misógino o antisemita, el dolor es inmediato. ¿Por qué? Pues porque conocedor de hasta qué punto estamos todos imbuidos en las sociedades occidentales de patriarcado, antisemitismo y otras formas de racismo, esas acusaciones tocan nervio.

Así pues, resulta una deliciosa ironía que a aquellos de nosotros que hemos hecho los mayores esfuerzos por librar a nuestras almas de la misoginia, el antisemitismo y otras formas de racismo es a quienes más nos duele que nos acusen de estos prejuicios. Somos perfectamente conscientes de la facilidad con la que el antisemitismo puede contagiarse a gente que no es racista en otros aspectos. Entendemos bien su astucia y su fuerza, el hecho, por ejemplo, de que los judíos son el único pueblo acusado a la vez de ser capitalistas y revolucionarios de izquierda. Esta es la razón por la que la acusación estratégica de antisemitismo, cuya finalidad consiste en silenciar y condenar al ostracismo a los que disienten, nos provoca un turbulencia interior. Y esto es que lo que está detrás del desmedido éxito de esas campañas de vilipendio contra amigos míos como Jeremy Corbyn, Bernie Sanders, Brian Eno, Roger Waters y ahora Ken Loach.

‘¿No es síntoma de antisemitismo su crítica exclusivamente de Israel?’, se nos pregunta a menudo. Dejando aparte la ridiculez de la afirmación de que nos hemos dedicado a criticar exclusivamente a Israel, la crítica de Israel no es y no puede ser nunca crítica de los judíos, exactamente igual que la crítica del Estado griego o del imperialismo norteamericano no es una crítica de los griegos o de los norteamericanos. Lo mismo se aplica a la hora de interrogarse sobre la sensatez de haber creado un Estado específicamente étnico. Cuando gente notable, tal es el caso de héroes míos como Hannah Arendt y Albert Einstein, han cuestionado el proyecto sionista de un estado judío en Palestina, resulta ofensivo afirmar que debatir la existencia de Israel significa ser antisemita. La cuestión no es si Arendt y Einstein llevaban o no llevaban razón. La cuestión es si el cuestionamiento de la sensatez de un estado judío en la tierra de Palestina resulta antisemita o no. Está claro que, si bien los antisemitas se opusieron a la fundación del Estado de Israel, no se sigue de ello que sólo los antisemitas se opusieran a la fundación de un Estado judío en Palestina.

Por aportar una nota personal, en 2015, mientras desempeñaba el cargo de ministro de Finanzas de Grecia, un diario griego favorable a la troika pensó que podía hacerme de menos representándome con la figura de Shylock. De lo que estos idiotas no se dieron cuenta es de que mancillar mi imagen asemejándome a un judío era y siguen siendo un timbre de honor. Por hablar también en nombre de amigos ya mencionados denigrados como antisemitas, nos sentimos profundamente halagados cuando un antisemita nos mete en el mismo saco que a un pueblo que ha resistido tan valerosamente el racismo durante tanto tiempo. Mientras un solo judío se sienta amenazado por el antisemitismo, nos prenderemos la estrella de David en el pecho, listos y dispuestos a que se nos cuente como judíos en solidaridad, aunque pueda ser que no seamos judíos. Al mismo tiempo, llevamos la enseña palestina como símbolo de solidaridad con un pueblo que vive en un Estado de apartheid construido por los israelíes reaccionarios, lo cual perjudica a mis hermanos y hermanas judíos y árabes, y atiza las llamas del racismo que, irónicamente, forjan siempre una variedad más acerada de antisemitismo.

Volviendo a Ken Loach, ninguna campaña de calumnias en su contra puede, afortunadamente, tener éxito. No sólo porque la obra y la vida de Ken son prueba del absurdo de la acusación, sino debido también a los valerosos israelíes que corren terribles riesgos al defender el derecho de judíos y no judíos a criticar a Israel. Así, por ejemplo, el grupo de especialistas académicos que ha deconstruído metódicamente la indefendible definición de antisemitismo del IHRA [International Holocaust Remembrance Alliance], que lo equipara a la legítima crítica que comparten muchos israelíes progresistas. O la gente maravillosa que trabaja con la ONG israelí de derechos humanos B’TSELEM para resistirse a las políticas de apartheid de sucesivos gobiernos israelíes. Me siento tan agradecido a ellos como a mi amigo y mentor Ken Loach.

Yanis Varoufakis Co-fundador del Movimiento por la Democracia en Europa (DIEM25), Yanis Varoufakis es diputado y portavoz de este grupo en el Parlamento griego y profesor de economía de la Universidad de Atenas. Es ex-ministro del Gobierno de Syriza, del que dimitió por su oposición al Tercer Memorándum UE-Grecia. Es autor, entre otros, de "El Minotauro Global".

Fuente:
Sidecar NLR, 18 de febrero de 2021
Traducción: Lucas Antón
Temática: cine, cultura,

domingo, 4 de octubre de 2020

Chile y los «dueños del poder real»

Por Carlos Fernández Liria | 30/10/2020 | Opinión

Fuentes: Público [Foto: Centenares de personas celebran en las calles de Valparaíso el resultado del referéndum en Chile por la reforma de la Constitución. REUTERS/Rodrigo Garrido]

A mis alumnos siempre les digo que para comprender en general la historia del siglo XX, para hacerse cargo de la relación entre ciudadanía, democracia y capitalismo, para entender, en suma, las dificultades a las que siempre se ha enfrentado el proyecto político de la Ilustración, desde que la burguesía logró derrotarlo imponiendo su contrarrevolución francesa en 1794, incluso para entender a Carl Schmitt y a Hannah Arendt, o para que Habermas o Savater no te empujen a decir demasiadas tonterías, para todo esto y más, conviene que vean La batalla de Chile (1), la famosa película de Patricio Guzmán.

Este 25 de octubre, el pueblo chileno ha conquistado, por fin, el derecho a romper con el legado de Pinochet. Han pasado casi 50 años desde el golpe de Estado que, en 1973, acabó con la democracia chilena y con la vida de su presidente Salvador Allende. Es verdad que, ya en 1990, Pinochet había aceptado el resultado de las elecciones que él mismo se había visto obligado a convocar, y había traspasado el poder a Patricio Aylwin, que sería así, según nos dice la Wikipedia, el «primer presidente democráticamente elegido» tras la dictadura. Así más o menos se le quiere recordar. La verdad es que este señor, un senador demócrata cristiano, aplaudió, apoyó y vitoreó el golpe de Estado de Pinochet. La verdad es que la democracia cristiana había perdido las elecciones, porque las ganó Allende. Y no estaban acostumbrados a eso. Esa gente trabajó sin descanso para dar cobertura a un golpe de Estado militar que pusiera remedio a tan grave equivocación de los votantes chilenos. Una vez corregido este desliz popular, una vez escarmentado el electorado con miles de torturados, desaparecidos y represaliados, estos vampiros que se autodenominaban cristianos, empezaron a tomar posiciones más equidistantes, distanciándose hipócritamente de la dictadura y preparándose para el futuro que finalmente llegó. En 1990 ganaron por fin las elecciones, que habían perdido en 1970. Y encima, había que celebrarlo como la resurrección de la democracia.

Esto es lo que, en otros sitios, he llamado «la ley de hierro de la democracia en el siglo XX». No la descubrió Habermas, ni tampoco Hannah Arendt, ni mucho menos Fernando Savater. La formuló al desnudo Augusto Pinochet cuando, el 17 de abril de 1989, declaró que «estaba dispuesto a respetar el resultado de las elecciones con tal de que no ganaran las izquierdas». Al contrario de lo que dijo el editorial de El País al día siguiente, tales declaraciones no tenían nada de «pintorescas». Era la lógica Aylwin, la lógica del que finalmente ganó las elecciones, y la lógica general que presidió la democracia durante todo el siglo XX: las izquierdas tuvieron derecho a presentarse a las elecciones, pero no a ganarlas. Lo mismo que ocurrió en España en 1936. Aquí tardamos 40 años en pagar el crimen de haber votado a la izquierda. Y luego hemos cargado con las consecuencias. Tras 40 años de represión no se vuelve a ser el mismo. En 1978 no se devolvió el poder a la República y al Frente popular, sino que se convocaron elecciones y, naturalmente, las ganó la centroderecha, como era de esperar tras cuatro décadas de escarmiento. Lo que pasó en Chile. Tras década y media de torturas, el pueblo ya había sido suficientemente aleccionado: ya no se podía devolver el poder a Allende y a la Unidad Popular, se votó sobre un campo de cadáveres. Y ganaron, por supuesto, los moderados, los mismos demócratas cristianos que habían alentado el golpe de Estado cuando perdieron las elecciones en los años setenta. Jamás se hará un mejor retrato de esta gente que el que hizo la Polla Records: «Hinchado como un cerdo, podrido de dinero, ¡cómo hueles! / Hiciste nuestras casas al lado de tus fábricas / Y nos vendes lo que nosotros mismos producimos / Eres demócrata y cristiano, eres un gusano/ ¡Cristo, Cristo, qué discípulos!»

Esta «ley de hierro de la democracia», antes que Pinochet, ya la había formulado el gran jurista del siglo XX Carl Schmitt, que era un nazi, pero que no tenía un pelo de tonto y, además, precisamente porque era un nazi, no tenía muchas ganas de disimular y de mentir, como no han parado de hacer nuestros apologetas de la democracia y el Estado de derecho (siempre que no ganen las izquierdas, por supuesto). Lo dijo en 1923: «Seguro que hoy ya no existen muchas personas dispuestas a prescindir de las antiguas libertades liberales, y en especial de la libertad de expresión y de prensa. Pero seguro que tampoco quedarán muchas en el continente europeo que crean que se vayan a mantener tales libertades allí donde puedan poner en peligro a los dueños del poder real.» Estaba hablando del parlamentarismo. ¿Quién va a estar en contra del parlamentarismo? Seguro que nadie… ¿pero habrá alguien tan ingenuo de pensar que las libertades parlamentarias se van a mantener si algún día osan legislar contra «los dueños del poder real», contra los poderes económicos, en definitiva? Ah, claro que sí, el 90% de nuestros intelectuales funcionan así, con esa insensata ingenuidad oportunista. Mientras no ganen las izquierdas (o mientras las izquierdas no estén dispuestas a tocar los intereses de los que detentan el poder económico), da gusto declararse progresista y de izquierdas. Si ganan las izquierdas, no tanto, porque entonces te torturan, te matan y te desaparecen.

Esta es la terrible realidad del siglo XX. Así fue todo el rato. Nos lo había advertido un nazi: la democracia se tolera con tal de que no sirva para nada, si no… se acabó lo que se daba. Y nos lo confirmó ese gran filósofo político que fue Augusto Pinochet: los comunistas tenían derecho a presentarse a las elecciones, pero si las ganaban, así lo expresó con todas sus letras, «¡se acabó la democracia!». Y lo más divertido es que luego no ha parado de repetirse que los socialistas y los comunistas nunca hemos tenido respeto por la democracia. Que allí donde hemos gobernado nunca hemos sido democráticos. Que el «socialismo real» nunca fue democrático. Pues sí, eso es cierto, sólo que se podría haber añadido: cuando el socialismo intentó ser democrático, cada vez que intentó llegar al poder mediante unas elecciones, cada vez que intentó conservar todas las garantías constitucionales y trabajar parlamentariamente por el socialismo, siempre vino a ocurrir lo mismo: que un golpe militar acabó con la democracia, el parlamentarismo, la división de poderes y la libertad de expresión. Estos son los límites de la democracia bajo condiciones capitalistas, un paréntesis entre dos golpes de Estado, en el que ganan las derechas (o las izquierdas de derechas).

Hubo una inmensa excepción que confirma la regla. Lo que ocurrió en Europa tras la segunda guerra mundial, lo que se ha venido en llamar «el espíritu del 45» (por recordar la excelente película de Ken Loach). En realidad, la guerra había sido gestionada de forma socialista. Y si el socialismo había permitido ganar la guerra, podía también ganar la paz. Y así pareció que podía ser durante algunas décadas, hasta que, a partir de 1979, Reagan y Thatcher acabaron con ello. El Estado del Bienestar europeo fue, sin duda, un experimento socialista de primer orden. Fue la demostración fáctica innegable de que el socialismo es mucho más compatible con la democracia y el Estado de derecho que el capitalismo y el libre mercado. Hasta que lo asesinaron, el primer ministro de Suecia Olof Palme no dejó de luchar por un modelo económico que hoy en día sería considerado muy a la extrema izquierda del de Unidas Podemos. Un modelo que estaba resultando más exitoso cuanto más se lo radicalizaba.

