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martes, 7 de noviembre de 2023

ENTREVISTA | OLIVER STONE “A veces, hasta los paranoicos tenemos razón” El cineasta Oliver Stone presenta en el festival de San Sebastián su cinta sobre el hacker más famoso de EE UU

El director Oliver Stone (Nueva York, 1946) ha llegado a sus 70 años arremetiendo contra todo. Hombre de polémicas, ya sea por su visión de la guerra del Vietnam (Platoon), de la política (Nixon, JFK), de la historia (La historia no contada de EE UU), o de la economía (Wall Street). Stone nunca se muerde la lengua y suele buscar en la realidad el germen de su próximo filme. Solo la política española parece acallarle la boca en vísperas a su viaje a San Sebastián para presentar el jueves 22 en la sección Oficial, aunque fuera de concurso, su último largometraje, Snowden. “En Mallorca conocí a representantes de Podemos y he hablado con la alcaldesa de Barcelona. Pero en unos días voy al festival y no, ahora realmente no puedo responderte más”, se evade por una vez en su vida.

En cambio, en pantalla sigue guerrero. Su nuevo trabajo, que se estrena comercialmente en España el 14 de octubre, se centra en la controvertida figura de Edward Snowden, el analista del servicio secreto estadounidense que en 2013 propició la mayor filtración pública de documentos clasificados, entre ellos destapó los informes de los programas de vigilancia masiva del Gobierno estadounidense. A los ojos del cineasta, Snowden es “alguien que pasará a la historia” por tomar cartas en el asunto en un momento en el que en su opinión en la sociedad domina la apatía. “Llevo tantos años siendo un personaje público que no he cambiado mis costumbres”, asegura sobre la sociedad orwelliana en la que Snowden dejó claro que vivimos. “Seguro que pueden sacarme trapos sucios pero yo solo ya me meto en líos vergonzosos. Los que me preocupan son todos esos jóvenes ignorantes que pasan de todo porque dicen que no tienen nada que ocultar. Es ese tipo de gente que no se preocupa por el mundo en el que vive, porque se violen los derechos, las libertades que muchos antes defendieron en la Constitución. Me preocupa la pasividad que veo a mi alrededor”.

A pesar de su vehemencia, Stone es honesto y reconoce que de entrada él tampoco se había interesado en la figura de este hombre con gafas y aspecto de ratón de biblioteca en el centro de estas filtraciones. Él hubiera preferido hacer un filme sobre la figura de Martin Luther King. Y con una carcajada reafirma: “Efectivamente, ya tengo suficientes películas polémicas en mi currículo”. Pero el precio que le toca pagar por una filmografía crítica contra los Estados Unidos es no poder hacer siempre lo que quiere. Un momento de frustración artística que le llevó, a principios de 2014, a conocer a Snowden personalmente. Ese fue el primero de tres encuentros que marcaron su nuevo proyecto. “Me encontré con alguien nervioso y desgastado que no sabía si quería hacer una película de ficción o un documental. Lo único que sabía es que no quería una biografía de estas de televisión. O todavía peor, una película diseñada por Obama”.

Los ataques de este liberal criado en el seno de una familia republicana contra el actual presidente estadounidense son continuos. Lo mismo que contra la candidata demócrata, Hilary Clinton. “Obama es muy bueno en los cambios cosméticos que no sirven para nada. Su fama es buena, en cambio hasta él ningún presidente había hecho tanto uso del Acta de Espionaje para acallar a los informantes”, asegura vitriólico. Con Clinton tampoco ve una mejora, convencido de que Snowden tendrá que pasar unos cuantos años más, si no toda la vida, en Rusia a falta de otro refugio o de un improbable perdón en su país. “Snowden se fue a Rusia porque nadie más le ofrecía protección. La Europa de los sesenta y los setenta le habría apoyado. Era mucho más independiente de los Estados Unidos. Suecia le habría dado asilo. O la Francia de De Gaulle, eso dalo por seguro. En Alemania, la población está con Snowden. Pero los gobiernos...”, deja la frase sin acabar mordiéndose la lengua. “Estamos viviendo tiempos verdaderamente terribles y eso sí que me da miedo”.

