_- En la localidad alemana de Ravensbrück, a 90 kilómetros de Berlín, los nazis hicieron construir en 1939 el único campo de concentración destinado exclusivamente a mujeres.
Ravensbrück significa en alemán "puente de los cuervos", y en aquel campo de concentración se escuchaba siempre el graznido de esos pájaros negros, que acudían al lugar atraídos por el olor a carne quemada que salía de sus cuatro hornos crematorios.
Aunque transcurrido un tiempo la mayoría de mujeres que entraban en Ravensbrück eran trasladadas a otros campos, unas 50.000 prisioneras perecieron allí a causa de las durísimas condiciones a las que estaban sometidas y otras 2.200 fueron asesinadas en sus cámaras de gas.
En total, unas 132.000 mujeres procedentes de 40 países padecieron humillaciones y atrocidades varias durante su estancia en el campo de concentración de Ravensbrück. Entre ellas, un grupo de 400 españolas.
La escritora y periodista española Mónica G. Álvarez, que lleva una década dedicada a la investigación del Holocausto y tiene varios libros sobre ese tema, ha reconstruido la historia de once españolas que llegaron a Ravensbrück a causa de su lucha por la libertad, que padecieron ese infierno y lograron sobrevivir.
En "Noche y niebla en los campos nazis" (editorial Espasa), aparecen mujeres excepcionales como Olvido Fanjul Camín, Elisa Garrido Gracia, Neus Català Pallejà, Braulia Cánovas Mulero, Alfonsina Bueno Vela, Elisa Ricol López, Constanza Martínez Prieto, Mercedes Nuñez Targa, Conchita Grangé Beleta, Lola García Echevarrieta y Violeta Friedman.
"Aquellas mujeres fueron capturadas tras luchar en España contra el fascismo y huir principalmente a Francia para participar en la Resistencia como miembros destacados. Su función fue fundamental para que sus camaradas masculinos pudieran operar", destaca Álvarez.
"En su lucha no les hizo falta empuñar un arma, pero sí saber combinar una vida cotidiana que les permitiera pasar desapercibidas con la complejidad de trabajar en la Resistencia".
"No eran espías, tenían trabajos normales y corrientes y pasaban información cuando obtenían algo, hacían de correo, ocultaban en sus casas a enemigos de Hitler o hacían labores de mecanógrafas y escribían a máquina la documentación primordial para la Resistencia", resalta la periodista.
En "Noche y niebla en los campos nazis", la autora traza los retratos de esas once luchadoras desde su infancia hasta su vejez.
Nacht und Nebel (NN, noche y niebla en alemán) es como los nazis denominaban a un tipo de prisioneros de los campos de concentración que, además de estar privados de libertad, tenían prohibida cualquier comunicación con el exterior, vivían en condiciones extremadamente precarias y estaban condenados literalmente a desaparecer, porque su destino final era la cámara de gas.
Varias de las españolas cuyas biografías se narran en el libro estaban catalogadas así, como prisioneras NN, pero lograron sobrevivir.
"Lo único que empujó a esas mujeres a sobrevivir fue su creencia acérrima en la democracia, en la justicia social y, sobre todo, en la igualdad. Lejos de amilanarse ante las torturas sufridas a manos de los nazis, se rebelaron para luchar contra la opresión y el totalitarismo y, una vez libres, la mayoría dedicó gran parte de su vida a levantar la voz para que nadie olvidase la tragedia del Holocausto. Su voz fue y sigue siendo un ejemplo de heroicidad", señala la autora.
Jornadas de trabajo extenuantes y exámenes ginecológicos
Ravensbrück estaba custodiado por guardianas nazis ataviadas con látigos, pistolas y perros, para las que las prisioneras no eran personas, sino meros números de identificación que eran agrupados según sus "delitos": ser judías, gitanas, lesbianas, testigos de Jehová, delincuentes comunes o presas políticas.
