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sábado, 22 de junio de 2024

Entrevista a Vandana Shiva, activista ecofeminista «El nacionalismo del odio es socio del neoliberalismo corporativo»

Fuentes: Ctxt


Vandana Shiva (Dehradun, 1952) es una de las activistas e intelectuales ecofeministas más reconocidas de nuestra época. Doctora en física cuántica, fue una de las fundadoras del Fórum Social Mundial, pionera en abrir el debate agroecológico y sobre el control de las semillas y es autora de más de 15 libros. Desde 1987 lidera la finca agroecológica y banco de semillas Navdanya, en el norte de India, y contribuye a organizar las luchas campesinas en todo el mundo.

CTXT se encuentra con Shiva en el antiguo recinto industrial de Fabra i Coats de Barcelona, donde ha acudido para participar en la Fira Literal de Barcelona, un encuentro de editoriales críticas. Allí, la activista e intelectual india, protagonizó una conversación con Yayo Herrero ante un público de cerca de 700 personas.

Con Yayo Herrero comparte un diagnóstico sobre la crisis ecológica. ¿Cómo lo describiría?

El primer elemento para entender la crisis ecológica es que se está produciendo por una extracción sin límites. Esto sucede porque se han otorgado derechos corporativos y coloniales, y se les recompensa con un poder absoluto. Al presentar una actividad extractiva como progreso se oculta la explotación, se oculta la violación de la autoorganización de los sistemas, cómo los árboles están conectados con los ríos, cómo el suelo está conectado con la agricultura, cómo la biodiversidad de las plantas está conectada con la de los insectos. Todas estas relaciones son fundamentales.

Francisco Varela y Humberto Maturana hablaron de autopoiesis, y plantearon un cambio total de paradigma al hacernos ver que los sistemas vivos están autoorganizados. El extractivismo destruye la organización interna de los organismos vivos y de las relaciones de esos organismos con todo lo demás que está vivo. Así es cómo toda destrucción pasa a considerarse como una externalidad. Destruyes, pero ocultas la destrucción.

Parte de esto viene del pensamiento cartesiano y el pensamiento mecánico de Francis Bacon. El pensamiento mecánico desmonta las cosas y da vida a cada parte por separado. A las personas que han sido educadas en ese pensamiento mecánico les resulta difícil ver las relaciones. Las relaciones fueron destruidas en una economía de muerte.

¿Cómo definiría la perspectiva ecofeminista en la que coincide con Yayo Herrero y otras pensadoras como Maria Mies?

Ecofeminismo es decir que la Tierra está viva, que la Tierra sustenta y mantiene la vida. Y es decir que las mujeres no son un segundo sexo pasivo. No son un objeto que deba poseerse ni controlarse. Las mujeres sustentan la sociedad. Sus cuidados, su trabajo invisibilizado, son la economía real, porque se ocupan de la reproducción y regeneración de la sociedad. Pero también son las cuidadoras de la Tierra. Debido a que a las mujeres se les ha otorgado hacer el verdadero trabajo [de cuidados], que no cuenta como trabajo, tienen que trabajar con la naturaleza. Por ejemplo, en India las mujeres son las principales proveedoras de agua. Ellas saben cuándo un pozo se está secando, cuándo un río se está secando. Debido a que trabajan con la naturaleza, son las primeras en responder a la crisis ecológica.

Uno de los debates sobre la relación entre tecnología y transición verde es el de las energías renovables. El IPCC y otros organismos dicen que una de las acciones necesarias para afrontar el cambio climático es promover las energías renovables, pero estas requieren de grandes cantidades de minerales y de tierra. ¿Cómo podemos fomentar las energías renovables sin crear otra nueva ola de extractivismo y colonialismo?

Mi primera crítica al reduccionismo de las energías renovables tiene que ver con el hecho de olvidar que hay muchos tipos de energía en el mundo. Todo sistema vivo es un generador de energía. Schrödinger, físico cuántico, escribió que la diferencia entre las máquinas y los sistemas vivos es que las máquinas requieren de energía externa y generan entropía, que es energía desperdiciada en forma de emisiones, mientras que los sistemas vivos no requieren de energía externa. Una semilla se convierte en árbol con su propia energía y la energía del sol, y eso es entropía negativa. Se ha ocultado toda la cuestión de la entropía positiva y negativa, pero este es el corazón del debate sobre la energía y sobre el clima.

Mirar únicamente el consumo de energía y decir que continuaremos consumiendo lo mismo a través de energías renovables es no abordar el debate sobre la generación de energía y ocultar la demanda de recursos y de tierras. Eso es reduccionista en todos los sentidos. Es problemático cómo se ha reducido el tema climático al consumo de energía, a buscar energías renovables y a una cuestión de temperatura. Pensar que los fenómenos climáticos provienen por sí solos de la atmósfera sin ver lo que se está haciendo con la tierra es separar lo que está conectado. No podemos resolver un problema ecológico, que es un problema de cómo se está desmantelando la vida, manteniendo la mentalidad industrial, de ingeniería y mecánica. Como dijo Einstein, no se puede resolver un problema con la misma mentalidad que lo creó.

