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jueves, 15 de febrero de 2024

Lo que revelan los videos de soldados israelíes: burlas y destrucción.

Un análisis de videos en las redes sociales mostró a soldados israelíes destruyendo lo que parecía ser propiedad civil en Gaza. Las imágenes ofrecen un vistazo inusual y no autorizado a la guerra.


Por Aric Toler, Sarah Kerr, Adam Sella, Arijeta Lajka y Chevaz Clarke Esta historia fue reportada desde Nueva York. Adam Sella reportó desde Tel Aviv.



Un soldado israelí levanta el pulgar ante la cámara mientras maneja una excavadora por una calle de Beit Lahia, en el norte de Gaza, empujando un auto maltrecho hacia un edificio medio derruido.

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“He dejado de contar cuántos barrios he borrado”, reza el pie de foto del video publicado en su TikTok personal, acompañado de un himno militarista.

Desde la invasión israelí en octubre, los soldados han publicado videos en las redes sociales desde Gaza, ofreciendo una mirada inusual y no autorizada de las operaciones sobre el terreno. Algunos han sido vistos por pequeños círculos de personas; otros han llegado a decenas de miles.

The New York Times examinó cientos de estos videos. Algunos muestran aspectos anodinos de la vida de un soldado: sus comidas, cómo pasa el rato o los momentos en los que envía mensajes a sus seres queridos en casa.

Otros muestran a soldados que han destrozado tiendas locales y aulas escolares, también los han captado haciendo comentarios despectivos sobre los palestinos o cuando arrasaban lo que parecen ser zonas civiles y pedían la construcción de asentamientos israelíes en Gaza, una idea incendiaria que promueven algunos políticos israelíes de extrema derecha.

Algunas de las publicaciones de los soldados infringen las normas de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), las cuales restringen el uso de las redes sociales por parte de su personal, y que específicamente prohíben compartir contenido que pueda “afectar la imagen de las FDI y su percepción ante la opinión pública” o que muestren comportamientos que “atenten contra la dignidad humana”.

Mediante un comunicado, el ejército israelí condenó los videos filmados por soldados que aparecen en este artículo.

“La conducta de las fuerzas que aparecen en las imágenes es deplorable y no cumple con las órdenes del ejército”, señaló la institución en una declaración escrita. Y añadió que se estaban examinando las “circunstancias”.

Sin embargo, siguen apareciendo en internet nuevos videos como estos que recuerdan las muchas maneras en las que las redes sociales están cambiando la guerra. En Rusia y Ucrania, los soldados ahora comparten videos directamente desde el campo de batalla, publican con frecuencia imágenes de combate y a veces incluso ofrecen una perspectiva en primera persona desde cámaras montadas en cascos. También se han publicado videos que muestran torturas y ejecuciones.

Ahora que la guerra de Israel en Gaza está sometida a un intenso escrutinio, muchos de los videos de los soldados grabados en Gaza han avivado las críticas. Uno de ellos se proyectó y otros cinco se citaron como pruebas en el caso que Sudáfrica presentó ante la Corte Internacional de Justicia para acusar a Israel de genocidio, algo que Israel ha negado de manera categórica.

El Times rastreó más de 50 videos hasta las unidades israelíes de ingeniería de combate militar, que muestran el uso de topadoras, excavadoras y explosivos para destruir lo que parecen ser casas, escuelas y otros edificios civiles.

Los expertos en derechos humanos han expresado su preocupación por la magnitud de este tipo de destrucción en zonas bajo control militar israelí, señalando que los estándares internacionales de guerra requieren una clara necesidad militar de destruir propiedad civil.

Los videos de este artículo se han verificado determinando las fechas y lugares donde fueron grabados, o confirmando que los soldados que aparecen en ellos y sus unidades estaban en Gaza en el momento en que se subieron las imágenes.

Ninguno de los soldados que grabaron y publicaron los videos respondió cuando se les pidieron comentarios.

Más de 27.000 palestinos han muerto en Gaza desde que comenzaron los bombardeos y la invasión israelíes del enclave, según las autoridades sanitarias de Gaza. La ofensiva israelí se produjo tras los ataques dirigidos por Hamás contra Israel el 7 de octubre, que mataron a casi 1200 personas, según funcionarios israelíes.

La base en ‘Nova Beach’
Tras su invasión terrestre a fines de octubre, el ejército israelí estableció bases a lo largo de la costa norte de Gaza. La zona, que los soldados bautizaron como Nova Beach, en referencia al festival de música en el que murieron 364 personas a manos de Hamás y sus aliados el 7 de octubre, es el telón de fondo de muchos de los videos de las redes sociales analizados por el Times.

Antes de la guerra, la zona estaba compuesta por viviendas de familias gazatíes, propiedades vacacionales, invernaderos y campos de cultivo. Una casa dañada en Gaza, en lo que ahora es una base costera israelí, es el escenario de un video publicado en noviembre por un reservista que también es DJ.

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El video iba acompañado de una versión paródica de la canción israelí This Was My Home, que apareció en una escena cómica israelí y se ha difundido en internet en los últimos meses entre los usuarios israelíes de las redes sociales para burlarse de los palestinos.

“Esta era mi casa, sin electricidad, sin gas”, dice la canción, mientras un soldado se acomoda entre los escombros de la casa dañada antes de asomarse a la ventana y señalar la escena de destrucción exterior. La casa fue destruida a finales de diciembre, según muestran las imágenes por satélite.

“Es desgarrador, inhumano”, declaró al Times Basel al-Sourani, abogado internacional especializado en derechos humanos del Centro Palestino de Derechos Humanos, organización sin ánimo de lucro con sede en la ciudad de Gaza, “y simplemente demuestra que, en esencia, los israelíes quieren a los palestinos fuera de su hogar, la Franja de Gaza”.

Usando otro meme popular, el mismo soldado también publicó un video a mediados de noviembre al son de un remix llamado Shtayim, Shalosh, Sha-ger, (Dos, tres, lanzamiento). En el video, ampliamente compartido, los soldados bailan frente a la cámara y, cuando se oye la palabra “lanzamiento”, el video pasa a una toma de un edificio siendo detonado.

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Poco después de que el Times preguntó a TikTok por los videos que aparecen en este artículo, los videos fueron retirados de la plataforma. Un representante de TikTok aseguró que los clips infringían las directrices de la empresa, incluyendo sus políticas sobre incitación al odio y comportamiento.

Meta, propietaria de Facebook e Instagram, no respondió a la solicitud para hacer comentarios.

Un vistazo a las demoliciones
Algunas de las cuentas más activas revisadas por el Times pertenecían a soldados de unidades del Cuerpo de Ingeniería de Combate del ejército israelí, que utiliza maquinaria pesada, incluyendo excavadoras, con el fin de despejar caminos para las fuerzas militares, descubrir y destruir túneles, y arrasar estructuras. El Times documentó hace poco demoliciones controladas realizadas por unidades de ingeniería en toda Gaza.

En un video filmado en las afueras de Jan Yunis, en el sur de Gaza, a principios de enero, se puede ver a soldados de ingeniería de combate que fuman pipas de narguile antes de que unas explosiones derriben edificios residenciales en el fondo. Acto seguido, levantan copas para brindar.

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​​En algunos de los videos de los ingenieros de combate, los soldados israelíes se burlan de los palestinos mientras destruyen estructuras y propiedades. En otros, que han sido muy compartidos en las redes sociales, los soldados dedican la destrucción de edificios a las víctimas de los ataques del 7 de octubre y a sus familiares. En un video de TikTok, los soldados dedican la demolición de un edificio a Eyal Golan, un cantante israelí que ha pedido la destrucción total de Gaza. Sudáfrica citó este video como prueba de lo que llamó “discurso genocida de los soldados” en su caso contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia.

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Mientras la topadora se dirige hacia los muros restantes de una casa parcialmente destruida en Jan Yunis, los soldados gritan: “Eyal Golan, nuestro hermano querido, te queremos”. Y añaden: “Esta casa es para ti”.

Un entorno destruido
El 12 de diciembre, un soldado de ingeniería de combate compartió una fotografía en su cuenta de TikTok con tres excavadoras blindadas y un entorno destruido cerca de la base israelí en la costa norte de Gaza.

ImageSeveral bulldozers are parked in what looks like freshly distributed sand along the beach. Una imagen de la playa despejada en el norte de Gaza que fue publicada en TikTok por el ingeniero de combate, el 12 de diciembre de 2023.

“Este es el resultado de mucho trabajo… todo el lugar estaba cubierto de vegetación y casas hasta que llegamos allí”, reza el pie de foto.

Casi a 1,6 kilómetros al sur de la costa, se puede ver una destrucción similar en imágenes por satélite captadas a finales de diciembre, que muestran que al menos 63 edificios, incluyendo viviendas, fueron demolidos en un radio de 400 metros de la base. En ese momento, la zona se encontraba a poco más de 2 kilómetros de la frontera del territorio controlado por Israel, según los mapas publicados por el Instituto para el Estudio de la Guerra.

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Satellite images of residential buildings in northern Gaza from before the war on July 4, 2023, and then on Dec. 31, 2023, after Israeli troops had demolished many civilian buildings near one of their beach bases.CreditCredit...The New York Times, Source: Planet Labs

Los escombros visibles coinciden con los métodos de limpieza utilizados por las unidades de ingeniería de combate que se ven en videos filmados en otros lugares de Gaza y analizados por el Times. Israel ha utilizado excavadoras para despejar grandes extensiones de tierra y propiedades en toda Gaza desde finales de octubre.

El Times envió al ejército israelí las coordenadas de cada una de las 63 estructuras y solicitó comentarios sobre la necesidad militar de destruirlas. En una respuesta por escrito, el ejército declaró que Israel “estaba librando actualmente una guerra compleja” y que “hay dificultades para rastrear casos concretos con una coordenada específica en este momento”.

Cuatro expertos jurídicos revisaron los videos de las redes sociales y las imágenes de satélite cercanas a la base y afirmaron que las imágenes podrían utilizarse para demostrar una destrucción ilegal, una violación de los Convenios de Ginebra.

John Quigley, profesor emérito de derecho en la Universidad Estatal de Ohio especializado en legislación internacional de los derechos humanos, señaló en un correo electrónico que “el alcance de la destrucción de edificios residenciales en Gaza sugiere que las FDI están aplicando un estándar para la protección de la propiedad privada que no cumple con las normas internacionales para la guerra”.

En respuesta a las preguntas sobre el derribo de viviendas civiles por parte de los soldados, un portavoz militar israelí, Nir Dinar, dijo que los militares actúan por “necesidad operativa” y siguen las leyes de la guerra. “Las casas que están siendo derribadas son edificaciones que implican una amenaza para las fuerzas que operan, o son un objetivo militar de algún tipo”, comentó al Times por teléfono. “Hay una buena razón para la eliminación de cada objetivo”.

Israel también está llevando a cabo demoliciones controladas a lo largo de los casi 58 kilómetros de frontera terrestre de Gaza con el fin de crear una “zona de contención”. Expertos jurídicos han cuestionado la legalidad de estas demoliciones y señalan que es poco probable que todos los edificios destruidos supusieran una amenaza militar inmediata.

Riley Mellen y Neil Collier colaboraron a este reportaje desde Nueva York, Johnatan Reiss y Patrick Kingsley desde Jerusalén y Mohammed Almajdalawi desde Gaza. Alexander Cardia colaboró con la producción.

