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jueves, 28 de marzo de 2024

Los orígenes del capitalismo, la esclavitud

Un libro publicado recientemente en el Reino Unido sitúa la esclavitud en el corazón de la Revolución Industrial británica. Un estudio valioso para comprender nuestro mundo y su evolución.

La cuestión de los vínculos entre esclavitud y capitalismo viene de lejos y sigue desatando pasiones y debates. Si bien el estudio de los vínculos entre la producción basada en la esclavitud y el nacimiento de la sociedad capitalista está hoy bien asentado en Estados Unidos, esta labor sigue siendo menos importante para Europa, donde nació el capitalismo.

Estados Unidos es un caso muy especial porque su economía se estructuró en torno a la esclavitud. En el Viejo Continente, los historiadores económicos apologistas del capitalismo han defendido durante mucho tiempo -y siguen haciéndolo- la idea de que la esclavitud fue un factor secundario en el nacimiento de la Revolución Industrial. Para muchos, la trata de esclavos fue una especie de "detalle" en la historia económica del capitalismo.

Un libro publicado en 2023 por Polity y aún no traducido al francés arroja nueva luz sobre las primeras horas del nacimiento del capitalismo y desentraña esta narrativa, construida en gran medida a lo largo del siglo XIX, tras la abolición de la esclavitud.

En Slavery, Capitalism en Industrial Revolution, dos investigadoras, Maxine Berg y Pat Hudson, sitúan la esclavitud y el sistema de plantaciones que surgió de ella en el centro del desarrollo de la economía británica en el siglo XVIII. Y lo convierten en un factor determinante de la Revolución Industrial y de las formas particulares que ha adoptado el capitalismo británico hasta nuestros días.

El libro es importante porque se basa en una gran cantidad de datos que intentan trazar el impacto global de la esclavitud en el desarrollo económico. El objetivo de las dos investigadoras es comprender cómo esta actividad y la de la plantación caribeña, que no podría haber existido sin el comercio de esclavos, tuvieron un impacto más amplio en el conjunto de la economía británica: en el comercio, la industria, las finanzas, la agricultura y el consumo. Y cómo esta influencia sentó las bases de la Revolución Industrial y del poder capitalista británico en el siglo siguiente.

Redescubrir la importancia de la esclavitud en la economía del siglo XVIII

"La esclavitud formó parte [de la transformación de la economía capitalista británica en el siglo XVIII]. Y no sólo formó parte de ella, sino que estuvo en su centro, influyendo en la transformación de la agricultura doméstica, la formación de capital, el cambio tecnológico, la transformación de las prácticas comerciales y financieras, y la revolución de las finanzas públicas y privadas", explican las autoras.

El libro explora cada una de estas facetas, no sólo "siguiendo el rastro del dinero" procedente de los beneficios de las plantaciones y el tráfico de seres humanos hacia las inversiones que alimentaron la Revolución Industrial, sino también considerando cómo estos sectores influyeron en la forma en que la gente hacía negocios, innovaba, contrataba créditos y consumía.

Uno de los grandes intereses de este libro es que no se limita a "rastrear" los flujos financieros, sino que adopta un enfoque más global que ve la trata de esclavos y la industria como lo que realmente fueron: un importante sector capitalista dentro de una economía británica en transición.

Como señalan las autoras, los contemporáneos eran muy conscientes del papel crucial que desempeñaba la esclavitud en la economía británica del siglo XVIII. En 1718, William Word, plantador jamaicano y autor de un Ensayo sobre el comercio, afirmaba que el comercio africano era "la fuente y el progenitor de donde procede todo lo demás".

La influencia de los plantadores y esclavistas en el Parlamento británico era una característica dominante de la política británica a principios del siglo XVIII. Es cierto que el país que se convirtió en el Reino Unido de Gran Bretaña en 1707 mediante la unión de Inglaterra y Escocia iba a dominar el comercio de esclavos durante todo el siglo.

Los británicos, que a finales del siglo XVII todavía aventajaban a los portugueses en la deportación de africanos, acapararon casi el 43% del comercio de esclavos entre 1751 y 1775, frente al 27% de los portugueses y el 17% de los franceses. A finales de siglo, seguían controlando el 37% de este espantoso mercado.

El objetivo de estas deportaciones era abastecer las inmensas plantaciones de las numerosas islas antillanas controladas por los británicos, como Jamaica y Barbados, donde se producía café, tabaco y, sobre todo, azúcar. El azúcar estaba en el corazón de la primitiva máquina capitalista que había comenzado con la esclavitud.

El gusto por el azúcar lo cambia todo

Las dos autoras explican cómo se modificaron el consumo y los gustos de los europeos para que la producción de las plantaciones pudiera beneficiarse de un mercado inmenso y en constante crecimiento. "A medida que crecía la oferta de azúcar, también lo hacía su popularidad", resumen las autoras. Entre 1700 y 1783, la producción de azúcar en las Antillas británicas se cuadruplicó.

Este fenómeno se logró a través de dos canales que no son ajenos a los mecanismos del capitalismo actual: la atracción del consumo de lujo que se había vuelto asequible, y la adicción al propio producto, que se convirtió en una "necesidad".

La imposición del azúcar al consumo de los europeos, incluidos los más pobres, en el siglo XVIII es, en cierto modo, la primera victoria del marketing en apoyo de la producción en masa. Es un recordatorio de que la demanda y el consumo son a menudo las consecuencias más que las causas de las opciones de producción.

Pero lo que el libro muestra es que esta revolución culinaria, concebida para garantizar la rentabilidad de las plantaciones de caña de azúcar basadas en la esclavitud, tuvo un efecto general en cadena sobre la economía. En primer lugar, alimentó la demanda de bebidas azucaradas procedentes de otras plantaciones esclavistas (café, chocolate) o del comercio asiático, como el té.

La fiebre del azúcar también impulsó otros sectores, en el propio Reino Unido, como la cerámica, el comercio minorista, los intermediarios financieros y las infraestructuras portuarias. Todos estos sectores impulsaron a su vez el resto de la economía, en particular la producción de metales y minerales.

Lo que Maxine Berg y Pat Hudson muestran es el efecto en cadena de esta industria basada en la esclavitud sobre la dinámica capitalista e industrial general del Reino Unido. Esta dinámica no siempre es inmediatamente visible. Pero las autoras destacan, por ejemplo, hasta qué punto esta revolución del consumo fue un elemento clave de la "revolución industrial", un cambio significativo en la relación con el trabajo que hizo posible la revolución industrial.

Así, señalan, "el deseo de una nueva variedad de bienes condujo a cambios graduales en el comportamiento de los hogares ordinarios de Europa Occidental". Poco a poco, para poder permitirse el lujo ahora alcanzable del azúcar, se abandonó la economía de subsistencia en favor del trabajo asalariado. La gente estaba dispuesta a trabajar más y durante más tiempo para adquirir estos bienes, que se habían convertido, según los propios relatos de finales del siglo XVIII, en necesidades esenciales.

Al mismo tiempo, el sistema de plantaciones sentó las bases de la futura organización capitalista del trabajo y la producción. La industria azucarera de la época era una "síntesis de campo y fábrica", un verdadero "agronegocio" que no se parecía a "nada conocido entonces en Europa". El jugo de la caña de azúcar debía procesarse rápidamente tras la cosecha para producir cristales de azúcar y melazas que, una vez destiladas, producían ron, un producto que pronto se popularizaría también en los mercados europeos.

Productividad, innovación y disciplina style="font-size: large;">
La plantación era, por tanto, un sistema integrado que requería importantes innovaciones para su época con el fin de organizar y mejorar la producción. El sistema de contabilidad que se implantó permitió calcular con mayor precisión los rendimientos y, por consiguiente, reducir las "necesidades" de los esclavos en materia de alimentación, vivienda y vestido para extraer el máximo valor posible.

Estas prácticas contables iban a desempeñar un papel decisivo en el nacimiento y desarrollo del capitalismo. "La contabilidad normalizada hizo posible la separación de la propiedad y la gestión, separación que sigue siendo poco frecuente en las empresas británicas y europeas más de un siglo después", señalan las autoras.

La contabilidad también permitió aumentar el control y la intensificación de la mano de obra. El sistema de plantaciones confirmó la observación que Marx haría un siglo más tarde: el aumento de la productividad iba de la mano del deterioro de las condiciones de trabajo. El libro señala que "las condiciones de trabajo empeoraban a medida que mejoraban la gestión y la tecnología". Poco a poco, las plantaciones de las Indias Occidentales británicas del siglo XVIII se asemejaron a las grandes fábricas del siglo siguiente, con la violencia añadida del régimen esclavista, donde los rebeldes eran azotados, apaleados y ahorcados.

Al mismo tiempo, la plantación también se esforzaba por mejorar la productividad mediante una mecanización cada vez mayor. Una vez más, vemos hasta qué punto es erróneo el argumento clásico (y ahora insostenible) de que la esclavitud impediría cualquier aumento de la productividad necesario para el desarrollo capitalista.

