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viernes, 10 de diciembre de 2021

El cuento de “La manzana que quería ser estrella”.

Hace dos meses, (septiembre 2012) en el solemne acto de apertura del X Congreso Federal de Escuelas Públicas de Gestión Privada, celebrado en la ciudad argentina de Córdoba, me llamó poderosamente la atención que una de las cuatro personas que hacían la presentación del Congreso, la pastora evangélica Mariela Pons, subiese a la tarima con un plato de manzanas y un cuchillo. Calculo que habría allí más de mil personas.


Y quedó asombrada al ver la estrella de cinco puntas que aparecía en el corazón de la manzana.
No es habitual, por no decir que nunca lo había visto, una actuación semejante en un acto de tanto boato. Ni que decir tiene que la expectación era grande. Habituados a palabras hueras y protocolarias, pronunciadas muchas veces sin el necesario convencimiento, Mariela quiso captar nuestra atención de forma original para lanzarnos un mensaje cargado de profundidad.

Cuando le llegó el turno, contó la historia de una manzana que quería ser estrella. Mientras hablaba tenía delante el plato de manzanas y, sobre ellas, un brillante cuchillo. Más o menos dijo lo siguiente:

Había una vez una manzana que siempre había querido ser una estrella. Nunca quiso ser una manzana. Se pasaba los días pensando, ilusionada, cómo sería una vida brillando desde el cielo.

Cada mañana, sus compañeras manzanas la invitaban a conversar y a contar divertidas historias. Reiteradamente, ella rechazaba la invitación, obsesionada como estaba con el deseo de ser una estrella rutilante.

Un buen día, viendo a las aves ascender hacia el cielo, la manzana les preguntó:

– ¿Dónde duermen de día las estrellas?

Las aves, sonriendo, dijeron:

– No, querida manzana, las estrellas están en el cielo día y noche, pero la gran luz del sol no nos permite divisarlas. Pero ahí están, en el infinito cielo, siempre con luz.

A la pobre manzana se le avivaron los deseos de ser una estrella en el alto cielo, cargada de una luz inagotable. Otro día la manzana le preguntó al viento, que movía con fuerza las ramas del manzano:

– Dime, viento, ¿las estrellas están fijas o se desplazan recorriendo todo el firmamento? Y si se desplazan, ¿quién las mueve?

– Las estrellas se desplazan recorriendo todo el firmamento y a una velocidad de vértigo, contestó el viento

Nuevamente se avivaron los deseos de la manzana de convertirse en una hermosa estrella. Cuando llegó la época de la maduración, la manzana seguía defraudada porque su sueño no se había hecho realidad. No era capaz de sonreír, ensimismada en su tristeza. No era feliz.

Una familia de vacaciones se refugió bajo la copa del manzano, buscando una sombra protectora de los rayos del sol. En medio de la amena conversación, el padre de familia agitó violentamente el tronco del árbol. Y cayeron varias manzanas, entre ellas la triste manzana que quería ser estrella.

Una de los niñas la cogió y comprobó que estaba madura. Era una hermosa manzana. La niña estaba feliz. Le pidió un cuchillo a su mamá. Ella le entregó uno muy bien afilado, con la inevitable advertencia.

– Cuidado, cariño, no te cortes.

La niña partió con cuidado la manzana de forma transversal, no del tallo al hoyuelo, sino en horizontal. Y quedó asombrada al ver la estrella de cinco puntas que aparecía en el corazón de la manzana. Y gritando, llamó la atención de toda la familia:

– Mirad, mirad, qué maravilla. Aquí hay una estrella.

La manzana había vivido triste toda la vida sin darse cuenta de que dentro de sí guardaba una hermosa estrella y de que, para mostrarla, tenía que abrirse y brindarse a los demás.

Aquella mujer del Congreso, en su didáctica exposición, al hilo de la historia, enarboló el cuchillo y cortó por la mitad una manzana. La pantalla ofreció a todos los asistentes una preciosa estrella de cinco puntas en el corazón de la manzana.

