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lunes, 11 de septiembre de 2023

_- Bombardeo a La Moneda: los otros ataques aéreos que hubo el 11 de septiembre de 1973 en Santiago (y el caso de la niña que fue alcanzada por un proyectil)

_- Hace 50 años, la imagen de La Moneda en llamas y la noticia de la muerte de Salvador Allende, el primer socialista en llegar al poder por los votos y no por las armas, dieron la vuelta al mundo. 

 Ambas se convirtieron en íconos del quiebre de la democracia en Chile y el comienzo de un régimen militar que duró 17 años y dejó decenas de miles de víctimas, entre ellas casi 3.000 muertos y desaparecidos. 

Pero el palacio presidencial chileno no fue el único blanco del feroz ataque aéreo perpetrado por las Fuerzas Armadas durante el golpe militar liderado por Augusto Pinochet. 

Ese día, hubo otras embestidas que han sido menos difundidas. En una de ellas habría muerto incluso una niña de 11 años que, según su familia, fue impactada por un proyectil lanzado por un Hakwer Hunter.

BBC Mundo te cuenta cuáles fueron los otros ataques que se produjeron en Santiago el 11 de septiembre de 1973.

 

Mapa de los puntos de Santiago que fueron bombardeados el 11 de septiembre de 1973



1. Ataque a las radioemisoras “Operación Silencio”.

Así se llamaba la misión destinada a silenciar seis antenas radiales afines al gobierno de Salvador Allende, con el fin de aislar al mandatario en medio del golpe.

A cargo de la operación estaba el exgeneral y comandante del Grupo 7, Mario López Tobar, conocido con el pseudónimo de "Libra".

Su primer objetivo era Radio Corporación, perteneciente al Partido Socialista, que ese día había alcanzado a transmitir los primeros mensajes en los que Allende alertaba de un levantamiento en su contra.

“Impactar a ese blanco con cohetes no guiados y aproximando a 450 nudos (830 kilómetros por hora) iba a ser una tarea difícil. Sin duda que lo era”, escribió López Tobar en “El 11 en la mira de un Hawker Hunter”, uno de los libros más reveladores sobre cómo fue la operación aérea ese día.

El texto -hoy descontinuado y difícil de encontrar- fue publicado en 1999, provocando interés de los medios de la época pues, por primera vez, un miembro de la Fuerza Aérea entregaba detalles inéditos de la misión.

El comandante relata, por ejemplo, cómo debió disparar 16 cohetes Sura P-3 hasta lograr detener completamente las transmisiones.

Luego, repitió el tiro en contra de la antena de radio Recabarren, propiedad de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) de Chile, mientras que otros tres pilotos derribaron la señal de las otras radios partidarias a Allende, entre ellas, la Portales y la Sargento Candelaria.

La última que quedó al aire fue radio Magallanes.

En medio del caos, su director, Guillermo Ravest Santis, recibió una llamada del propio Allende.

“Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero”, le dijo.

Fue entonces cuando pronunció su último icónico discurso que dio vueltas al mundo.

“¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”, dijo Allende en una de sus frases más recordadas.

Salvador Allende
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,
Salvador Allende pronunció su último discurso alrededor de las 9 de la mañana del 11 de septiembre.

Después de esa transmisión, la señal de radio Magallanes también fue acallada.

Adolfo Aldunate, quien vivía a unos cien metros de la antena de la emisora, le contó a BBC Mundo que ese día se despertó “con un estruendo”.

“Había un fuerte ruido producido por un avión que volaba por encima de mi cabeza y que le disparaba a algo que estaba muy cerca de mi casa. Era radio Magallanes”.

Cuando intentó sintonizarla para saber qué estaba pasando, la señal ya se había perdido.

Los militares habían terminado con éxito su primera operación. A partir de ese momento, los chilenos sólo podrían escuchar las transmisiones de las Fuerzas Armadas.

Radio Magallanes FUENTE DE LA IMAGEN,DOMINIO PUBLICO Pie de foto,

Afiche de Radio Magallanes en 1972.

La muerte de Jeannette
Ligada a la “Operación Silencio” hay una historia sobre la que penden muchas interrogantes: la muerte de Jeannette Fuentealba Rodríguez, una niña de 11 años que vivía en la población San Gregorio, a menos de dos kilómetros de la antena de radio Corporación, el primer blanco de López Tobar.

Según su familia, la pequeña murió debido a un proyectil lanzado por un Hawker Hunter que esa mañana del 11 de septiembre impactó en contra de su casa.

El periodista y documentalista Rodolfo Gárate estuvo 10 años investigando este caso -y los otros ataques aéreos del golpe militar- para el documental “Hawker Hunter, el ruido del silencio”, que fue estrenado este domingo 3 de septiembre y coproducido entre The Union Films, el canal cultural NTV y Televisión Nacional de Chile (TVN).

Para él, su muerte ha sido "completamente invisibilizada".

El principal testigo del ataque es el hermano de Jeannette, Humberto Fuentealba, quien también resultó herido ese día, y en 2012 presentó una querella en contra de la Fuerza Aérea que dio pie a una investigación judicial.

"Yo estaba jugando con mi hermana arriba de la cama, saltando, cuando de repente sentí un sonido muy fuerte, explotó el techo, mi hermana voló, quedó tirada en el piso, boca abajo, con su enagua blanca llena de sangre", recuerda en conversación telefónica con BBC Mundo.

"Unos vecinos me tomaron, yo estaba lleno de esquirlas, mi cabeza sangraba, fue terrorífico".

Luego del impacto, la niña fue trasladada al hospital y tres semanas después, el 3 de octubre de 1973, falleció. Su certificado de defunción decía que la causa de muerte era meningitis purulenta.

Sin embargo, en 2014, en medio de las investigaciones, el cadáver de Jeannette fue exhumado y en 2017 su causa de muerte cambió.

“Existencia de un traumatismo perimortem raquimedular / torácico de alta energía”, consta el nuevo certificado.