Otro de los ejes de su trabajo, también vinculado con la cuestión de la tecnología, son los pesticidas. Estos últimos meses ha habido en Europa muchas protestas de granjeros y agricultores. Uno de los motivos de la protesta fue la regulación europea que restringía el uso de pesticidas en la agricultura. Como respuesta, la Comisión Europea redujo el nivel de exigencia de esa regulación. ¿Cómo se pueden proteger las economías agrícolas y familiares y al mismo tiempo la ecología?

La protesta comenzó por una cuestión económica, las protestas empezaron contra el tratado de libre comercio con Mercosur. El libre comercio acaba destruyendo todas las economías mientras permite que las corporaciones prosperen. El libre comercio no opone Europa y el Sur Global, es la gente trabajadora de Europa y el Sur Global quien lo sufre.

El sistema agroindustrial globalizado es una receta para aumentar los costes de producción y colapsar los ingresos agrícolas; es una economía negativa. Por esto los agricultores están en crisis. En todo el mundo, dondequiera que se impulse el libre comercio y una mayor industrialización, los agricultores responden.

Las protestas se deben a que los agricultores entienden que existe un intento de deshacerse de ellos, que se han convertido en una entidad prescindible: tendemos hacia una agricultura sin agricultores. La industria aprovechó estas protestas como una oportunidad, porque distribuye los productos fitoquímicos a través de los grandes sindicatos de agricultores. Hicieron que algunos de ellos hablaran sobre la retirada de las regulaciones sobre los pesticidas, pero esa es la voz de las corporaciones, el cártel del veneno. No es la voz de los pequeños agricultores independientes.

La cuestión de los pesticidas tiene mucho que ver con el control de las semillas, una lucha en la que está implicada desde 1987. ¿Cómo ha evolucionado el tema en los últimos 30 años? ¿Sigue siendo igual de relevante?

La vida siempre será relevante. La renovación de los sistemas vivos por sus propios medios siempre será la base de la libertad en la naturaleza y en la sociedad. ¿Por qué me impliqué en el tema de las semillas? Porque en 1987 me invitaron a una reunión donde se discutían las nuevas biotecnologías. Entonces aún no había transgénicos en el mundo; el primer organismo modificado genéticamente se comercializó en 1992.

La industria había trazado su camino y dijo que su principal objetivo era generar patentes para las semillas. Ahora bien, una patente es un monopolio que se obtiene porque has inventado algo nuevo. Entonces, lo primero que había que hacer era cambiar la naturaleza de la semilla en la mente de la gente. La semilla tenía que dejar de ser algo que se hacía a sí mismo y pasar a ser un producto inventado por Monsanto.

¿Una mercancía?

Más que una mercancía: una creación. Una mercancía reconoce que el agricultor tiene un papel, que la tierra tiene un papel. Cuando hablamos de propiedad intelectual sobre las semillas, Monsanto es Dios. Han asumido el papel de la creación y han convertido algo que se renueva y multiplica por sí solo en algo que ha sido hecho por ellos. Pero una semilla no es una máquina.

Por esto decidí empezar a crear bancos comunitarios de semillas, como Navdanya. En segundo lugar, decidí empezar a trabajar con el gobierno y parlamento indios para redactar leyes que respetaran la integridad de la vida en la Tierra. Escribimos leyes que dicen que las plantas, los animales y las semillas no son entidades creadas por los seres humanos y, por lo tanto, no se pueden patentar. Estas leyes siguen vigentes en India. Lo tercero que decidí fue demandar a las empresas de semillas en los tribunales por estar robándolas. Fue lo que yo llamo “la segunda llegada de Colón”. Simplemente, roban y dicen “es mi propiedad intelectual”. Y les dijimos “no, tú lo robaste y, por lo tanto, es biopiratería”.

Otra cuestión clave en la crisis ecológica es el agua. La región mediterránea, en la que nos encontramos, está sufriendo ahora mismo una sequía y se prevé más escasez de agua en el futuro. Se trata de una cuestión transversal que abarca dimensiones sociales, ecológicas y políticas. ¿Cómo podemos mirar al problema del agua desde todos estos diferentes puntos de vista?

No solo necesitamos unir las múltiples dimensiones del agua, necesitamos unir las múltiples dimensiones de un planeta interconectado. La crisis climática y de biodiversidad son una sola crisis. Cuando nos olvidamos de la biodiversidad y la destruimos, se desestabiliza el clima, porque la biodiversidad gestiona el clima. En el movimiento Chipko las mujeres se dieron cuenta del hecho de que si destruyes el bosque, tienes una sequía, tienes una inundación. Así pues, gestionar el agua significa gestionar la regeneración de la biodiversidad, de los bosques, de las plantas, de la tierra, de los pastos. Todos estos son sistemas de gestión del agua, igual que lo es la cuestión climática. Los estragos climáticos tienen que ver con los sistemas hidrológicos desestabilizados, que son los verdaderos asesinos en el Sur Global. Cada desastre en India en el que ha muerto gente es un desastre hídrico. Cuando llega un ciclón, la gente muere. Cuando un lago glacial se derrite y hay una inundación, la gente muere.