Esa experiencia me hizo pensar en muchas cosas. La primera de todas fue la que explícitamente nos planteó Mariela Pons a los asistentes. La necesidad de buscar en nuestro corazón, dentro de nosotros, lo que tantas veces perseguimos estresados en las cosas. En muchas ocasiones buscamos fuera lo que llevamos dentro. Anhelamos dinero, poder, fama, comodidad, bullicio… para encontrar en todo ello paz, diversión y, en definitiva, felicidad. Pero no buscamos en nuestro interior. También nos hizo ver cómo muchas veces anhelamos lo que los demás tienen o son sin pensar que en nuestro interior tenemos un maravilloso caudal de bondad y de felicidad. El arco iris solo brilla sobre el tejado de nuestros vecinos.

La segunda fue la necesidad de captar la atención del auditorio a través del ingenio, de la creatividad. Lo que, hace tiempo, expliqué en un artículo titulado “La vaca púrpura”. En él decía que había que poner una vaca púrpura en las cosas, en las clases, en la vida. Es decir, poner algo extraordinario, algo que cautive la atención y despierte el interés. Muchas intervenciones son aburridas y no suscitan curiosidad alguna. Alguien me comentó en una ocasión las palabras de un sensato sacerdote: “Homilía que mueve los culos, no mueve los corazones”.

La tercera es que nos habituamos a las rutinas. Siempre hemos cortado la manzana de forma vertical, no transversal. Al hacerlo de esta segunda forma podemos ver claramente la estrella de la manzana. Pero si cortamos la manzana verticalmente, de arriba hacia abajo, desde el tallo al hoyuelo, solo veremos las pepitas rotas de la manzana. Repetimos lo que siempre se ha hecho de una manera, lo que todos hacen de la misma forma. Sin indagar, sin explorar, sin arriesgarnos a cambiar, Nos hemos habituado al siguiente principio: pudiendo no cambiar, ¿por qué vamos a hacerlo? Me gustaría proponer aquí el principio de actuación opuesto: pudiendo cambiar, ¿por qué vamos dejar las cosas como están? A ver qué pasa.

Miguel Ángel Santos Guerra
https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2012/11/10/la-manzana-que-queria-ser-estrella/

Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana, e intercambiamos las manzanas, entonces tanto tú como yo seguiremos teniendo una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea, e intercambiamos ideas, entonces ambos tendremos dos ideas.- George Bernard Shaw

sábado, 30 de mayo de 2020

El sabio y la mariposa

Miguel Ángel Santos Guerra

Estamos en plena desescalada. Parece que ya se ve alguna claridad al final del túnel, aunque todavía quede mucho camino por recorrer hasta salir a plena luz . Un camino lleno de miedo y de muertes que solo podremos recorrer con esfuerzo, disciplina y esperanza. Hemos avanzado en la buena dirección. Del 35% de contagio hemos pasado a 0,2% y de 900 muertos diarios hemos pasado a menos de 50. Como decía Winston Churchill tras El Alamein, “esto no es el fin, ni el principio del fin, pero sí es el fin del principio”. Para que sigamos avanzando tenemos que poner cada uno nuestro mayor esfuerzo. Ahora todo depende de nosotros y nosotras. Es la hora de la gente.

En los primeros compases de la crisis fue la hora de los políticos. Tuvieron que tomar medidas rápidas, improvisadas, duras, arriesgadas, difíciles. Tuvieron que sostener la economía con decisiones novedosas, urgentes y solidarias para que nadie quedase en el camino por no poder satisfacer las necesidades básicas.

Luego fue la hora de los sanitarios y las sanitarias, que tuvieron que hacer frente a una avalancha de enfermos y enfermas que necesitaban camas, cuidados y remedios. Se vieron obligados a trabajar con un altísimo riesgo y con escasos medios, bordeando siempre el abismo del colapso.

Llegó también la hora de los militares y de los policías que pusieron su actividad al servicio de la desinfección, la vigilancia, la seguridad y el orden, arriesgando sus vidas y luchando contra el miedo a un posible contagio.

Y luego les llegó la hora a aquellos servicios y comercios que proveían de artículos de primera necesidad con el fin de que pudiéramos satisfacer las necesidades más apremiantes: supermercados, farmacias, panaderías…

Luego llegó la hora del profesorado que tuvo que hacer frente a unos compromisos docentes y evaluadores llenos de exigencia que necesitaron de esfuerzo, ingenio y coraje suplementarios. Porque nunca había tenido que trabajar en esas circunstancias. Porque lo hacía desde sus casas, con tareas domésticas e hijos a los que cuidar.

