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domingo, 28 de marzo de 2021

Gloriosa entrepierna la del PP: le cabe todo

Publicado en La VozdelSur.es el 8 de marzo de 2021. Ganas de Escribir

El Partido Popular tiene mérito. Lo tiene, porque no es fácil decir una cosa y hacer lo contrario constantemente sin venirse abajo. Porque afirmar algo y prácticamente al mismo tiempo defender una tesis distinta sin inmutarse requiere mucha autoestima y sangre fría. Tiene mucho mérito el ser capaz de mantener durante tantos años, como hizo de nuevo José María Aznar hace unos días en televisión, lo que es manifiestamente contrario a lo que los demás han podido comprobar con sus propios ojos que no es así.

Hay que tener una gran habilidad para desplegar unos cuantos papeles sin enseñar su contenido delante de los periodistas, como hizo en su día Casado, para decir que con ellos demostraba la rigurosidad de sus títulos universitarios sabiendo que allí no podía haber nada escrito que demostrase la mentira que sobre ellos había urdido durante años. O para proporcionar datos falsos un día tras otro en la tribuna de oradores del Parlamento, donde se recoge literalmente y para siempre todo lo que se dice, como ha hecho tantas veces y ha quedado demostrado. Hay que tener mucho aplomo y capacidad para dejar a un lado, en esos casos, la vergüenza y no perder la mirada ni volver la cara.

En fin, hay que reconocer abiertamente que el PP ha hecho cierto lo que decía Emil Cioran: la mentira es una forma de talento.

Un talento, eso sí, que emponzoña España y destroza la convivencia entre los españoles, en beneficio de los mismos que se han apropiado de ella siempre.

Mentir y convertir la realidad en una circunstancia meramente acomodaticia a lo que conviene decir en cada momento tiene una causa que es a la vez consecuencia: establecer un estado de cosas en donde todo vale. Lo que anhela cualquier bandido.

El Partido Popular se presenta siempre como el gran valedor de la Constitución, el cofre sagrado donde descansan los valores de la libertad y la democracia, la garantía de que nuestras instituciones más valiosas se respeten y conserven. Pero se salta a la torera la Constitución cuando le conviene, se financia y actúa al margen de las leyes democráticas, cercena libertades elementales de los demás cuando gobierna y solo respeta las instituciones cuando las controla mientras que las boicotea cuando no tiene en ellas suficiente mayoría.

Una de las manifestaciones más vergonzosas de esa infamia se viene dando en la negativa del PP a negociar la renovación del Consejo Superior del Poder Judicial, donde jueces de su confianza y a su servicio le proporcionan seguridad y protección jurídica a la hora de hacer frente a los diversos procesos que tiene abiertos por sus prácticas corruptas. Un «fraude constitucional«, en palabras de Javier Pérez Royo, cometido por quien dice ser el máximo y más sincero defensor de la Constitución.

El PP no solo está permitiendo que miembros de ese Consejo cuyo mandato ya ha cesado sigan tomando decisiones, sino que se está beneficiando de ello.

En Andalucía, sin embargo, hace lo contrario. Aquí lo que boicotea no es la prórroga de la Cámara de Cuentas, pues ahora que disfruta de mayoría le conviene que se realice cuanto antes, sino su funcionamiento. Niega lo que hace y dice en Madrid y defiende que no es legítimo que el órgano tome decisiones si hay alguna interinidad.

El comportamiento del PP y sus monagos en Andalucía no se justifica por un simple criterio formal. Da la casualidad de que el bloqueo a la Cámara de Cuentas se produce cuando se iba a emitir un informe que podría poner de relieve que el gobierno del Partido Popular tiene sobre sus espaldas los mismos cargos y defectos que criticó con inusitada virulencia al gobierno del PSOE. Parece que al PP no le gusta que se sepa que su gobierno ha mantenido un volumen muy elevado de facturas sin pagar, como suele decirse, escondidas en los cajones. Seguramente, no porque haya deseado hacerlo así, como tampoco lo desearía el PSOE, sino porque gobernar sin recursos suficientes y en la precariedad permanente impide hacer las cosas como uno quisiera o, en este caso, pagar todo lo que se debe en el momento preciso.