Es necesario vincular todas las dimensiones del agua. Cuando el gobierno construye una presa para los agricultores ricos del valle, los demás perderán su acceso al agua. Como todos los recursos están interconectados, deben gestionarse como bienes comunes y para el bien de toda la comunidad. No pueden dividirse para su uso extractivo por parte de los más poderosos. Ahora mismo, la privatización del agua y el mercado de futuros del agua son cuestiones de gran relevancia a las que la gente opone resistencia. El agua de Delhi iba a ser privatizada y conseguimos evitarlo.

El ultranacionalista Narendra Modi del partido BJP será probablemente reelegido primer ministro de India, mientras que la extrema derecha tiene perspectivas de crecer en Europa. Estos partidos tienen en común que combinan nacionalismo y neoliberalismo. ¿Cómo podemos explicar su auge en el contexto de la crisis ecológica?

En 1991 escribí el Manifiesto para una democracia de la Tierra. En 1999 bloqueamos la cumbre de la OMC en Seattle. Durante este período se desarrolló el neoliberalismo, la desregulación del comercio y la economía, y la muerte de la democracia. También empezó esta nueva cultura de muerte y destrucción. El libro de Samuel Huntington El choque de civilizaciones es clave para este momento. Viene a decir que solo puedo saber quién soy cuando sé a quién odio. Se creó el odio como moneda de la identidad. Ahora bien, todas las tradiciones espirituales han dicho algo distinto: saber quién eres tiene que ver con cómo te relacionas con la tierra y con tu comunidad. Existes en comunidad, y como comunidad eres parte de la naturaleza y produces junto a la naturaleza. Se ha pasado de eso a una identidad negativa, una cultura de destrucción, violencia y muerte. Lo que existe hoy es la cultura de los pesticidas, del veneno: “Sepa a quién debe exterminar”. Esa agenda, saber quién es tu enemigo, se ha convertido en la agenda nacional.

Pero una nación tiene que ver con cómo fluyen los arroyos, cuál es la salud de los bosques, cuál es el estado de salud de los ciudadanos, hasta qué punto están organizados para cuidar los bienes comunes… Esas son las cuestiones que definen a una comunidad. Sin embargo, hoy las culturas, las economías, las democracias, se han vaciado de comunidad y se ha convertido en propiedad de las corporaciones. Así es cómo el nacionalismo cultural se ha hecho socio del neoliberalismo corporativo.

En algún momento ha hablado de la necesidad de crear un G-7000 millones. ¿Qué tipo de instituciones democráticas necesitamos para defender una democracia de la Tierra?

La verdadera democracia es posible junto con otros seres que habitan el planeta Tierra. Cultivar alimentos ecológicamente es una práctica de democracia de la Tierra, tiene que ver con la libertad de todas las formas de vida y de sus interconexiones. Salvar a las semillas, por ejemplo, no es solo salvar a los humanos, también a los polinizadores. Debemos reclamar eso.

Fuente: 

domingo, 26 de noviembre de 2017

No se fíen de Google

Ganas de Escribir

Aunque, según las encuestas, la mayoría de la gente cree que los buscadores que casi constantemente utilizamos en la red son imparciales, lo cierto es que generan un sesgo muy importante en nuestra percepción del mundo y una influencia unilateral decisiva en nuestras decisiones y actuaciones.

Las webs empresariales utilizan “cookies” y otros procedimientos sofisticados que se instalan en nuestros ordenadores apenas lo consintamos, bien sea deliberadamente o por descuido. Así detectan nuestras búsquedas y a partir de ellas puedan ofrecernos productos comerciales que se adecuen a nuestras aficiones o demandas. En su interesante libro El filtro burbuja: cómo la web decide lo que leemos y lo que pensamos, Eli Parisier explica que, al escribir la palabra “depresión” en un diccionario on line, la web instalará 223 cookies y dispositivos de rastreo para que otras web puedan ofrecer a quien la haya escrito productos antidepresivos: “comparte un artículo de cocina de ABC News -dice en otro lugar del libro- y puede que te acaben persiguiendo por internet anuncios de ollas antiadherentes. Abre -aunque sea por un instante- una página en la que se enumeren signos de que tu mujer puede estar engañándote y prepárate para que te persigan anuncios de pruebas de paternidad”.

Se trata de un procedimiento legal pero que puede dejar de serlo cuando se aplica manipulando los algoritmos que proporcionan las respuestas del buscador, como ha ocurrido con Google. La Comisión Europea multó en junio pasado a este gigante de la red con 2.420 millones de euros por manipular los resultados de búsqueda con el fin de dirigir a los usuarios, de forma inapropiada y en perjuicio de sus competidores, a su propio servicio de compras, Google Shopping.