No es tan diacrónica la lista, ya lo sé. Tiene, más bien, carácter sincrónico, pero era necesaria la enumeración para hacer patente su relevancia en la crisis. No es que haya desaparecido o disminuido la necesidad de la acción de todos estos agentes, pero creo que este es el momento de cada ciudadano. Es la hora de la responsabilidad. Sé que no es fácil. Una cosa es esconderse del virus en la casa y otra luchar contra él en la calle. Aun queriéndolo hacer bien no es nada fácil. Pero hay que querer hacerlo bien.

Ha llegado la hora de la gente, como decía. La hora de la responsabilidad ciudadana. Ahora somos nosotros, todos y cada uno, quienes debemos dar muestras de seriedad, exigencia y compromiso con el bien común.

Tenemos la obligación de conocer al dedillo la normativa vigente. Tenemos que saber cuándo, cómo, a dónde y durante cuánto tiempo se puede salir. Y qué se puede hacer en esas salidas. Y que desde el jueves pasado es obligatorio el uso de mascarillas. Tenemos que cumplir escrupulosamente cada una de las normas, tanto las de higiene como las de distancia o movilidad.

Y tenemos que ayudar a que otras personas cumplan las normas, especialmente aquellos y aquellas que dependen de nosotros. No podemos ser testigos impasibles de cómo nuestros hijos e hijas, por ejemplo, se saltan las normas y nos exponen a todos al contagio.

No es la hora de la crítica. Es la hora de la acción. No es la hora del individualismo sino la hora de la solidaridad. No es la hora de la inconsciencia sino del comportamiento responsable. No podemos traicionar el esfuerzo de todos y todas quienes han trabajado y siguen trabajando denodadamente. No podemos echar por la borda, a través de comportamientos irresponsables, aquellos logros ya conseguidos.

“Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos”, decía Gandhi. Da la impresión de que algunas personas no son conscientes de los efectos de sus acciones. Pareciera que fuesen niños sin uso de razón o enajenados que no tienen capacidad de discernimiento.

He visto en la televisión (y en la calle) aglomeraciones estúpidas, contactos irresponsables, desplazamientos inadmisibles a segundas residencias, encuentros prohibidos, comportamientos inconscientes, rupturas injustificadas del confinamiento…

Nadie puede declararse a sí mismo una excepción. Nadie tiene derecho a convertirse en una fuente de contagio. Nadie debe pensar que es lo mismo hacer las cosas bien que hacerlas mal. Esta es una llamada a la sensatez, al sentido común y al sentido de lo común. Nos estamos jugando el presente y el futuro. Es la hora de pensar lo que sucedería si todos actuasen como nosotros.

No tienen que ser las multas el principal elemento disuasorio, sino el sentido del deber ciudadano. La responsabilidad de ser respetuosos y solidarios. Me pregunto en este momento por la educación que hemos recibido en las escuelas. ¿Qué tipo de ciudadanos somos hoy? ¿Hemos aprendido a pensar en la escuela y en a universidad? ¿Hemos aprendido que las causas producen unos efectos de manera inexorable? ¿Hemos aprendido a ser solidarios, responsables, compasivos? ¿Qué hemos aprendido si no? “La libertad significa responsabilidad. Por eso la mayoría de las personas la temen”, decía George Bernard Shaw.

He contado alguna vez la siguiente historia, de autor anónimo, que ahora quiero compartir con el lector o lectora para avivar estas reflexiones sobre la responsabilidad y la libertad. Sobre los diversos determinismos que, a veces, nos atan al enajenamiento.

Había un viudo que vivía con sus dos hijas, curiosas e inteligentes. Las niñas siempre hacían muchas preguntas. Él sabía responder algunas, otras no.

Como pretendía ofrecerles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina. El sabio siempre respondía a las preguntas sin la menor vacilación. Impacientes con el sabio, las niñas decidieron inventar una pregunta que él no sabría responder.

Una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que utilizaría para engañar al sabio.

– ¿Qué vas a hacer?, preguntó la hermana.

Voy a esconder la mariposa en mis manos y voy a preguntar al sabio si está viva o muerta. Si él dijese que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la aplastaré. Y así, cualquiera que sea su respuesta, será una respuesta equivocada.

Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio, que estaba meditando.

– Tengo aquí una mariposa azul, dijo una de las hermanas. Dígame, sabio, ¿está viva o está muerta?

Con mucha calma, el sabio sonrió y respondió:

– Depende de ti… Ella está en tus manos.

Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falle porque somos nosotros los responsables por aquello que conquistamos (o no conquistamos). Nuestra vida está en nuestras manos como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella. Depende de nosotros mismos el hacerla respetable o indecente, salvífica o destructiva. Muchas veces la hacemos depender del pensamiento de otros, de las actitudes de los otros, de las decisiones de los otros, de las condiciones que nos rodean. El determinismo nos entrega al conformismo, al desaliento y a la irresponsabilidad. Pero en realidad somos nosotros quienes podemos salvarnos o hundirnos.

Dice Stephen Covey: “La clave es tomar la responsabilidad y la iniciativa, decidir de qué trata tu vida y priorizarla alrededor de las cosas más importantes”. Y ya sabemos que las cosas más importantes de la vida no son las cosas. Son las personas, que tienen por el hecho de serlo, una dignidad consustancial y unos derechos inalienables.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2020/05/23/la-hora-de-la-gente/

lunes, 3 de junio de 2013

Necesitamos conciencia moral

"La verdadera felicidad consiste en hacer el bien” (Aristóteles)
"No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Ella es solo esto: responsabilidad” (George Bernard Shaw)
"¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?” (Vincent van Gogh)

La situación que vivimos invita a hablar, cada vez más, de valores y de ética.
Necesitamos sentir que los mayores bienes conquistados por el ser humano no se derrumban bajo el síndrome de la corrupción.

Hay un sufrimiento añadido a lo que estamos viviendo como corrupción, mala praxis política, desahucios, abusos de los mercados financieros y esa larga lista que no solo empobrece nuestras condiciones de vida, basadas ya en la pura supervivencia, sino que empobrece el sentido de nuestra humanidad.

Lo que agrava la situación es que no salga nadie y diga “lo siento”. Lo que empeora nuestro ánimo es que no haya un alma que se avergüence de lo que ha hecho o ha permitido que sucediera, sabiendo sus consecuencias. Lo que daña nuestro sentido humano es que algunos corazones no hayan sufrido dolor por la angustia ajena, ni la más leve culpa por su irresponsabilidad, ni la compasión necesaria para asumir conjuntamente parte de la carga y de la solución a tantos problemas. Parece como si la ética y la moral pertenezcan al terreno de la literatura y de las grandes declaraciones, mientras que las acciones se tiñen de una espeluznante realidad: ¡Tonto el último!

Toda acción surge de una intención que, por muy interesada que sea para uno mismo, repercutirá en los demás y en el mundo. De ahí nace la conciencia moral que procura distinguir entre los principios que gobiernan a uno mismo y la consideración ética de sus acciones. Sin embargo, todo intento de volver a reivindicar valores y principios morales topa con muchas dudas, algunas tan antiguas como las que planteó Sócrates el filósofo: ¿Puede enseñarse la virtud? ¿Cómo se adquiere esta cualidad, si no es posible enseñarla?

La educación del carácter tiene su fundamento teórico en la ética de las virtudes que proclamó Aristóteles. Según el maestro griego, la virtud tiene tres aspectos bien definidos: un comportamiento (una conducta que podríamos considerar como virtuosa como, por ejemplo, la generosidad), un sentimiento (se actúa con generosidad porque es bueno, porque hace bien, porque se ama ser generoso) y finalmente una razón (permite reflexionar los motivos por los que ciertos actos y rasgos son buenos y otros malos). De poco sirve adoctrinar sin la práctica y la integración emocional de la virtud: no es la razón, sino el sentimiento, el que nos mueve a actuar.

Ahora se insiste en recuperar valores. ¿Cómo lo haremos para integrarlos a nuestra vida? ¿Sirven los de toda la vida, o tal vez están en proceso de transformación? ¿Tendremos que volver a los viejos relatos heroicos para lograr un modelo ideal como hacía el viejo Homero, aunque al precio de un inevitable determinismo? Pocos admitirían hoy una educación en valores que fuera sinónimo de socialización.