Pero este éxito no es una excepción a la citada ley de hierro del siglo XX. Es más bien su confirmación a escala más amplia. Para comprobarlo, hay que comenzar por desmentir algunas leyendas. Para empezar, la de que Hitler ganó las elecciones en 1933. No, Hitler nunca ganó las elecciones, como tantas veces se pretende cuando quiere alertarse de los peligros de que ganen las izquierdas. Me limito a citar un espléndido artículo que Andrés Piqueras publicó en este mismo periódico hace ya años: «Hitler fue aupado políticamente y en enero de 1933 nombrado a dedo canciller por la gran industria y Banca alemana (los Bayer, Basch, Hoechst, Haniel, Siemens, AEG, Krupp, Thyssen, Kirdoff, Schröder, la IG Farben o el Commerzbank, entre otros), utilizando para ello la figura del presidente de la República, Hindenburg. Apenas un mes después el nuevo canciller provocó el incendio del Reichstag y acusó a los comunistas de haberlo hecho para conseguir que se dictara el estado de excepción, a partir del cual desató una fulminante represión contra las organizaciones de los trabajadores, cuyos partidos políticos juntos (KPD -comunistas- y SPD –socialistas-) le habían superado con creces (unos 13 millones de votos contra 11 y medio). Ilegalizó al KPD y prohibió toda la prensa y la propaganda del SPD. Después, el 6 de marzo, convocó unas elecciones y entonces ya sí, claro, las ganó». Luego, se autoproclamó Jefe del Estado. En resumen: cuando «los dueños del poder real» vieron que podían perder las elecciones, decidieron recurrir a los nazis, para que les quitaran de encima a esos «comunistas». Y provocaron una guerra mundial, durante la cual, aprovecharon para exterminarlos en campos de concentración, junto a los judíos y a los gitanos.

La otra leyenda que conviene desenmascarar es la de que fueron los aliados comandados por EEUU los que ganaron la segunda guerra mundial. No, ocurre que fueron precisamente los comunistas los que la ganaron en toda Europa. Tanto por el avance de las tropas soviéticas, como por la resistencia interna, que en casi todos los países fue protagonizada por los comunistas. Fueron los comunistas los que salvaron la democracia contra los nazis. Se entiende así que, al acabar la segunda guerra mundial, estaban en muy buenas condiciones para negociar una paz acorde, como hemos dicho, con el «espíritu del 45», que era contundentemente socialista.

De modo que el socialismo, el de verdad, no el que tenemos ahora, dio muy buenos resultados democráticos cuando pudo sostenerse sin guerras ni golpes de Estado. Esta es la tercera leyenda que hay que desmentir, la de que el socialismo «real» siempre ha sido incompatible con la democracia. En la fórmula «socialismo real» no sólo habría que incluir a los países que, como Cuba, lograron defender el socialismo por la fuerza de las armas, sino a los países que, como Chile, lo intentaron por la fuerza de la democracia y fueron castigados por ello acabando con la democracia. Hay varias decenas de casos en el siglo XX que son ejemplos de ello, sin ir más lejos, España en 1936.

Así pues, la historia de Chile puede muy bien instruirnos para sopesar los pilares sobre los que se asienta nuestro propio sistema democrático, y alentarnos a hacer una pregunta crucial: ¿realmente hemos logrado constitucionalizar, es decir, someter a legislación, a los «dueños del poder real», es decir, a los poderes económicos que serían capaces de suspender el orden constitucional y acabar con la democracia si se vieran amenazados por el Parlamento? Muy al contrario, les hemos dado carta blanca introduciendo en nuestra Constitución el artículo 135. Ahora, los golpes de Estado financieros ya no necesitan de los tanques, como dijo Yanis Varoufakis, cuando en 2015 se le forzó a dimitir como ministro de economía. Una historia parecida a la que ocurrió en Alemania en 1990, cuando una insensatez de los votantes había logrado que nombraran ministro de hacienda a Oskar Lafontaine, una inmensa victoria para la izquierda. El sueño no duró ni un mes. El presidente de la Mercedes Benz amenazó con trasladar toda su producción a los EEUU si no se le destituía de ipso facto y en seguida quedó claro quiénes eran «los dueños del poder real». Como decía Carl Schmitt, el nazi, el poder no lo detenta quien lo ejerce, sino quien te puede cesar por ejercerlo.

Si las democracias europeas no logran encontrar la vía para constitucionalizar la vida económica, nuestros parlamentos estarán siempre secuestrados y amenazados. Continuaremos viviendo en un nuevo Antiguo Régimen, sometidos al arbitrio de corporaciones privadas, verdaderos poderes feudales, capaces de anonadar cualquier espacio público, a los que la vida parlamentaria no se atreverá a enfrentarse jamás. Una situación premoderna y preilustrada, que indica todo lo contrario de lo que se proclama como soberanía popular. La democracia continuará siendo un paréntesis entre dos golpes de Estado.

(1) . https://www.youtube.com/watch?v=NuQhPEmjUQQ
. https://www.youtube.com/watch?v=lUKR_lKRoQc
. https://www.youtube.com/watch?v=6kF233Ab_HM
Carlos Fernández Liria es Profesor de Filosofía de la UCM. ‘La Filosofía en canal’, https://www.youtube.com/channel/UCBz_dr-JLhp0NDJxNeigqMQ
Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/34967/chile-y-los-duenos-del-poder-real/

viernes, 8 de mayo de 2020

Ken Loach: “Una economía de mercado no puede estar preparada para una crisis sanitaria”. Entrevista

Ricky, el protagonista de la última película de Ken Loach, Sorry We Missed You, es un repartidor con vehículo, mientras que su mujer, Abby, es trabajadora social. Cerca siempre de la clase trabajadora, de los desposeídos, de la gente común, Loach cuenta la historia de una familia que sobrevive apenas, pese a su trabajo incesante y agotador.

Esos personajes, o más bien, esta gente, vienen claramente a la cabeza cuando Europa, y el mundo, se ven devastados por la crisis del coronavirus y divididos entre quienes pueden “permitirse” el confinamiento y quienes se ven obligados a seguir trabajando o se arriesgan a perder su empleo. Hemos conseguido contactar por teléfono al cineasta para hablar de esta crisis [explica Giovanna Branca, que realizó la entrevista para el diario il manifesto].

Al leer estos días las noticias, vuelve una y otra vez a la cabeza Sorry We Missed You: los repartidores con vehículo están entre quienes más trabajan —y arriesgan—, llevando bienes no esenciales, mientras que se dispara el valor de empresas como Amazon.

Y también los trabajadores sociales: están incluso más en peligro en nuestro país, porque carecen de equipo de protección. Para muchos de nosotros, eso demuestra que una economía de mercado no puede estar preparada para una crisis sanitaria como ésta. La economía de mercado, y los políticos que representan esa idea de mercado, sencillamente fracasan: le fallan a la gente y fallan a la hora de planificar.

En nuestro país no había planes para suministrar equipos de seguridad, ni planes para hacer pruebas, ni para más camas de hospital, hasta que tuvimos encima el desastre. Y seguimos todavía sin tener “tests”, y hay medicos, enfermeras y trabajadores sociales que siguen trabajando sin equipos de protección. Por encima de todo, los que más sufren son los trabajadores sociales: todos los días hay alguna historia de trabajadores sociales que van a las casas de la gente –puede que tengan el virus, pero no lo saben– muchos de ellos trabajan enfermos, la gente está totalmente aislada en su casa.

Y en las residencies grandes, en las que vive mucha gente mayor o discapacitada, mueren en gran número. Una vez que entra el virus en la residencia, los trabajadores carecen de protección, la gente mayor está en su habitación, muchos de ellos sufren demencia, de modo que no saben lo que está pasando, sus parientes no pueden verles. El fracaso a la hora de planificar deja verdaderamente al descubierto al gobierno de la derecha, no pueden planificar y las consecuencias de ello son bastante peores de lo que tendrían que ser.

Sólo hace un par de semanas, el primer ministro Boris Johnson iba hablando de inmunidad de grupo.

No tenían un plan general, de manera que fueron corriendo de un problema a otro. Ya en enero sabían que se avecinaba la crisis y da la impresión de que no hicieron nada. El otro día, en mitad de la crisis, pedían a las empresas que se prestaran voluntariamente a confeccionar ropas de protección: ¿por qué no se hizo esto a principios de febrero, cuando sabían que iba a pasar? ¿Por qué no empezaron a hablar de los suministros médicos necesarios para realizar pruebas? El gobierno del libre mercado: ese es el problema. La idea de que el Estado organiza las cosas colectivamente les resulta ajena. Lo que es importante decir es que no se trata de un buen sistema que funcione de manera ineficiente, se trata de un sistema que es por naturaleza incapaz de planificar. Es una revelación acerca del capitalismo mismo, no de gente que resulta que es ineficiente.

Aquí en Italia una de las razones por las que la propagación del virus va descendiendo, pero no lo bastante, considerando que llevamos casi dos meses de confinamiento, es que muchas fábricas, sobre todo en el norte, han seguido funcionando. Mientras algunos se pueden “permitir” el confinamiento, otros siguen trabajando como si no hubiera cambiado nada.

Eso también es verdad en Gran Bretaña . El gobierno dio instrucciones muy confusas, sobre todo a la gente que trabaja en obras de construcción. Las instrucciones generales eran: si se pueden mantener dos metros de distancia, en ese caso pueden trabajar. Pero las obras de construcción entendieron que esto significaba que siguieran trabajando, pero, por supuesto, no hay manera de que los trabajadores de la construcción vayan a mantenerse a dos metros de distancia. Eso lo sabe todo el mundo, es ridículo.

La otra observación que hay que hacer, me parece, es que la clase trabajadora es la que más sufre, puesto que hace un trabajo manual y se ve obligada a trabajar.

¿Qué opinión tiene del nuevo dirigente laborista, Keir Starmer?

Creo que en lo esencial es un gestor para la socialdemocracia y que sus instintos son de derechas. Creo también que fue muy inteligente al seguir trabajando con Jeremy Corbyn y no abandonarle, porque eso hizo que siguiera siendo bastante popular entre los afiliados. Pero, en realidad, fue responsable del desastre del Brexit, la postura laborista fue un verdadero desastre… y eso nos hizo perder las elecciones.

Pero las opciones entre los candidatos eran muy mediocres. Teníamos una candidata de izquierdas [Rebecca Long Bailey], pero no resultó tan sólida como algunos de nosotros habíamos esperado. Keir Starmer parece un político convencional: un hombre blanco de mediana edad, con traje, de aspecto pulcro, que puede hablar con frases bastante claras y puede manejarse en el diálogo politico con bastante eficacia. Pero en lo que toca a tener alguna vision radical… no tiene ninguna. El ala derecha le votó, los medios de comunicación se sienten muy cómodos con él, porque actúa de un modo al que están acostumbrados.

Hice un programa de television con él hace algunos años, y descubrí que tenía muy poco que decir en lo que respecta a la comprensión de las grandes fuerzas de clase que operan en conflicto. ÉI hablaba de cuestiones de gestión. Creo que es un hombre acostumbrado a tener bandeja de entrada, a tomar una hoja de la bandeja, escribir un correo electrónico y ponerla en la bandeja de salida. Y hasta ahí me parece que llega su visión.

¿Qué tipo de vision le haría falta ahora mismo al Partido Laborista?

Tiene que tratar de acertar por la izquierda. Hay que desmantelar toda la privatización del servicio sanitario, porque muchas de sus funciones están subcontratadas a empresas privadas. Eso se tiene que acabar. Los grandes servicios públicos deberían convertirse en propiedad pública, y lo mismo las infaestructuras: transportes, correos, telecomunicaciones, energía, agua. Los elementos punteros de la industria deberían transformarse en cooperativas, o deberían ser de propiedad colectiva, de manera que podamos empezar a levantar una economía que pueda cumplir con las cuestiones climáticas, pero también que proporcione trabajo seguro.