Stone está especialmente preocupado por quienes intentaron el cambio en EE UU apostando sin éxito por el senador Bernie Sanders como aspirante a la Casa Blanca. “Tendrán que pagar el precio y serán espiados y desacreditados como grupo”, les augura. “Lo digo en serio: a veces hasta los paranoicos tenemos razón”. Estos tiempos actuales asustan a Stone. Aunque espera celebrar tranquilo: “Lo que me gustaría es poder contar con otras dos décadas llenas de energía porque, ¿para qué negarlo?, a veces es duro levantarse por las mañanas”.

martes, 7 de abril de 2020

Ken Loach: “Solo lo público nos sacará adelante”

El cineasta británico se confiesa muy preocupado ante la pandemia, y considera que al final, en lo social, se vuelve una y otra vez “a luchar las mismas batallas”

Hace 10 días, corrió el rumor en Internet de que las películas de Ken Loach (Nuneaton, Inglaterra, 83 años) iban a ser liberadas en su canal de YouTube. No tenía sentido: los derechos audiovisuales de las obras pertenecen a diferentes compañías según los territorios en los que se hayan vendido y los tiempos estipulados en cada contrato, pero tras contactar con Loach para desmentir la posibilidad, se abrió una puerta: le apetecía una charla.

Así fue como el pasado jueves, a primera hora de la mañana española, más pronto aún en Bath, la ciudad al suroeste de Inglaterra en la que vive el doble ganador de la Palma de Oro de Cannes –por El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake-, sonó el teléfono. “Hola, soy Ken. ¿Cómo estás?”. La voz de Loach es muy característica: quebradiza y doliente, suave, envuelve en cambio un discurso firme en pro de los derechos humanos y de los trabajadores. Un ejemplo: en 1971 la ONG Save The Children –que entonces nada se parecía a la actual- le contrató para que rodara un documental sobre su labor. Loach lo filmó, lo entregó y los directivos de Save The Children escondieron la película en un cajón: a pesar de que eran los clientes, el cineasta decidió mostrar el racismo y el clasismo de lo que en aquella época era “una empresa de caridad mal entendida”, dijo años después. Desde 1990 con Agenda oculta, se ha convertido en la voz más popular de cine de autor de izquierdas. Y muy atento a la deshumanización laboral de las nuevas tecnologías, como mostró su último filme, Sorry We Missed You (2019).

Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Bien. Con mi esposa. Tranquilo. Y preocupado. Dedico el tiempo a hablar con amigos.

P. ¿Está trabajando en algo?
R. No en algo concreto. Hablo con Paul [Laverty, su coguionista, que vive en Edimburgo] mucho, pero no estoy con ánimo.

P. La pandemia no da respiro.
R. Vivo en un país con un Gobierno incompetente. No hubo planes de contingencia, con médicos y enfermeras trabajando sin la protección adecuada, han dejado tirados a los cuidadores de ancianos, y por tanto, a esos ancianos. Sabían que el virus venía y no se anticiparon. Puedo entender a Gobiernos como el español o el italiano, porque fueron los primeros en encarar a la Covid-19 en Europa, ¿pero el británico? Os estabais encerrando en España, y quiero enviar mi solidaridad a las familias de los fallecidos en tu país, y aquí Boris Johnson primó salvar a la economía antes que a sus conciudadanos. Es un fracaso rotundo. Viven para los mercados, y los mercados les dejaron tirados. La información que nos ha llegado sobre quién podía salir o no ha sido absolutamente confusa. Claro que hay que industrias que tienen que trabajar, pero en edificios seguros, ¿no? Aunque en condiciones adecuadas. Y esta confusión ha provocado una ola de rabia…

P. ¿Cómo calificaría a Boris Johnson?
R. La situación recuerda mucho a la de hace un siglo, cuando se inició la Primera Guerra Mundial. Centenares de miles de jóvenes soldados fueron enviados al frente a morir, tratados como burros. Hoy, Johnson trata igual al personal sanitario: como burros.

P. Siempre se ha definido como optimista. ¿Incluso ahora?
R. [risas] Depende de cómo lo midamos. Supongo que tiene que ver con la gente que te rodea, incluso con quien te gobierna. Hoy, desde luego, no lo soy. Estoy bastante asustado por mi familia. Mis hijos y nietos viven en Londres y Bristol, y son zonas de riesgo asoladas por un virus descontrolado.