Pero los buscadores no solo se conciben o incluso se manipulan con fines meramente comerciales sino que también están diseñados para incidir estratégicamente en nuestra percepción del mundo y, por tanto, en los criterios de los que dependen nuestras decisiones personales y políticas. La información que nos proporcionan no es ni mucho menos neutra u objetiva, como generalmente se cree, sino que nos llega previamente filtrada en función del perfil específico que de cada uno de nosotros haya compuesto el algoritmo correspondiente. “La consulta ‘células madre’ -sigue diciendo Parisier en su libro- puede producir resultados diametralmente opuestos en el caso de que los usuarios sean científicos que apoyan la investigación o activistas que se opongan. ‘Pruebas del cambio climático’ puede deparar resultados diferentes a un activista medioambiental y a un directivo de una compañía petrolífera”. Así es como los buscadores introducen un sesgo constante que, sin que seamos conscientes, nos impide disponer de una visión plural de los fenómenos sobre los que, a través de ellos, indagamos en la red. Sin que podamos ser conscientes de ello, van conformando nuestra percepción del mundo.

Y ni siquiera eso es lo peor. Los buscadores no solamente filtran la información disponible para hacernos llegar preferentemente la que previamente parece más adecuada a nuestro perfil predefinido. Además de ello, seleccionan las fuentes de la información y eliminan las que pueden considerarse más indeseables o molestas, por decirlo de alguna manera, para el “saber establecido”. Y, paradójicamente, la excusa que se utiliza para homogeneizar la información y para silenciar la información alternativa es que hay que evitar que se difunda la falsedad y garantizar que en la red se divulgue la verdad. Paradójica, porque el resultado de esa aparentemente noble pretensión es que se fortalecen visiones del mundo que no son precisamente las que mejor reflejan la realidad.

Hace un año, la agencia Reuters publicó un artículo informando del nacimiento de una organización sin fines de lucro que iba a trabajar para fomentar y garantizar la confianza y la verdad en la era digital combatiendo la difusión de noticias falsas. Se llamaba  First Draft Coalition y en ella estarían incluidas grandes corporaciones de la información como Google, Facebook, Twitter, The New York Times, The Washington Post, BuzzFeed News, Agence France-Presse o CNN. Meses más tarde, en mayo pasado, Google seguía esa línea y anunció una actualización de sus directrices para “evaluar la calidad de búsqueda” con el fin de “proporcionar ejemplos más detallados de páginas web de baja calidad para que los evaluadores marquen adecuadamente”. Unos evaluadores que son los que supuestamente tienen como función rechazar las noticias falsas, los “fakes”, las “experiencias molestas para el usuario” y las “teorías de conspiración” hoy día tan abundantes como perniciosas.

Cualquier persona sensata consideraría que el objetivo de Google es bienintencionado, sobre todo, cuando eso se hacía con las miras puestas en evitar el cúmulo de manipulaciones y mentiras de todo tipo que circularon en la red durante las últimas elecciones estadounidenses (aunque habría que decir que no solo entonces, porque la red también fue una fuente de influencia estratégica no explicitada en la elección de Obama).

Sin embargo, lo cierto es que ese cambio de criterios de Google se ha traducido en un nuevo algoritmo de búsqueda con resultados muy significativos: las webs progresistas han resultado silenciadas en los resultados que el buscador proporciona en materias económicas, políticas y sociales de especial trascendencia, produciendo así una disminución sorprendente en el número de personas que las visitan.

El portal  World Socialist Web Site ha analizado los datos estadísticos que proporciona  SEMrush  sobre el tráfico en la red desde junio (cuando comenzaron a aplicarse las nuevas directrices de Google) a septiembre de 2017, y los resultados son bien evidentes: wsws.org cayó el 67%, alternet.org el 63%, globalresearch.ca el 62%, consortiumnews.com el 47%, socialistworker.org el 47%, mediamatters.org el 42%, commondreams.org el 37%, internationalviewpoint.org el 36%, democracynow.org el 36%, wikileaks.org el 30%, truth-out.org el 25%, counterpunch.org el 21% y theintercept.com el 19%. La gráfica siguiente que proporciona  alternet.org con la evolución de visitas a su web habla por sí sola (su editorial sobre el tema aquí).

Hasta un medio tan convencional y vinculado al establishment como The New York Times se hizo eco de los efectos del cambio de directrices de Google sobre las webs alternativas (As Google Fights Fake News, Voices on the Margins Raise Alarmy muchos analistas están tratando de discernir el cambio efectivo que han supuesto las nuevas directrices sobre el uso estratégico de la información en la red.

La pregunta que se hace cualquiera que sepa que las páginas alternativas y de izquierdas son las que resultan silenciadas por estos nuevos criterios es si realmente estas son las webs que principalmente difunden falsedades.

Y lo bueno es que sabemos a ciencia cierta que eso no es así.

El profesor de la Universidad de Elon en Carolina del Norte (Estados Unidos) Jonathan Albright analizó los sitios en donde 306 web de derechas difundieron falsedades y encontró que habían ido a 23.000 páginas a través de 1,3 millones de hipervínculos (The #Election2016 Micro-Propaganda Machine). Mapeó los resultados y le salió la imagen de más abajo en la que se distingue claramente que los mayores difusores de mentiras de derechas a nivel mundial son, precisamente, las grandes corporaciones mediáticas que dicen combatir la difusión de falsedades… silenciando para ello a las páginas web progresistas y de izquierdas.