Y también necesitamos grandes bancos públicos de inversion para invertir en las regiones en las que existe una verdadera pobreza endémica y nada de empleo, como el noroeste [de Gran Bretaña]. Es posible un programa masivo, aún dentro de los límites de la socialdemocracia, que sin embargo podría ser una primera piedra para una economía socialista.

Pero el gran vacío es: ¿dónde está la izquierda europea? Tuvimos una posibilidad con el liderazgo de Jeremy Corbyn, pero en lo que respecta al movimiento de masas, de Europa no llegó nada: nos quedamos aislados. Eso podría haber supuesto una gran diferencia. No fue solo una derrota de la izquierda en Gran Bretaña: puso de manifiesto la ausencia de una izquierda congruente en el resto de Europa.

El único movimiento de masas que parece haber surgido en estos años es el que combate el cambio climático.

Pero no se basa en una política de clase. Carece de un análisis estructural de la estructura dominante de la economía. No puedes controlar a las grandes empresas multinacionales y decirles cómo producir, dónde conseguir las materias primas. No puedes planificar lo que no es de tu propiedad. Y si no tenemos la propiedad, no podemos planificarla, y si no podemos planificarla no podemos proteger el planeta. Nos hace falta liderazgo: una masa de gente se verá motivada para organizarse si ve un problema grande, pero la cuestión del liderazgo estriba en comprender las raíces del problema y liderar luego partiendo de esa base. Nos devuelve a la idea de Lenin del Partido: hay que tener un análisis coherente del corazón del movimiento; de lo contrario, se dispersa.

En esos días los migrantes siguen inundando las fronteras de Europa, pero parece que nos hubiéramos olvidado de ellos por completo, mientras que ellos se encuentran entre los más expuestos a esta crisis.

Por supuesto, no tienen ninguna protección. No solo los migrantes: Siria, los rohinyas, la gente de Gaza, de Cisjordania. Los pueblos por doquier oprimidos. Probablemente, el virus sea lo ultimo en lo que estén pensando: se están preguntando, “¿dónde voy a comer?, ¿dónde me voy a refugiar esta noche?, ¿voy a sobrevivir mañana tal como están las cosas?”.

La gente se apiña en la pobreza en las islas griegas, en los campos de refugiados y en las favelas de América Latina. En cuanto entra el virus, la perspectiva se vuelve aterradora. Creo que demuestra que hay un problema inherente al Derecho internacional, a las Naciones Unidas; nos hace falta un Derecho internacional que pueda llevarse a la práctica, pero, mientras países como los Estados Unidos —y China y Rusia— no lo acepten y rechacen la responsabilidad colectiva, es muy poco lo que podemos hacer. Las Naciones Unidas son una organización que hace campaña, no puede llevar a la prácica nada. Y sin eso estamos perdidos.

¿Tampoco la Unión Europea parece desempeñar un papel positivo?

A Italia, como a Grecia, la han dejado sola. El norte de Europa le volvió la espalda: se supone que estamos juntos en esto, pero ya se arreglan ustedes. La hipocresía de la Unión Europea es sencillamente repugnante cuando se enfrenta a un problema de verdad que poner en común. No coincido en lo politico con Angela Merkel, evidentemente, pero por lo menos ella reaccionó de un modo humano.

¿Cómo puede, o cómo debería afrontar el cine esta crisis cuando llegue el momento?

La cuestión preponderante para el cine es que necesitamos tener cines, en ciudades grandes y pequeñas, porque el impulso de ver películas en casa, el modelo de Netflix, es para mí desastroso. La opción de elegir película en los multicines se está haciendo cada vez más reducida y el cine independiente se queda fuera. La única forma de sobrevivir, me parece, es que los cines sean de propiedad municipal, con una programación a cargo de gente que se preocupe por el cine. Necesita intervenciones poíticas, de modo que lo tratemos igual que a las galerías de arte, y que el dinero público se invierta en cines que proyecten películas del mundo: europeas, del Lejano Oriente, de América Latina, África y Norteamérica, por supuesto. Podrían ser lugares estupendos y podríamos volver a disfrutar de las películas de nuevo, con público.

Las comedias, por ejemplo: la risa es contagiosa, si te sientas en tu casa a ver una comedia, lo más probable es que no te rías igual que si estuvieras sentado entre una multitud de gente que se ríe. Y si hay algo conmovedor o trágico, lo sientes más entre el público que si estás sentado tu solo en tu habitación, y parándote una y otra vez para hacerte un té.

Ken Loach Ken Loach (1936) es el mayor de los cineastas políticamente comprometidos del realismo social británico.

https://www.sinpermiso.info/textos/ken-loach-una-economia-de-mercado-no-puede-estar-preparada-para-una-crisis-sanitaria-entrevista

martes, 7 de abril de 2020

Ken Loach: “Solo lo público nos sacará adelante”

El cineasta británico se confiesa muy preocupado ante la pandemia, y considera que al final, en lo social, se vuelve una y otra vez “a luchar las mismas batallas”

Hace 10 días, corrió el rumor en Internet de que las películas de Ken Loach (Nuneaton, Inglaterra, 83 años) iban a ser liberadas en su canal de YouTube. No tenía sentido: los derechos audiovisuales de las obras pertenecen a diferentes compañías según los territorios en los que se hayan vendido y los tiempos estipulados en cada contrato, pero tras contactar con Loach para desmentir la posibilidad, se abrió una puerta: le apetecía una charla.

Así fue como el pasado jueves, a primera hora de la mañana española, más pronto aún en Bath, la ciudad al suroeste de Inglaterra en la que vive el doble ganador de la Palma de Oro de Cannes –por El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake-, sonó el teléfono. “Hola, soy Ken. ¿Cómo estás?”. La voz de Loach es muy característica: quebradiza y doliente, suave, envuelve en cambio un discurso firme en pro de los derechos humanos y de los trabajadores. Un ejemplo: en 1971 la ONG Save The Children –que entonces nada se parecía a la actual- le contrató para que rodara un documental sobre su labor. Loach lo filmó, lo entregó y los directivos de Save The Children escondieron la película en un cajón: a pesar de que eran los clientes, el cineasta decidió mostrar el racismo y el clasismo de lo que en aquella época era “una empresa de caridad mal entendida”, dijo años después. Desde 1990 con Agenda oculta, se ha convertido en la voz más popular de cine de autor de izquierdas. Y muy atento a la deshumanización laboral de las nuevas tecnologías, como mostró su último filme, Sorry We Missed You (2019).

Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Bien. Con mi esposa. Tranquilo. Y preocupado. Dedico el tiempo a hablar con amigos.

P. ¿Está trabajando en algo?
R. No en algo concreto. Hablo con Paul [Laverty, su coguionista, que vive en Edimburgo] mucho, pero no estoy con ánimo.

P. La pandemia no da respiro.
R. Vivo en un país con un Gobierno incompetente. No hubo planes de contingencia, con médicos y enfermeras trabajando sin la protección adecuada, han dejado tirados a los cuidadores de ancianos, y por tanto, a esos ancianos. Sabían que el virus venía y no se anticiparon. Puedo entender a Gobiernos como el español o el italiano, porque fueron los primeros en encarar a la Covid-19 en Europa, ¿pero el británico? Os estabais encerrando en España, y quiero enviar mi solidaridad a las familias de los fallecidos en tu país, y aquí Boris Johnson primó salvar a la economía antes que a sus conciudadanos. Es un fracaso rotundo. Viven para los mercados, y los mercados les dejaron tirados. La información que nos ha llegado sobre quién podía salir o no ha sido absolutamente confusa. Claro que hay que industrias que tienen que trabajar, pero en edificios seguros, ¿no? Aunque en condiciones adecuadas. Y esta confusión ha provocado una ola de rabia…

P. ¿Cómo calificaría a Boris Johnson?
R. La situación recuerda mucho a la de hace un siglo, cuando se inició la Primera Guerra Mundial. Centenares de miles de jóvenes soldados fueron enviados al frente a morir, tratados como burros. Hoy, Johnson trata igual al personal sanitario: como burros.

P. Siempre se ha definido como optimista. ¿Incluso ahora?
R. [risas] Depende de cómo lo midamos. Supongo que tiene que ver con la gente que te rodea, incluso con quien te gobierna. Hoy, desde luego, no lo soy. Estoy bastante asustado por mi familia. Mis hijos y nietos viven en Londres y Bristol, y son zonas de riesgo asoladas por un virus descontrolado.

P. Usted filmó un documental, El espíritu del 45, sobre el espíritu de solidaridad que unió a los británicos durante la Segunda Guerra Mundial, y la posibilidad de haber creado una sociedad más justa al acabar el conflicto bélico. ¿Podríamos vivir un momento similar?
R. Bueno, la diferencia es que entonces la gente quería un cambio. Y había un liderazgo en ese camino. Hasta que los políticos acabaron con aquello. Aquí, hoy, Jeremy Corbyn ha sido apartado del liderazgo del Partido Laborista tras recibir durante años ataques desaforados. Y me temo que los laboristas volverán a ser un centro descafeinado. Hemos perdido la oportunidad, el estado anímico es otro.

P. También hay una gran preocupación por toda Europa por el desmantelamiento del Estado de bienestar.
R. Puede que sea el final…, o su renacimiento. Porque la gente ha entendido la necesidad de tener una sanidad pública en condiciones. Solo lo público nos sacará adelante. ¿Sabes qué he visto con los años? Que siempre estamos luchando las mismas batallas. Una y otra vez. La falta de principios provoca falta de organización que a su vez provoca mal análisis. Y caen las fichas. A eso nos lleva el capitalismo furibundo.

P. ¿Es tiempo para apostar aún más por la democracia?
R. Sí, pero Hitler ganó unas elecciones. Es tiempo de buenos análisis y de solidaridad y de ayuda. ¡Es que Trump fue elegido por votantes! La democracia siempre ha estado llena de buenas intenciones, y siempre ha sido aprovechada por los corruptos. Los políticos deben mirarse menos a sí mismos y más a los votantes, a la maltratada clase trabajadora. Seguimos viviendo el conflicto entre explotados y quienes se llevan el dinero. Y vivimos el triunfo de la propaganda, financiada por los partidos de derecha y ultraderecha. Estos días, como pequeño ejemplo, yo estoy sufriendo de nuevo ataques por mi posición antiisraelí. Llevo 30 años padeciéndolos. Por suerte, mis amigos judíos entienden que estoy en contra del comportamiento de un Estado que oprime a los palestinos, y no en contra de una religión.

P. El Brexit suena ya a pesadilla lejana.
R. Pero sigue ahí, nada va a cambiar. Quiero ver cómo va a cambiar la Unión Europea, si va a ser capaz de convertirse en algo más que en una asociación económica y proteger a los europeos. Y a proteger la democracia incluso entre sus miembros, no permitiendo pasos como los que se están dando en Hungría.

P. ¿Le da tiempo a ver películas? Hay una oleada de cultura gratis o accesible desde casa.
R. ¡Qué va! Con responder cartas se me va el tiempo. Camino algo porque vivo a las afueras. Hablo con la familia. Disfruto más de las cosas sencillas. Ahora, creo que la cultura debe de tener un valor, porque sus creadores tienen que ser remunerados.

P. ¿Sale al aplauso diario?
R. No, porque solo tengo de testigos a los pájaros y los árboles. Pero constantemente pienso en el personal sanitario, y en la hipocresía del Gobierno de enviarles sin material adecuado y a la vez aplaudir cada tarde.