“La exhumación da cuenta de la acción traumática y violenta que le genera la muerte a la niña”, le explica a BBC Mundo Cristián Cruz, abogado de la familia Fuentealba.

“Sin duda que aquí hubo un ocultamiento de las Fuerzas Armadas".

"Un avión de guerra atacó la antena y, en ese ataque, uno de los proyectiles alcanzó la casa de Jeannete”, añade.

Rodolfo Gárate entrevistó a diversos testigos de la población San Gregorio para su documental.

"Ellos dicen que ese día había aviones Hawker Hunter arriba de la población y que vieron y sintieron una explosión”, apunta.

Rodolfo Garate y Felipe Arancibia, director y productor ejecutivo del documental "Hawker Hunter, el ruido del silencio", respectivamente.
Libro de López Tobar
Pie de foto,

El libro de López Tobar fue publicado en 1999.



Rodolfo Gárate , director del documental "Hawker Hunter, el ruido del silencio", junto al productor ejecutivo y director de fotografía, Felipe Arancibia.

Por su parte, López Tobar reconoce que, mientras sobrevolaba la antena, pudo "identificar a las personas y lo que estaban haciendo, pero con un gran deseo en mi mente de que esa gente se fuera de allí. Estaban lejos de la antena, pero me habría sentido mucho mejor si no hubiesen estado”, señala en su libro.

Nunca menciona, sin embargo, que un proyectil se disparó en contra de la población.

La investigación sobre la muerte de Jeannette sigue en curso y aún no ha habido procesados. La Fuerza Aérea de Chile se ha negado a entregar información solicitada por la familia.

BBC Mundo se contactó con la Corte de Apelaciones de San Miguel, a cargo del caso. El tribunal respondió a través de una declaración escrita que “la causa está en sumario con diligencias pendientes”.

Humberto Fuentealba
FUENTE DE LA IMAGEN,FELIPE ARANCIBIA Pie de foto,

"Llevo 50 años esperando justicia para mi hermana y por el daño que me hicieron a mí", dice Humberto Fuentealba, quien hoy está pensionado por invalidez debido a las esquirlas que le impactaron el 11 de septiembre de 1973.

El investigador Rodolfo Gárate explica que la importancia de este proceso es que, si se comprueba la responsabilidad del piloto del Hawker Hunter, "Jeannette se convertiría en la única víctima civil del ataque aéreo del 11 de septiembre, algo que la Fuerza Aérea siempre ha negado".

"Esta es una historia de personas humildes, sin militancia política, sin redes de contacto, que por 50 años han sufrido por un hecho que aún no tiene responsables directos", indica.

2. El hospital atacado "por error"
Otro de los objetivos del ataque aéreo del 11 de septiembre era la casa del presidente Salvador Allende, ubicada en la calle Tomás Moro, en la zona oriente de Santiago.

La misión estaba encomendada a dos pilotos que, poco después de las 10 de la mañana, emprendieron vuelo en esa dirección.

Uno de los Hawker Hunter, sin embargo, no lanzó sus misiles sobre la residencia del mandatario, como estaba planeado, sino en contra del hospital de la misma Fuerza Aérea, ubicado a tres kilómetros de la calle Tomás Moro.

La información sobre este ataque es escasa y confusa, y no existe ningún registro fotográfico que sea público. Los periódicos de la época lo mencionaron pero muy brevemente.

La versión más conocida es que los disparos sobre el hospital fueron un “error de precisión”; es decir, que el piloto se equivocó de objetivo.

Mario López Tobar plantea esa idea en su libro: “El avión 2 perdió de vista a su líder y, por lo tanto, no logró ubicar bien cuál era la casa de Tomás Moro, confundiéndola posteriormente con el Hospital de la Fuerza Aérea, que en esos años era muchísimo más pequeño que hoy”, escribe.

“Debido a ello, efectuó un primer lanzamiento de cuatro cohetes contra ese edificio, lo que afortunadamente llevó a cabo con muy poco ángulo, provocando que dos explotaran contra grandes árboles que entonces había frente al inmueble”, añade.

Una de las pocas testigos de este ataque es Sylvia Abarca, quien a sus 32 años se desempeñaba como auxiliar de enfermería en el hospital.

"Estábamos despachando a los pacientes para sus casas cuando de repente explotó la bomba", le cuenta a BBC Mundo desde Santiago.

"Un oficial gritó: '¡se equivocó el weón!'. Ahí nos fuimos todos a proteger a una pared que estaban recién construyendo y nos tiramos al suelo".

"Recuerdo que había una parturienta por ahí y que a mí me llegó una esquirla muy cerca, fue muy riesgoso... fue todo muy rápido, en cosa de minutos", dice.

Sylvia asegura que después del acontecimiento nadie volvió a hablar del tema. "Quedó para callado", afirma.

Una de las grandes dudas respecto a este ataque es quién fue el piloto detrás de la operación.

Hay varias teorías.

Una apunta al hijo de Gustavo Leigh, que en ese entonces era Comandante de Jefe de la Fuerza Aérea.

En conversación con BBC Mundo, Roberto Thieme, ex secretario general de una facción de ultraderecha opositora a Allende llamada Patria y Libertad, asegura que "es más sabido que el pan que era él".

"Lo que pasa es que la Fuerza Aérea de Chile hasta hoy utiliza el negacionismo o el ocultismo porque es casi vergonzoso que el hijo del Comandante en Jefe se haya equivocado y le haya metido unos disparos a su propio hospital... Es como tirarse un balazo en la nuca”, indica.

Pero López Tobar afirma que fue un oficial con "poca experiencia".

"Se incluyó a un oficial del Grupo N9, lo que constituyó un error nuestro, dado que era un oficial muy joven y con poca experiencia para identificar blancos dentro de la gran ciudad, lo que después nos trajo problemas", señala en su libro.

También hay otras hipótesis, como la que sostiene el periodista, investigador y escritor Juan Pablo Meneses, quien fue testigo de la explosión cuando era niño.