Pero Albright descubrió algo más. Las grandes corporaciones mediáticas no solo difunden una mentira para que circule lo más ampliamente posible por la red sino que eso se hace de modo que se pueda adoctrinar con la mayor eficacia: “Vi los trackers en esas páginas y me quedé asombrado. Cada vez que alguien da un like a una entrada de Facebook o visita una de esas páginas, los scripts te siguen por toda la web. Y esto permite a empresas de recolección de datos y de influencia, como Cambridge Analytica, identificar con precisión a individuos, a seguirlos por la web y enviarles mensajes políticos muy personalizados. Es una máquina propagandística. Identifica individuos para convencerles de una idea. Es un nivel de ingeniería social que nunca había visto antes. Estás atrapando a la gente y luego les mantienen atados a una correa emocional y nunca les sueltan”   (Google, la democracia y la verdad sobre las búsquedas en internet).

El asunto es serio y conviene ponerse a resguardo. Quien desee disponer de información mínimamente plural y exenta de manipulación no se puede fiar de los grandes buscadores y más concretamente de Google, una especie de Gran Hermano Buscador que ejerce un monopolio de facto sobre el que nadie termina de pronunciarse. Pero, ojo, tampoco de las web de los grandes portales, como Facebook, que aparentemente solo nos ofrecen conectividad y entretenimiento; ni de los grandes medios que son los que en la práctica propagan las mentiras que dicen combatir.

Hay buscadores y fuentes alternativas. No son tan potentes como Google pero permiten sortear las limitaciones de éste último y, sobre todo, sus estrategias profundas y no bien confesadas. Y existen también medios digitales e impresos que ofrecen otra información menos sesgada y más libre que los más conocidos y poderosos, propiedad de las grandes corporaciones. Ya saben que no se puede ser libre sin estar bien informado, así que no se fíen y elijan bien.

Fuente: http://www.juantorreslopez.com/no-se-fien-de-google/

sábado, 26 de noviembre de 2016

La empresa criminal. Por qué las corporaciones deben ser abolidas. Steve Tombs y David Whyte. Icaria Barcelona. 2016. 208 pag.


     CAPITALISMO. Con rigor académico y sencillez divulgativa, los autores explican a lo largo de seis capítulos cómo y por qué las corporaciones definen y destruyen nuestra vida diaria. Fuentes diversas, pruebas empíricas, análisis históricos y argumentos teóricos demuestran más allá de toda duda razonable que las empresas privadas con ánimo de lucro son criminales habituales y rutinarios. La corporación tiene licencia para matar, mutilar y robar en beneficio propio. Su facultad para dañar a las personas y al medio ambiente se construye desde el derecho y la política. Los autores sostienen que la corporación no puede reformarse. "La tarea política más acuciante de nuestro tiempo es la abolición de la corporación y los fundamentos económicos, políticos y jurídicos que la sostienen. De no lograrlo, las corporaciones seguirán engañando, mintiendo, robando, mutilando, matando y envenenando hasta extinguirnos". Si no podemos imaginar un mundo sin empresas, Advierten Tombs y Whyte, no habitaremos jamás ese mundo; y la destrucción seguirá siendo un hecho natural. Para estos autores el pensamiento utópico no es lo contrario a la búsqueda de reformas. "Las segundas no solo coexisten sino que a menudo se apoyan en el primero. Se ahí que las reformas carentes de espíritu utópico tiendan a quedarse en el reformismo y, mejoras parciales aparte, puedan tener el efecto contraproducente de reforzar a las corporaciones mientras fingen domesticarlas."


Steve Tombs es catedrático de Criminalogía de la Open University. Estudia la naturaleza, incidencia y regulación del crimen corporativo.
David Whyte es catedrático de estudios Sociológicos en la Universidad de Liverpool.
Julia García Lapuente.
Le Monde Diplomatique en español. Noviembre 2016.

En mayo de 2015, el mes en que fue publicada la edición en inglés de este libro, un regulador estadounidense, la Junta de Recursos del Aire de California (California Air Resources Board – carb), emprendió una serie de pruebas en respuesta a las inquietudes planteadas sobre la exactitud de las mediciones de emisiones contaminantes en los coches producidos por el fabricante alemán Volkswagen. La carb encontró incoherencias importantes y luego informó a Volkswagen y a la Agencia de Protección Medioambiental (Environmental Protection Agency – epa). De ahí acabó surgiendo un caso paradigmático de crimen corporativo.

Volkswagen había instalado un software que permitía manipular los datos de emisiones de sus coches. El software detectaba cuándo se encontraba el automóvil en un banco de pruebas y cambiaba de posición para reducir al mínimo las emisiones de óxido de nitrógeno (NOx). Fuera del banco de pruebas, el coche volvía a la posición «normal» de mayor eficiencia para multiplicar hasta 40 veces el límite legal de emisiones. El 4 de noviembre, vw admitió que los dispositivos manipulados también fueron instalados en los motores de gasolina y enmascararon sus emisiones de CO2. La empresa también admitió haber instalado ese software en una lista de marcas propiedad de VW mucho mayor que la admitida previamente, incluidas Porsche, Audi, Seat y Skoda. El número de vehículos afectados aumentaba cada día, entre ellos 700.000 coches en España (McHugh, 2015). Los delitos de Volkswagen —y claramente eran delitos— incluían el fraude organizado para asegurar la dispersión incontrolada del que puede ser nuestro mayor asesino contaminante, el NOX, responsable de la mitad de las muertes relacionadas con la contaminación en el mundo desarrollado, así como del principal causante del cambio climático: el CO2.

