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sábado, 22 de junio de 2024

Entrevista a Vandana Shiva, activista ecofeminista «El nacionalismo del odio es socio del neoliberalismo corporativo»

Fuentes: Ctxt


Vandana Shiva (Dehradun, 1952) es una de las activistas e intelectuales ecofeministas más reconocidas de nuestra época. Doctora en física cuántica, fue una de las fundadoras del Fórum Social Mundial, pionera en abrir el debate agroecológico y sobre el control de las semillas y es autora de más de 15 libros. Desde 1987 lidera la finca agroecológica y banco de semillas Navdanya, en el norte de India, y contribuye a organizar las luchas campesinas en todo el mundo.

CTXT se encuentra con Shiva en el antiguo recinto industrial de Fabra i Coats de Barcelona, donde ha acudido para participar en la Fira Literal de Barcelona, un encuentro de editoriales críticas. Allí, la activista e intelectual india, protagonizó una conversación con Yayo Herrero ante un público de cerca de 700 personas.

Con Yayo Herrero comparte un diagnóstico sobre la crisis ecológica. ¿Cómo lo describiría?

El primer elemento para entender la crisis ecológica es que se está produciendo por una extracción sin límites. Esto sucede porque se han otorgado derechos corporativos y coloniales, y se les recompensa con un poder absoluto. Al presentar una actividad extractiva como progreso se oculta la explotación, se oculta la violación de la autoorganización de los sistemas, cómo los árboles están conectados con los ríos, cómo el suelo está conectado con la agricultura, cómo la biodiversidad de las plantas está conectada con la de los insectos. Todas estas relaciones son fundamentales.

Francisco Varela y Humberto Maturana hablaron de autopoiesis, y plantearon un cambio total de paradigma al hacernos ver que los sistemas vivos están autoorganizados. El extractivismo destruye la organización interna de los organismos vivos y de las relaciones de esos organismos con todo lo demás que está vivo. Así es cómo toda destrucción pasa a considerarse como una externalidad. Destruyes, pero ocultas la destrucción.

Parte de esto viene del pensamiento cartesiano y el pensamiento mecánico de Francis Bacon. El pensamiento mecánico desmonta las cosas y da vida a cada parte por separado. A las personas que han sido educadas en ese pensamiento mecánico les resulta difícil ver las relaciones. Las relaciones fueron destruidas en una economía de muerte.

¿Cómo definiría la perspectiva ecofeminista en la que coincide con Yayo Herrero y otras pensadoras como Maria Mies?

Ecofeminismo es decir que la Tierra está viva, que la Tierra sustenta y mantiene la vida. Y es decir que las mujeres no son un segundo sexo pasivo. No son un objeto que deba poseerse ni controlarse. Las mujeres sustentan la sociedad. Sus cuidados, su trabajo invisibilizado, son la economía real, porque se ocupan de la reproducción y regeneración de la sociedad. Pero también son las cuidadoras de la Tierra. Debido a que a las mujeres se les ha otorgado hacer el verdadero trabajo [de cuidados], que no cuenta como trabajo, tienen que trabajar con la naturaleza. Por ejemplo, en India las mujeres son las principales proveedoras de agua. Ellas saben cuándo un pozo se está secando, cuándo un río se está secando. Debido a que trabajan con la naturaleza, son las primeras en responder a la crisis ecológica.

Uno de los debates sobre la relación entre tecnología y transición verde es el de las energías renovables. El IPCC y otros organismos dicen que una de las acciones necesarias para afrontar el cambio climático es promover las energías renovables, pero estas requieren de grandes cantidades de minerales y de tierra. ¿Cómo podemos fomentar las energías renovables sin crear otra nueva ola de extractivismo y colonialismo?

Mi primera crítica al reduccionismo de las energías renovables tiene que ver con el hecho de olvidar que hay muchos tipos de energía en el mundo. Todo sistema vivo es un generador de energía. Schrödinger, físico cuántico, escribió que la diferencia entre las máquinas y los sistemas vivos es que las máquinas requieren de energía externa y generan entropía, que es energía desperdiciada en forma de emisiones, mientras que los sistemas vivos no requieren de energía externa. Una semilla se convierte en árbol con su propia energía y la energía del sol, y eso es entropía negativa. Se ha ocultado toda la cuestión de la entropía positiva y negativa, pero este es el corazón del debate sobre la energía y sobre el clima.

Mirar únicamente el consumo de energía y decir que continuaremos consumiendo lo mismo a través de energías renovables es no abordar el debate sobre la generación de energía y ocultar la demanda de recursos y de tierras. Eso es reduccionista en todos los sentidos. Es problemático cómo se ha reducido el tema climático al consumo de energía, a buscar energías renovables y a una cuestión de temperatura. Pensar que los fenómenos climáticos provienen por sí solos de la atmósfera sin ver lo que se está haciendo con la tierra es separar lo que está conectado. No podemos resolver un problema ecológico, que es un problema de cómo se está desmantelando la vida, manteniendo la mentalidad industrial, de ingeniería y mecánica. Como dijo Einstein, no se puede resolver un problema con la misma mentalidad que lo creó.

Otro de los ejes de su trabajo, también vinculado con la cuestión de la tecnología, son los pesticidas. Estos últimos meses ha habido en Europa muchas protestas de granjeros y agricultores. Uno de los motivos de la protesta fue la regulación europea que restringía el uso de pesticidas en la agricultura. Como respuesta, la Comisión Europea redujo el nivel de exigencia de esa regulación. ¿Cómo se pueden proteger las economías agrícolas y familiares y al mismo tiempo la ecología?

La protesta comenzó por una cuestión económica, las protestas empezaron contra el tratado de libre comercio con Mercosur. El libre comercio acaba destruyendo todas las economías mientras permite que las corporaciones prosperen. El libre comercio no opone Europa y el Sur Global, es la gente trabajadora de Europa y el Sur Global quien lo sufre.