Para Meneses, el piloto que disparó el proyectil al hospital no se equivocó, sino que era un desertor que desobedeció las órdenes y atacó a su propio bando.

Juan Pablo Meneses
FUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA Pie de foto,

El periodista e investigador Juan Pablo Meneses publicó en 2022 el libro "Una historia perdida".

Esta idea la dejó plasmada en su libro “Una historia perdida”, publicado en 2022, donde reconstruye, de manera novelada, el ataque al hospital que, en sus palabras, es una de las tramas “más desconocidas” del golpe en Chile.

“Crecí a dos cuadras del hospital, el bombardeo fue parte de mi historia y sentía que, si no lo escribía, se podía perder”, le dice Meneses a BBC Mundo.

Para él, que la “mayor operación de la historia de la Fuerza Aérea haya estado a cargo de un pobre inexperto que se equivocó no tiene pies ni cabeza”.

“Leí tres libros que contaban versiones diferentes. Yo tengo una cuarta versión que la vengo escuchando internamente hace muchos años. Y decidí hacer una novela porque no tenía cómo demostrarlo, pues los relatos en torno al golpe de Estado están contaminados, nadie se atreve a cuestionar la verdad oficial, esa historia hegemónica que, a estas alturas, les acomoda a todos”, reflexiona.

El documental de Rodolfo Garate presenta otra versión: dice que el piloto que equivocó el blanco fue el teniente Roberto Urrutiaguer, quien murió en un accidente aéreo en 1974.

La investigación de Garate asegura que su nombre fue revelado por el expiloto Anibal Pinto Benussi en una declaración judicial realizada en 2018.

Sin embargo, hasta hoy los detalles de lo ocurrido en el hospital de la FACH son sólo hipótesis.

El pacto de silencio que todavía existe entre muchos uniformados chilenos tampoco ayuda a esclarecer la historia.

Así, a casi medio siglo del golpe, aún quedan más preguntas que respuestas de un irónico episodio que representa el único ataque que recibió el Ejército de Chile (por error o no) de parte de uno de sus propios aviones ese 11 de septiembre de 1973.

3. La casa de Allende
La casa de Salvador Allende tras ser bombardeada.

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La casa de Salvador Allende tras ser bombardeada.

Pero el bombardeo al hospital no impidió que otro de los pilotos de la Fuerza Aérea atacara el verdadero objetivo: la residencia de Allende, ubicada en la calle Tomás Moro.

Ese día, el teléfono de la casa del entonces presidente comenzó a sonar temprano.

El mandatario, consciente de que había un levantamiento en su contra, decidió partir a La Moneda a las 7:20 de la mañana, donde permaneció hasta su muerte.

Sus hijas Beatriz e Isabel también se trasladaron al palacio presidencial.

Sin embargo, su esposa, Hortensia Bussi, y algunos miembros de su guardia personal -denominada Grupo de Amigos del Presidente (GAP)- permanecieron en el lugar.

Más tarde se supo que Allende intentó convencer a sus hijas de que se fueran a la casa en Tomás Moro, pues pensaba que allí estarían seguras.

Nunca se imaginó que ese sitio también sería blanco del ataque aéreo y de un hostigamiento por parte de francotiradores que se ubicaron en los alrededores.

"Allende se equivocó al pensar que era un santuario intocable", le comenta a BBC Mundo Eduardo Labarca, autor de "La biografía sentimental de Allende".

El escritor explica que una de las razones detrás de la ofensiva militar a la casa presidencial es que "allí se había instalado un cuartel del GAP, tenían una cantidad de armas importante".

Pinochet dando una conferencia de prensa el 11 de septiembre, tras derrocar a Allende.

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Pinochet dando una conferencia de prensa el 11 de septiembre, tras derrocar a Allende.

Fue pasadas las 11 de la mañana cuando cayó el primer proyectil, destruyendo ventanas, paredes y parte del mobiliario que se encontraba en el interior.

"Esta casa no era resistente como sí lo era La Moneda. Aquí volaron los techos y paredes", asegura Labarca.

De acuerdo con Mario López Tobar, se efectuaron “cuatro pasadas rasantes con cohetes contra la residencia, destrozando completamente esa propiedad y a un automóvil que estaba dentro del terreno”.

Según Labarca, "la señora Tencha (el sobrenombre con que era conocida Hortensia Bussi) se escondió debajo de un escritorio con sus tres perros".

"Ella tenía tres posibilidades: quedarse ahí y morir, entregarse e ir presa o escapar. Eligió la tercera".

En el libro La Conjura, de la renombrada periodista chilena Mónica González, se afirma que el detective Jorge Fuentes Ubilla logró sacar a Hortensia Bussi de la casa, en medio del bombardeo, por un pasaje posterior.

Luego, miembros del GAP han declarado que subieron al techo de la residencia para hacerle frente a los Hawker Hunter y dispararles.

Hortensia Bucci
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Hortensia Bucci escapó de la casa presidencial mientras era atacada.

López Tobar menciona en su libro que el "Hawker Hunter del líder tenía una pequeña perforación en uno de los estanques suplementarios como consecuencia de un disparo efectuado por uno de los defensores de Tomás Moro durante la pasada baja inicial”.

Otro miembro del GAP, Miguel Farías Cordero, relató en un testimonio público parte de lo que vio en medio del ataque a la residencia presidencial.

"En el patio (había) una especie de cráter, seguí hacia el comedor donde había dejado un poncho, al parecer una bomba destruyó el techo, el poncho era un montón de tela rota, otra cayó cerca de la enfermería y me pilló cerca de la puerta, con la explosión sentí una masa de aire caliente que me empujó con fuerza", señala en un texto publicado en el sitio web del GAP.

Tras el duro enfrentamiento, quienes aún estaban en la residencia decidieron huir a través de un colegio de monjas ubicado atrás de la casa. Posteriormente, la residencia fue saqueada.

