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viernes, 4 de junio de 2021

_- Junto al barranco. Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo. La fotografía descubierta por la historiadora Wendy Lower cuenta otra versión

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Durante años se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los crímenes del nazismo.
La fotografía descubierta por la historiadora americana Wendy Lower muestra lo contrario.

En cada foto está contenido un mundo de información y otro de desconocimiento. Lo que se ve en la foto linda por sus cuatro lados con lo que no se ve y no se verá nunca. Lo visible engaña porque hace olvidar lo que no puede verse. Encuentras un puñado de fotos tiradas en la calle cerca de un contenedor o en el cajón de baratijas de un mercadillo y las personas que aparecen en ellas son más desconocidas porque sus caras surgen perfectamente nítidas, no tocadas por la melancolía definitiva del anonimato. En los mercadillos de Nueva York, hace 15 o 20 años, había muchas fotos de soldados muy jóvenes con uniformes de la II Guerra Mundial, y de muchachas de amplias sonrisas y melenas rizadas que algunas veces habían escrito declaraciones de amor en el reverso, con una cursiva elegante de pluma estilográfica. En esos mercadillos también había a veces paquetes enteros de fotos de frente y de perfil de hombres fichados por la policía, caras atónitas a veces con la nariz rota y un ojo hinchado, corbatas flojas sobre mugrientos cuellos de camisas, mejillas oscurecidas de barba tras la mala noche en una celda. Cada una de esas personas tuvo un nombre completo, una vida. Ahora eran apenas la imagen detenida en un parpadeo, el espectro de una existencia perdida, conjurada por el disparo de una cámara y la reacción química del revelado.

“Una foto es un secreto acerca de un secreto”, escribió Diane Arbus, “cuanto más te cuenta menos sabes”. En 2009, investigando en el Museo del Holocausto en Washington, la historiadora Wendy Lower encontró una foto que aludía a un gran secreto a voces sobre el que sin embargo existe muy poca documentación visual, las matanzas de judíos llevadas a cabo por el Ejército alemán en su avance a través de la Unión Soviética, en el verano y el otoño de 1941. Durante mucho tiempo se cultivó la leyenda de que los militares alemanes se habían mantenido al margen de los peores crímenes del nazismo, llevados a cabo al parecer por los fanáticos de las SS. Ahora sabemos que el Ejército regular participó con entusiasmo y eficacia en el exterminio de las poblaciones judías del Este de Europa y de la URSS, y que la crueldad de los militares profesionales hacia las “razas inferiores”, eslavos incluidos, fue idéntica a la de los matarifes de uniformes negros y calaveras en las gorras de plato.

Alemania era un país de gran afición por la fotografía. En la ofensiva hacia el Este oficiales y soldados llevaban al cuello cámaras fotográficas. Las marcas más populares se anunciaban a toda página en las revistas del Ejército, incitando a aquellos héroes a preservar el recuerdo gráfico de sus hazañas. Pero muy pronto, según arreciaban las atrocidades, el alto mando prohibió que se tomaran fotos, aunque algunas de las más terribles llegaron a sobrevivir porque sus protagonistas se las mandaban como recuerdo a sus familiares.

El fotógrafo Lubomir Skrovina, en el centro, en Miropol el 17 de septiembre de 1941.
La imagen que resume el ‘Holocausto de las balas’

La foto que encontró Wendy Lower había permanecido oculta hasta la caída del muro de Berlín en un archivo de la policía secreta de Checoslovaquia. Lo que la hace excepcional es que muestra una matanza en el momento en que está sucediendo. Unos hombres de uniforme acaban de disparar muy de cerca a una mujer que se desploma al filo de un barranco y arrastra con ella de la mano a un niño descalzo. El humo de la pólvora difumina parte de la escena. Fijándose bien se ve que hay dos tipos de uniformes: pesados capotes y gorras como del Ejército soviético, guerreras y gorras de plato alemanas. También hay un hombre de paisano que observa la escena, limitada hacia atrás por los árboles de un bosque.

Durante 10 años Wendy Lower investigó archivos, localizó testigos, participó en excavaciones arqueológicas queriendo averiguar todo lo que fuera posible sobre la fotografía, lo que se ve en ella y lo que no, lo que pasó antes, lo que vino después, la fecha exacta de la matanza, el lugar donde sucedió. Lo ha contado en un libro denso y apasionado de menos de 300 páginas, The Ravine. Guillermo Altares, que está siempre muy alerta a estos asuntos, dio la noticia de la publicación del libro en estas páginas. El título alude al barranco donde esa mujer y ese niño están cayendo, y en el que yacen amontonados ya muchos cadáveres, y también personas malheridas que se remueven entre ellos, y que de un momento a otro recibirán un tiro de gracia o perecerán asfixiadas bajo el peso de los otros cuerpos y de las paladas de tierra que los ejecutores harán arrojar sobre ellos.

Como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora identifica a los dos uniformados alemanes, funcionarios de aduanas que nunca pagaron por sus crímenes

En la foto, nada más verla, todo resulta general y anónimo: verdugos y víctimas, una borrosa matanza en blanco y negro. Poco a poco, como un juez de instrucción íntegro y escrupuloso, la investigadora, que aclaró enseguida el día de la ejecución, el lunes 13 de octubre de 1941, y el lugar preciso, las afueras de la pequeña ciudad ucrania de Miropol, identifica a los dos uniformados alemanes, que no son militares, sino funcionarios de aduanas, y que nunca llegaron a pagar por sus crímenes; y después encuentra el rastro de una adolescente que también fue dada por muerta y arrojada a esa misma fosa, pero logró escapar y vivió hasta 2015. También averigua los nombres de los policías ucranios, lacayos sanguinarios de los ocupantes alemanes, y sigue el rastro de sus vidas futuras. Y hasta descubre la identidad del fotógrafo, un valeroso soldado eslovaco que poco después se unió a la Resistencia, y que se jugó la vida para guardar las pruebas del horror al que había asistido. Una anciana que vive en un suburbio a las afueras de Detroit le cuenta sus recuerdos ya muy débiles de niña y le entrega una foto en la que pudieran estar, solo unos meses antes, la mujer del vestido de lunares y el niño que cae de su mano al barranco.

La búsqueda conduce de un secreto a otro, hasta chocar con el límite de lo que no puede saberse, el vacío inmenso de los muertos y los desaparecidos sin rastro. Cada nuevo descubrimiento apunta hacia otro enigma. Cobijado entre las piernas de la mujer que cae, Wendy Lower está segura de ver la cabeza de otro niño. En una imagen más borrosa que el fotógrafo tomó de los cuerpos amontonados en el barranco se distingue ese vestido de lunares. En el borde, en primer plano, hay unas botas de hombre, y junto a ella una chaqueta doblada. No se sabrá nunca a quién pertenecieron.