En Ravensbrück las prisioneras vivían en deplorables condiciones de higiene, eran obligadas a extenuantes jornadas de trabajo de hasta 16 horas y soportaban la brutal violencia de las guardianas de las SS. Pero las once españolas no sólo no se rindieron, sino que en muchos casos siguieron luchando contra el nazismo.
"Usaron el sabotaje. Reducían la producción de material armamentístico que tenían que fabricar diariamente y hacían de todo para adulterar la calidad de la pólvora. Sabían que ese material sería usado contra los aliados y que, si evitaban que esas armas funcionasen, estaban salvando las vidas de los suyos. Era una forma muy inteligente de combatir al enemigo desde dentro", subraya la autora.
Además, en Ravensbrück las mujeres crearon profundas redes de solidaridad que proporcionaron a muchas el empuje necesario para vencer la depresión, soportar el trabajo esclavo y las torturas a las que eran sometidas. Torturas que en muchas ocasiones estaban relacionadas con el hecho específico de que fueran mujeres.
Entre las vejatorias situaciones que las internas padecieron en Ravensbrück estaban los exhaustivos controles ginecológicos efectuados sin ninguna higiene y en condiciones vergonzosas. "Con un mismo utensilio examinaban y tomaban muestras de las vaginas de todas las presas. Poco importaba si algunas tenían tuberculosis o sífilis", subraya Álvarez.
Y eso era sólo el principio. A Elisa Garrido la violaron y le sacaron el feto que llevaba dentro.
"Vaciaban a todas las mujeres para que no tuviesen hijos, les dejaban con el vientre abierto para que muriesen, pero a ella la volvieron a coser", recuerdan sus sobrinos Pilar Gimeno y Clemente Arellano. "Le abrieron para sacarle un feto, como hacían con todas las mujeres que quedaban embarazadas por los abusos y las violaciones a las que las sometían los soldados alemanes, y sobrevivió".
"A todo mi grupo nos pusieron una inyección para eliminarnos la menstruación con la excusa de que seriamos más productivas. Ocurrió en 1944, no la volví a tener hasta 1951(…). Se salvaron muy pocas; los bebés nacidos eran automáticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones del parto o se volvían locas por la importancia de presenciar tales asesinatos". Son palabras de Neus Català Pallejà, otra de las españolas que pasaron por Ravensbrück y que al salir del campo de concentración pesaba sólo 35 kilos.
Los nazis consideraban a los niños una carga, así que en los campos de concentración todos los bebés y los menores de ocho años eran directamente asesinados.
"Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en un balde de agua... o las SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro. Se decía que a muchas mujeres les ponían inyecciones para retirar la menstruación. A nosotras no, quizás porque éramos el último convoy en llegar. Pero, eso sí, nos revisaron a todas ginecológicamente de arriba abajo, sin ninguna higiene, con los mismos utensilios. Era humillante y repugnante", contó Conchita Grangé Beleta.
Ella misma fue testigo de un suceso abominable que la marcaría para siempre: presenció el asesinato a manos de una guardiana —según todos los indicios Dorothea Binz, la supervisora en jefe de Ravensbrück durante una época— de tres niños.
"Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el más pequeño, tenía sólo tres o cuatro años y corría por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinnen (guardianas en alemán) le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó al perro. Lo mordió y lo destrozó. Después, ella le remató dándole palos con la porra".
A partir de los 9 años a los niños se les perdonaba la vida, pero eran destinados a trabajos forzados, obligándoles con frecuencia a manipular ácidos. La mayoría moría por las durísimas condiciones de vida...