Los autores muestran con gran detalle la importancia del sistema de plantaciones en las innovaciones clave del periodo. Esto fue particularmente cierto en términos de energía, donde el vapor se utilizó a escala masiva desde finales del siglo XVIII en las Indias Occidentales británicas, en un momento en que su uso era muy limitado en el Viejo Continente. Lo mismo ocurrió con la maquinaria y las técnicas agrícolas de selección y mejora de semillas. Todo ello fomentó la innovación en la metrópoli y fue una de las claves del avance británico a principios del siglo XIX.

La financiarización de la economía

La alta productividad del sistema de plantaciones y el atractivo de sus productos permitieron a Inglaterra, un país pequeño con muy pocos recursos naturales, "salir de las limitaciones de [su] economía doméstica" multiplicando los recursos agrícolas y los ingresos comerciales. De hecho, toda la economía británica iba a ser remodelada por el sistema esclavista.

Los puertos comerciales del Atlántico, principalmente Liverpool y Glasgow, desarrollaron un hinterland que suministraba los productos manufacturados necesarios para el comercio triangular basado en la esclavitud, sobre todo textiles y productos metálicos. La geografía económica del Reino Unido se vio profundamente alterada como consecuencia de ello, y las principales zonas industriales ya estaban implantadas a principios del siglo XIX, antes de que se generalizaran la energía, el vapor y el ferrocarril, impulsados por el comercio atlántico.

Una de las aportaciones más interesantes de este libro es el examen del desarrollo de las finanzas en el contexto del sistema esclavista. La magnitud de las inversiones necesarias para desarrollar las plantaciones hizo rápidamente imprescindible el uso de cartas de crédito y deudas. Del mismo modo, los riesgos inherentes al comercio marítimo condujeron al desarrollo del sistema de seguros. Por último, los colosales beneficios de la esclavitud alimentaron la necesidad de un sistema financiero capaz de gestionar su reinversión, según la lógica capitalista clásica.

Londres se convirtió rápidamente en el primer centro financiero del mundo, superando a Amsterdam a finales del siglo XVII. Los financieros londinenses desarrollaron innovaciones que serían cruciales para el futuro desarrollo del capitalismo.

Se estableció un sistema de garantías sobre los préstamos contraídos por los traficantes de esclavos, lo que permitió a los británicos intensificar el comercio de esclavos, mientras que holandeses y franceses tuvieron que hacer frente a la falta de crédito y a elevados riesgos. Al mismo tiempo, se desarrolló un verdadero mercado de bonos privados emitidos por las plantaciones. Se convirtieron en verdaderos instrumentos de pago que permitieron la industrialización de las zonas portuarias del interior.

El dinero de la metrópoli se dirigía hacia las necesidades de las plantaciones, y luego volvía a Inglaterra y Escocia para financiar los sectores impulsados por el comercio triangular, pero también para financiar al Estado. Las autoras hacen especial hincapié en el hecho de que la demanda de deuda pública por parte de los plantadores permitió estructurar nuevos instrumentos que aún hoy constituyen la base de las finanzas, y que no sólo proporcionaron un apoyo estatal esencial para el desarrollo capitalista británico, sino que también financiaron las guerras coloniales que reforzaron el sistema de plantaciones. style="font-size: large;">

El efecto a largo plazo de la esclavitud sobre el capitalismo style="font-size: large;">
Maxine Berg y Pat Hudson no defienden, como ellas mismas afirman en su prefacio, la idea de que exista un vínculo causal o necesario entre esclavitud y capitalismo. Por el contrario, su meticuloso estudio pretende volver a situar la esclavitud en el centro del proceso que condujo a la constitución de la primera sociedad capitalista del mundo. Este intento fue lanzado por el historiador del Trinity College in Hartford, Connecticut, Eric Williams en 1944, pero desde entonces ha sido combatido y soslayado por la mayoría de los historiadores de la Revolución Industrial en el Reino Unido.

Su trabajo permite restablecer la conciencia del papel formativo y central que desempeñó la industria esclavista en el surgimiento del capitalismo, así como captar la huella que tal hecho pudo dejar en el desarrollo de la historia económica británica.

La esclavitud proporcionó al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo.

Y, de hecho, los dos últimos capítulos del libro se esfuerzan por mostrar este impacto duradero. La abolición del comercio de esclavos por Londres en 1807, seguida de la abolición de la esclavitud entre 1833 y 1838, no puso fin al dominio de la esclavitud sobre el capitalismo británico.

Los inversores londinenses no sólo siguieron apoyando masivamente las industrias basadas en la esclavitud en el sur de Estados Unidos, Cuba y Brasil, sino que reprodujeron una forma de sucedáneo de la esclavitud en las plantaciones de Guyana y el Caribe, con la deportación y la explotación violenta de trabajadores del sur de Asia.

El impacto también es evidente a más largo plazo. La financiarización de la economía británica en los años 80 parece haber perpetuado la lógica de la plantación. No es casualidad, además, que muchas de las dependencias de la Corona caribeña, como las Islas Caimán y las Islas Vírgenes Británicas, se hayan convertido en paraísos fiscales paralelos en apoyo del poder global de la City.

Los autores rastrean claramente una serie de rasgos de la sociedad británica contemporánea hasta esta historia original: no sólo el racismo, sino también el alto nivel de desigualdad, la formación muy estrecha de las élites y la fortísima división geográfica de Inglaterra.

"La esclavitud dio al capitalismo moderno algunas de sus estructuras fundamentales de producción y consumo y promovió las desigualdades de raza, clase y lugar que han caracterizado a Gran Bretaña y al resto del mundo en los últimos tres siglos", escriben Maxine Berg y Pat Hudson. Esta conclusión coincide con muchos análisis recientes, algunos de los cuales adoptan un enfoque diferente, como el reciente de Sylvie Laurent (véase su entrevista aquí).

style="font-size: large;"> ¿Por qué el Reino Unido? style="font-size: large;"> style="font-size: large;">
Por último, hay una cuestión que sigue siendo importante. El Reino Unido no fue la única potencia europea implicada en la esclavitud. El sistema de plantaciones y la deportación de esclavos comenzaron en el siglo XVI con Portugal, que, junto con Brasil (que no abolió la esclavitud hasta 1888), fue un actor importante a largo plazo. En Santo Domingo, Francia tenía la colonia azucarera más productiva del mundo y, junto con los Países Bajos, también fue un actor importante en este sistema.

Entonces, ¿por qué surgió primero el capitalismo industrial en el Reino Unido? Sin duda, nos hubiera gustado contar con más elementos comparativos en este libro para entenderlo. Pero el libro proporciona algunas pistas interesantes. En primer lugar, hay que recordar que el capitalismo no es sólo el producto de la esclavitud. Algunas otras estructuras institucionales y económicas desempeñaron un papel importante, sobre todo en la agricultura.

El terreno sobre el que se construyó el sistema de plantaciones no fue el mismo en todas partes. La resistencia de las estructuras feudales y del consumo de lujo en Francia y Portugal bloqueó sin duda la lógica de acumulación del mercado que funcionaba al otro lado del Canal de la Mancha.

El libro aporta, sin embargo, pruebas más concretas del desarrollo británico, en particular la existencia de un centro financiero ya globalizado y muy innovador en Londres, y el efecto de arrastre hasta al menos 1776 de los asentamientos europeos en Norteamérica, que actuaron como correa de transmisión de los fenómenos antes descritos.

Por último, hay un elemento central: el Estado británico fue un decidido partidario del sistema de producción de plantaciones, y lo demostró no sólo en el plano institucional, sino también en el militar. La derrota de Francia y los Países Bajos en 1763 al final de la Guerra de los Siete Años es, desde este punto de vista, un acontecimiento capital en la historia del capitalismo.

El libro de Maxine Berg y Pat Hudson es una importante contribución a la historia de la Revolución Industrial, un tema que ha sido objeto de mucho debate en los últimos años. Sólo cabe esperar que esta obra se amplíe y extienda a otros países, como Francia.

Desde este punto de vista, cabe señalar que la idea del libro surgió a raíz de la "descolocación" de las estatuas de esclavos en Bristol en 2021. Así pues, el movimiento de la sociedad fomenta y hace avanzar la investigación, contrariamente a lo que afirma el pensamiento conservador. Este no es el menor de los mensajes positivos del libro.

Romaric Godin es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.

Fuente:

viernes, 25 de junio de 2021

_- Cientos de niños negros que acabaron en escuelas para "subnormales" en Reino Unido en las décadas de los 60 y 70

_- En el Reino Unido de las décadas 1960 y 1970, cientos de niños negros fueron etiquetados como "educativamente subnormales" y enviados erróneamente a escuelas para alumnos que se consideraba tenían poca inteligencia. 

