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jueves, 18 de mayo de 2023

Entrevista a Yayo Herrero «El ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo»

Hablar con Yayo Herrero, una de las intelectuales más respetadas mundialmente en materia de ecofeminismo y ecosocialismo, es difícil. Y lo es no debido a que no sea buena conversadora; al contrario, más bien ocurre que todo el mundo quiere dialogar con ella, y encontrar hueco para sentarnos tranquilamente, debatir y acompañarnos se torna una odisea, especialmente ahora que anda presentando su nuevo libro, Toma de tierra (Caniche, 2023).

Sin embargo, donde hay voluntad el tiempo aparece y, después de múltiples viajes, me recibe alegre, dispuesta a aclarar ideas sobre un problema tan grave como la crisis climática, para la que su obra teórica, activista, y su trabajo de campo guardan múltiples soluciones. Yayo Herrero no necesita presentaciones, pero diremos que es ingeniera, antropóloga, educadora social, ha realizado estudios de postgrado en medio ambiente, educación y globalización, y de sus manos han salido más de dos docenas de libros –entre individuales y colectivos–, múltiples artículos y una labor envidiable en lugares como Ecologistas en Acción o la fundación FUHEM. Como su trabajo es inabarcable en una entrevista, aquí nos centramos en Toma de tierra.

Tengo que decir que me ha gustado mucho el libro, Yayo. Me parece una buena síntesis de tu pensamiento, casi una guía. ¿Por qué este proyecto ahora? ¿De dónde surge?

Antes de este libro, de cosas actuales tenía Ausencias y Extravíos (CTXT, 2021) y luego uno que acabo de terminar, Educar para la sostenibilidad de la vida (Octaedro, 2022), pero tenía pendiente tratar de condensar ideas, y este proyecto me ayudó un montón. El libro surge de una propuesta de Caniche, la editorial, que viene de la mano de Brenda Chávez, una persona a la que admiro y tengo muchísimo cariño. Ella me llamó para sugerirme la posibilidad de un libro de ecofeminismo, pero yo les dije que no me podía poner a hacer un libro entero ahora, y entonces me plantearon que propusiera artículos publicados en lugares de poca difusión, porque ya sabes que muchas veces las revistas académicas, aunque sean de “alto impacto», realmente llegan a muy poquita gente. Lo que hice fue recoger un montón de textos, y Brenda actuó como editora. Es decir, lo que ha hecho es leerlos, hacerme propuestas de quitar cosas… como una tarea de limpieza, y dejar un compendio de aterrizajes de miradas ecofeministas con la intención de que, sobre todo, tengan interés. Yo me lo planteaba no solamente para las personas que manejan estos temas de manera más intelectual o académica, sino para los propios activismos. Y ahora ha sido el momento en el que ha surgido.

Me fascinó el concepto “desnivel prometeico”, que tomas de Günther Anders. Cito la definición: “La distancia que existe entre las acciones de las personas y sus consecuencias monstruosas en un marco absolutamente tecnologizado y presidido por una economía que piensa sólo en términos contables”. Por ejemplo: el piloto que arrojó la primera bomba atómica no se sentía responsable del daño causado. En este sentido, me planteo la disociación que existe entre la gran preocupación social que las encuestas aseguran que hay sobre el cambio climático, y la poca acción al respecto. ¿No vivimos en una suerte de “desnivel prometeico” todo el rato?

Ese es un concepto de su obra La obsolescencia del odio (Pre-Textos, 2019) y a mí me parece tremendamente importante, porque podríamos decir que la historia del desarrollo, del progreso en Occidente, ha sido la historia del alejamiento del lugar donde se actúa y los lugares donde se sufren los efectos; o una distancia enorme entre esa trivialidad de los actos y sus consecuencias monstruosas, y lo que tú estás señalando, en cierto modo, son también consecuencias de esos desniveles prometeicos.

Creo que la tecnología –entre otras cosas– ha hecho que seamos capaces con esos actos triviales de actuar muy lejos, y tener una conducta moral se basa en la capacidad de anticipar las consecuencias de tus actos. Cuando esas consecuencias son muy lejanas y no las vemos, digamos que la posibilidad de tener conductas morales se dificulta tremendamente. Yo no soy capaz de anticipar qué riesgo puede comportar un determinado acto que cometo, y eso obliga a repensar la moral en tiempos en los que aceptar una compra por Internet, o hacer clic y lanzar una cadena de mensajes electrónicos (que parece que son inmateriales), pues esconden sus efectos…

Ahí hay un problema grande. Tiene también relación con lo que Marx llamaba “el fetichismo de la mercancía”, es decir, la desconexión entre aquello que compramos y las relaciones sociales y naturales que lleva dentro lo que compramos. Lo que ocurre es que, en lugar de relacionarnos entre personas para gestionar las cosas, nos relacionamos directamente con las cosas, sólo a través del dinero, y eso elimina todo el marco de relaciones. Yo creo que, efectivamente, ahí hay una parte importante de las dificultades que tenemos para actuar, ¿no? La dificultad de anticipar esas consecuencias.

Vivimos en un delirio de inmortalidad, dices en tu libro, y esto está relacionado con la crisis climática. Me pregunto si podemos recuperar algún tipo de espiritualidad (religiosa o no) que nos conecte con la mortalidad, con la naturaleza a la que ahora consideramos una exterioridad, con los demás seres vivos… Creo que hay una especie de pecado original en la cultura occidental. Podríamos hablar del momento en que comienza a nacer un pensamiento dual que separa la naturaleza de la cultura, y entendiendo también como naturaleza los cuerpos vulnerables, necesitados, mortales, en los que transcurre la vida humana. A partir de esa ruptura surge un delirio, una fantasía de individualidad y una especie de lo que he llamado (y no sólo yo) “lógica antropológica extraterrestre”, como si los seres humanos flotáramos por fuera y por encima de la naturaleza y nos relacionáramos con ella desde la exterioridad, desde la superioridad y la instrumentalidad.

Yo soy una persona poco religiosa, no soy creyente, pero tengo claro que una parte importante de las transformaciones que necesitamos pasa por adquirir otro sentido vital diferente. Yo lo llamo “la sensación de pertenencia a la trama de la vida”, que es una forma de convertirnos en seres transcendentes, sólo que ya no es una transcendencia individual… saltando por encima de nuestra mortalidad, o intentando saltar por encima de los límites físicos de la Tierra, o por encima de las relaciones de interdependencia que tenemos con otros seres humanos, sino que transcendemos en el momento en el que sabemos que, al morir nuestro cuerpo, nuestras partículas van a terminar siendo árbol, planta, pluma, tierra, o acabarán en el fondo del mar. No sé si a eso le llamaría espiritualidad, pero, desde luego, para mí esa conciencia de pertenencia a la trama de la vida otorga sentido vital y, al menos a mí, me permite mirar la muerte de forma distinta. Es una creencia a la vez material y no material, intangible. Me parece que adquirir esa identidad terrícola es un paso necesario para poder reinsertar nuestra especie dentro de la trama de la vida. La tienen otras culturas, la ha tenido la nuestra antes de esa brutal separación, y creo que es imprescindible.

Varias veces hablas de la necesidad de “seguridad”, pero dices que este concepto se ha asociado a “la defensa nacional, el blindaje de fronteras o la criminalización de quienes son diferentes”. ¿Qué es la seguridad desde el punto de vista ecofeminista? ¿Por qué es necesaria en una época en que proliferan los discursos belicistas?

Yo creo que una vida segura es aquella que se puede vivir sin tener miedo a saber si se va a poder comer, si se va a poder mantener la vivienda, sin tener miedo a la soledad no deseada, o al sufrimiento de las personas que quieres, ¿no? Sin tener miedo a respirar para no enfermar, a comer alimentos que te pueden envenenar. Por tanto, yo llamaría seguridad al proceso que permite garantizar condiciones básicas de la existencia para todas las personas desde la conciencia de que vivimos en un entorno translimitado y en pleno cambio climático. Es decir, que vivimos en un momento de inevitable contracción material, en medio de un cambio climático –como señala el último informe del IPCC– cada vez más desbocado, y en ese marco hemos de conseguir que todas las vidas puedan aspirar a ser vidas buenas.

Para mí la seguridad es eso. ¿Qué es lo que sucede? Pues que, en este momento, la seguridad es básicamente el blindaje de las élites. Un blindaje que es político, económico, y también militar. Y se llama seguridad a procesos que tienen que ver con pagar e invertir cantidades ingentes de dinero para estar armados hasta los dientes y defendernos de amenazas reales o supuestas. Por eso a mí me horroriza que, cuando vemos lo que está pasando en las fronteras, lo que se haga para justificar esa atrocidad, ese asesinato, sea apelar a la seguridad.