Nos encontramos así en tierra de nadie: nos quejamos de crisis de valores, se exige más educación moral, pero a su vez nos parece un discurso anticuado. Como apunta Alasdair MacIntyre, “la moral puede ahora favorecer demasiadas causas y la forma moral provee de posibles máscaras a casi cualquier cara”. Ya fue Nietzsche quien advirtió de esta habilidad vulgarizada del moderno lenguaje moral.

Los filósofos antiguos se preguntaban: ¿cómo debemos vivir? Hoy, en cambio, la pregunta puede ser otra: ¿qué podemos ser? MacIntyre propone que tengamos antes en cuenta de qué historia o historias nos encontramos formando parte. Entramos en sociedad con múltiples papeles asignados, con guiones previamente escritos que infieren lo que está bien y lo que está mal. Cuenta Victoria Camps que “la ética de la modernidad es una ética de los deberes, a diferencia de la ética antigua, que era una ética de las virtudes. A la ética le concierne establecer las obligaciones que atan al individuo con la sociedad en la que vive”. Ocurre que no son leyes, sino códigos de conducta que acaban dependiendo de la responsabilidad propia. ¿Cómo educar esa conciencia? ¡Qué fácil es hablar de moral y de valores, y qué difícil actuar coherente y comprometidamente con ellos!

Ejemplo de rectitud e integridad fue Immanuel Kant. Su propuesta de moral, tan universalizadora como inevitablemente abstracta y formal (justicia, paz, libertad…) solo encuentran refugio en la idea de que el deber moral supremo es el respeto, a uno mismo, al otro y a la humanidad. La dignidad y la libertad, el ser humano como fin en sí mismo. Eso lo entendemos todos y, por lo visto, la mayoría estamos de acuerdo. ¿Por qué entonces tenemos la sensación que el mundo se parece más a la ética del miedo de Hobbes (“El hombre es un lobo para el hombre”) que no a la conciencia moral kantiana?

Los tiempos de tribulaciones son óptimos para el pesimismo y el parasitismo. La consideración de que el mundo se hunde y de que no tiene solución gana en adeptos sumidos en los sentimientos morales expresados por P. F. Strawson: el resentimiento, la indignación y la culpa. Todos ellos se manifiestan en nuestras relaciones interpersonales, que, a la postre, determinan el sentido mismo de nuestro comportamiento social.

LIBROS

– "Breve historia de la ética", de Victoria Camps. Editorial RBA.
– "¿Qué significa educar en valores hoy?", de Guillermo Hoyos, Miquel Martínez, Marieta Quintero, Alexander Ruiz y Carlos Thiebaut. Ediciones Octaedro.
– "Tras la virtud", de Alasdair MacIntyre. Editorial Crítica.
– "Crear capacidades", de Martha C. Nussbaum. Editorial Paidós.
– "La educación moral", de Nel Noddings. Amorrortu Ediciones.

...Aspiramos, por el bien de todos, a una mayor sensibilidad moral (respeto y dignidad), una mayor capacidad de ser para uno (responsabilidad), para los demás (vínculos éticos y compasivos) y para el mundo en su conjunto (valores cívicos).

Leer más en El País.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2013/05/30/eps/1369936183_707211.html 
Otras noticias relacionadas:

lunes, 28 de diciembre de 2009

Educación y sociedad actual... desde Santa Clara, California

Carta publicada en el NYT de 22 de diciembre 09
Ampliar la educación
Para el Editor:

Comentario al artículo "La Sociedad de Protocolo", Por David Brooks (columna, dic 22):

Un componente absolutamente esencial del sistema social "operativo" que describe el Sr. Brooks es la educación. Una economía de las ideas puede sostenerse sólo por una sociedad que cultiva ideas.
La educación secundaria se expandió en la sociedad con la industrialización del siglo XX, y la educación universitaria se ha ampliado con la creciente sofisticación de los conocimientos, que cada vez más son la base de la economía en la mitad y finales del siglo XX.

Nuestro actual momento histórico, por lo tanto, debe traer una expansión dramática de oportunidades educativas y de innovación, junto con la música y el arte, como motores para la creatividad que actúan como combustibles para "Conseguir" investigación e innovación.