Por primera vez, algunos exalumnos han hablado de sus experiencias para un nuevo documental de la BBC.

En la década de 1970, cuando tenía 6 años, Noel Gordon fue enviado a lo que se conocía en aquel momento como un internado "educativo para subnormales" (ESN), situado a 24 kilómetros de su casa.

"Esa escuela era un infierno", dice Noel. "Pasé 10 años allí, y cuando me fui a los 16, no pude conseguir trabajo porque ni siquiera podía deletrear o llenar una solicitud de empleo".

Aproximadamente un año antes de unirse a la escuela ESN, Noel había sido ingresado en el hospital para que le extrajeran un diente. Le administraron un anestésico, pero resultó que tenía anemia de células falciformes no diagnosticada y el anestésico desencadenó una reacción grave.

Noel dice que los problemas de salud resultantes lo llevaron a ser percibido como con dificultades de aprendizaje y a ser recomendado para una "escuela especial". Sin embargo, ni él ni sus padres recibieron ninguna prueba o explicación de su discapacidad.

"Alguien vino y dijo que habían encontrado un internado especial con una matrona donde se ocuparían de mis necesidades médicas", dice Noel.

Durante esa conversación también dijeron que Noel era "un idiota. Estúpido".

Pero los padres de Noel no se dieron cuenta de que su nueva escuela era para los llamados "subnormales" desde el punto de vista educativo. Se habían mudado a Inglaterra desde Jamaica a principios de los años 60 y tenían grandes expectativas en la educación de su hijo.

Noel pasó la primera noche en el internado llorando, pensando en su madre. Sentía que la escuela era fría e institucional.

"Aún me viene el olor de los viejos escritorios de madera. ¡Ah! y el abuso racial en mi primer día", dice.

Un estudiante le lanzó insultos raciales en el aula, pero no fue reprendido: el maestro simplemente le dijo que se sentara.

La escuela no seguía el plan de estudios del resto. Y aunque un maestro le dio a Noel un cuaderno para que escribiera, nunca le enseñaron gramática básica o cómo escribir. Hizo algunas sumas y restas básicas, pero durante las clases principalmente hacía manualidades y jugaba.

Sus padres sólo se dieron cuenta de qué tipo de escuela era cuando Noel, que entonces tenía 7 años, fue golpeado por un alumno de 15 años y su padre lo visitó por primera vez.

Recuerda que su padre le dijo al director: "Esta es una escuela para niños discapacitados", utilizando un término obsoleto.

Dice que el director respondió: "Sí, pero no nos gusta usar esa palabra, los llamamos aprendices lentos".

El padre de Noel, aunque devastado, se sintió impotente para cambiar las cosas.

Noel no tuvo la oportunidad de realizar exámenes y obtener calificaciones. Reflexionando sobre ello ahora, dice que ser etiquetado como subnormal desde el punto de vista educativo lo hizo sentir inferior por el resto de su vida y le generó muchos problemas psicológicos.

"Dejar la escuela sin ningún título es una cosa, pero dejar la escuela pensando que eres estúpido es completamente diferente. Te quita la confianza", dice.

La etiqueta
El término "educativamente subnormal" derivó de la Ley de Educación de 1944 y se utilizó para definir a quienes se creía que tenían una capacidad intelectual limitada.

"Esa etiqueta hizo que los niños se sintieran inferiores", dice el profesor Gus John, activista de la educación, quien llegó a Reino Unido desde el país insular caribeño Granada en 1964 como estudiante, y pronto se dio cuenta del problema.

"Los estudiantes de las escuelas ESN no irían a la universidad. Si tenían suerte, se convertirían en labradores.

"El término paralizaba y mataba cualquier sentido de autoconfianza y ambición".

Las escuelas primarias y secundarias de ESN clasificaban a los niños entre los que tenían "discapacidades de aprendizaje moderadas", discapacidades de aprendizaje "graves" o aquellos "imposibles de enseñar".

Estas categorías eran amplias y cuando se recomendaba a los estudiantes para las escuelas ESN, los profesores y psicólogos no siempre daban razones sólidas.

Si bien algunos de estos centros tenían buenos ejemplos de enseñanza, en muchos se pasaban por alto las necesidades de los alumnos.

Los estudiantes negros fueron enviados a estas escuelas en proporciones significativamente más altas.

Los realizadores del documental vieron un informe de 1967 de la ahora desaparecida Inner London Education Authority (ILEA , la Autoridad de Educación del Interior de Londres), que mostraba que la proporción de niños inmigrantes negros en las escuelas ESN (28%) era el doble que la de los de las escuelas ordinarias (15%).

"El porcentaje de niños negros en las escuelas ESN comparado con el de las escuelas normales era escandaloso", dice Gus John.

Pero ¿por qué se definió a tantos niños negros como "subnormales"?

"Racismo desenfrenado"
Las cifras de las décadas de 1960 y 1970 muestran que, en promedio, el rendimiento académico de los niños negros era más bajo que el de sus homólogos blancos. Eso alimentó la creencia generalizada de que los niños negros eran intelectualmente inferiores a los blancos.

Un informe de la autoridad local filtrado en 1969, escrito por un director llamado Alfred Doulton, argumentó que los niños antillanos en general tenían un cociente intelectual más bajo.

La afirmación se basaba en los resultados de las pruebas de cociente intelectual a los que se sometía comúnmente a los alumnos de primaria.

Uno de los principales defensores de esas teorías fue Hans Eysenck, exprofesor del Instituto de Psiquiatría del King's College de Londres.

Creía que la inteligencia estaba determinada genéticamente y citaba un estudio estadounidense que parecía mostrar que el cociente intelectual de los niños negros caía, en promedio, 12 puntos por debajo de los niños blancos.

Sobre ello, Gus John dice en el documental: "Cuando personas como Eysenck escribieron sobre raza e inteligencia, lo que en realidad estaban haciendo era justificar todos esos tropos que habían estado flotando durante el período de esclavitud, en el que la gente creía que no solo que los negros eran subhumanos sino también que no se podía esperar que actuaran o fueran tan inteligentes como los blancos".

Muchos maestros veían a los niños negros como intelectualmente inferiores y temían que el hecho de que hubiera "demasiados" alumnos negros en una clase afectara negativamente el logro de los alumnos blancos.

Tras una protesta de padres blancos en Southall, al oeste de Londres, en junio de 1965, el gobierno emitió una guía que abordaba las necesidades sociales, lingüísticas y las posibles necesidades médicas de los niños inmigrantes, y recomendaba mantener un límite de aproximadamente el 30% de inmigrantes en cualquier escuela.

Como consecuencia, muchas autoridades locales adoptaron la política de transporte en autobús: enviar a los niños inmigrantes a escuelas fuera de su área local en un intento de limitar el número de minorías étnicas en las escuelas.

La práctica finalmente se abolió en 1980.
"El sistema educativo alimentó y legitimó la idea de que los menores negros caribeños eran menos inteligentes que otros niños. Por eso muchos de ellos terminaron en las escuelas ESN.

"Fue un racismo desenfrenado", dice Gus John.

El problema del lenguaje
Muchos equipararon erróneamente la raza con la capacidad intelectual. Pero como argumentó la fallecida psicóloga educativa Mollie Hunte, los malos resultados de los estudiantes negros no se debieron a su capacidad intelectual sino a que las pruebas utilizadas para evaluarlos tenían un sesgo cultural.

Como explica Gus John, los exámenes utilizaban referencias y vocabulario con los que los niños caribeños recién llegados no estaban familiarizados.

"Un elemento clave fue el idioma", dice el profesor John. "Si habían crecido en un hogar jamaicano, usaban inglés jamaiquino —patois o criollo—.

"El problema que tenía la mayoría de los estudiantes caribeños era que como era un derivado del inglés estándar, nadie creía que necesitaran apoyo con el idioma".

Como resultado, no recibieron la ayuda adicional que recibieron otros niños inmigrantes que no hablaban inglés antes de llegar.

Según el profesor John, los maestros no intentaron comprender las barreras culturales que enfrentaban los niños negros y las evaluaciones no consideraron sus circunstancias domésticas y socioeconómicas, ni el impacto de la migración.

Muchos niños viajaban a Reino Unido una vez que sus padres se habían instalado. Llegaban a un país desconocido para vivir con extraños virtuales, a quienes no habían visto en años.

"Ese desplazamiento causó mucho trauma", dice el profesor John. "Hubo dolor y duelo. Esos niños a menudo no volvían a ver a sus abuelos".

"Descartados"
Según el activista de la educación, había una cultura de bajas expectativas entre los profesores.

Las dificultades de aprendizaje se confundieron con problemas de aprendizaje y los niños negros simplemente fueron "descartados" y enviados a las escuelas ESN.

Eso es lo que le sucedió a Maisie Barrett, de Leeds, una ciudad del norte de Inglaterra, quien fue enviada a uno de estos centros a los siete años, en la década de 1960.