"NO ME PUEDO OLVIDAR DE QUIENES CUIDAN A LOS ANCIANOS"
Durante el pasado festival de San Sebastián, Ken Loach dedicó un día, el último de su estancia, a apoyar con su presencia en una acampada a las trabajadoras de las residencias de ancianos de Gipuzkoa, que se encontraban en huelga por sus condiciones laborales. Lo hizo sin que lo supiera la prensa, pero posó junto a todo el que se lo pidió. "Antes de que colguemos, quiero enviarles un gran abrazo. Porque son gente que viven en un equilibrio muy precario mientras cuidan de otros. Sé que su situación ha empeorado aún más si cabe. No las olvido".

sábado, 14 de diciembre de 2019

Entrevista al cineasta Ken Loach "La gente aún valora la honradez"

Manuel Ligero
La Marea

El director británico vuelve con una obra estremecedora sobre el trabajo precario, Sorry We Missed You

Es imposible mejorar la descripción que Graham Fuller, redactor de la revista Interview, hizo en su día de Ken Loach: “Es un hombre espontáneamente modesto. De hecho, es un oxímoron andante: un director de cine que, aparentemente, carece de ego. (…) De los innumerables cineastas que han hablado delante de mi grabadora durante años, Loach ha sido el menos director, el menos interesado en dotar a la profesión de una relevancia cósmica”. Los periodistas nos empeñamos en abordarlo con expresiones como “en su obra es importante esto” o “en sus películas se habla de aquello”. El maestro inglés nos corrige con dulzura antes de contestar: “No es ‘mi’ película. También es de Paul Laverty [su guionista de cabecera] y de Rebecca O’Brien [la productora]. Es un trabajo de equipo”. Quien así habla tiene dos Palmas de Oro de Cannes en su despacho y ha firmado algunas de las películas más conmovedoras de los últimos 30 años. Títulos que reflejan la vida de la clase obrera más desfavorecida aunando ternura, humor y drama: Riff-Raff, Lloviendo piedras, Ladybird Ladybird, Mi nombre es Joe, Buscando a Eric, Yo, Daniel Blake… La lista es abrumadora.

Loach acudió a San Sebastián para presentar Sorry We Missed You, una obra estremecedora sobre el “trabajo precario”; así lo expresa él, en castellano, guiñando un ojo para que apreciemos su esfuerzo por definir el tema con precisión en nuestro idioma. “El mundo cambia y siempre surgen nuevas formas de explotación. Esta forma de trabajar es absolutamente nueva y nadie había contado antes el efecto que tiene sobre las familias”. Su último filme narra la historia de un matrimonio aplastado por la carga laboral. Él conduce una furgoneta de reparto y ella es cuidadora a domicilio: ayuda, limpia y alimenta a personas que no pueden moverse por sí mismas y de la tercera edad. Sus hijos crecen solos porque ellos pasan por casa exclusivamente para dormir. Es la historia, en resumen, de una familia que se descompone. ¿Es política? Sí, claro, no podía ser de otra forma. Pero Fuller, nuevamente, lo expresa mejor: “La principal preocupación de Loach, pese a que su trabajo está arraigado en la lucha política, no es ni la retórica ni la ideología, sino la gente”.

¿Cómo describiría su acercamiento a esta gente? ¿Es piedad? ¿Rabia por sus condiciones de vida? ¿Es amor?

Es complejo, porque no se trata solo de mis sentimientos. Ya he dicho que la película es un trabajo de equipo. Lo primero es el respeto, eso lo compartimos todos. Pero yo, si tuviera que definirlo con una sola palabra, diría “solidaridad”.

Prefiere hablar de autenticidad antes que de realismo. Los personajes de todas sus películas también demuestran una gran solidaridad entre ellos. ¿Eso también es auténtico? ¿Tiene una base real?

Diría que sí. Apoyarnos mutuamente es algo natural. Siempre hay algunos egoístas, claro, pero lo más normal es echarle una mano al prójimo.

¿Y eso no está en crisis también?

No lo creo, aunque es cierto que la gente de mi generación ha visto otro tipo de sociedad. Cineastas como Mike Leigh o como yo, que crecimos en los años 40 y 50, justo después de la guerra, vimos que por entonces había un sentimiento muy fuerte de comunidad. La gente trataba de crear una sociedad mejor en torno al bien común. A la siguiente generación, la que creció en la época de Margaret Thatcher, no se la educó en los beneficios de trabajar por el bien común sino en los valores del éxito privado. El estado de ánimo era muy diferente. Se pasó del “vamos a trabajar juntos” al “preocúpate por ti mismo, busca el éxito, sé un emprendedor”.

Y de ahí se pasó a esa trampa llamada «economía colaborativa».

Que es perfecta para el empleador y una desgracia para la clase trabajadora. Porque el patrón ya no necesita un encargado que le diga a la plantilla qué es lo que tiene que hacer y que la vigile minuto a minuto. Se controlan a sí mismos por medio de una aplicación. Y además no tienen vacaciones pagadas ni protección sanitaria en caso de enfermedad. Es un desastre.

¿De dónde viene su interés por contar las dificultades de la clase trabajadora?

Bueno, la mayoría de nosotros somos trabajadores, pero dentro de este grupo hay gente que está peor: los trabajadores pobres, que son muy vulnerables y tienen que luchar mucho para poder sobrevivir. Me interesan esas vidas. Luego está el afán por cambiar este estado de cosas, que es algo que debe ocurrir desde abajo, por parte de la propia clase obrera. Los burgueses no van a regalarnos nada. Y la tercera razón es porque cuentan los mejores chistes.

Hay una escena en la película en la que el padre riñe a su hijo adolescente diciéndole: “Nosotros no robamos”. Y eso es un orgullo viniendo de una familia humilde de clase trabajadora. ¿Cree que el neoliberalismo está cambiando de alguna manera este código moral?

No lo creo. Siempre hay un elemento criminal en todos los estratos sociales, empezando por Donald Trump y yendo hacia abajo. La sociedad económica no tiene moral. Se basa simplemente en la explotación y en el acaparamiento: un grupo de propietarios se lo queda todo y los otros lo pierden todo. Pero creo que la gente, en general, aún se precia de ser honesta. Valora la honradez. Entre la burguesía, en cambio, no creo que la ética sea una de sus grandes cualidades. Saben que robar directamente no está bien, pero no tienen ningún reparo en apropiarse de los recursos naturales de un país. Por supuesto, ellos no lo llaman robar. Lo llaman comercio.

Sorry We Missed You habla de los estragos que este sistema laboral produce en la familia. ¿Esto tiene arreglo?

Lo que un sistema económico debería ofrecer es seguridad. Seguridad frente al paro, seguridad en los ingresos, seguridad para tener un hogar, para tener una educación, seguridad cuando estás enfermo, cuando eres mayor… Si tenemos eso, la familia tendría tiempo para cuidar de sus relaciones, que es lo que falta cuando el padre y la madre trabajan 10 o 12 horas al día. Con esa seguridad, cuando ya tienes cubiertas tus necesidades básicas, puedes preocuparte por el vecino, puedes ser generoso con el inmigrante. Si no tienes esa seguridad, te encierras en ti mismo. Para ser generoso hay que sentirse fuerte. Y esta generosidad hacia tus hijos, tus vecinos, tu comunidad, es un buen entorno en el que vivir.

¿Piensa en una audiencia específica cuando rueda sus películas?

Realmente no. El principal compromiso es con la historia y con los personajes, a los que hay que retratar con la mayor autenticidad posible. Hay que llegar a la misma piel, que es muy diferente si se trata de un trabajador o de un burgués. Eso se ve incluso en el físico. Sus cuerpos están moldeados de forma diferente. Mueven las manos de forma diferente. El idioma que hablan es diferente. Hasta su mirada es diferente. A la hora de componer ese retrato no cedo ni un ápice.

El enemigo está entre nosotros

Desde los años ochenta, Loach tiene una fijación, una espina clavada: los líderes sindicales que traicionaron a los trabajadores en aquella época, en las minas, en los puertos, en las fábricas, haciendo triunfar a la postre el modelo thatcheriano. Quizás por eso en sus películas no suele criticar a los peces gordos, porque eso sería demasiado obvio, sino a los mandos intermedios, a los lacayos, a los trabajadores que venden a sus propios compañeros. En nuestros días, el modelo de explotación se ha refinado. O mejor dicho, se ha retorcido, como puede verse en la empresa de reparto que aparece en Sorry We Missed You : “Ahí hay un encargado, que no es el dueño de la empresa, que dice ‘cuidar’ a sus trabajadores dándoles más y más trabajo. ‘Yo cuido de ti y de tu familia porque te hago ser más eficiente’, les dice. Cree que los defiende, paradójicamente, imponiéndoles un régimen draconiano. Y a través de él vemos cómo ahora el trabajo se puede abrir o cerrar, como un grifo, lo que es magnífico para el negocio, porque evita los contratos y elimina los derechos laborales. Así son más competitivos, lo que atraerá más trabajo, y cree que eso es bueno. En realidad no protege a los trabajadores, los destruye. Esa es la contradicción del libre mercado”.

El interés de Loach por la división de la clase trabajadora tiene, sin duda, un capítulo de oro en Tierra y libertad (1995). “Cuando hicimos esa película –explica– hablamos de la división de la izquierda durante la Guerra Civil española y del enorme peaje que tuvo que pagar por aquello.No nos propusimos hacer una película contra el fascismo porque ¿quién era fascista en los años 90? Nadie. En aquel momento no podíamos prever el actual renacimiento de la ultraderecha. Pero ahora sí se podría hacer una película antifascista para recordarle a la gente lo que es eso. Quizá la ultraderecha de hoy no sea exactamente fascista, pero utiliza una técnica similar: dividir a la clase trabajadora y enarbolar prejuicios simplistas”.

¿Boris Johnson juega en esa liga?

En cierto sentido parece el tonto útil de la ultraderecha, pero creo que no lo es. Presenta una fachada bufonesca pero tiene una idea muy clara de lo que quiere hacer: vender Gran Bretaña a los Estados Unidos. Bajaría los impuestos a cambio de dejar entrar a las empresas norteamericanas de seguros. Todos los servicios se empobrecerían y el trabajo sería más barato y más precario. Johnson es un personaje complejo. Es mucho más listo de lo que parece. En otras circunstancias sería incluso interesante.

A su favor cuenta con que la izquierda británica también parece dividida.

Eso no es cierto. Es la impresión que quieren dar los medios. La BBC, por ejemplo, es descaradamente hostil a Corbyn. Incluso la línea editorial de The Guardian es anti Corbyn. El Partido Laborista ahora mismo está muy unido en torno a su líder. Pude verlo en la reciente conferencia que tuvo lugar en Brighton. Tienen un plan espléndido para acabar con la precariedad y para recuperar los servicios básicos privatizados: agua, electricidad, transporte… Y este plan tiene una gran aceptación popular. Solo hay divergencias en un tema: el Brexit. Por eso los medios no hablan de otra cosa.

La censura económica

Durante los años ochenta, Ken Loach decidió tener un papel más activo en la oposición a las políticas de Margaret Thatcher y cambió la ficción por los documentales. En ellos mostraba la descomposición de la lucha sindical de los mineros y los trabajadores siderúrgicos. Todos fueron sistemáticamente censurados por la Independent Broadcasting Autorithy. Incluso la obra de teatro Perdition, de Jim Allen [su colaborador durante 15 años en la tele británica y guionista de Tierra y libertad ], que Loach estaba dirigiendo en aquel tiempo, fue retirada del cartel un día antes del estreno. Encontró cerradas todas las puertas. Solo pudo recuperar su carrera a partir de 1990, tras el éxito de Agenda oculta , que versaba sobre Irlanda del Norte y fue financiada con dinero estadounidense.

Al recordar aquellas dificultades ve un paralelismo entre aquel director silenciado que fue y la imposibilidad de los jóvenes cineastas de hoy para sacar sus proyectos adelante, especialmente si se trata de hacer películas de corte social. “La gente que decide qué películas se hacen, es decir, los productores, las distribuidoras y las televisiones, ninguno de ellos quiere hacer películas radicales. Y es lógico: son parte del sistema”, explica Loach. “A la hora de elegir prefieren una comedia romántica o una película de superhéroes. Conozco montones de jóvenes a los que les encantaría contar este tipo de historias sociales pero no encuentran financiación. Yo tuve mucha suerte cuando empecé en televisión [en 1963]. Podíamos hacer ficción contemporánea con bastante libertad. Si yo empezara a trabajar hoy, no me darían esa oportunidad. Ahora la tele es un vehículo para el espectáculo y está muy controlada. Hay una enorme burocracia, con un montón de filtros: jefes, desarrolladores de proyecto, productores, directores de área, directores de canales… Y todos tienen una opinión. Todo el mundo quiere meter la cuchara en un guiso que no es el suyo. Cuando mi generación empezó a trabajar, esa gente no existía. Tuvimos suerte, nos hicimos un pequeño renombre y como no nos ha ido del todo mal, siguen dándonos dinero. Pero si empezara ahora sería imposible”.