Antes del mediodía, le comunicaron a Allende lo que había sucedido.

Así lo relata Óscar Soto en el libro “El último día de Salvador Allende”. El médico y colaborador del presidente estuvo con él en sus últimas horas en La Moneda.

“Le comunican a Allende que cerca de las 11:20 horas su casa, en calle Tomás Moro, también había sido bombardeada. Pregunta por su esposa. Se le dice: ‘está todo destruido’”, recuerda Soto.

Tras lanzar sus proyectiles en contra de la casa presidencial, los Hawker Hunter se dirigieron rápidamente a La Moneda. Lo que sigue es historia conocida.

En democracia, la residencial presidencial del líder socialista fue declarada Monumento Histórico.

Aún conserva algunas instalaciones de aquella época, como un mural con el Escudo de Armas de la República, ubicado en la fachada principal, que fue encargado por el propio Allende.

domingo, 4 de octubre de 2020

Chile y los «dueños del poder real»

Por Carlos Fernández Liria | 30/10/2020 | Opinión

Fuentes: Público [Foto: Centenares de personas celebran en las calles de Valparaíso el resultado del referéndum en Chile por la reforma de la Constitución. REUTERS/Rodrigo Garrido]

A mis alumnos siempre les digo que para comprender en general la historia del siglo XX, para hacerse cargo de la relación entre ciudadanía, democracia y capitalismo, para entender, en suma, las dificultades a las que siempre se ha enfrentado el proyecto político de la Ilustración, desde que la burguesía logró derrotarlo imponiendo su contrarrevolución francesa en 1794, incluso para entender a Carl Schmitt y a Hannah Arendt, o para que Habermas o Savater no te empujen a decir demasiadas tonterías, para todo esto y más, conviene que vean La batalla de Chile (1), la famosa película de Patricio Guzmán.

Este 25 de octubre, el pueblo chileno ha conquistado, por fin, el derecho a romper con el legado de Pinochet. Han pasado casi 50 años desde el golpe de Estado que, en 1973, acabó con la democracia chilena y con la vida de su presidente Salvador Allende. Es verdad que, ya en 1990, Pinochet había aceptado el resultado de las elecciones que él mismo se había visto obligado a convocar, y había traspasado el poder a Patricio Aylwin, que sería así, según nos dice la Wikipedia, el «primer presidente democráticamente elegido» tras la dictadura. Así más o menos se le quiere recordar. La verdad es que este señor, un senador demócrata cristiano, aplaudió, apoyó y vitoreó el golpe de Estado de Pinochet. La verdad es que la democracia cristiana había perdido las elecciones, porque las ganó Allende. Y no estaban acostumbrados a eso. Esa gente trabajó sin descanso para dar cobertura a un golpe de Estado militar que pusiera remedio a tan grave equivocación de los votantes chilenos. Una vez corregido este desliz popular, una vez escarmentado el electorado con miles de torturados, desaparecidos y represaliados, estos vampiros que se autodenominaban cristianos, empezaron a tomar posiciones más equidistantes, distanciándose hipócritamente de la dictadura y preparándose para el futuro que finalmente llegó. En 1990 ganaron por fin las elecciones, que habían perdido en 1970. Y encima, había que celebrarlo como la resurrección de la democracia.

Esto es lo que, en otros sitios, he llamado «la ley de hierro de la democracia en el siglo XX». No la descubrió Habermas, ni tampoco Hannah Arendt, ni mucho menos Fernando Savater. La formuló al desnudo Augusto Pinochet cuando, el 17 de abril de 1989, declaró que «estaba dispuesto a respetar el resultado de las elecciones con tal de que no ganaran las izquierdas». Al contrario de lo que dijo el editorial de El País al día siguiente, tales declaraciones no tenían nada de «pintorescas». Era la lógica Aylwin, la lógica del que finalmente ganó las elecciones, y la lógica general que presidió la democracia durante todo el siglo XX: las izquierdas tuvieron derecho a presentarse a las elecciones, pero no a ganarlas. Lo mismo que ocurrió en España en 1936. Aquí tardamos 40 años en pagar el crimen de haber votado a la izquierda. Y luego hemos cargado con las consecuencias. Tras 40 años de represión no se vuelve a ser el mismo. En 1978 no se devolvió el poder a la República y al Frente popular, sino que se convocaron elecciones y, naturalmente, las ganó la centroderecha, como era de esperar tras cuatro décadas de escarmiento. Lo que pasó en Chile. Tras década y media de torturas, el pueblo ya había sido suficientemente aleccionado: ya no se podía devolver el poder a Allende y a la Unidad Popular, se votó sobre un campo de cadáveres. Y ganaron, por supuesto, los moderados, los mismos demócratas cristianos que habían alentado el golpe de Estado cuando perdieron las elecciones en los años setenta. Jamás se hará un mejor retrato de esta gente que el que hizo la Polla Records: «Hinchado como un cerdo, podrido de dinero, ¡cómo hueles! / Hiciste nuestras casas al lado de tus fábricas / Y nos vendes lo que nosotros mismos producimos / Eres demócrata y cristiano, eres un gusano/ ¡Cristo, Cristo, qué discípulos!»

Esta «ley de hierro de la democracia», antes que Pinochet, ya la había formulado el gran jurista del siglo XX Carl Schmitt, que era un nazi, pero que no tenía un pelo de tonto y, además, precisamente porque era un nazi, no tenía muchas ganas de disimular y de mentir, como no han parado de hacer nuestros apologetas de la democracia y el Estado de derecho (siempre que no ganen las izquierdas, por supuesto). Lo dijo en 1923: «Seguro que hoy ya no existen muchas personas dispuestas a prescindir de las antiguas libertades liberales, y en especial de la libertad de expresión y de prensa. Pero seguro que tampoco quedarán muchas en el continente europeo que crean que se vayan a mantener tales libertades allí donde puedan poner en peligro a los dueños del poder real.» Estaba hablando del parlamentarismo. ¿Quién va a estar en contra del parlamentarismo? Seguro que nadie… ¿pero habrá alguien tan ingenuo de pensar que las libertades parlamentarias se van a mantener si algún día osan legislar contra «los dueños del poder real», contra los poderes económicos, en definitiva? Ah, claro que sí, el 90% de nuestros intelectuales funcionan así, con esa insensata ingenuidad oportunista. Mientras no ganen las izquierdas (o mientras las izquierdas no estén dispuestas a tocar los intereses de los que detentan el poder económico), da gusto declararse progresista y de izquierdas. Si ganan las izquierdas, no tanto, porque entonces te torturan, te matan y te desaparecen.