Aric Toler es reportero del equipo de Investigaciones Visuales del Times, donde utiliza técnicas emergentes de descubrimiento para analizar información de código abierto. Más de Aric Toler

Sarah Kerr es reportera y productora de la unidad de video del Times y cubre historias y noticias de última hora nacionales e internacionales. Más de Sarah Kerr

Chevaz Clarke es editora de imágenes en directo en The New York Times y trabaja en estrecha colaboración con el equipo de la sección Live en la cobertura visual y se centra en la narración en video. Más de Chevaz Clarke.

lunes, 6 de marzo de 2023

‘Sobre la historia natural de la destrucción’: el incómodo recuerdo de los bombardeos aliados sobre Alemania.

El director ucranio Loznitsa lleva al cine el ensayo de W. G. Sebald sobre los ataques aéreos masivos contra la población civil alemana durante la Segunda Guerra Mundial



Seiscientos mil civiles alemanes murieron víctimas de la batalla aérea de los aliados sobre el país durante la Segunda Guerra Mundial. Tres millones y medio de viviendas de ciudades como Dresde, Colonia y Hamburgo quedaron destruidas. Y Winston Churchill llegó a decir en un discurso: “La población civil alemana tiene una manera fácil de escapar de esta severidad: lo que deben hacer es dejar las ciudades donde llevan a cabo los trabajos de munición; abandonar su trabajo, salir al campo y mirar el fuego en sus casas desde la distancia”.

Sin embargo, como escribió W. G. Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción, poco se reflexionó en Alemania en las décadas siguientes acerca de este drama, de los bombardeos conscientes y planificados contra la población civil, a causa de la posición sumamente precaria de quienes vivían en una sociedad desacreditada moralmente por completo. Un pueblo que había asesinado y maltratado hasta la muerte a seis millones de seres humanos no podía pedir cuentas a las potencias vencedoras de la lógica político-militar que dictó la destrucción de las ciudades alemanas.

El incómodo ensayo de investigación de Sebald (Wertach, Alemania, 1944-Norfolk, Reino Unido, 2001) sobre aquel ominoso silencio, publicado en 1999, encuentra ahora una singular traslación cinematográfica con un documental homónimo del ucranio Sergei Loznitsa (de estreno exclusivo en Filmin), compuesto a base de imágenes filmadas en su día de los bombardeos sobre Alemania durante la guerra, algunas de ellas inéditas, al tiempo que se medita sobre la destrucción masiva y el concepto de víctima. Ahora bien, no con la elocuencia de Sebald sino únicamente desde el silencio de las estampas reales, apenas punteadas por el sonido de las bombas y un par de discursos de Churchill y del mariscal británico Montgomery.

Loznitsa no juzga, solo muestra para que la memoria de aquellas devastadoras operaciones sea tan expresiva como las palabras de Sebald. Aunque, desde luego, la organización de ese material de archivo no deje lugar a demasiadas dudas: se está denunciando una masacre que, traída a nuestro mundo contemporáneo, encuentra particular reflejo en los bombardeos rusos de las ciudades ucranias, en los objetivos civiles como motor de destrucción en tantas contiendas actuales o recientes.

El siempre interesantísimo Loznitsa ha ido bifurcando su carrera en dos esencias. Las películas de ficción alrededor de tanto la sociedad de su tiempo como la del pasado, de los conflictos armados en su tierra desde la contienda mundial hasta el presente: En la niebla, La sumisa, Donbass. Y los documentales retrospectivos y analíticos, particularmente de metraje encontrado, en torno a las miserias físicas y morales, a los escombros de la Segunda Guerra Mundial y de la propia Ucrania de hoy: Austerlitz, Victory Day, State Funeral, Babi Yar. Context, Maidan. Sobre la historia natural de la destrucción, que pertenece obviamente a la segunda vertiente, se inicia con imágenes del supuesto paraíso que era la Alemania nazi. Estampas de la población civil en paz, cafés y terrazas atestadas de gente en una aparente libertad. Todo en un orden tan impoluto, incluso la fiesta, que estremece ir viendo en aquel idílico universo la simbología nazi adornando las calles, los retratos de Adolf Hitler en cualquier rincón de los interiores, el sello de la barbarie en forma de esvástica en el lomo y la cola del Hindenburgh, que sobrevuela el cielo de Berlín como icono propagandístico de un régimen todopoderoso.

Sin embargo, de ahí, a través de una cadencia elegante y casi mortuoria, sin voz en off ni declaraciones ni diálogos ni intertítulos explicativos, salvo las palabras citadas de Churchill y Montgomery, el director ucranio rompe aquella diabólica limpieza, aquella obligada (o no) sintonía social, con los estruendos de la guerra, sonorizados en posproducción para reconstruir la resonancia original. Unas imágenes aéreas que, en una de esas tenebrosas paradojas del cine y de la vida, resultan hipnóticas: el trágico espectáculo visual de los bombardeos nocturnos. Y, por supuesto, los efectos de aquel fuego, los físicos y, de soslayo, también los morales. El humo y el olor de la muerte. Todo ello punteado por una formidable banda sonora de Christiaan Verbeek, que además confluye con otra de las secuencias de la película que dice mucho más de lo que muestra. Un concierto de la Filarmónica de Berlín, interpretando fragmentos de Los maestros cantores de Núremberg, de Richard Wagner, y dirigida por Wilhelm Furtwängler, paradigmático personaje sobre el que el húngaro István Szabó compuso una fascinante película de inquietante cavilación moral acerca del papel de los artistas durante el nazismo: Taking Sides (Requiem por un imperio).

La ilegitimidad de los bombardeos masivos, aunque fueran en pos de una causa justa y de la defensa de unos valores democráticos y de libertad, está en la base de la película. Así como la conciencia moral resultante y las continuas desavenencias con la memoria. Dice Sebald en su ensayo que la creación en Alemania de “una nueva realidad sin historia orientó a la población exclusivamente hacia el futuro y la obligó a callar acerca de lo que había sucedido”. ¿Por dónde habría habido que comenzar entonces una historia natural de la destrucción? Quizá lo que Loznitsa nos viene a decir, siguiendo a Sebald, es que, aunque los bombardeos realmente pioneros de las ciudades y de la población civil se debieron a los alemanes (Gernika, Varsovia, Róterdam), aquella aniquilación de las ciudades germanas por parte de los aliados también representa una sombra reveladora de lo que fue aquella guerra y de lo que suponen todas las contiendas. Una cruel tormenta que nos invita posteriormente a mirar hacia delante, pero que, expuestos a la desintegración del recuerdo, nos está obligando a nuevas y terribles planificaciones de la destrucción.

Sobre la historia natural de la destrucción
Dirección: Sergei Loznitsa.
Género: documental. Alemania-Lituania-Países Bajos, 2022.
Duración: 112 minutos.
Estreno: 9 de diciembre.



sábado, 17 de diciembre de 2022

_- El secreto de Queipo de Llano

_- Una mujer ocultó durante toda una vida la humillación que sufrió a manos de falangistas mientras el general franquista aún sigue a los pies de la Macarena

Ahora que hablamos tanto de Queipo de Llano, permítanme que les cuente un secreto. Hace unos años, conocí a un viejo jornalero andaluz llamado Gonzalo Sánchez. Nos sentamos alrededor de una mesa y le pedí que me contara su historia para un libro que estaba escribiendo con mi amigo Antonio Jiménez Barca. Gonzalo empezó por el principio: “Nací en Lebrija, provincia de Sevilla, el año 39. Mi padre era jornalero y mi madre, ama de casa, pero ella, durante la República, había ido a un buen colegio y sabía leer y escribir. Y eso, que para una mujer de aquella época era una virtud, también se convirtió en su mala suerte. Antes del golpe del 36, mi madre se sentaba al pie de La Cruz de la plaza del Mantillo y les leía a las demás mujeres el periódico Tierra y Libertad, que editaba la CNT. Tenía poder de convocatoria. Así que, cuando llegó el golpe, mi madre ya estaba marcada. Los falangistas la detuvieron, le cortaron el pelo al cero y la pasearon por la plaza del Ayuntamiento. Allí estaban una noche las mujeres de los caciques tomando el fresco, y a mi madre la obligaron a dar dos vueltas por delante de ellas para que se sintiera humillada, rapada como estaba. Solo le dejaron un mechón en lo alto para cogerle un moño con un lazo de la bandera de España. Desde entonces, mi madre fue una mujer perseguida, reprochada”.

Durante las siguientes dos horas, Gonzalo me contó su historia. Nos reímos con sus travesuras de cuando era un crío y tragamos saliva con los pasajes más duros. Hubo un momento en que dijo: “En aquella época aquí mataron a unas 500 personas”.

—¿En la guerra?

—No, aquí no hubo guerra. Fueron casa por casa. Los sacaban y los fusilaban. 484 entre desaparecidos y fusilados aquí en Lebrija. Uno a uno.

Pero esto, con ser terrible, no era el secreto que les quería desvelar. Cuando ya estaba a punto de apagar la grabadora, Gonzalo bajó la voz y me dijo: “Te voy a contar una cosa. Cuando, en junio de 1977, se celebraron las primeras elecciones democráticas, fui a votar con mi madre. La pobrecita me dijo: ‘Nunca creí que este momento iba a llegar’. Y entonces sacó el lazo de la bandera española que los fascistas le habían puesto en su cabeza rapada para pasearla por la plaza de Lebrija. Nadie sabía que lo había tenido guardado durante 40 años. Se acercó al presidente de la mesa, que era un fascista de aquí de toda la vida, y le dijo: ‘Toma, hijo, el recuerdo de lo que ustedes me hicieron’. Mi madre guardó durante 40 años el lazo aquel de la humillación, sin decírselo a nadie, ni siquiera a mi padre”.

Apagué la grabadora. Nos despedimos con un abrazo. Unos días después, como habíamos convenido, envié la transcripción del testimonio de Gonzalo Sánchez a su hija Victoria, para que lo supervisaran y dieran su aprobación. En el correo de vuelta, Victoria escribió una frase que me dejó helado: “Me he emocionado al leerlo. Algunas historias las conocía, pero otras no, como la entrega del lazo de mi abuela al falangista en las elecciones de 1977″.

Este sí era el secreto. Durante 40 años, la madre de Gonzalo ocultó a sus hijos el lazo de la humillación para que no resucitaran los viejos demonios del pasado y, tal vez con el mismo instinto de protección, Gonzalo también se lo ocultó a los suyos otros 40 años.

Ahora, si me hacen el favor, abran Twitter y tecleen “Queipo de Llano”. Todavía hay quien considera una afrenta que la tumba de quien dirigió las tropas de Franco en el Sur —donde no hubo guerra, sino ejecuciones, bombardeos contra la población civil y violaciones de mujeres alentadas por el propio general— deje de estar a los pies de la Macarena.

https://elpais.com/opinion/2022-10-26/el-secreto-de-queipo-de-llano.html

viernes, 25 de marzo de 2022

¿De qué sirve condenar a los demás por crímenes que uno está dispuesto a cometer?

Hace unos días, un periodista le preguntó al presidente Biden cuando salía de un acto público si creía que Putin es un criminal de guerra. Inicialmente, el presidente dijo secamente que no y siguió andando. Enseguida, sin embargo, se dio la vuelta y rectificó: «creo que es un criminal de guerra».