Lo criticable, en justicia, no es que el PP no haya tenido más remedio que actuar como el PSOE, apurando al máximo el dinero disponible pero sin poder solucionar o pagar todo lo que se pone por delante. Lo deleznable es la doble vara, la moral de goma del Partido Popular que le permite azotar sin piedad a los demás y mentir para ocultar que cuando le toca hace exactamente lo mismo que critica en la oposición.

Todo eso se puede hacer porque en España no disponemos de ningún mecanismo que obligue a nuestros gobernantes y representantes a rendir cuentas de lo que hacen y dicen. Se afirma que las rinden cuando se presentan de nuevo a las elecciones pero no es cierto que esa sea una forma de hacerlo que pueda evitar que tantos políticos conviertan a la mentira y el cinismo en su instrumento cotidiano. A las pruebas me remito.

La democracia -por muy limitada que sea- es el mejor sistema que conocemos para que se revelen las preferencias de la población. Por eso es incompatible con el engaño y la doble moral que constantemente practica el Partido Popular porque entonces se falsea la percepción y la expresión de las preferencias ciudadanas.

Tiene mucho mérito, como decía al principio, que a los dirigentes del Partido Popular no les cruja la cara cada vez que mienten o al hacer lo mismo, cuando gobiernan, que lo que critican con tan mala sangre cuando están en minoría. Causa admiración que su entrepierna sea un arco del triunfo de tamaña desmesura, capaz de que pasen limpiamente bajo él tantos carros y carretas. Pero es triste que se esté pasando por ahí a la Constitución que dice defender, a media España y a la democracia.

Juan Torres López   

sábado, 29 de febrero de 2020

El voto a vox, quiénes y por qué les votan.

...Con ese voto, añade Rodríguez-Pose, están diciendo: “Si yo no tengo futuro, tú tampoco lo vas a tener”.

En su opinión, el “populismo” en Europa propone una “trinidad” con la que atrae a estos lugares que no importan: “Un discurso antiélite, un discurso antiinmigrantes y un discurso antieuropeo”. Los tres vectores generan un pensamiento binario: la idea del “nosotros frente a ellos”, fácil de comprender, en lugar de abordar los verdaderos retos que plantean la globalización, las migraciones, las economías de plataforma, la precarización del empleo, la tecnologización… “Estamos dejando problemas muy complejos que requieren un gran nivel de coordinación en manos de profetas que venden soluciones muy simples”. Y alerta de que este descontento generalizado y en especial “con la política y la democracia” es “el cóctel perfecto para que líderes de corte mesiánico se aprovechen, lleguen al poder y transformen la sociedad”. 

Datos contra los bulos
Desde su origen, Vox difunde numerosas afirmaciones que no se sustentan con datos y hechos probados. A continuación, algún ejemplo.

1. Inmigración
Ningún migrante recibe dinero por el hecho de llegar a España. Sí reciben atención humanitaria básica, regulada en el Real Decreto 441/2007. Tampoco optan a ayudas antes que un español. Estas se conceden por criterios objetivos en función de la renta y el grado de vulnerabilidad, con independencia del origen. Toda persona con residencia legal puede optar a las prestaciones de la Seguridad Social, según la Ley de Extranjería y siguiendo el principio de no discriminación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que España asume en la Constitución.

2. Seguridad.
España era en 2017 el tercer país más seguro de Europa, según Eurostat. Entre 2008 y 2018 la tasa de criminalidad se ha reducido de 51,9 a 44,1 infracciones penales por cada 1.000 habitantes, según el Ministerio del Interior. En ese periodo el porcentaje de extranjeros en España ha pasado del 11,3% al 10,1%, según el INE.

3. Cambio climático.
Existe consenso científico sobre la causa antropogénica del calentamiento global. Los estudios más fiables los elabora el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, organismo científico auspiciado por la ONU.

4. Violencia de género.
El convenio de Estambul, ratificado por España, la ONU y la legislación española reconocen la existencia de una violencia específica contra las mujeres, y por tanto distinta de la doméstica. Las condenas por denuncias falsas en casos de violencia de género rondan el 0,01% del total, según la Fiscalía General del Estado. Según el CGPJ, un 70% de las sentencias sobre violencia de género acabaron en condena en 2018; el 75% de los condenados por delitos sexuales en 2017 eran españoles.

https://elpais.com/elpais/eps.html

jueves, 11 de abril de 2019

¿Quién quiere privatizar las pensiones públicas aunque diga lo contrario?