Leer todo aquí, https://www.bbc.com/mundo/noticias-58515501
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domingo, 19 de septiembre de 2021
_- La increíble historia de las 11 españolas que sobrevivieron al horror de Ravensbrück, el campo de concentración nazi de mujeres
lunes, 18 de enero de 2021
Un recorrido por la liberación de los campos nazis hasta Mauthausen, el último campo liberado
Por Rosa Toran | 07/05/2020 | Europa
Fuentes: Público
Liberar, término con connotaciones optimistas que no se corresponden con la realidad del final de los campos de concentración nacionalsocialistas, alejada de cualquier imagen épica. En una Europa sumergida en el caos, con signos de muerte y destrucción por todas partes, fueron liberadas unas 700.000 personas de los campos, que formaban parte de los más de 11 millones sin casa, desplazados, trabajadores forzados, prisioneros de guerra…, ubicados de forma temporal en instalaciones militares, estaciones ferroviarias, escuelas y castillos, pero también en antiguos campos de concentración.
Los ex deportados, diseminados en la extensa red de campos y sus miles de comandos, esperaban la repatriación, en distintos ritmos y medios de transporte, según la geografía de los campos o su procedencia. La mayoría de países organizaron las repatriaciones desde organismos específicos, como fue el caso de Francia que acogía a los ex deportados en centros instalados en la frontera o en las grandes ciudades, desde donde la mayoría eran trasladados a París al hotel Lutetia, habilitado para cumplir la función de acogida; o el caso de la URSS que hizo de Odesa la ciudad de acogida y posterior distribución. Fueron semanas, hasta bien entrado el mes de agosto, durante las cuales las multitudes llenaban estaciones y organismos oficiales, con gritos y fotografías, con la esperanza de encontrar a los suyos entre los supervivientes.
Es bien conocida la particular epopeya de los republicanos, que seguían abandonados por su país, igual como lo fueron en 1940, y que permanecieron semanas en los campos o en sus cercanías después de que sus compañeros de infortunio iban abandonando los recintos. La intervención de camaradas franceses ante las autoridades de su país les abrió la puerta para entrar en la tierra que tan mal les había acogido durante su exilio en 1939.
Iniciemos un recorrido por la secuencia de las liberaciones hasta llegar a Mauthausen, el último campo liberado. En los objetivos de los estados mayores de los ejércitos no figuraba la liberación de los campos que, sin embargo, se habían ido descubriendo desde 1944, bien por casualidad o por informaciones de antiguos prisioneros. Así, el Ejército Rojo, en el verano de 1944 cruzó por Belzec, Sobibor y Treblinka sin captar lo sucedido allí, ya que el desmantelamiento llevado a cabo por los nazis los convirtió en cementerios invisibles; y el 24 de julio de 1944 llegó a Lublin-Majdanek donde, a pesar de que las instalaciones de muerte permanecían casi intactas, era difícil imaginar que en el lugar se hubieran exterminado 500.000 personas. Documentadas y fotografiadas las instalaciones, no hubo gran impacto en la opinión pública, ya que se advertía de posibles exageraciones de los soviéticos. Tampoco dio cuenta de la magnitud del horror la llegada de los americanos a Natzweiler-Struthof, en Alsacia, el 23 de noviembre de 1944. Fue la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945, con la imagen tan recreada de los 4 soldados rusos entrando por su puerta, la que se ha convertido en emblema de las liberaciones. También en este caso, la permanencia de tan sólo 6.000 enfermos, por la anterior evacuación de 60.000 deportados hacia el oeste, pocos días antes, no permitió comprender el alcance del exterminio, a pesar del estudio de sus instalaciones, las palabras testimoniales y las imágenes publicadas en periódicos. En aquellos momentos, con la guerra abierta en Europa, las operaciones militares eran prioritarias.
Hubo que esperar a la llegada a los grandes campos de Alemania, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Flossenburg…, para un cambio de tendencia, con la difusión de la brutalidad del sistema concentracionario a partir de los medios de comunicación y de las declaraciones de los líderes de la coalición antinazi. Eisenhower, Bradley y Patton visitaron Buchenwald el 12 abril y una semana después Churchill envió una comisión del Parlamento británico, como también hicieron miembros del Congreso de los EEUU y representantes de la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas, al tiempo que la URSS daba a conocer un detallado informe de Auschwitz. Cuando Alemania ya había capitulado, reporteros de los principales diarios y fotógrafos de renombre penetraban en los campos y se realizaban films para su exhibición pública, a la par que se establecían visitas y trabajos obligatorios a las vecindades. Las pruebas del horror del sistema concentracionario estaban al alcance de la opinión pública, muchas de ellas obtenidas con imágenes de los supervivientes que o bien rechazaban el trato de curiosa morbosidad o bien accedían a ser fotografiados para mostrar el estado a que habían quedado reducidos.