"Inicialmente fui a una escuela convencional. Allí, una maestra le dijo a mi madre que no podía aprender. Nos dijeron que estaría mejor en una escuela especial".

Maisie dice que la decisión de enviarla a una escuela ESN fue un error que arruinó sus oportunidades de vida. Como a Noel, no le enseñaron lo necesario.

"Jugábamos, teníamos discotecas... Yo lo llamo una 'escuela libre' porque la educación era muy básica y jugamos mucho más de lo que estudiábamos", dice.

Fue solo en sus 30, décadas después, que a Maisie le diagnosticaron dislexia.

"En lugar de ayudarme con mis dificultades de aprendizaje, simplemente me tacharon de estúpida. Los maestros nunca se tomaron el tiempo de averiguar por qué tenía problemas para aprender. Eso arruinó mi confianza", dice.

"Era lenta, pero un maestro debería haberse tomado el tiempo para ayudarme a aprender".

Según Maisie, la falta de aprendizaje y apoyo era solo una parte del problema.

"Fui a una escuela que era una institución racista", dice.

Con el tiempo, tanto a Noel como a Maisie se les ofreció la oportunidad de asistir a escuelas ordinarias. Para entonces, era demasiado tarde.

En el caso de Noel, fue a una escuela secundaria local a tiempo parcial desde los 12 años y pasó el resto de la semana en la escuela ESN.

"En la escuela secundaria de medio tiempo, me ausentaba debido a la intimidación de no tener amigos y no poder leer", dice Noel.

Maisie dejó su escuela ESN a la edad de 13 años y comenzó en la escuela secundaria regular.

"Mi mamá me puso en contacto con una trabajadora social negra que, después de evaluarme, dijo que yo era inteligente y señaló que me ubicaran en la escuela ESN por racismo", dice Maisie.

Sin embargo, para entonces, incapaz de leer o escribir, Para Maisie la escuela secundaria fue extremadamente desafiante y terminó sin calificaciones.

No tan "especiales"
Inicialmente, muchos caribeños que emigraron al Reino Unido durante las décadas de 1960 y 1970 tenían una visión favorable de las escuelas ESN.

A menudo denominadas "escuelas especiales" por los maestros, los padres caribeños, con poco conocimiento sobre el sistema educativo británico, pensaban que estas brindarían un mejor apoyo y aprendizaje a sus hijos.

"Cuando le dijeron a mi madre que me habían recomendado para una escuela especial, la recuerdo sonriendo. Ella pensó que una escuela especial significaba una escuela mejor", dice Maisie.

Esta presunción sobre las escuelas "especiales" también se derivaba de las experiencias de los caribeños con los centros educativos en sus lugares de origen.

"La educación británica era vista como un camino hacia la movilidad social y las aspiraciones de los padres eran muy altas", dice Gus John.

"Los maestros tenían un perfil alto en las comunidades caribeñas, y los padres inicialmente confiaban en los profesores británicos. Fue un shock descubrir que sus hijos estaban siendo descritos como subnormales".

Sin embargo, cuando empezaron a notar las dificultades de sus hijos con los conceptos básicos de lectura y escritura, se preocuparon y surgieron grupos de padres dispuestos a la acción.

Por ejemplo, en 1970, después de descubrir que había un número desproporcionadamente alto de niños negros en las escuelas ESN del norte de Londres, un grupo llamado North London West Indian Association se quejó formalmente ante la Junta de Relaciones Raciales, alegando discriminación en virtud de la Ley de Relaciones Raciales de 1968.

Remedios
En 1971, un libro titulado "Cómo el niño antillano se vuelve subnormal desde el punto de vista educativo en el sistema escolar británico" resultó fundamental para cambiar la opinión de los padres negros.

El autor, el escritor y maestro granadino Bernard Coard, enseñaba en una escuela ESN y había notado la gran cantidad de niños caribeños allí. Cuando un grupo de padres preocupados le pidió que investigara el tema, escribió el libro en un tiempo récord.

Sostuvo que las escuelas ESN estaban siendo utilizadas por las autoridades educativas como un "vertedero" para los niños negros, y que los maestros estaban confundiendo el trauma causado por la inmigración con una falta de inteligencia.

El trabajo fundamental de Bernard Coard condujo a una acción positiva y a un fuerte aumento en las escuelas complementarias para negros.

Eran escuelas sabatinas creadas por padres negros con el objetivo de elevar el nivel educativo de los niños. Enseñaban materias del currículum junto con la historia negra, para elevar la autoestima de los niños, ayudarlos a obtener calificaciones y prepararlos para el empleo.

Después de años de presión y campañas, la Ley de Educación de 1981 consagró la inclusión en la legislación y el término "educativamente subnormal" fue abolido como una categoría definitoria.

Una investigación del gobierno sobre la educación de niños de grupos étnicos minoritarios publicada en 1985 encontró que los bajos puntajes de CI promedio de los niños antillanos no eran un factor significativo en su bajo rendimiento académico.

En cambio, se descubrió que el prejuicio racial en la sociedad en general jugaba en ello un papel crucial.

Pero para Noel como para Maisie, el impacto de su tiempo en las escuelas ESN permanece.

"La etiqueta cambió tanto y ESN paralizó mi confianza. Nunca me dieron las herramientas para ser la persona que podría haber sido", dice Maisie.

A pesar de escribir dos libros y obtener cuatro títulos después de dejar la escuela, incluidos los estudios caribeños y la escritura creativa, Maisie ha tenido dificultades para encontrar trabajo a lo largo de los años.

Actualmente desempleada y con dos hijos adultos, trabajó como trabajadora de apoyo para disléxicos, pero fue despedida hace unos años.

Maisie siente que se ha pasado la vida "tratando de ponerse al día" desde que dejó la escuela ESN.

Noel descubrió que realmente le gusta aprender y ha acumulado una serie impresionante de diplomas como adulto, incluida una licenciatura en informática.

Pero aunque la pared de su casa está cubierta de certificados, todavía tiene dificultades para leer y escribir.

"Esa escuela ESN me arruinó", dice Noel.

Y a pesar de los importantes avances realizados desde entonces, persisten las disparidades en la educación de los niños negros.

"Las preocupaciones que solíamos tener sobre los ESN todavía persisten, en vista de la cantidad de niños negros en unidades de derivación de alumnos", dice Gus John.

Estas unidades fueron establecidas en 1993 para acoger a alumnos excluidos de las escuela ordinarias.

Pero hay en ellas una cantidad desproporcionada de alumnos negros, hasta tres veces más en algunos de estos centros.

Al considerar el impacto a largo plazo de las escuelas ESN, el mayor pesar de Gus John es que "toda una generación fue disuadida de soñar en grande".

Fuente: BBC.

jueves, 14 de junio de 2018

María Teresa Turrión, la española que mece la cuna de los herederos británicos. La palentina se convierte, con el nacimiento del tercer hijo de los Duques de Cambridge, en la 'supernanny' del reino.

A pesar de su proverbial discreción, la palentina María Teresa Turrión Torrallo no ha podido evitar la proyección pública que entraña estar al cuidado de los hijos de los duques de Cambridge, el mayor de ellos destinado a ser un día rey de Reino Unido. A cargo del príncipe Jorge desde su nacimiento, hace cuatro años, y luego también de su hermana Carlota, la llegada de un tercer retoño (Luis) hace justo una semana acaba de convertirle en la supernanny del reino. Porque, aunque la familia siga creciendo, los padres de los pequeños príncipes han dejado claro que no quieren mayor ayuda que la de su niñera española.

La inamovible presencia de Turrión en el palacio de Kensington desde que Guillermo y Catalina fueron padres por primera vez, responde a la confianza depositada por la pareja real en esta niñera, hoy de 47 años, formada en el exclusivo Norland College. Fundado en 1892, en el centro de Bath se cursa uno de los títulos más exigentes del mundo en cuanto a cuidado infantil y provee de cuidadoras para sus hijos a lo más selecto de la aristocracia británica, amén de millonarios afamado como el Rolling Stone Mick Jagger. Entre las asignaturas que se imparten al alumnado, se incluyen clases de artes marciales y de reacción ante un posible ataque terrorista. La palentina fue una de sus diplomadas estrella y, tras trabajar para varias familias de la alta sociedad londinense, fue recomendada a los duques.

La primera imagen que la prensa británica obtuvo de la nanny Turrión fue la de su paseo por los jardines del palacio de Kensington —residencia oficial de los duques de Cambridge— empujando el carrito real de Jorge, el bebé recién nacido. Su atuendo parecía especialmente informal (jersey y pantalones, coleta recogiendo la melena), en una clara distinción entre el espacio privado y público de la familia real. A puerta cerrada, Jorge (4 años), Carlota (2 años) y pronto el recién nacido Luis son niños tratados como tales, “y con mucho amor”, según ha relatado a The Telegraph Kathryn Mews, una de las exalumnas de Norland y hoy autora de varios libros sobre crianza. Luego llegan algunas normas y explicaciones para conseguir que se comporten bien en público, una función en la que la niñera palentina ha sido clave para que los principitos hayan cumplido sus regias funciones sin estridencias.