El sistema agroindustrial globalizado es una receta para aumentar los costes de producción y colapsar los ingresos agrícolas; es una economía negativa. Por esto los agricultores están en crisis. En todo el mundo, dondequiera que se impulse el libre comercio y una mayor industrialización, los agricultores responden.

Las protestas se deben a que los agricultores entienden que existe un intento de deshacerse de ellos, que se han convertido en una entidad prescindible: tendemos hacia una agricultura sin agricultores. La industria aprovechó estas protestas como una oportunidad, porque distribuye los productos fitoquímicos a través de los grandes sindicatos de agricultores. Hicieron que algunos de ellos hablaran sobre la retirada de las regulaciones sobre los pesticidas, pero esa es la voz de las corporaciones, el cártel del veneno. No es la voz de los pequeños agricultores independientes.

La cuestión de los pesticidas tiene mucho que ver con el control de las semillas, una lucha en la que está implicada desde 1987. ¿Cómo ha evolucionado el tema en los últimos 30 años? ¿Sigue siendo igual de relevante?

La vida siempre será relevante. La renovación de los sistemas vivos por sus propios medios siempre será la base de la libertad en la naturaleza y en la sociedad. ¿Por qué me impliqué en el tema de las semillas? Porque en 1987 me invitaron a una reunión donde se discutían las nuevas biotecnologías. Entonces aún no había transgénicos en el mundo; el primer organismo modificado genéticamente se comercializó en 1992.

La industria había trazado su camino y dijo que su principal objetivo era generar patentes para las semillas. Ahora bien, una patente es un monopolio que se obtiene porque has inventado algo nuevo. Entonces, lo primero que había que hacer era cambiar la naturaleza de la semilla en la mente de la gente. La semilla tenía que dejar de ser algo que se hacía a sí mismo y pasar a ser un producto inventado por Monsanto.

¿Una mercancía?

Más que una mercancía: una creación. Una mercancía reconoce que el agricultor tiene un papel, que la tierra tiene un papel. Cuando hablamos de propiedad intelectual sobre las semillas, Monsanto es Dios. Han asumido el papel de la creación y han convertido algo que se renueva y multiplica por sí solo en algo que ha sido hecho por ellos. Pero una semilla no es una máquina.

Por esto decidí empezar a crear bancos comunitarios de semillas, como Navdanya. En segundo lugar, decidí empezar a trabajar con el gobierno y parlamento indios para redactar leyes que respetaran la integridad de la vida en la Tierra. Escribimos leyes que dicen que las plantas, los animales y las semillas no son entidades creadas por los seres humanos y, por lo tanto, no se pueden patentar. Estas leyes siguen vigentes en India. Lo tercero que decidí fue demandar a las empresas de semillas en los tribunales por estar robándolas. Fue lo que yo llamo “la segunda llegada de Colón”. Simplemente, roban y dicen “es mi propiedad intelectual”. Y les dijimos “no, tú lo robaste y, por lo tanto, es biopiratería”.

Otra cuestión clave en la crisis ecológica es el agua. La región mediterránea, en la que nos encontramos, está sufriendo ahora mismo una sequía y se prevé más escasez de agua en el futuro. Se trata de una cuestión transversal que abarca dimensiones sociales, ecológicas y políticas. ¿Cómo podemos mirar al problema del agua desde todos estos diferentes puntos de vista?

No solo necesitamos unir las múltiples dimensiones del agua, necesitamos unir las múltiples dimensiones de un planeta interconectado. La crisis climática y de biodiversidad son una sola crisis. Cuando nos olvidamos de la biodiversidad y la destruimos, se desestabiliza el clima, porque la biodiversidad gestiona el clima. En el movimiento Chipko las mujeres se dieron cuenta del hecho de que si destruyes el bosque, tienes una sequía, tienes una inundación. Así pues, gestionar el agua significa gestionar la regeneración de la biodiversidad, de los bosques, de las plantas, de la tierra, de los pastos. Todos estos son sistemas de gestión del agua, igual que lo es la cuestión climática. Los estragos climáticos tienen que ver con los sistemas hidrológicos desestabilizados, que son los verdaderos asesinos en el Sur Global. Cada desastre en India en el que ha muerto gente es un desastre hídrico. Cuando llega un ciclón, la gente muere. Cuando un lago glacial se derrite y hay una inundación, la gente muere.

Es necesario vincular todas las dimensiones del agua. Cuando el gobierno construye una presa para los agricultores ricos del valle, los demás perderán su acceso al agua. Como todos los recursos están interconectados, deben gestionarse como bienes comunes y para el bien de toda la comunidad. No pueden dividirse para su uso extractivo por parte de los más poderosos. Ahora mismo, la privatización del agua y el mercado de futuros del agua son cuestiones de gran relevancia a las que la gente opone resistencia. El agua de Delhi iba a ser privatizada y conseguimos evitarlo.

El ultranacionalista Narendra Modi del partido BJP será probablemente reelegido primer ministro de India, mientras que la extrema derecha tiene perspectivas de crecer en Europa. Estos partidos tienen en común que combinan nacionalismo y neoliberalismo. ¿Cómo podemos explicar su auge en el contexto de la crisis ecológica?

En 1991 escribí el Manifiesto para una democracia de la Tierra. En 1999 bloqueamos la cumbre de la OMC en Seattle. Durante este período se desarrolló el neoliberalismo, la desregulación del comercio y la economía, y la muerte de la democracia. También empezó esta nueva cultura de muerte y destrucción. El libro de Samuel Huntington El choque de civilizaciones es clave para este momento. Viene a decir que solo puedo saber quién soy cuando sé a quién odio. Se creó el odio como moneda de la identidad. Ahora bien, todas las tradiciones espirituales han dicho algo distinto: saber quién eres tiene que ver con cómo te relacionas con la tierra y con tu comunidad. Existes en comunidad, y como comunidad eres parte de la naturaleza y produces junto a la naturaleza. Se ha pasado de eso a una identidad negativa, una cultura de destrucción, violencia y muerte. Lo que existe hoy es la cultura de los pesticidas, del veneno: “Sepa a quién debe exterminar”. Esa agenda, saber quién es tu enemigo, se ha convertido en la agenda nacional.

