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jueves, 28 de diciembre de 2023

Países Bajos: tenía que pasar

La reciente victoria de la extrema derecha en las elecciones generales de Países Bajos sólo ha podido sorprender a quienes hayan sido ajenos a lo que ha venido pasando en ese país en los últimos trece años.

Desde entonces, viene gobernando la derecha liberal, liderada por Mark Rutte, que no ha parado de llevar a cabo bajadas de impuestos para los más ricos, privatizaciones y recortes en el gasto y las ayudas sociales.

Países Bajos, por ejemplo, tiene uno de los sistemas fiscales más regresivos de Europa: el porcentaje de ingresos dedicado a pagar impuestos en la mayoría de los grupos de renta es de alrededor del 40%, pero sólo el 20% en el 1% más rico de la población.

Los sucesivos gobiernos liberales han hecho una política de vivienda proclive al mercado que ha incrementado la dificultad de acceso a las clases medias, sin mejorar las de ingreso más bajo, y que ha provocado un gran aumento de los precios.

Mark Rutte dijo al principio de su mandato que había que acabar con la idea que, según él, tenían sus compatriotas del Estado: “una maquinita de la felicidad”. Para lograrlo, ha recortado la inversión y el gasto, provocando el empeoramiento de los servicios públicos de salud, transporte, educación, o cuidados (en 2015, se estableció que el de ancianos y dependientes pasaba a ser una “obligación” familiar). La directora de UNICEF en Países Bajos denunció en 2018 que en ese país tan próspero se dejaran de lado los derechos de grupos de niños y niñas vulnerables.

En estos últimos trece años, los sucesivos gobiernos liberales han llevado a cabo una auténtica desposesión de ingresos y derechos de las clases de renta media y baja, al mismo tiempo que han convertido a su país en el paraíso fiscal más agresivo de Europa, concediendo todo tipo de favores fiscales y financieros a las grandes empresas.

Quizá la prueba más evidente de esa desposesión es que las familias de Países Bajos son las que tienen el endeudamiento más elevado respecto a su renta bruta disponible de Europa: 187,03% en el primer trimestre de este año, el doble que las españolas (89,4%).

La estrategia seguida por los liberales holandeses (como los de otros países) para que esa desposesión no se tradujera en una revuelta social ha sido doble. Por un lado, culpar a las clases trabajadoras de derrochar el dinero público y, por otro, hacer responsable a la inmigración de todo lo malo que les estaba ocurriendo.

Lo primero alcanzó su cima más vergonzosa en 2021: hasta el gobierno tuvo que dimitir cuando se descubrió que había acusado de fraude en las ayudas sociales a más de 30.000 familias de bajos ingresos, sin fundamento ninguno. Unos 70.000 niños y niñas sufrieron principalmente la falsa acusación y 1.115 terminaron en instituciones de tutela por esa causa. El discurso contra la inmigración no ha dejado de darse y se ha hecho cada vez más fuerte, justo a medida que crecía la desposesión, cuando la realidad es que los trabajadores inmigrantes se ocupan de los empleos de muy bajo salario y más precarios y que los problemas asociados a la inmigración tienen que ver, sobre todo, con el debilitamiento de los servicios públicos y sociales que he señalado.

A diferencia de lo que sucedía hace unas décadas, la derecha liberal no oculta la desposesión que se produce cuando gobierna. Ahora la reconoce, pero culpando de ella a la inmigración o a los propios desposeídos (como dicen mis colegas economistas liberales, porque no invierten lo suficiente en ellos mismos).

Es ahí cuando aparece la extrema derecha ofreciendo ayuda (soberanía, seguridad, valores tradicionales, defensa de la nación…) y protección frente al enemigo que viene a quitarnos “lo nuestro”.

Ahora bien, aparece la extrema derecha porque al mismo tiempo las izquierdas desaparecen o pierden el norte. En lugar de centrarse en las cuestiones socioeconómicas que condicionan realmente la vida de la gente con un discurso ecuménico, dirigido a las grandes mayorías sociales para protegerlas desde la transversalidad y el sentido común, se dividen y fragmentan para identificarse con los intereses de pequeños segmentos o grupos minoritarios de la población, y dando prioridad a cuestiones identitarias y territoriales o a decirle a la sociedad lo que es o no políticamente correcto. Sin ser capaces de frenar lo que se nos viene encima.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Los sucesos de Nueva Zelanda son la conclusión lógica de llamar “invasores” a los inmigrantes.