Y a su edad, 83 años, ni siquiera se atreve a hablar de su próximo proyecto: “No sé si volveré a rodar otra película. Hablar de hacer una película es fácil, pero hacerla es algo muy duro”.

Fuente:

https://www.lamarea.com/2019/11/07/ken-loach-la-gente-aun-valora-la-honradez/

jueves, 5 de diciembre de 2019

I, Daniel Blake

El director de I, Daniel Blake, eleva su apuesta con esta historia desoladora de un repartidor empujado al borde del abismo laboral. Recogemos la crítica que escribió Peter Bradshaw tras ver la película en el Festival de Cannes el pasado mes de mayo.

El director Ken Loach y el guionista Paul Laverty han vuelto a tomar Cannes con otro apasionado boletín sin remilgos desde el corazón de la Gran Bretaña moderna, tierra del vasallaje de la disponibilidad horaria laboral (“zero-hours”) y la servidumbre de la economía de servicios , una película que sigue la tradición de la obra anterior de Loach y que se remonta hasta Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. Es feroz, franca y airada, sin ironía y sin adorno, respecto a un problema contemporáneo crucial de cuyas implicaciones en cierto modo no suele oírse hablar en las noticias.

Al igual que su anterior película, I, Daniel Blake, retrata el coste humano de un desarrollo económico que nos vemos alentados a aceptar como cosa de la vida. Al igual que I, Daniel Blake, ha sido objeto de una investigación substantiva gracias a muchas entrevistas confidenciales, y con riqueza de detalle. Pero yo creo que esta película es mejor: dramáticamente, resulta más variada y mejor digerida, con más luz y sombra en su avance narrativo y más que hacer colectivamente para su reparto. Esta película me atizó en el plexo solar, baldado por la sencilla honestidad e integridad del trabajo de los actores. Pero mis emociones se vieron nubladas por mis sentimientos acerca de una cuestión política tóxica. Volveremos sobre esto en un momento.

El drama nos remite a Ricky (interpretado por Kris Hitchen), antiguo albañil en Newcastle que ha perdido tanto su trabajo en la construcción como su posibilidad de una hipoteca tras el derrumbe económico de 2008. Se trata de un tipo trabajador, afectuoso, con una pizca de carácter y afición a la bebida. Vive ahora de alquiler con su mujer, Abbie (Debbie Honeywood), enfermera de servicios y cuidadora a domicilio, que ha de visitar todos los días a docenas de personas, discapacitadas, ancianas y vulnerables para darles de comer, bañarles y “arroparles”, jerga de una inquietante versión formalizada de intimidad materna. Es una carga de trabajo que a lo largo de los años no le ha dejado tiempo para arropar a sus dos hijos al acabar el día: Seb (Rhys Stone), un insolente adolescente con talento artístico, pero en líos con las autoridades, y su hermanita lista, Liza Jane (Katie Proctor).

l compadre de Ricky le convence para meterse en lo que parece una bonita fuente de ingresos: conducir una furgoneta para una gran compañía de reparto. Pero el gerente, de cara larga, de la empresa, Maloney (Ross Brewster) – un tipo cabezota con un corte de pelo al uno – le dice bruscamente a Ricky que le darán trabajo con un estatus prácticamente de autónomo, sin ninguna de las prestaciones de un empleo convencional. Tiene que comprar o arrendar su propia furgoneta, o alquilársela a la empresa con una tarifa ruinosa y ajustarse a objetivos estrictos de reparto, que establece un lector de códigos de primera importancia, al que de modo inquietante se denomina “el cañón”. De particular importancia son los “precisores”, clientes que han pagado un suplemento por lapsos precisos de reparto. Maloney grita cosas como “¡Saquemos el carton del cemento!” cuando están cargados todos los paquetes: un detalle revelador del mundo real. Pero Ricky no tiene tiempo para ir al baño y tiene que llevarse una botella de plástico, una necesidad que no solo es vergonzante sino que le hace vulnerable. Y Maloney no se lo ha contado todo sobre la situación del seguro.

De modo que Ricky persuade a Abbie para que venda el coche que necesita ella para ir a trabajar a fin de poder comprar él la furgoneta con la que tomar la ruta que les saque de la miseria financiera. Le contratan – o le suben “a bordo”, en la siniestra terminología de la empresa – y Laverty crea una sutil resonancia cuando un poli solícito y agobiado le dice a Seb que tiene una gran familia y que debería “Subir eso a bordo”.

Inevitable, inexorablemente, Ricky se mete en líos cuando las necesidades humanas corrientes entrañan que tenga que tomarse algo de tiempo fuera del trabajo, y el sistema de “sanciones” – otro espeluznante ejemplo de jerga empresarial tomada en préstamo del Departamento de Trabajo y Pensiones – implica que se vea atrapado en más y más deudas con la empresa y tenga que trabajar cada vez más duramo. Abbie tiene también un contrato de absoluta disponibilidad horaria y se da cuenta de que sus pacientes están peor atendidos: Honeywood tiene aquí bonitas escenas desgarradoras. Su vida familiar y su relación con los niños se hace cada vez más tóxica. Resulta absorbente, hasta aterrador, sobre todo cuando Ricky se da cuenta de dónde recae la responsabilidad financiera de sus mercancías. El reparto pone en escena ante nosotros una situación trágica con sencilla dignidad y franqueza.

Y aquí es donde surge mi aprensión. Mucha gente verá esta película como un retrato de problemas a los que se enfrenta la gente, y no de la tontuna ya sabida del Brexit, que preocupa sólo a la gente de la burbuja londinense. ¿Tiene esa sensación el director? No lo sé. Pero yo sólo puedo decir que la Unión Europea es la actual guardería de los derechos de empleo, y fuera de ella es donde los trabajadores encontrarán más cinismo, más explotación, más aislamiento económico y más pobreza. Esta brillante película hace que la mente se concentre.

Peter Bradshaw es el crítico cinematográfico principal del diario británico The Guardian.

Fuente:
The Guardian, 16 de mayo de 2019

viernes, 8 de noviembre de 2019

Ken Loach: “Soy optimista, los pueblos siempre resistirán”. El cineasta británico vuelve a la carga con la denuncia del trabajo precario y el desmoronamiento social con ‘Sorry We Missed You’.

Amable en extremo, la elegancia y suavidad de Ken Loach contrasta con la firmeza en la defensa implacable de los derechos de la clase trabajadora y en la mirada siempre emocionada sobre la gente anónima. En su cine no hay huecos ni concesiones que valgan. A sus 83 años, el director vuelve a la carga con Sorry We Missed You, un filme que relata el agotador y difícil día a día de una familia, madre cuidadora de enfermos, padre repartidor autónomo y dos hijos adolescentes, que intenta sobrevivir en la jungla del libre mercado. Su presentación en el último festival de Cannes provocó un profundo estremecimiento, el mismo que cuando se proyectó en el certamen de San Sebastián, donde consiguió el Premio del Público a la mejor película europea. Sorry We Missed You, escrito de nuevo con su mano derecha, el guionista Paul Laverty, se estrenó este jueves en las salas españolas. A pesar de todo lo que muestra su cine —Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe o Yo, Daniel Blake, su segunda Palma de Oro— no es Ken Loach un hombre pesimista. Cree en la fuerza de los pueblos y en el futuro de la izquierda. “Los pueblos siempre resistirán. Siempre habrá alguien que luche”, aseguraba el cineasta en una entrevista realizada en septiembre en San Sebastián.

Sorry We Missed You pone la mirada sobre los repartidores autónomos sometidos a unas draconianas normas que imponen las plataformas de comercio electrónico. No quiere su director hablar de esclavitud —“la palabra esclavo tiene otras connotaciones”—, pero sí de nuevas y atroces formas de explotación, consecuencia de la economía de libre mercado. “Hace tan solo una generación tenías un trabajo y los empresarios obtenían beneficios, desde luego, pero era un trabajo seguro, podías recurrir a los sindicatos, podías ponerte enfermo porque estabas protegido, te podías ir de vacaciones y trabajabas unas ocho horas al día. Tu sueldo te permitía vivir de una manera digna. Lo que ha ocurrido, de forma inevitable en una economía de libre mercado, es que las grandes corporaciones compiten entre sí para vender sus mercancías y compiten con los precios. ¿Cómo conseguir que el precio sea más barato que el de la competencia? Muy simple, pagando menos a los trabajadores”, reflexiona. El inglés, nacido en Nuneaton, no cree que la Red por sí misma haya contribuido a esta nefasta situación: “Internet es una herramienta de conocimiento neutro y eso es un gran avance, pero si se usa para controlar a los empleados, como se ve en la película, es un desastre para el trabajador. No es un problema de la ciencia, sino de quién controla esa ciencia, de los propietarios de la tecnología”.

MÁS INFORMACIÓN

Las dudas de Ken Loach sobre el independentismo
Aunque no da por acabado el Estado del bienestar en Europa, se enardece, siempre de forma tranquila aunque decidida, ante la falta de recursos públicos para las clases populares y cómo a las empresas privadas les están facilitando el camino para hacerse cargo de unos servicios que deberían de correr a cargo del Estado. “Hay dos motivos para la esperanza. El primero es que los pueblos siempre resistirán y alguien siempre luchará. Lo segundo es que vivimos en un sistema que no puede continuar más tiempo. Por ejemplo, si uno piensa en el trabajo de los repartidores que utilizan gasolina para su trabajo cuando el petróleo tiene los días contados. Estamos destruyendo los pequeños comercios en los centros de los pueblos y ciudades, pidiendo y comprando todo por Amazon. ¿Queremos seguir así?”.

Rechaza Ken Loach referirse a su cine en singular y habla con pasión de todas las historias maravillosas que uno va conociendo. “Tengo que hablar en plural porque yo siempre trabajo con Paul Laverty. Somos un equipo y por eso no me gusta hablar solo de mí. La gente que uno va conociendo en la vida es la que nos sirve de inspiración. Mires por donde mires, hay tantas historias que contar, y lo más maravilloso es poder contarlas. Durante la preparación de esta película, conocimos a mujeres que cuidaban a personas mayores con una generosidad y cariño muy por encima de lo que les pagaban”.

Y, cómo no, sale en la conversación el Brexit. “El Brexit es absurdo porque los grandes problemas de la gente como es la precariedad en el trabajo, la pobreza, la inseguridad, los sin techo o los servicios públicos colapsados no los va a solucionar. El Brexit es una distracción para no hacer frente a los grandes problemas del Reino Unido. Es un conflicto entre los dos bandos de la derecha, unos que creen necesitar del mercado europeo y los más extremos que quieren salir de la Unión Europea para pagar menos impuestos y abrir el mercado a Estados Unidos”.

De triunfar el Brexit duro, Ken Loach augura un todavía más desaforado capitalismo en su país. “Si dejamos la Unión Europea y los tories están el poder, el Reino Unido se convertirá en un gran mercado de trabajo barato, sin ningún tipo de regulación, que atraerá inversiones extranjeras hacia los servicios públicos. Es realmente preocupante. El sistema sanitario podría caer en manos de grandes compañías estadounidenses. Ese es mi mayor miedo”.

A pesar de todo, el director confía en la izquierda de su país. Dice que es un ejemplo para Europa. “La izquierda británica es fuerte y está unida, con un líder, Jeremy Corbyn, totalmente opuesto a lo que fue Tony Blair, por su apoyo al sindicalismo y a las inversiones públicas, además de que planta cara al problema del medio ambiente”. Por primera vez en su vida, confiesa que puede decir bien alto y con orgullo: “Seguid el ejemplo de Gran Bretaña. Hemos conseguido erradicar las divisiones de la izquierda desde que Corbyn está en el poder. Por fin tienen la oportunidad de alcanzar el poder. Nunca pensé que podría decir esto. Hay que abandonar los egos, aceptar las diferencias y aprender de Lenin, cuyo lema era "Tierra, pan y paz'”.