En lugar de tratar a las personas más desposeídas, precarizadas y expulsadas, a las personas que son literalmente saqueadas, ellas y sus territorios, desde una perspectiva ética y política, lo que se hace es convertirles en una amenaza y entonces hacer un abordaje de la emigración o de la pobreza como si fuera un problema securitario. Creo que ese enfoque de la seguridad es un enfoque terrible y que lo que hace es naturalizar todo un marco de privilegios. Utilizando la palabra privilegio en su sentido semántico del diccionario: un privilegio es lo que alguien tiene porque otros no lo tienen. El privilegio es lo que tú tienes precisamente porque has arrebatado la posibilidad de que otros lo tengan.

Planteas reformular el derecho, desde los Derechos Humanos al derecho internacional (ampliar el asilo) o incluso la Constitución. Sobre esta última, argumentas una noción del territorio como tejido vivo (no un decorado), en conexión con otros, y hecho de relaciones sociales y vínculos. Me ha llamado la atención porque este debate no está (creo) sobre ninguna mesa, o al menos es minoritario.

Nosotras en Ecologistas en Acción hicimos el ejercicio de leer decenas de constituciones de países para ver cómo abordaban cuestiones básicas, como los más estrictos derechos humanos, los derechos de la naturaleza, los derechos colectivos… ver qué tipo de tratamiento les daban. Y nos encontramos con que variaba. Había constituciones que despuntaban por la incorporación de las condiciones de ser seres ecodependientes e interdependientes, pero la mayor parte no eran conscientes de esto. ¿Por qué nos parecía importante mirar esto? Porque, al fin y al cabo, el derecho se ha convertido en aquello que permite regular y organizar la vida. Las constituciones son documentos que tienen los países para organizar la vida en común. Es verdad que luego muchos de esos textos constitucionales quedan en papel mojado. Por ejemplo: la Constitución española recoge como principio orientador el derecho a la vivienda mientras que aterriza de una forma muy concreta el derecho a la propiedad. Ambos son derechos constitucionales, pero tienen una calidad o una prioridad radicalmente diferente.

Desde mi punto de vista, el derecho, como la educación o la forma de entender la sanidad, es el resultado de correlaciones de fuerzas. Yo no conozco ningún país que, en su función de control y de coerción, haya regalado derechos que protegieran la vida de las personas. Nunca. Cualquier derecho ha sido siempre el resultado de un proceso de lucha y de organización sociales que a veces han conseguido ganar… Por eso tenemos sanidad pública, educación, que no son perfectas, pero no hay que olvidar que han sido victorias del esfuerzo colectivo. Sucede que, cuando esa correlación de fuerzas no opera, el derecho, lejos de ser un instrumento que protege la vulnerabilidad, se transforma en todo lo contrario, en instrumento para la coerción, como es el caso de la Ley Mordaza, o en instrumento que sirve para blindar el saqueo, como es el caso de toda la arquitectura de la impunidad, que es económica y jurídica, y que blinda los privilegios de las multinacionales, por ejemplo, en los tratados de libre comercio. Es por eso que me parece muy importante que la organización social y aquellas personas que están gobernando las instituciones y que tienen una vocación de servicio público hagan hincapié en el tema del derecho.

El movimiento ecologista ha tratado de transformarlo todo, pero a la vez ha puesto mucho énfasis y se ha peleado por modificar pequeños artículos en leyes, que se han modificado por introducir otras nuevas, porque el derecho, al final, incluso cuando no es respetado, sigue otorgando la posibilidad de que haya gente que se organice alrededor de la reivindicación de algo que es legítimo. Igual que, cuando el derecho se transforma en injusto, es lo que te coloca en la disposición de desobedecer algo que, siendo legal, desde el punto de vista de la justicia, de la ecodependencia y la interdependencia, no es legítimo.

En relación con la anterior pregunta: ¿deberíamos resignificar o reapropiarnos de los conceptos de patria y familia? Teniendo en cuenta esas relaciones de eco e interdependencia. Hay sectores que abogan por no regalárselos a la derecha.

Yo nunca he necesitado para nada la noción de patria. Tengo un tremendo amor por el territorio en el que vivo y por la gente que lo habita, que son mis vecinos y vecinas, tanto cuando vivía en Madrid como ahora que vivo en Cantabria. En general, tengo un tremendo amor por esa gran Tierra y esa trama de la vida que nos acoge, pero no he necesitado nunca vincularme a un concepto de patria que recoja una delimitación perfecta de un territorio y que sirva para marcar quienes están dentro y quienes están fuera. Yo sé que hay gente que está tratando de resignificarlo porque creen que es un concepto que no se le debe dejar solamente a aquellas personas que tienen visiones autoritarias o excluyentes, pero yo no lo sé resignificar y las resignificaciones que he escuchado me han resultado huecas y no creo que hayan llegado a calar prácticamente en casi nadie.

Y la idea de familia… más que retocar o reivindicar la familia, creo que es importante atender a los análisis feministas que se han hecho. La familia ha constituido la gran corporación del patriarcado, y la familia, de la que resaltamos nociones de amor, altruismo o generosidad, muchas veces cumple una función de socialización básica, pero no sobre relaciones de altruismo, sino de miedo, de imposición, especialmente sobre las mujeres, pero también sobre esos sujetos que no correspondían a las sexualidades normativas, o al rol que la familia asignaba. Creo que hay muchísimas personas que están tratando la resignificación de esa idea de familia, en maternidades diferentes, basadas en relaciones de una naturaleza distinta.

En mi experiencia, la familia es un entorno en el que he obtenido mucha seguridad de la buena, pero conozco muchas familias y espacios donde también el sentimiento de culpabilidad por no hacer lo que se espera es brutal, y se transforman en lugares tremendamente duros y hostiles para mucha gente. Por tanto, creo que todas esas relaciones de filiación tienen que ser muy revisadas y, de hecho, el feminismo lo hace de una forma intensa. No nos olvidemos de que incluso el neoliberalismo, que supuestamente destaca la individualidad por encima de todo, lo hace en la forma de estar el individuo en el espacio público, pero no reivindica esa individualidad con respecto a los espacios de reproducción social, y apela constantemente a los valores de la familia precisamente para eximirse de las obligaciones y la responsabilidad que las comunidades y las sociedades tienen contraídas con cada uno de los sujetos que forman parte de ellas.

Hablas del trabajo como “potencia del ser”. No pides su abolición, como Giuseppe Rensi; o te centras en el daño emocional que causa, como Simone Weil. Sí que denuncias una suerte de “vivisección” del trabajo, alienante y separado del resto de la vida social. Éste es un debate importante, porque además sabemos que muchos trabajos van a desaparecer por motivos climáticos; un caso: ya no se puede pescar tanto. ¿Qué trabajos se deberían desempeñar según un criterio estricto de sostenibilidad? Y, siguiendo el razonamiento de tu libro, ¿qué conflictos puede haber con el sindicalismo? Por ejemplo, cuando ciertos trabajadores denuncian despidos de empleos insostenibles.

Cuando yo hablo del trabajo y digo que es la potencia del ser, cosa que, por cierto, retomo de una gran amiga, Laura Mora, profesora de Derecho Laboral en la Universidad de Castilla-La Mancha, no me estoy refiriendo al empleo, al trabajo alienado y asalariado, sino a la enorme cantidad de tareas que hay que hacer para que la vida se sostenga. La vida humana… hay que trabajar para sostenerla, tienes que interactuar con los bienes fondo de la naturaleza para producir todo aquello que hace falta. Los bienes de la naturaleza no son asimilables y aprovechables de forma directa por los seres humanos. No comemos ciclo del agua, ni nos movemos con el petróleo metido debajo de la tierra o movemos un coche poniéndolo al sol, sino que hay que hacer muchas cosas para que esos bienes fondo de la naturaleza se traduzcan en servicios, en bienes, en productos que sirvan para satisfacer la vida humana. Además, hace falta una enorme cantidad de tareas y de tiempo y dedicación para que una criatura recién nacida sobreviva sus primeros años de vida, para que la gente mayor que no puede vivir sola sobreviva, a eso me refiero: no se puede no trabajar. Si no se sostiene, la vida no es posible.

Por lo tanto los trabajos que precisamos son los que hemos denominado “socialmente necesarios”; es decir, trabajos que sirven para sostener las vidas: producción de alimentos que no envenenen ni a la tierra ni a los cuerpos; cierta producción de bienes en la industria, de forma que el cierre de ciclos y esa economía espiral de la que habla Alicia Valero sea posible; o trabajos relacionados con el cuidado; o con una movilidad y un transporte que tiene que ser mucho menor, a ser posible no mecanizado y, cuando sea mecanizado, electrificado, público y colectivo. Esto es, hablamos fundamentalmente de trabajos que sirven para producir cosas que satisfacen necesidades, y con criterios del menor consumo de materiales posible, y de la mayor justicia y escalabilidad a todas las personas. Parte de esos trabajos se hace en el mercado y otra parte se hace en los hogares. Y ese trabajo que se hace en los hogares no es denominado trabajo, por eso yo reivindico que eso se llame trabajo, que el trabajo no es sólo el empleo.