The Intercept

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Brenton Tarrant, acusado de matar a 50 personas, varios niños entre ellas, en dos mezquitas de Nueva Zelanda la semana pasada, quiere que sepamos qué inspiró sus acciones. Antes de trasmitir su masacre de fieles musulmanes, redactó un extenso documento que aboga con orgullo por el asesinato de personas inocentes en nombre de la pureza racial. El manifiesto es predeciblemente inquietante. Es la obra de un nihilista que ve un mundo tan sombrío y desesperanzado que piensa que podría mejorarse mediante actos de asesinato en masa. Sin embargo, hay una palabra en el documento de 74 páginas que me llamó la atención: “invasor”.

Las palabras de Tarrant son a la vez lúcidas y suenan pavorosamente familiares. Sus referencias a los inmigrantes como invasores encuentran eco en el lenguaje utilizado por el presidente de Estados Unidos y los líderes de extrema derecha de toda Europa. Y es por eso que sería un error descartarlas como los incoherentes delirios de un loco.

Su manifiesto resulta difícil de leer. No obstante, me sentí obligado a analizar sus palabras en profundidad porque, como occidental no blanco -y nada menos que musulmán-, soy uno de los “invasores” de los que habla. Ha habido llamamientos para sencillamente ignorar lo que Tarrant escribió. Si bien es comprensible, es ingenuo pensar que ignorar a personas como él va a hacer que sus exigencias desaparezcan. Al leer su manifiesto, debo subrayar que el sentimiento que expresa -que las personas como yo somos unos forasteros que en realidad pertenecen a algún otro lugar- es cada vez más común.

El documento se basa en una premisa subyacente clave conocida como la teoría del "Gran Reemplazo": que las personas no blancas que viven en países occidentales son extranjeros embarcados en la misión de saquear y reemplazar a las poblaciones de Europa y América del Norte. En los rostros de los inmigrantes que intentan criar familias y construir hogares pacíficos, Tarrant ve a invasores desarmados empeñados en conquistar su patria racialmente prístina. No hay individuos en su cosmovisión, solo masas sin rostro de “nosotros” y “ellos”. Este último grupo debe mantenerse a distancia a toda costa. Cita, aprobándolo, el efecto disuasivo de asesinar a sus hijos.

Para quienes se preguntan dónde se radicalizó Tarrant, la respuesta es de conocimiento público. Es en nuestros medios de comunicación y en nuestra política, donde las minorías, musulmanas o no, son vilipendiadas como algo natural. Las creencias de Tarrant alcanzaron una praxis violenta que supongo que muchos de sus compañeros de viaje encontrarían difícil de digerir. Pero sus afirmaciones sobre desastrosas tasas de nacimiento y riadas de inmigrantes invasores son prácticamente banales a estas alturas. Esa es la retórica que anima las políticas de Donald Trump, quien ha resucitado una respuesta medieval a los “invasores”, prometiendo contenerlos detrás de un muro gigante. Proviene de los partidarios políticos del presidente que abiertamente defienden la misma teoría del “Gran Reemplazo” que motivó la masacre de Tarrant.

Esta retórica sobre la contaminación extranjera emana también de las bocas y de las plumas de figuras públicas supuestamente liberales. En 2006, Sam Harris, escritor del “New Atheist”, escribió un artículo en el que afirmaba que en cuestión de 25 años, Francia se encaminaría a tener una mayoría de población musulmana, aunque la inmigración se detuviera mañana. El cambio demográfico no significaría nada menos que el fin de la propia democracia, argumentaba. (Harris no consideró necesario aportar una referencia por sus ridículas proyecciones de población). El manifiesto de Tarrant se lee como una versión abreviada, aunque más violenta, del popular libro de 2017 “The strange death of Europe”, del autor británico Douglas Murray, quien sostenía que la inmigración había destruido ya realmente a la sociedad europea.