Juan Torres López
Ganas de escribir

En las últimas horas se ha levantado revuelo en los medios de comunicación porque el presidente Pedro Sánchez ha acusado al Partido Popular de querer privatizar las pensiones. Enseguida, desde el Partido Popular lo han negado, concretamente a través de mi amigo Daniel Lacalle (la noticia aquí ).

Como siempre, el debate (si a estos rifirrafes se le puede llamar debates) tiende a generar confusión por los términos en que se plantea.

Es cierto que en España, salvando a algún ultraliberal sin responsabilidades políticas, casi nadie aboga por la sustitución completa del actual sistema público de pensiones (basado en el reparto, es decir, en que los cotizantes actuales financien con sus salarios las pensiones actuales) por otro de capitalización (basado en que cada persona ahorre lo que pueda, que ese ahorro lo gestionen fondos de inversión y que el ahorrador “rescata” ese ahorro más los intereses como pensión).

Las razones de por qué no se defiende abiertamente la privatización de las pensiones públicas son tres. La primera, que la inmensa mayoría de los votantes de todos los partidos prefiere y defiende que se mantengan como tales. La segunda, que es muy difícil de vender lo que la experiencia de los fondos de pensiones de capitalización privada han demostrado: que son muy inseguros, poco rentables y que terminan por dejar tirados a los ahorradores si no son rescatados con dinero público, bien a través de ayudas fiscales o directas del gobierno. Y la tercera, porque es muy comprometido decirle a los votantes que lo que en realidad se está proponiendo es un sistema que sólo va a proporcionar pensiones de jubilación a quienes a lo largo de la vida laboral hayan podido ahorrar, algo que con los salarios actuales no puede hacer todo el mundo.

Es por esas tres razones por lo que ni los propios liberales ni los bancos y demás entidades financieras que son quienes más están interesados en que haya un sistema de capitalización que les permitiría manejar una suma inmensa de ahorro, defienden un cambio radical. Y es por eso que desde hace años han optado por plantear una estrategia más sutil para llegar a la privatización: dejar que el sistema de pensiones públicas se vaya debilitando sin que se note mucho (básicamente reduciendo la pensión por diferentes métodos), al mismo tiempo que fomentan que la gente vaya recurriendo cada vez más al ahorro privado mediante incentivos, publicidad, ayudas fiscales y, sobre todo, con un discurso catastrofista y machacón orientado a convencer a la gente de que en el futuro no será posible que haya pensiones públicas (sobre todo, por un argumento falso pero muy convincente de crecimiento demográfico).

Pero es evidente que quien propone que una parte de las pensiones se financie a través de un sistema de capitalización está defendiendo que se privaticen las pensiones públicas, en todo o en parte. Y es evidente también que, en un sistema de vasos comunicantes, es decir, de recursos limitados, más recursos en el lado privado supone menos en el público y, por tanto, su muerte a cámara lenta.

Por eso llevan razón quienes dicen que darle cabida al sistema de actualización es privatizar las pensiones, aunque quienes proponen esto último digan al mismo tiempo que quieren que eso se vaya compatibilizando con el sistema de reparto.

Seamos serios. Cómo puede decir que no defiende la privatización del sistema (no digo en el todo y a corto plazo, pero desde luego que sí en parte y condicionando el medio y largo plazo) quien propone: a) que bajen las pensiones públicas b) que se creen mecanismos de capitalización (en el sector privado) para proporcionar pensiones privadas y c) que se den ayudas a los fondos privados que gestionan ese ahorro,

Por eso me extraña que diga el Partido Popular que no busca privatizar las pensiones. Las declaraciones de sus dirigentes en ese sentido son muy numerosas y los medios han dado buena muestra de ello. Por ejemplo:

Rajoy aconseja ahorrar para “complementar” la pensión

El PP aplaude la mejora de las condiciones de los planes de pensiones privados porque “mejorará la capacidad ahorradora de los españoles”

Villalobos quiere ‘privatizar’ las pensiones

El Gobierno incentiva que los jóvenes contraten planes privados para complementar su pensión de jubilación

Daniel Lacalle (amigo a pesar de la enorme distancia ideológica que nos separa) también ha defendido en muchas ocasiones la puesta en marcha de un sistema de capitalización privado como complementario del público.