Esta es la terrible realidad del siglo XX. Así fue todo el rato. Nos lo había advertido un nazi: la democracia se tolera con tal de que no sirva para nada, si no… se acabó lo que se daba. Y nos lo confirmó ese gran filósofo político que fue Augusto Pinochet: los comunistas tenían derecho a presentarse a las elecciones, pero si las ganaban, así lo expresó con todas sus letras, «¡se acabó la democracia!». Y lo más divertido es que luego no ha parado de repetirse que los socialistas y los comunistas nunca hemos tenido respeto por la democracia. Que allí donde hemos gobernado nunca hemos sido democráticos. Que el «socialismo real» nunca fue democrático. Pues sí, eso es cierto, sólo que se podría haber añadido: cuando el socialismo intentó ser democrático, cada vez que intentó llegar al poder mediante unas elecciones, cada vez que intentó conservar todas las garantías constitucionales y trabajar parlamentariamente por el socialismo, siempre vino a ocurrir lo mismo: que un golpe militar acabó con la democracia, el parlamentarismo, la división de poderes y la libertad de expresión. Estos son los límites de la democracia bajo condiciones capitalistas, un paréntesis entre dos golpes de Estado, en el que ganan las derechas (o las izquierdas de derechas).

Hubo una inmensa excepción que confirma la regla. Lo que ocurrió en Europa tras la segunda guerra mundial, lo que se ha venido en llamar «el espíritu del 45» (por recordar la excelente película de Ken Loach). En realidad, la guerra había sido gestionada de forma socialista. Y si el socialismo había permitido ganar la guerra, podía también ganar la paz. Y así pareció que podía ser durante algunas décadas, hasta que, a partir de 1979, Reagan y Thatcher acabaron con ello. El Estado del Bienestar europeo fue, sin duda, un experimento socialista de primer orden. Fue la demostración fáctica innegable de que el socialismo es mucho más compatible con la democracia y el Estado de derecho que el capitalismo y el libre mercado. Hasta que lo asesinaron, el primer ministro de Suecia Olof Palme no dejó de luchar por un modelo económico que hoy en día sería considerado muy a la extrema izquierda del de Unidas Podemos. Un modelo que estaba resultando más exitoso cuanto más se lo radicalizaba.

Pero este éxito no es una excepción a la citada ley de hierro del siglo XX. Es más bien su confirmación a escala más amplia. Para comprobarlo, hay que comenzar por desmentir algunas leyendas. Para empezar, la de que Hitler ganó las elecciones en 1933. No, Hitler nunca ganó las elecciones, como tantas veces se pretende cuando quiere alertarse de los peligros de que ganen las izquierdas. Me limito a citar un espléndido artículo que Andrés Piqueras publicó en este mismo periódico hace ya años: «Hitler fue aupado políticamente y en enero de 1933 nombrado a dedo canciller por la gran industria y Banca alemana (los Bayer, Basch, Hoechst, Haniel, Siemens, AEG, Krupp, Thyssen, Kirdoff, Schröder, la IG Farben o el Commerzbank, entre otros), utilizando para ello la figura del presidente de la República, Hindenburg. Apenas un mes después el nuevo canciller provocó el incendio del Reichstag y acusó a los comunistas de haberlo hecho para conseguir que se dictara el estado de excepción, a partir del cual desató una fulminante represión contra las organizaciones de los trabajadores, cuyos partidos políticos juntos (KPD -comunistas- y SPD –socialistas-) le habían superado con creces (unos 13 millones de votos contra 11 y medio). Ilegalizó al KPD y prohibió toda la prensa y la propaganda del SPD. Después, el 6 de marzo, convocó unas elecciones y entonces ya sí, claro, las ganó». Luego, se autoproclamó Jefe del Estado. En resumen: cuando «los dueños del poder real» vieron que podían perder las elecciones, decidieron recurrir a los nazis, para que les quitaran de encima a esos «comunistas». Y provocaron una guerra mundial, durante la cual, aprovecharon para exterminarlos en campos de concentración, junto a los judíos y a los gitanos.

La otra leyenda que conviene desenmascarar es la de que fueron los aliados comandados por EEUU los que ganaron la segunda guerra mundial. No, ocurre que fueron precisamente los comunistas los que la ganaron en toda Europa. Tanto por el avance de las tropas soviéticas, como por la resistencia interna, que en casi todos los países fue protagonizada por los comunistas. Fueron los comunistas los que salvaron la democracia contra los nazis. Se entiende así que, al acabar la segunda guerra mundial, estaban en muy buenas condiciones para negociar una paz acorde, como hemos dicho, con el «espíritu del 45», que era contundentemente socialista.

De modo que el socialismo, el de verdad, no el que tenemos ahora, dio muy buenos resultados democráticos cuando pudo sostenerse sin guerras ni golpes de Estado. Esta es la tercera leyenda que hay que desmentir, la de que el socialismo «real» siempre ha sido incompatible con la democracia. En la fórmula «socialismo real» no sólo habría que incluir a los países que, como Cuba, lograron defender el socialismo por la fuerza de las armas, sino a los países que, como Chile, lo intentaron por la fuerza de la democracia y fueron castigados por ello acabando con la democracia. Hay varias decenas de casos en el siglo XX que son ejemplos de ello, sin ir más lejos, España en 1936.

