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jueves, 18 de enero de 2024

Cuál es el origen del infierno cristiano (y cómo es su versión en otras religiones)

Diablo en medio de las llamas

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"Es por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y al lugar donde sufre la raza condenada, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y no hubo nada que existiera antes que yo, abandona la esperanza si entras aquí".

Esta inscripción se encuentra en la parte alta de la puerta que da entrada al infierno de acuerdo al relato imaginario de Dante Alighieri en su obra cumbre, "Divina Comedia".

Y es que el relato del famoso poeta italiano hacia finales del siglo XV es la expresión culmen del concepto cristiano de que el infierno era un lugar horrible donde se castiga de manera severa a los pecadores.

Lo más curioso es que en la Biblia el infierno, como lugar de castigo y tortura, es apenas mencionado.

En cambio, el concepto del infierno tal y como lo conocemos es una combinación de distintas tradiciones y leyendas que van desde la visión del más allá que tenían los egipcios, a la concepción del Hades de los griegos e incluso los mitos fundacionales de los babilónicos.

“El infierno como lugar lleno de fuego y demonios que castigan a los pecadores es un concepto exclusivo de la tradición judeocristiana, pero se forma a partir de la sistematización de relatos e ideas que surgieron en lo que conocemos como el Creciente fértil”, le dijo a BBC Mundo Juan David Tobón Cano, historiador y teólogo de la Universidad San Buenaventura de Colombia.

Para Tobón el infierno es un concepto que se identifica también en otras religiones o culturas, pero con interpretaciones muy distintas a la que se conoce en el Occidente cristiano.

“Para los muiscas, por ejemplo, que vivieron en Colombia, el inframundo era un lugar bello, de hecho lo describen como un lugar 'tan verde como el color de las esmeraldas’”, explica el teólogo.

Por supuesto, el concepto del infierno se ha ido modificando a través de los años y sigue reescribiéndose.

Tanto que uno de los ejercicios de reflexión del actual papa Francisco, cabeza de la Iglesia Católica, ha sido la revisión teológica de esa noción.
 
Nubes amarillas y negras

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Nubes amarillas y negras.

El sheol es para los judíos es un lugar donde van las personas después de muertas. Pero no se específica si hay castigo o sufrimiento.

“Lo cierto es que las almas no son castigadas. Aquellos que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van a las filas de quienes lo contemplan (a Dios)", dijo Francisco en 2018 en diálogo con el periodista Eugenio Scalfari.

Y añadió: “Pero aquellos que no se arrepienten y no pueden ser perdonados, desaparecen. No existe el infierno, sino la desaparición de las almas pecaminosas".

Sin embargo, el Vaticano señaló que el sumo pontífice había sido “mal citado” por el periodista y no eran las palabras precisas que había utilizado.

Una construcción de milenios
“La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, ‘el fuego eterno’".

De este modo define el Catecismo de la Iglesia Católica al infierno.

Pero, ¿cómo se llega a la idea del lugar donde se sufre el “fuego eterno”?

Para Tobón, la idea del infierno se origina cuando el ser humano comienza a experimentar el mundo que habita y no puede explicar el caos.

“En la observación del Universo comenzaron a encontrarse fenómenos que eran comprensibles -tormentas, terremotos, etcétera- y a eso comenzaron a vincularlo con el inframundo”, señala Tobón.

Todas esas ideas terminan en una combinación de creencias en el más allá dentro de las civilizaciones egipcia y mesopotámica, que adoptan los primeros hebreos
 
Hades griego.

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Hades griego. 

El hades o el inframundo para los griegos era el lugar donde iban las almas tras morir.

“En las primeras versiones de la Biblia hebrea esos conceptos de un lugar donde van los muertos tiene un nombre: Sheol. Pero es un lugar donde van los muertos, no pasa nada más”, le explica a BBC Mundo Sean McDonough, profesor del Nuevo Testamento del Instituto Teológico Gordon-Conwell, en Massachusetts, Estados Unidos.

McDonough anota que a este concepto se une otra idea: la espacio del Gehena. Y una importante partición.

“Poco a poco el concepto absoluto del Sheol va cambiando. De ser un lugar para los muertos, pasó a ser considerado un lugar temporal”, dice el académico.

Y añade: “Tras un tiempo allí, los muertos que hubieran sido justos y cumplidores de la ley iban a la presencia de Dios, mientras que los no cumplidores de la ley iban a un lugar lleno de fuego purificador, conocido como Gehena”,

Este punto resulta clave para explicar cómo se originan las diferencias respecto a las otras percepciones sobre el inframundo y el más allá.