Una de las imágenes más replicadas por la prensa británica, con Teresa Turrión Torrallo como protagonista, es aquella en la que aparece en pose cómplice y sonriente junto a Isabell II, reina pero también bisabuela de los niños a los que está contribuyendo a criar. La niñera luce para la ocasión un sobrero con la inicial grabada de la escuela Norland, asimismo visible en un emblema prendido de su blusa, que solo es mostrado en ocasiones especiales como pronto será el bautizo de Luis. Toda esa parafernalia le procura visibilidad, para que los menores de la familia real identifiquen a su protectora entre el mar de gente que suele trufar los actos oficiales.

En esas ocasiones, la prensa española ha estado especialmente pendiente de los atuendos de los pequeños royals: vestidos por su niñera con piezas de ropa infantil acuñada en San Sebastián, Valladolid o de firmas nacionales asentadas en Londres. Desde que Jorge lució a sus dos años un abrigo de la marca española Pepa&Co, los artículos sobre la moda lucida por los príncipes han sido recurrentes también en el Reino Unido, pero aceptados con gracia desde el palacio de Kensington. Una señal de que los pequeños y su niñera se llevan muy bien, gracias a la sabía combinación entre la ternura de la niñera para con los niños y al tiempo la capacidad de hacerse respetar, por muy azul que sea su sangre.

La principal inquietud de Kate Middleton, subrayan medios próximos a Kensington, es que María Teresa quisiera dejar sus funciones. Las niñeras que ejercen en familias aristocráticas o muy adineradas no suelen superar la barrera de los cinco años. Pero la super niñera de palacio es una persona descrita desde su entorno como "casada con su trabajo" y los Windsor esperan y confían en que siga en su puesto al menos hasta que el príncipe Jorge empiece la escuela secundaria.

Hace varias décadas, la que fuera niñera de Isabel II publicó un libro sobre sus experiencias que hizo que desde palacio borraran su nombre para siempre. Las apuestas apuntan, en cambio, que el futuro rey Jorge y sus hermanos pequeños siempre recordarán con cariño a María Teresa Turrión Torrallo.

https://elpais.com/elpais/2018/04/30/gente/1525109510_564720.html

lunes, 27 de junio de 2016

Declaración de Socialismo 21 sobre la victoria del Brexit: "Esta Unión Europea, con su principal vínculo, el de la unión monetaria, no podrá sobrevivir"

Después de una campaña no exenta de los miedos y amenazas que ejercitan los poderes políticos y económicos ante los ciudadanos cuando sienten que sus objetivos corren peligro, el pueblo británico ha decidido con holgura recuperar su plena soberanía y tener en sus manos su destino y su futuro apostando por el Brexit. No es sorprendente que la consulta democrática sea ahora una recriminación a David Cameron por haber convocado el referéndum, algo justificadamente temido por los dirigentes europeos pues, en casi todas las ocasiones, cada vez que los ciudadanos han sido llamados a las urnas para opinar sobre las cuestiones del proyecto europeo les han dado la espalda a los proyectos de integración, dominados, no por los valores de la democracia, la igualdad, la cooperación y la solidaridad, sino por los intereses del capitalismo crudo y duro, tal como lo expresan los criterios neoliberales. Satisfacción, pues, por la decisión del pueblo británico.

Son inocultables las múltiples consecuencias que tendrá el resultado del referéndum. Desde aspectos geopolíticos -Obama ha participado en la campaña-, hasta los problemas cotidianos que pueden surgir para muchas personas. Pero, sin duda, el impacto más decisivo del Brexit lo ha de sufrir la propia Unión Europea, paralizada, desgarrada, y en un estado caótico en aumento, derivado de un proyecto de construcción mal concebido y desarrollado.

Siempre hemos sostenido que esta Unión Europea, con su principal vínculo, el de la unión monetaria, no podrá sobrevivir. Tampoco, contra muchas ilusiones vacías y elusivas, nunca hemos creído que la Europa de Maastricht sea reformable. Crisis tras crisis, con turbulencias continuas y con los pueblos víctimas de las exigencias de las instituciones europeas y de los mercados financieros, las amenazas de descomposición de la Unión Europea están siempre latentes. La gran aportación de la decisión del pueblo británico es que ahora la hiere de muerte e inicia su desmoronamiento.

La situación de crisis, la desesperanza que se ha instalado en amplios sectores sociales, los sufrimientos que han acarreado las políticas de austeridad y el desapego creciente de los pueblos europeos a un proceso de integración manifiestamente fracasado, hacen que el ejemplo británico pueda generalizarse y repetirse a otros países, con lo cual el rechazo y la condena a esta Europa puede extenderse rápidamente como un fuego con el viento soplando a favor. El llamado efecto contagio es inevitable, cuando además ya existen en algunos países, desde posiciones inequívocamente de izquierdas, núcleos de rechazo importantes y coordinados a escala continental.

La izquierda “europeísta”, al abandonar sus objetivos de transformación históricos, entre ellos, la defensa de la soberanía económica, ha creado un vacío político sobre el cual avanza la extrema derecha populista. Si la izquierda hubiera sido consecuente, oponiéndose a la construcción de la Europa de Maastricht, ahora podría contar con un gran respaldo ciudadano, ejercería su influencia en el desarrollo de los acontecimientos y habría construido un proyecto europeo sólido basado en una moneda única pero también en la homologación de las condiciones y derechos sociales con una fiscalidad común capaz de redistribuir la renta y corregir los desequilibrios económicos entre los estados miembros.

En nuestro país, todas las fuerzas políticas siguen sin tomarse en serio el tema europeo, y elección tras elección eluden la cuestión, como si no existiera el caso de Grecia y no estuvieran sobre el tapete las exigencias de la Troika, lo cual puede convenir a la derecha pero es un abandono imperdonable en las candidaturas de la izquierda.

Si estamos acertados en la previsión del destino de la Unión Europea, o como un ejercicio de responsabilidad ante la mera hipótesis de la desaparición de la unión monetaria y europea, el deber de las fuerzas regeneradoras y progresistas sería estudiar y proponer alternativas en cada uno de los países y, al mismo tiempo, tratar de impulsar un proyecto común para el conjunto de los pueblos europeos asentado en los valores históricos de la izquierda y la protección de los intereses de los trabajadores y las capas sociales desfavorecidas. No cabe ponerse orejeras, eludir la realidad, hacer caso omiso de los eventos previsibles y fantasear campaña electoral tras campaña electoral sobre cambios y mejoras económicas y sociales, ignorando el tema esencial de cómo sobrevivir y como construir una alternativa económica y social viable fuera del marco de la Unión Europea.

En suma, en lugar de lamentar el Brexit, hay que tomarlo como un serio aviso de lo que puede acontecer.

https://www.rebelion.org/noticia.php?id=213814

domingo, 26 de junio de 2016

El mundo debe dar gracias a Reino Unido. Los británicos nos han demostrado que la política no es, o no debería ser, un juego frívolo.

“Nunca tantos debieron tanto a tan pocos”, dijo Churchill sobre el sacrificio de los aviadores de la RAF en la segunda guerra mundial. Podemos decir lo mismo hoy del sacrificio que ha hecho Reino Unido por la humanidad.

El consenso casi total en el mundo es que al votar en el referéndum del jueves a favor de la salida de la Unión Europea los británicos (o, mejor dicho, los ingleses) cometieron un error incomprensible, demencial y de épicas proporciones. Tras conocerse el resultado, las caras pálidas, los tonos de voz entrecortados e incluso las palabras asombrosamente sobrias —no victoriosas— de los dirigentes conservadores de la campaña por el Brexit dieron la impresión de que se habían despertado la mañana después de una noche de alcohol y desenfreno preguntándose: “¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho?”.

Malo esto para Reino Unido, pero bueno para todos los demás. Los británicos se encuentran de repente en una crisis económica y política sin precedentes, tan gratuita como innecesaria, y de la que solo se pueden culpar ellos mismos. Como consecuencia, la democracia parlamentaria más antigua ha dado al mundo una lección de un incalculable valor, una lección en cómo no se deben hacer las cosas en un país que aspira a la cordura y la prosperidad.

Lo que nos ha demostrado Reino Unido es que la política no es, o no debería ser, un juego frívolo; que los líderes demagogos que para alimentar su vanidad y sus ansias de poder alientan la noción de que la sabiduría de las masas es la máxima virtud de la democracia deben ser escuchados con cautela; que las decisiones de Estado son todas debatibles pero exigen que aquellos que las tomen posean un mínimo de responsabilidad cívica y un mínimo conocimiento de cómo funciona el Estado; que cuando los políticos que gobiernan o aspiran a gobernar opinan por ejemplo sobre la economía, sepan de lo que hablen, o al menos sepan más que el grueso de la población.