Así pues, la historia de Chile puede muy bien instruirnos para sopesar los pilares sobre los que se asienta nuestro propio sistema democrático, y alentarnos a hacer una pregunta crucial: ¿realmente hemos logrado constitucionalizar, es decir, someter a legislación, a los «dueños del poder real», es decir, a los poderes económicos que serían capaces de suspender el orden constitucional y acabar con la democracia si se vieran amenazados por el Parlamento? Muy al contrario, les hemos dado carta blanca introduciendo en nuestra Constitución el artículo 135. Ahora, los golpes de Estado financieros ya no necesitan de los tanques, como dijo Yanis Varoufakis, cuando en 2015 se le forzó a dimitir como ministro de economía. Una historia parecida a la que ocurrió en Alemania en 1990, cuando una insensatez de los votantes había logrado que nombraran ministro de hacienda a Oskar Lafontaine, una inmensa victoria para la izquierda. El sueño no duró ni un mes. El presidente de la Mercedes Benz amenazó con trasladar toda su producción a los EEUU si no se le destituía de ipso facto y en seguida quedó claro quiénes eran «los dueños del poder real». Como decía Carl Schmitt, el nazi, el poder no lo detenta quien lo ejerce, sino quien te puede cesar por ejercerlo.

Si las democracias europeas no logran encontrar la vía para constitucionalizar la vida económica, nuestros parlamentos estarán siempre secuestrados y amenazados. Continuaremos viviendo en un nuevo Antiguo Régimen, sometidos al arbitrio de corporaciones privadas, verdaderos poderes feudales, capaces de anonadar cualquier espacio público, a los que la vida parlamentaria no se atreverá a enfrentarse jamás. Una situación premoderna y preilustrada, que indica todo lo contrario de lo que se proclama como soberanía popular. La democracia continuará siendo un paréntesis entre dos golpes de Estado.

(1) . https://www.youtube.com/watch?v=NuQhPEmjUQQ
. https://www.youtube.com/watch?v=lUKR_lKRoQc
. https://www.youtube.com/watch?v=6kF233Ab_HM
Carlos Fernández Liria es Profesor de Filosofía de la UCM. ‘La Filosofía en canal’, https://www.youtube.com/channel/UCBz_dr-JLhp0NDJxNeigqMQ
Fuente: https://blogs.publico.es/dominiopublico/34967/chile-y-los-duenos-del-poder-real/

jueves, 31 de marzo de 2016

Gilbert Grellet: “No ayudar a la República en 1936 fue un error”. El periodista y escritor francés sostiene que París y Londres podrían haber cambiado el curso de la historia de haber actuado contra la sublevación militar en España

París y Londres podrían haber cambiado el curso de la historia de haber apoyado en el verano de 1936 a la República Española contra la sublevación militar. ¿Por qué no lo hicieron? Es la cuestión que el periodista y escritor francés Gilbert Grellet plantea en su libro, de reciente aparición,  Un été impardonnable (un verano imperdonable; editorial Albin Michel). “Fue una enorme injusticia”dice Grellet en un café de París. “El Gobierno español democrático tenía todo el derecho a comprar armas para defenderse”. Mientras los golpistas contaron de manera inmediata con la ayuda de Adolf Hitler y Benito Mussolini, los Gobiernos de Francia y Reino Unido se entregaban a una política de no intervención para evitar la guerra en Europa y el avance de Moscú. Es la razón por la cual Grellet considera no solo que París y Londres (además, de Washington) obraron injustamente, sino que se equivocaron de estrategia.

“Algunos dirán: ‘imperdonable’ es una palabra fuerte”, ha escrito el primer ministro francés Manuel Valls prologando este libro. “Sí. Es fuerte. Pero justa”. Valls ocupa hoy el palacio de Matignon y utiliza la misma mesa de Léon Blum, un hombre clave de esta historia, que abandonó a su suerte al Gobierno español a pesar de sus firmes convicciones socialistas y democráticas. “Blum perdió parte de su alma”, dice Grellet sobre su posición acerca de la guerra civil española.

PREGUNTA. Dice usted que Li­se London es la persona que le animó a escribir este libro.
RESPUESTA. Sí. Lise London es una francesa de origen español (su apellido era Ricol) a la que conocí hace 10 años, cuando asistía a una reunión de las Brigadas Internacionales en Madrid con motivo del 70º aniversario del inicio de la Guerra Civil. Hablamos de su historia [luchó en la Resistencia y fue capturada por los nazis] y de las Brigadas Internacionales, pero me dijo que a ella lo que le interesaba era el asunto “imperdonable” de la no intervención de las democracias occidentales. Como ve, ella misma me dio el título. Es un asunto que retomé ya de vuelta en París, en 2012, cuando Lise London murió.

P. Usted destaca en su libro la brutalidad de los primeros meses de la guerra.
R. En su momento me interesó especialmente el libro del historiador Francisco Espinosa sobre la columna de la muerte, la de los legionarios y moros que salieron de Sevilla en los primeros días de agosto para subir a Madrid pasando por Extremadura y Toledo. Fue terrible.

P. Hace usted un muy duro retrato de Léon Blum, un político tan apreciado en Francia.
R. Es verdad. Blum es un hombre interesante que ocupa un importante lugar en la historia de Francia. Fue el presidente del Consejo del Gobierno del Frente Popular e hizo muchas cosas desde el punto de vista social, como la limitación de la jornada laboral a 40 horas semanales o el derecho a las vacaciones pagadas. Con respecto a España, sin embargo, fue un desastre. Estaba muy influido por el Quai d’Orsay [el Ministerio de Exteriores] y ahí estaba Alexis Leger, secretario general del Ministerio, que consideraba que no se podía hacer nada sin el acuerdo de los ingleses, que defendían la política de distensión. En Londres influyeron mucho Stanley Baldwin [primer ministro], Anthony Eden [secretario de Estado de Asuntos Extranjeros] y también Winston Churchill, que no estaba entonces en el Gobierno, pero ejercía una gran influencia en los círculos conservadores. Publicaba un artículo semanal en el Evening Standard en el que criticaba de una manera sistemática al Gobierno republicano español, al que tachaba de comunista y bolchevique, lo que no era cierto. Churchill creía al principio que era más fácil entenderse con Hitler que con Stalin y era muy amigo de Blum. Le visitaba siempre que venía a Francia. Fue en una de esas reuniones cuando le aconsejó: “Keep out of Spain”.