Pese a esas devastadoras revelaciones, VW siguió vendiendo coches con sus emisiones medidas por dispositivos manipulados incluso después del «escándalo» conocido en septiembre de 2015, mientras negaba todo conocimiento de la dirección sobre el fraude perpetrado. En marzo de 2016, justo cuando estábamos a punto de terminar este texto, VW admitió que su exdirector general, Martin Winterkorn, recibió en mayo de 2014 un memorándum que detallaba cómo algunos coches VW producían hasta 35 veces más emisiones de óxido de nitrógeno de lo permitido. Antes de marzo de 2016, la compañía había dicho que Winterkorn —que renunció después del escándalo en septiembre de 2015— desconocía el tema. Por supuesto, nunca había resultado creíble que los directivos en VW no llevaran años al tanto. Los técnicos de VW habían advertido sobre prácticas ilegales de las emisiones en 2011, y Bosch había informado a VW en 2007 sobre los riesgos del uso ilegal de su tecnología de software. Además, no era la primera vez que VW usaba esa tecnología. El investigador André Spicer señaló que VW llevaba montando dispositivos defectuosos en sus coches desde 1973. Esta fue una historia arquetípica, pues ocurrió en una industria que ha sido acusada de utilizar métodos fraudulentos en las pruebas de emisión como práctica sistemática. Y también lo fue en la medida que Volkswagen no fue la única empresa automovilística envuelta en un gran escándalo por la seguridad o la integridad de sus vehículos.

Los motores de GM habían sido objeto de una importante demanda en 2014 a causa de unos interruptores de arranque defectuosos que causaban bloqueos y fallos de seguridad. La compañía pagó indemnizaciones por 124 muertes. También en 2014, BMW, Chrysler, Ford, Honda, Mazda, Nissan y Toyota anunciaron la retirada de vehículos por un problema con el inflado de sus airbags (que arrojaba fragmentos de metralla metálica a alta velocidad). La metralla había matado a un número indeterminado de personas. La demanda, que afectó a 40 millones de vehículos en todo el mundo, fue la más importante en la historia de la industria. Durante 2014 y 2015, Fiat Chrysler se vio envuelta en un caso similar porque los depósitos de su Jeep Cherokee explotaban al romperse por impacto trasero. Un informe del Centro para la Seguridad del Automóvil (Center for Auto Safety) ha documentado 185 accidentes fatales por explosiones del depósito del Jeep Cherokee, con un saldo de 270 muertes y numerosos heridos por quemaduras graves. El veterano activista Ralph Nader, autor del libro pionero en el tema Unsafe at Any Speed, describió en 2011 al Grand Cherokee como «el Pinto moderno para las mamás futboleras».

Hoy es habitual que los estudiantes de empresariales en el mundo angloparlante (y gran parte del resto) cursen una asignatura de «ética de los negocios» como parte de su grado. El caso más común que estudiarán en dicho módulo es el del «Ford Pinto» (Shaw, 2011; Birsch y Fielder, 1994). El caso salió a la luz en 1977, tras la publicación de un detallado artículo de prensa (Dowie, 1977). Tras la fase de pruebas, Ford estaba al corriente del grave riesgo de explosión de los depósitos de combustible de su nuevo modelo «Pinto» en caso de impacto trasero. La corporación empleó una serie de cálculos (para comparar el valor de los posibles daños y lesiones con el coste de retirarlos) La empresa optó por no retirarlos basándose en una estrategia de rentabilidad si únicamente morían 180 personas por colisiones traseras. El coche salió al mercado y allí siguió durante 10 años, mientras se amontonaban los cadáveres por los choques de impacto trasero.

Si el caso del «Ford Pinto» puede ser el más citado a propósito de la ética en los negocios, es en parte por el extraordinario nivel de profundidad con que el caso ha sido estudiado, pero también debido a que al tiempo transcurrido proporciona seguridad. Los libros de texto sobre los negocios no suelen recoger los casos en que la historia se repite trágicamente. De hecho, las estimaciones oficiales muestran que tres de los casos recién señalados se han cobrado más de 20 veces el número de vidas que el Ford Pinto. Pero el estudio de caso que se propone a los estudiantes de empresariales sucedió en 1977.

Una de las razones por las que hemos escrito este libro era mostrar que el crimen corporativo está en todas partes. En su carrera por la acumulación de ganancias, todas las grandes corporaciones de todos los sectores se ven obligadas a romper las reglas en algún momento. Todas acaban poniendo el beneficio por delante de la salud humana o el interés general. Queremos mostrar que esta dinámica no es solo un resultado desafortunado de las decisiones tomadas en una sala de juntas o del error de un inversor «codicioso». El impulso a delinquir y causar daño a expensas de la corporación está en el ADN de las estructuras políticas y jurídicas que dan vida a la corporación. Recorreremos la historia de esas estructuras para explicar que la corporación —esa forma de propiedad que fue ganando importancia social desde principios del siglo XIX—, nació como mecanismo para asegurar la impunidad ante cualquiera de los daños humanos que produzca.