Hay empleos, por el contrario, que no solamente no son socialmente necesarios, sino que son socialmente indeseables, porque destruyen la naturaleza; o consumen bienes finitos que precisamos para lograr transiciones que sean justas y alcancen a los 8.000 millones de personas que somos en este planeta; o son trabajos que explotan; o que crecen a partir del deterioro, o sea, que son trabajos de resolver los propios desastres que organiza el modelo.

Ahí creo que el ecologismo puede trabajar perfectamente con el sindicalismo; ya lo está haciendo, de hecho. Hay algunos sindicatos, como CGT, o la mayoría sindical vasca, que desde hace tiempo vienen dialogando con el ecologismo. Y ahí hay una cosa clave, que es lo que tú decías: hay sectores que se van a contraer, y tienen el riesgo de desaparecer, no porque se hayan puesto en marcha políticas ecologistas, sino porque la propia bulimia y extralimitación del sistema hacen imposible que se sostengan a la escala que hemos tenido. Hablamos del turismo de masas, de la automoción, de una parte importante de la industria… Como ecologista que además ha sido sindicalista creo que la mayor responsabilidad que tenemos en estos momentos es anticipar esas situaciones precisamente para proteger a todas las personas que trabajan en esos sectores. Y partiendo de un criterio básico: que no es lo mismo proteger sectores, que proteger personas. El objetivo es proteger personas.

jueves, 2 de marzo de 2017

Conversación con Yayo Herrero, militante incansable del ecologismo social. "Igual caminamos hacia el colapso, pero yo lo hago acompañada de la mejor gente que hay en el mundo"


El Salmón Contracorriente


En los últimos días, Yayo Herrero [1] ha estado dando charlas en Barcelona, Bilbao, Lanzarote y Palencia. Después de una semana agotadora para cualquier mortal, Yayo hace hueco en su agenda para tomar algo en el barrio y charlar sobre el colapso y las necesarias transiciones. Nos citamos en uno de esos clásicos bares del centro de Madrid que se ha ido reconvirtiendo en una mezcla de galería de arte retro y taberna castiza a la vez. Yayo llega con la sonrisa puesta, con las pilas cargadas y derrochando alegría. Hablamos de la vida, del ecologismo y otros cotilleos.

“Hemos perdido un tiempo precioso”.
Es una de las frases con las que empieza el libro La Gran Encrucijada. Hace cuatro décadas que se publicó el informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento y, hoy, hemos conseguido que importantes figuras e instituciones de las más diversas procedencias, como el Papa Francisco, Naciones Unidas u Obama reconozcan el desafío ecológico, energético y climático que supone este cambio de ciclo histórico. Hace cuatro décadas, también nacía el ecologismo social organizado en AEDEN, la Asociación de Estudio y Defensa de la Naturaleza. No es comparable, por supuesto. La sociedad organizada ha hecho más por la preservación del planeta que muchas figuras políticas. Empezamos hablando de las alternativas creadas desde abajo.

Alternativas para transitar: ¿Cómo, quiénes y para qué?
Ya sabemos que el colapso está a la vuelta de la esquina. La acuciante escasez de materiales, el pico del petróleo, la pérdida de biodiversidad, el ciclo del agua; tenemos un problema con el incremento de los residuos, y con su gestión, ¡ya ni te cuento! La calidad de vida en las ciudades es cada vez peor... y cada vez más insostenible. ¿Sabías que en 2050 la población urbana se multiplicará por dos y podemos llegar a ser más de 8.000 millones de personas viviendo en entornos urbanos? Calla, calla.

Con todo esto que sabemos, tenemos la certeza que debemos transitar hacia otro modelo y pensar otras formas de organizarnos como sociedad. Hay gente que ya se ha puesto manos a la obra y a día de hoy, disponemos de una gran cantidad de alternativas: “Existen los grupos de consumo y diferentes formas de producción agroecológica; iniciativas que tienen que ver con los cuidados compartidos, tanto de pequeños y pequeñas, como residencias o espacios en los que los mayores comparten su vida. Han surgido diferentes medios de comunicación con fórmulas organizativas muy distintas. Hay todo un abanico de posibilidades con todo el tema de la financiación ética, muy importante para ver como podemos financiar las transiciones”. Y un largo etcétera.

En el campo de las alternativas, digamos, está todo inventado y las tenemos desde hace tiempo.
Sin embargo, la activista ecofeminista profundiza en el análisis: “Yo creo que donde puede haber una dimensión diferente es en procesos de alianza entre iniciativas pequeñas que dialogan para aumentar la escalabilidad”. Para escalar, la clave no es imitar el modelo de la economía convencional sino “crecer por multiplicación donde múltiples iniciativas están conectadas y cada una de ellas, bien contextualizada en el territorio”. Otro ingrediente de la receta de la escalabilidad para Yayo es “ir copando diferentes dimensiones del ciclo de vida de la economía: No podemos conformarnos con tener solo iniciativas en la producción primaria. Necesitamos iniciativas productivas locales metidas dentro del ciclo de distribución, producción y consumo capitalista”.

Precisamente, Yayo conoce bien el entorno cooperativista porque ella es socia fundadora de Garúa, una cooperativa orientada a la educación, la investigación y la intervención, social y ambiental, desde 2006. Pero, ¿es esa la mejor fórmula jurídica para impulsar las transiciones?
“A mí, personalmente, la forma legal que más me seduce es la cooperativa. Ha sido la estructura donde yo he podido vivir la profundidad de construir verdadera democracia en la economía y en la forma de producir. He sentido Garúa como una estructura donde nos hemos preocupado porque cada una de las integrantes, además de tener un salario, creciera personalmente y que hubiera un espacio de apoyo mutuo donde satisfacer esas otras necesidades que no se pueden medir en términos monetarios”.

Desde el año 2012, es directora de una fundación consolidada como institución educativa y con una larga trayectoria en investigación en temas ecosociales. Es la primera mujer que ocupa este cargo en los más de 50 años de historia de esta institución. Sin embargo, para Yayo, la forma de fundación no es un formato que le guste especialmente: “Es una fórmula antidemocrática. Hay un patronato que se elige a sí mismo y que marca las líneas, muchas veces, con poca participación. En el caso de FUHEM, yo lo llevo bien porque es un patronato muy alineado y trabaja en colaboración estrecha con los equipos operativos que existen. Pero no me parece una buena fórmula, aunque haya fundaciones que hagan un papel excelente”.

Nos empieza a convencer de que la clave no es la fórmula jurídica sino la naturaleza de la actividad qué se hace y cómo se generan los excedentes sociales. “Incluso he conocido algunas iniciativas que tienen forma de Sociedad Limitada pero están metidas dentro de los mercados sociales, trabajan bajo los criterios de la economía social y solidaria y su trabajo puede jugar un papel importante en las transiciones”. Continúa hablando de su trayectoria profesional: “No puedo decir lo mismo de las empresas de corte transnacional donde el propósito de tu tarea como trabajadora está centrada en generar beneficios. Ahí dejas de preguntarte si lo que estás haciendo contribuye a mejorar el mundo o a dejarlo bastante peor”.

Yayo comenzó su carrera en la gran empresa formando parte del cuerpo ejecutivo de Indra. Desmonta el mito de la eficiencia de la empresa privada; recuerda cómo muchos medios cargos se convirtieron en verdaderos capataces; cómo los ritmos extenuantes de trabajo rayaban la explotación en muchos casos, y otras tantas experiencias que le han hecho ser quien es hoy. Pero, sobre todo, recuerda a un compañero suyo en la sección sindical: Bernardo Díaz Petrel, una de las personas que más le ha marcado en la vida. “Yo era muy jovencita y pensaba: «Yo quiero ser como Bernardo. Quiero ser una persona íntegra, coherente, profesional, honesta y buena. Una persona súper querida». Y claro, eso no cuadraba con la finalidad de mi trabajo, que era muy poco coherente con las cosas que yo creía que se debían hacer”.