Yo creo que lleva razón.

El Tribunal de Nuremberg de 1945 sentenció que «iniciar una guerra de agresión no es sólo un crimen internacional; es el crimen internacional supremo que se diferencia únicamente de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí mismo el mal acumulado del conjunto».

No hace falta ser un jurista sofisticado para deducir que lo que está haciendo la Rusia de Putin en Ucrania encaja perfectamente en la definición de crimen de guerra y, por tanto, que el líder ruso merecería ser juzgado por ello. Pero, ¿bastaría con eso?

¿Qué valor tiene achacar la comisión de un crimen a otro cuando no se está dispuesto a reconocer las acciones igualmente criminales que ha cometido quien acusa?

¿No fueron crímenes de guerra en Vietnam? ¿No fue un crimen de guerra la invasión de Irak? ¿O los bombardeos en la antigua Yugoslavia? ¿O el inicio de la guerra de Yemen, Libia, Siria..? ¿O los cometidos por las tropas de Estados Unidos al salir de Afganistán, como ha denunciado Amnistía Internacional, o los de Israel en Palestina? ¿No es un crimen de guerra la llamada «justicia repentina» que llevan a cabo y de la que se jactan las autoridades estadounidenses? ¿No fueron crímenes los golpes de Estado en docenas de países inspirados y apoyados por los líderes de Estados Unidos tras lo que se asesinaron a miles de personas? ¿O el uso de drones para matar a niños inocentes e indefensos?

Putin debe responder de lo que está haciendo. Por supuesto que sí. Pero ¿con qué fuerza moral le pueden pedir cuentas quienes están dispuestos a seguir cometiendo, encubriendo o dejando de condenar otros hechos tan horrendos como los que Rusia está llevando a cabo ahora en Ucrania?

¿Cómo puede pedir justicia Estados Unidos si la doctrina que prevalece en aquel país es que nadie puede perseguir los crímenes que cometan sus dirigentes? ¿Cómo va a recurrir Estados Unidos a la Corte Penal Internacional para que juzgue a Putin cuando la Orden Ejecutiva del presidente Trump la amenaza si se atreve a “investigar, arrestar, detener o procesar a personal de Estados Unidos sin su consentimiento”? Y, por supuesto, cuando ni siquiera la reconoce como tal, lo mismo que ocurre, significativamente, con Rusia, China o Israel, entre algún otro país menor.

¿Dónde nos lleva combatir la infamia con infamia, el terror con el terror, el desprecio a las normas con su desobediencia, la violencia con más violencia, el horror con el horror?

¡Cómo se van a poder arreglar los problemas del mundo mientras que sus grandes potencias pidan justicia para otros sin sentirse obligadas a no cometer ellas mismas los crímenes que condenan en los demás!

https://juantorreslopez.com/de-que-sirve-condenar-a-los-demas-por-crimenes-que-uno-esta-dispuesto-a-cometer/

viernes, 4 de junio de 2021

_- Junto al barranco. Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo. La fotografía descubierta por la historiadora Wendy Lower cuenta otra versión

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Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo.
La fotografía descubierta por la historiadora americana Wendy Lower muestra lo contrario.

En cada foto está contenido un mundo de información y otro de desconocimiento. Lo que se ve en la foto linda por sus cuatro lados con lo que no se ve y no se verá nunca. Lo visible engaña porque hace olvidar lo que no puede verse. Encuentras un puñado de fotos tiradas en la calle cerca de un contenedor o en el cajón de baratijas de un mercadillo y las personas que aparecen en ellas son más desconocidas porque sus caras surgen perfectamente nítidas, no tocadas por la melancolía definitiva del anonimato. En los mercadillos de Nueva York, hace 15 o 20 años, había muchas fotos de soldados muy jóvenes con uniformes de la II Guerra Mundial, y de muchachas de amplias sonrisas y melenas rizadas que algunas veces habían escrito declaraciones de amor en el reverso, con una cursiva elegante de pluma estilográfica. En esos mercadillos también había a veces paquetes enteros de fotos de frente y de perfil de hombres fichados por la policía, caras atónitas a veces con la nariz rota y un ojo hinchado, corbatas flojas sobre mugrientos cuellos de camisas, mejillas oscurecidas de barba tras la mala noche en una celda. Cada una de esas personas tuvo un nombre completo, una vida. Ahora eran apenas la imagen detenida en un parpadeo, el espectro de una existencia perdida, conjurada por el disparo de una cámara y la reacción química del revelado.

“Una foto es un secreto acerca de un secreto”, escribió Diane Arbus, “cuanto más te cuenta menos sabes”. En 2009, investigando en el Museo del Holocausto en Washington, la historiadora Wendy Lower encontró una foto que aludía a un gran secreto a voces sobre el que sin embargo existe muy poca documentación visual, las matanzas de judíos llevadas a cabo por el Ejército alemán en su avance a través de la Unión Soviética, en el verano y el otoño de 1941. Durante mucho tiempo se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los peores crímenes del nazismo, llevados a cabo al parecer por los fanáticos de las SS. Ahora sabemos que el Ejército regular participó con entusiasmo y eficacia en el exterminio de las poblaciones judías del Este de Europa y de la URSS, y que la crueldad de los militares profesionales hacia las “razas inferiores”, eslavos incluidos, fue idéntica a la de los matarifes de uniformes negros y calaveras en las gorras de plato.

Alemania era un país de gran afición por la fotografía. En la ofensiva hacia el Este oficiales y soldados llevaban al cuello cámaras fotográficas. Las marcas más populares se anunciaban a toda página en las revistas del Ejército, incitando a aquellos héroes a preservar el recuerdo gráfico de sus hazañas. Pero muy pronto, según arreciaban las atrocidades, el alto mando prohibió que se tomaran fotos, aunque algunas de las más terribles llegaron a sobrevivir porque sus protagonistas se las mandaban como recuerdo a sus familiares.

El fotógrafo Lubomir Skrovina, en el centro, en Miropol el 17 de septiembre de 1941.
La imagen que resume el ‘Holocausto de las balas’

La foto que encontró Wendy Lower había permanecido oculta hasta la caída del muro de Berlín en un archivo de la policía secreta de Checoslovaquia. Lo que la hace excepcional es que muestra una matanza en el momento en que está sucediendo. Unos hombres de uniforme acaban de disparar muy de cerca a una mujer que se desploma al filo de un barranco y arrastra con ella de la mano a un niño descalzo. El humo de la pólvora difumina parte de la escena. Fijándose bien se ve que hay dos tipos de uniformes: pesados capotes y gorras como del Ejército soviético, guerreras y gorras de plato alemanas. También hay un hombre de paisano que observa la escena, limitada hacia atrás por los árboles de un bosque.

Durante 10 años Wendy Lower investigó archivos, localizó testigos, participó en excavaciones arqueológicas queriendo averiguar todo lo que fuera posible sobre la fotografía, lo que se ve en ella y lo que no, lo que pasó antes, lo que vino después, la fecha exacta de la matanza, el lugar donde sucedió. Lo ha contado en un libro denso y apasionado de menos de 300 páginas, The Ravine. Guillermo Altares, que está siempre muy alerta a estos asuntos, dio la noticia de la publicación del libro en estas páginas. El título alude al barranco donde esa mujer y ese niño están cayendo, y en el que yacen amontonados ya muchos cadáveres, y también personas malheridas que se remueven entre ellos, y que de un momento a otro recibirán un tiro de gracia o perecerán asfixiadas bajo el peso de los otros cuerpos y de las paladas de tierra que los ejecutores harán arrojar sobre ellos.

Como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora identifica a los dos uniformados alemanes, funcionarios de aduanas que nunca pagaron por sus crímenes

En la foto, nada más verla, todo resulta general y anónimo: verdugos y víctimas, una borrosa matanza en blanco y negro. Poco a poco, como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora, que aclaró enseguida el día de la ejecución, el lunes 13 de octubre de 1941, y el lugar preciso, las afueras de la pequeña ciudad ucrania de Miropol, identifica a los dos uniformados alemanes, que no son militares, sino funcionarios de aduanas, y que nunca llegaron a pagar por sus crímenes; y después encuentra el rastro de una adolescente que también fue dada por muerta y arrojada a esa misma fosa, pero logró escapar y vivió hasta 2015. También averigua los nombres de los policías ucranios, lacayos sanguinarios de los ocupantes alemanes, y sigue el rastro de sus vidas futuras. Y hasta descubre la identidad del fotógrafo, un valeroso soldado eslovaco que poco después se unió a la Resistencia, y que se jugó la vida para guardar las pruebas del horror al que había asistido. Una anciana que vive en un suburbio a las afueras de Detroit le cuenta sus recuerdos ya muy débiles de niña y le entrega una foto en la que pudieran estar, solo unos meses antes, la mujer del vestido de lunares y el niño que cae de su mano al barranco.

La búsqueda conduce de un secreto a otro, hasta chocar con el límite de lo que no puede saberse, el vacío inmenso de los muertos y los desaparecidos sin rastro. Cada nuevo descubrimiento apunta hacia otro enigma. Cobijado entre las piernas de la mujer que cae, Wendy Lower está segura de ver la cabeza de otro niño. En una imagen más borrosa que el fotógrafo tomó de los cuerpos amontonados en el barranco se distingue ese vestido de lunares. En el borde, en primer plano, hay unas botas de hombre, y junto a ella una chaqueta doblada. No se sabrá nunca a quién pertenecieron.

‘The Ravine: A Family, a Photograph, a Holocaust Massacre Revealed’. Wendy Lower. Houghton Mifflin Harcourt, 2021. 272 páginas. 26 euros.


lunes, 18 de enero de 2021

Un recorrido por la liberación de los campos nazis hasta Mauthausen, el último campo liberado

Por Rosa Toran | 07/05/2020 | Europa

Fuentes: Público

Liberar, término con connotaciones optimistas que no se corresponden con la realidad del final de los campos de concentración nacionalsocialistas, alejada de cualquier imagen épica. En una Europa sumergida en el caos, con signos de muerte y destrucción por todas partes, fueron liberadas unas 700.000 personas de los campos, que formaban parte de los más de 11 millones sin casa, desplazados, trabajadores forzados, prisioneros de guerra…, ubicados de forma temporal en instalaciones militares, estaciones ferroviarias, escuelas y castillos, pero también en antiguos campos de concentración.

Los ex deportados, diseminados en la extensa red de campos y sus miles de comandos, esperaban la repatriación, en distintos ritmos y medios de transporte, según la geografía de los campos o su procedencia. La mayoría de países organizaron las repatriaciones desde organismos específicos, como fue el caso de Francia que acogía a los ex deportados en centros instalados en la frontera o en las grandes ciudades, desde donde la mayoría eran trasladados a París al hotel Lutetia, habilitado para cumplir la función de acogida; o el caso de la URSS que hizo de Odesa la ciudad de acogida y posterior distribución. Fueron semanas, hasta bien entrado el mes de agosto, durante las cuales las multitudes llenaban estaciones y organismos oficiales, con gritos y fotografías, con la esperanza de encontrar a los suyos entre los supervivientes.

Es bien conocida la particular epopeya de los republicanos, que seguían abandonados por su país, igual como lo fueron en 1940, y que permanecieron semanas en los campos o en sus cercanías después de que sus compañeros de infortunio iban abandonando los recintos. La intervención de camaradas franceses ante las autoridades de su país les abrió la puerta para entrar en la tierra que tan mal les había acogido durante su exilio en 1939.