Los hombres y mujeres que las tropas liberadoras se encontraron en los campos eran supervivientes de la última prueba que tuvieron que afrontar durante las semanas inmediatas: aumento de las operaciones de exterminio, barracones superpoblados a partir de la llegada de los que fueron trasladados en las marchas de la muerte, sin agua ni comida, epidemias, cadáveres amontonados, incertidumbre sobre la reacción de las SS, etc. El personal médico y militar atendió a restablecer los mínimos indispensables en la situación material, sin comprender a menudo los comportamientos de los ex prisioneros que basculaban entre ansias de venganza a sus antiguos captores o negativas a seguir encerrados.
Faltaba un largo trecho para alcanzar su rehabilitación física y psíquica. A su retorno, tuvieron que enfrentarse a una normalidad ya olvidada, tenían que relatar su periplo en medio de frases gastadas de conmiseración y miradas fugaces, acarrear, quizás, sentimientos de culpa, y sufrir una larga secuela de enfermedades.
En el caso particular de los supervivientes republicanos, en el mes de mayo 2005 cuando se cumplieron 60 años de la liberación, se pudieron todavía oír o leer numerosas voces sobre sus reacciones ante el fin de su tragedia. En aquella fecha la revista catalana L’Avenç sacó a la luz un número especial bajo el título «Els camps nazis. 60 anys després», en el cual los testimonios ofrecen una panorámica de lo vivido en los meses de abril y mayo de 1945 en los propios recintos del campo. Su excepcionalidad nos empuja a la reproducción de algunos de sus significativos fragmentos, en este 2020, cuando ya no es posible acceder a sus voces.
Mariano Constante Campo (1920-2010) reflejó la angustia y el dolor por los muertos: «La liberación del campo de Mauthausen fue para mí un momento indescriptible. Fue como una riada impetuosa que arrastraba recuerdos que, con una precisión secreta, invadían mi espíritu. Eran los primeros momentos de un hombre libre. La angustia me atenazaba y sentí la necesidad de aislarme para derramar las lágrimas que me hacían un nudo en la garganta. Llorar me parecía una cobardía, a pesar de que no eran lágrimas de impotencia o de desesperación; ante mí aparecían los compañeros exterminados en aquel ‘más allá del infierno´ que es como bauticé, al entrar, aquel centro del horror (…) No era pues la cobardía lo que me hacía llorar el 5 de mayo de 1945; era pensar en todos los compañeros que había visto morir a causa del hambre y la tortura».
Neus Català Pallejà (1915-2019), deportada a Ravensbrück, con sus frases sólo fue capaz de enfatizar el sentimiento de vacío: «Hacía tantos días que me sentía morir, sin tino, que no sentía nada, el vacío total, una sensación extraña que no hay forma de expresar (…) ¿Qué podía sentir? Nada, mi cerebro no reaccionaba; solamente podía llorar. Llorar es lo que humanamente podía hacer y ello me salvó».