Por ejemplo, en los siguientes videos o artículos:


Y me choca, por último, que quienes defienden la privatización de las pensiones a través del sistema de capitalización renieguen de su ideología liberal. No lleva razón Daniel Lacalle cuando dice que defender la privatización o el sistema de capitalización no es algo propio de los liberales. ¡Claro que sí! Es algo evidente.

Otra cosa es que en las filas de otras corrientes, y particularmente de la socialdemocracia, se hayan infiltrado con frecuencia y con gran influencia a veces, esas ideas liberales. De hecho, uno de los pocos responsables políticos liberales que tuvo la valentía y la coherencia de defender la privatización a través del sistema de actualización fue David Taguas, cuando era director de la Oficina Económica de La Moncloa con Rodríguez Zapatero (en la revista Panorama Social, 2007, nº 4). Y otro Pedro Solbes puso en marcha también mecanismos de ayuda a las pensiones privadas a pesar de estar en las filas de un partido supuestamente socialista.

Otro debate es si la defensa de la privatización (total o ahora parcial para que termine siéndolo al completo con el tiempo) tiene detrás razones científicas que justifiquen su bondad o si se trata de una propuesta que se realiza sólo por razones ideológicas que al final sólo terminan beneficiando a las entidades financieras que gestionan el ahorro y a los grandes patrimonios financieros. Aunque mi idea es esta última, no es esta cuestión materia de este artículo.

Quien desee saber más puede leer el libro que escribí con Vicenç Navarro titulado Lo que tienes que saber para que no te roben la pensión , o buscar información en las web de otros economistas críticos o de grupos como Economistas frente a la crisis , en donde se pueden encontrar análisis muy rigurosos al respecto.
http://www.juantorreslopez.com/

Fuente:

http://www.juantorreslopez.com/quien-quiere-privatizar-las-pensiones-publicas-aunque-diga-lo-contrario/

sábado, 26 de noviembre de 2016

La empresa criminal. Por qué las corporaciones deben ser abolidas. Steve Tombs y David Whyte. Icaria Barcelona. 2016. 208 pag.


     CAPITALISMO. Con rigor académico y sencillez divulgativa, los autores explican a lo largo de seis capítulos cómo y por qué las corporaciones definen y destruyen nuestra vida diaria. Fuentes diversas, pruebas empíricas, análisis históricos y argumentos teóricos demuestran más allá de toda duda razonable que las empresas privadas con ánimo de lucro son criminales habituales y rutinarios. La corporación tiene licencia para matar, mutilar y robar en beneficio propio. Su facultad para dañar a las personas y al medio ambiente se construye desde el derecho y la política. Los autores sostienen que la corporación no puede reformarse. "La tarea política más acuciante de nuestro tiempo es la abolición de la corporación y los fundamentos económicos, políticos y jurídicos que la sostienen. De no lograrlo, las corporaciones seguirán engañando, mintiendo, robando, mutilando, matando y envenenando hasta extinguirnos". Si no podemos imaginar un mundo sin empresas, Advierten Tombs y Whyte, no habitaremos jamás ese mundo; y la destrucción seguirá siendo un hecho natural. Para estos autores el pensamiento utópico no es lo contrario a la búsqueda de reformas. "Las segundas no solo coexisten sino que a menudo se apoyan en el primero. Se ahí que las reformas carentes de espíritu utópico tiendan a quedarse en el reformismo y, mejoras parciales aparte, puedan tener el efecto contraproducente de reforzar a las corporaciones mientras fingen domesticarlas."


Steve Tombs es catedrático de Criminalogía de la Open University. Estudia la naturaleza, incidencia y regulación del crimen corporativo.
David Whyte es catedrático de estudios Sociológicos en la Universidad de Liverpool.
Julia García Lapuente.
Le Monde Diplomatique en español. Noviembre 2016.

En mayo de 2015, el mes en que fue publicada la edición en inglés de este libro, un regulador estadounidense, la Junta de Recursos del Aire de California (California Air Resources Board – carb), emprendió una serie de pruebas en respuesta a las inquietudes planteadas sobre la exactitud de las mediciones de emisiones contaminantes en los coches producidos por el fabricante alemán Volkswagen. La carb encontró incoherencias importantes y luego informó a Volkswagen y a la Agencia de Protección Medioambiental (Environmental Protection Agency – epa). De ahí acabó surgiendo un caso paradigmático de crimen corporativo.