Convencidas del todo, concluimos que si hay democracia económica y se hace algo que no destruye a las personas ni el medioambiente, nos vale casi cualquier fórmula. “¡Espera!” Como no podía ser de otra manera, Yayo sigue profundizando en el análisis y emerge la perspectiva ecofeminista:

¿Y las iniciativas que no tienen ni siquiera forma legal?
“Claro. Los centros sociales autogestionados no tienen fórmula jurídica -ni aspiran a tenerla- y para mí son centros productores de bienes y servicios imprescindibles que generan un bienestar social enorme. ¡Y los hogares! Tampoco tienen una forma empresarial... Bueno, a veces se sostienen en una fórmula legal bastante discutible en muchas cosas -hablo del vínculo del matrimonio, entendido como ese contrato social del patriarcado-. Pero son estructuras que se rigen por otra lógica y son núcleos de producción de bienes y servicios esenciales, como los cuidados”.

No es problema de fórmula sino de propósito; de ver a qué está orientada la actividad y cómo se realiza. Lo que está claro es que para llegar a esta conclusión hemos tenido que integrar en el análisis la dimensión de cuidados y la corporeidad de la vida humana. Yayo ha dedicado una gran parte de su tiempo a teorizar y descubrirnos el ecofeminismo. Gracias a integrar estas tesis en el ecologismo, tenemos constancia del problema de separación entre cultura y naturaleza. “En ese abismo que han creado las sociedades occidentales, las únicas personas que han establecido ese puente constante y permanente entre cultura y naturaleza han sido las mujeres y decir esto, no es esencialista; es profundamente materialista”. Para Yayo, sin la visión del ecofeminismo no es posible realizar un análisis material completo del sistema. Y añade: “Cuando no miras la corporeidad de la vida humana te olvidas de que es inmanente y tenemos que construir comunidades cohesionadas que, de forma corresponsable, traten de mitigar esa vulnerabilidad de la vida individual”. La idea de que todo lo personal es político, es una idea central del feminismo y, además, según la activista “ayuda a colocar bien las prioridades de lucha”.

Cuidados, territorios y municipalismos
Los resultados de las elecciones municipales de 2014 han supuesto un cambio del panorama político español. Nueve importantes ciudades del país están siendo gobernadas por plataformas ciudadanas (en alianza con algunos partidos) lo que supone un éxito sin precedentes. Le preguntamos a Yayo qué pintan los nuevos municipalismos en la transición hacia ciudades más sostenibles y, con cierta pesadumbre, comenta que lo que se puede hacer en el marco de las instituciones se está revelando limitado. “Aunque no diría que es inútil, pero la institución tiene una lógica extraordinariamente lenta y conflictiva, por los ataques de medios de comunicación y otras posiciones políticas. Por otro lado, los propios movimientos de corte político que están impulsando esos cambios parece que son ollas a presión en sus propios interiores. La lógica del conflicto está muy instalada dentro”.

Se basa en su experiencia personal:
“Estoy participando en un proyecto del Ayuntamiento de Madrid que se llama “Ciudad de los cuidados”, impulsado por el delegado de Seguridad, y después de estar meses trabajando en él y una vez presentados una serie de documentos, no tenemos respuesta ni se sabe nada de cómo vamos a seguir”. Con este proyecto, el Ayuntamiento de la capital pretende trabajar sobre los ejes de la salud y sus determinantes sociales para aplicar una política que, entre otras cosas, dinamice en los barrios estructuras comunitarias corresponsables con el cuidado. ¿Por qué? Yayo explica que los hogares, y en especial, las mujeres, son las que han amortiguado las consecuencias de la crisis: “Y esto ha ocurrido porque un eje importante de la seguridad y bienestar de las personas lo proporciona un actor que hoy está muy debilitado en la ciudad: el barrio”. Prosigue con el análisis: “La sostenibilidad de la vida humana debería articularse en torno al primer eslabón que es la naturaleza; luego, la familia; después, la comunidad; el cuarto eslabón, el Estado y el quinto, lo privado. Pero del terreno de los hogares, estamos pasando directamente al terreno de lo público o al mundo mercantil. Y, sin embargo, la escala comunitaria está vacía”.

A pesar de esto, España está siendo un punto de mira interesante para muchos movimientos sociales europeos porque es de los pocos países donde no está surgiendo una fuerza fascista organizada y esto tiene que ver con una tremenda red de solidaridad en el territorio.
¿Algún ejemplo? “Plataformas como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o como la Red de Solidaridad Popular (RSP) han sabido ver que es necesario coser la política pública con el activismo social, la protesta y la organización en la base más local”. Sin embargo, para Yayo, el movimiento ecologista no ha conseguido conectar con las preocupaciones de las clases más empobrecidas que están siendo literalmente expulsadas del sistema: “En EE.UU., el movimiento de justicia climática sí que ha conectado con estos sectores desfavorecidos porque las causas directas del cambio climático están impactando en población muy empobrecida y están siendo más conscientes de que la destrucción de la base material física tiene una correlación directa con el empobrecimiento de las personas. Eso aquí no lo hemos conseguido”. Y propone aprender de la pedagogía que ha hecho la RSP visibilizando la relación entre la degradación de la naturaleza y la destrucción de las condiciones de vida de las mayorías sociales. “Tengo la sensación de que teniendo tan claro en lo teórico la importancia de la relocalización de la economía, tenemos menos instrumentos para relocalizar la política, y Ecologistas en Acción tiene experiencia en resistir y defender los ecosistemas locales pero deberíamos trabajar también sobre la militancia en el entorno local para ayudar a conectar esas luchas”.

Y termina con una advertencia:
“Se nos plantea el mayor reto que hemos tenido nunca. Ya no vamos a tener que pegarnos con el negacionismo ni contra el reconocimiento de la crisis ecológica. Tenemos que pelear para mostrar que las soluciones no son soluciones de capitalismo verde ni meramente tecnológicas, sino que las soluciones pasan por una redistribución radical de la riqueza y del acceso a la misma. Que las soluciones pasan por establecer mecanismos de vida más austeros para todas, no solo para las personas más desposeídas. Un ecologismo social en el que nos merezca la pena invertir nuestro esfuerzo es un ecologismo que tiene que ir de la mano con las luchas de la gente más desposeída y precaria”.

¿Cómo hacemos frente a esta gran encrucijada?
La activista acaba de publicar el libro La Gran Encrucijada con Alicia Torrego y Fernando Prats, en el marco del Foro Transiciones. Un libro sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico cuyo diagnóstico no aporta nada nuevo, según comenta Yayo, pero que recoge el mejor conocimiento científico que tenemos ahora mismo con un estilo narrativo que conecta con personas a las que no estábamos siendo capaces de llegar. “Nos han dicho muchas veces «basta ya de diagnósticos, vamos a las soluciones», pero creo que hay que seguir insistiendo porque aún no se ha conseguido un relato universal sobre lo que está pasando. Es necesario salir de nuestros núcleos para atraer a capas de la sociedad más amplias a este empeño por transitar hacia sociedades ecologistas, justas e igualitarias. Con este libro estamos conectando con entornos más socialdemócratas o de corte más neokeynesiano o de economía verde”.

Es necesario abrir los debates más polémicos de las transiciones y debatir con cuantos más sectores de la opinión pública, mejor. Por ejemplo, si hablamos de transitar hacia renovables, habrá que estudiar cómo se financia para que dé cobertura a las necesidades de las mayorías sociales, y por otro lado, habrá que planificar esa transición, ya que la fabricación de generadores y placas solares supone la emisión de gases de efecto invernadero y la utilización de materiales escasos. Para Yayo, esta dinámica de planificación requiere “autoorganización en lo local y políticas macro que cuenten cuántas toneladas de materiales, cuánto gasto energético y cuántas emisiones se pueden generar con estos procesos sin empeorar las dinámicas de colapso”.

En la parte de propuestas sí hay novedades.
El libro establece estrategias, dinámicas y planes sectoriales sobre qué hacer con los residuos, el agua, la energía, etc. Más allá de participar en construir alternativas locales, también piensa en cómo desde la política pública o de lo común podemos tratar de generar procesos ilusionantes de transición. “Si se quisiera, podría haber toda una batería de políticas públicas bien pensadas que podrían empujar esas dinámicas de autoorganización en lo local. Visibilizar eso es muy importante porque ahora mismo se percibe un salto enorme entre esas iniciativas autorganizadas y la percepción que tiene mucha gente de que no nos ayudan a frenar las dinámicas de apisonadora o de doctrina del shock”.

No existe una receta con sus ingredientes y tiempos de cocción exactos que nos hagan transitar con éxito.
Pero al menos, tenemos claro qué queremos. ¿Cuál es el aceite que permitirá cocinar las necesarias transiciones? “El lubricante para mí sería la construcción de poder ciudadano. La disputa de la hegemonía cultural que nos conduzca a la disputa de la hegemonía política. Construir un tejido social que pueda impulsar, sostener y apoyar a aquellas instituciones que quieran ir por el camino de las transiciones socioecológicas y que pueda forzar a otras instituciones a que se sumen a la dinámica”. Para Yayo, la clave es conseguir que estos temas sean una preocupación generalizada.