P. Usted filmó un documental, El espíritu del 45, sobre el espíritu de solidaridad que unió a los británicos durante la Segunda Guerra Mundial, y la posibilidad de haber creado una sociedad más justa al acabar el conflicto bélico. ¿Podríamos vivir un momento similar?
R. Bueno, la diferencia es que entonces la gente quería un cambio. Y había un liderazgo en ese camino. Hasta que los políticos acabaron con aquello. Aquí, hoy, Jeremy Corbyn ha sido apartado del liderazgo del Partido Laborista tras recibir durante años ataques desaforados. Y me temo que los laboristas volverán a ser un centro descafeinado. Hemos perdido la oportunidad, el estado anímico es otro.

P. También hay una gran preocupación por toda Europa por el desmantelamiento del Estado de bienestar.
R. Puede que sea el final…, o su renacimiento. Porque la gente ha entendido la necesidad de tener una sanidad pública en condiciones. Solo lo público nos sacará adelante. ¿Sabes qué he visto con los años? Que siempre estamos luchando las mismas batallas. Una y otra vez. La falta de principios provoca falta de organización que a su vez provoca mal análisis. Y caen las fichas. A eso nos lleva el capitalismo furibundo.

P. ¿Es tiempo para apostar aún más por la democracia?
R. Sí, pero Hitler ganó unas elecciones. Es tiempo de buenos análisis y de solidaridad y de ayuda. ¡Es que Trump fue elegido por votantes! La democracia siempre ha estado llena de buenas intenciones, y siempre ha sido aprovechada por los corruptos. Los políticos deben mirarse menos a sí mismos y más a los votantes, a la maltratada clase trabajadora. Seguimos viviendo el conflicto entre explotados y quienes se llevan el dinero. Y vivimos el triunfo de la propaganda, financiada por los partidos de derecha y ultraderecha. Estos días, como pequeño ejemplo, yo estoy sufriendo de nuevo ataques por mi posición antiisraelí. Llevo 30 años padeciéndolos. Por suerte, mis amigos judíos entienden que estoy en contra del comportamiento de un Estado que oprime a los palestinos, y no en contra de una religión.

P. El Brexit suena ya a pesadilla lejana.
R. Pero sigue ahí, nada va a cambiar. Quiero ver cómo va a cambiar la Unión Europea, si va a ser capaz de convertirse en algo más que en una asociación económica y proteger a los europeos. Y a proteger la democracia incluso entre sus miembros, no permitiendo pasos como los que se están dando en Hungría.

P. ¿Le da tiempo a ver películas? Hay una oleada de cultura gratis o accesible desde casa.
R. ¡Qué va! Con responder cartas se me va el tiempo. Camino algo porque vivo a las afueras. Hablo con la familia. Disfruto más de las cosas sencillas. Ahora, creo que la cultura debe de tener un valor, porque sus creadores tienen que ser remunerados.

P. ¿Sale al aplauso diario?
R. No, porque solo tengo de testigos a los pájaros y los árboles. Pero constantemente pienso en el personal sanitario, y en la hipocresía del Gobierno de enviarles sin material adecuado y a la vez aplaudir cada tarde.

"NO ME PUEDO OLVIDAR DE QUIENES CUIDAN A LOS ANCIANOS"
Durante el pasado festival de San Sebastián, Ken Loach dedicó un día, el último de su estancia, a apoyar con su presencia en una acampada a las trabajadoras de las residencias de ancianos de Gipuzkoa, que se encontraban en huelga por sus condiciones laborales. Lo hizo sin que lo supiera la prensa, pero posó junto a todo el que se lo pidió. "Antes de que colguemos, quiero enviarles un gran abrazo. Porque son gente que viven en un equilibrio muy precario mientras cuidan de otros. Sé que su situación ha empeorado aún más si cabe. No las olvido".

viernes, 8 de noviembre de 2019

Ken Loach: “Soy optimista, los pueblos siempre resistirán”. El cineasta británico vuelve a la carga con la denuncia del trabajo precario y el desmoronamiento social con ‘Sorry We Missed You’.