‘The Ravine: A Family, a Photograph, a Holocaust Massacre Revealed’. Wendy Lower. Houghton Mifflin Harcourt, 2021. 272 páginas. 26 euros.


miércoles, 24 de julio de 2019

El día que Adolf Hitler rompió el Tratado de Versalles. Un 16 de marzo de 1935, Hitler anunciaba el incumplimiento del Tratado de Versalles al crear la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas.

Berlín fue el ténebre escenario de uno de los momentos más decisivos en la historia del último siglo. Tal día como hoy, hace 84 años, Hitler anunciaba que se disponía a crear la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas, incumpliendo por tanto el Tratado de Versalles.

Este acuerdo de paz, firmado en 1919 por más de cincuenta países, tenía como uno de sus grandes objetivos que las Potencias Centrales (el imperio alemán, el austrohúngaro, además del otomano y el Reino de Bulgaria) aceptasen toda responsabilidad por haber causado la guerra y quedasen, en consecuencia, desarmados.

Pero el Tratado fue socavado en poco tiempo y Hitler lo violó repetidamente a lo largo de los años 30. Por ello, Alemania tuvo que pagar la indemnización de los destrozos causados en 1983, aunque no fue hasta 2010 cuando liquidó los 125 millones de euros a los que ascendían los intereses.

Al abandonar el Tratado, Alemania dejaba de lado también la Sociedad de las Naciones, el instrumento predecesor de la actual Organización de las Naciones Unidas, impulsado por el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, con el fin de que la guerra fuera absorbida por diplomacia. Aunque logró algunos éxitos, finalmente se mostró incapaz de mantener la paz tras la crisis de 1929.

La noche de los cuchillos largos
También llamada Operación Colibrí, la llamada noche de los cuchillos largos grabó en la historia una brutal serie de asesinatos políticos que llevó a cabo Hitler para quitarse de en medio a todos aquellos críticos con su régimen, y provocó el paso de la Reichswehr, las fuerzas armadas de la anterior República de Weimar, a la Wehrmacht, que operaron desde 1935 y hasta 1945.

El jefe de la organización paramilitar Sturmabteilung, Ernst Röhm, quería que esta fuera incluida en la Reichswehr. Por el contrario, el bando militar se negaba, y Hitler siguió su proceder por miedo a un golpe militar. Tras un intento de diálogo con Röhm, Hitler pasó a considerarle un peligro para la estabilidad de su poder.

Por ello, Hitler decidió llevar a cabo la masacre de la noche de los cuchillos largos, en la que murieron cientos o incluso miles de personas y arrestaron a otras mil, entre ellas a Röhm, que fue detenido por orden expresa de Hitler. Por su pasado juntos, Hitler le ofreció la posibilidad de suicidarse, a lo que Röhm respondió que si lo quería muerto, lo matara él mismo. Por ello, fue finalmente asesinado en su propia celda por dos agentes de las SD, el servicio de inteligencia de las SS. Tras ello, Hitler comenzó a criminalizar al mando de la Reichswehr de lo ocurrido, por lo que disolvió su estructura para crear la Wehrmacht.

Estas fuerzas armadas se componían entonces del ejército, Heer, la armada, Kriegsmarine y la fuerza aérea o Luftwaffe. Posteriormente, un nuevo brazo se uniría a los tres anteriores: la Waffen-SS, la armada de las SS (Schutzstaffel), la organización militar del Partido Nazi. A lo largo de los años 40, esta división se extendió desde los 3 regimientos con los que contaba hasta llegar a 38 divisiones.

Durante este período, la modernización de las armas les llevó hasta las más nuevas y salvajes tácticas de guerra, que incluyeron de forma generalizada el uso del arma blindada.

Atrás quedaba el tiempo de las trincheras y el juego de guerra anterior a aquellos años. En su lugar, apareció la Blitzkrieg o Guerra Relámpago, una estrategia novedosa que colgó numerosas victorias sobre los hombros de los generales desde 1939 hasta 1943.

Este tipo de ataque implicaba un bombardeo inicial, seguido de un movimiento estratégico rápido y por sorpresa, impidiendo así que el enemigo pudiera llevar a cabo una defensa coherente.

El reclutamiento masivo del Volksturm
Durante la guerra, más de 18 millones de hombres sirvieron en la Wehrmacht, según el libro de Rolf-Dieter Müller, Hitler's Wehrmacht. Al finalizar la guerra, las tropas habían perdido a más de 11 millones de hombres. Aunque algunos de los líderes de la Wehrmacht fueron juzgados por crímenes de guerra al finalizar ésta, muchas más personas que realizaron acciones ilegales nunca pagaron por ello.

Durante los últimos días de la Alemania nazi, en 1944, y para cubrir las bajas de la Wehmacht, se crearon las llamadas fuerzas de asalto de pueblo o Volksturm, para que todos los hombres de entre 16 y 60 años pasaron a formar filas en el plan de defensa contra el ejército rojo.

El líder nazi Martin Bormann reclutó, por orden directa de Hitler, a casi 6 millones de alemanes, donde entraron todo tipo de personas anteriormente consideradas no aptas para el servicio, como ancianos, inválidos o jóvenes.

Muchos de los reclutas del Volksturm habían sido veteranos en la Primera Guerra Mundial o bien habían hecho el servicio militar, pero no se manejaban con las armas modernas. A menudo eran esos veteranos incluso quienes daban la formación al resto, por lo que la falta de entrenamiento tuvo un resultado nefasto. En la Batalla de Berlín, este grupo armado sufrió muchísimas bajas, llegando incluso a atacarse entre sí debido a sus confusiones en combate.

El fin de la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial Con el nuevo ejército, el armamento sufrió una notable modernización, empleando ametralladoras más ligeras, tanques muy rápidos y aviación moderna, así como una organización de los batallones en función de una cadena de mando para una mayor autonomía si los oficiales caían.

A eso se sumaron sus tácticas novedosas, veloces y masivas, junto a la rápida consecución de los objetivos y una logística muy eficaz, lo que hizo del ejército alemán el más potente del mundo. Pero fue esa superioridad la que hizo que superase su propio límite y tomase decisiones erróneas que la llevaron a la ruina.

Capaces de mantener frentes a lo largo de toda Europa, en Francia, en la Unión Soviética y en África, la Wehrmacht fue llevada hasta su límite hasta que lo encontró, por primera vez, en la derrota de la Batalla de Moscú, en 1941. En 1943, la batalla de Kursk se considera la última ofensiva estratégica y la última oportunidad de ganar la guerra contra la Unión Soviética.