Pero una nación tiene que ver con cómo fluyen los arroyos, cuál es la salud de los bosques, cuál es el estado de salud de los ciudadanos, hasta qué punto están organizados para cuidar los bienes comunes… Esas son las cuestiones que definen a una comunidad. Sin embargo, hoy las culturas, las economías, las democracias, se han vaciado de comunidad y se ha convertido en propiedad de las corporaciones. Así es cómo el nacionalismo cultural se ha hecho socio del neoliberalismo corporativo.

En algún momento ha hablado de la necesidad de crear un G-7000 millones. ¿Qué tipo de instituciones democráticas necesitamos para defender una democracia de la Tierra?

La verdadera democracia es posible junto con otros seres que habitan el planeta Tierra. Cultivar alimentos ecológicamente es una práctica de democracia de la Tierra, tiene que ver con la libertad de todas las formas de vida y de sus interconexiones. Salvar a las semillas, por ejemplo, no es solo salvar a los humanos, también a los polinizadores. Debemos reclamar eso.

Fuente: 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Entrevista a Yayo Herrero “El clasismo ambiental afecta a los más pobres”

Llueve en Madrid y Yayo Herrero lleva un paraguas en la mano.
Prefiere no abrirlo y mojarse un poco. Parece una planta amazónica a la que han trasplantado a un entorno urbano. A su alrededor, los coches y autobuses circulan con el frenesí de las grandes ciudades; ella, clavada en el paso de cebra y con su pelo color tierra a la intemperie, espera a que el semáforo se ponga en verde. Herrero (Madrid, 1965) es antropóloga e ingeniera técnica agrícola. Estuvo al frente de Ecologistas en Acción y ahora dirige Fuhem. Para ella, el cambio climático es el reto fundamental del presente. No por su implicación personal, que también, sino porque considera que las desigualdades territoriales y de clase están íntimamente ligadas a la naturaleza. No hace concesiones al lenguaje y emplea términos como “fascismo territorial” para definir la explotación de recursos en países pobres por parte de países ricos. La Marea habla con ella sobre cómo mitigar el daño hecho al planeta. Toca cuestionar, y no solo asumir.

Arde Galicia, queman Galicia. ¿Qué lectura haría de los incendios, tanto desde el punto de vista ambiental como del político?
El Gobierno está encantado con la idea de decir que hay unos cuantos pirómanos, que los hay, es cierto, pero se concatenan muchísimas otras cosas. Por ejemplo, la climatología del Estado español durante el verano, con sus sequías, hace proclive que haya incendios. Y de siempre los hemos tenido. Pero no cabe duda de que la dinámica del calentamiento global agrava y crea un caldo de cultivo ideal para que proliferen los incendios.

¿Cuál es ese caldo de cultivo?
La incidencia del calentamiento global dentro de la Península Ibérica provoca sequías más intensas. Por otro lado, favorece la aparición de eventos climáticos extremos en momentos no adecuados. Ese tema [el cambio climático] está ahí y ha venido para quedarse. Porque cuando estábamos a tiempo de poderlo evitar no se ha evitado. Ahora mismo ya tenemos que hablar de mitigación para intentar evitar los peores efectos, y también de adaptación. Y hablar de adaptación supone, precisamente, redoblar todos los esfuerzos para prevenir y controlar incendios si se producen. Aquí es donde entra una dejadez absoluta de un gobierno que vive de espaldas a la dinámica del calentamiento global y de espaldas a la profundísima crisis ecológica que vivimos. La tormenta perfecta la forman un cambio climático y una dejadez política que es criminal. Es criminal porque no afrontarlo y no poder remedio a lo que está ocurriendo afecta a la vida de otras especies, pero también a la nuestra, la humana.

¿Cuándo se hizo irreversible el cambio climático?
Desde mediados de los 80 puede decirse que vivimos por encima de lo que el planeta nos puede proporcionar, y además de una forma desigual. Yo siempre digo que la lucha de clases, en el momento actual, tiene que ser resignificada porque no solo se plasma en la posición capital-trabajo, sino también en la tensión capital-todos los trabajos (incluidos los que no se pagan) y capital-naturaleza. El crecimiento económico tal cual ha sido concebido como una especie de gran tumor que crece devorando tierra, devorando minerales, devorando ríos y estableciendo unas profundas desigualdades a nivel económico, de género, de procedencia…

Hasta hace unos años, la conciencia ecológica era una cuestión posmaterialista. ¿Ha cambiado eso?
La preocupación ha crecido, pero creo que aún es insuficiente, que no está extendida al nivel que hace falta para generar formas de presión real sobre los gobiernos. Creo que no estamos solo ante una crisis global, sino ante una crisis civilizatoria. Y es crisis civilizatoria porque a pesar de su manifiesta gravedad, a pesar de los momentos tremendos que vivimos a nivel material, permanece política y socialmente desapercibida. Nuestra civilización no es capaz de actuar ante las señales que nos llegan de la naturaleza.

El cambio climático es un tema de urgencia en tanto que pone en cuestión nuestra supervivencia en el futuro. Pero hay otras urgencias del día a día, cuestiones como tener un salario que te permita dar de comer a tus hijos.