Amable en extremo, la elegancia y suavidad de Ken Loach contrasta con la firmeza en la defensa implacable de los derechos de la clase trabajadora y en la mirada siempre emocionada sobre la gente anónima. En su cine no hay huecos ni concesiones que valgan. A sus 83 años, el director vuelve a la carga con Sorry We Missed You, un filme que relata el agotador y difícil día a día de una familia, madre cuidadora de enfermos, padre repartidor autónomo y dos hijos adolescentes, que intenta sobrevivir en la jungla del libre mercado. Su presentación en el último festival de Cannes provocó un profundo estremecimiento, el mismo que cuando se proyectó en el certamen de San Sebastián, donde consiguió el Premio del Público a la mejor película europea. Sorry We Missed You, escrito de nuevo con su mano derecha, el guionista Paul Laverty, se estrenó este jueves en las salas españolas. A pesar de todo lo que muestra su cine —Lloviendo piedras, Mi nombre es Joe o Yo, Daniel Blake, su segunda Palma de Oro— no es Ken Loach un hombre pesimista. Cree en la fuerza de los pueblos y en el futuro de la izquierda. “Los pueblos siempre resistirán. Siempre habrá alguien que luche”, aseguraba el cineasta en una entrevista realizada en septiembre en San Sebastián.

Sorry We Missed You pone la mirada sobre los repartidores autónomos sometidos a unas draconianas normas que imponen las plataformas de comercio electrónico. No quiere su director hablar de esclavitud —“la palabra esclavo tiene otras connotaciones”—, pero sí de nuevas y atroces formas de explotación, consecuencia de la economía de libre mercado. “Hace tan solo una generación tenías un trabajo y los empresarios obtenían beneficios, desde luego, pero era un trabajo seguro, podías recurrir a los sindicatos, podías ponerte enfermo porque estabas protegido, te podías ir de vacaciones y trabajabas unas ocho horas al día. Tu sueldo te permitía vivir de una manera digna. Lo que ha ocurrido, de forma inevitable en una economía de libre mercado, es que las grandes corporaciones compiten entre sí para vender sus mercancías y compiten con los precios. ¿Cómo conseguir que el precio sea más barato que el de la competencia? Muy simple, pagando menos a los trabajadores”, reflexiona. El inglés, nacido en Nuneaton, no cree que la Red por sí misma haya contribuido a esta nefasta situación: “Internet es una herramienta de conocimiento neutro y eso es un gran avance, pero si se usa para controlar a los empleados, como se ve en la película, es un desastre para el trabajador. No es un problema de la ciencia, sino de quién controla esa ciencia, de los propietarios de la tecnología”.

MÁS INFORMACIÓN

Las dudas de Ken Loach sobre el independentismo
Aunque no da por acabado el Estado del bienestar en Europa, se enardece, siempre de forma tranquila aunque decidida, ante la falta de recursos públicos para las clases populares y cómo a las empresas privadas les están facilitando el camino para hacerse cargo de unos servicios que deberían de correr a cargo del Estado. “Hay dos motivos para la esperanza. El primero es que los pueblos siempre resistirán y alguien siempre luchará. Lo segundo es que vivimos en un sistema que no puede continuar más tiempo. Por ejemplo, si uno piensa en el trabajo de los repartidores que utilizan gasolina para su trabajo cuando el petróleo tiene los días contados. Estamos destruyendo los pequeños comercios en los centros de los pueblos y ciudades, pidiendo y comprando todo por Amazon. ¿Queremos seguir así?”.

Rechaza Ken Loach referirse a su cine en singular y habla con pasión de todas las historias maravillosas que uno va conociendo. “Tengo que hablar en plural porque yo siempre trabajo con Paul Laverty. Somos un equipo y por eso no me gusta hablar solo de mí. La gente que uno va conociendo en la vida es la que nos sirve de inspiración. Mires por donde mires, hay tantas historias que contar, y lo más maravilloso es poder contarlas. Durante la preparación de esta película, conocimos a mujeres que cuidaban a personas mayores con una generosidad y cariño muy por encima de lo que les pagaban”.