En 1944, ya muy debilitada, no pudo contener el avance de las tropas contrarias tras la batalla de Normandía y tuvo que replegarse. Tras esta experiencia, la Wehrmacht realizó un último intento de ofensiva en la llamada batalla de las Ardenas, que terminó en la derrota definitiva de las fuerzas armadas debido a una pérdida ya irreparable de hombres y armamento.

https://www.nationalgeographic.es/historia/2019/03/el-dia-que-adolf-hitler-rompio-el-tratado-de-versalles

jueves, 9 de agosto de 2018

Kursk, la batalla que definió la II Guerra Mundial

Kursk, la batalla que definió la guerra

Rodolfo Bueno
Rebelión

La mayor derrota alemana durante la Segunda Guerra Mundial se dio en la Batalla de Stalingrado, la más encarnizada de la historia; la misma se prolongó desde agosto de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943 y culminó con la increíble victoria del Ejército Soviético sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, algo que nadie en el mundo occidental esperaba. Sobre esta batalla, el General alemán, Dorr, escribe: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”.

Al terminar la Batalla de Stalingrado, el Ejército Soviético capturó a un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. La Wehrmacht perdió en Stalingrado un millón de hombres, el 11% de sus pérdidas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental, más de 3.000 tanques y casi 4.500 aviones. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia. En “Memorias de un Soldado”, el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado… la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”. El material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las fabricas que los soviéticos habían trasladado desde la zona central de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.

Luego de la Batalla de Stalingrado se conoció que en el año 1943 tampoco se abriría el Segundo Frente, lo que significaba que Alemania podía concentrar en el Frente Oriental lo más selecto de sus tropas para luchar contra la URSS. El 10 de junio de 1943, Stalin le escribe a Roosevelt: “Usted y Churchill han decidido posponer la invasión a Europa Occidental para la primavera de 1944. Otra vez nos tocará luchar casi solitariamente”; y a Churchill: “Nuestro gobierno nunca pudo imaginar que EEUU y Gran Bretaña revisaran la decisión de invadir Europa Occidental... No fuimos consultados... Usted me dice que comprende por completo mi desilusión. Es mi deber aclararle que no se trata de una simple desilusión… sino de mantener la confianza entre los aliados. No hay que olvidar que se trata de salvar la vida de millones de personas que viven en las regiones ocupadas de Europa Occidental y Rusia, así como también de reducir las inmensas bajas del Ejército Soviético”.

Bajo estas circunstancias se produjo la Batalla de Kursk, en la que, según Hitler, los alemanes “debían recuperar en el verano lo que habían perdido en el invierno”. Para ese entonces el frente soviético alemán se había estabilizado a lo largo de una línea que comenzaba en el Golfo de Finlandia, continuaba en el centro a unos 500 km de Moscú y terminaba en el sur a la altura de la ciudad de Rostov del Don, en el mar de Azov. El frente formaba una curva a la altura de la ciudad de Kurks, desde este arco los soviéticos se proponía liberar Oriol y Briansk. Los alemanes decidieron desatar una ofensiva, tanto desde el norte como desde sur de este arco, para encerrar en su interior a grandes concentraciones de tropas soviéticas; con este fin planificaron la operación “Ciudadela”. Para ganar la batalla crearon nuevos tipos de tanques “Tigres”, los mejores que fabricó Alemania durante la guerra, carros de combate tipo “Pantera” y cañones “Ferdinand”, y concentró para el ataque 70 divisiones de 900.000 soldados, 10.000 cañones y morteros, 2.700 tanques y más de 2.000 aviones.

La operación no correspondía a las posibilidades reales de la Wehrmacht, que no había apreciado correctamente las relaciones de fuerza en el Frente Oriental, donde los soviéticos habían construido 4.240 km en el frente de Vorónezh y otra cantidad semejante en la frente central. La longitud total de las trincheras abiertas en el arco de Kursk podría cubrir la distancia entre San Francisco-Washington-Montreal.

El 5 de julio de 1943 comenzó la batalla. Los alemanes confiaban en que sus fuerzas romperían las defensas rusas tanto en el norte como en el sur, pero su ofensiva terminó en un rotundo fracaso. La contraofensiva soviética marcaría el fin del último intento alemán de recuperar la iniciativa en el Frente Este, iniciativa que a partir de ese momento quedó en manos soviéticas hasta el 9 de mayo de 1945. En la Batalla de Kursk se exterminaron las mejores unidades del ejército alemán, aquellas que luchaban bajo la consigna de vencer o morir, se enterró también el mito de que era el invierno ruso el que ayudaba al Ejército Rojo; también fue la batalla de tanques más grande de la historia, participaron en ella 6.900 tanques de ambos bandos.

El General Guderian escribe en el libro ya citado: “Sufrimos una derrota demoledora en Kursk. Las tropas blindadas, que habían sido repuestas con gran esfuerzo como consecuencia de las grandes pérdidas de hombres y de material de guerra, quedaron fuera de servicio por largo tiempo. Era imposible restituirlas a tiempo para… el caso del desembarco con el que los aliados amenazaban para la primavera siguiente. Como consecuencia del fracaso del plan Ciudadela, el frente oriental absorbió todas las fuerzas que estaban emplazadas en Francia”. La victoria soviética de Kursk demostró a los aliados de Occidente que si no desembarcaban en Europa, la URSS sola era capaz de derrotar a Alemania; fue el factor decisivo para que no se aplazara más el desembarco en Normandía.

Luego de la Batalla de Kursk y de liberar a numerosos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron en Berlín y el 1 de mayo de 1945 izaron la bandera su país en el Reichstag, el parlamento alemán. El 9 de Mayo de 1945, después de 1.418 jornadas de denodados combates, terminó una contienda en la que fallecieron cerca de 60 millones de seres humanos, de los que 27 eran soviéticos. La mayor parte de ellos fueron muertos como consecuencia de la salvaje represión ejercida por la tropas ocupantes contra la población civil.

Alexander Werth, un reconocido periodista inglés de la BBC, escribe: “Los rusos llevaron el fardo más pesado en la guerra contra la Alemania Nazi, precisamente gracias a esto quedaron con vida millones de norteamericanos e ingleses”. Edward Stettinus, Secretario de Estado de EEUU durante esta guerra, reconoce que el pueblo norteamericano debería recordar que en 1942 estaba al borde de la catástrofe. Si la URSS no hubiera sostenido su frente, los alemanes hubieran estado en condiciones de conquistar Gran Bretaña; habrían estado en condiciones de apoderarse de África y crear una plaza de armas en América Latina.

En la entrañas de la URSS fue derrotada la Werhmacht, que hasta entonces sólo había conocido victorias. De las 783 divisiones alemanas destruidas durante la guerra, 607 lo fueron en este frente, donde también fueron abatidos 77.000 aviones y destrozados 48.000 tanques y 167.000 cañones, así como 2.500 navíos de guerra, lo que significó el completo descalabro del nazismo. Es bueno recordarlo porque entonces, como ahora, aparentemente el mal crecía sin fin sin que nadie fuera capaz de detenerlo; sin embargo, la heroica lucha de todos los hombres libres salvó al mundo de la barbarie.

La gran victoria de la URSS sobre la Alemania nazi en la II. G. M.