En resumen, los escritos de Tarrant reflejan una visión del mundo que no solo se limita a los rincones oscuros de Internet, sino que se expresa abiertamente en los medios y en la política. Sus alegadas acciones son la conclusión lógica de la retórica del “American carnage” y “The strange death of Europe” promovida por figuras destacadas en todo el mundo.

Tarrant escribe que su punto de ruptura se produjo mientras viajaba por Francia. Allí se sintió abrumado por la cantidad de “invasores”, cuyas caras negras y marrones encontraba en todas las ciudades y pueblos. A juzgar por sus palabras, no se detuvo a considerar que la mayoría de esas personas no eran en realidad extranjeras, sino los hijos de personas que han vivido durante varias generaciones en Francia. Son personas que no conocen más hogar que ese país. Tarrant describe haber se visto desbordado por la emoción al ver un cementerio de guerra, que considera como el lugar de descanso de una generación francesa anterior que luchó contra los “invasores”. Al parecer, nunca se le ocurrió que la mayoría del Ejército Francés Libre de la II Guerra Mundial, que liberó a Francia de los nazis, se componía principalmente de soldados coloniales negros y del norte de África. Son los descendientes de estas personas cuy a presencia causó a Tarrant, un turista australiano, una pena tan grande que, según su manifiesto, “rompió a llorar y a sollozar en solitario en su coche” .

Al considerar los ataques en Nueva Zelanda, es importante entender que los musulmanes son un blanco fácil para la violencia racista. Son una minoría impopular en los países occidentales. Algunos analistas, si bien condenaban los supuestos asesinatos de Tarrant, expresaban compasión por su razonamiento sobre los musulmanes. Esta reacción parece ser exactamente con la que Tarrant contaba. En una sección de su manifiesto deja claro que todos los “inmigrantes de alta fertilidad” son el enemigo, pero que eligió centrarse en los musulmanes porque “son el grupo de invasores más despreciados en Occidente, y al atacarles se recibe el mayor nivel de apoyos”.

Sin embargo, matar musulmanes es solo la primera etapa del plan que establece. El objetivo final es cambiar la composición demográfica de los países occidentales a través de un programa más general de limpieza étnica que también se dirige contra negros, judíos y asiáticos. “Los invasores deben ser retirados del suelo europeo, sin importar de dónde vinieron o cuándo vinieron: Africanos, indios, turcos, semíticos u otros”, escribe Tarrant. Entre sus influencias declaradas están el asesino en masa noruego Anders Breivik y Dylann Roof, que asesinó a nueve feligreses afroamericanos en una iglesia de Carolina del Sur. Tarrant deja claro que él no es cristiano en ningún sentido religioso. Su única creencia consistente es una intención genocida de eliminar al “otro”, ya sea mediante asesinato o expulsión.

Aunque actuó solo, Tarrant afirma de modo inquietante en su manifiesto que recibió una bendición por su ataque de una organización clandestina de extrema derecha. Simpatizantes con los mismos motivos que él hay en gran número, escribe, incluso en los aparatos militares y policiales de los Estados occidentales. Hasta el momento, no han aparecido evidencias que corroboren esta afirmación, pero viendo las noticias, parece algo completamente plausible.

En sus escritos, Tarrant deja claro que no tiene problemas con los musulmanes que viven en sus propias patrias, ni con los judíos, mientras vivan en Israel. Él simplemente los quiere fuera de Occidente. “La forma en que se eliminen es irrelevante, ya sea pacífica, contundente, feliz, violenta o diplomática. Deben ser apartados”, escribe. Por supuesto, es poco probable que estas personas vayan a abandonar sus hogares voluntariamente. Estados Unidos y Europa son los lugares donde crían a sus familias, pagan impuestos, asisten a las escuelas y contribuyen con su trabajo a la sociedad. Por tanto, insistir en que “regresen” a una patria imaginaria en un continente lejano es insistir en el genocidio y la limpieza étnica.