Volkswagen había instalado un software que permitía manipular los datos de emisiones de sus coches. El software detectaba cuándo se encontraba el automóvil en un banco de pruebas y cambiaba de posición para reducir al mínimo las emisiones de óxido de nitrógeno (NOx). Fuera del banco de pruebas, el coche volvía a la posición «normal» de mayor eficiencia para multiplicar hasta 40 veces el límite legal de emisiones. El 4 de noviembre, vw admitió que los dispositivos manipulados también fueron instalados en los motores de gasolina y enmascararon sus emisiones de CO2. La empresa también admitió haber instalado ese software en una lista de marcas propiedad de VW mucho mayor que la admitida previamente, incluidas Porsche, Audi, Seat y Skoda. El número de vehículos afectados aumentaba cada día, entre ellos 700.000 coches en España (McHugh, 2015). Los delitos de Volkswagen —y claramente eran delitos— incluían el fraude organizado para asegurar la dispersión incontrolada del que puede ser nuestro mayor asesino contaminante, el NOX, responsable de la mitad de las muertes relacionadas con la contaminación en el mundo desarrollado, así como del principal causante del cambio climático: el CO2.

Pese a esas devastadoras revelaciones, VW siguió vendiendo coches con sus emisiones medidas por dispositivos manipulados incluso después del «escándalo» conocido en septiembre de 2015, mientras negaba todo conocimiento de la dirección sobre el fraude perpetrado. En marzo de 2016, justo cuando estábamos a punto de terminar este texto, VW admitió que su exdirector general, Martin Winterkorn, recibió en mayo de 2014 un memorándum que detallaba cómo algunos coches VW producían hasta 35 veces más emisiones de óxido de nitrógeno de lo permitido. Antes de marzo de 2016, la compañía había dicho que Winterkorn —que renunció después del escándalo en septiembre de 2015— desconocía el tema. Por supuesto, nunca había resultado creíble que los directivos en VW no llevaran años al tanto. Los técnicos de VW habían advertido sobre prácticas ilegales de las emisiones en 2011, y Bosch había informado a VW en 2007 sobre los riesgos del uso ilegal de su tecnología de software. Además, no era la primera vez que VW usaba esa tecnología. El investigador André Spicer señaló que VW llevaba montando dispositivos defectuosos en sus coches desde 1973. Esta fue una historia arquetípica, pues ocurrió en una industria que ha sido acusada de utilizar métodos fraudulentos en las pruebas de emisión como práctica sistemática. Y también lo fue en la medida que Volkswagen no fue la única empresa automovilística envuelta en un gran escándalo por la seguridad o la integridad de sus vehículos.

Los motores de GM habían sido objeto de una importante demanda en 2014 a causa de unos interruptores de arranque defectuosos que causaban bloqueos y fallos de seguridad. La compañía pagó indemnizaciones por 124 muertes. También en 2014, BMW, Chrysler, Ford, Honda, Mazda, Nissan y Toyota anunciaron la retirada de vehículos por un problema con el inflado de sus airbags (que arrojaba fragmentos de metralla metálica a alta velocidad). La metralla había matado a un número indeterminado de personas. La demanda, que afectó a 40 millones de vehículos en todo el mundo, fue la más importante en la historia de la industria. Durante 2014 y 2015, Fiat Chrysler se vio envuelta en un caso similar porque los depósitos de su Jeep Cherokee explotaban al romperse por impacto trasero. Un informe del Centro para la Seguridad del Automóvil (Center for Auto Safety) ha documentado 185 accidentes fatales por explosiones del depósito del Jeep Cherokee, con un saldo de 270 muertes y numerosos heridos por quemaduras graves. El veterano activista Ralph Nader, autor del libro pionero en el tema Unsafe at Any Speed, describió en 2011 al Grand Cherokee como «el Pinto moderno para las mamás futboleras».

Hoy es habitual que los estudiantes de empresariales en el mundo angloparlante (y gran parte del resto) cursen una asignatura de «ética de los negocios» como parte de su grado. El caso más común que estudiarán en dicho módulo es el del «Ford Pinto» (Shaw, 2011; Birsch y Fielder, 1994). El caso salió a la luz en 1977, tras la publicación de un detallado artículo de prensa (Dowie, 1977). Tras la fase de pruebas, Ford estaba al corriente del grave riesgo de explosión de los depósitos de combustible de su nuevo modelo «Pinto» en caso de impacto trasero. La corporación empleó una serie de cálculos (para comparar el valor de los posibles daños y lesiones con el coste de retirarlos) La empresa optó por no retirarlos basándose en una estrategia de rentabilidad si únicamente morían 180 personas por colisiones traseras. El coche salió al mercado y allí siguió durante 10 años, mientras se amontonaban los cadáveres por los choques de impacto trasero.