Rodolfo Bueno
Rebelión

Cada vez que se estudia la Segunda Guerra Mundial, en particular, la lucha en el Frente Oriental, uno no se explica cómo Alemania Nazi no ganó esa guerra. Tuvo todo para derrotar a la URSS, pese a ello, hace 73 años los soldados soviéticos tomaron Berlín, sede de un sistema que, según esperaba Hitler, debía imperar durante los siguientes mil años. Veamos cómo fue la victoria.

Su meteórica carrera, de cabo a Führer, es lograda gracias al apoyo del gran capital financiero que veía en Hitler suficientes atributos para controlar la efervescencia revolucionaria que se gestaba en el pueblo alemán. Una vez en el poder, pretendió un nuevo reparto colonial del mundo, para lo cual Japón atacó a China, Alemania a Austria y Checosloaquia e Italia a Etiopía. A la sazón, tal como lo analiza Stalin, se podía dividir al mundo en potencias imperialistas agresoras y potencias imperialistas agredidas. Las primeras, que nada tenían y lo exigían todo, atacaban a las segundas, que lo poseían todo.

Las potencias agredidas, pese a ser económica y militarmente mucho más fuertes que las agresoras, cedían y cedían posiciones. La razón de esta rara conducta era darle aire a la agresión hasta que se transforme en un conflicto mundial. Las potencias agredidas presionaban a los alemanes para que vayan cada vez más lejos en dirección al Este, le abrían a Hitler la posibilidad de atacar a la Unión Soviética a través de los países del Báltico, para, al mismo tiempo, quedar ellos al margen de un eventual conflicto germano-soviético. Incitaban a Alemania Nazi a atacar a la Unión Soviética, con la esperanza de que la guerra agotase mutuamente a ambos países; entonces les ofrecerían sus soluciones y les dictarían sus condiciones. Los países beligerantes, cuyas fortalezas se encontrarían destruidas como consecuencia de un largo batallar entre ellos, no tendrían más opción que aceptarlas. Una forma fácil y barata de conseguir sus fines.

Este juego peligroso terminaría muy mal para Londres y París, que propugnaban el anticomunismo como política de Estado. Es que, ofuscados por el odio al comunismo, no podían y no querían ver el peligro que para ellos mismos representaba el nazi-fascismo.

Luego de que Hitler controló toda la Europa continental, firmó la orden para desarrollar un conjunto de medidas políticas, económicas y militares, llamadas “Plan Barbarrosa”. En él se contemplaba la destrucción de la URSS en tres o cuatro meses. Sus metas principales eran Moscú, Leningrado y las regiones industriales de la zona central. El plan, que tenía las mismas características que tan buenos resultados le habían dado a Hitler en el resto de Europa, fue elaborado cuando Alemania, país altamente desarrollado y cuya producción se encontraba dirigida fundamentalmente hacia la industria de guerra, se había apoderado ya de los principales centros industriales europeos y poseía dos veces y media más recursos que la URSS, lo que la convertía en la más fuerte potencia imperialista del mundo. El alto mando alemán estaba tan seguro del éxito del Plan Barbarrosa que planificaba, para después de su cumplimiento, la toma, a través del Cáucaso, de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas esperaban encontrarse con las japonesas. Esperaban también que se les unieran España, Portugal y Turquía. Dejaron para después la toma de Canadá y los EEUU, con lo que lograrían el dominio del mundo.

La madrugada del 22 de junio de 1941, la Wehrmacht, fuerzas armadas jamás vistas por su magnitud, experiencia y poderío, se lanzaron al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Eran un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada nazi.

El plan fracasó cuando la Wehrmacht no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 en la Plaza Roja de Moscú, tal cual estaba planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético, para luego marchar directamente al frente de batalla e infligirle al ejército nazi su primera derrota. Sobre la Batalla de Moscú, el General Douglas Mac Arthur escribió en febrero del 1942: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.

Al detener su avance sobre Leningrado, hoy San Petersburgo, y ordenar a sus tropas atrincherase, el alto mando alemán se preparó para romper la resistencia de ese pueblo por medio de un prolongado asedio, mediante el bombardeo continuo de la aviación y por el fuego de artillería; suponían que el hambre iba a doblegar a la ciudad. El bloqueo duró cerca de 900 días. Como consecuencia murieron 1'200.000 de sus habitantes, la mayoría de hambre y frío, pero Leningrado no se rindió.

Desde el verano de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943 se dio la Batalla de Stalingrado, la más sangrienta y encarnizada de la historia, con más de tres millones de muertos; la misma culminó, luego de combatir sin tregua en cada piso de cada casa, con la increíble victoria del Ejército Soviético sobre el poderoso Sexto Ejército Alemán, algo que nadie en el mundo occidental esperaba.

Después de liberar a numerosos países del yugo nazi-fascista, las tropas soviéticas entraron en Berlín y el 1 de mayo de 1945 izaron la bandera su país en el Reichstag, el parlamento alemán. Terminaban 1418 jornadas de denodados combates en los que fallecieron cerca de 60 millones de seres humanos, de los que 27 eran soviéticos. La mayor parte de ellos fueron muertos como consecuencia de la salvaje represión ejercida por la tropas ocupantes contra la población civil. La historia no conoce otra destrucción, barbarie y bestialidad de la que hicieron gala los nazis en la tierra soviética, donde aniquilaron el fruto del trabajo de muchas generaciones.

Hoy, gracias a la valentía y el enorme espíritu de sacrificio del pueblo ruso y demás naciones que conformaban la URSS, la humanidad está libre de haber sido esclavizada por el nazi-fascismo, pues en la entrañas de este gigantesco y heroico país fue destrozado el 75% del más potente complejo militar bélico creado por la especie humana, la Werhmacht, que sólo conoció victorias cuando de manera arrolladora marchó a lo largo y ancho de Europa continental, apoderándose de sus riquezas y esclavizando a sus habitantes. Se necesitó de colosales esfuerzos del pueblo soviético para, sin desmoralizarse ante tan dura prueba, revertir la situación y lograr una victoria, que se dio hace 73 años.

lunes, 12 de febrero de 2018

El terrible precio de Stalingrado. El papel de las mujeres fue decisivo en la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo lugar hace 75 años. Vasili Grossman comparó la destrucción de la ciudad con las ruinas de Pompeya.

Han pasado 75 años desde el final de la que seguramente fue la mayor batalla de la Segunda Guerra Mundial, 75 años desde el momento en el que los rusos, sus aliados y millones de personas de todo el mundo dieron un suspiro de alivio colectivo. Todos habían seguido las informaciones de Stalingrado con angustia y de forma compulsiva, habían perdido el ánimo cuando parecía que la suerte de la ciudad pendía de un hilo y se habían alegrado cuando llegaban buenas noticias. El aterrador e imparable avance de los Ejércitos de Hitler por toda Europa desde 1939 se había detenido. El precio fue la destrucción de una bella ciudad a orillas del Volga.