En resumen, los que tienen en sus manos el poder de influir en las vidas de millones y millones de personas deben ser expertos. Los expertos fueron precisamente aquellos cuyos argumentos fueron rechazados por la mayoría británica que optó por seguir las seductoras melodías de los flautistas del Brexit, conduciéndolos, como el de Hamelín, a las cuevas del infierno.

El momento más revelador de la campaña del Brexit fue cuando una de sus principales figuras, Michael Gove, declaró: “La gente de este país está harta de los expertos”. Gove, que fue ministro de educación durante cuatro años en el gobierno de David Cameron, estaba respondiendo a las advertencias del Banco de Inglaterra, de los jefes de los sindicatos obreros, de los principales empresarios británicos, de Barack Obama y de prácticamente toda la gente informada y pensante del mundo que se expresó en contra de votar por la salida británica de la UE. Escuchen a sus corazones y a sus juicios, les decía Gove a los votantes, gente que en su gran mayoría, como la gente en todo el mundo, se interesa mucho más por el futbol, o por las telenovelas, o por los concursos de talento, o por las historias de las vidas íntimas de los famosos o, por supuesto, por sus familias y sus trabajos que por la política, un deporte minoritario vaya uno donde vaya. Esto, que tanto les cuesta aceptar a los ideólogos profesionales, no es ni bueno ni malo. Es lo que es, y lo que hay.

Y es el motivo por el cual el primer ministro Cameron pecó de una irresponsabilidad histórica y de una idiotez monumental al encomendar la decisión sobre el complejísimo tema, entendido por una ínfima fracción de la población, de si salir o permanecer en la UE era bueno o malo. Si hubiera sido fiel al principio de la democracia representativa, que los propios británicos patentaron en el siglo XVIII, hubiera dejado la decisión en las manos de los electos relativamente expertos diputados parlamentarios, más de tres cuartos de los cuales estaban a favor de la permanencia y ahora se encuentran en la surrealista tesitura de tener que obedecer el veredicto de las masas y solicitar formalmente a Bruselas la salida.

Dicen muchos de los comentaristas de élite que escriben para las élites que el Brexit es el síntoma más alarmante hasta la fecha de un fenómeno global contemporáneo “antiélites”. Se ha vuelto un tópico esto, repetido (por un columnista élite del New York Times, por ejemplo, el viernes) hasta el aburrimiento. Así explican día tras día en Estados Unidos y en Europa y en todas partes el ascenso de Donald Trump, primo hermano de los brexiters. Si tantos lo dicen algo de verdad debe tener, se supone, pero existe una explicación más sencilla de estos fenómenos, una a la que las élites opinadoras quizá se resistan por temor a ser tachadas de elitistas: que en cuestiones políticas y económicas nacionales la gente es fácilmente manipulable por los que tienen la cínica astucia de apelar a sus prejuicios y sus sentimientos más viscerales o tribales como, en el caso de los ingleses, el ancestral desdén y desconfianza que les inculcan desde la infancia hacia los deshumanizados “extranjeros”.

¿Por qué los londinenses y los escoceses, a excepción de casi todo el resto de Reino Unido, escucharon a los expertos, desoyeron a los populistas y votaron abrumadoramente a favor de la permanencia en Europa? Fácil. Porque los londinenses habitan en la ciudad más cosmopolita del mundo, conviven y trabajan con extranjeros todos los días y ven no solo que aportan mucho a la ciudad en lo económico y en lo social sino que son tan reconociblemente humanos como ellos mismos. En el caso de los escoceses, que han recibido enormes cantidades de inmigrantes en su tierra en los últimos años y que cuando son pobres son igual de pobres que los ingleses, hay una doble explicación. Una, que no se les adoctrina con sentimientos xenófobos desde una temprana edad, sino más bien todo lo contrario; y que el sistema de educación estatal en Escocia es, como el exministro Michael Gove bien sabe, muy superior al inglés. Los escoceses poseen en mayor abundancia que los ingleses las facultades mentales necesarias para saber distinguir entre los predicadores farsantes y los sinceros, entre las políticas que les convienen y las que no.

La saludable lección que el resto del mundo debe aprender del disparate en el que han caído los ingleses, entonces, es estar más alerta que nunca al populismo barato de aquellos que pretenden llegar al poder apelando a sus prejuicios y resentimientos. Con suerte, el resultado del referéndum británico, y las consecuencias desastrosas que arrastrará, hará más difícil que los votantes estadounidenses sucumban al flautista Trump, o los franceses a Marine Le Pen, del mismo modo que el apocalíptico fracaso del también disparatado proyecto chavista en Venezuela con suerte servirá de advertencia a los demás países de América Latina.

Si el mundo no aprende de estas lecciones quizá llegue el día en el que tengamos que replantearnos la idea de que la democracia es el sistema político menos malo que ha inventado la humanidad. Mi padre, que combatió en la RAF de 1939 a 1945, decía con frecuencia algo que recuerdo mucho estos días: que el mejor sistema de gobierno era la autocracia moderada por el asesinato. Siempre pensé que era una locura y que lo decía en broma. Ya no estoy tan seguro.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/06/26/actualidad/1466928806_545463.html

miércoles, 16 de septiembre de 2015

El Jeremy que yo conocí. Por Ernesto Ekaizer | 13 sep 2015.

Jeremy Corbyn, 66 años, es ya The Right Honourable leader of Her Majesty’s Loyal Opposition. Es decir: el Muy Honorable líder de la Oposición Leal de Su Majestad, el partido Laborista. O simplemente, el Rt Hon, expresión honorífica con la que se alude en los países de la Commonwealth al primer ministro y al líder de la oposición.

Corbyn salió elegido diputado en el municipio de Islington North, en el norte del inner Londres o Londres interior, el pasado mes de mayo de 2015. Era la octava elección a la que se presentaba, incluyendo la de 1983, cuando las ganó por primera vez. Esta vez obtuvo una victoria récord. Ya era un personaje en busca de autor. Pero la derrota del partido Laborista del mes de mayo y la decisión de convocar elecciones primarias para seleccionar al nuevo líder le abrieron el camino para poner la guinda a su larga militancia municipal y parlamentaria. Nadie en la cúpula del partido Laborista, dominada por las ideas del New Labour de Tony Blair, podía imaginar que este hombre, que había ganado ocho elecciones, y a quien, no obstante, consideraban un loser, un perdedor, un activista, por su trayectoria de izquierdas, podría alzarse por goleada con el liderazgo.

Conocí a Jeremy Corbyn a mediados de octubre de 1998. Venía de ganar la elección en Islington North, la circunscripción parlamentaria más pequeña del Reino Unido, un barrio pobre de Londres que cohabita con casas de ricos. En Islington South, el municipio colindante, vivía Tony Blair antes de ser primer ministro en 1997.

Sobre todo, venía Corbyn de firmar una carta especial, junto con otras setenta y cuatro personalidades. El general Pinochet había sido detenido por los policías de Scotland Yard la noche del 16 de octubre de 1998 en la London Clinic según una orden del juez de guardia Nicholas Evans. Era la respuesta a la orden de detención para extradición cursada a la policía británica por el juez Baltasar Garzón. Corbyn apoyaba el arresto y pedía el enjuiciamiento de Pinochet.

La detención del exdictador chileno culminaba una larga campaña de Corbyn en el Comité de Derechos Humanos del Parlamento, del cual era miembro, contra las dictaduras latinoamericanas. Llevaba en aquellos días diez años casado con Claudia Téllez, hija de Marisol Téllez, endocrinóloga chilena especializada en medicina nuclear en el Reino Unido. Marisol era hermana de Alicia Téllez. Ambas eran hijas del diplomático español republicano, Salvador Téllez, exiliado tras la guerra civil española en Chile. Alicia, mira por dónde, es la esposa de Óscar Soto, el cardiólogo que acompañó a Salvador Allende hasta minutos antes de su suicidio en el palacio de la Moneda ante el inminente asalto ordenado por el general Pinochet. Los Téllez, una vez más, tuvieron que partir al exilio. Esta vez desde Chile a raíz del golpe del 11 de septiembre.

Corbyn era la mosca cojonera que en el Parlamento denunciaba el exquisito trato de VIP que se le daba a Pinochet durante sus regulares visitas a Londres, invitado por la fábrica de armamentos Royal Ordnance. Sea bajo el gobierno tory de John Major o el de Tony Blar. En 1997, preguntó al ministro del Interior Jack Straw:

-¿Cuántas visitas al Reino Unido ha realizado el general Pinochet a lo largo de los últimos tres años.?¿Que protección de seguridad se le ha proporcionado?