Si el caso del «Ford Pinto» puede ser el más citado a propósito de la ética en los negocios, es en parte por el extraordinario nivel de profundidad con que el caso ha sido estudiado, pero también debido a que al tiempo transcurrido proporciona seguridad. Los libros de texto sobre los negocios no suelen recoger los casos en que la historia se repite trágicamente. De hecho, las estimaciones oficiales muestran que tres de los casos recién señalados se han cobrado más de 20 veces el número de vidas que el Ford Pinto. Pero el estudio de caso que se propone a los estudiantes de empresariales sucedió en 1977.

Una de las razones por las que hemos escrito este libro era mostrar que el crimen corporativo está en todas partes. En su carrera por la acumulación de ganancias, todas las grandes corporaciones de todos los sectores se ven obligadas a romper las reglas en algún momento. Todas acaban poniendo el beneficio por delante de la salud humana o el interés general. Queremos mostrar que esta dinámica no es solo un resultado desafortunado de las decisiones tomadas en una sala de juntas o del error de un inversor «codicioso». El impulso a delinquir y causar daño a expensas de la corporación está en el ADN de las estructuras políticas y jurídicas que dan vida a la corporación. Recorreremos la historia de esas estructuras para explicar que la corporación —esa forma de propiedad que fue ganando importancia social desde principios del siglo XIX—, nació como mecanismo para asegurar la impunidad ante cualquiera de los daños humanos que produzca.

La historia de la corporación es la historia de sus crímenes, una historia muy anterior a la industria del automóvil moderno. Es, de hecho, más antigua que cualquiera de las industrias modernas. La corporación fue concebida como una «persona» idealizada, con su propia identidad, con capacidad de poseer propiedades y reclamar «derechos» hasta entonces reservados a algunas personas físicas. Es este mismo proceso el que permite atribuirle también ciertas formas de falsa racionalidad —incluida la capacidad de comportarse de modo «responsable» y «ético».

Pero incluso los mayores entusiastas del capitalismo admiten que la persona corporativa con capacidad para pensar, actuar y comportarse con facultades humanas es poco más que una artimaña. El famoso gurú neoliberal Milton Friedman ya se burlaba en 1970 de que las corporaciones pudieran ser más responsables que un edificio o que un escritorio dentro de ese edificio.

A raíz del caso del Ford Pinto, Friedman pronunció otra asombrosa declaración en apoyo de Ford, esta vez en un coloquio televisado con estudiantes de economía. De acuerdo con su enfoque teórico sobre la regulación, Friedman defendió la decisión de Ford desde una lógica de mercado. Su argumento fue este: la decisión sobre el valor de la seguridad del coche no debe ser un asunto público, pues el público no participa en la transacción original. El valor de la seguridad del coche debe dejarse en manos de las partes directamente involucradas en la compra y uso del coche. Desde esta perspectiva, el consumidor es «libre» para decidir si prioriza la seguridad o el precio, y la injerencia del gobierno no es deseable —más allá de fijar los mecanismos legales básicos de aplicación y adjudicación.

Esta afirmación presume, a su vez, que los consumidores racionales son capaces de emplear su conocimiento sobre los productos para tomar decisiones informadas. En pocas palabras, esto significa que toda una lógica de mercado como la articulada por Milton Friedman se basa en esa presunción. De ahí que, llegado el momento, Friedman diga: «Sabemos que cuando compramos un Pinto, las probabilidades de ser asesinado son mayores que las de morir en un camión Mack. [...] Cada uno en esta sala podría, por cierto precio, reducir sus probabilidades de morir mañana».

Pero todos esos casos en la industria del automóvil muestran que la noción idealizada del consumidor racional es falsa. En todos esos casos, las corporaciones evitan activamente que los consumidores cuenten con información suficiente para tomar tal decisión. En todos los casos analizados se ocultó al público, a los consumidores y a los propietarios de vehículos una información que sin duda podría haber salvado muchas vidas. Para proteger su reputación y su posición en el mercado, los ejecutivos de las empresas decidieron guardar cada sucio secreto mientras pudieron.