La historia de la corporación es la historia de sus crímenes, una historia muy anterior a la industria del automóvil moderno. Es, de hecho, más antigua que cualquiera de las industrias modernas. La corporación fue concebida como una «persona» idealizada, con su propia identidad, con capacidad de poseer propiedades y reclamar «derechos» hasta entonces reservados a algunas personas físicas. Es este mismo proceso el que permite atribuirle también ciertas formas de falsa racionalidad —incluida la capacidad de comportarse de modo «responsable» y «ético».

Pero incluso los mayores entusiastas del capitalismo admiten que la persona corporativa con capacidad para pensar, actuar y comportarse con facultades humanas es poco más que una artimaña. El famoso gurú neoliberal Milton Friedman ya se burlaba en 1970 de que las corporaciones pudieran ser más responsables que un edificio o que un escritorio dentro de ese edificio.

A raíz del caso del Ford Pinto, Friedman pronunció otra asombrosa declaración en apoyo de Ford, esta vez en un coloquio televisado con estudiantes de economía. De acuerdo con su enfoque teórico sobre la regulación, Friedman defendió la decisión de Ford desde una lógica de mercado. Su argumento fue este: la decisión sobre el valor de la seguridad del coche no debe ser un asunto público, pues el público no participa en la transacción original. El valor de la seguridad del coche debe dejarse en manos de las partes directamente involucradas en la compra y uso del coche. Desde esta perspectiva, el consumidor es «libre» para decidir si prioriza la seguridad o el precio, y la injerencia del gobierno no es deseable —más allá de fijar los mecanismos legales básicos de aplicación y adjudicación.

Esta afirmación presume, a su vez, que los consumidores racionales son capaces de emplear su conocimiento sobre los productos para tomar decisiones informadas. En pocas palabras, esto significa que toda una lógica de mercado como la articulada por Milton Friedman se basa en esa presunción. De ahí que, llegado el momento, Friedman diga: «Sabemos que cuando compramos un Pinto, las probabilidades de ser asesinado son mayores que las de morir en un camión Mack. [...] Cada uno en esta sala podría, por cierto precio, reducir sus probabilidades de morir mañana».

Pero todos esos casos en la industria del automóvil muestran que la noción idealizada del consumidor racional es falsa. En todos esos casos, las corporaciones evitan activamente que los consumidores cuenten con información suficiente para tomar tal decisión. En todos los casos analizados se ocultó al público, a los consumidores y a los propietarios de vehículos una información que sin duda podría haber salvado muchas vidas. Para proteger su reputación y su posición en el mercado, los ejecutivos de las empresas decidieron guardar cada sucio secreto mientras pudieron.

En un sentido más amplio, este nivel de engaño corporativo no solo se activa en respuesta al descubrimiento de los crímenes de la corporación. Una forma de fraude estratégica (más que reactiva), se observa en las actuales previsiones de impacto social de la empresa. VW, por ejemplo, había presentado sus coches como contribuciones «verdes» a la protección medioambiental. Y los gobiernos, tragando esa mentira, pervirtieron el presunto «libre» mercado al apoyar el desarrollo de los coches diésel mediante subsidios y exenciones de impuestos.

Los neoliberales como Friedman aceptan que, cuanto más incompleto o «imperfecto» es el conocimiento de un producto, más se pervierte la transacción, pero no admiten la capacidad del poder para distorsionar las transacciones en el mercado. Las corporaciones no solo cometen delitos sino que mienten sobre esos delitos y luego encubren sus mentiras. Además, como sostenemos en este libro, nuestros supuestos representantes políticos —los gobiernos y reguladores— les otorgan la facultad de hacerlo en cada pequeño paso del proceso.

El gobierno español, por poner un ejemplo, concedió ayudas de 1.000 euros para la compra de cada «coche diesel limpio» (McHugh, 2015), transfiriendo una fortuna desde el estado a las empresas —en un contexto de austeridad severa para la mayoría de la población. Mientras tanto, el Banco Europeo de Inversiones venía concediendo préstamos por unos 4.600 millones de euros a Volkswagen desde 1990. Al mismo tiempo, muchos gobiernos europeos llevaban tiempo presionando a la Unión Europea para mantener ciertos «agujeros» legales en las pruebas de emisiones. Todo esto se aleja mucho del mundo friedmanista del libre mercado y sus empresas libres.

Pero también debemos tener claro qué lleva a VW a querer posicionarse como líder del mercado en tecnologías diésel verdes y cómo afecta esto a la «elección» del consumidor: ser «verde» era un requisito clave en su estrategia de dominio del mercado. VW buscaba ese dominio pese a ser el segundo fabricante de automóviles del mundo, después de Toyota, con casi 600.000 empleados, participando de un oligopolio mundial en que cinco fabricantes producen más de la mitad de los coches del mundo. Tales niveles de concentración del mercado son típicos de la era de capitalismo corporativo global.