Como nos enfrentemos a una demanda tan implacable y fanática, es importante tomarla en serio. Me temo que habrá más hombres como Brenton Tarrant, Anders Breivik y el pistolero de la sinagoga de Pittsburgh, Robert Bowers, especialmente si quienes están en el poder responden a sus mensajes con un guiño y un gesto de asentimiento. Ante un enemigo así -que exige que uno se suprima literalmente a sí mismo- la reconfortante idea del compromiso se evapora. Los ataques racistas han continuado desde los asesinatos de Nueva Zelanda, incluyendo una serie de ataques violentos. Ante esta realidad y las luchas que se avecinan, parece importante recordar un popular mantra judío frente a la opresión nazi que hoy tiene un significado renovado: “Les sobreviviremos”.

Murtaza Hussain es un periodista cuyos trabajos se centran en temas de seguridad nacional, política exterior y derechos humanos. Ha trabajado con anterioridad en el New York Times, The Guardian y Al Jazeera English.

Fuente:
https://theintercept.com/2019/03/18/new-zealand-mosque-shooter-manifesto/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a l autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

jueves, 2 de agosto de 2018

El ciudadano, de Roland Vranik Hungría, el infierno para los inmigrantes



Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Cuando estaba en la escuela secundaria, tuve un profesor inglés muy bueno que después de encomendarnos la obra de teatro “Hedda Gabler”, de Henrik Ibsen, nos advirtió para que prestáramos mucha atención a las pistolas que Hedda Gabler muestra a un invitado en el primer acto. Las había heredado de su padre y al parecer resultaban de utilidad para matar el tiempo en un asfixiante hogar burgués. Cada vez que al principio de una obra se ve una pistola o un cuchillo, nos dijo, se crea un inquietante presagio de que van a utilizarse en el acto final. El personaje principal, aburrido y frustrado, al igual que Madame Bovary y otras amas de casa victorianas, acaba disparándose un tiro en la cabeza.

Al comienzo de “El ciudadano”, un película húngara dirigida por Roland Vranik que se estrena hoy en el teatro Metrograph de Nueva York, nos encontramos con el personaje principal, Wilson Ugabe, un refugiado de Guinea-Bissau que está siendo interrogado por un funcionario húngaro de inmigración que integra un panel de tres personas encargadas de determinar si tiene derecho a convertirse en ciudadano. “Cuénteme algo del arte húngaro en el Renacimiento”. “¿Recuerda quién fueron los Corvino?” “¿Y el humanismo?” Wilson permanece en silencio, como cabe esperar de alguien que tiene que asumir la versión húngara de la prueba por la que los afroamericanos tuvieron que pasar durante la era Jim Crow para poder registrarse y votar.

Da la casualidad de que los Corvino fueron un clan monárquico que reinó en Hungría en el siglo XVI, derivando su nombre de la palabra latina cuervo. En cuanto al humanismo, la broma es que la prueba se aplique a alguien que habla con soltura la lengua húngara para negarle la ciudadanía, un acto inhumanamente excluyente. ¿Pueden imaginar a un inmigrante húngaro en Guinea-Bissau intentando convertirse en ciudadano al que se le niega dicha condición después de dominar el portugués, la lengua oficial, porque no puede responder a las preguntas sobre la historia de los Mandinga en el siglo XVIII? Claro que no.

Un pequeño acto demuestra el humanismo del que sus interrogadores tanto carecen. Empleado como guardia de seguridad en un centro comercial, Wilson ve a un joven ratero metiendo un pequeño frasco de artículos de aseo en su bolsillo trasero. Como por casualidad, se acerca a él y le susurra al oído: “No intentes salir fuera con eso o la alarma se disparará”. Después de recuperar el frasco y volverlo a colocar en el estante, le ofrece otro consejo: “No salgas corriendo de la tienda porque llamarías la atención. Todo lo que tienes que hacer es no volver más”.

La carencia de ciudadanía de Wilson Ugabe en la Hungría actual es como la pistola de Hedda Gabler. Crea una sensación de peligro inminente que es omnipresente durante todo el film a pesar de sus muchos momentos optimistas, sobre todo su historia de amor con Mari, la tutora húngara que ha contratado para que lo prepare para el siguiente examen. Ambos de sesenta años, su romance otoñal tiene una intensidad que no se ve muy a menudo en las películas de hoy en día. Ese amor se desató tras un largo día de caminar por los museos para aprender sobre la cultura húngara cuando él le aplicó un ungüento en sus doloridos tobillos.