¿Cómo involucrar a más gente en este cambio cultural?
Dice Manuel Castells que la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes. En el libro hay un capítulo titulado “Sin reconfigurar los imaginarios sociales no será posible el cambio”.

¿Cómo hacemos eso y qué nos falta?
Empezamos con la autocrítica. “Nos ha fallado el no haber sabido conectar con la gente normal”, dice Yayo con rotundidad. Añade que la eclosión de Podemos nos tendría que proporcionar algunos elementos para el aprendizaje: “Hay muchas cosas de Podemos que ni comparto ni me gustan, pero hay que reconocer que supo aprovechar las grietas que dejaba el modelo hegemónico para colarse ahí. Utilizó algunas nuevas categorías como lo de la “casta” y la idea de “los de arriba y los de abajo”, conceptos del 15M, que consiguieron amplificar el mensaje a otros públicos. Nosotros no hemos sabido aprovechar esas grietas”. ¿Por qué? “Creo que no acabamos de encontrar fórmulas o no terminamos de atrevernos a pisar ciertos espacios”.

Desde hace unos meses, Yayo participa en las tertulias del programa radiofónico “A vivir” de la Cadena Ser: “El programa dura unos 45 minutos, a repartir entre unas 6 tertulianas. No es mucho tiempo y explicar la dimensión de la crisis ecológica requiere de un buen rato. Pues a pesar de eso, lo hago y me llegan comentarios muy positivos de gente a quien he hecho reflexionar a raíz de participar en espacios tan pequeños de alta audiencia”. Y añade que tampoco hemos tenido fuerzas, ni estrategia ni capacidad para meternos en asociaciones de vecinas o en los barrios cuando hablamos del activismo ecologista en ciudades grandes como Madrid. “Estamos muy alejadas de la vida cotidiana de la gente”.

Entonces, ¿cómo nos acercamos a la gente?
Dependiendo a quién queramos llegar, debemos pensar en un mensaje o en otro y en cuál es la forma más eficaz para comunicarlo. Vamos a la práctica. “Por ejemplo, con personas mayores es fácil empezar hablando de austeridad porque lo tienen aún en su marco de referencia cultural. Son personas que, en su mayoría, se han educado en pueblos donde todo se aprovechaba. Entonces, cuando te diriges a esas personas puedes empezar por ahí”. Sin embargo, desde hace unos años, se ha ridiculizado a muchos de estos perfiles austeros estereotipándolos como tacaños, atrasados o poco modernos. Tal ha sido el cambio que, cuando te diriges a personas entre 45 y 65 años, la estrategia cambia. “Generalizando enormemente, estos perfiles adultos que han vivido el despliegue del crecimiento económico, la llegada del «progreso» y la cultura del usar y tirar, es mucho más difícil empezar por las alternativas porque estas pasan por la reducción drástica del consumo material. Si no lo pones en relación con el problema al que ha llevado vivir como si no hubiera limites, a la gente le cuesta entender porque presentamos estas medidas tan radicales que van en contra del confort y la buena vida, entendida esta a través del consumo”.

Es decir, la deconstrucción de falsa idea de confort requiere de la fase de diagnóstico. “No es el caso de los mayores, como contaba, o cuando son pequeños, que antes de ser poseídos por el consumo ven las cosas con una claridad y una nitidez increíble. No es lo mismo la gente que vive en lo rural o en ámbito insular, que ven en su territorio los límites. No nos vale una receta de comunicación única para todos los lugares y perfiles. Nos falta mucho en el terreno de comunicar la alternativa y, como digo, hay que construirla de forma distinta dependiendo del territorio y el contexto de cada lugar”.

Además, hay que comunicar la alegría.
Si algo caracteriza las charlas de Yayo es la energía con la que sales de ellas. A pesar de contar una realidad crudísima, tras escuchar las palabras de Yayo, tienes ganas de pasar a la acción. ¿Cuál es el truco? “He tenido la suerte de encontrar y poder conectar con la mejor gente del mundo que es, precisamente, la que quiere cambiar las cosas. Cuando voy a dar una charla me encuentro gente que me cuida, que me acoge, gente bien articulada, gente que piensa como darle la vuelta a las cosas, gente solidaria que se preocupa por quien no tiene cómo pagar la luz... Vivir al lado de esta gente es la caña. Y yo eso, lo comunico y lo digo mucho en Ecologistas en Acción: Igual caminamos hacia el colapso pero no es lo mismo caminar sola y rodeada de hostilidad que hacerlo acompañada de la mejor gente que hay en el mundo”.

¿Cómo conciliar vida privada, activismo y trabajo?
“Con alegría”. La pregunta es sencilla. “Yo me río mucho en el curro, me río mucho en Ecologistas en Acción, con mis amigos... Esa posibilidad de reírse con la gente y de disfrutar es lo que te da fuerza para poder seguir haciendo cosas”. Acude a su trayectoria vital: “Cuando trabajaba en la gran empresa, tenía la sensación de que una parte de mi vida la tenía dedicada a algo que no me importaba en el fondo. Entonces cuando tuve la posibilidad de dar el salto en el vacío, dejar el curro y empezar a explorar el mundo del cooperativismo y otras cosas, a mí se me produjo una armonización de repente entre las cosas que me preocupaban, lo que me parecía importante y con lo que me ganaba la vida, y eso te genera una salud mental impresionante”.

¿Y cuando hay momentos en los que no puedes más?
“Hay momentos de cansancio, pero creo que es un momento en el que necesitamos mucho activismo y para mí la solución no está en restarle tiempo a la militancia. La cuestión está en crear espacios que sean gratos, que te refuercen y te hagan sentirte muy bien. A mí me parece difícil cuidarme a mí misma si no genero esa estructura de cuidado en los espacios en los que yo quiero estar y estoy”.

El problema es cuando los espacios activistas son hostiles.
“A veces, se reproducen muchas lógicas del mundo público o de la empresa privada o de la familia, donde hay relaciones de subordinación, de poder y de jerarquía, y a veces nos tratamos mal. Igual que existe un homo economicus alejado de la vida, creo que también existe un hommo militantus”. Tenemos que superar a esos antiguos militantes que decían «Yo no he venido aquí a hacer amigos» o «Aquí lo importante es que cambiemos el mundo», comenta Yayo.

Ella es partidaria de dedicar tiempo y energía a las organizaciones: “a resolver conflictos, a hablar las cosas y a generar formas de tratarnos que haga que la gente se sienta bien”. Y para eso, las organizaciones tienen que regenerarse y “dar cancha” a otras personas más jóvenes o nuevas. Una de las cosas que valora de Ecologistas en Acción es que las personas con una trayectoria larga y cierta responsabilidad en la organización saben retirarse sin dejar de estar. “A veces, por haber ocupado espacios de decisión, tu opinión tiene un peso distinto al de las demás y eso es un problema. Aunque seas abierta y democrática, terminas teniendo un peso que, aunque jerárquicamente ya no te corresponde, el grupo te lo concede”.

Yayo Herrero dejó la Coordinación y luego la Secretaría, pero no ha dejado de participar en Ecologistas en Acción, ya sea pintando una pancarta o viajando al punto que sea de la geografía española para mediar en un conflicto. Siempre a disposición de las personas y de las transiciones. Hay teorías conspiratorias que dicen que en realidad, Yayo no es solo una, sino que hay dos y por eso ella puede estar en todas partes. Se van turnando, dicen las malas lenguas. Después de muchos años de militancia en el ecologismo social, quienes la conocen saben que Yayo Herrero, no hay más que una; solo que es... mucha Yayo.

Nota:
[1] Esta entrevista ha sido originalmente publicada y escrita en la revista Ecologista que publica Ecologistas en Acción.

Fuente:
http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Igual-caminamos-hacia-el-colapso

lunes, 23 de enero de 2017

_--Entrevista a Jorge Riechmann, autor del libro “¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?” (Catarata) “No controlamos al smartphone, este nos controla y conforma nuestras vidas”

_-Enric Llopis

_-El 40% de los españoles miran el móvil más de 50 veces al día y el 70% a los 30 minutos de haberse despertado, según un informe de la consultora Ditendria.

En ese contexto, “¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?”. Es el título del libro recientemente publicado en Catarata por el profesor de Filosofía Moral en la Universidad Autonoma de Madrid, matemático y poeta Jorge Riechmann (Madrid, 1962).