Lise London (1916-2012) sufrió una de las mortíferas marchas de la muerte, tras ser evacuada del campo de Ravensbrück, y vivió la liberación de forma particular: «Vuelve a caer la noche. La oscuridad nos sorprende cuando atravesamos un bosque que parece inmenso y aterrador como el de Blancanieves. Cada vez oímos más cerca el ruido de las detonaciones. En este bosque se producen las primeras evasiones de nuestra columna. Nuestros SS gritan Halt y disparan a ciegas en la oscuridad del bosque, sin atreverse a adentrarse en la espesura (…) Apresurando el paso, me reúno con mi grupo, que empieza a impacientarse. Estamos muy cerca de un bosque y decidimos pasar allí la noche. Encontramos otras deportadas de diversas nacionalidades que también han escapado (…) Gracias a los silos de patatas que hay a lo largo de la carretera recuperamos fuerzas antes de acostarnos para dormir, muy juntas unas a las otras, sobre el suelo cubierto de pinaza. Allí pasamos nuestra primera noche de libertad, mecidas por los cañonazos lejanos y el zumbido de los aviones»
Francisco Aura Boronat (1918-2018) con su relato apunta la realidad de muchos deportados, alejada de cualquier explosión de alegría: «No puedo decir que recuerde la liberación del campo con una gran alegría, porque después de cuatro años en Mauthausen, no sabes que es la alegría, ni las lágrimas; te han convertido en una persona deshumanizada, sin derecho a tener sentimientos (…) Había gente que estaba en un estado físico mejor y podía celebrarlo, pero la inmensa mayoría nos encontrábamos en unas condiciones tales que no podíamos hacer nada, salvo intentar seguir sobreviviendo, ya que incluso después de la liberación mucha gente continuaba muriendo».
Y por último Francisco Batiste Bayla (1919-2007) nos introduce en la dura realidad a la que se enfrentaron los españoles después de la liberación: «El reducido grupo de españoles, al ver cómo se despedían y partían nuestros compañeros de deportación, compartíamos su inmensa alegría. Regresar a nuestro país añorado, poner fin a los largos años de sufrimiento de nuestros familiares por nuestra larga, trágica y a menudo desconocida ausencia, era lo que también imaginábamos próximo a nosotros. Pero el curso de la historia no tardó en menospreciar nuestra mayor ilusión. Con la libertad, llegó para nosotros el tiempo de las decepciones».
En efecto, tal como expresó Francisco Batiste a su llegada a Francia, a muchos de ellos no les esperaba nadie y se vieron obligados a construir su futuro lejos de su tierra. Los reencuentros tardarían en llegar. A pesar de que en el Hotel Lutetia les esperaba una delegación de la Cruz Roja de la República española para atenderles, los que no precisaban de cuidados hospitalarios pronto tuvieron que olvidarse de las sábanas limpias y de las abundantes comidas y buscar trabajo en diversos oficios a lo largo de la geografía francesa, siendo frecuentes los desplazamientos a Toulouse, entonces llamada la nueva capital de la República. Pocos fueron los que tentaron el retorno a España, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta no sentirse atenazados por el miedo, real, a partir de controles policíacos habituales, o hipotético, ante posibles delaciones; y otros no cejaron en la defensa de sus convicciones por la vía del trabajo político, con entradas clandestinas a España, saldadas con alguna detención.
Republicanos antifascistas con un pasado de lucha que les condujo a los campos y con una liberación que no acarreó la conquista de su condición de personas libres, sino el inicio de un largo camino hasta poder integrarse de nuevo en el mundo. Hay que imaginar su vida y su diáspora y descubrir su valor, el de aquellos supervivientes que sufrieron todo tipo de expolios, materiales y afectivos, y a pesar de lo cual se mantuvieron íntegros y defendieron sus valores.
Por no pecar de incautos o ingenuos, el ¡Nunca Más! pronunciado en los campos fue una expectativa que no se ha cumplido, sin embargo no fue un error, so pena de caer en el cinismo. Antes y ahora no se puede renunciar a la utopía, no se puede perder la esperanza de que la vida de todas las personas del planeta pueda desarrollarse con dignidad. En tiempos convulsos como los nuestros, viejas y nuevas resistencias han de conjugarse para descubrir renovados sentidos a la vida: unión y esperanza, expresados en el internacionalismo y en el futuro soñado por los deportados en los campos de la muerte. Nos alertan y animan las frases incluidas en los juramentos pronunciados por los supervivientes después de la liberación: «Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento:
Los ex deportados, diseminados en la extensa red de campos y sus miles de comandos, esperaban la repatriación, en distintos ritmos y medios de transporte, según la geografía de los campos o su procedencia. La mayoría de países organizaron las repatriaciones desde organismos específicos, como fue el caso de Francia que acogía a los ex deportados en centros instalados en la frontera o en las grandes ciudades, desde donde la mayoría eran trasladados a París al hotel Lutetia, habilitado para cumplir la función de acogida; o el caso de la URSS que hizo de Odesa la ciudad de acogida y posterior distribución. Fueron semanas, hasta bien entrado el mes de agosto, durante las cuales las multitudes llenaban estaciones y organismos oficiales, con gritos y fotografías, con la esperanza de encontrar a los suyos entre los supervivientes.