Wilson vive de forma modesta. Ha compartido apartamento con otro inmigrante africano que está marchándose porque ha encontrado un trabajo nuevo en Viena, dejando atrás su poster de Fela Kuti como regalo. En una sesión de tutoría con Mari, ella pone un CD de Bartok para ponerlo al tanto de la cultura húngara. Cuando le pregunta si le gusta, él dice que está bien pero que prefiere a Fela Kuti y se lo pone en el casete portátil.

En una excursión a un museo, Mari intenta explicar el papel del rey San Esteban, el monarca del siglo XI que hizo del cristianismo una religión de Estado. Mostrando su conocimiento de esa parte de la historia húngara, Wilson le menciona a Mari que el rey mostró muy poca misericordia con un señor de la guerra rival llamado Kopanny, quien fue descuartizado después de ser derrotado por las fuerzas superiores de Esteban, ordenando exhibir los trozos del cuerpo en las puertas de entrada de las principales ciudades de Hungría. Para Wilson, ese es el tipo de brutalidad que le forzó a convertirse en refugiado. Una milicia había matado a su esposa y había “desaparecido" a sus dos hijas. Si se hubiera quedado en África, habría sufrido el mismo destino.

A pesar de su tolerancia racial y los intentos sinceros de integrarle en la sociedad húngara, se insinúa que Mari es susceptible al nacionalismo que se ha extendido por toda Hungría bajo la órbita de Viktor Orban, que hace de la vida un infierno para los inmigrantes. Ella le dice a Wilson que aunque el rey San Esteban fue cruel, su éxito al unir el país bajo el cristianismo justificó los medios para conseguir tal fin.

Un día después de que su compañero de habitación se marchara a Viena, una mujer iraní muy joven y embarazada llamada Shirin aparece en el umbral de la puerta de Wilson. Ha huido de un campamento de inmigrantes indocumentados y ha buscado refugio en el apartamento que su excompañero de habitación le ofreció como refugio frente a la policía de inmigración. Cuando la joven rompe aguas, Wilson muestra el tipo de ingenio que cabía esperar. La ayuda a tener al bebé y se convierte en su protector. Cuando Mari decide dejar a su marido y mudarse con Wilson, todos se esfuerzan por llevarse bien, aunque los prejuicios húngaros de María, a pesar suyo, y sus celos hacia la joven y bella mujer crean una tensión dramática que sólo se resuelve en el clímax de la película con el mismo tipo de explosión de la pistola de Hedda Gabler.

En una decisión brillante de reparto, Roland Vranik elige a Marcelo Cake-Baly para que haga de Wilson Ugabe. Cake-Baly era un economista que perdió su trabajo después de que Hungría dejó atrás el comunismo y se vio obligado a tomar un tranvía hacia Budapest. Cuando en una parada del tranvía le pidió a un joven que no fumara porque estaba prohibido, este le contestó que Hungría era su hogar y que un emigrante como él debería haberse ahogado en el mar.

Vranik escribió el guión junto a István Szabó, que es una de las figuras más respetadas de la cinematografía húngara. Su "Mephisto" de 1981 ganó el premio de la Academia a la mejor película en lengua extranjera por su interpretación de un actor húngaro que acepta oportunistamente una oferta de los ocupantes nazis para crear un teatro amable con ese régimen. Al igual que Fausto, el actor vendió su alma al diablo. Está claro que colaborar en el guión de "El Ciudadano" fue un proyecto que István Szabó consideró consecuente con sus inclinaciones humanistas de siempre, inclinaciones bajo asedio hoy en el país con un Viktor Orban que ambiciona convertirse en el Satanás de Hungría.