El subtítulo de este ensayo de 256 páginas - “Para una crítica del mesianismo tecnológico”- ya avanza algunas líneas de pensamiento por las que transita el filósofo. “La creencia básica de nuestra sociedad -casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología; es una creencia profundamente irracional, pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea”, afirma. Riechmann defiende la idea de contención en un sistema económico como el actual, al que adjetiva como “fosilista” y “patriarcal”. En 2012 publicó “El socialismo puede llegar sólo en bicicleta” (Catarata). Actualmente trabaja en la propuesta de un “ecosocialismo descalzo”, que podría concretarse en comunidades con algo de industria ligera, tecnologías intermedias y, sobre todo, una gran descomplejización que implicara -en el plano material- niveles de vida mucho más modestos. Sus comentarios y reflexiones pueden seguirse en el blog “tratar de comprender, tratar de ayudar”. P-En el libro ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista? (Catarata, 2016) planteas los riesgos de un totalitarismo tecnológico. ¿Pero no ha ocurrido esto siempre? La irrupción de la fotografía y el cine en los albores del siglo XX inauguró nuevos tiempos de vértigo. Y García Márquez defendía el bolígrafo y la libreta de notas como arma fundamental del periodista, frente a la diabólica grabadora…

No se trata de asuntos que haya que plantear en términos de tecnofobia o tecnofilia, creo. Pero sí que deberían hacernos reflexionar sobre nuestra relación con las tecnologías. Por cierto, ya el hecho de que cuando en esta sociedad se dice “tecnología” sin más la referencia sean gadgets microelectrónicos e informáticos constituye un poderoso indicio de que las cosas no van bien. ¿Por qué la “tecnología” por antonomasia ha de ser una tableta conectada a internet, por ejemplo –y no la píldora anticonceptiva o el motocultor, pongamos por caso?

Casi todo el mundo sigue anclado en el paradigma de la herramienta aplicado a la tecnociencia... Por ejemplo, uno entre mil posibles, Jorge Marirrodriga puede articular su reflexión sobre la tecnociencia en la idea de que “la historia de la humanidad está llena de maravillosas invenciones empleadas como herramientas terroríficas” (J.M., “La tecnología avanza; hacia dónde es otra cosa”, El País, 2 de diciembre de 2016). Pero este paradigma es radicalmente inadecuado. Las herramientas las controla el usuario; las dinámicas sistémicas conforman y moldean a la gente. La tecnociencia es una dinámica sistémica, no una herramienta ni un conjunto de ellas. No controlamos al smartphone, sino que éste conforma nuestra vida, nos controla a nosotros y nosotras.

P-¿Habría algún modo de que el ser humano pudiera recuperar ese control?
La pregunta sobre si podemos orientar la tecnociencia de acuerdo con los intereses humanos básicos es verdaderamente abismal –no resulta nada claro que pueda contestarse con un “sí”. Quizá perdimos la oportunidad para ello en los años setenta del siglo XX, cuando Ivan Illich reflexionaba sobre “tecnología convivencial” y se desarrollaba cierto movimiento social en torno a las tecnologías intermedias, “blandas” y alternativas (orientadas a la autoproducción de valores de uso, no a la producción masiva para mercados capitalistas). Recomiendo echar unas horas explorando la revista/ blog Low-Tech Magazine, de fácil acceso en internet (y con versión en español).

¿Pueden las sociedades high-tech ser sustentables en el siglo XXI? Todo indica que la respuesta es: no. Ésa sería la mala noticia. La buena noticia es que sociedades low-tech pueden proporcionar una vida buena a la enorme, excesiva población humana que somos en la actualidad –a condición, eso sí, de transformar a fondo nuestra cultura y valores… Son los problemas de que me he ocupado en mi libro Autoconstrucción (2015).

P-Estas cuestiones se vinculan con la siempre creciente aceleración social…
Hoy los investigadores e investigadoras en ciencias de la Tierra nos llaman la atención sobre lo excepcional de esos decenios de desbocados crecimientos exponenciales (en la posguerra de la segunda guerra mundial) que hay que llamar la Gran Aceleración; los geólogos nos advierten sobre el Antropoceno; y sociólogos-filósofos como Hartmut Rosa tratan de desentrañar los mecanismos de nuestra enloquecida aceleración social.

Los crecimientos exponenciales incrementan, exponencialmente, la gravedad de los problemas. Que nos permitamos ignorar algo tan obvio resulta demencial. La “ley de Moore” contra la ley de la entropía: ésa es la apuesta de Silicon Valley en los arranques del siglo XXI. Cuesta creer que el mundo sea tan descabelladamente irracional como para seguirles el juego, pero así es.

La creencia básica de nuestra sociedad –casi nunca formulada de manera explícita- es que la tecnociencia prevalecerá sobre las leyes de la física y la biología (termodinámica y ecología sobre todo). Sin esa creencia no podría mantenerse la fe en el crecimiento económico constante y el “progreso”. Es una creencia profundamente irracional – pero la cultura dominante la mantiene contra viento y marea…

P-¿En qué ejemplos concretos se materializan estos principios generales?
En estas navidades de 2016-17 me fijé en una gran valla propagandística de Renfe, cerca de la estación de cercanías de Las Matas: AVE MADRID-LEON EN DOS HORAS. Esos son los triunfos de que podemos enorgullecernos, nos conmina la ideología dominante… Ay, la mayor parte de la sociedad española asumió con entusiasmo el fetichismo de la velocidad y el crecimiento económico –contra los valores alternativos de justicia, “igualibertad”, autonomía, medida humana, sustentabilidad, biofilia… El sistema sólo ve una carrera entre la autodestrucción y la tecnología, pero la verdadera carrera es entre cambio sistémico y destrucción.

-También el libro es una crítica rotunda al “transhumanismo”. ¿Se trata de una corriente filosófica, de una ideología….? ¿En qué consiste y quiénes son los adalides?
Desde hace años (por precisar, desde mi libro Gente que no quiere viajar a Marte en 2004, y antes en algunos textos que lo precedieron) he llamado la atención sobre lo siguiente. Teniendo en cuenta la dinámica autoexpansiva del capitalismo, uno no puede ser de forma coherente un true believer en el orden socioeconómico actual sin volverse “antropófugo”, es decir, sin tratar de escapar de la condición humana en dos direcciones (por lo demás vinculadas entre sí): la expansión extraterrestre en primer lugar, y la superación del organismo humano (percibido como deficiente en la era de la Máquina) en segundo lugar. Ésta última es la senda del transhumanismo, una poderosa corriente cultural que se plasma en diversas iniciativas tecnocientíficas y empresariales.

El proyecto ecologista de autocontención se enfrenta al proyecto productivista y antropófugo de extralimitación, de autotrascendencia tecnológica, con ese doble impulso de abandonar la condición humana hacia lo extraterrestre y hacia lo transhumano.

Aunque la idea de lo “transhumano” (superar al Homo sapiens hacia nuevas especies de humanos) tenga lejanos orígenes religiosos, en su forma moderna aparece seguramente con el libro de Robert Ettinger Man into Superman, de 1974. Puede hallarse una útil reflexión sobre el asunto en el capítulo 9 del libro de Ugo Bardi Los límites del crecimiento revisitados, que se tradujo al español hace un par de años.

Nuestra cultura tecnolátrica espera grandes novedades (¡y hasta la salvación!) de la robótica, la biología sintética, las nanotecnologías… No espera grandes novedades en el terreno de la convivencia humana. Contra el transhumanismo, lo esencial de nuestra tarea de autoconstrucción sería aceptar la condición humana y rechazar la dominación.

-¿En qué consiste el “ecosocialismo descalzo” que propones?
Nuestra cultura tecnólatra cree que el ingenio humano prevalecerá frente a las leyes de la termodinámica y la ecología; pero es un sueño delirante al que seguirá un despertar doloroso. Esta cultura tiene problemas masivos para asumir la realidad y fijar prioridades correctamente. Se da por sentada la continuación de una sociedad de alta energía, abundancia de recursos naturales, gran complejidad, alta tecnología -que sencillamente no está ya en nuestro futuro. ¡Nuestra idea de la liberación humana -y animal- es fosilista! El petróleo –la inmensa riqueza energética de los combustibles fósiles- nos metió en una trampa. Pero no es una trampa sólo económica, ni ecológica -es una trampa antropológica.

Los movimientos socialistas (en sentido amplio: comunistas, socialistas, anarquistas) necesitan una idea no fosilista de la liberación –y para eso deberían repensarlo casi todo. Y lo mismo sucede con los movimientos feministas, los movimientos antirracistas, los movimientos animalistas…

He acuñado la expresión “ecosocialismo descalzo” por analogía con la economía descalza de Manfred Max-Neef. No deberíamos esperar soluciones high-tech y sociedades de alta energía, sino más bien -como mejor posibilidad- comunidades con algo de industria ligera, basadas en tecnologías intermedias… Pero bajo la premisa de una gran descomplejización; y la expectativa de un nivel de vida muy modesto en lo material, en comparación con lo que hoy –de forma nada plausible- sigue prometiendo la ideología dominante.