Es bien conocida la particular epopeya de los republicanos, que seguían abandonados por su país, igual como lo fueron en 1940, y que permanecieron semanas en los campos o en sus cercanías después de que sus compañeros de infortunio iban abandonando los recintos. La intervención de camaradas franceses ante las autoridades de su país les abrió la puerta para entrar en la tierra que tan mal les había acogido durante su exilio en 1939.
Iniciemos un recorrido por la secuencia de las liberaciones hasta llegar a Mauthausen, el último campo liberado. En los objetivos de los estados mayores de los ejércitos no figuraba la liberación de los campos que, sin embargo, se habían ido descubriendo desde 1944, bien por casualidad o por informaciones de antiguos prisioneros. Así, el Ejército Rojo, en el verano de 1944 cruzó por Belzec, Sobibor y Treblinka sin captar lo sucedido allí, ya que el desmantelamiento llevado a cabo por los nazis los convirtió en cementerios invisibles; y el 24 de julio de 1944 llegó a Lublin-Majdanek donde, a pesar de que las instalaciones de muerte permanecían casi intactas, era difícil imaginar que en el lugar se hubieran exterminado 500.000 personas. Documentadas y fotografiadas las instalaciones, no hubo gran impacto en la opinión pública, ya que se advertía de posibles exageraciones de los soviéticos. Tampoco dio cuenta de la magnitud del horror la llegada de los americanos a Natzweiler-Struthof, en Alsacia, el 23 de noviembre de 1944. Fue la liberación de Auschwitz el 27 de enero de 1945, con la imagen tan recreada de los 4 soldados rusos entrando por su puerta, la que se ha convertido en emblema de las liberaciones. También en este caso, la permanencia de tan sólo 6.000 enfermos, por la anterior evacuación de 60.000 deportados hacia el oeste, pocos días antes, no permitió comprender el alcance del exterminio, a pesar del estudio de sus instalaciones, las palabras testimoniales y las imágenes publicadas en periódicos. En aquellos momentos, con la guerra abierta en Europa, las operaciones militares eran prioritarias.
Hubo que esperar a la llegada a los grandes campos de Alemania, Buchenwald, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Flossenburg…, para un cambio de tendencia, con la difusión de la brutalidad del sistema concentracionario a partir de los medios de comunicación y de las declaraciones de los líderes de la coalición antinazi. Eisenhower, Bradley y Patton visitaron Buchenwald el 12 abril y una semana después Churchill envió una comisión del Parlamento británico, como también hicieron miembros del Congreso de los EEUU y representantes de la Comisión de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas, al tiempo que la URSS daba a conocer un detallado informe de Auschwitz. Cuando Alemania ya había capitulado, reporteros de los principales diarios y fotógrafos de renombre penetraban en los campos y se realizaban films para su exhibición pública, a la par que se establecían visitas y trabajos obligatorios a las vecindades. Las pruebas del horror del sistema concentracionario estaban al alcance de la opinión pública, muchas de ellas obtenidas con imágenes de los supervivientes que o bien rechazaban el trato de curiosa morbosidad o bien accedían a ser fotografiados para mostrar el estado a que habían quedado reducidos.