Louis Proyect es el moderador de Marxism Mailing List.
Su blog es:
http://louisproyect.orgFuente: https://www.counterpunch.org/2018/07/06/hungary-where-hell-is-for-immigrants/

jueves, 19 de julio de 2018

_- El Supremo condena al Estado español por no tramitar las 19.000 solicitudes de asilo asignadas por la UE en 2015

_- eldiario.es

Es la primera vez que un tribunal nacional europeo condena a un país por incumplir el cupo asignado, que en este caso fue de 19.449 personas

La Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo ha condenado al Estado español por incumplir parcialmente sus obligaciones administrativas de tramitación de solicitudes de asilo de refugiados procedentes de Grecia e Italia, establecidas por la Unión Europea y por las que se asignó a España un cupo de 19.449 personas durante dos años, aunque solo ofreció un 12,85% de las plazas que tenía la obligación de ofertar. Se trata de la primera vez que un tribunal nacional europeo condena a un estado de la UE por este asunto.

El alto tribunal considera que las decisiones comunitarias incumplidas --en este caso la Decisión 2015/1523 con vigencia desde septiembre de 2015 hasta septiembre de 2017-- sobre medidas provisionales para acoger los solicitantes de asilo procedentes de Italia y Grecia, eran de carácter vinculante y obligatorio, por lo que el incumplimiento de las mismas implica "la condena del Estado español a continuar la tramitación" en los términos previstos por el Consejo Europeo.

La Sala estima de forma parcial el recurso contencioso-administrativo planteado por la Associació de Suport a Stop Mare Mortum contra la desestimación, por silencio administrativo, de la solicitud formulada el 21 de abril de 2017 ante el Gobierno de Mariano Rajoy. Pedían en su demanda que se declarase que España había incumplido las obligaciones sobre las ofertas de plazas de reubicados (ofrecerlas, aprobar las listas enviadas y acogerles) y que se ordenase al Ejecutivo a que cumpliese inmediatamente y con carácter urgente estas obligaciones.

Con esta sentencia, el Tribunal Supremo reconoce la obligación de España de acoger a todas las personas "asignadas por las instituciones europeas" más allá de las 17.337 plazas comprometidas por el Gobierno de Mariano Rajoy en septiembre de 2015 a través de los mecanismos de reasentamiento y reubicación.

De esta manera, el Supremo ha validado los argumentos de la organización, que defendía la obligatoriedad de España de recibir a 19.449 personas, la cuota total que le correspondía inicialmente de los 160.000 solicitantes de asilo a los que el Consejo Europeo se comprometió a redistribuir entre los diferentes Estados miembros, más allá de los compromisos específicos de los Gobiernos europeos.

"Una de los aspectos más importantes de esta sentencia es la obligación de España a recibir las cifras de refugiados que se desprendían de los acuerdos de las decisiones europeas, más allá de las cerca de 17.000 que incluía la Comisión Europea en sus informes. Son cerca de 2.000 personas", han apuntado fuentes de Mare Mortum.

El abogado del Estado había puesto de manifiesto que España estaba realizando las "gestiones necesarias" para reubicar a los asilados que le habían sido asignados, pero que el procedimiento, dice, era laborioso. El alto tribunal ha desmontado este argumento defendiendo que "la existencia de graves dificultades administrativas" para cumplir los compromisos no exime a España del cumplimiento de las obligaciones.

Así, asegura que "el escaso número de reubicaciones efectuadas puede explicarse por un conjunto de factores que el Consejo no podía prever en el momento en que adoptó dicha Decisión", en 2015. En particular, señala "la falta de cooperación de determinados Estados Miembros", pero apunta que esta incumplimiento "generalizado no constituye una justificación" para que España incumpliera los compromisos pactados hace dos años.

El pasado septiembre expiró el plazo de dos años que se dieron los países de la UE para asumir la acogida de las miles de personas que cada día arribaban a Europa durante la llamada "crisis de refugiados" de 2015. Había pasado una semana de la muerte del niño refugiado Aylan Kurdi, cuya imagen aceleró las reuniones comunitarias y derivó en un acuerdo vinculante.

Sin embargo, el plan presentado por la Comisión chocó con la oposición de los países del Este y el compromiso incumplido de quienes decían apoyar en ese momento la acogida de 160.000 personas desde Grecia e Italia. Pasado el plazo, apenas habían recibido a un 18% y España estuvo entre los países que más incumplió la cuota.