¿Cómo se cultiva una conciencia ecológica en clases bajas en las que la preocupación inminente es, por ejemplo, encontrar un empleo?
Creo que el movimiento ecologista, y yo soy crítica en ese sentido, no ha sabido (hemos sabido) expresar bien hasta qué punto existe una correlación estrechísima entre el deterioro de las condiciones laborales, el empobrecimiento de mayorías sociales y el deterioro de la naturaleza. Es decir, no son cosas desligadas. Ha habido un cierto ecologismo que ha sido elitista porque proponía actitudes hacia lo verde que eran inasumibles e inalcanzables para las mayorías sociales, e incluso imposibles de extender. Desde mi punto de vista, cualquier propuesta que no sea universalizable no es válida porque es injusta. Cualquier cosa que no es universalizable no es un derecho, sino un privilegio. Es imposible mantener la vida humana al margen de la naturaleza. El capitalismo ha sido incapaz de cumplir sus promesas: alimentar a todo el mundo, proporcionar un sistema de bienestar determinado… Y ha sido incapaz, en cierto modo, porque ese modelo de constante producción dependía de materiales y energías que eran finitos. En el momento en que topas con los límites del planeta, ese modelo de crecimiento se ve dificultado.

¿Las clases populares sufrirán más el impacto ambiental?
Claro, la gente más empobrecida es la que acaba viviendo en lugares donde se colocan estructuras más contaminantes. Hay una especie de clasismo ambiental que afecta a la vida de la gente más pobre. A mí me da mucha rabia cuando escucho afirmaciones como que el ecologismo no es ni de derechas ni de izquierdas porque los efectos medioambientales afectan a todos por igual. No es así, no afectan por igual. Los sitios en los que la gente vive, el tipo de atenciones sanitarias a las que puede acceder si desarrollan una determinada enfermedad, los propios ritmos de vida, el puesto de trabajo… Son factores que condicionan tu salud. La salud tiene que ver mucho con las condiciones socioeconómicas de las personas. Hay una injusticia ambiental que, a veces, es estructural. Sé que los gobernantes no dicen: “A ver, dónde ponemos el vertedero; pues aquí, donde hay más pobres”. No, muy probablemente lo que sucede es que los suelos donde vive la gente con menos recursos son mucho más baratos y te permiten instalar determinadas fábricas. Si eso lo llevamos al terreno de las relaciones norte-sur es tremendo, porque todos los países que llamamos ricos son países que tienen huellas ecológicas que superan con mucho lo que pueden proporcionar sus propios territorios. Es decir, si le pusiéramos una valla a la periferia de cualquier país como Noruega, Alemania o España y no entrase energía, minerales o alimentos, los países ricos no duraban nada. Hace mucho tiempo que agotamos la base natural de nuestros recursos. Por eso ya no es solo cuestión de clases, es que es fascismo. Si para poder tener un determinado estilo de vida necesitas otros territorios, y encima esa gente se ve desposeída de sus propios recursos, es una muestra evidente de fascismo.

Antes comentaba que habría que hablar de la tensión capital-naturaleza. Una de las estrategias de la nueva extrema derecha es confrontar, en términos culturales, a las clases populares nativas con los migrantes. Esa confrontación no es una lucha de clases, sino una lucha del último contra el penúltimo (en la misma clase social).

¿Cómo se relaciona esto con el medioambiente?
 Creo que una de las razones por las que hay muchas personas que acaban adoptando las propuestas de movimientos ultraderechistas es que no tienen una mirada clara sobre la realidad medioambiental. Si cuando un fascista le dice a gente empobrecida que la culpa la tiene el extranjero que viene a quitarle los recursos, esa persona no es consciente de que de la tierra de ese extranjero proceden recursos que mantienen al país. Llevado al extremo, el fascista, para evitar que esas personas vengan y no le quiten a su población sus recursos, querría que hubiese una redistribución: así los migrantes se quedarían en sus países. Eso, como sabemos, no ocurre.

Clasismo ambiental, fascismo territorial… Son conceptos muy contundentes.

¿Se corre el riesgo de dejar fuera a mucha gente a la que quizá no se la convence con ese lenguaje?
Fíjate que he ido a espacios muy hostiles a dar charlas y formación, y yo sé que si entro y digo “¡Muerte al capitalismo y al patriarcado!” los he perdido en el minuto cero. La economía ecológica tiene instrumentos incontestables como que el planeta tiene recursos finitos o que quedan determinados años para alcanzar el pico del cobre y del litio. He estado delante de personas que me dicen: “No me gusta nada lo que has explicado, intento rebelarme contra ello pero no encuentro con qué argumento y me has dejado enormemente inquieto”. Creo que no hay que empeñarse en una defensa a ultranza de ciertas palabras, sino que donde las puedas usar las usas y donde no, no. Luego hay gente que dice: “Lo que me cuentas ya lo sé, pero yo no quiero renunciar a mi estilo de vida”.

¿Y qué pueden hacer quienes sí están dispuestos a modificar su estilo de vida?
Cualquier cambio de actitud tiene su incidencia. La forma de cambiar y de aprender es haciendo, así que las pequeñas cosas que cada persona puede hacer no son en absoluto estériles, sino fundamentales. Desde el uso del transporte público hasta la alimentación, que es un elemento muy potente para que haya un cambio real. Ya no hablamos solo de alimentos ecológicos, sino de consumir alimentos de temporada, que son mucho menos contaminantes. Y creo que hay que reducir de forma drástica el consumo de proteína animal. ¿Por qué? Por la explotación de los terrenos, por ejemplo. Óscar Carpintero contaba que había hecho un estudio que determinaba que un bocado de carne requería el uso de 103 metros cuadrados de suelo. ¡Un bocado de diez gramos de carne! Es insignificante y mira qué impacto tiene. La clave es consumir mucho menos de todo, sobre todo de productos superfluos.

Yayo Herrero es activista ecofeminista y militante de Ecologistas en Acción. Dirige la fundación Fuhem.