Y, cómo no, sale en la conversación el Brexit. “El Brexit es absurdo porque los grandes problemas de la gente como es la precariedad en el trabajo, la pobreza, la inseguridad, los sin techo o los servicios públicos colapsados no los va a solucionar. El Brexit es una distracción para no hacer frente a los grandes problemas del Reino Unido. Es un conflicto entre los dos bandos de la derecha, unos que creen necesitar del mercado europeo y los más extremos que quieren salir de la Unión Europea para pagar menos impuestos y abrir el mercado a Estados Unidos”.

De triunfar el Brexit duro, Ken Loach augura un todavía más desaforado capitalismo en su país. “Si dejamos la Unión Europea y los tories están el poder, el Reino Unido se convertirá en un gran mercado de trabajo barato, sin ningún tipo de regulación, que atraerá inversiones extranjeras hacia los servicios públicos. Es realmente preocupante. El sistema sanitario podría caer en manos de grandes compañías estadounidenses. Ese es mi mayor miedo”.

A pesar de todo, el director confía en la izquierda de su país. Dice que es un ejemplo para Europa. “La izquierda británica es fuerte y está unida, con un líder, Jeremy Corbyn, totalmente opuesto a lo que fue Tony Blair, por su apoyo al sindicalismo y a las inversiones públicas, además de que planta cara al problema del medio ambiente”. Por primera vez en su vida, confiesa que puede decir bien alto y con orgullo: “Seguid el ejemplo de Gran Bretaña. Hemos conseguido erradicar las divisiones de la izquierda desde que Corbyn está en el poder. Por fin tienen la oportunidad de alcanzar el poder. Nunca pensé que podría decir esto. Hay que abandonar los egos, aceptar las diferencias y aprender de Lenin, cuyo lema era "Tierra, pan y paz'”.

La visceralidad de Loach, su perpetua intención (¡y derecho!) de querer cambiar el mundo, aparecen aquí con emocionante ternura.


https://elpais.com/cultura/2019/10/31/actualidad/1572512849_607957.html

viernes, 7 de diciembre de 2018

Bertolucci, unas notas en el acordeón

Mundo obrero


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La muerte de Bernardo Bertolucci, en Roma, en su casa de Monteverde Vecchio, debajo del Gianicolo, a los setenta y siete años, nos llega cuando creíamos, en uno de los muchos espejismos que la vida nos depara, que el director italiano era mucho más viejo, casi de una edad venerable, porque hacía veinte años que estaba enfermo, primero en una cama, y después en una silla de ruedas, y, sobre todo, por la evidencia de que Novecento se estrenó hace más de cuarenta años, y los jóvenes que la vieron entonces son hoy ya casi unos apacibles jubilados. En ese barrio donde se dio cuenta de que Roma e Italia habían cambiado hasta el punto de que no se reconocían a sí mismas, Bertolucci documentó en sus últimos años la difícil vida que sus pintorescas callejuelas llenas de baches y de adoquines perdidos forzaban a una persona que debía moverse en silla de ruedas por el Trastevere, como si recordase las quejas de Rafael Alberti, sobre el mismo barrio romano. Bertolucci fue el único director italiano que consiguió un Oscar en esa tramposa fiesta del cine norteamericano, y aún rodó una última película en 2012, Tú y yo, antes de mirar el sombrío escenario en que se ha convertido Italia, contemplando los fantasmas que la Italia roja creyó un día que nunca volvería a ver: la sucia xenofobia, el nacionalismo miserable, la degradación de Roma, la nueva derecha y el viejo fascismo que se asoman en tantas insinuaciones al odio y en los llamamientos a la furia y al egoísmo, como si la fraternidad fuera un engaño absurdo del pasado, en un país que se reconstruyó con el antifascismo y la justicia.

Nació durante la Segunda Guerra Mundial, en Parma, como Verdi; hijo del poeta Attilio Bertolucci, y empezó a trabajar con Pasolini, también emiliano, y que, como él, se estrenaba en el cine, a quien siempre consideró uno de los mayores directores y dedicó su Novecento para responder, según sus palabras, al “pesimismo antropológico” del poeta. Bertolucci tenía apenas veintitrés años cuando rodó Prima della rivoluzione, donde recogió el sueño libertario de la militancia obrera, y treinta años cuando rodó El último tango en París, que muchos años después daría lugar a una desagradable polémica por la infame e imperdonable escena de la violación, donde Marlon Brando forzaba a Maria Schneider, una joven actriz a quien Bertolucci engañó, dejando una mancha imborrable en su trayectoria vital, una sucia cicatriz que no puede olvidarse.