Ecosocialismo descalzo es socialismo ecológico libre de prometeísmo, que se hace cargo de los límites biofísicos del planeta y los determinantes de la condición humana. Hoy el desafío principal es mantener el nivel de civilización que a trancas y barrancas se logró de forma parcial en el siglo XX (democracia, derechos humanos, seguridad social con sanidad universal, etc.) con un consumo de recursos naturales reducido drásticamente (a una décima parte del actual, si pensamos en las sociedades prósperas como la española hoy). A esto Harald Welzer lo llama una Modernidad decreciente, o menguante, o contractiva (eine reduktive Moderne frente a la Modernidad expansiva que marcó los últimos cinco siglos); yo lo llamo ecosocialismo descalzo.

P-¿Y en qué consiste, para el lector profano en la materia, la disyuntiva entre Barry Commonner e Ivan Illich?
Bueno, no se trata tanto de una disyuntiva excluyente como de la necesidad de una síntesis… Barry Commoner (1917- 2012) fue un ecólogo y ecologista estadounidense, científico y a la vez activista social en conjunción ejemplar, cuyo planteamiento de reconstrucción ecológica de la sociedad industrial resulta relativamente fácil de asumir por las izquierdas de raigambre marxista. Mi maestro Manuel Sacristán, por ejemplo, y todos sus amigos y discípulos de la revista mientras tanto, lo apreciaban mucho e hicieron cuanto pudieron por difundir su pensamiento. Yo tuve ocasión de volver sobre él hace poco, en un artículo titulado “Barry Commoner y la oportunidad perdida” (publicado en ENCRUCIJADAS. Revista crítica de ciencias sociales, vol. 11, 2016).

En cambio, Ivan Illich (1926- 2002) ha resultado un pensador mucho más problemático para estas tradiciones. El mismo Sacristán se refería al “ambiguo privatismo” de Illich en una conocida entrevista con la revista mexicana Naturaleza en 1983 (luego recogida en su libro póstumo Pacifismo, ecología y política alternativa, 1987). Para decirlo sin rodeos: diferentes familias de la izquierda han tendido a ver a Illich casi como un intelectual reaccionario, pero ese juicio, en el segundo decenio del siglo XXI y en medio del colapso civilizatorio en que estamos, necesita revisión. Su gran aportación -expresada en mis propios términos- es la idea de que sobrepasados ciertos límites, el desarrollo se convierte en un sobredesarrollo contraproducente. Hay que releer Energía y equidad (1973) y otros textos suyos, que contienen mucha crítica acertada y sugerencias valiosas. También desaciertos, claro, pero ¿con qué autor o autora no sucede algo semejante?

P-¿Por ejemplo?
Uno de esos desaciertos en Illich es un desenfoque importante: apuntaba su artillería pesada contra un Welfare State que se le aparecía cuasi-orwelliano, como si ése fuese el futuro de las sociedades industriales –y lo que vino fue la “nueva razón del mundo” neoliberal de Thatcher y Reagan…

Otra limitación que cabe indicar: el ecologismo ha promovido y sigue promoviendo –en mi opinión- tres valores básicos: supervivencia (o autoconservación), autonomía (libertad humana en sentido fuerte) y biofilia. (Hay que decir que, por desgracia, ninguno de los tres ha resultado de gran peso frente a aquel valor básico para las sociedades industriales que identificó Cornelius Castoriadis: el incremento ilimitado del (pseudo)dominio (pseudo)racional. Por desgracia para los habitantes –humanos y no humanos- del tercer planeta del Sistema Solar: pero ésa es otra historia.) Pues bien, de esa terna o tríada de valores básicos de los movimientos ecologistas, Illich se fijó en el segundo, pero apenas en los otros dos. Es un extraordinario analista y activista de la autonomía, pero tiene muy poco que decir sobre supervivencia o biofilia: y esto supone, sin duda, una limitación importante. (Otros intelectuales del ecologismo en aquellos años sesenta/ setenta, como los esposos Ehrlich por ejemplo, pecaban justo de la limitación contraria: tenían cosas importantes que decir sobre supervivencia y biofilia, pero en cambio eran muy ciegos para las cuestiones de autonomía.)

¿Por dónde podemos enlazar mejor los marxistas con Illich? Su noción de contraproductividad conecta con la intuición marxiana sobre el carácter ambivalente de las fuerzas productivas (que son la vez fuerzas destructivas). La crítica benjaminiana del progreso también conecta con los cuestionamientos de Illich. Creo que un marxismo benjaminiano puede desarrollarse, sin hacer violencia a los conceptos, hacia un marxismo illichiano –que puede ser un componente valioso de un ecosocialismo descalzo.

-Citas un texto de Santiago Alba Rico en el que se afirma que el capitalismo es, en lo esencial, una rebelión contra el tiempo y los límites. Dicho en otros términos, la construcción de una sociedad nihilista, desregulada y sin apenas normas. ¿Estás de acuerdo? ¿No podría afirmarse que hoy la libertad individual es muy superior a la de hace unas décadas?

Bueno, yo me cuidaría mucho de ser triunfalista con respecto a la libertad en un mundo donde gigantescas burocracias privadas no sometidas a ningún control democrático (pensemos en Google o en Goldman Sachs) deciden más sobre el destino de todas y todos nosotros que ningún gobierno electo… Y donde las políticas en curso conducen al deterioro de las condiciones para la libertad, la vida buena e incluso de la mera supervivencia de la humanidad (por no hablar de los demás seres vivos con los que compartimos la biosfera). Son asuntos para considerarlos despacio.

¿Libertad es poder elegir entre diferentes modelos de smatphone, o poder bañarse al aire libre en ríos no contaminados? ¿Libertad es optar entre bienes comerciales predeterminados heterónomamente, o poder decidir en común qué deseamos producir y consumir? ¿Libertad es selección de personal entre elites gobernantes autolegitimadas, o autodeterminación política en el seno de nuestras comunidades? Libertad de quién, libertad a costa de quién, libertad para cuántos, libertad hacia qué metas, libertad en qué sentidos, libertad con qué impactos: éstas son preguntas relevantes que no podemos dejar de plantear… Para empezar, soy de quienes piensan –con gentes como Étienne Balibar y Cornelius Castoriadis- que el concepto relevante es el de igualibertad: tenemos buenas razones para pensar que los principios de igualdad y libertad sólo pueden realizarse conjuntamente (y que las tensiones principales, como suele subrayar Zygmunt Bauman, no se dan tanto entre igualdad y libertad como entre libertad y seguridad). Esta “coimplicación” de libertad e igualdad ya la razonó uno de los grandes pensadores de la Ilustración –y por cierto, uno de los pocos que cuestionó el androcentrismo y defendió los derechos de las mujeres--, Marie Jean Antoine Nicolas de Caritat, el marqués de Condorcet (1743-1794): la desigualdad –no sólo socioeconómica, sino también de conocimientos y funciones— es enemiga tanto de la libertad efectiva como de la igualdad de derechos.

P-¿Se trata, así pues, de resolver la relación problemática de la libertad con la igualdad y la seguridad?
Y también está el enorme asunto de cómo ejercemos nuestras libertades y derechos en un “mundo lleno”, en un planeta Tierra saturado en términos ambientales, donde la humanidad ya se encuentra en situación de overshoot o extralimitación ecológica… Pensemos un momento en la polémica generada estos días navideños de 2016-17 en Madrid, a cuenta de las restricciones al tráfico automovilístico impuestas por el Ayuntamiento de la ciudad en una situación de grave contaminación atmosférica. Se ha invocado ruidosamente –sobre todo desde sectores de la derecha- el supuesto derecho del usuario individual a rodar en su coche sin trabas. Pero precisamente en un mundo en extralimitación ¡no existe tal derecho! Pues sólo puede sustanciarse a costa de la salud o las perspectivas vitales de otros individuos, humanos y no humanos… ¿Cuáles de nuestras prácticas de movilidad son generalizables y sustentables en 2017? Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro, advertía Nicholas Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que tendría que ser tan famoso como Keynes –si la cultura dominante no deformase tan trágicamente la realidad): pero el futuro del que hablaba es nuestro presente.

Muchos derechos, para materializarse, exigen recursos –en última instancia, cantidades importantes de materia-energía de baja entropía. Siendo casi 7.500 millones de seres humanos en situación de extralimitación ecológica, ¿qué podemos permitirnos y qué no? Los vuelos low-cost no pueden considerarse un derecho adquirido, ni defenderse como parte de ningún paquete de “calidad de vida”. En el número 113 de la revista Ambienta, que se encuentra con facilidad en internet, hay un útil artículo de Ernest Garcia para situar estos debates: “Los derechos humanos más allá de los límites al crecimiento” (2015).