P. Llega usted a decir que Blum perdió su alma por no ayudar a la República Española.
R. Sí, porque finalmente fue una enorme injusticia no ayudar a un Gobierno amigo, socialista, que tenía todo el derecho a comprar armas para defenderse de los militares. Perdió su alma y al mismo tiempo se equivocó, porque, si se hubiera aliado con los ingleses para oponerse a Hitler, quizá habría evitado la Segunda Guerra Mundial. Fue el mismo error que se cometió con la ocupación de Renania en marzo de 1936.

P. En descargo de Blum cuenta usted que era judío y que la presión de la prensa de la derecha era enorme. Dice incluso que ningún político del siglo XX ha sido tan calumniado como él.
R. No creo que ser judío fuera un factor importante en este caso. Fue más bien la presión de la prensa de la derecha, como Acción Francesa, un periódico que fue muy agresivo contra él. Hay que tener en cuenta que la derecha y la extrema derecha francesas flirteaban con Hitler y Mussolini y preferían que Franco ganara la guerra.

P. A finales de la Guerra Civil, tanto Churchill como el presidente americano Roosevelt reconocieron haberse equivocado. ¿Nunca hizo Blum lo mismo?
R. Nunca admitió su error. Siempre dijo que gracias a la no intervención se había evitado la guerra, lo que no fue cierto.

P. Usted fue el jefe de France Presse en España durante cinco años, de 2005 a 2010. Supongo que durante ese tiempo también comprendió que la Guerra Civil y la división social seguían muy presentes en la sociedad española.
R. Exacto. En aquellos años se debatía la Ley de Memoria Histórica de José Luis Rodríguez Zapatero, que quedó descafeinada, y se produjo la caída de Garzón, que a mí me pareció un disparate. Un juez que había sido tan importante en la persecución de Pinochet, expulsado de la magistratura por querer investigar los crímenes del franquismo. ¿Cómo era posible?

P. ¿Cree que España sigue sin tener superada esa etapa de su historia?
R. Adoro España y no quiero criticar a ese país, pero tuve esa impresión hace 10 años y ahora recuerdo aquello cuando veo que la alcaldesa de Madrid quiere aplicar la Ley de Memoria Histórica y, por tanto, desechar los símbolos franquistas. La pregunta es por qué los anteriores alcaldes, Alberto Ruiz-Gallardón y Ana Botella, no hicieron nada entre 2007 y 2015.

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/03/11/babelia/1457720199_544614.html?rel=lom

miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Jeremy que yo conocí. Por Ernesto Ekaizer | 13 sep 2015.

Jeremy Corbyn, 66 años, es ya The Right Honourable leader of Her Majesty’s Loyal Opposition. Es decir: el Muy Honorable líder de la Oposición Leal de Su Majestad, el partido Laborista. O simplemente, el Rt Hon, expresión honorífica con la que se alude en los países de la Commonwealth al primer ministro y al líder de la oposición.

Corbyn salió elegido diputado en el municipio de Islington North, en el norte del inner Londres o Londres interior, el pasado mes de mayo de 2015. Era la octava elección a la que se presentaba, incluyendo la de 1983, cuando las ganó por primera vez. Esta vez obtuvo una victoria récord. Ya era un personaje en busca de autor. Pero la derrota del partido Laborista del mes de mayo y la decisión de convocar elecciones primarias para seleccionar al nuevo líder le abrieron el camino para poner la guinda a su larga militancia municipal y parlamentaria. Nadie en la cúpula del partido Laborista, dominada por las ideas del New Labour de Tony Blair, podía imaginar que este hombre, que había ganado ocho elecciones, y a quien, no obstante, consideraban un loser, un perdedor, un activista, por su trayectoria de izquierdas, podría alzarse por goleada con el liderazgo.

Conocí a Jeremy Corbyn a mediados de octubre de 1998. Venía de ganar la elección en Islington North, la circunscripción parlamentaria más pequeña del Reino Unido, un barrio pobre de Londres que cohabita con casas de ricos. En Islington South, el municipio colindante, vivía Tony Blair antes de ser primer ministro en 1997.

Sobre todo, venía Corbyn de firmar una carta especial, junto con otras setenta y cuatro personalidades. El general Pinochet había sido detenido por los policías de Scotland Yard la noche del 16 de octubre de 1998 en la London Clinic según una orden del juez de guardia Nicholas Evans. Era la respuesta a la orden de detención para extradición cursada a la policía británica por el juez Baltasar Garzón. Corbyn apoyaba el arresto y pedía el enjuiciamiento de Pinochet.

La detención del exdictador chileno culminaba una larga campaña de Corbyn en el Comité de Derechos Humanos del Parlamento, del cual era miembro, contra las dictaduras latinoamericanas. Llevaba en aquellos días diez años casado con Claudia Téllez, hija de Marisol Téllez, endocrinóloga chilena especializada en medicina nuclear en el Reino Unido. Marisol era hermana de Alicia Téllez. Ambas eran hijas del diplomático español republicano, Salvador Téllez, exiliado tras la guerra civil española en Chile. Alicia, mira por dónde, es la esposa de Óscar Soto, el cardiólogo que acompañó a Salvador Allende hasta minutos antes de su suicidio en el palacio de la Moneda ante el inminente asalto ordenado por el general Pinochet. Los Téllez, una vez más, tuvieron que partir al exilio. Esta vez desde Chile a raíz del golpe del 11 de septiembre.