“Una de las grandes diferencias del judaísmo con las otras religiones es que dicen que Dios hace una alianza con ellos y la hace a través de una ley, que son los 10 mandamientos”, explica Tobón.

Y esto entraña dos consecuencias: “Crea el concepto de premio y castigo ‘divino’. Los que cumplen la ley serán recompensados y los que no, castigados. Algo que no era tan evidente en otras culturas”.

Para McDonough, el personaje que hace más énfasis en el infierno como lugar de castigo es el propio Jesús, que en un par de ocasiones menciona del Gehena.

“Jesús también hace mención del ‘horno ardiendo’ donde los malvados sufrirán tristeza y desesperación y donde habrá ‘llanto y crujir de dientes’”, señala McDonough.

Diablo

Diablo

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Los demonios están presentes en el relato del infierno.

“Esas palabras serán fundacionales para el concepto del infierno que veremos en el Medioevo y que llegará hasta nuestros días”.

Dante, el infierno total
Los expertos son claros en que la palabra latina “infierno” comienza a aparecer en las primeras traducciones del hebreo y el griego al latín, donde se utiliza para reemplazar términos como Sheol y Hades, que son clara referencia al inframundo.

Tobón aclara que los primeros cristianos comienzan a involucrar el pensamiento griego en la nueva religión que iba surgiendo.

“Un elemento que incorporan es el concepto platónico de que el ser humano se compone de cuerpo y alma y esto será el principio de que las almas tienen que ir a algún lugar tras la muerte”, dice.

Entonces comienza una discusión teológica en la que, hacia el siglo VI, se afianza la idea de que el infierno es un lugar donde las almas que no se arrepintieron sufren el castigo por toda la eternidad.

“Hay que dejar claro que para los teólogos el principal castigo es no estar ante la presencia de Dios, lo del fuego y la tortura es algo más simbólico”, señala McDonough.

Y esa visión de un lugar lleno de horrores termina universalizándose cuando el poeta italiano Dante Alighieri publica en el siglo XIV su “Comedia”.

“No es que Dante defina cómo es el infierno, sino que reúne de una forma magistral todos los conceptos que había en ese tiempo sobre este lugar y digamos que establece un lugar común: un sitio donde se sufre eternamente”, señala Tobón.

Con el tiempo, y a raíz de la reacción de los fieles y de la influencia de distintas corrientes teológicas, la definición del infierno se ha transformado.

“La idea actual es que es estar alejado de Dios, de no contar con la presencia de Dios, más que un lugar de castigo eterno y de sufrimiento”, anota.

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El infierno que fue retratado por Dante en la Divina Comedia reunió las visiones medievales que había sobre este concepto.

En otras religiones
Para los académicos las versiones del inframundo en otras religiones y culturas están más relacionadas con un lugar donde reposan las almas, más que un sitio de castigo.

Por ejemplo, en el budismo hay un lugar conocido como el Naraka -es uno de los seis reinos del samsara que son los estados del alma tras la partida terrenal- es considerado el inframundo, un lugar de tormento.

Pero no son lugares definitivos, es un espacio transitorio.

En el islam, el Corán señala un “lugar de fuego” en distintas ocasiones y está la tradición de que las almas infieles irán al Yahannam, que es como se conoce el infierno.

Cenote en México

Cenote en México

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Los cenotes, enormes pozos que existen en México, eran considerados los lugares de entrada al inframundo maya.

“Por lo general las culturas en Occidente han adquirido esta idea de lugar de castigo donde habita el demonio, pero hay otras versiones Los egipcios, los aztecas, los muiscas tenían otras concepciones”, señala Tobón.

Pone el ejemplo del Xibalbá, el inframundo maya al que se llega a través de unos pozos enormes de agua conocidos como cenotes.