Los hombres y mujeres que las tropas liberadoras se encontraron en los campos eran supervivientes de la última prueba que tuvieron que afrontar durante las semanas inmediatas: aumento de las operaciones de exterminio, barracones superpoblados a partir de la llegada de los que fueron trasladados en las marchas de la muerte, sin agua ni comida, epidemias, cadáveres amontonados, incertidumbre sobre la reacción de las SS, etc. El personal médico y militar atendió a restablecer los mínimos indispensables en la situación material, sin comprender a menudo los comportamientos de los ex prisioneros que basculaban entre ansias de venganza a sus antiguos captores o negativas a seguir encerrados.
Faltaba un largo trecho para alcanzar su rehabilitación física y psíquica. A su retorno, tuvieron que enfrentarse a una normalidad ya olvidada, tenían que relatar su periplo en medio de frases gastadas de conmiseración y miradas fugaces, acarrear, quizás, sentimientos de culpa, y sufrir una larga secuela de enfermedades.
En el caso particular de los supervivientes republicanos, en el mes de mayo 2005 cuando se cumplieron 60 años de la liberación, se pudieron todavía oír o leer numerosas voces sobre sus reacciones ante el fin de su tragedia. En aquella fecha la revista catalana L’Avenç sacó a la luz un número especial bajo el título «Els camps nazis. 60 anys després», en el cual los testimonios ofrecen una panorámica de lo vivido en los meses de abril y mayo de 1945 en los propios recintos del campo. Su excepcionalidad nos empuja a la reproducción de algunos de sus significativos fragmentos, en este 2020, cuando ya no es posible acceder a sus voces.
Mariano Constante Campo (1920-2010) reflejó la angustia y el dolor por los muertos: «La liberación del campo de Mauthausen fue para mí un momento indescriptible. Fue como una riada impetuosa que arrastraba recuerdos que, con una precisión secreta, invadían mi espíritu. Eran los primeros momentos de un hombre libre. La angustia me atenazaba y sentí la necesidad de aislarme para derramar las lágrimas que me hacían un nudo en la garganta. Llorar me parecía una cobardía, a pesar de que no eran lágrimas de impotencia o de desesperación; ante mí aparecían los compañeros exterminados en aquel ‘más allá del infierno´ que es como bauticé, al entrar, aquel centro del horror (…) No era pues la cobardía lo que me hacía llorar el 5 de mayo de 1945; era pensar en todos los compañeros que había visto morir a causa del hambre y la tortura».
Neus Català Pallejà (1915-2019), deportada a Ravensbrück, con sus frases sólo fue capaz de enfatizar el sentimiento de vacío: «Hacía tantos días que me sentía morir, sin tino, que no sentía nada, el vacío total, una sensación extraña que no hay forma de expresar (…) ¿Qué podía sentir? Nada, mi cerebro no reaccionaba; solamente podía llorar. Llorar es lo que humanamente podía hacer y ello me salvó».
Lise London (1916-2012) sufrió una de las mortíferas marchas de la muerte, tras ser evacuada del campo de Ravensbrück, y vivió la liberación de forma particular: «Vuelve a caer la noche. La oscuridad nos sorprende cuando atravesamos un bosque que parece inmenso y aterrador como el de Blancanieves. Cada vez oímos más cerca el ruido de las detonaciones. En este bosque se producen las primeras evasiones de nuestra columna. Nuestros SS gritan Halt y disparan a ciegas en la oscuridad del bosque, sin atreverse a adentrarse en la espesura (…) Apresurando el paso, me reúno con mi grupo, que empieza a impacientarse. Estamos muy cerca de un bosque y decidimos pasar allí la noche. Encontramos otras deportadas de diversas nacionalidades que también han escapado (…) Gracias a los silos de patatas que hay a lo largo de la carretera recuperamos fuerzas antes de acostarnos para dormir, muy juntas unas a las otras, sobre el suelo cubierto de pinaza. Allí pasamos nuestra primera noche de libertad, mecidas por los cañonazos lejanos y el zumbido de los aviones»
Francisco Aura Boronat (1918-2018) con su relato apunta la realidad de muchos deportados, alejada de cualquier explosión de alegría: «No puedo decir que recuerde la liberación del campo con una gran alegría, porque después de cuatro años en Mauthausen, no sabes que es la alegría, ni las lágrimas; te han convertido en una persona deshumanizada, sin derecho a tener sentimientos (…) Había gente que estaba en un estado físico mejor y podía celebrarlo, pero la inmensa mayoría nos encontrábamos en unas condiciones tales que no podíamos hacer nada, salvo intentar seguir sobreviviendo, ya que incluso después de la liberación mucha gente continuaba muriendo».