Fuente:
https://www.lamarea.com/2017/11/11/yayo-herrero-el-clasismo-ambiental-afecta-a-los-mas-pobres/

jueves, 2 de marzo de 2017

Conversación con Yayo Herrero, militante incansable del ecologismo social. "Igual caminamos hacia el colapso, pero yo lo hago acompañada de la mejor gente que hay en el mundo"


El Salmón Contracorriente


En los últimos días, Yayo Herrero [1] ha estado dando charlas en Barcelona, Bilbao, Lanzarote y Palencia. Después de una semana agotadora para cualquier mortal, Yayo hace hueco en su agenda para tomar algo en el barrio y charlar sobre el colapso y las necesarias transiciones. Nos citamos en uno de esos clásicos bares del centro de Madrid que se ha ido reconvirtiendo en una mezcla de galería de arte retro y taberna castiza a la vez. Yayo llega con la sonrisa puesta, con las pilas cargadas y derrochando alegría. Hablamos de la vida, del ecologismo y otros cotilleos.

“Hemos perdido un tiempo precioso”.
Es una de las frases con las que empieza el libro La Gran Encrucijada. Hace cuatro décadas que se publicó el informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento y, hoy, hemos conseguido que importantes figuras e instituciones de las más diversas procedencias, como el Papa Francisco, Naciones Unidas u Obama reconozcan el desafío ecológico, energético y climático que supone este cambio de ciclo histórico. Hace cuatro décadas, también nacía el ecologismo social organizado en AEDEN, la Asociación de Estudio y Defensa de la Naturaleza. No es comparable, por supuesto. La sociedad organizada ha hecho más por la preservación del planeta que muchas figuras políticas. Empezamos hablando de las alternativas creadas desde abajo.

Alternativas para transitar: ¿Cómo, quiénes y para qué?
Ya sabemos que el colapso está a la vuelta de la esquina. La acuciante escasez de materiales, el pico del petróleo, la pérdida de biodiversidad, el ciclo del agua; tenemos un problema con el incremento de los residuos, y con su gestión, ¡ya ni te cuento! La calidad de vida en las ciudades es cada vez peor... y cada vez más insostenible. ¿Sabías que en 2050 la población urbana se multiplicará por dos y podemos llegar a ser más de 8.000 millones de personas viviendo en entornos urbanos? Calla, calla.

Con todo esto que sabemos, tenemos la certeza que debemos transitar hacia otro modelo y pensar otras formas de organizarnos como sociedad. Hay gente que ya se ha puesto manos a la obra y a día de hoy, disponemos de una gran cantidad de alternativas: “Existen los grupos de consumo y diferentes formas de producción agroecológica; iniciativas que tienen que ver con los cuidados compartidos, tanto de pequeños y pequeñas, como residencias o espacios en los que los mayores comparten su vida. Han surgido diferentes medios de comunicación con fórmulas organizativas muy distintas. Hay todo un abanico de posibilidades con todo el tema de la financiación ética, muy importante para ver como podemos financiar las transiciones”. Y un largo etcétera.

En el campo de las alternativas, digamos, está todo inventado y las tenemos desde hace tiempo.
Sin embargo, la activista ecofeminista profundiza en el análisis: “Yo creo que donde puede haber una dimensión diferente es en procesos de alianza entre iniciativas pequeñas que dialogan para aumentar la escalabilidad”. Para escalar, la clave no es imitar el modelo de la economía convencional sino “crecer por multiplicación donde múltiples iniciativas están conectadas y cada una de ellas, bien contextualizada en el territorio”. Otro ingrediente de la receta de la escalabilidad para Yayo es “ir copando diferentes dimensiones del ciclo de vida de la economía: No podemos conformarnos con tener solo iniciativas en la producción primaria. Necesitamos iniciativas productivas locales metidas dentro del ciclo de distribución, producción y consumo capitalista”.

Precisamente, Yayo conoce bien el entorno cooperativista porque ella es socia fundadora de Garúa, una cooperativa orientada a la educación, la investigación y la intervención, social y ambiental, desde 2006. Pero, ¿es esa la mejor fórmula jurídica para impulsar las transiciones?
“A mí, personalmente, la forma legal que más me seduce es la cooperativa. Ha sido la estructura donde yo he podido vivir la profundidad de construir verdadera democracia en la economía y en la forma de producir. He sentido Garúa como una estructura donde nos hemos preocupado porque cada una de las integrantes, además de tener un salario, creciera personalmente y que hubiera un espacio de apoyo mutuo donde satisfacer esas otras necesidades que no se pueden medir en términos monetarios”.

Desde el año 2012, es directora de una fundación consolidada como institución educativa y con una larga trayectoria en investigación en temas ecosociales. Es la primera mujer que ocupa este cargo en los más de 50 años de historia de esta institución. Sin embargo, para Yayo, la forma de fundación no es un formato que le guste especialmente: “Es una fórmula antidemocrática. Hay un patronato que se elige a sí mismo y que marca las líneas, muchas veces, con poca participación. En el caso de FUHEM, yo lo llevo bien porque es un patronato muy alineado y trabaja en colaboración estrecha con los equipos operativos que existen. Pero no me parece una buena fórmula, aunque haya fundaciones que hagan un papel excelente”.

Nos empieza a convencer de que la clave no es la fórmula jurídica sino la naturaleza de la actividad qué se hace y cómo se generan los excedentes sociales. “Incluso he conocido algunas iniciativas que tienen forma de Sociedad Limitada pero están metidas dentro de los mercados sociales, trabajan bajo los criterios de la economía social y solidaria y su trabajo puede jugar un papel importante en las transiciones”. Continúa hablando de su trayectoria profesional: “No puedo decir lo mismo de las empresas de corte transnacional donde el propósito de tu tarea como trabajadora está centrada en generar beneficios. Ahí dejas de preguntarte si lo que estás haciendo contribuye a mejorar el mundo o a dejarlo bastante peor”.