Ron Meyers Nueva York, diciembre 22, 2009

La Sociedad de Protocolos
Por David Brooks

En los siglos XIX y XX hemos hecho cosas: el cultivo de maíz, el acero y los camiones. Ahora, hacemos protocolos: conjuntos de instrucciones. Un programa de software es un protocolo para la organización de la información. Un nuevo medicamento es un protocolo para la organización de los productos químicos. Wal-Mart produce protocolos para el movimiento y comercialización de bienes de consumo. Incluso cuando usted está comprando un coche, el costo en su mayor parte es para el pago de los conocimientos incorporados en su diseño, no para el metal y el vidrio.

Una economía de protocolo tiene propiedades muy diferentes a una economía de cosas físicas. Por ejemplo, usted y yo no podemos utilizar el mismo trozo de metal al mismo tiempo. Pero usted y yo podemos utilizar el mismo programa de software al mismo tiempo. Las cosas físicas están sujetas a las leyes de la escasez: se pueden utilizar hasta su agotamiento. Pero es difícil de agotar una buena idea. En 2000, Larry Summers, entonces secretario del Tesoro, dio un discurso llamado "La nueva riqueza de las naciones", en él se establecieron algunos principios. El trabajo principal ha sido realizado por Douglass North de la Universidad de Washington, Robert Fogel de la Universidad de Chicago, Joel Mokyr de la Northwestern y Paul Romer de la Universidad de Stanford...

Los protocolos son intangibles, de modo que los rasgos necesarios para inventarlos y aplicarlos o asumirlos son intangibles también. En primer lugar, una nación tiene que tener un buen sistema operativo: las leyes, reglamentos y derechos de propiedad.

Por ejemplo, si usted se dedica a la fabricación de acero, le cuesta una importante cantidad de esfuerzo y medios materiales hacer su primera pieza de acero y luego el costo es una cantidad importante de cada pieza adicional. Si, por otra parte, está haciendo un nuevo medicamento, que cuesta una cantidad increíble hasta inventar su primera píldora. Pero después es casi gratis de copiar millones de veces. Usted sólo va a invertir el dinero para hacer la primera píldora, si se puede tener un monopolio temporal para vender las copias. ...

Una economía de protocolo tiende hacia la desigualdad, porque algunas sociedades y subculturas tienen normas, actitudes y costumbres que incrementan la velocidad de nuevas recetas, mientras que otras subculturas lo retrasan. Confianza social y justo cumplimiento de los reglamentos, mientras que otros están malditos por la desconfianza, la corrupción y la actitud fatalista sobre el futuro. Es muy difícil por ello la transferencia de los protocolos de una cultura hacia otra.... Para obtener una visión completa de hacia dónde se dirigía el debate, había leído "De la pobreza a la prosperidad", y después había leído el libro de Richard Ogle, "Smart Mundial" (2007), uno de los libros más valorados de la década. Ogle aplica la teoría de las redes y la filosofía de la mente extendida (debeís leerlo) para mostrar cómo la innovación en el mundo real emerge de las agrupaciones sociales.
El cambio económico está en fomentar el cambio intelectual. Cuando la economía se basaba sobre las cosas, la economía se parecía a la física. Cuando se trata de ideas, la economía viene a parecerse a la psicología.
 
(Especialmente dedicado a Marga, por ser una adelantada en esto de los protocolos y por su visión y dedicación a ellos así como por su energía y esfuerzo dirigido a trasmitir esa necesidad a todos nosotros)(Ver artículo del NYT aquí)

Este artículo en parte, sólo en parte, me recuerda aquella frase de George Bernard Shaw: “If you have an apple and I have an apple and we exchange these apples then you and I will still each have one apple. But if you have an idea and I have an idea and we exchange these ideas, then each of us will have two ideas.”
Decía solo en parte pues el espiritu de Shaw parece el de intercambiar ideas y el del artículo le da una vuelta y ve negocio obligado para las ideas, olvidando que las ciencias han sido accesible y en parte lo son para todo el que esté dispuesto a dedicarse a ellas. Y aún lo son en la mayoría de los centros, pero cada vez más vemos imponerse una forma de acercamiento al estilo de lo que denominan un "nicho" de negocios allí donde existe una necesidad, real o creada y, sobre todo, dinero para satisfacerla, pues no deberíamos olvidar que es en África donde existen más necesidades y a la vez menos dinero. ¿Dónde están los límites entre el libre acceso y el negocio...?