Iniciemos un recorrido por la secuencia de las liberaciones hasta llegar a Mauthausen, el último campo liberado. En los objetivos de los estados mayores de los ejércitos no figuraba la liberación de los campos que, sin embargo, se habían ido descubriendo desde 1944, bien por casualidad o por informaciones de antiguos prisioneros. Así, el Ejército Rojo, en el verano de 1944 cruzó por Belzec, Sobibor y Treblinka sin captar lo sucedido allí, ya que el desmantelamiento llevado a cabo por los nazis los convirtió en cementerios invisibles; y el 24 de julio de 1944 llegó a Lublin-Majdanek donde, a pesar de que las instalaciones de muerte permanecían casi intactas, era difícil imaginar que en el lugar se hubieran exterminado 500.000 personas. Documentadas y fotografiadas las instalaciones, no hubo gran impacto en la opinión pública, ya que se advertía de posibles exageraciones de los soviéticos. Tampoco dio cuenta de la magnitud del horror la llegada de los americanos a Natzweiler-Struthof, en Alsacia, el 23 de noviembre de 1944. Fue la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945, con la imagen tan recreada de los 4 soldados rusos entrando por su puerta, la que se ha convertido en emblema de las liberaciones. También en este caso, la permanencia de tan sólo 6.000 enfermos, por la anterior evacuación de 60.000 deportados hacia el oeste, pocos días antes, no permitió comprender el alcance del exterminio, a pesar del estudio de sus instalaciones, las palabras testimoniales y las imágenes publicadas en periódicos. En aquellos momentos, con la guerra abierta en Europa, las operaciones militares eran prioritarias.

Hubo que esperar a la llegada a los grandes campos de Alemania, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Flossenburg…, para un cambio de tendencia, con la difusión de la brutalidad del sistema concentracionario a partir de los medios de comunicación y de las declaraciones de los líderes de la coalición antinazi. Eisenhower, Bradley y Patton visitaron Buchenwald el 12 abril y una semana después Churchill envió una comisión del Parlamento británico, como también hicieron miembros del Congreso de los EEUU y representantes de la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas, al tiempo que la URSS daba a conocer un detallado informe de Auschwitz. Cuando Alemania ya había capitulado, reporteros de los principales diarios y fotógrafos de renombre penetraban en los campos y se realizaban films para su exhibición pública, a la par que se establecían visitas y trabajos obligatorios a las vecindades. Las pruebas del horror del sistema concentracionario estaban al alcance de la opinión pública, muchas de ellas obtenidas con imágenes de los supervivientes que o bien rechazaban el trato de curiosa morbosidad o bien accedían a ser fotografiados para mostrar el estado a que habían quedado reducidos.

Los hombres y mujeres que las tropas liberadoras se encontraron en los campos eran supervivientes de la última prueba que tuvieron que afrontar durante las semanas inmediatas: aumento de las operaciones de exterminio, barracones superpoblados a partir de la llegada de los que fueron trasladados en las marchas de la muerte, sin agua ni comida, epidemias, cadáveres amontonados, incertidumbre sobre la reacción de las SS, etc. El personal médico y militar atendió a restablecer los mínimos indispensables en la situación material, sin comprender a menudo los comportamientos de los ex prisioneros que basculaban entre ansias de venganza a sus antiguos captores o negativas a seguir encerrados.

Faltaba un largo trecho para alcanzar su rehabilitación física y psíquica. A su retorno, tuvieron que enfrentarse a una normalidad ya olvidada, tenían que relatar su periplo en medio de frases gastadas de conmiseración y miradas fugaces, acarrear, quizás, sentimientos de culpa, y sufrir una larga secuela de enfermedades.

En el caso particular de los supervivientes republicanos, en el mes de mayo 2005 cuando se cumplieron 60 años de la liberación, se pudieron todavía oír o leer numerosas voces sobre sus reacciones ante el fin de su tragedia. En aquella fecha la revista catalana L’Avenç sacó a la luz un número especial bajo el título «Els camps nazis. 60 anys després», en el cual los testimonios ofrecen una panorámica de lo vivido en los meses de abril y mayo de 1945 en los propios recintos del campo. Su excepcionalidad nos empuja a la reproducción de algunos de sus significativos fragmentos, en este 2020, cuando ya no es posible acceder a sus voces.

Mariano Constante Campo (1920-2010) reflejó la angustia y el dolor por los muertos: «La liberación del campo de Mauthausen fue para mí un momento indescriptible. Fue como una riada impetuosa que arrastraba recuerdos que, con una precisión secreta, invadían mi espíritu. Eran los primeros momentos de un hombre libre. La angustia me atenazaba y sentí la necesidad de aislarme para derramar las lágrimas que me hacían un nudo en la garganta. Llorar me parecía una cobardía, a pesar de que no eran lágrimas de impotencia o de desesperación; ante mí aparecían los compañeros exterminados en aquel ‘más allá del infierno´ que es como bauticé, al entrar, aquel centro del horror (…) No era pues la cobardía lo que me hacía llorar el 5 de mayo de 1945; era pensar en todos los compañeros que había visto morir a causa del hambre y la tortura».

Neus Català Pallejà (1915-2019), deportada a Ravensbrück, con sus frases sólo fue capaz de enfatizar el sentimiento de vacío: «Hacía tantos días que me sentía morir, sin tino, que no sentía nada, el vacío total, una sensación extraña que no hay forma de expresar (…) ¿Qué podía sentir? Nada, mi cerebro no reaccionaba; solamente podía llorar. Llorar es lo que humanamente podía hacer y ello me salvó».

Lise London (1916-2012) sufrió una de las mortíferas marchas de la muerte, tras ser evacuada del campo de Ravensbrück, y vivió la liberación de forma particular: «Vuelve a caer la noche. La oscuridad nos sorprende cuando atravesamos un bosque que parece inmenso y aterrador como el de Blancanieves. Cada vez oímos más cerca el ruido de las detonaciones. En este bosque se producen las primeras evasiones de nuestra columna. Nuestros SS gritan Halt y disparan a ciegas en la oscuridad del bosque, sin atreverse a adentrarse en la espesura (…) Apresurando el paso, me reúno con mi grupo, que empieza a impacientarse. Estamos muy cerca de un bosque y decidimos pasar allí la noche. Encontramos otras deportadas de diversas nacionalidades que también han escapado (…) Gracias a los silos de patatas que hay a lo largo de la carretera recuperamos fuerzas antes de acostarnos para dormir, muy juntas unas a las otras, sobre el suelo cubierto de pinaza. Allí pasamos nuestra primera noche de libertad, mecidas por los cañonazos lejanos y el zumbido de los aviones»

Francisco Aura Boronat (1918-2018) con su relato apunta la realidad de muchos deportados, alejada de cualquier explosión de alegría: «No puedo decir que recuerde la liberación del campo con una gran alegría, porque después de cuatro años en Mauthausen, no sabes que es la alegría, ni las lágrimas; te han convertido en una persona deshumanizada, sin derecho a tener sentimientos (…) Había gente que estaba en un estado físico mejor y podía celebrarlo, pero la inmensa mayoría nos encontrábamos en unas condiciones tales que no podíamos hacer nada, salvo intentar seguir sobreviviendo, ya que incluso después de la liberación mucha gente continuaba muriendo».

Y por último Francisco Batiste Bayla (1919-2007) nos introduce en la dura realidad a la que se enfrentaron los españoles después de la liberación: «El reducido grupo de españoles, al ver cómo se despedían y partían nuestros compañeros de deportación, compartíamos su inmensa alegría. Regresar a nuestro país añorado, poner fin a los largos años de sufrimiento de nuestros familiares por nuestra larga, trágica y a menudo desconocida ausencia, era lo que también imaginábamos próximo a nosotros. Pero el curso de la historia no tardó en menospreciar nuestra mayor ilusión. Con la libertad, llegó para nosotros el tiempo de las decepciones».

En efecto, tal como expresó Francisco Batiste a su llegada a Francia, a muchos de ellos no les esperaba nadie y se vieron obligados a construir su futuro lejos de su tierra. Los reencuentros tardarían en llegar. A pesar de que en el Hotel Lutetia les esperaba una delegación de la Cruz Roja de la República española para atenderles, los que no precisaban de cuidados hospitalarios pronto tuvieron que olvidarse de las sábanas limpias y de las abundantes comidas y buscar trabajo en diversos oficios a lo largo de la geografía francesa, siendo frecuentes los desplazamientos a Toulouse, entonces llamada la nueva capital de la República. Pocos fueron los que tentaron el retorno a España, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta no sentirse atenazados por el miedo, real, a partir de controles policíacos habituales, o hipotético, ante posibles delaciones; y otros no cejaron en la defensa de sus convicciones por la vía del trabajo político, con entradas clandestinas a España, saldadas con alguna detención.

Republicanos antifascistas con un pasado de lucha que les condujo a los campos y con una liberación que no acarreó la conquista de su condición de personas libres, sino el inicio de un largo camino hasta poder integrarse de nuevo en el mundo. Hay que imaginar su vida y su diáspora y descubrir su valor, el de aquellos supervivientes que sufrieron todo tipo de expolios, materiales y afectivos, y a pesar de lo cual se mantuvieron íntegros y defendieron sus valores.

Por no pecar de incautos o ingenuos, el ¡Nunca Más! pronunciado en los campos fue una expectativa que no se ha cumplido, sin embargo no fue un error, so pena de caer en el cinismo. Antes y ahora no se puede renunciar a la utopía, no se puede perder la esperanza de que la vida de todas las personas del planeta pueda desarrollarse con dignidad. En tiempos convulsos como los nuestros, viejas y nuevas resistencias han de conjugarse para descubrir renovados sentidos a la vida: unión y esperanza, expresados en el internacionalismo y en el futuro soñado por los deportados en los campos de la muerte. Nos alertan y animan las frases incluidas en los juramentos pronunciados por los supervivientes después de la liberación: «Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento: 

EL MUNDO DEL HOMBRE LIBRE (…) 

Nos dirigimos al mundo entero para decirle: Ayúdanos en nuestra tarea. ¡Viva la solidaridad internacional! ¡Viva la libertad!»

https://rebelion.org/un-recorrido-por-la-liberacion-de-los-campos-nazis-hasta-mauthausen-el-ultimo-campo-liberado/

lunes, 30 de noviembre de 2020

_- El otro Núremberg

_- Paralelamente a los famosos juicios, se celebraron otros menos conocidos: los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.

Tal día como hoy, hace 75 años, comenzaba en la ciudad de Núremberg el proceso judicial en el Tribunal Militar Internacional (TMI) contra 24 dirigentes de la Alemania nazi. Como este viernes se encargarán de recordar los principales medios de comunicación, este juicio contribuyó enormemente al desarrollo del derecho internacional, en particular en los campos de los derechos humanos y el derecho militar, en la tipificación y persecución de los crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, y en el concepto de guerra de agresión, considerada “no solo un crimen internacional, sino el crimen internacional supremo, que difiere de todos los demás crímenes de guerra en que contiene en sí el mal acumulado de todos”. El juicio de Núremberg estableció también los fundamentos de la Corte Penal Internacional (CPI), una iniciativa de Naciones Unidas –una organización surgida asimismo de las cenizas del conflicto– que se formalizaría finalmente en 2002. “Núremberg” es hoy sinónimo de un macro-proceso judicial contra una élite política que ha cometido graves crímenes de guerra y contra la humanidad.