Yayo comenzó su carrera en la gran empresa formando parte del cuerpo ejecutivo de Indra. Desmonta el mito de la eficiencia de la empresa privada; recuerda cómo muchos medios cargos se convirtieron en verdaderos capataces; cómo los ritmos extenuantes de trabajo rayaban la explotación en muchos casos, y otras tantas experiencias que le han hecho ser quien es hoy. Pero, sobre todo, recuerda a un compañero suyo en la sección sindical: Bernardo Díaz Petrel, una de las personas que más le ha marcado en la vida. “Yo era muy jovencita y pensaba: «Yo quiero ser como Bernardo. Quiero ser una persona íntegra, coherente, profesional, honesta y buena. Una persona súper querida». Y claro, eso no cuadraba con la finalidad de mi trabajo, que era muy poco coherente con las cosas que yo creía que se debían hacer”.

Convencidas del todo, concluimos que si hay democracia económica y se hace algo que no destruye a las personas ni el medioambiente, nos vale casi cualquier fórmula. “¡Espera!” Como no podía ser de otra manera, Yayo sigue profundizando en el análisis y emerge la perspectiva ecofeminista:

¿Y las iniciativas que no tienen ni siquiera forma legal?
“Claro. Los centros sociales autogestionados no tienen fórmula jurídica -ni aspiran a tenerla- y para mí son centros productores de bienes y servicios imprescindibles que generan un bienestar social enorme. ¡Y los hogares! Tampoco tienen una forma empresarial... Bueno, a veces se sostienen en una fórmula legal bastante discutible en muchas cosas -hablo del vínculo del matrimonio, entendido como ese contrato social del patriarcado-. Pero son estructuras que se rigen por otra lógica y son núcleos de producción de bienes y servicios esenciales, como los cuidados”.

No es problema de fórmula sino de propósito; de ver a qué está orientada la actividad y cómo se realiza. Lo que está claro es que para llegar a esta conclusión hemos tenido que integrar en el análisis la dimensión de cuidados y la corporeidad de la vida humana. Yayo ha dedicado una gran parte de su tiempo a teorizar y descubrirnos el ecofeminismo. Gracias a integrar estas tesis en el ecologismo, tenemos constancia del problema de separación entre cultura y naturaleza. “En ese abismo que han creado las sociedades occidentales, las únicas personas que han establecido ese puente constante y permanente entre cultura y naturaleza han sido las mujeres y decir esto, no es esencialista; es profundamente materialista”. Para Yayo, sin la visión del ecofeminismo no es posible realizar un análisis material completo del sistema. Y añade: “Cuando no miras la corporeidad de la vida humana te olvidas de que es inmanente y tenemos que construir comunidades cohesionadas que, de forma corresponsable, traten de mitigar esa vulnerabilidad de la vida individual”. La idea de que todo lo personal es político, es una idea central del feminismo y, además, según la activista “ayuda a colocar bien las prioridades de lucha”.

Cuidados, territorios y municipalismos
Los resultados de las elecciones municipales de 2014 han supuesto un cambio del panorama político español. Nueve importantes ciudades del país están siendo gobernadas por plataformas ciudadanas (en alianza con algunos partidos) lo que supone un éxito sin precedentes. Le preguntamos a Yayo qué pintan los nuevos municipalismos en la transición hacia ciudades más sostenibles y, con cierta pesadumbre, comenta que lo que se puede hacer en el marco de las instituciones se está revelando limitado. “Aunque no diría que es inútil, pero la institución tiene una lógica extraordinariamente lenta y conflictiva, por los ataques de medios de comunicación y otras posiciones políticas. Por otro lado, los propios movimientos de corte político que están impulsando esos cambios parece que son ollas a presión en sus propios interiores. La lógica del conflicto está muy instalada dentro”.

Se basa en su experiencia personal:
“Estoy participando en un proyecto del Ayuntamiento de Madrid que se llama “Ciudad de los cuidados”, impulsado por el delegado de Seguridad, y después de estar meses trabajando en él y una vez presentados una serie de documentos, no tenemos respuesta ni se sabe nada de cómo vamos a seguir”. Con este proyecto, el Ayuntamiento de la capital pretende trabajar sobre los ejes de la salud y sus determinantes sociales para aplicar una política que, entre otras cosas, dinamice en los barrios estructuras comunitarias corresponsables con el cuidado. ¿Por qué? Yayo explica que los hogares, y en especial, las mujeres, son las que han amortiguado las consecuencias de la crisis: “Y esto ha ocurrido porque un eje importante de la seguridad y bienestar de las personas lo proporciona un actor que hoy está muy debilitado en la ciudad: el barrio”. Prosigue con el análisis: “La sostenibilidad de la vida humana debería articularse en torno al primer eslabón que es la naturaleza; luego, la familia; después, la comunidad; el cuarto eslabón, el Estado y el quinto, lo privado. Pero del terreno de los hogares, estamos pasando directamente al terreno de lo público o al mundo mercantil. Y, sin embargo, la escala comunitaria está vacía”.

A pesar de esto, España está siendo un punto de mira interesante para muchos movimientos sociales europeos porque es de los pocos países donde no está surgiendo una fuerza fascista organizada y esto tiene que ver con una tremenda red de solidaridad en el territorio.
¿Algún ejemplo? “Plataformas como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) o como la Red de Solidaridad Popular (RSP) han sabido ver que es necesario coser la política pública con el activismo social, la protesta y la organización en la base más local”. Sin embargo, para Yayo, el movimiento ecologista no ha conseguido conectar con las preocupaciones de las clases más empobrecidas que están siendo literalmente expulsadas del sistema: “En EE.UU., el movimiento de justicia climática sí que ha conectado con estos sectores desfavorecidos porque las causas directas del cambio climático están impactando en población muy empobrecida y están siendo más conscientes de que la destrucción de la base material física tiene una correlación directa con el empobrecimiento de las personas. Eso aquí no lo hemos conseguido”. Y propone aprender de la pedagogía que ha hecho la RSP visibilizando la relación entre la degradación de la naturaleza y la destrucción de las condiciones de vida de las mayorías sociales. “Tengo la sensación de que teniendo tan claro en lo teórico la importancia de la relocalización de la economía, tenemos menos instrumentos para relocalizar la política, y Ecologistas en Acción tiene experiencia en resistir y defender los ecosistemas locales pero deberíamos trabajar también sobre la militancia en el entorno local para ayudar a conectar esas luchas”.