Según informa el Supremo, el abogado del Estado había solicitado que se planteara una cuestión prejudicial ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) para aclarar "si corresponde en exclusiva a la Comisión Europea realizar el control del cumplimiento" de las decisiones o también pueden hacerlo los tribunales nacionales.

La Sala ha rechazado plantear esta cuestión ante el TJUE y entiende que "tiene competencia para ejercitar el control de la actividad" de la Administración en el cumplimiento de las obligaciones contraídas en la normativa de la UE. Así, es la primera vez que un tribunal nacional condena a un país por incumplir el cupo comprometido.

Fuente:

https://www.eldiario.es/desalambre/Tribunal-Supremo-solicitudes-asignadas-UE_0_791621439.html

miércoles, 19 de octubre de 2016

La noche que murió la Revolución Francesa

Guadi Calvo
Se cebaban con los más débiles, los que ya estaban ensangrentados, hasta matarles, yo lo vi. 
Saad Ouazen
Hace cincuenta y cinco años,
 el 17 de octubre de 1961, entre 300 y 400 argelinos, de unos treinta mil, que se manifestaban pacíficamente, contra las leyes racistas que el gobierno del presidente, Charles De Gaulle, había impuesto, específicamente contra los ciudadanos de ese origen, y por extensión, contra todo ciudadano proveniente del Magreb, fueron cazados y asesinados en pleno París por la policía del régimen. Si bien los herederos de la Revolución Francesa la habían herido de muerte en los arrozales de Indochina, en las cuevas de norte de Argelia y en los bosques y desiertos africanos, aquella noche, en pleno Paris, le pegaron el tiro de gracia.

El hecho más oscuro que se registra en la ciudad luz, hasta hoy, no ha sido debidamente aclarado, y ni siquiera hay una nómina comprobable y segura de muertos y mucho menos de la totalidad de sus responsables.

El Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino, dirigido por Mohamed Budiaf y Ahmed Ben Bella, desde 1954, que libraba una guerra contra la dominación francesa, que había invadió su territorio en 1830, llamó a los miles de argelinos que entonces vivían en París, a manifestarse pacíficamente contra el toque de queda impuesto a la población magrebí por el prefecto Maurice Papon, quién durante la Ocupación nazi había sido el responsable del traslado de ciudadanos judíos de Burdeos a París, con posterior destino a los campos de exterminio.

El toque de queda prohibía a los trabajadores argelinos permanecer en la calle entre 20:30 y 05:30 y las cafeterías de musulmanes deberían cerrar a las 19 horas. Cientos de miles de ciudadanos se vieron entonces obligados a permanecer encerrados en sus precarias viviendas de los bidonville de Nanterre, Bezons, Courbevoie, Puteaux y Colombes, aunque ya estaban acostumbrados al acoso permanente de las rattonades (razias policiales).

La orden del FLN fue clara y rotunda, los manifestantes no debían portar ningún tipo de armas, y se invitaba a que participaran mujeres y niños, como garantes de que no habría de parte de los organizadores intensiones de violentar las normas. Además las columnas deberían transitar por las veredas, para no perturbar en tránsito de avenidas y bulevares.

Apenas iniciada la protestas, la policía de Papon comenzó la cacería por portación de piel, todo “pardo” o moro, que se lo encuentre en la calle sería detenido.

Los siete mil efectivos de Papon, junto a la Policía Auxiliar (APF) mejor conocidos como los Harkis de París, argelinos reconvertidos en anti revolucionarios que operaban contra sus connacionales, se habían preparados desde días antes, con el beneplácito de sus superiores lo que incluía la explicita aprobación de De Gaulle.

Apenas aparecieron los primeros manifestantes comenzó la represión, que dejaría según cifras oficiales 11730 detenidos y 3 muertos.

Los cancerberos de Papon se dispersarían acechantes por calles del Barrio Latino, los Grandes Bulevares, y los alrededores de Champs Elisées. Esperaban a los argelinos en las bocas del metro, en las terminales de buses. Sus mítines fueron atacados con extremas violencia, sin perdonar ancianos, embarazadas, ni niños.