-¿Está la especie humana a tiempo de evitar el “colapso” ambiental? ¿El “colapso” supone la destrucción del planeta, o más bien de la desaparición de la vida humana tal como hoy la conocemos? ¿Se utiliza con excesiva alegría la noción de “colapso”? (Fernández Durán y González Reyes afirman que colapso, crisis y salto adelante son categorías inherentes a los sistemas complejos).

Si atendemos a la mejor información científica disponible, resulta difícil evitar la conclusión de que estamos en una trayectoria de colapso. La primera persona del plural se refiere a esa civilización industrial que, en la forma de capitalismo fosilista y patriarcal, se ha hecho por desgracia dominante en el mundo entero.

Eso no quiere decir “destrucción del planeta” (el fenómeno vida es extraordinariamente persistente, fuerte y resiliente; la vida como tal seguirá adelante) sino destrucción de las perspectivas de vida buena para los seres humanos, y por supuesto para muchos otros seres vivos también. Quiere decir ecocidio acompañado de genocidio.

Quizá una imagen que capta bien la situación en que nos encontramos sea la siguiente. En su huida hacia adelante, las sociedades industriales se parecen a un corredor en una carrera de obstáculos, pero con vallas que van acercándose y aumentando de altura (¡rendimientos decrecientes condicionados por la segunda ley de la termodinámica!)… y el corredor lo fía todo a sus zapatillas mágicas, que la multinacional del ramo está a punto de construirle –le aseguran.

P-¿Qué representan estas vallas?
Una valla es el cénit del petróleo (peak oil), pero un poco más allá está la valla aún más temible del “pico” conjunto de todas las formas no renovables de energía. Y muy cerca de ella el agotamiento de los fosfatos (con devastadoras consecuencias para el modelo dominante de agricultura industrial). Y un poco más allá la esquilmación de los acuíferos, y también la de las pesquerías mundiales. Y cerca, igualmente, los “picos” de metales y minerales esenciales para las economías industriales, desde el neodimio al litio pasando por el tantalio. Y también múltiples vallas vinculadas con la degradación de los ecosistemas y la Sexta Gran Extinción de especies vivas… Y las terribles vallas del calentamiento global, claro está, con sus múltiples consecuencias (entre ellas la acidificación de los océanos). Un horizonte que, según las previsiones optimistas, se tornará apocalíptico en la segunda mitad del siglo XXI; y según las previsiones pesimistas, antes de esas fechas (dentro de lustros, no de decenios). Compañeros, compañeras, ¿seguimos debatiendo acerca de la Renta Básica y el sexo de los ángeles –o intentamos hacernos cargo de la realidad?

Resulta demasiado arriesgado fiarlo todo a las zapatillas mágicas de la tecnociencia (por no hablar del significado ético de tanta devastación)… Así que todo indica que el colapso ecosocial va a producirse, sí o sí. En el brutal choque del capitalismo contra los límites biofísicos del planeta que determina nuestro presente, basta con poder posponer uno de esos choques contra un límite concreto unos años en el tiempo para ver aparecer otro límite enseguida, aún más imponente. Y miremos hacia donde miremos, por lo demás, los plazos se nos han acortado. No es realista -–creo yo- seguir planteando horizontes de cambio a 2050. Lo que necesitaríamos es una “contracción de emergencia” anticapitalista e igualitaria, ecosocialista y ecofeminista –pero ¿hay fuerzas para ello?

P-En libros y conferencias has citado el ejemplo de Cuba durante el Periodo Especial, tras la implosión de la URSS. ¿Por qué sería éste un modelo de “decrecimiento”? ¿Hay otros ejemplos que puedan servir como punto de referencia, o se trata de caminar hacia el decrecimiento de manera obligada, como ocurrió en Cuba, y sin modelos a los que mirar?
En lo histórico-social, aunque comprensiblemente tendemos siempre a buscar modelos (de forma “humana, demasiado humana”), deberíamos ser conscientes de que éstos apenas existen como tales. Demasiado singulares son los rasgos de cada concreta formación social en cada situación histórica concreta. ¿Quiere esto decir que no podemos aprender de las experiencias históricas del pasado? De ninguna manera –aunque ello nos cueste tanto. (Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia.)

De Cuba podríamos aprender lecciones valiosas: de qué forma una sociedad industrial compleja y petrodependiente hace frente a una súbita escasez energética, como ocurrió allá cuando la implosión de la Unión Soviética redujo drásticamente el abastecimiento de petróleo en muy poco tiempo, a partir de 1991-92. Emilio Santiago Muíño ha escrito una excelente tesis doctoral sobre el “Período Especial” cubano, con la vista puesta en nuestros propios “Períodos Especiales” hacia los que vamos: se titula Opción Cero y está disponible en su blog (Los Niños Perdidos, entrada del 16 de marzo de 2016).

Pero otras experiencias históricas nos ofrecen también lecciones parciales, de las que cabe aprender: el libro Colapso de Jared Diamond (2005) está precisamente articulado sobre esa premisa, vale la pena releerlo.

Un caso interesante es Bizancio. Confrontado a la posibilidad de colapso, Bizancio reaccionó bien: Joseph A. Tainter contrasta el Imperio romano de Occidente, y su triste final, con el imperio bizantino donde en el siglo VII se adoptó “una estrategia que es realmente rara en la historia de las sociedades complejas: la simplificación sistemática”. También Lewis Mumford trató esta importante cuestión histórica en El pentágono de poder.

Me gustaría insistir sobre algo que enfatizaba Joaquim Sempere (uno de los escasos intelectuales ecosocialistas de nuestro país, de la escuela de Manuel Sacristán) en una reciente entrevista que le hizo Nuria del Viso, y que se publico en la web de FUHEM- Ecosocial y en Rebelión: “La sociedad productivista-consumista genera incesantemente expectativas materiales cada vez más altas, lubricando así la tendencia al crecimiento, pero con efectos psicológicos y morales devastadores porque reproducen sin cesar la insatisfacción (que a su vez realimenta el deseo de más cosas). Tenemos que aprender a controlar la formación de nuestras propias expectativas, a adaptarlas a lo que es psíquicamente razonable y ecológicamente posible. La palabra clave en esto es autocontención.”

Pues eso: la clave es la autocontención.

-Por último, ¿ha derrotado smartphone al movimiento ecologista?
Si el ser humano fuese la medida, no de todas las cosas, pero sí de las cosas humanas; y si el sentido de la vida fuese vivir, nada en nuestra organización socioeconómica –capitalismo fosilista y patriarcal- podría funcionar como lo hace.

Seguimos en el segundo decenio del siglo XXI hablando de la Gran Encrucijada (ése es el título del libro de Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego publicado hace unos meses), pero en realidad ésta es la que se abría ante la humanidad hace cuatro decenios, en los años setenta del siglo XX. Y entonces tomamos el camino equivocado: la fatídica vía del capitalismo neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.

En los años setenta del siglo XX, eso que yo llamo ecosocialismo descalzo podía perseguirse como una opción deseable entre otras opciones posibles. (No difiere esencialmente de lo que Ivan Illich dibujaba como ideal de madurez industrial y tecnológica hacia 1975.) Hoy el elemento de constricción es mucho mayor –porque ya no somos 4.000 millones de seres humanos (ésa era la población humana mundial en 1975) sino que vamos camino de los 8.000 millones, porque hemos ido agotando toda clase de recursos naturales bióticos y abióticos, porque desgarramos cada vez más la trama de la vida, porque está en marcha un calentamiento global devastador…

Ahora ya no se trata de una opción deseable entre varias posibles: si mantenemos el valor de igualibertad básico para la izquierda, es la opción obligada. Y, pese a ello, resulta obvio que las fuerzas ecosocialistas son minúsculas en el turbulento panorama sociopolítico actual. Nuestras perspectivas, por tanto, parecen harto complicadas…



Otra entrevista:
https://lecturassumergidas.com/2015/04/29/jorge-riechmann-consumimos-el-planeta-como-si-no-hubiera-un-manana/ 

Más sobre ecología:
http://www.economiasolidaria.org/files/UN-POQUITO-DE-FISICA...pdf

"Hay un parásito llamado Toxoplasma gondii que coloniza los cerebros de las ratas, alterando su comportamiento para atraerlas al olor de sus depredadores. Las ratas buscan gatos y estos se las comen, permitiendo que el parásito siga circulando. Este es el nuevo laborismo. Ha colonizado un movimiento que luchó por la justicia social, la distribución y la decencia, cambió su cerebro y lo entregó a los gatos gordos que alguna vez fueron sus enemigos".

George Monbiot - Los parásitos en el cerebro del Laborismo - The Guardian, 04/05/2010 -

http://www.monbiot.com/archives/2010/05/03/the-parasites-in-labours-brain/