Tuvo en gran estima al cine francés de Godard, y a Kurosawa, y siempre estuvo preocupado por el pasado fascista de Italia, sus orígenes, el rastro viscoso, corrupto y sangriento que había dejado en la piel del país, como se muestra en La estrategia de la araña o en El conformista, películas que rodó el mismo año, 1970, cuando las redes fascistas seguían actuando en Italia, al amparo de los servicios secretos italianos (SISMI), del Gladio de la OTAN, y de la Logia masónica de Licio Gelli, todos empeñados en cerrar el paso al Partido Comunista italiano con la siniestra estrategia de la tensión, que culminó en esos años con el feroz atentado de Bolonia, donde los fascistas causaron una matanza que acabó con la vida de ochenta y cinco personas colocando una bomba en la sala de espera de la estación de ferrocarril.

Novecento, tal vez su obra más recordada, la rodó con treinta y cinco años, ilustrando la dignidad y la alegría, el sufrimiento y el coraje con que generaciones de trabajadores y campesinos italianos lucharon contra el fascismo, por la libertad, por el socialismo. No hizo nunca la tercera parte, que debería haber narrado las luchas obreras entre 1945 y el fin de siglo, entre la derrota del fascismo y la inútil operación de Achille Occhetto que disolvió el Partido Comunista y abrió paso a la desarmada, grasienta y desconsolada Italia que se vería forzada a soportar al grotesco empresario amigo de mafiosos, Silvio Berlusconi.

De la mano de Stefania Sandrelli, Dominique Sanda, Liv Tyler o Eva Green, Bertolucci nos hizo temblar ante la belleza, y nos llevó a los años de Pu Yi, para descubrir la Ciudad Prohibida de Pekín y mostrarnos la vida de quien había sido primero emperador y después jardinero en la nueva China socialista. Allí pudo rodar escenas donde miles de personas actuaban a sus órdenes. La historia de Italia está recogida en su Novecento, que pensó en su casa del Trastevere romano, una película que él quiso iniciar con la muerte de Verdi (ese aviso incrédulo, y al tiempo desolado, de Rigoletto: Verdi è morto, Verdi e morto!, con que Bertolucci inaugura el siglo XX), y donde quiso mostrar que, gracias al socialismo, gracias al empeño de los campesinos emilianos y de los militantes comunistas, Italia iba a poder salvar su propia alma y su vieja cultura popular, ante el inquietante aviso que Pasolini había hecho de la transformación del capitalismo italiano, de la degradación de las cloacas televisivas, y de la pérdida de los rasgos de identidad de las periferias pobres que guardaban el alma de Italia.

“Demasiadas banderas rojas”, dijo el presidente de la Paramount norteamericana, cuando decidió sabotear la distribución de Novecento. Esas banderas rojas que palpitaban en su adiós a Enrico Berlinguer, donde Bertolucci recogió una de las mayores manifestaciones de duelo que se recuerdan en Italia: centenares de miles de personas dejando su último homenaje al dirigente comunista que había muerto hablando en la tribuna de una nueva Italia y del socialismo posible. Ahora, en su despedida, es forzoso recordar esas palabras finales de El cielo protector (o Il tè nel deserto, donde se inspiró en el náufrago y escritor perdido en Tánger, Paul Bowles, a quien hizo aparecer fugazmente en la película), cuando Debra Winger se acerca al viejo Bowles, mientras escuchamos la voz de Enrico Maria Salerno, preguntándose por el espejismo de “creer que la vida es un pozo inagotable, cuántas veces recordarás cierta tarde de tu infancia sin la cual ni siquiera serías capaz de concebir tu vida, cuántas mirarás salir la luna, y, sin embargo, todo parece no tener límite”. Es inevitable, también, recordar esa escena de Novecento, cuando el tren parte con las telas saludando a la gran huelga agraria, mientras las banderas rojas se agitan en las ventanillas, entre el humo y el griterío de quienes se asoman, y las mujeres abren paso al hombre de blusa blanca y gorra bolchevique que toca la Internacional con su acordeón, caminando hacia adelante.