La visceralidad de Loach, su perpetua intención (¡y derecho!) de querer cambiar el mundo, aparecen aquí con emocionante ternura.


https://elpais.com/cultura/2019/10/31/actualidad/1572512849_607957.html

martes, 5 de noviembre de 2019

Entrevista a Ken Loach "El sistema ha llegado a la perfección, el obrero obligado a explotarse a sí mismo"

Begoña Piña
Público

El cineasta aborda la precariedad laboral en Sorry We Missed You, con guion de Paul Laverty, una cinta en la que evidencia a los trabajadores que éste no es un sistema sostenible. Premio del Público a la Mejor Película Europea en San Sebastián.



Una secuencia de Sorry We Missed You

El mercado quiere ganar y ganar dinero, y el precio lo pagan los trabajadores. Pero “la lucha continúa” y Ken Loach levanta el puño y sonríe. 83 años combatiendo la injusticia del capitalismo y poniendo el dedo en la llaga. Ahora toca luchar contra la máxima expresión de la explotación, “el sistema de explotación ha llegado a la perfección, el obrero obligado a explotarse a sí mismo”.

Es lo que le sucede a Ricky, uno de los protagonistas de su nueva película, Sorry We Missed You, retrato de la precariedad laboral en la sociedad de hoy. Loach, con guion de Paul Laverty, dibuja un panorama, muy amargo porque es real, de las condiciones laborales de una familia media británica. Cada día trabajan más, cada día tienen menos tiempo juntos, cada día el desánimo gana terreno en sus vidas…

Extraordinaria película, cargada de una humanidad y una verdad turbadoras por la tristeza que arrastra, Sorry We Missed You se estrenó en el Festival de Cannes y en el Festival de San Sebastián conquistó el Premio del Público a la Mejor Película Europea. Loach, octogenario imparable, presentó su película en un cine abarrotado, atendió feliz a la prensa –con Público mantuvo esta entrevista– y, entre una cosa y otra, salió corriendo hacia el Puente de la Zurriola para acompañar a las trabajadoras de las residencias de ancianos de Gipuzcoa, en huelga esos días por sus condiciones laborales. Hace solo unos días escribió a sus distribuidores en España para preguntar cómo iban las negociaciones de estas trabajadoras.

¿La precariedad laboral ha llegado a un punto que resulta ya insoportable?

Hoy el desempleo es menor que hace unos años, pero se ha incrementado ese tipo de trabajo que no te permite vivir. El trabajo es muy precario. Con esta película no quería hacer ningún alegato, pero pensé mucho en la historia, porque es una situación que puede ocurrir, de hecho, millones de personas conocen esta historia.

Pero ¿cuánto se puede resistir?

Lenin decía que la clase dirigente sobreviviría a cualquier crisis siempre que la clase trabajadora pagara el precio.

¿Cómo podemos luchar contra esto?

Creo que tenemos que luchar en la forma tradicional, tenemos que pertenecer a un sindicato. Y a partir de ahí ir provocando movimientos políticos que defiendan nuestros intereses. El problema es que la política de los sindicatos socialdemócratas hoy es que el jefe, el patrón, se beneficie antes de que el trabajador tenga un buen salario. Y si la prioridad es esa, jamás podremos cambiar. Así, solo resistiremos lo que podamos.

¿No es tiempo ya de crear unos sindicatos europeos?

Así es, esa es la lucha. Hemos ido perdiendo la idea del colectivo. Desde Margaret Thatcher se ha ido incrementando el culto al individualismo y el colectivo ha ido disminuyendo. El bien común ha decrecido y ha subido el éxito personal.

¿Este momento tiene algo diferente respecto de esta lucha?

Sí, porque la situación afecta a una gran mayoría de personas, no solo a la clase trabajadora, también la clase media pierde privilegios . Es el momento justo para luchar.

En la película insiste en cómo el trabajo precario nos roba la vida privada…

La vida familiar pierde su integridad, se está desintegrando. Si trabajas catorce horas diarias, no tienes tiempo para tus hijos. Paul Laverty se documentó mucho y los trabajadores le decían que no veían a sus hijos y que si les veían, estaban agotados y no les aguantaban. La película está suavizada, no es nada comparado con lo que ocurre de verdad, hay historias mucho peores. Esta familia trabajadora de la película está a punto de destruirse.

Esta familia ya lo pasa bastante mal…

Pero puede ser peor, el domingo me encontré con una mujer cuyo marido tiene diabetes, fue a su cita en el hospital y la empresa le despidió. En el siguiente trabajo precario que tuvo no fue al hospital. Los compañeros le dijeron al jefe que no se encontraba bien, que estaba mal, que le dieran un respiro. El hombre murió. Tenía 53 años.

La situación es límite, pero la reacción ¿no es demasiado escasa?

Pero la gente reacciona. Ese mismo día, conocimos a un sindicalista que estaba intentando crear una defensa. Es cierto que la solidaridad ha muerto como cimiento social, aunque en pequeños colectivos sigue existiendo.

En Inglaterra, ¿qué posibilidades existen de que la situación de los trabajadores cambie?

Bueno, esto es el fin del sistema. Con Jeremy Corbyn sí hay una posibilidad porque él sí se lo cree. Lo primero es eso, será eso, devolver al trabajador salarios decentes. Aunque, claro, la BBC y los periódicos no hablan nunca de ello.


La familia protagonista de la película

¿Y con el brexit?

Desde que nos levantamos estamos hablando del brexit, pero es lo otro lo que más importa. Y ahora tenemos un laborista que cree y quiere hacerlo. El problema ahora, si nos vamos o no de Europa, es mucho más que el brexit.

¿Espera un futuro próximo convulso en su país?

Va a ser una lucha interesante. La derecha nunca invierte en regiones pobres, no quieren que saquen a las empresas privadas de la sanidad… pero la política de Corbyn en estos territorios es popular. Los medios de comunicación hablan muy mal de él, le llaman viejo, incompetente y, lo peor, lo más pernicioso, dicen que es racista. Eso es una mentira malvada y todo porque supuestamente apoyó a los palestinos. Espero que esa campaña salvaje contra él de los medios no haga mella.

El adolescente de su película está completamente perdido. ¿Está así la juventud?

Creo que es algo que ocurre en cualquier generación. Es un proceso. Primero está la esperanza, después está tener que sobrevivir en un mundo en el que el cambio que estás esperando no llega nunca y luego la desilusión. Nuestro trabajo es detener eso. Tenemos que seguir luchando, ellos tienen que seguir luchando porque tenemos y tienen fuerza para cambiar.

Los jóvenes han reaccionado con la crisis climática.

Sí, es la gran causa de los jóvenes, el cambio climático los está uniendo. Y nosotros, todos nosotros, debemos ser parte de esa campaña. Jeremy Corbyn estuvo con los chicos en la manifestación del clima.

Todo esto se ha acelerado desde la crisis de 2008, ¿qué hacemos para no ir a peor?

Nada de lo que pasa es una sorpresa, efectivamente. Es su juego. No es un fallo de la economía de mercado, al revés, es un desarrollo lógico del mercado. Pero nosotros aprendemos de eso una lección, la estructura económica debe cambiar, la economía debe ser planificada, hay que basar la economía en la propiedad común. Además… el petróleo se agota y si nosotros queremos cambiar, no podemos seguir usándolo… el cambio climático… todo eso también tiene que cambiar.

Habrá que cambiar también la Unión Europea ¿no?

Claro. La precariedad del trabajador viene de la competencia entre las empresas. Si una decide pagar menos a sus trabajadores, el productor que vende valdrá más barato y el de la empresa de al lado tendrá que hacer lo mismo. La fundación de la Unión Europea está basada en el libre mercado, así que sí, la comunidad europea nos empuja a ese trabajo precario.
@begonapina

Fuente:

https://www.publico.es/culturas/entrevista-ken-loach-sistema-llegado-perfeccion-obrero-obligado-explotarse.html

jueves, 2 de noviembre de 2017

Ken Loach: La derecha trata a los pobres como si fuesen culpables de serlo

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El cineasta britanico Ken Loach, de 80 años, denunció que la derecha europea trata a los pobres como si fuesen culpables de serlo, durante la presentación comercial en Francia de su último filme, el premiado "I, Daniel Blake".
"Hay una tendencia de la derecha, por toda Europa, de tratar a las personas pobres como si fuesen culpables de serlo", manifestó el realizador en una entrevista difundida hoy por la radio "France Inter".

"I, Daniel Blake" ("Yo, Daniel Blake"), vencedor de la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes, se estrena el 26 de octubre en las pantallas de Francia y su director aprovechó para relacionar la temática de la película con la actualidad política y social de Europa.

"El Gobierno incita al suicidio de los parados", denunció el veterano autor, en alusión de la diatriba de su protagonista, un enfermo del corazón de 59 años al que obligan a buscar empleo para no ser sancionado.

"Se trata de una humillación calculada y organizada para mostrar que, si no trabajas o si estás enfermo, es tu culpa. Tu pobreza te la has labrado tú mismo. Si no tienes empleo, eres un paria", expuso.

Ken Loach, conocido por sus posturas de izquierda, volvió a elogiar al líder laborista británico, Jeremy Corbyn, y atacó al actual Ejecutivo de la conservadora Theresa May.

"La nueva primera ministra comienza citando a San Agustín y, después, se dedica a aniquilar a las personas", señaló Loach, quien consideró que este Gobierno británico "parece estar aún más a la derecha" que en el anterior de David Cameron.

https://www.efe.com/efe/espana/gente/ken-loach-la-derecha-trata-a-los-pobres-como-si-fuesen-culpables-de-serlo/10007-3068093

domingo, 19 de febrero de 2017

Entrevista a Ken Loach “Los líderes de la clase obrera no han confiado en la fuerza de los trabajadores”


El cineasta mantiene intacta la esperanza de cambio. En un coloquio en la Academia de Cine se confesó internacionalista y defendió la convicción en la resistencia. Su filme ‘Yo, Daniel Blake’ aspiraba al Goya a la Mejor Película Europea.

El director británico Ken Loach, durante el encuentro mantenido con público en la Academia de Cine de Madrid.

- EFE, MADRID.

- “El mayor cambio que hemos sufrido en el último medio siglo es que se ha pasado de la solidaridad colectiva a la avaricia privada”.

Ken Loach, generoso, brillante y siempre nutritivo, conversó con la prensa y el público en un coloquio celebrado en la Academia de Cine, que hasta el 8 de febrero le dedica un ciclo de cuatro películas. El cineasta ha viajado a Madrid para acudir a la gala de los 31 Premios Goya, donde Yo, Daniel Blake aspira al galardón a la Mejor Película Europea. Pero antes de todo ello, Público pudo charlar unos minutos con este gran y excepcional cronista de su tiempo.

Usted lleva cincuenta años luchando desde el cine por los trabajadores, los desprotegidos, la justicia social… ¿qué es lo que ha cambiado en este tiempo?

Todo ha cambiado mucho y para peor. En Gran Bretaña, después de la guerra, en los años cuarenta, se consiguió hacer real la idea de bien público, eso es lo que queríamos conseguir. Pensamos que igual que la guerra se vio como una hazaña colectiva, la paz también se haría de una forma organizada y como un logro colectivo, pero en ese periodo lo que ocurrió es que pasamos del bien común a la privatización. El bien colectivo se convirtió en privado con el thatcherismo y esa ideología se ha propagado como un veneno por toda Europa y se ha convertido en la ideología dominante. Ahora vivimos la avaricia de las grandes corporaciones, todo se rige por el deseo y el afán de dinero. El mayor cambio que hemos sufrido en el último medio siglo es que se ha pasado de la solidaridad colectiva a la avaricia privada.

 Siempre ha apoyado la lucha de la gente en la calle, usted lo hace también desde el cine. Pero en España tenemos un gobierno corrupto que ha sido reelegido, a pesar de la lucha de la gente en la calle.