De camino hacia la ciudad sitiada, en agosto de 1942, el escritor Vasili Grossman, que más tarde ensalzaría la heroica lucha por la defensa de Stalingrado, notó repetidamente y con gran tristeza la carga tan inmensa que recaía sobre las mujeres. Con todos los hombres incorporados al Ejército, ellas tenían que arreglárselas como pudieran. Trabajaban en las fábricas, conducían tractores y criaban solas a sus hijos. No tenían a nadie en quien apoyarse. Las llamaban cada vez más para cubrir los huecos dejados por las terribles pérdidas del primer año de guerra. Empezaron a asumir funciones que habían sido masculinas. La espantosa catástrofe les endureció el corazón.

“¡Hurra, hurra, hurra! Los alemanes están totalmente destruidos, los prisioneros de guerra marchan en largas filas. Da asco verlos. Llenos de mocos, harapientos, congelados. ¡Son la escoria!”, escribió una joven de Stalingrado en su diario el 3 de febrero de 1943. Se refería a los soldados y oficiales del Sexto Ejército de la Wehrmacht, que se habían rendido el día anterior. Unos 100.000 prisioneros, de los que solo sobrevivió la mitad. Iban en fila e intentaban mantenerse cerca de los guardias o en el centro de la columna para estar más o menos a salvo de los civiles. Los alemanes capturados ofrecían una imagen patética: muertos de hambre, congelados y enfermos, envueltos en mantas para calentarse. Los guardias, en venganza por las atrocidades germanas, pegaban un tiro a los que no tenían fuerza suficiente para andar. Y las mujeres, los viejos y los niños del lugar se colocaban a los lados de la carretera para intentar quitarles las mantas, arrojarles piedras, empujarlos, darles patadas y escupirlos a la cara. Después de medio año de una batalla que se había cobrado más de un millón de vidas de soldados y civiles, no les quedaba compasión.

El objetivo de la ofensiva alemana en Stalingrado era cortar las comunicaciones entre las regiones centrales de la Unión Soviética y el Cáucaso y establecer una cabeza de puente desde la que invadir la región y sus yacimientos de petróleo. El ataque duró desde mediados de julio hasta mediados de noviembre de 1942, y se paró a un precio terrible para la URSS. Mientras los soldados defendían la ciudad, los habitantes y cientos de miles de refugiados llegados de otras regiones quedaron abandonados a su suerte. Anna Aratskaya, que vivía en Stalingrado, escribió el 27 de septiembre: “Nuestra casa se ha quemado, igual que nuestra ropa, que habíamos enterrado en el patio. No tenemos ropa ni zapatos, no tenemos un techo bajo el que refugiarnos. ¿Cuándo terminará esta pesadilla?”.

La ciudad había quedado convertida en un “gigantesco campo de ruinas” por los bombardeos masivos de los alemanes, en particular el del 23 de agosto. Quedaban en pie algunas casas con las ventanas rotas, algunas paredes, o una chimenea. Numerosos soldados “que nunca más se levantarían yacían en los patios y en las calles, centenares de ellos, incluso miles, nadie los contaba. La gente vagaba entre las ruinas en busca de comida o de algo que pudiera servirles”. Vasili Grossman comparó esta ciudad espectral con Pompeya, pero con la diferencia de que en medio del caos quedaron almas vivientes, cientos de miles de ellas. Los civiles también lucharon brutalmente en Stalingrado, no por su país, sino por su propia vida y la de sus hijos.

Sin techo alguno, con las casas destruidas por las bombas o el fuego, no tenían más remedio que intentar encontrar hueco en un barco para atravesar el Volga. ¿Cuántos murieron en la orilla mientras esperaban la oportunidad de cruzar, cuántos se ahogaron en el río después de que un proyectil alcanzara su embarcación? Otros preferían no intentarlo. Se volvió habitual vivir en agujeros excavados en la pared de un barranco. Muchos lo hicieron en las orillas escarpadas del Volga, desde donde presenciaban las aterradoras escenas en el agua. A medida que avanzaban los alemanes, hasta que el frente llegó casi al río, la gente tuvo que abandonar también esos agujeros. ¿Cómo subsistieron durante los meses que duró la batalla? Muchos murieron por las balas de los francotiradores alemanes mientras intentaban hacerse con cereal quemado del silo destruido. Otros arriesgaron sus vidas para robarlo del Molino ­Gerhardt, protegido por soldados soviéticos. “Cuando se acabó el cereal, comimos barro”, recordaba un superviviente.

¿Tal vez el propio Stalin, o alguno de sus colaboradores, ordenó que se prohibiera la evacuación de civiles? ¿Existió verdaderamente esa orden o, como en tantos otros lugares, fue sencillamente que no había suficientes recursos para evacuar a la población porque el rápido avance alemán les pilló por sorpresa? Se dice que sí había una orden implícita de Stalin de mantener a los civiles en la ciudad para que los soldados, muchos de los cuales eran de allí, lucharan con más pasión para proteger a sus familias.

Es cierto que muchos soldados habían sido reclutados en la ciudad y sus alrededores poco antes de la batalla o incluso una vez empezada. A medida que se desarrollaban los combates, muchos adolescentes entraron a trabajar en las fábricas militares y se incorporaron, de forma oficial o extraoficial, al Ejército. Entre ellos había muchas chicas. Aunque todavía no tuvieran edad de alistarse, estaban deseando contribuir a la lucha y a acelerar el fin de la pesadilla. Además, el Ejército ofrecía ciertas esperanzas de mejor alimentación para unos civiles muertos de hambre.

Durante un par de semanas, Alexandra ­Mashkova vio cómo, cada madrugada a las cuatro, jóvenes reclutas subían la ladera desde el Volga, atravesaban el barranco en el que su familia había excavado su vivienda y desaparecían en dirección a Mamáyev Kurgán, una colina que domina Stalingrado. Le parecían asustados y muy jóvenes; en realidad, habían nacido en 1924 y tenían casi la misma edad que ella. La mayoría nunca regresó, pero a algunos sí los vio más tarde, heridos, volviendo a pie o a rastras. Poco a poco, las adolescentes empezaron a ayudar a esos soldados heridos, a vendarles las heridas o llevarlos en camillas improvisadas hasta el río. Alexandra, que tenía 17 años, se unió al departamento médico de una unidad militar y cruzó al otro lado del Volga. Aprendió deprisa, y pronto estaba ayudando al cirujano. Al principio pasaba mucho miedo cuando tenía que sostener a un soldado durante la operación “mientras le amputaban una pierna o le abrían un brazo hasta el hueso”, pero “una se acostumbra a todo”. Muy pronto, las jóvenes enfermeras comían sin preocuparse allí mismo, en el quirófano improvisado. “Teníamos un pedazo de pan en el bolsillo, así que nos limpiábamos la sangre de las manos en la bata blanca, sacábamos el pan y nos lo metíamos en la boca”.