Corbyn era la mosca cojonera que en el Parlamento denunciaba el exquisito trato de VIP que se le daba a Pinochet durante sus regulares visitas a Londres, invitado por la fábrica de armamentos Royal Ordnance. Sea bajo el gobierno tory de John Major o el de Tony Blar. En 1997, preguntó al ministro del Interior Jack Straw:

-¿Cuántas visitas al Reino Unido ha realizado el general Pinochet a lo largo de los últimos tres años.?¿Que protección de seguridad se le ha proporcionado?

Tras el arresto de Pinochet, el Alto Tribunal de Justicia falló a favor del recurso de la defensa del exdictador. Cuando parecía que ya se embarcaba hacia Chile, un recurso de la Fiscalía de la Corona, en representación del juez Garzón, apoyado por Amnistía Internacional y otras organizaciones, ante el comité judicial de la Cámara de los Lores, el equivalente entonces del Tribunal Supremo, paralizó el regreso a Chile y abrió más de dieciséis meses de debates jurídicos y políticos. Pinochet permaneció bajo arresto en un chalé alquilado en Surrey durante 503 días.

Hay tres momentos que merecen la pena apuntar. El 3 de noviembre de 1998, Corbyn organizó una audiencia pública en la Cámara de los Comunes para apoyar el recurso de apelación contra el fallo favorable a Pinochet. Diez personas llegaron a Londres de diversas partes del mundo para dar testimonio.

Entre ellas: Isabel Allende, hija de Salvador Allende; Sofia Prats, hija del general Carlos Prats, excomandante en jefe del Ejército chileno asesinado en Buenos Aires; Sola Sierra, presidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Chile; Joyce Horman, esposa Charles Horman, ciudadano norteamericano cuya desaparición fue llevada al cine en la película Missing, en 1982; Juan Pablo Letelier, hijo de Orlando Letelier, ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores en el gobierno del presidente Salvador Allende, asesinado en 1976 en Washington, donde vivía exiliado.

Fue un acontecimiento.
Hay una segunda escena que recuerdo especialmente. El 11 de diciembre de 1998, Pinochet debía comparecer en el tribunal penal de la prisión de alta seguridad de Belmarsh a fin de recibir noticia de su situación de los labios de un juez, según prescribe la ley británica. Un grupo de periodistas de diversos países recibimos acreditación para seguir en la sala la audiencia. Era lo más parecido a un banquillo de acusado.

Corbyn no obtuvo pase para entrar. Permaneció junto a los grupos de derechos humanos en los alrededor de la prisión.

A la salida, la policía introdujo a Pinochet en un furgón Galaxy para llevarlo a su casa de Surrey, bajo arresto domiciliario.

En el Galaxy colgaba por dentro ropa para tapar la visión.

Corbyn al ver salir a Pinochet dentro del furgón dijo unas palabras. Aunque habla español, con fuerte acento británico, prefirió hacerlo en su idioma:

-Cuando yo era pequeño me impactaban las imágenes de asesinos y violadores en televisión. Todos salían de los juzgados cubriéndose la cara con una manta o un abrigo, para que no se les viera el rostro. Traer a Pinochet a este tribunal marca un precedente. Y que hayan cubierto su ventanilla con un impermeable para que no le podamos ver es, en cierto modo, una forma de justicia.

La tercera escena tiene que ver con mi trabajo y con éste periódico.
Mientras el gobierno de Blair urdía una salida a la crisis diplomática con Chile, la salida de devolver a Pinochet por razones de salud, tras la decisión del comité judicial de la Cámara de los Lores de declarar que el exdictador era extraditable a España por delitos de tortura, El PAÍS publicó en la portada del domingo 30 de enero de 2000 las cartas secretas intercambiadas por el ministro del Interior, Jack Straw, y la defensa de Pinochet, a partir del 5 de noviembre de 1999. Queda al descubierto, en lenguaje sutil, toda la operación.

Jeremy Corbyn no daba crédito. Me preguntó por la información y la solvencia de las cartas. Le aseguré que ni siquiera se trataba de una filtración, algo que siempre puede tener tal o cual interés. Le expliqué que la correspondencia formaba parte de la documentación puesta a disposición de los jueces y que estos las habían incluido entre los affidavits (declaraciones juradas) trasladados a la Fiscalía de la Corona y a los abogados intervinientes.

El 3 de febrero de 2000, Corbyn encabezó un grupo de veinte parlamentarios que pidieron al ministro Straw la aportación de los documentos anticipados por este periódico y solicitaban que Pinochet fuese sometido a un nuevo examen médico. Corbyn propuso esta moción:

Esta Cámara deja constancia de que el 30 de enero, el respetable periódico español EL PAÍS publicó el texto de las cartas intercambiadas entre el Home Office y la defensa de Augusto Pinochet desde noviembre de 1999 en adelante, y que estas cartas confirman que, pese a no estar bajo obligación legal alguna para hacer esa oferta, el Home Office propuso por su propia iniciativa, antes de recibir esa petición de la defensa, que los detalles del informe médico de Augusto Pinochet fueran mantenidos en secreto".

Jack Straw formalizó el 2 de marzo de 2000 la operación diseñada "por razones de salud". Y acudió al Parlamento un rato después del despegue del avión que devolvía a Pinochet a Chile tras 503 días de arresto domiciliario.

Corbyn se dirigió al ministro en la Camara de los Comunes:

-¿Acepta el ministro que mucha gente en este país y en el mundo tiene un sentimiento de vergüenza ante la noticia de que Pinochet acaba de abandonar el espacio aéreo británico y, por tanto, se halla libre de toda probable persecución penal en cualquier tribunal del mundo? ¿Puede explicar por qué el 5 de noviembre de 1999 ofreció a los abogados de Pinochet la confidencialidad del informe médico a cambio de que el general aceptara someterse exámenes?
http://blogs.elpais.com/analitica/