En pocas horas los detenidos alcanzaría a casi a los 12 mil, todo estaba milimétricamente calculado, buses de la policía y autobús de la compañía RATP, habían sido requisados. En ellos trasportaron los detenidos al Hospital Beaujon en Vincennes, a la sede de la policía, al estadio Pierre de Coubertin y al centro de exposiciones. Los detenidos debieron sufrir hacinados durante días las golpizas y todo tipo de abuso policial, en deprimentes condiciones higiénicas, sin agua ni alimento. Los detenidos ni siquiera se atrevían a ir a los baños, ya que la mayoría que había osado intentarlo, jamás volvieron. Allí mismo fueron torturados, violados y muchos asesinados.

Como para cubrir las evidencias, unos días después el ministro del Interior, Roger Frey, antes del reinicio de la Asamblea Nacional, anunció el retorno forzado a Argelia de muchos de los “indeseable”, sin listas, sin poderse despedir de sus familiares ni tan siquiera recoger algunas de sus pertenencias; fueron deportados, aunque muchos de ellos, nunca llegaron a Argelia.

Sin recato frente las cámaras, ni a los periodistas y transeúntes, las policía masacró la protesta, los manifestantes fueron golpeados salvajemente, mientras otros fueron asesinados con armas de fuego a bocajarro.

Las calles de París se llenaron de muertos, charcos de sangre y heridos: hombres mujeres y niños fueron asesinados a golpes por la policía, otros lanzados mal heridos al Sena, tampoco fueron pocos los cuerpos que aparecieron ahorcados en Champs Elisées.

Aquí se ahogan argelinos.
Algunos días después de la represión, en los muros que bordean el Sena comienzan a aparecer unas extrañas pintadas que dice “ici on noie les Algériens” y a los días comenzaron a flotar en el Sena decenas de cuerpos, algunos con disparos y otros con evidentes signos de tortura, era claro que la matanza pergeñada por el perfecto Papon y bendecida por De Gaulle, se había ejecutado con “estilo”, se estima que por los menos fueron 150 cadáveres de argelinos recogidos en las aguas entre París y Rouen.

El presidente declaró que la masacre era “un asunto secundario” y dio por terminado el asunto conforme con los tres muertos iniciales. Envalentonados por la complacencia oficial el 8 de febrero del 1962, otra manifestación en contra de la guerra de Argelia y de la organización paramilitar OAS, (Organisation de l'Armée Secrète) terminó con una nueva masacre, conocida como “masacre de Charonne" (nombre de la estación de metros parisina) donde otra vez los hombres de Maurice Papon asesinaron esta vez a nueve militantes del sindicato CGT, la mayoría pertenecientes al partido comunista.

Como para terminar su obra macabra el 17 de junio de 1966, De Gaulle aprueba una la ley de amnistía que incluía: “Los actos cometidos en el marco de operaciones policiales administrativas o judiciales”, por lo que se impide cualquier tipo de investigación sobre las matanzas del 17 de octubre y de la estación Charonne, entre otras muchas violaciones a los Derechos Humanos.

Los sucesos del 17 de octubre 1961 impactaron de tal manera en la política francesa, que aceleraron las negociaciones que terminaron con los acuerdos Evian el 18 de marzo 1962, con que se da por finalizada la guerra de Argelia.

La matanza de octubre fue silenciada durante las dos siguientes décadas, hasta como los ahogados del Sena, comenzaron a emerger las evidencias incontrastables contra el prefecto Maurice Papon.

En 1981, el periódico Le canard enchaîné consiguió una serie de documentos donde se revelaba la participación de Papon en el exterminio judío. En 1998 después de diecisiete años de investigaciones y juicios fue condenado a diez años de prisión, aunque nunca recibió condena por los crímenes de octubre de 1961. Fue liberado en 2002 a los 92 años, por su estado de salud, aunque moriría recién en 2007.

De Gaulle iba a morir en 1969, y recibirían un pomposo homenaje durante sus funerales a pesar de haber asesinado a la Revolución Francesa.

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.