Dada su posición dominante en un mercado oligopolístico, es probable que el perjuicio sobre el precio de las acciones y las ventas de VW sea relativamente leve y le suponga poco o ningún daño a largo plazo. Dicho esto, cualquier daño que pueda producirse no será asumido por los accionistas de la empresa —sus réditos se recuperarán porque la responsabilidad limitada les evitará toda repercusión legal o financiera en cualquier caso penal o civil. Los más altos directivos estarán igualmente protegidos —aunque pueda sacrificarse una o dos manzanas podridas. Por el contrario, los trabajadores pagarán el precio cuando la compañía reúna los fondos para recuperar el coste de cualquier reclamación, indemnización o multa— VW advirtió a sus trabajadores que la recuperación del escándalo «no será sin dolor» (Ruddick, 2015). Y, por supuesto, el incalculable daño a nuestra salud ya está hecho. Nunca se señalará como causantes de ese daño a los 11 millones de coches VW vendidos en el mundo por medios intencionalmente fraudulentos y que siguen emitiendo partículas mortales de diesel y NOX.

Como este libro pretende demostrar, el caso VW ilustra perfectamente que la corporación moderna puede ser entendida como un dispositivo criminógeno y externalizador. Criminógeno porque viola la ley de forma calculada y como parte de su modus operandi. Externalizador porque las corporaciones suelen socializar los costes reales de producción —hacia la pérdida de vidas humanas, las muertes prematuras, la transferencia de la riqueza del erario público al balance empresarial o una destrucción medioambiental que pone en peligro la existencia misma del planeta.

Por eso sostenemos que la corporación no puede reformarse. Todas las razones expuestas en este libro demuestran que no podremos alterar el curso de la historia y evitar la destrucción del planeta a menos que encontremos una forma de frenar el poder político y económico de la corporación. La tarea política más acuciante de nuestro tiempo es la abolición de la corporación y los fundamentos económicos, políticos y jurídicos que la sostienen. De no lograrlo, las corporaciones seguirán engañando, mintiendo, robando, mutilando, matando y envenenando hasta extinguirnos.

viernes, 25 de enero de 2013

Un estudio de la Universidad de Zurich reveló que un pequeño grupo de 147 grandes corporaciones trasnacionales, principalmente financieras y minero-extractivas, en la práctica controlan la economía global.

El estudio fue el primero en analizar 43.060 corporaciones transnacionales y desentrañar la tela de araña de la propiedad entre ellas, logrando identificar a 147 compañías que forman una “súper entidad” 

El pequeño grupo está estrechamente interconectado a través de las juntas directivas corporativas y constituye una red de poder que podría ser vulnerable al colapso y propensa al “riesgo sistémico”, según diversas opiniones. El Proyecto Censurado de la Universidad Sonoma State de California desclasificó esta noticia sepultada por los medios y su ex director Peter Phillips, profesor de sociología en esa universidad, ex director del Proyecto Censurado y actual presidente de la Fundación Media Freedom /Project Censored, la citó en su trabajo “The Global 1%: Exposing the Transnational Ruling Class” (El 1%: Exposición de la Clase Dominante Transnacional), firmado con Kimberly Soeiro y publicado en ProjectCensored.org.

Los autores del estudio son Stefania Vitali, James B. Glattfelder y Stefano Battiston, investigadores de la Universidad de Zurich (Suiza), quienes publicaron su trabajo el 26 de octubre 2011, bajo el título “La Red de Control Corporativo Global” (The Network of Global Corporate Control) en la revista científica PlosOne.org. En la presentación del estudio publicado en PlosOne, los autores escribieron: “La estructura de la red de control de las empresas transnacionales afecta a la competencia del mercado mundial y la estabilidad financiera. Hasta ahora, fueron estudiadas sólo pequeñas muestras nacionales y no existía una metodología adecuada para evaluar el control a nivel mundial. Se presenta la primera investigación de la arquitectura de la red de propiedad internacional, junto con el cálculo de la función mantenida por cada jugador global”.

“Encontramos que las corporaciones transnacionales forman una gigantesca estructura como corbata de lazo y que una gran parte de los flujos de control conducen a un pequeño núcleo muy unido de instituciones financieras. Este núcleo puede ser visto como un bien económico, una “súper-entidad” que plantea nuevas cuestiones importantes, tanto para los investigadores y responsables políticos”. El diario conservador británico Daily Mail fue quizás el único del mundo que recogió esta noticia, el 20 de octubre 2011, presentada por Rob Waugh bajo el llamativo titular “¿Existe una “súper-corporación que dirige la economía global? El estudio clama que podría ser terriblemente inestable. La investigación encontró que 147 empresas crearon una “súper entidad” dentro el grupo, controlando el 40 por ciento de la riqueza”.

Waugh explica que el estudio de la Universidad de Zurich “prueba” que un pequeño grupo de compañías -principalmente bancos- ejerce un poder enorme sobre la economía global. El trabajo fue el primero en examinar un total de 43.060 corporaciones transnacionales, la telaraña de la propiedad entre ellas y estableció un “mapa” de 1.318 empresas como corazón de la economía global... Seguir leyendo todo el artículo aquí.