Desde luego es una gran lucha la que tenemos. En Gran Bretaña, nos hemos organizado muy bien para las manifestaciones y los discursos, pero el error que hemos cometido es el de no saber integrarnos en los medios de comunicación, que no son neutrales. Los medios de comunicación pertenecen a grandes corporaciones, muchas del Estado, y defienden sus intereses. Tenemos que encontrar el camino de intervenir en los medios. Se nos da mejor integrarnos en los medios sociales. Un grupo en Inglaterra hemos concluido que no vamos a poder ignorar a los medios y ahí tenemos un gran problema.

¿Una solución para los trabajadores y la injusticia social sería una Europa diferente?
Sí. La idea de la Unión Europea debe ser la de una gran cooperación, hay que ser internacional. La idea de Europa que ha surgido con el Brexit es muy tóxica. Hay que conseguir una Europa con poder de cooperación y que luche por la propiedad común y el pleno empleo.

Con ‘Yo,Daniel Blake’, Palma de Oro en Cannes, ya lleva cinco nominaciones a los Goya.

¿Qué significan los premios para usted?
Los premios, todos, dan validez a las películas. Esta película es un retrato de la vida de la gente en Europa. Un tipo de vida que está padeciendo mucha gente y la película les da una fuerza añadida, les dice que vale la pena resistir y que tienen una voz.

Paul Laverty le convenció para hacerla cuando había anunciado que se retiraba.
Paul Laverty es el demonio que me convenció para hacer esta película, ¡anda que no me hace trabajar! Es un buen tipo y un buen amigo, vemos el mundo igual, políticamente analizamos igual las cosa, nos reímos mucho. Nos apoyamos mucho el uno al otro.

La entrada de Ken Loach en la sala de proyecciones de la Academia de Cine se recibió con fuertes y largos aplausos. En el coloquio que tuvo con los asistentes, sonrío todo el tiempo, a pesar de la gravedad de muchas de sus reflexiones.

Esperanza en el cambio
“Supongo que es una estupidez por mi parte mantener la esperanza, pero la historia todavía no ha terminado, hay siempre cambios y nuevas fuerzas emergiendo. El conflicto de siempre es el de los empresarios con la gente trabajadora. Eso siempre existirá y no va a terminar hasta que ganemos”.

La división de la izquierda “¿Farsa o tragedia?
El problema siempre ha sido el no tener confianza en la fuerza de la clase trabajadora. Los que han liderado la lucha obrera no han entendido suficientemente bien las teorías políticas y siempre se les ha podido comprar. Los pactos con los empresarios de los socialdemócratas han llevado a la izquierda a la derrota”.

“En Gran Bretaña, el líder del Partido laborista, Jeremy Corbyn, es un hombre excepcional, el primero de toda la historia que como líder ha encabezado también piquetes con los obreros, y quiere romper las relaciones serviles con EE.UU. en política exterior. Es un hombre tranquilo y lleno de vida. Pero es una diana fácil. Intentan destrozarle porque quiere reducir el poder del capital, pero el peor enemigo son los propios diputados laboristas, que han votado la privatización y no han querido devolver el poder a los sindicatos. Corbyn les dice que se equivocan, entonces no le quieren apoyar.

Las políticas de Trump
“Las políticas de Trump son aberrantes. Lo que queremos es justo lo opuesto a construir muros. Los problemas del mundo solo se pueden solucionar si trabajamos juntos. La idea de división y enfrentamiento es aberrante. Es difícil saber cómo va a evolucionar, pero con sus ataques contra mexicanos, musulmanes… se están despertando los fantasmas del racismo y eso es muy peligroso”.

Las respuesta es organizarse
La Unión Europea no es una organización a favor de los trabajadores, sino del mercado libre. Grecia ha tenido que venderse después de haber sido destrozada y explotada. Y la derecha dice que la culpa de todo la tiene el forastero. La Unión Europea tiene que reescribirse desde el principio y trabajar para crear movimientos a través de toda Europa. La clase obrera va a ir a peor. La respuesta, por supuesto, es organizarse, apoyar a los sindicatos, luchar… A menudo los líderes sindicales no confían en que la gente vaya a llevar a cabo sus acciones, el problema es esa desconfianza en la clase obrera.

"Socialismo o supervivencia"
“Nunca he pensado que el cine pueda cambiar el mundo en el sentido que la gente lo piensa, peor podemos ser una voz en un coro enorme. Y cuantos más haya, mayor será el papel que desempeñemos. Podemos llevar a crear movimientos, a definir ideas. Creo que tenemos que creer eso, lo contrario es creer que no podemos hacer nada. La diferencia ahora de cuando empecé es que entonces pensábamos que si no se lograba en este siglo, se lograría en el siguiente. Pero ahora los científicos del medio ambiente nos han dicho que no tenemos siglos, que es cuestión de décadas. Eso solo podemos solucionarlo a nivel internacional y trabajando juntos. Hay que llegar a un control demográfico, a reorganizar los recursos mundiales, a conseguir la propiedad común. Es un objetivo enorme, pero no hay otra manera. Rosa de Luxemburgo decía: “Socialismo o barbarie”. Ahora es ‘socialismo o supervivencia’.

Las descomunales grietas de la democracia, la estafa del sistema de Seguridad Social de los países europeos, la ruina moral de la sociedad, la crisis global de valores, la forma en que el capitalismo ha conseguido convencer a los pobres y a los trabajadores de que la culpa de todo es nuestra, el pavoroso renacer de los movimientos ultraderechistas… todo ello es Yo, Daniel Blake, gran película de Ken Loach, que, como no podría ser de otro modo en este creador, apuesta fuerte por la humanidad y la solidaridad. Es una de las películas nominadas a Mejor Película Europea en los 31 Premio Goya.

Hace cincuenta años, este combativo y enérgico cineasta, retrató una sociedad tiranizada por la injusticia en un episodio televisivo, Cathy Come Home (1966), donde ponía el foco en los desheredados. Desde entonces el mundo se ha ido descomponiendo más y más, mientras Ken Loach ha seguido ahí, resistente, comprometido, sin una sola grieta en sus convicciones. Ahora, a punto de cumplir 81 años, sigue siendo el mismo hombre, un hombre bueno, aunque un cineasta mucho más depurado y elegante en su estilo. Tenaz cronista de su tiempo, ha recorrido el último decenio acompañado por el guionista Paul Laverty, que le convenció de que volviera a dirigir después de que él anunciara que lo dejaba. Por el momento, Yo, Daniel Blake, Palma de Oro en Cannes, es la última película de este grandísimo maestro, a no ser que Laverty vuelva a tentarle con otra historia necesaria.

@begonapina
Fuente:
http://www.publico.es/culturas/entrevista-ken-loach-lideres-clase.html

domingo, 30 de octubre de 2016

KEN LOACH. Yo, Daniel Blake “Todas las historias humanas son políticas”. El cineasta inglés estrena a sus 80 años. 'Yo, Daniel Blake', con la que ganó en el pasado festival de Cannes su segunda Palma de Oro

Yo, Daniel Blake es la historia de un hombre bueno abandonado por un sistema malo. Un trabajador honrado sufre un ataque al corazón que le condena al reposo. Sin ingresos, solicita apoyo del Estado y se ve enredado en una cruel espiral burocrática. Esperas absurdas al teléfono, entrevistas humillantes, formularios estúpidos, funcionarios a los que el sistema ha desprovisto de empatía. Kafka en los años de la austeridad. En esa deshumanizadora espiral Daniel se encuentra con Katie, madre soltera de dos hijos, obligada a mudarse a Newcastle porque el sistema dice que no hay lugar donde alojarlos en una ciudad, Londres, con 10.000 viviendas vacías. Daniel se convierte en un padre para Katie y un abuelo para los niños. La humanidad que desprenden subraya la indignidad del monstruo que los condena. He ahí, como habrán reconocido sus fieles, el toque Ken Loach.

Su cine siempre ha estado del lado de los de abajo y, con 80 años, la realidad le sigue proporcionando argumentos para ponerse detrás de la cámara. Yo, Daniel Blake, Palma de Oro en el último festival de Cannes (la segunda de Loach), es una película espartana. No hacen falta piruetas para conmover con esta historia que escribió Paul Laverty, amigo y guionista, después de patearse bancos de alimentos, centros de empleo y otros escenarios trágicos del Reino Unido de hoy, donde conoció a muchos daniels y katies. La realidad de Loach (Nuneaton, 1936) está ahí fuera para quien quiera verla. Pero en un mundo inmune a los datos, la emoción que despliega el cineasta para contar esa realidad resulta más valiosa que nunca. Recibe a EL PAÍS en sus oficinas del Soho londinense.

Pregunta. ¿Cómo hemos llegado a la situación que describe su película?
Respuesta. Es un proceso inevitable, es la forma en que se ha desarrollado el capitalismo. Las grandes corporaciones dominan la economía y eso crea una gran bolsa de gente pobre. El Estado debe apoyarlos, pero no quiere o no tiene recursos. Por eso crea la ilusión de que si eres pobre es tu culpa. Porque no has rellenado tu currículo correctamente o has llegado tarde a una entrevista. Montan un sistema burocrático que te castiga por ser pobre. La humillación es un elemento clave en la pobreza. Te roba la dignidad y la autoestima. Y el estado contribuye a la humillación con toda esa burocracia estúpida.

P. ¿Abandonar a los más desfavorecidos es una elección política?
R. Es una elección política nacida de las demandas del capital. Si los pobres no aceptasen que la pobreza es su culpa, podría haber un movimiento que desafíe el sistema económico. Los medios hablan de gente vaga, de adictos, de personas que tienen demasiados hijos, que compran televisores grandes… Siempre encuentran historias para culpar a los pobres o a los migrantes. Es una forma de demonizar la pobreza. Este invierno muchas familias tendrán que elegir entre comer y calentarse. Hay una determinación de la derecha para no hablar de ello y es asombroso que lo toleremos.

P. La situación recuerda a Cathy Come Home, su película de 1966 sobre una familia joven que se ve en la calle. ¿Qué ha cambiado en 50 años?
R. Ahora es peor. Entonces aún funcionaban los elementos del Estado de bienestar, ahora no. La sociedad hoy no está tan cohesionada. Sucede en toda Europa. El sistema se ha vuelto peor porque el proceso capitalista avanza.

P. ¿Las historias humanas son su vehículo para articular mensajes políticos?
R. Todas las historias humanas son políticas. Tienen consecuencias políticas. Ni Katie ni Dan son animales políticos. No dan discursos, no van a reuniones. Pero la situación en la que se encuentran está determinada por la política. Tiene que haber individuos. No vale alguien que represente algo. Deben ser idiosincráticos. Deben ser personas con cosas particulares que las hagan especiales.

P. ¿Todo el cine es político?
R. El cine estadounidense rinde culto a la riqueza. Los personajes tienen dinero y casas bonitas. Y nunca se explica de dónde viene ese dinero. Todos se ven muy saludables, con cuerpos perfectos. El subtexto es que la riqueza es buena, que el privilegio es bueno. Además de otros mensajes, como que el hombre con la pistola resolverá todos tus problemas. Hay una agenda de derechas en el cine estadounidense. Excepto Chaplin, claro. Sus películas contienen una cierta política radical, la del hombre pequeño que gana.

P. Usted apoya a Jeremy Corbyn, el controvertido líder laborista ¿Cree que su proyecto de izquierda podría cambiar la realidad que describe en su película?
R. Sí, soy optimista. Sanders, Podemos, Syriza... Hay una sensación de que otro mundo es posible. El auge de Corbyn es muy esperanzador, pero es sistemáticamente atacado por toda la prensa, la BBC, incluso los periódicos de izquierdas. Es una gran lucha, pero es muy popular entre las bases.

P. A menudo, como ha demostrado su país, sucede que entre los más desfavorecidos calan los mensajes populistas y xenófobos.
R. Ofrecen una respuesta simple: los inmigrantes se llevan tu trabajo. Es lo mismo que el auge del fascismo en los años 30. Es fácil señalar al diferente. La gente siempre es vulnerable a las respuestas sencillas. La izquierda tiene una respuesta más complicada.

P. ¿Qué piensa cuando oye decir a Theresa May que los tories son el partido de la clase trabajadora?
R. Sería una broma si no fuera porque nadie se lo discute. Es un Gobierno que utiliza el hambre como arma, que hace a la gente hambrienta para disciplinarla. Es propaganda.