La conductora Angelina Kolo­bushhenko supo que había eludido la muerte cuando unas fiebres tifoideas la apartaron del 1077º Regimiento Antiaéreo, formado casi exclusivamente por mujeres, la mayoría, adolescentes. Después de disparar contra los aviones que bombardeaban Stalingrado, las jóvenes debían volver los cañones contra los carros de combate que habían conseguido llegar hasta la fábrica de tractores de la ciudad. Murieron casi todas, incluidas las encargadas de los teléfonos, las cocineras y las enfermeras. Solo sobrevivieron unas pocas.

Cuando se curó del tifus, Angelina fue destinada a otro regimiento antiaéreo. Tenía un aspecto patético después de la enfermedad, fea y esquelética. Las otras chicas la despreciaron y se negaron a dormir en la misma zanja que ella. Decían que podía contagiarlas. Sin embargo, dos semanas después se había recuperado del todo, recibió un uniforme nuevo y, como no había ningún vehículo disponible para ella, empezó a entrenarse para manejar las armas propiamente dichas. Se sintió muy orgullosa cuando su unidad, la 5ª Batería, derribó un avión alemán. Las jóvenes fueron corriendo a la llanura para buscar a la tripulación del aparato, los encontraron y los detuvieron. Los tres alemanes eran muy jóvenes, uno alto y de rostro arrogante y otro más bajo y más agradable, pero Angelina se acordaba sobre todo del tercero, que tenía unas quemaduras terribles y dolores insoportables cuando le encontraron. Nunca olvidó sus grandes ojos azules llenos de sufrimiento.

Las conductoras del frente, siempre de un lado a otro, veían y oían muchas cosas. En noviembre empezó a parecer que la situación estaba cambiando. Había cada vez más prisioneros alemanes, y Angelina sentía lástima tanto por ellos como por los que había visto muertos de frío. Ella y sus camaradas tenían botas nuevas de fieltro y abrigos de piel de cordero. Le daban pena los prisioneros alemanes con sus finos abrigos y unos extraños zapatos de paja por encima de las botas, nada preparados para el crudo invierno ruso. Cuando se anunció que había un gran grupo de soldados alemanes rodeados, Angelina comprendió que no iban a sobrevivir mucho tiempo, con su ropa de verano, casi sin comida, en la ciudad destruida o en la estepa, sin lugar donde refugiarse ni madera para hacer fuego.

Dos contemporáneas de Angelina, las pilotos de combate Lilya Litvyak y Katya Budanova, volaban con su regimiento para impedir que los alemanes arrojasen provisiones a las tropas sitiadas. Las dos habían pilotado aviones deportivos y habían sido instructoras de vuelo antes de la guerra, pero aprendieron más en sus 10 meses en el Ejército que en toda su carrera anterior. Otro piloto recordaba la reac­ción del comandante del regimiento cuando llegaron cuatro mujeres con sus tripulaciones. “Me duele ver a una mujer luchando en la guerra. Me duele y me da vergüenza. ¿Cómo es posible que nosotros, los hombres, no hayamos podido evitar que hagáis un trabajo tan poco femenino?”. Las jóvenes tuvieron que demostrar su habilidad y su empeño. Klava Nechaeva, de 23 años, murió en su primera misión, después de convencer a su jefe de que la dejara participar en la batalla. Las dos audaces mujeres desafiaron a la muerte con numerosas misiones en el infierno de Stalingrado, y sobrevivieron a aquel invierno, pero ambas cayeron en agosto de 1943.

Cuando la batalla de Stalingrado llegó a su fin, cientos de miles de mujeres se habían incorporado al Ejército. El país había perdido a tantos hombres que a las autoridades no les quedó más remedio que utilizar a las mujeres en todas las funciones militares. No existen datos concretos sobre las mujeres que sirvieron, de modo que los cálcu­los varían mucho, desde medio millón hasta casi un millón. El frente se trasladó y las jóvenes que seguían vivas y con buena salud se trasladaron con él. Muchas de las mujeres a las que entrevisté siguieron luchando hasta el final de la guerra y estuvieron en Berlín para celebrar la victoria (muchos soldados estaban convencidos de que Berlín debía quedar reducido a ruinas como los alemanes habían dejado Stalingrado). Siguieron presenciando la muerte y el dolor y perdiendo a sus camaradas. Pero nunca volvieron a vivir una situación tan desesperada como en Stalingrado, nunca volvieron a sentir que les estaban clavando un cuchillo tan adentro que podían perder la guerra.

Lyuba Vinogradova es autora de ‘Las brujas de la noche’ y ‘Ángeles vengadores’ (ambos en Pasado &  Presente). Los testimonios citados en este artículo proceden de entrevistas realizadas por la propia autora y del proyecto ‘Iremenber. Recuerdos de veteranos de la Segunda Guerra Mundial’ (www.iremember.ru).

https://elpais.com/cultura/2018/01/26/babelia/1516972221_680345.html

viernes, 30 de junio de 2017

El regreso del mariscal Paulus. El denostado comandante del Sexto Ejército nazi es noticia por la reedición de ‘Stalingrado y yo’.


Li Ch'uan: A estos hombres se les llama "locos criminales" ¿Qué pueden esperar sino la derrota?.

"Hay dos futuros; el futuro del deseo y el futuro del destino, y la razón humana nunca ha aprendido a separarlos". 
De El Mundo, el demonio y la carne. 1929

Pocos personajes hay en la II Guerra Mundial que caigan tan antipáticos como el mariscal Paulus, el hombre que rindió el Sexto Ejército alemán en Stalingrado y fue la cabeza visible de la derrota más simbólica (en realidad la más decisiva fue la de Kursk) de los nazis en la contienda. Los hay peores, claro, verdaderamente malvados y atroces –de Heydrich, por ejemplo, no dices que fuera antipático, y menos se lo hubieras soltado en su cara-, pero Friedrich Paulus destaca en la categoría de los desagradables.

Paulus, del que ahora se reedita Stalingrado y yo (La Esfera de los Libros), un libro fundamental y descatalogado desde hace años –en realidad no unas memorias sino un conjunto heterogéneo de textos y documentos compilados por Walter Goerlitz y prologados por Ernst Alexander Paulus, el hijo del mariscal (tuvo otro que murió en Anzio)-, fue siempre un tipo estirado, agrio, adusto, de nula empatía, indeciso, pretencioso y cargante, que además se creía la repanocha. Era de aquellos que en plena guerra mundial van por ahí medrando y preguntando qué hay de lo mío. Es verdad que era alto, guapo y elegante y eso engañaba. Pero no tenía para nada el carisma de Rommel, al que se parece en otras cosas como lo de perder batallas famosas y que Hitler le animara (en su caso sin éxito) a suicidarse.