Y termina con una advertencia:
“Se nos plantea el mayor reto que hemos tenido nunca. Ya no vamos a tener que pegarnos con el negacionismo ni contra el reconocimiento de la crisis ecológica. Tenemos que pelear para mostrar que las soluciones no son soluciones de capitalismo verde ni meramente tecnológicas, sino que las soluciones pasan por una redistribución radical de la riqueza y del acceso a la misma. Que las soluciones pasan por establecer mecanismos de vida más austeros para todas, no solo para las personas más desposeídas. Un ecologismo social en el que nos merezca la pena invertir nuestro esfuerzo es un ecologismo que tiene que ir de la mano con las luchas de la gente más desposeída y precaria”.

¿Cómo hacemos frente a esta gran encrucijada?
La activista acaba de publicar el libro La Gran Encrucijada con Alicia Torrego y Fernando Prats, en el marco del Foro Transiciones. Un libro sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico cuyo diagnóstico no aporta nada nuevo, según comenta Yayo, pero que recoge el mejor conocimiento científico que tenemos ahora mismo con un estilo narrativo que conecta con personas a las que no estábamos siendo capaces de llegar. “Nos han dicho muchas veces «basta ya de diagnósticos, vamos a las soluciones», pero creo que hay que seguir insistiendo porque aún no se ha conseguido un relato universal sobre lo que está pasando. Es necesario salir de nuestros núcleos para atraer a capas de la sociedad más amplias a este empeño por transitar hacia sociedades ecologistas, justas e igualitarias. Con este libro estamos conectando con entornos más socialdemócratas o de corte más neokeynesiano o de economía verde”.

Es necesario abrir los debates más polémicos de las transiciones y debatir con cuantos más sectores de la opinión pública, mejor. Por ejemplo, si hablamos de transitar hacia renovables, habrá que estudiar cómo se financia para que dé cobertura a las necesidades de las mayorías sociales, y por otro lado, habrá que planificar esa transición, ya que la fabricación de generadores y placas solares supone la emisión de gases de efecto invernadero y la utilización de materiales escasos. Para Yayo, esta dinámica de planificación requiere “autoorganización en lo local y políticas macro que cuenten cuántas toneladas de materiales, cuánto gasto energético y cuántas emisiones se pueden generar con estos procesos sin empeorar las dinámicas de colapso”.

En la parte de propuestas sí hay novedades.
El libro establece estrategias, dinámicas y planes sectoriales sobre qué hacer con los residuos, el agua, la energía, etc. Más allá de participar en construir alternativas locales, también piensa en cómo desde la política pública o de lo común podemos tratar de generar procesos ilusionantes de transición. “Si se quisiera, podría haber toda una batería de políticas públicas bien pensadas que podrían empujar esas dinámicas de autoorganización en lo local. Visibilizar eso es muy importante porque ahora mismo se percibe un salto enorme entre esas iniciativas autorganizadas y la percepción que tiene mucha gente de que no nos ayudan a frenar las dinámicas de apisonadora o de doctrina del shock”.

No existe una receta con sus ingredientes y tiempos de cocción exactos que nos hagan transitar con éxito.
Pero al menos, tenemos claro qué queremos. ¿Cuál es el aceite que permitirá cocinar las necesarias transiciones? “El lubricante para mí sería la construcción de poder ciudadano. La disputa de la hegemonía cultural que nos conduzca a la disputa de la hegemonía política. Construir un tejido social que pueda impulsar, sostener y apoyar a aquellas instituciones que quieran ir por el camino de las transiciones socioecológicas y que pueda forzar a otras instituciones a que se sumen a la dinámica”. Para Yayo, la clave es conseguir que estos temas sean una preocupación generalizada.

¿Cómo involucrar a más gente en este cambio cultural?
Dice Manuel Castells que la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes. En el libro hay un capítulo titulado “Sin reconfigurar los imaginarios sociales no será posible el cambio”.

¿Cómo hacemos eso y qué nos falta?
Empezamos con la autocrítica. “Nos ha fallado el no haber sabido conectar con la gente normal”, dice Yayo con rotundidad. Añade que la eclosión de Podemos nos tendría que proporcionar algunos elementos para el aprendizaje: “Hay muchas cosas de Podemos que ni comparto ni me gustan, pero hay que reconocer que supo aprovechar las grietas que dejaba el modelo hegemónico para colarse ahí. Utilizó algunas nuevas categorías como lo de la “casta” y la idea de “los de arriba y los de abajo”, conceptos del 15M, que consiguieron amplificar el mensaje a otros públicos. Nosotros no hemos sabido aprovechar esas grietas”. ¿Por qué? “Creo que no acabamos de encontrar fórmulas o no terminamos de atrevernos a pisar ciertos espacios”.

Desde hace unos meses, Yayo participa en las tertulias del programa radiofónico “A vivir” de la Cadena Ser: “El programa dura unos 45 minutos, a repartir entre unas 6 tertulianas. No es mucho tiempo y explicar la dimensión de la crisis ecológica requiere de un buen rato. Pues a pesar de eso, lo hago y me llegan comentarios muy positivos de gente a quien he hecho reflexionar a raíz de participar en espacios tan pequeños de alta audiencia”. Y añade que tampoco hemos tenido fuerzas, ni estrategia ni capacidad para meternos en asociaciones de vecinas o en los barrios cuando hablamos del activismo ecologista en ciudades grandes como Madrid. “Estamos muy alejadas de la vida cotidiana de la gente”.