En un sentido más amplio, este nivel de engaño corporativo no solo se activa en respuesta al descubrimiento de los crímenes de la corporación. Una forma de fraude estratégica (más que reactiva), se observa en las actuales previsiones de impacto social de la empresa. VW, por ejemplo, había presentado sus coches como contribuciones «verdes» a la protección medioambiental. Y los gobiernos, tragando esa mentira, pervirtieron el presunto «libre» mercado al apoyar el desarrollo de los coches diésel mediante subsidios y exenciones de impuestos.

Los neoliberales como Friedman aceptan que, cuanto más incompleto o «imperfecto» es el conocimiento de un producto, más se pervierte la transacción, pero no admiten la capacidad del poder para distorsionar las transacciones en el mercado. Las corporaciones no solo cometen delitos sino que mienten sobre esos delitos y luego encubren sus mentiras. Además, como sostenemos en este libro, nuestros supuestos representantes políticos —los gobiernos y reguladores— les otorgan la facultad de hacerlo en cada pequeño paso del proceso.

El gobierno español, por poner un ejemplo, concedió ayudas de 1.000 euros para la compra de cada «coche diesel limpio» (McHugh, 2015), transfiriendo una fortuna desde el estado a las empresas —en un contexto de austeridad severa para la mayoría de la población. Mientras tanto, el Banco Europeo de Inversiones venía concediendo préstamos por unos 4.600 millones de euros a Volkswagen desde 1990. Al mismo tiempo, muchos gobiernos europeos llevaban tiempo presionando a la Unión Europea para mantener ciertos «agujeros» legales en las pruebas de emisiones. Todo esto se aleja mucho del mundo friedmanista del libre mercado y sus empresas libres.

Pero también debemos tener claro qué lleva a VW a querer posicionarse como líder del mercado en tecnologías diésel verdes y cómo afecta esto a la «elección» del consumidor: ser «verde» era un requisito clave en su estrategia de dominio del mercado. VW buscaba ese dominio pese a ser el segundo fabricante de automóviles del mundo, después de Toyota, con casi 600.000 empleados, participando de un oligopolio mundial en que cinco fabricantes producen más de la mitad de los coches del mundo. Tales niveles de concentración del mercado son típicos de la era de capitalismo corporativo global.

Dada su posición dominante en un mercado oligopolístico, es probable que el perjuicio sobre el precio de las acciones y las ventas de VW sea relativamente leve y le suponga poco o ningún daño a largo plazo. Dicho esto, cualquier daño que pueda producirse no será asumido por los accionistas de la empresa —sus réditos se recuperarán porque la responsabilidad limitada les evitará toda repercusión legal o financiera en cualquier caso penal o civil. Los más altos directivos estarán igualmente protegidos —aunque pueda sacrificarse una o dos manzanas podridas. Por el contrario, los trabajadores pagarán el precio cuando la compañía reúna los fondos para recuperar el coste de cualquier reclamación, indemnización o multa— VW advirtió a sus trabajadores que la recuperación del escándalo «no será sin dolor» (Ruddick, 2015). Y, por supuesto, el incalculable daño a nuestra salud ya está hecho. Nunca se señalará como causantes de ese daño a los 11 millones de coches VW vendidos en el mundo por medios intencionalmente fraudulentos y que siguen emitiendo partículas mortales de diesel y NOX.

Como este libro pretende demostrar, el caso VW ilustra perfectamente que la corporación moderna puede ser entendida como un dispositivo criminógeno y externalizador. Criminógeno porque viola la ley de forma calculada y como parte de su modus operandi. Externalizador porque las corporaciones suelen socializar los costes reales de producción —hacia la pérdida de vidas humanas, las muertes prematuras, la transferencia de la riqueza del erario público al balance empresarial o una destrucción medioambiental que pone en peligro la existencia misma del planeta.

Por eso sostenemos que la corporación no puede reformarse. Todas las razones expuestas en este libro demuestran que no podremos alterar el curso de la historia y evitar la destrucción del planeta a menos que encontremos una forma de frenar el poder político y económico de la corporación. La tarea política más acuciante de nuestro tiempo es la abolición de la corporación y los fundamentos económicos, políticos y jurídicos que la sostienen. De no lograrlo, las corporaciones seguirán engañando, mintiendo, robando, mutilando, matando y envenenando hasta extinguirnos.