Casi un año después de que se iniciase el proceso, los días 30 de septiembre y 1 de octubre, se leía la sentencia que condenaba a los acusados de planificar, iniciar y librar guerras de agresión, así como de otros crímenes contra la paz, de participar en crímenes de guerra y en crímenes contra la humanidad. Doce de los acusados fueron condenados a pena de muerte, aunque únicamente se llevaron a cabo diez, ya que que el responsable la Luftwaffe, Hermann Göring, se suicidó el día anterior a su ejecución, y el secretario privado de Adolf Hitler, Martin Bormann, fue condenado in absentia (los Aliados desconocían que Bormann se había suicidado mientras trataba de escapar del Berlín sitiado por las tropas soviéticas y que su cadáver había sido enterrado cerca de la estación central). A ninguno de los acusados con rango militar durante el conflicto (Wilhelm Keitel, Alfred Jödl y Göring) se les concedió el derecho a ser ejecutados por un pelotón de fusilamiento, según la costumbre castrense, sino por la horca, es decir, como criminales. Tras fotografiar a los cadáveres como prueba de su muerte con el fin de impedir que surgiese la leyenda de que habían escapado y seguían con vida, sus restos fueron incinerados y arrojados al río Isar.

El arquitecto Albert Speer, que había ocupado varios cargos oficiales durante el nazismo, y el líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach, fueron condenados a 20 años de prisión, el diplomático Konstantin von Neurath, a 15 años, y el almirante Karl Dönitz, presidente del llamado “Gobierno de Flensburgo” entre el 30 de abril y el 23 de mayo de 1945, a 10 años. Otros tres acusados fueron condenados a cadena perpetua: el comandante de la Marina, Erich Raeder, el último ministro de Economía del Tercer Reich, Walther Funk, y la mano derecha de Hitler, Rudolf Hess. Como los dos primeros fueron liberados en 1955 y 1957 respectivamente por motivos de salud, Hess se convirtió en el único y último recluso de la prisión de Spandau en Berlín. Durante años, los neonazis intentaron convertir en banderín de enganche las peticiones de liberación de Hess, quien se ahorcó el 17 de agosto de 1987, a los 93 años, con el cable de una lámpara, aprovechando un descuido de los vigilantes. La prisión de Spandau fue demolida poco después para evitar su uso propagandístico por parte del movimiento neonazi, que, a pesar de todo, organizó en los años siguientes marchas anuales a la tumba de Hess en Wunsiedel (Baviera), hasta que la parroquia decidió no renovar la concesión de la parcela y, en 2011, y con el consentimiento de la familia, sus restos fueron incinerados y arrojados al mar.

Sólo tres de los acusados en aquel juicio fueron absueltos, con el voto en contra del juez soviético, Iona Nikítchenko: Hans Fritzsche, uno de los principales responsables de la propaganda nazi (posteriormente condenado a ocho años de prisión); Franz von Papen, vicecanciller alemán entre enero de 1933 y agosto de 1934; y Hjalmar Schacht, ministro de Economía entre agosto de 1934 y noviembre de 1937, y de quien el fiscal estadounidense, Robert H. Jackson, dijo famosamente que “su superioridad [intelectual] respecto a la mediocridad del común de los nazis no es su excusa; es su condena”. El industrial Gustav Krupp no pudo ser juzgado por su avanzado estado de edad y su manifiesta senilidad, aunque no se le retiraron los cargos que se le imputaban. Robert Ley, responsable del Frente Alemán del Trabajo, tampoco pudo ser juzgado, ya que se suicidó en su celda el 24 de octubre de 1945. Ley, uno de los hombres que había disfrutado de un tren de vida por todo lo alto durante el nazismo, terminó ahorcándose con una toalla anudada en torno a la cañería del inodoro.

Los “juicios subsiguientes”
Menos conocidos, sin embargo, son los doce de los llamados “juicios subsiguientes”, que las autoridades estadounidenses –no el TMI, aunque se celebraron en la misma sala– llevaron a cabo en Núremberg, en la zona de ocupación asignada a los Estados Unidos. Entre éstos se incluyen “el juicio de los doctores”, en el que se procesó a 23 médicos que experimentaron con reclusos de los campos de concentración y facilitaron los programas de exterminio del régimen, o “el juicio de los jueces”, en el que se sentó en el banquillo de los acusados a 16 magistrados, fiscales, juristas y abogados que contribuyeron a diseñar la arquitectura legal del nazismo y la implementaron. También se juzgó al alto mando militar, a 24 oficiales de los Einsatzgruppen (los escuadrones de la muerte de las SS en Europa oriental y la Unión Soviética) o a 12 generales responsables de la campaña en los Balcanes, entre otros. Aún menos conocidos todavía, y aún menos recordados por los medios de comunicación por motivos que se señalarán más adelante, son los tres juicios a los empresarios que financiaron el nacionalsocialismo, colaboraron con el régimen y se beneficiaron de él.

El primero de esos tres juicios fue contra el industrial Friedrich Flick y los administradores de sus empresas (19 de abril – 22 de diciembre de 1947) por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos el saqueo y espolio de los territorios ocupados, tanto en el Este como en el Oeste, la apropiación de bienes ajenos mediante el proceso de “arianización” de la economía alemana, el uso de trabajo esclavo en las minas y fábricas del grupo, y la pertenencia al Partido Nacional-Socialista del Trabajo Alemán (NSDAP) y las SS del propio Flick. Este empresario fue uno de los participantes de la reunión secreta con Hitler del 20 de febrero de 1933 en Berlín, en la que el dinero fluyó a las cajas del partido después de comprometerse el líder del NSDAP a respetar la propiedad privada a cambio de aplastar a los marxistas. El propio Flick contribuyó con una generosa donación anual de 100.000 marcos. En correspondencia, las empresas de Flick fueron de las mayores beneficiarias del Tercer Reich: de 1933 a 1943 su capital pasó de 225 a 953 millones de marcos. No lo hizo, como se ha adelantado, con métodos legítimos: en 1944 la mitad de los 130.000 empleados del consorcio eran trabajadores esclavos o internos de los campos de concentración a quienes se encerraba en barracones sin camas, sin proporcionarles apenas comida y brutalmente golpeados por los guardias con regularidad. Se calcula que más de 10.000 de ellos perecieron por las pésimas condiciones a las que fueron forzados a trabajar.

Flick –quien desde 1944, ante el avance de las tropas aliadas, había ordenado reunir todas las facturas que acreditaban la financiación de partidos durante la República de Weimar para destruirlas y no dejar ninguna prueba– fue condenado a siete años de prisión, pero a pesar de cumplir íntegramente su condena, su fortuna quedó prácticamente intacta. En 1955, por ejemplo, contaba con un centenar de empresas que le reportaban unas ganancias de 88 millones de marcos. Ello le permitió convertirse en el hombre más rico de Alemania occidental, en el mayor accionista de Daimler-Benz y contar asimismo con participaciones en importantes empresas químicas y siderúrgicas como Feldmühle, Dynamit Nobel, Buderus y Krauss-Maffei. Flick recibió además la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en 1963, y en Kreuztal (Renania del Norte-Westfalia) un instituto llevó su nombre hasta 2008. También se le dedicaron estadios en Rosenberg (Baviera) –el nombre no se modificó hasta 2012, después de una agria polémica– y calles en varios municipios, de las que todavía sobreviven cuatro: en Maxhütte-Haidhof y Schwandorf (Baviera), en Teublitz (Alto Palatinado) y en Burbach (Renania del Norte-Westfalia).

Del ‘Zyklon B’ a la Talidomida
El siguiente “juicio subsiguiente” concerniente a los financiadores del nazismo fue contra los responsables de IG Farben (14 de agosto – 30 de julio de 1948), a quienes se acusó de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, entre ellos: colaborar en la planificación y los preparativos para la agresión militar así como su desenvolvimiento, empleo de trabajo esclavo –la compañía contaba con instalaciones adyacentes al campo de concentración de Auschwitz– y experimentos humanos, y pertenencia a organización criminal. Las pruebas utilizadas en el proceso procedieron de los documentos incautados por la división financiera bajo el mando del general Dwight Eisenhower en la sede de la compañía en Frankfurt am Main, en abril de 1945.

Como recoge el protocolo del proceso, IG Farben suministró a la Wehrmacht caucho sintético, gasolina, nitrógeno, metales ligeros y, a través de sus filiales, explosivos. Poseía, además, un 42’5% de las acciones de Degesch, la empresa de pesticidas que fabricó el ‘Zyklon B’. Como es notorio, este insecticida se utilizó para ejecutar a los prisioneros en las cámaras de gas de los campos de Majdanek, Mauthausen, Dachau, Buchenwald y Auschwitz. El comandante de este último, Rudolf Höss, explicaría en su juicio que autorizó el uso de ‘Zyklon B’ tras la recomendación de un subordinado suyo, el Hauptsturmführer Karl Fritzsch, quien lo había empleado antes con prisioneros de guerra soviéticos a finales de agosto de 1941.

El ‘Zyklon B’ era adquirido a través de los distribuidores Heli y Tesch & Stabenow (Testa)–que llegó a ofrecer cursos en Riga y Sachsenhausen a los miembros de las SS para instruirlos en su manejo seguro–, y en ocasiones directamente a los fabricantes. Se calcula que sólo Auschwitz recibió 23’8 toneladas de ‘Zyklon B’, únicamente seis de las cuales se utilizaron para lo que había sido originalmente pensado: fumigar plantas. El presidente de Testa e inventor del ‘Zyklon B’, Bruno Emil Tesch, fue juzgado dos años antes por un tribunal militar británico en Hamburgo (1-8 marzo de 1946), que falló que Tesch conocía el destino del gas y, en consecuencia, lo condenó a la pena de muerte. Tesch fue ejecutado en la prisión de Hameln el 16 de mayo de 1946 junto con el vicepresidente de Testa, Karl Weinbacher.

No corrieron sin embargo la misma suerte los 23 procesados en el juicio contra IG Farben, la mayoría de ellos condenados a penas de prisión de uno a ocho años en la cárcel de Landsberg (Baviera), que no siempre cumplieron íntegramente. A pesar de haber sido condenados como criminales de guerra, varios se reintegraron en la vida económica de la República Federal Alemana (RFA) como miembros de los consejos de administración de empresas químicas y farmacéuticas. Uno de ellos, el químico Otto Ambrose, llegó incluso a ser asesor del canciller Konrad Adenauer y trabajó para la farmacéutica Grünenthal, en la que participó en el desarrollo de la Talidomida (comercializada en Alemania occidental como Contergan), un medicamento que se publicitaba como remedio contra la ansiedad y la náusea durante el embarazo y que provocó 10.000 nacimientos con malformaciones y miles de abortos no deseados. Otro de los condenados, Heinrich Bütefisch, recibió la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania en marzo de 1964 por su trabajo en la junta directiva de Ruhrchemie AG, pero cuando se hizo público su pasado nacionalsocialista se le retiró el galardón.