Lo elevaron por encima de sus méritos y capacidades y ejerciendo el mando se mostró estricto, puntilloso, ordenancista pero a la vez vacilante, e incapaz de comprender y no digamos de compartir las penurias de sus soldados. Por supuesto jamás mostró -mientras luchaba- la más mínima compasión por el enemigo ni remordimientos por la guerra de aniquilación que Hitler libraba y de la que él era parte privilegiada del engranaje con sus pantalones de montar con raya roja, sus mapas y sus guantes de cabritilla. Le indignaban más los malos modales de Jodl que las Leyes de Nurenberg.

Era un snob como una casa. Es cierto que el detalle parece añadir poco al perfil negativo de alguien que comandaba un devastador ejército mecanizado de Hitler pero es que Paulus era verdaderamente repulsivo en ese aspecto y hasta coqueteaba con ese “von” de su apellido que no era para nada de recibo y con el que sin embargo se le conoce popularmente. En realidad la aristócrata era su mujer, la rumana Elena-Constance Rosetti Solescu, llamada Coca por su familia, descendiente de la más rancia nobleza de Moldavia y Valaquia y que eran amigos de los Cantacuceno (no me extrañaría que Elena hubiera conocido a Patrick Leigh Fermor durante las andanzas moldavas de este con la princesa Balasha). Su esposa (que soñaba con verlo en el puesto de Keitel) le allanó el camino al entonces joven alférez Paulus, de familia pequeñoburguesa de Hessen (y rechazado por ello en la Marina imperial) para ingresar en el gran mundo de la vieja Europa, pero también le puso el listón alto: ya que no tenía pedigrí propio debía labrarse una reputación y esas cosas suelen salir mal: igual que te lías en Nóos la lías en Stalingrado.

Allí demostró que ponerlo al frente del Sexto Ejército –sin haber tenido antes ni siquiera el mando de un regimiento- había sido una pifia, lo que, si bien se piensa fue una suerte para el mundo civilizado. En el momento crucial, cuando desobedeciendo las órdenes de Hitler pudo quizá haber salvado al menos una parte de sus fuerzas rompiendo el cerco y huyendo de aquel infierno a la derecha del Volga, se "jiñó"(1) literalmente (sufría de colerina, “el mal ruso”) y permaneció dudando, como acostumbraba. Hitler le nombró mariscal en los últimos momentos (el 30 de enero de 1943) confiando en que se suicidaría; sin embargo, Paulus prefirió entregarse a los soviéticos y quedar como un cobarde, pero un cobarde vivo. Esto, que sorprendió a los propios rusos, hasta nos podría inspirar simpatía –todo lo que sea hacer rabiar a Hitler...-, pero el flamante mariscal se desentendió de la espantosa suerte de sus hombres y pasó un cautiverio mucho más amable en el que hasta tuvo oportunidad de aprender a jugar al bridge (le enseñó el padre del dramaturgo catalán Pablo Ley, también prisionero). Mientras tanto, accedió a dejarse manipular por la propaganda soviética e hizo profesión de anti nazismo, lo que desde luego era más seguro en Moscú que en Berlín.

Tras la guerra participó en los Juicios de Nurenberg como testigo contra sus pares, los jefes de la Wehrmacht, se instaló en la Alemania del Este y allí murió en 1957, rodeado de los fantasmas mudos de todo su ejército.

(1) Nunca afirmaríamos eso, es claramente despreciar y, sobre todo, minusvalorar al Mariscal de campo y al ejército alemán para infravalorar la victoria del ejército soviético. No fue así, fueron vencidos a un coste muy elevado por un ejército que demostró ser mejor, el soviético, con mejores generales, mejores jefes, mejores oficiales, mejores suboficiales, mejores soldados, más espíritu de victoria, una mejor táctica y una más precisa estrategia. Y eso es lo que aún no se le quiere reconocer al ejército soviético, y así fue. Los alemanes habían tenido campañas victoriosas en todos los lugares, incluida Francia, vencida en un solo mes de combates. Eran temibles debido a esos éxitos, parecían invencibles, toda Europa estaba ocupada por la Wehrmacht y el ataque por sorpresa a la URSS así parecía confirmarlo al comienzo, por los enormes avances de su "guerra relámpago". Parecía que los alemanes no iban a ser detenidos nunca, un ejemplo de "ejército invencible". Después, y con enorme esfuerzo y millones de pérdidas de vidas de militares y civiles, todo cambió... El que parecía invencible ejército alemán fue vencido por el ejército rojo, el ejército soviético, al mando del mariscal Zhúkov. La II G. M., le costó a la URSS más de 26 millones de vidas humanas, muchos más millones de inválidos, una enorme destrucción, pues el ejército alemán llevó a cabo una guerra de exterminio, el objetivo era arrasar la URSS, convertirla en un campo de cultivo llenos de esclavos y enviar al fondo del olvido y de la Historia a los ideales de emancipación de la clase obrera, a la Revolución de Octubre. No debemos olvidar que Hitler fue puesto en el gobierno por el capitalismo alemán (1) con esa finalidad. Lo que hay que luchar y trabajar para que no ocurra nunca más una guerra así.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/07/actualidad/1488899937_575248.html

https://youtu.be/7heXZPl2hik

Libros sobre sobre la batalla de Stalingrado.
https://elpais.com/cultura/2018/01/26/babelia/1516975321_243692.html?rel=lom

(1) Ver, El Orden del día. Éric Vuillard.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Entrevista a Andrej Hunko, diputado de Die Linke. "Cuando la Alemania que rechaza indemnizar a los griegos víctimas de la Wehrmacht paga las pensiones a los fascistas españoles de la misma Wehrmacht".

Yorgos Mitralias

Corría la segunda semana del octubre pasado cuando la noticia cayó en España como una bomba: Alemania paga -¡aún hoy!- las pensiones a los fascistas españoles que combatieron al lado de la Wehrmacht en Estalingado. Tras esta revelación, uno tras otro, casi todos los periódicos españoles desenterraban las semanas durante el pasado doloroso y dedicaban numerosos artículos a la infame División Azul y sus 37.000 voluntarios que, con la bendición del dictador Franco, fueron hace 73-74 años a Rusia para echar una mano a la Alemania nazi y a su intento de aplastar el… bolchevismo.

El protagonista, pero también responsable de este retorno inesperado a un pasado que creíamos definitivamente exorcizado, es Andrej Hunko, el diputado de Die Linke, que ha revelado el escándalo por su iniciativa de pedir explicaciones a la canciller Merkel. Conocedores de la lucha del amigo Andrej por la defensa de los derechos del pueblo griego, osamos decir que la primera motivación de sus cuestiones parlamentarias al Gobierno alemán no eran hacer revelar a la opinión pública uno, sino más bien dos escándalos: Ése bien visible del pago por el Estado alemán de las pensiones a los fascistas españoles, pero también otro menos visible, ¡el del rechazo permanente del Estado alemán a indemnizar a los ciudadanos griegos víctimas de las atrocidades nazis!