Tras el arresto de Pinochet, el Alto Tribunal de Justicia falló a favor del recurso de la defensa del exdictador. Cuando parecía que ya se embarcaba hacia Chile, un recurso de la Fiscalía de la Corona, en representación del juez Garzón, apoyado por Amnistía Internacional y otras organizaciones, ante el comité judicial de la Cámara de los Lores, el equivalente entonces del Tribunal Supremo, paralizó el regreso a Chile y abrió más de dieciséis meses de debates jurídicos y políticos. Pinochet permaneció bajo arresto en un chalé alquilado en Surrey durante 503 días.

Hay tres momentos que merecen la pena apuntar. El 3 de noviembre de 1998, Corbyn organizó una audiencia pública en la Cámara de los Comunes para apoyar el recurso de apelación contra el fallo favorable a Pinochet. Diez personas llegaron a Londres de diversas partes del mundo para dar testimonio.

Entre ellas: Isabel Allende, hija de Salvador Allende; Sofia Prats, hija del general Carlos Prats, excomandante en jefe del Ejército chileno asesinado en Buenos Aires; Sola Sierra, presidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Chile; Joyce Horman, esposa Charles Horman, ciudadano norteamericano cuya desaparición fue llevada al cine en la película Missing, en 1982; Juan Pablo Letelier, hijo de Orlando Letelier, ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores en el gobierno del presidente Salvador Allende, asesinado en 1976 en Washington, donde vivía exiliado.

Fue un acontecimiento.
Hay una segunda escena que recuerdo especialmente. El 11 de diciembre de 1998, Pinochet debía comparecer en el tribunal penal de la prisión de alta seguridad de Belmarsh a fin de recibir noticia de su situación de los labios de un juez, según prescribe la ley británica. Un grupo de periodistas de diversos países recibimos acreditación para seguir en la sala la audiencia. Era lo más parecido a un banquillo de acusado.

Corbyn no obtuvo pase para entrar. Permaneció junto a los grupos de derechos humanos en los alrededor de la prisión.

A la salida, la policía introdujo a Pinochet en un furgón Galaxy para llevarlo a su casa de Surrey, bajo arresto domiciliario.

En el Galaxy colgaba por dentro ropa para tapar la visión.

Corbyn al ver salir a Pinochet dentro del furgón dijo unas palabras. Aunque habla español, con fuerte acento británico, prefirió hacerlo en su idioma:

-Cuando yo era pequeño me impactaban las imágenes de asesinos y violadores en televisión. Todos salían de los juzgados cubriéndose la cara con una manta o un abrigo, para que no se les viera el rostro. Traer a Pinochet a este tribunal marca un precedente. Y que hayan cubierto su ventanilla con un impermeable para que no le podamos ver es, en cierto modo, una forma de justicia.

La tercera escena tiene que ver con mi trabajo y con éste periódico.
Mientras el gobierno de Blair urdía una salida a la crisis diplomática con Chile, la salida de devolver a Pinochet por razones de salud, tras la decisión del comité judicial de la Cámara de los Lores de declarar que el exdictador era extraditable a España por delitos de tortura, El PAÍS publicó en la portada del domingo 30 de enero de 2000 las cartas secretas intercambiadas por el ministro del Interior, Jack Straw, y la defensa de Pinochet, a partir del 5 de noviembre de 1999. Queda al descubierto, en lenguaje sutil, toda la operación.

Jeremy Corbyn no daba crédito. Me preguntó por la información y la solvencia de las cartas. Le aseguré que ni siquiera se trataba de una filtración, algo que siempre puede tener tal o cual interés. Le expliqué que la correspondencia formaba parte de la documentación puesta a disposición de los jueces y que estos las habían incluido entre los affidavits (declaraciones juradas) trasladados a la Fiscalía de la Corona y a los abogados intervinientes.

El 3 de febrero de 2000, Corbyn encabezó un grupo de veinte parlamentarios que pidieron al ministro Straw la aportación de los documentos anticipados por este periódico y solicitaban que Pinochet fuese sometido a un nuevo examen médico. Corbyn propuso esta moción:

Esta Cámara deja constancia de que el 30 de enero, el respetable periódico español EL PAÍS publicó el texto de las cartas intercambiadas entre el Home Office y la defensa de Augusto Pinochet desde noviembre de 1999 en adelante, y que estas cartas confirman que, pese a no estar bajo obligación legal alguna para hacer esa oferta, el Home Office propuso por su propia iniciativa, antes de recibir esa petición de la defensa, que los detalles del informe médico de Augusto Pinochet fueran mantenidos en secreto".

Jack Straw formalizó el 2 de marzo de 2000 la operación diseñada "por razones de salud". Y acudió al Parlamento un rato después del despegue del avión que devolvía a Pinochet a Chile tras 503 días de arresto domiciliario.

Corbyn se dirigió al ministro en la Camara de los Comunes:

-¿Acepta el ministro que mucha gente en este país y en el mundo tiene un sentimiento de vergüenza ante la noticia de que Pinochet acaba de abandonar el espacio aéreo británico y, por tanto, se halla libre de toda probable persecución penal en cualquier tribunal del mundo? ¿Puede explicar por qué el 5 de noviembre de 1999 ofreció a los abogados de Pinochet la confidencialidad del informe médico a cambio de que el general aceptara someterse exámenes?
http://blogs.elpais.com/analitica/

lunes, 17 de marzo de 2014

Tony Benn (1925-2014), in memoriam. Leo Panitch, Yanis Varoufakis

Radical, educador, defensor de la democracia

Tony Benn, el diputado laborista con más años de labor parlamentaria, que ha muerto a los 88 años, creía inquebrantablemente en la democracia y el movimiento obrero. Si el partido no prestaba atención a los movimientos sociales, Benn era el primero en denunciarlo.

Hay dos cosas que es necesario saber acerca de Tony Benn. La primera es que siempre creyó que su principal tarea como político era ser un educador comprometido con el desarrollo de las ambiciones democráticas y la capacidad de acción popular. La segunda es que, de nuevo a diferencia de la mayoría de los políticos, se tomó de verdad en serio la democracia como medio para poder cambiar el mundo. Estas dos raras cualidades explican por qué fue uno de los raros líderes políticos del siglo XX que a lo largo de su carrera se hizo más, y no menos, radical.

"El socialismo no es sólo una cuestión de progreso material", afirmó Benn en la reunión de la circunscripción de Bristol South-East del Partido Laborista que lo seleccionó como candidato parlamentario en 1950. Se trata de "una manera de pensar que pueden encontrar su expresión en cada ciudad, en cada comunidad y en cada hogar". Su objetivo era "inspirar a la gente de nuevo". Su tarea sería "reclutar, enseñar y mantener socialistas".

Aunque su compromiso con el Partido Laborista fue inquebrantable, Benn nunca encajó del todo con comodidad en sus facciones internas de izquierda, centro o derecha. Lo que le preocupaba principalmente como joven diputado no era ni revisar ni aferrarse a la defensa de la propiedad pública recogida en la constitución del partido, sino más bien apoyar la descolonización en África y desafiar la charlatanería que se pretende "tradición" en el discurso constitucional británico.

Esto, junto con su facilidad para utilizar los nuevos medios de comunicación como la televisión para "inspirar a la gente de nuevo", fue por lo que se le consideró en su momento como uno de los principales modernizadores del Laborismo.

Benn a menudo decía que fue su experiencia en el gobierno en la década de 1960 lo que le empujó aún más a la izquierda. Vivió hasta que punto era completamente dependiente como ministro de tecnología de lo que estaban dispuestas o no a revelar sobre sus conocimientos y sus planes unas empresas a las que nadie había elegido. Socializar las "alturas dominantes" de la economía era básicamente una cuestión, por tanto, de hacer realidad la promesa de la democracia.

Cuando el Laborismo fue derrotado en 1970, Benn ya advertía del peligro de la alternativa pro mercado básicamente antidemocrática que fue "surgiendo en todas partes en la derecha". La "mayor libertad al margen del gobierno" que promovía sería principalmente "aprovechada por las grandes empresas", permitiéndolas "controlar al nuevo ciudadano en la misma medida que el gobierno reducía su protección".

Frente a ello, Benn vio con esperanza las revueltas estudiantiles, el auge de militancia obrera y las política comunitarias radicales de la época como el combustible que el Partido Laborista tenía que aprovechar para hacer realidad la democracia en Gran Bretaña. Consternado por el desprecio absoluto con el que estos movimientos sociales fueron tratados por la mayoría del Partido Laborista en el Parlamento, se convirtió en su más importante defensor, en el sentido de que "nuestra larga campaña para democratizar el poder en Gran Bretaña tiene, en primer lugar, que empezar por nuestro movimiento".