P. Insinuó que Jimmy’s Hall (2014) iba a ser su última película, pero volvió y ganó la palma de oro. ¿Con esta sí echa el cierre?
R. No lo sé. Como en fútbol, iremos partido a partido. Hay muchas historias que contar pero físicamente el cine es muy exigente.

P. ¿Cómo le gustaría se recordado?
R. Como alguien que no se rindió, supongo. No rendirse es importante, porque la lucha sigue. Y la gente tiende a rendirse cuando se hace vieja.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/22/actualidad/1477145409_049665.html

sábado, 10 de septiembre de 2016

Anda, Ken Loach, haz esta película si te atreves

Isaac Rosa
eldiario.es

El negocio turbio de la venta de vivienda protegida a fondos buitres en Madrid: si fuera una película, no nos la creeríamos de tanta brocha gorda como lleva Lo de los fondos buitres y las viviendas protegidas en Madrid, va Ken Loach y hace una película, y saldríamos todos del cine cabeceando y diciendo “no está mal, la intención es buena, pero es una historia maniquea, simplista, pelín demagoga: los malvados capitalistas contra la gente humilde, el especulador sin escrúpulos y los pobrecitos inquilinos. Demasiada brocha gorda, todo muy didáctico”.

Pues es verdad, Ken Loach, no se te ocurra hacer una película sobre la venta de viviendas protegidas en Madrid, porque no se la iba a creer nadie. “Un panfleto anticapitalista”, diría un crítico. Ni los madrileños nos la íbamos a creer. Míranos, lo preocupados que estamos por lo sucias que están las calles (que sí, que lo están), mientras llevamos años oliendo la Mierda con mayúsculas sin alterarnos demasiado.

Pero bueno, por si Ken Loach se queda sin ideas y no le importa arriesgarse con una historia inverosímil de puro verdadera, le paso un resumen del guión:

1-En plena crisis, el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad se lían a vender viviendas públicas de alquiler protegido, destinadas a rentas bajas, jóvenes y familias vulnerables.

2-Las viviendas se venden en lotes, muy por debajo de su valor, y en un proceso con todo tipo de irregularidades (aunque esto lo sabremos después).

3-Varios “fondos buitres” se quedan con la mayor parte de viviendas, a la cabeza de ellos Fidere, filial de la compañía inversora Blackstone (que tiene nombre de empresa mala-malísima en una peli de Ken Loach, ¿verdad?). La misma Blackstone que también ha comprado hipotecas de familias a Catalunya Caixa, o que se está haciendo con cada vez más viviendas a precio de saldo, con la única oposición de la PAH.

4-El Ayuntamiento asegura que los inquilinos no notarán ningún cambio, que pueden estar tranquilos.

5-La nueva propietaria, nada más llegar, empieza a joder a los inquilinos (sí, he puesto “joder”, que en las pelis de Ken Loach se la pasan diciendo “fuck esto”, “fuck lo otro”). Les pone todo tipo de trabas, les sube el agua, y por supuesto les aumenta el alquiler en cuanto toca renovar contrato.

6-Empiezan los desahucios. Familia que no puede pagar la nueva renta, a la calle. Pero (atentos, que aquí es cuando el público dirá “anda ya, te has pasado tres pueblos, Ken Loach”) el Ayuntamiento de tapadillo se ocupa de realojar a toda prisa a los desahuciados, para que no le creen problemas al fondo buitre: el casero envía al Ayuntamiento el listado de próximos desahucios, y el consistorio se hace cargo de las familias para ahorrarle el coste social a la empresa.

7-Aparecen los primeros héroes, esos luchadores anónimos que siempre salen en las pelis de Loach: vecinos, inquilinos de viviendas ex-protegidas, que se organizan para denunciar lo que está pasando y llevar su lucha a los tribunales.

8-Los malos son desenmascarados por fin: los vecinos se organizan para resistir, el nuevo Ayuntamiento (gobernado por una abuelita entrañable y un puñado de perroflautas, qué me dices a eso, Ken) investiga lo sucedido y saca a la luz las irregularidades; la Cámara de Cuentas confirma lo que todos sospechaban (y los espectadores ya habíamos adivinado en el minuto uno): que fondos buitres y políticos estaban compinchados, que el proceso fue turbio, y que el negocio ha sido redondo, con c omisiones sospechosas y plusvalías a lo grande. A cambio, dejan una bomba de relojería para años.

9-Ahora viene el momento dramático, ese en que se nos encogerá el corazón: una mujer, Arancha Mejías, que se convirtió en portavoz espontánea de los afectados, que acusó a Fidere de ser, no buitre, sino hiena (“se comen la carroña financiera y se ríen de los vecinos”), sufre las consecuencias de su lucha: la empresa propietaria la echa de su casa, sin opción a seguir de alquiler. A la calle, tienes un mes para recoger tus cosas.

Ya ven, todo inverosímil, todo de brocha gorda. Todo real. Me falta rematar la historia, no sé si darle un final ilusionante, en el que se hace justicia, los culpables pagan y una ola de solidaridad arropa a Arancha (esta semana celebra Junta de Accionistas el fondo, lo digo por si alguien quiere pasarse a saludar); o un final pesimista en que los de siempre se salen con la suya y seguimos quejándonos de lo sucio que está Madrid, pero suciedad de la otra.

Lee íntegra la condena a Ana Botella y siete ex altos cargos por malvender pisos públicos.

domingo, 12 de junio de 2016

"I, Daniel Blake" y la lucha por otro mundo mejor

“Otro mundo es posible y necesario”
Ken Loach

Palabras de Ken Loach al recibir la Palma de Oro en el LXIX Festival de Cine de Cannes:

“Recibir la Palma de Oro resulta algo curioso, pues hay que recordar que los personajes que han inspirado esta película (“I, Daniel Blake”) son los pobres de la quinta potencia mundial, que es Gran Bretaña. Hacer cine es una cosa formidable y, como vemos esta tarde, muy importante. El cine hace que viva nuestra imaginación, aporta al mundo el sueño, pero nos presenta el verdadero mundo en el que vivimos. Pero ese mundo se encuentra en una situación peligrosa.

“Estamos en el filo de un proyecto de austeridad, que se dirige con ideas que llamamos neoliberales que amenazan con llevarnos a la catástrofe. Estas prácticas han provocado la miseria de millones de personas, de Grecia a Portugal, con una pequeña minoría que se enriquece de manera vergonzosa. El cine es portador de numerosas tradiciones, y una de ellas es la de presentar un cine de protesta, un cine que antepone al pueblo frente a los poderosos, y espero que esa tradición se mantenga. Nos acercamos a periodos de desesperación, de los que la extrema derecha puede aprovecharse. Algunos de nosotros somos lo bastante mayores para recordar lo que eso pudo suponer. Por eso, debemos decir que hay otra cosa posible, que otro mundo es posible y necesario”.

Cannes, 22 de mayo de 2016

Franca, digna y brutalmente conmovedora
Peter Bradshaw

Con esta película — tal vez la última de las suyas, y tal vez, no —, Ken Loach se constituye todavía más en John Bunyan del cine británico contemporáneo. Sobre la base de la investigación y las entrevistas realizadas por el guionista Paul Laverty, esta película cuesta la historia imaginada de Daniel Blake, viudo de mediana edad del noreste [de Inglaterra] que no puede trabajar ni recibir prestaciones después de un infarto casi fatal, y la historia se cuenta con una llaneza pura y feroz: sin adornos, sin disculpas, hasta sin desarrollo. La película de Loach es una ofensa a las reglas tácitamente aceptadas del buen gusto sofisticado: sutiliza, ironía y oblicuidad. La película no es objetiva y acaso Loach y Laverty subscriben la máxima de Churchill de negarse a ser neutral entre la brigada de bomberos y el fuego.

Ken Loach insistirá en comportarse como si hubiera de verdad algo malo de un modo apremiante, y que no deberíamos o no tenemos que acostumbrarnos a los bancos de alimentos como una realidad de la vida; lo retrata todo como algo respecto a lo cual podríamos de verdad hacer alguna cosa en el mundo real, por oposición a lo que supone invocar la injusticia como gesto estético, o como ingrediente que dé sabor a una ficción realista social moderna. Hay muchos que están encantados de reconocer el valor de películas como ésta si se localizan en el mundo en vías de desarrollo, mostrando a gente solidaria que trata de conservar su dignidad mientras pasa hambre. Pero si eso mismo se desarrolla en la Gran Bretaña moderna se desecha con un encogimiento avergonzado igualmente estridente o amedrentador, como si pasar hambre fuera imposible para los británicos que no son unos gandules.

I, Daniel Blake, tiene, desde luego, errores, y estaría por reconocerlo. Hay un par de escenas muy grandes, probablemente demasiado, y se veía venir cómo iba a acabar veinte minutos antes de que terminara la película. Sería un error etiquetar este estilo de austero, por supuesto. Pero tiene pasión y franqueza e idealismo, y magníficas interpretaciones, en un estilo que no es de actor, del cómico monologuista Dave Johns, en el papel de Daniel Blake, y de Hayley Squires como Katie, la madre soltera de Londres, a la que reubican en una vivienda municipal de Newcastle, donde el coste de la vida es más barato.

Desde el principio mismo, Blake se encuentra en una tormenta perfecta de infortunio burocrático. Ha sobrevivido a un paro cardíaco y su especialista del NHS le dice que debe descansar y no tratar de trabajar a destajo como carpintero. Pero de modo catastrófico, se presenta como si estuviera bastante bien; carece del ingenio o de la astucia para ofrecer al funcionariado el relato más pesimista posible de su dolencia, y de hecho pone instintivamente la mejor cara. Una valoración por parte de un funcionario que va marcando las casillas del Departamento de Trabajo y Pensiones decide que no tiene derecho a subsidio de enfermedad.

El círculo vicioso resultante concluye que sus únicos ingresos sólo pueden provenir de su asignación como demandante de empleo, que únicamente puede ganarse si le ven buscando trabajo agotadoramente y asistiendo a talleres sobre cómo hacer un currículo; este hombre jovialmente abierto, nada reflexivo, es ingenuamente honesto acerca de su intención de evitar el trabajo debido a su salud, de manera que se le etiqueta de modo humillante de gorrón. Todo tiene que solicitarse por vía digital, pero Blake carece de ordenador, de teléfono inteligente, de Internet, y es incompetente de forma vergonzante a la hora de usar los terminales de su biblioteca pública, que se cae o se cuelga cuando llega al final del formulario, de manera que tiene que volver a empezar.

Su única amiga es Katie, la madre soltera de sangre caliente de la que Daniel se hace amigo, convirtiéndose en una figura amable, como de abuelo, para sus dos niños. Aunque es inocente como un niño cuando se trata de la Red, demuestra que puede arreglar su destartalado piso y les da diestros consejos para mantenerlo todo lo cálido que sea posible. En realidad, le gusta hacer trabajos.

La fría y dura gravedad del Centro de Empleo, con su plana iluminación y sus cubículos separados de aglomerado pintado pone un barniz brutal sobre muchas escenas. Lo mismo vale en el caso del lenguaje. Los funcionarios tienen la espeluznante costumbre de desactivar todas las quejas, ya sea cara a cara o por teléfono, insistiendo en que ellos no son los que deciden: es todo responsabilidad “del que toma las decisiones”, como si fuera una sola persona: “responsable” es jerga burocrática casi risiblemente torpe, que tiene también algo distintivamente orwelliano en ello.

Y luego está la escena clave: el afrentoso momento del banco de alimentos, cuando la desdichada y orgullosa Katie soporta una indecible humillación, que resulta casi insufriblemente conmovedora. La escena es una evocación brutal, insensible de a qué cosas impensables puede llevar el hambre. Escribió Dickens en Bleak House que “lo que son los pobres para los pobres es poco conocido, salvo para ellos y para Dios”. Esta película interviene en el desordenado y desagradable mundo de la pobreza con la intención secular de hacernos ver lo que verdaderamente está pasando, y en un país próspero, además. I, Daniel Blake es una película con una dignidad propia feroz y sencilla.

Ken Loach (1936) es el mayor de los cineastas políticamente comprometidos del realismo social británico.

http://www.sinpermiso.info/textos/i-daniel-blake-y-la-lucha-por-otro-mundo-mejor