Pocos apellidos alemanes sean posiblemente tan conocidos como el de Krupp, cuya historia como proveedor de armas se remonta a la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en la que suministró a todos los bandos combatientes. Las empresas Krupp fueron el objeto del tercero de los “juicios subsiguientes” (8 de diciembre de 1947 – 31 de julio de 1948) relacionados con el capital que financió al nazismo. Como se encargó de recordar el fiscal Robert H. Jackson en su acusación, “cuatro generaciones de la familia Krupp han poseído y operado las grandes factorías de armamento y municiones que han sido la principal fuente de suministros de guerra de Alemania. Durante más de 130 años, esta familia ha sido el foco, el símbolo y el beneficiario de las fuerzas más siniestras implicadas en la amenaza a la paz en Europa”. La participación de la empresa en el régimen nazi era innegable: Krupp suministró generosamente a la Wehrmacht desde tanques hasta cruceros y submarinos pasando por cañones de artillería y munición. El aprecio por los nazis hacia su patrocinador era tal que en un discurso a las Juventudes Hitlerianas Hitler llegó a afirmar que “el joven alemán del futuro debe ser delgado y ágil, veloz como un lebrel, curtido como el cuero y duro como el acero de Krupp.”

El material de guerra de Krupp era fabricado por 100.000 trabajadores esclavos, entre ellos más de 23.000 prisioneros de guerra –principalmente en su factoría en Essen (Renania del Norte-Westfalia)– y 4.978 internos de los campos de concentración de Auschwitz y en Wroclaw (en alemán: Breslau), invariablemente en condiciones inhumanas: largas jornadas de trabajo, alojamiento inadecuado y expuesto a los bombardeos (en violación del Tratado de La Haya), malnutrición, falta de asistencia médica y brutalidad por parte de los guardias. En su declaración ante el tribunal, el Dr. Wilhelm Jäger, uno de los médicos de la empresa que fue enviado a supervisar las condiciones de los campos, relató en su testimonio que “las condiciones sanitarias eran atroces: en Krämerplatz [donde trabajaban 2.000 prisioneros de guerra soviéticos y franceses] solo había 10 cuartos de baño de niños para 1.200 reclusos… Los excrementos cubrían el suelo de estos baños por completo. Los tártaros y kirguises eran los que más sufrían: caían como moscas [a causa del] alojamiento, la mala calidad de la insuficiente comida, el exceso de trabajo y la falta de descanso… Miles de moscas, insectos y otros parásitos torturaban a los internos de estos campos”. En Nöggerathstrasse se llegó a hacer dormir a los prisioneros de guerra franceses durante seis meses “en jaulas para perros”: cinco reclusos dormían en cada jaula, “en la que tenían que entrar a cuatro patas”. Los hijos de las trabajadoras forzadas secuestradas en Europa del Este se alojaban en barracones para niños en condiciones no muy diferentes a las descritas y muchos de ellos murieron por la mala alimentación y falta de asistencia médica. El presidente, Alfried Krupp, respondió a todos los informes de Jäger con indiferencia.

Por todo ello, doce directivos de Krupp, incluyendo a su presidente desde 1943, Alfried Krupp von Bohlen y Halbach, fueron sentados en el banquillo de los acusados por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Sólo uno de los acusados, Karl Heinrich Pfirsch, responsable de ventas de la empresa, fue absuelto: el resto fueron condenados a penas de prisión de entre tres y doce años de prisión, y a Alfried Krupp se le impuso además la venta de sus posesiones. Como en los casos de Flick e IG Farben, el tribunal rechazó los argumentos de la defensa de que los acusados no hicieron más que “cumplir órdenes” y de que actuaron por “necesidad”, asegurando que se habían visto obligados a alcanzar las cuotas de producción impuestas por el gobierno alemán y que, para conseguirlo, era necesario hacer uso de la fuerza de trabajo proporcionada por el Estado porque no había otra disponible, y que, de haberla rechazado, ello hubiera acarreado consecuencias para los empresarios y sus administradores. De igual modo, se desestimó el argumento de la defensa de que el tribunal estaba aplicando una “justicia de vencedores”, así como que las leyes que se les acusaba infringir no estaban vigentes en el lugar y el momento de las acciones realizadas (nullum crimen, nulla poena sine praevia lege).

Sin embargo, el alto comisario de EE UU para la RFA, John J. McCloy, convencido de la necesidad de restaurar la capacidad industrial de Alemania occidental frente a una emergente URSS, decidió entre 1951 y 1952 reducir las penas de la mayoría de los acusados. El propio Alfried Krupp fue amnistiado el 31 de enero de 1951 y se le restituyeron sus propiedades en la RFA, que en la zona de ocupación soviética (a partir de 1949 la República Democrática Alemana) habían sido ya expropiadas. El terreno para la amnistía lo habían preparado antes las cámaras de comercio, las organizaciones empresariales y los medios de comunicación conservadores, que habían puesto en marcha una intensa campaña de relaciones públicas para relativizar las acciones de Krupp durante el nazismo. Cabe decir que lograron su cometido con creces, ya que Krupp se convirtió como es sabido en una de las empresas más importantes de posguerra. En 1999 se fusionó con Thyssen AG, cuyo presidente en el período de entreguerras, Fritz Thyssen, también financió generosamente al nacionalsocialismo hasta 1933, cuando su relación con el régimen comenzó a deteriorarse. Thyssen, que abandonó Alemania en 1939 y en 1940 publicaría en Francia una biografía titulada Yo financié la ascensión de Hitler, llegaría a ser internado tras su detención en el régimen de Vichy y extradición a Alemania en varios campos de concentración, aunque siempre recibió un trato de favor por su condición social.

“Lo hicieron voluntariamente”
En el juicio contra IG Farben, el fiscal presentó como prueba núm. 58 el siguiente fragmento del interrogatorio a Göring:
P. ¿Habría contemplado Alemania su vasto programa de agresión si no hubiesen contado con el pleno apoyo de los industriales durante todo el tiempo?
R. Los industriales son alemanes. Tenían que apoyar a su país.
P. ¿Les forzaron a hacerlo o lo hicieron voluntariamente?
R. Lo hicieron voluntariamente, pero de haberse negado, el Estado habría dado un paso al frente.
P. ¿Piensa que el Estado habría sido lo suficientemente fuerte para forzar a la gran industria a ir a la guerra si ésta no quería la guerra?
R. Cuando llegó el momento de ir a la guerra, todas las industrias nos siguieron sin problemas de conciencia.

Lo cierto es que tampoco tuvieron problemas de conciencia antes de la guerra: sin las donaciones de los industriales —a quien Hitler había cortejado abiertamente desde 1926-1927 presentando a su partido como dique de contención del bolchevismo—, el NSDAP no hubiera podido desembolsar por ejemplo los 805.864 marcos que costó la compra y renovación del Palacio Barlow de Múnich, donde el partido estableció su sede. Después de la ya mencionada reunión secreta del 20 de febrero de 1933, los “capitanes de industria” donaron tres millones de marcos —más de dos millones de los cuales se ingresaron en un fondo fiduciaro ad hoc creado por Schacht— para financiar a la ultraderecha. Los porcentajes son significativos: el 25% se destinó al Frente Negro-Blanco-Rojo, la coalición liderada por Franz von Papen, y el 75% restante al NSDAP. Según Martin Blank, uno de los testimonios de aquella reunión, aquel mismo día los representantes de la industria siderometalúrgica se comprometieron a donar un millón de marcos, mientras que el fabricante de maquinaria Wolfgang Reuter prometió entregar 100.000 marcos, la misma suma que dio Siemens. En el fondo de Schacht aparecen Osram, que donó 40.000 marcos (27 de febrero), Telefunken, con unos 35.000 (27 de febrero), IG Farben, con unos 400.000 marcos (28 de febrero), o AEG, con 60.000 (3 de marzo), por señalar sólo las compañías más conocidas de la lista, en la que también figuraban empresas mineras y de fabricación de maquinaria.

No sólo fue la industria: el acuerdo entre Papen y Hitler para hacerse con la cancillería se fraguó en la casa de un banquero, Kurt Freiherr von Schröder, en Colonia, con la mediación una vez más de Schacht. En su declaración en el juicio de Núremberg, Schröder narró cómo “antes de dar este paso, conmigo hablaron una serie de caballeros de la economía y me informé en general de cómo la economía quería establecer una cooperación entre ambos.” “Los mayoría de los esfuerzos de los hombres de la economía se dirigían”, continuaba Schröder en su declaración, “a ver la llegada al poder de un líder fuerte en Alemania que construyese un gobierno que permaneciese en el poder por un largo período tiempo”. Cuando “el NSDAP sufrió el 6 de noviembre su primer revés en las urnas y alcanzó con él su techo electoral, el apoyo de la economía alemana se hizo especialmente apremiante”. De acuerdo con el testimonio de Schröder, “existía un interés común en la economía en el miedo del bolchevismo y la esperanza de que los nacionalsocialistas, una vez en el poder, estableciesen una política consistente y sólidos fundamentos económicos en Alemania”.

Quizá la mayoría de industriales y banqueros viese a los nazis como parte de la constelación de fuerzas conservadoras que habían de impedir el ascenso del movimiento obrero organizado que suponían tanto el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) como el Partido Comunista de Alemania (KPD) y sus sindicatos. Carl von Ossietzky escribió en Die Weltbühne cómo el magnate de los medios de comunicación Alfred Hugenberg no quería “dejar libre a su golem, Hitler.” “Cuando ya no lo necesite más”, creía Ossietzky, “le cortará el grifo de la financiación y el movimiento nacionalsocialista desaparecerá tan misteriosamente como estos últimos dos años misteriosamente ha crecido”. Años después el dramaturgo Heiner Müller compararía a los nazis con un perro rabioso atado a una correa que finalmente se aflojó demasiado. Sea como fuere, como escribe Antoni Domènech en El eclipse de la fraternidad (Crítica, 2004; Akal, 2019), “lo que el propio [fiscal estadounidense] Telford Taylor llamó ‘guerra civil fría’ desencadenada en EE UU contra los ‘comunistas rooseveltianos’ contribuyó decisivamente a que las condenas judiciales a la oligarquía industrial y financiera alemana quedaran en nada”, entre otras razones, “gracias a la enorme presión de la derecha empresarial y política norteamericana que consideró –no sin un punto de razón– que procesar a los Flick, a los Krupp y compañía era tanto, según expresó en su día el luego tristemente célebre senador McCarthy, ‘como procesar a los Ford y a los Rockefeller’”.

No se produjo una caída de los dioses: el capital sin el que el nazismo no hubiera sido posible fue restituido en su lugar, considerado como un ‘mal necesario’ para hacer de Alemania occidental un muro de contención contra la expansión del comunismo soviético, a pesar de que ello suponía una violación del apartado B.12 del Acuerdo de Potsdam de 1945, según el cual “en el plazo más breve posible la vida económica alemana ha de descentralizarse con el objetivo de destruir la desproporcionada concentración existente del poder económico, representada especialmente por los carteles, corporaciones, trusts y otras asociaciones monopolistas”.