Resumió su posición en una vibrante conferencia en la Sociedad Fabiana sobre la política democrática en 1971:

"Algunas personas argumentan que lo que la gente quiere ahora es una administración responsable y humana, la distribución de los frutos de la economía de manera más justa, en lugar de un cambio radical, y es esto lo que tenemos que defender para volver a ganar la confianza del público en nuestra capacidad para gestionar un capitalismo modificado. Es verdad, sin duda, que debemos ser responsables, humanos y prácticos. Pero mi impresión es que las personas, cuando se enfrentan a los problemas planteados por la sociedad moderna, exigen una acción colectiva más radical, no menos, y lo que nos falta no son los medios sino la voluntad para enfrentarnos a las poderosas fuerzas en la sociedad que se verían amenazadas si ese cambio tuviera lugar".

El principal argumento para "estimular positivamente las presiones democráticas" era que supondría "actuar como un contrapoder" a los poderes fácticos. "Un verdadero dirigente dará la bienvenida a la oportunidad de dar paso a las fuerzas que ha alentado y movilizado mediante la educación y la persuasión." Estaba convencido de que "el papel más importante de un dirigente político es actuar como asesor o maestro".

Tampoco dudó Benn en defender lo mismo en las conferencias sindicales, afirmando ante la TUC en 1972 que "los sindicatos apenas han hecho ningún esfuerzo serio por explicar su trabajo a los que no son miembros de los sindicatos, incluso a las esposas y familiares de los que lo son. Los sindicatos han permitido que se les presentará al público como si estuvieran activamente a favor de la filosofía conservadora de la codicia ... ni el partido ni el TUC han dado suficiente apoyo a otros movimientos de protesta y reforma legítimos".

Benn solía terminar sus discursos recordando a la gente que los que habían desafiado antes a los poderes fácticos de su época, de los primeros cristianos a las sufragistas, habían sido acusados de soñadores iluminados o de extremistas peligrosos.

A principios de 1970 ya le acusaban exactamente de eso. El "Bennismo" apareció en los medios de comunicación como una metáfora no sólo de un ultraizquierdismo mendaz, sino también alucinatorio. Muchos colegas parlamentarios de Benn aprovecharon la campaña de los medios de comunicación, que calificaban a Benn como "el hombre más peligroso de Gran Bretaña", como un arma arrojadiza en la dura lucha por el sentido mismo de la democracia que sacudió al Partido Laborista durante la década siguiente.

Que eventualmente tuvieran éxito y marginasen la influencia de Benn en el Partido Laborista contribuyó en gran medida a la gran perdida de influencia de la izquierda británica a partir de la década de 1980. Por supuesto, no pudieron silenciar a Tony Benn, famoso porque hablaba cada año con muchos centenares de personas, de un público cada vez más diverso, y encontraba energías renovadas en la acogida positiva a su defensa una y otra vez, de una u otra manera, del tema central de su conferencia de 1971 sobre el potencial radical de la democracia:

"Hay que ayudar a las personas a comprender que progresaran poco a menos que sean más autosuficientes políticamente y estén dispuestas a organizarse con otros para lograr lo que quieren, empezando por quienes se encuentran más cerca de ellos en los lugares donde trabajan y viven. Una filosofía individualista tenuemente relacionada con un liderazgo político aristocrático no les conducirá a ninguna parte".
Fuente: Sin Permiso.

lunes, 8 de abril de 2013

La mayoría "exprimida"



Son las familias británicas que viven con menos de 25.000 euros al año
Familias para quienes un gasto imprevisto supone un gravísimo trastorno
Ya pagaron su parte de la factura en la época de las vacas gordas
La vida entonces subió a todo tren pero los salarios se quedaron estancados

La cosa viene de largo, antes de que golpeara la crisis... "Lo habitual en los años 80 era ver cómo la gente de clase media prosperaba y subía peldaños en la escala económica. Pero de un tiempo a esta parte, los únicos que han despegado de veras son los más ricos, cada vez más lejos del resto".

Hablamos con Giselle Cory, analista de la Resolution Foundation, poniendo sobre el tapete los problemas de esos 11 millones de ciudadanos de clase media-baja que componen la Gran Bretaña 'exprimida' ('Squeezed Britain'). En esa franja están las familias que viven con menos de 25.000 euros al año y que muchas veces se ven en la tesitura a fin de mes: o pagar el alquiler o la factura de la luz o la cesta de la compra (todo al mismo tiempo es ya imposible).

Esas familias ya pagaron su parte de la factura en la época de las vacas gordas, cuando el coste de la vida subió a todo tren y los salarios se quedaron, sin embargo, estancados. En plena borrachera de consumo –alimentado por la deuda colectiva- nadie hablaba entonces de la pérdida del poder adquisitivo, y ahí nos duele. Según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS), los ingresos del británico medio, teniendo en cuenta la inflación, han caído un 13% desde la debacle financiera.

Por bien que vayan las cosas, y según estimaciones de la Resolution Foundation, la Gran Bretaña 'exprimida' de clase media-baja no alcanzará hasta dentro de 10 años el nivel de vida que tenía en 2008. Y estamos hablando de un país con el 7,8% de desempleo, que sigue pareciendo la tierra prometida a los ojos de nuestros "jóvenes sin futuro" (que este domingo cruzarán por cierto el puente del milenio sobre el Támesis, denunciando la falta de oportunidades en España).

"Podemos hablar efectivamente de una mayoría exprimida por el estancamiento salarial, por los recortes sociales y por el sistema impositivo", recalca Giselle Cory. "Esta mayoría quedó excluida del crecimiento y ahora está siendo especialmente golpeada por la austeridad. Hablamos de familias que viven al límite y sin ahorros, para quienes una lavadora averiada o un gasto imprevisto supone un gravísimo trastorno".

Según el estudio, el auténtico bache entre ricos y pobres empezó a perpetuarse desde 1995. En apenas una década, el 1% de la población en lo más alto de la pirámide se benefició del 15% del total del crecimiento económico, la misma proporción que le correspondió en el desigual reparto al 50% de los británicos con rentas más bajas.

Hoy por hoy, un británico necesitaría los ahorros de 22 años para poder pagar la entrada de un piso, mientras que en 1983 le bastaba con tres años. El bache entre los que tienen y no tienen se estrella irremediablemente contra el muro de la vivienda: la proporción de propietarios ha bajado al 60% y a los jóvenes se les pone ya el estigma de la 'rent generation' (generación de alquiler).

El problema del subempleo
"Las posibilidades para la gente joven de subir en la escala económica son cada vez más limitadas", sostiene Giselle Cory. "Y esto coincide con los casos cada vez más habituales de mayores de 50 años que dan precisamente un paso atrás, por los cambios del mercado laboral y en medio de la actual incertidumbre económica".

"En Gran Bretaña, aunque el paro no es tan acuciante como en España, tenemos un problema adicional con el subempleo que afecta sobre todo a las mujeres", agrega la analista de la Resolution Foundation. "El nuestro es el segundo país occidental, después de Estados Unidos, con la mayor proporción de trabajadores con salarios bajos, el 21% de la población".

"Tenemos que movernos necesariamente del salario mínimo al concepto del 'living wage' (salario de vida)", sostiene Giselle Cory. "Se trata de una idea que cuenta ya con un amplio consenso político y con el apoyo de gran parte del mundo empresarial, que empieza a moverse ya en esa dirección: comprometerse con unos salarios más equitativos y un estándar de vida para sus trabajadores que vaya más allá del mínimo salarial".

El reto a medio plazo, según la Resolution Foundation, no es ya cómo mitigar los efectos de la austeridad en las clases menos favorecidas, sino cómo volver a abrir el 'círculo de la prosperidad', restringido durante casi dos décadas a la parte más alta de la pirámide.

"Se habla de la necesidad de estimular el crecimiento, pero hay muy poco debate sobre cómo lograr que ese crecimiento sea compartido por la mayor parte de la población", añade Giselle Cory, que nos remite a las recientes recomendaciones de la Comisión de Niveles de Vida: "Más ayudas del Estado para el cuidado de los hijos. Más deducciones fiscales a las familias con dos sueldos. Medidas urgentes pro-empleo entre los trabajadores mayores, incluida una reducción de su aportación a la Seguridad Social. Nuevas vías de aprendizaje y acceso al mercado laboral para los más jóvenes".

Gavin Kelly, director ejecutivo de la Resolution Foundation, con experiencia desde el otro lado de la barrera (trabajó en Downing Street con Tony Blair), pronostica que las próximas elecciones de 2015 girarán irremediablemente en torno a cómo mantener los niveles de vida. En un artículo en 'The Guardian' sobre "la clase media exprimida", Kelly emite su peculiar diagnóstico sobre la frustración palpable y creciente, que puede extenderse hoy por hoy a cualquier país europeo:

"La vida no ha discurrido como se pensaba para la gente que ronda los 35 años. No pueden permitirse comprar una casa, el coste para mantener a la familia va en aumento y la inseguridad económica pasa factura,... seguir leyendo aquí.
Carlos Fresneda (Corresponsal) | Londres
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2013/04/07/economia/1365328437.html
Una bella canción de Aute, "De alguna manera tendré que olvidarte", cantada aquí a dúo con Serrat.