Desgraciadamente, la noticia de que el Gobierno alemán pague a los fascistas españoles que lucharon al lado de la armada nazi (1) cuando al mismo tiempo rechaza obstinadamente pagar las indemnizaciones a las víctimas griegas de la misma armada nazi, no parece haber provocado emoción alguna ni entre las autoridades ni entre los medios griegos. Ninguna reacción, y peor, absolutamente nada para informar a la opinión pública griega. Solamente un silencio total y ensordecedor...

Sin embargo, este escándalo de escándalos no puede quedar sin continuación. Así, ya que concentra y combina en sí todos los problemas de nuestro tiempo, el pasado de pesadilla con un presente y un futuro no menos amenazantes, nos compete a todos estos ciudadanos griegos, alemanes y españoles que se sienten directamente interesados, darle la continuación que merece. Y el primer paso en esta dirección es la entrevista que sigue. Dando la palabra a Andrej Hunko esperamos que, esta vez, se rompa el muro de silencio y las reacciones estén a la altura de unas circunstancias tan críticas...

Entrevista a Andrej Hunko, diputado de Die Linke, que ha revelado este escándalo
-Yorgos Mitralias: ¿Cuáles han sido las preguntas parlamentarias que has dirigido al Gobierno alemán sobre las pensiones que sigue pagando a los veteranos españoles de la División Azul y cuál ha sido la respuesta oficial de este Gobierno?

-Andrej Hunko: Nuestras preguntas al Gobierno alemán sobre los pagos a antiguos miembros de la División Azul iban sobre la suma pagada y el número de personas que se han beneficiado. Queríamos saber la suma de dinero que Alemania paga a estos colaboradores de los nazis y cuál ha sido la evolución de esta suma desde que el acuerdo bilateral relativo a este affaire fue firmado en 1962 y ratificado en 1965.

Las respuestas han arrojado luz sobre el hecho de que Alemania continúa a día de hoy pagando más de 100.000 euros al año a 41 antiguos miembros de la División Azul, así como a nueve supervivientes de sus familias. Es probable que esta suma haya sido mucho más importante en el pasado, puesto que la División Azul existe desde hace más de 70 años y muchos de sus guerrilleros han muerto. Sin embargo, el Gobierno no nos ha dado las cantidades concretas para todo este periodo. Habrá que investigar en los archivos públicos para poder conocer las sumas exactas.

El Gobierno alemán nos ha dicho también que no espera poner fin a estos pagos.
-Y.M.: Ahora sabemos que el acuerdo sobre la atribución de pensiones a los veteranos de la División Azul concluyó en 1962 entre la Alemania Federal del canciller Adenauer y el Gobierno del dictador Franco quien, a cambio, aceptó hacer los mismo, es decir, pagar las pensiones a los veteranos de la Legión Cóndor nazi, responsable de numerosos crímenes de guerra durante la guerra civil española, entre ellos la destrucción de la ciudad vasca de Gernika. Ahora, o sea solamente algunos días tras el 40º aniversario de la muerte de Franco (20 de noviembre de 1975), sería útil recordar que el mismo régimen de Franco que firmó este acuerdo con la Alemania Federal en 1962 ofreció asilo a nazis notorios como por ejemplo Otto Skorzeny o Léon Degrelle (2) hasta su muerte. ¿Crees tú que el acuerdo de 1962 es emblemático de las "afinidades electivas" existentes entre el régimen de Franco y la Alemania Federal de después de la guerra?

-Andrej Hunko: Yo creo que esta hipótesis es justa. Sin embargo, no refleja solamente las relaciones de la Alemania de después de la guerra con el régimen fascista de Franco. Yo pienso que podemos ver ahí la prueba de la continuidad del personal nazi en la administración pública, las fuerzas armadas, y los servicios secretos de la Alemania tras la guerra. En numerosos casos la desnazificación ha sido inexistente, ya sea muy limitada y numerosos puestos han sido ocupados por nazis notorios en determinados casos. Por dar un ejemplo, uno de los casos más célebres ha sido el de Reinhard Gehlen, que fundó el servicio secreto BND de la Alemania Federal.

Visto desde este ángulo, no es una sorpresa que la Alemania del Gobierno Adenauer haya firmado tal acuerdo con la España de Franco. Naturalmente, esto no lo hace menos nauseabundo.

-Y.M.: ¿Cuál ha sido el impacto en Alemania de vuestras preguntas parlamentarias y de la respuesta del Gobierno alemán? Ha habido reacciones que relacionen este affaire escandaloso con el rechazo permanente de los gobernantes alemanes a pagar las reparaciones y las indemnizaciones al Estado griego y a los ciudadanos griegos víctimas de las atrocidades nazis?

-Andrej Hunko: Evidentemente, hemos intentado hacer esta aproximación en nuestros comentarios a las respuestas del Gobierno alemán. Para mí es un escándalo que la Alemania de hoy rechace pagar las compensaciones y las reparaciones a las víctimas. No ha reembolsado ni siquiera el préstamo forzado que Alemania impuso a Grecia durante la ocupación. Basta un vistazo a los argumentos utilizados por el Ministerio alemán de Asuntos Exteriores para justificar el no reembolso, para constatar que son escandalosos.

Por otro lado, la gente que combatió voluntariamente con la Wehrmacht en la guerra de exterminio que llevó a cabo en Europa del Este continúan aún hoy siendo pagados por Alemania. Me parece incomprensible.

Sin embargo, las reacciones de los medios alemanes han sido bien limitadas. Han hablado de las respuestas del Gobierno, pero no ha habido debate en torno a esta cuestión. Creo que la reacción de los medios españoles ha sido mucho más importante. Una razón podría ser que la dictadura fascista en España terminó mucho más recientemente que la de Alemania.

-Y.M.: ¿Qué dirías si los activistas y los movimientos sociales griegos, españoles y alemanes dan continuación a este affaire escandaloso? ¿Crees que sería útil y posible emprender tal iniciativa?

-Andrej Hunko: Sí, ciertamente. Hemos dado un paso a nivel parlamentario planteando esta pregunta en el Parlamento Europeo en colaboración con Josu Juaristi Abaunz del País Vasco, que es miembro del grupo parlamentario de la Izquierda Unida Europea-Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL). Estamos trabajando actualmente para recoger más elementos sobre los pagos a los voluntarios fascistas y la ausencia de compensaciones a las víctimas de la guerra y de la ocupación. Creo que la asociación de los activistas en este affaire sería no sólo un importante símbolo de solidaridad internacionalista, sino que podría finalmente contribuir a que se haga justicia con todos los que han sufrido la tiranía fascista o que han luchado contra ella.

Notas
1. Ver el artículo (en griego): http://contra-xreos.gr/arthra/928-1936-2015.html
2. Otto Scorzeny era un oficial de las SS conocido por sus misiones audaces, entre ellas la liberación de Mussolini en 1943. Léon Degrelle fue el fundador y el jefe del movimiento fascista belga Rex, antes de encabezar la División SS Valonia sobre el frente del Este.