Entonces, ¿cómo nos acercamos a la gente?
Dependiendo a quién queramos llegar, debemos pensar en un mensaje o en otro y en cuál es la forma más eficaz para comunicarlo. Vamos a la práctica. “Por ejemplo, con personas mayores es fácil empezar hablando de austeridad porque lo tienen aún en su marco de referencia cultural. Son personas que, en su mayoría, se han educado en pueblos donde todo se aprovechaba. Entonces, cuando te diriges a esas personas puedes empezar por ahí”. Sin embargo, desde hace unos años, se ha ridiculizado a muchos de estos perfiles austeros estereotipándolos como tacaños, atrasados o poco modernos. Tal ha sido el cambio que, cuando te diriges a personas entre 45 y 65 años, la estrategia cambia. “Generalizando enormemente, estos perfiles adultos que han vivido el despliegue del crecimiento económico, la llegada del «progreso» y la cultura del usar y tirar, es mucho más difícil empezar por las alternativas porque estas pasan por la reducción drástica del consumo material. Si no lo pones en relación con el problema al que ha llevado vivir como si no hubiera limites, a la gente le cuesta entender porque presentamos estas medidas tan radicales que van en contra del confort y la buena vida, entendida esta a través del consumo”.

Es decir, la deconstrucción de falsa idea de confort requiere de la fase de diagnóstico. “No es el caso de los mayores, como contaba, o cuando son pequeños, que antes de ser poseídos por el consumo ven las cosas con una claridad y una nitidez increíble. No es lo mismo la gente que vive en lo rural o en ámbito insular, que ven en su territorio los límites. No nos vale una receta de comunicación única para todos los lugares y perfiles. Nos falta mucho en el terreno de comunicar la alternativa y, como digo, hay que construirla de forma distinta dependiendo del territorio y el contexto de cada lugar”.

Además, hay que comunicar la alegría.
Si algo caracteriza las charlas de Yayo es la energía con la que sales de ellas. A pesar de contar una realidad crudísima, tras escuchar las palabras de Yayo, tienes ganas de pasar a la acción. ¿Cuál es el truco? “He tenido la suerte de encontrar y poder conectar con la mejor gente del mundo que es, precisamente, la que quiere cambiar las cosas. Cuando voy a dar una charla me encuentro gente que me cuida, que me acoge, gente bien articulada, gente que piensa como darle la vuelta a las cosas, gente solidaria que se preocupa por quien no tiene cómo pagar la luz... Vivir al lado de esta gente es la caña. Y yo eso, lo comunico y lo digo mucho en Ecologistas en Acción: Igual caminamos hacia el colapso pero no es lo mismo caminar sola y rodeada de hostilidad que hacerlo acompañada de la mejor gente que hay en el mundo”.

¿Cómo conciliar vida privada, activismo y trabajo?
“Con alegría”. La pregunta es sencilla. “Yo me río mucho en el curro, me río mucho en Ecologistas en Acción, con mis amigos... Esa posibilidad de reírse con la gente y de disfrutar es lo que te da fuerza para poder seguir haciendo cosas”. Acude a su trayectoria vital: “Cuando trabajaba en la gran empresa, tenía la sensación de que una parte de mi vida la tenía dedicada a algo que no me importaba en el fondo. Entonces cuando tuve la posibilidad de dar el salto en el vacío, dejar el curro y empezar a explorar el mundo del cooperativismo y otras cosas, a mí se me produjo una armonización de repente entre las cosas que me preocupaban, lo que me parecía importante y con lo que me ganaba la vida, y eso te genera una salud mental impresionante”.

¿Y cuando hay momentos en los que no puedes más?
“Hay momentos de cansancio, pero creo que es un momento en el que necesitamos mucho activismo y para mí la solución no está en restarle tiempo a la militancia. La cuestión está en crear espacios que sean gratos, que te refuercen y te hagan sentirte muy bien. A mí me parece difícil cuidarme a mí misma si no genero esa estructura de cuidado en los espacios en los que yo quiero estar y estoy”.

El problema es cuando los espacios activistas son hostiles.
“A veces, se reproducen muchas lógicas del mundo público o de la empresa privada o de la familia, donde hay relaciones de subordinación, de poder y de jerarquía, y a veces nos tratamos mal. Igual que existe un homo economicus alejado de la vida, creo que también existe un hommo militantus”. Tenemos que superar a esos antiguos militantes que decían «Yo no he venido aquí a hacer amigos» o «Aquí lo importante es que cambiemos el mundo», comenta Yayo.

Ella es partidaria de dedicar tiempo y energía a las organizaciones: “a resolver conflictos, a hablar las cosas y a generar formas de tratarnos que haga que la gente se sienta bien”. Y para eso, las organizaciones tienen que regenerarse y “dar cancha” a otras personas más jóvenes o nuevas. Una de las cosas que valora de Ecologistas en Acción es que las personas con una trayectoria larga y cierta responsabilidad en la organización saben retirarse sin dejar de estar. “A veces, por haber ocupado espacios de decisión, tu opinión tiene un peso distinto al de las demás y eso es un problema. Aunque seas abierta y democrática, terminas teniendo un peso que, aunque jerárquicamente ya no te corresponde, el grupo te lo concede”.

Yayo Herrero dejó la Coordinación y luego la Secretaría, pero no ha dejado de participar en Ecologistas en Acción, ya sea pintando una pancarta o viajando al punto que sea de la geografía española para mediar en un conflicto. Siempre a disposición de las personas y de las transiciones. Hay teorías conspiratorias que dicen que en realidad, Yayo no es solo una, sino que hay dos y por eso ella puede estar en todas partes. Se van turnando, dicen las malas lenguas. Después de muchos años de militancia en el ecologismo social, quienes la conocen saben que Yayo Herrero, no hay más que una; solo que es... mucha Yayo.

Nota:
[1] Esta entrevista ha sido originalmente publicada y escrita en la revista Ecologista que publica Ecologistas en Acción.

Fuente:
http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Igual-caminamos-hacia-el-colapso