La URSS defendió en todo momento el establecimiento de un castigo ejemplar e inequívoco a los criminales de guerra nazis: sobre ellos tenía que caer todo el peso de la ley, sin concesiones. Esta manera de proceder tenía como fin impedir que su memoria pudiese ser rehabilitada y asestar a un mismo tiempo un golpe definitivo al capital que había posibilitado el peor conflicto de la historia de la humanidad. Buena parte del resto de los Aliados, en cambio, temía que el juicio a los notables de la vida económica alemana se convirtiese en una poderosa herramienta propagandística para los soviéticos. Como seguramente se refleje en los medios de comunicación estos días, hubo un Núremberg que ha llegado a ser muy conocido por el público y otro que no, y que, además, quedó incompleto. Ángel Ferrero es miembro del comité de redacción de Sin Permiso

Fuente:

sábado, 1 de febrero de 2020

_- Cuando la RAF y las Fuerzas Aéreas del Ejército de Estados Unidos (USAAF), convirtieron Dresde en otra Pompeya. Un nuevo libro describe con intensidad pasmosa la icónica destrucción de la ciudad alemana en 1945.

_- En el horror inabarcable de la II Guerra Mundial, el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde destaca con un fulgor siniestro.
El 13 de febrero de 1945, pronto hará 75 años, dos oleadas sucesivas de bombarderos, 244 aparatos británicos la primera y 552 estadounidenses la segunda, arrasaron brutalmente la población en 18 horas de espanto, desatando un infierno en el que se abrasaron en medio de escenas dantescas millares de personas, la mayoría civiles y en gran proporción mujeres, niños y ancianos, muchos de ellos refugiados que huían del avance soviético. El ataque devastó Dresde, de 650.000 habitantes, considerada la Florencia del Elba por su riqueza patrimonial y el nivel de su cultura. La destrucción de la ciudad, uno de los episodios emblemáticos de la guerra, símbolo para algunos de la indecencia de la guerra total y objeto desde que sucedió de intensos debates y polémicas, la relata ahora en un libro tan detallado como conmovedor, Dresde 1945, fuego y oscuridad (Taurus, 2020), el escritor británico Sinclair McKay —autor de varias obras sobre los decodificadores de Bletchley Park—.

Basándose en un estudio exhaustivo de las fuentes, sobre todo de testimonios de testigos del bombardeo, tanto habitantes de Dresde como aviadores, el estudioso revive la tragedia de una manera estremecedoramente vívida y caleidoscópica, llevando al lector de las heladas cabinas de los Lancaster en las que los jóvenes tripulantes se aferraban a amuletos como el sujetador de su novia para sobrellevar el miedo allí en los cielos (50.000 aviadores habían muerto en la campaña aérea, de manera horrenda), a los sótanos abarrotados en los que se refugiaba la población y que se convirtieron en trampas mortales. McKay, que calcula que 25.000 personas murieron en Dresde aquella noche, describe imágenes que cuesta desterrar de la memoria: el anciano cegado que avanza en medio del incendio como un rey Lear ardiente, la abuela calcinada ante los ojos de su nieta al prenderle en la ropa una bengala incendiaria, la gente hervida en los tanques de agua donde habían buscado refugio, los cuerpos de las embarazadas cuyos vientres se habían abierto por efecto del calor para revelar a los hijos nonatos.

¿Hay que considerar el bombardeo de Dresde un crimen de guerra?
"El término me hace dudar", responde McKay, "fue una atrocidad terrible, pero crimen de guerra es un concepto jurídico y entonces deberíamos analizar si todos los bombardeos sobre las ciudades alemanas lo fueron. Además, Dresde tenía un indudable valor estratégico, era un objetivo militar, con ferrocarriles, tropas, fábricas en el centro de la ciudad que producían material bélico".

¿Estaba justificado hacer algo así para vencer al mal indiscutible del nazismo?
"La cuestión moral, efectivamente, es el núcleo del bombardeo de Dresde. Ya en 1943, Churchill tenía serias dudas sobre la moralidad del bombardeo de ciudades y acusó al Mando de Bombardeo de la RAF de "actos de terror". Otros, como el mariscal del Aire Sir Arthur Harris, el Carnicero, no entendían esa actitud". ¿Es Dresde la Gernika alemana?

"El horror provocado por los bombardeos aéreos empieza con Gernika, Dresde es parte de ese patrón terrible que culmina en Hiroshima y Nagasaki".
Sobre si sirvió para algo el bombardeo de Dresde, McKay reflexiona: "Es distinto decirlo ahora, cuando miramos a febrero de 1945 y sabemos que la guerra finalizaría en dos meses, pero la gente entonces no lo sabía, claro, y los aliados observaban alarmados que los soldados alemanes seguían resistiendo. La guerra podía alargarse. En ese sentido hay que recordar que el bombardeo de Dresde, al lado de todo el horror, generó efectos militares inmediatos: obstaculizó los movimientos del Ejército alemán, ayudando al Ejército Rojo y además el shock que provocó en la población civil alemana les devolvió a la cruda realidad de que Hitler no iba a darle la vuelta a la guerra con sus armas maravillosas, que el régimen nazi estaba acabado".

Algunas de las imágenes que se describen en el libro sugieren una peligrosa comparación con el genocidio nazi: los cadáveres apilados en las calles, la cremación de los cuerpos en parrillas improvisadas, el propio horno en que se convirtió la ciudad. "Desde luego no lo he hecho explícitamente, pero por supuesto es peligroso comparar. Es evidente que tenía que mostrar esas cosas, pero nunca he querido hacer ningún tipo de comparación. Parte de la dificultad de la historia del bombardeo de Dresde es que la extrema derecha alemana actual trata por todos los medios de mostrar a los civiles muertos como mártires, pretendiendo que se vean como equivalentes de las víctimas del Holocausto: no creo que se pueda tomar ese camino. La planificación y ejecución del Holocausto, la maldad, el sadismo, la premeditación y el horror de todo aquello es algo aparte, otra dimensión con respecto a un bombardeo nocturno, independientemente de lo horrible que este fuera y de que hubiera niños. Esa barbaridad no deja de estar en el núcleo de la guerra".

El autor recalca que las autoridades actuales de Dresde están angustiadas por el intento de apropiación de sus víctimas por la extrema derecha. McKay cuestiona también la idea expresada por el historiador alemán Jörg Friedrich en El incendio (Taurus, 2003), de que la población civil alemana fue tan víctima de la guerra como las otras. En su libro no deja de señalar que Dresde fue una ciudad entusiásticamente nazi y cosas como que a los pocos judíos que quedaban no se los dejaba entrar en los refugios arios.

Dresde 1945, escrita con un pulso narrativo excelente (trasladado al castellano por Martín Schifino), une a su rigor documental una estructura dramática apasionante. "Eso es fácil cuando tienes fuentes tan buenas y literarias como Kurt Vonnegut y Victor Klemperer, que estaban en Dresde, el primero como prisionero de guerra y el segundo, judío, llevando una vida de semiclandestinidad, pero hay muchos otros testigos oculares que escribieron crónicas de gran calidad y detalle".

¿Cuál le parece la imagen más horrible del bombardeo?
"Hay tantas, la atmósfera en los sótanos, esa claustrofobia, con la luz de la bombilla que se apaga. Eso es lo que más me ha angustiado al escribir. Tenía que parar a menudo y salir a correr para desprenderme de aquello".

La tormenta de fuego fue también terrible.
"Parece algo casi sobrenatural, pero eso ha pasado ahora en los incendios de Australia. Los científicos aún estudian la parte física de ese fenómeno que se llevó gente volando. El aire se pone del revés, el oxígeno es absorbido, no se puede respirar. Ser capaz de hacer eso es como tener el poder de Dios, algo bíblico, sí".

De las cuentas del horror, esos 25.000 muertos, dice que en realidad nunca se sabrá la cifra exacta, pero que se hizo un recuento muy pormenorizado y no pueden haber sido muchos más, pese a Goebbels y David Irving. "En todo caso sigue siendo una cantidad enorme". McKay subraya su intención de hacer justicia a las víctimas de Dresde, explicando sus vidas y sus muertes. Añade que al describir los tormentos del fuego en la carne ha optado por explicar las impresiones que el lector puede entender. "Es imposible saber lo que se siente al explotar, pero sí al notar que te quedas ciego ante algo que parece nieve ardiente, o que te asfixias en un sótano".

De una de las imágenes canónicas de Dresde, la de la mujer a la que se le abre la maleta y lleva dentro el cuerpo abrasado y reducido al tamaño de un muñeco de su hijo, dice que “desde luego no es una leyenda urbana, algo que en Dresde no hace falta”, y que hubo varios casos de personas que transportaban a sus familiares muertos para que no fueran a parar a las fosas comunes. Él relata el caso de una mujer que llevaba lo que quedaba de su hijo en un saco.

La historia de Dresde tiene un eco de Pompeya.
"Sí, hay algo, la magnitud de la catástrofe, las imágenes apocalípticas, la propia física de la destrucción que parece desafiar el entendimiento, y la desnudez de la muerte".

EL MONUMENTO A LAS TRIPULACIONES DE LOS BOMBARDEROS
Del monumento en Picadilly, en Londres, a las tripulaciones británicas de bombarderos, los Bomber Boys, inaugurado en 2012, Sinclair McKay considera que "por fin se ha hecho, se ha tardado mucho, es muy controvertido y se ha lanzado pintura en alguna ocasión sobre él, pero desde luego si hay que acusar a alguien de crímenes de guerra no es a las tripulaciones, esos chicos mucho más inteligentes y sensibles de lo que se piensa y que lucharon con mucho valor".

https://elpais.com/cultura/2020/01/22/actualidad/1579715883_502339.html

Más:
https://www.lavanguardia.com/cultura/20200123/473082086941/dresde-borbardeo-raf-aniversario-mckay.html


¿Qué son los crímenes de guerra?
El término de crímenes de guerra, definido por el Derecho internacional y la Convención de Ginebra, se refiere a las infracciones graves del Derecho Internacional Humanitario que se cometen durante un conflicto armado.

¿Cuáles están catalogados como crímenes de guerra?
El asesinato o malos tratos a prisioneros de guerra, civiles o náufragos.
Deportación para obligar a realizar trabajos forzados a la población civil en territorios ocupados.
Genocidios contra la población.
La toma y ejecución de rehenes.
La destrucción o devastación injustificada de poblaciones.
El robo de bienes públicos o privados.
La Comisión de Crímenes de Guerra de la ONU fue la primera organización internacional en incluir la violación como un delito grave.

Historia de los crímenes de guerra
Algunas de las primeras personas en ser juzgadas por crímenes de guerra fueron el exprimer ministro japonés Hideki Tojo, por los Juicios de Tokio en 1946, o el expresidente yugoslavo Slobodan Milosevic en 2002.
Los juicios de Nuremberg contra nazis. https://es.wikipedia.org/wiki/Juicios_de_N%C3%BAremberg

Desde 2002, el Tribunal de La Haya se encarga de perseguir los crímenes de guerra cometidos tras esa fecha, que se recogen en el artículo 5 del Estatuto de Roma.

Genocidio
Aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos.

viernes, 30 de agosto de 2019

_- La mayor barbarie (crímen de guerra contra civiles indefensos aún sin juzgar) del franquismo. El Centro Andaluz de la Fotografía revisa la masacre de civiles que huyeron de Málaga en 1937. El nuevo Gobierno regional despide al director que programó la muestra.

_- El infame bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor en abril de 1937 se convirtió enseguida —y definitivamente gracias al célebre cuadro de Picasso— en el eje principal de la denuncia ante la opinión pública internacional tanto de la barbarie franquista como de la participación de las potencias nazi-fascistas en la Guerra Civil mientras las democracias europeas se encogían de hombros.