Y por último Francisco Batiste Bayla (1919-2007) nos introduce en la dura realidad a la que se enfrentaron los españoles después de la liberación: «El reducido grupo de españoles, al ver cómo se despedían y partían nuestros compañeros de deportación, compartíamos su inmensa alegría. Regresar a nuestro país añorado, poner fin a los largos años de sufrimiento de nuestros familiares por nuestra larga, trágica y a menudo desconocida ausencia, era lo que también imaginábamos próximo a nosotros. Pero el curso de la historia no tardó en menospreciar nuestra mayor ilusión. Con la libertad, llegó para nosotros el tiempo de las decepciones».
En efecto, tal como expresó Francisco Batiste a su llegada a Francia, a muchos de ellos no les esperaba nadie y se vieron obligados a construir su futuro lejos de su tierra. Los reencuentros tardarían en llegar. A pesar de que en el Hotel Lutetia les esperaba una delegación de la Cruz Roja de la República española para atenderles, los que no precisaban de cuidados hospitalarios pronto tuvieron que olvidarse de las sábanas limpias y de las abundantes comidas y buscar trabajo en diversos oficios a lo largo de la geografía francesa, siendo frecuentes los desplazamientos a Toulouse, entonces llamada la nueva capital de la República. Pocos fueron los que tentaron el retorno a España, pero tuvieron que pasar bastantes años hasta no sentirse atenazados por el miedo, real, a partir de controles policíacos habituales, o hipotético, ante posibles delaciones; y otros no cejaron en la defensa de sus convicciones por la vía del trabajo político, con entradas clandestinas a España, saldadas con alguna detención.
Republicanos antifascistas con un pasado de lucha que les condujo a los campos y con una liberación que no acarreó la conquista de su condición de personas libres, sino el inicio de un largo camino hasta poder integrarse de nuevo en el mundo. Hay que imaginar su vida y su diáspora y descubrir su valor, el de aquellos supervivientes que sufrieron todo tipo de expolios, materiales y afectivos, y a pesar de lo cual se mantuvieron íntegros y defendieron sus valores.
Por no pecar de incautos o ingenuos, el ¡Nunca Más! pronunciado en los campos fue una expectativa que no se ha cumplido, sin embargo no fue un error, so pena de caer en el cinismo. Antes y ahora no se puede renunciar a la utopía, no se puede perder la esperanza de que la vida de todas las personas del planeta pueda desarrollarse con dignidad. En tiempos convulsos como los nuestros, viejas y nuevas resistencias han de conjugarse para descubrir renovados sentidos a la vida: unión y esperanza, expresados en el internacionalismo y en el futuro soñado por los deportados en los campos de la muerte. Nos alertan y animan las frases incluidas en los juramentos pronunciados por los supervivientes después de la liberación: «Sobre la base de una comunidad internacional queremos erigir a los soldados de la libertad caídos en esta lucha sin tregua, el más bello monumento:
EL MUNDO DEL HOMBRE LIBRE (…)
Nos dirigimos al mundo entero para decirle: Ayúdanos en nuestra tarea. ¡Viva la solidaridad internacional! ¡Viva la libertad!»
https://rebelion.org/un-recorrido-por-la-liberacion-de-los-campos-nazis-hasta-mauthausen-el-ultimo-campo-liberado/
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