Aquella atrocidad relegaría a un segundo plano, hasta sumirlo en un casi absoluto olvido, al que probablemente constituya el mayor crimen de guerra del franquismo. Solo dos meses antes, en febrero, la caída de Málaga en poder del ejército sublevado lanzó a la carretera hacia Almería a decenas de miles de refugiados. Con la colaboración de fuerzas italianas y alemanas, los buques de la escuadra rebelde los bombardearon desde el mar mientras la aviación ametrallaba a la multitud. En palabras de Queipo de Llano, “para acompañarlos en la huida y hacerles correr más aprisa” (se mofaban criminalmente de los indefensos, eso eran valores cristianos?).

© Gerda Taro. Foto de la portada de la revista Regards


El Centro Andaluz de la Fotografía presenta la exposición Taro y Capa en el frente de Málaga. Las fotografías de las brigadas internacionales, comisariada por Fernando Alcalde de la ARMH 14 de Abril. Se inaugura el viernes 12 de julio a las 20.30 y se podrá visitar hasta el 29 de septiembre de 2019.

Muestran, por primera vez, las imágenes tomadas en el viaje que emprendieron Robert Capa y Gerda Taro desde Almería hasta Calahonda (Motril) acompañando al Batallón Tschapaiew de la XIII Brigada Internacional durante la contraofensiva republicana en La Desbandá (febrero de 1937).
ORGANIZA | COLABORA
ARMH 14 de Abril 
Colabora: Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico











Concebida como una operación de propaganda a mayor gloria del golpismo y sus aliados, no existen apenas más imágenes que las realizadas por reporteros empotrados que las divulgaron en las principales revistas ilustradas europeas y los noticieros cinematográficos de la época. Solo las pocas fotografías del folleto del médico canadiense Norman Bethune, El crimen del camino Málaga-Almería, están hechas desde el lado de las víctimas y recogen el éxodo. Aparte, se conocían las firmadas por Robert Capa, tomadas ya en una Almería bajo el shock del bombardeo especialmente cruel del 12 de febrero, con la ciudad desbordada por la presencia de alrededor de 300.000 personas refugiadas.

Recientemente, y casi con cuentagotas, han ido viendo la luz más documentos gráficos relacionados con este episodio y que obligan a un replanteamiento de la autoría de la obra producida por el famoso fotógrafo y por Gerda Taro, demasiado tiempo despachada como “la novia de Robert Capa”. Las fotografías de ambos, publicadas en las revistas francesas Regards y Ce Soir, la alemana Die Volks-Illustrierte y la checoslovaca Španělsko, además de la documentación del contrataque del batallón Chapaiev de la XIII Brigada Internacional en la costa de Almería y Granada, constituyen el núcleo de la exposición Taro y Capa en el frente de Málaga. Las fotografías de las Brigadas Internacionales. Este valioso material procede del International ­Center of Photography de Nueva York, la Bibliothèque Nationale de France, el Archivo de la Resistencia Austriaca en Viena, los Archives Nationales de France y el legado del escritor y brigadista Alfred Kantorowicz en Hamburgo.

Comisariada por Fernando Alcalde, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica 14 de Abril, la exposición representa una ocasión idónea para la reflexión acerca del papel que en la construcción de la memoria colectiva y, a la postre, de nuestra identidad desempeñan las producciones culturales —y en concreto, la fotografía—. Qué y cómo se difunde y se consume. O, todo lo contrario, se silencia.

La muestra puede verse en el Centro Andaluz de la Fotografía, en Almería. A la inauguración, el pasado 12 de julio, en contra de lo habitual, no asistió el director del centro.

El CAF fue creado en 1992 y, por primera vez desde su fundación, su dirección fue adjudicada en 2017 en un concurso público, por un jurado de profesionales y siguiendo el código de buenas prácticas. Pero habiendo escasamente superado la mitad de los cuatro años de duración del contrato, este ha sido rescindido, y su titular, Rafael Doctor, despedido.

La razón aducida es la desaparición de la dirección de Programas de Fotografía, de la que depende el CAF. La mesa sectorial del arte contemporáneo español —que congrega asociaciones de artistas y comisarios, de coleccionistas, docentes o galeristas— ha respondido contundentemente, denunciando la supresión de una de las escasas instituciones dedicadas en España al ámbito de la fotografía y condenando la inaceptable injerencia política que implica esta medida de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía.

Al frente de dicha Consejería se encuentra desde el pasado mes de enero la veterana militante del PP y experta en derecho comunitario Patricia del Pozo. Glosando su nombramiento, la prensa más afín destacó su gusto por el flamenco, “al que su padre es un gran aficionado”, o las corridas de toros. En esa línea cabe interpretarse su anuncio de “declarar bien de interés cultural las rehalas y la montería” o el de una “ley del flamenco”. En todo caso, el grueso de la gestión de la cultura andaluza ha ido a recaer en un cargo de nuevo cuño, el secretario general de Innovación Cultural y Museos, con el que, no menos sorprendentemente, ha sido agraciado el empresario cántabro Fernando Francés García, célebre por los continuos enredos, siempre al límite de la (i)legalidad, que provoca la porosidad con que concibe el lucro propio y la administración de los recursos públicos. A fin de cuentas, el modelo que el neoliberalismo sueña: sacrificarlo todo en el altar de los intereses de la libérrima y soberana empresa. Incluidas las instituciones públicas.

Es digna de admirarse la soltura con que el poder político simultanea, ambidiestro, la autoritaria censura de corte tradicional, propia de los regímenes dictatoriales, con su enmascaramiento tras subterfugios tecnoburocráticos de interminables reestructuraciones en nombre de una “optimización” de nunca queda claro exactamente qué. Una maraña entre la que se ve alejarse el improbable día del fin de esta querencia por una anomalía que se revela, ¡ay!, tan española.

En medio de un paisaje sometido a una violenta mutación —de un lado, una clónica y banal arquitectura turística; del otro, la arrolladora generalización de la agricultura intensiva–, no es fácil reconocer aquella carretera de 1937. En la Nacional 340 entre Málaga y Almería, abandonada hoy en muchos de sus tramos, no atruenan las bombas impeliendo al viajero a “ir más deprisa”: una moderna autovía le permite dejar cómodamente de lado las paradas y vistas indeseadas. Con la misma eficacia con que nuestros gestores político-culturales se desviven por ahorrarnos los siempre fastidiosos guernicas aún pendientes.

Taro y Capa en el frente de Málaga. Centro Andaluz de la Fotografía. Almería. Hasta el 29 de septiembre.

https://elpais.com/cultura/2019/07/19/babelia/1563555485_082094.html

domingo, 31 de marzo de 2019

A 16 años de la invasión a Irak. La gran mentira.




Como toda guerra, la de Irak fue producto de una gran mentira, una mentira propagada por casi todos los principales medios y por una clase intelectual profesional vinculada al poder, y todos éstos, hasta hoy día, jamás han pagado las consecuencias y muchos menos han tenido que rendir cuentas por su complicidad. Es una guerra en la cual se fabricó la justificación frente a todos: se declaró que Irak tenía armas de destrucción masiva, que era en parte responsable de los atentados del 11-S, que era un Estado que daba refugio a "terroristas". Todo eso fue falso. Y se sabía en esos mismos momentos; millones de personas en algunas de la movilizaciones antiguerra más grandes de la historia lo sabían, no cayeron en en el engaño.

La semana pasada se cumplió el 16 aniversario de la guerra de Estados Unidos en Irak, algo que casi nadie en calles, universidades, cafés, antros, parques o edificios gubernamentales registró, y menos aún comentó. Ni el comandante en jefe. Esa y las otras guerras ya se ha vuelto parte del ruido de trasfondo de este país. Una guerra más, una mentira más.

Esta mentira costó más de 190 mil civiles muertos por violencia directa de esa guerra, casi 5 mil militares estadounidenses que han perecido, cientos de miles de civiles y militares heridos, y un costo mayor de 2 billones de dólares hasta la fecha (y eso que no es la guerra activa más larga en la historia del país; esa tiene 17 años y está en Afganistán), según el informe Costos de Guerra, de la Universidad Brown.

La gran mentira implicó que miles de jóvenes estadunidenses –en su gran mayoría pobres y de clase trabajadora– fueron enviados a Irak o Afganistán a matar y herir a otros jóvenes como ellos. Los que regresaron, si es que no en un ataúd o en una camilla, sí con heridas psicológicas de largo plazo, fueron recibidos por una población que, la verdad, si es que se acuerda de ellos, prefiere no ponerle mucha atención a todo eso, más allá de rendir homenajes a nuestros veteranos antes de un partido de beisbol o de fútbol.

Seguramente es el único país en la historia donde uno puede pasar por las calles de todas las ciudades y grandes pueblos sin darse cuenta ni acordarse que está en medio no sólo de una, sino de varias guerras.

Como toda guerra, la de Irak fue producto de una gran mentira, una mentira propagada por casi todos los principales medios (con algunas notables excepciones) y por una clase intelectual profesional vinculada al poder, y todos éstos, hasta hoy día, jamás han pagado las consecuencias y muchos menos han tenido que rendir cuentas por su complicidad.

Es una guerra en la cual se fabricó la justificación frente a todos: se declaró que Irak tenía armas de destrucción masiva, que era en parte responsable de los atentados del 11-S, que era un Estado que daba refugio a terroristas. Todo eso fue falso. Y se sabía en esos mismos momentos; millones de personas en algunas de la movilizaciones antiguerra más grandes de la historia lo sabían, no cayeron en el engaño.

El objetivo no tenía nada que ver con democracia, libertad, asistencia humanitaria ni nada de eso. Tenía el objetivo de cambio de régimen y, ni hablar, petróleo.

Entre los promotores más feroces de la mentira en el gobierno de George W. Bush estaban Elliott Abrams y John Bolton, junto a un amplio elenco de los mismos jefes de medios e intelectuales de tanques pensantes, tanto conservadores como liberales, que hoy día invitan a todos a creerles algunas más, incluido el caso de Venezuela.

Como señala el periodista Matt Taibbi, de Rolling Stone, el daño que esta historia (la guerra contra Irak) causó en nuestras reputaciones colectivas aún es poco entendida en el negocio (de los medios), y señala que esa mancha no se podrá lavar hasta que enfrentemos qué tan mal fue, y es mucho peor de lo que estamos admitiendo, aun ahora.

¿Cuántas otras guerras repletas y justificadas con mentiras continúan hoy día? Hay una contra los inmigrantes en la frontera (con despliegue militar), otra permanente contra el narco, y ni contar las acciones bélicas activas de Washington en varias partes del mundo, incluidos por lo menos siete países que casi ningún estadounidense puede siquiera nombrar.

Según el informe Costos de Guerra, Estados Unidos conduce hoy día actividades anti-terroristas en 80 países (40 por ciento de los países del planeta), ha gastado más de 5.9 billones en las guerras posteriores al 11 de septiembre de 2001, han muerto un total de 480 mil personas en Irak, Afganistán y Pakistán, incluidos 244 mil civiles por violencia directa, casi todo con justificaciones engañosas.

Las mentiras oficiales cuestan muy caro, pero casi nunca para los mentirosos, sino para todos los demás. Esa es la verdad.

Fuente:
http://www.jornada.com.mx/2019/03/25/opinion/023o1mun