“Es el inframundo, donde hay tormento, pero no es un castigo por cinumplir con la ley de un dios, es el lugar al que van todos los hombres después de la muerte”, explica. 

lunes, 15 de junio de 2020

_- “Hiciste de mi vida un infierno”: Hollywood ya delata a los malos compañeros, ¿por qué España no se atreve? La crisis de imagen que atraviesan figuras sagradas de la televisión en Estados Unidos como Ellen Degeneres o estrellas como Lea Michele dejan claro que ya no hay miedo a hablar de la crueldad en el set de rodaje, pero en nuestro país todavía no hemos abierto esa puerta

_- Un solo tuit del cómico Kevin Porter sirvió el pasado marzo para hacer que la imagen de Ellen Degeneres, "la mujer más divertida de América", una de las presentadoras y cómicas más queridas y poderosas de la televisión en Estados Unidos, cayese por los suelos. "Ellen Degeneres es una de las personas más crueles que hay. Contesta a este hilo con la peor historia que hayas escuchado sobre Ellen siendo cruel y por cada respuesta donaré dos euros al banco de alimentos de Los Ángeles". Cinco mil respuestas después, Ellen sufre una crisis de relaciones públicas y publicaciones especializadas como Variety han dedicado artículos para dar voz a empleados y compañeros que han dibujado una cara muy distinta de la que conoce el público.

"En España, enemistarte en público con alguien puede dejarte sin trabajo. Nadie quiere ser tachado de conflictivo o de tener la piel fina, así que en esos casos lo más común es apretar los dientes", afirma una trabajadora de la industria del entretenimiento

Es la eterna historia de lo que se sabe, pero no se cuenta. O de lo que se cuenta en camerinos, en pasillos, en bares o en fiestas privadas, pero no tiene proyección más allá del ámbito profesional. Algo que sucede en todos los ámbitos: el jefe que te hace la vida imposible o el compañero que pisaría tu cabeza para conseguir un ascenso lo ha sufrido, más o menos, todo el mundo. Pero en el mundo del espectáculo el poder no solo imponía a la hora de hablar, sino que una calculada estrategia de relaciones públicas (de la que además dependían millones en publicidad) opacaba cualquier intento de desenmascarar a alguien. ¿Se dice en los círculos televisivos que la todopoderosa Oprah Winfrey puede ser déspota, calculadora y cruel? Sí. ¿Trasciende a los medios? Apenas. Cuando en 2011 Kitty Kelley publicó una escandalosa biografía de la presentadora y empresaria, casi ningún programa ni canal quisieron dedicarle un solo segmento de su programación. Enfadar a Oprah era enfadar al monstruo.

Pero está ocurriendo ahora. Paralelamente al movimiento #MeToo, obviamente de implicaciones mucho más profundas y graves, en el mundo del espectáculo se está normalizando que artistas y trabajadores hablen sin tapujos de quién fue un dolor de muelas en un rodaje o quien les hizo la vida imposible cuando estaban comenzando su carrera. Hoy es actualidad Lea Michele, cantante y actriz conocida sobre todo por Glee. El 29 de mayo escribió un tuit donde lamentaba la muerte de George Floyd con su correspondiente hashtag "black lives matter". Muy poco después, el pasado martes 2 de junio, la actriz Samantha Marie Ware (que hizo de Jane en la temporada 6 de la serie de Ryan Murphy) respondió lo siguiente y en mayúsculas (que, en Internet, indica que estás gritando):

"¡Me parto! ¿Te acuerdas de cuando hiciste de mi primer papelito en televisión un infierno en la tierra? Porque yo nunca lo olvidaré. Creo que le dijiste a todo el mundo que, si tenías oportunidad, cagarías sobre mi peluca, entre otras microagresiones traumáticas que hicieron que me cuestionase si quería una carrera en Hollywood", escribió la actriz. Leah no tardó en responder con un comunicado oficial un día después, lo cual da una idea de que la historia había dado donde le dolía y, tal vez, había verdad en ella. Pese a que, según afirma en el comunicado, publicado por la revista People, no recordaba ese incidente en particular al que se refería la actriz, Lea remataba: "He escuchado esas críticas y estoy aprendiendo a la vez que pido perdón. Seré mejor persona en el futuro tras esta experiencia".

El comunicado era de diez, pero no evitó que otras personas que han trabajado con Lea Michele apoyasen a Samantha Marie Ware compartiendo sus propias historias, como Heather Morris, que indicó –también en Twitter– que Michele era "muy desagradable como compañera".

¿Ha creado la pandemia y su consiguiente confinamiento una tormenta perfecta para que empecemos a ver a las celebridades de otra manera? Un compartidísimo análisis de The New York Times habló el pasado abril de cómo el propio concepto de la celebridad se reveló no solo inútil durante estos tiempos difíciles, sino desagradable para la gente de a pie: ver a esas superestrellas pedir que todos nos quedásemos en casa desde sus espectaculares jardines con hechuras de parque temático fue un golpe de realidad. ¿Pero por qué esto apenas ocurre en España? Mientras en Estados Unidos se ha hecho habitual desenmascarar a esos que crean ambientes tóxicos en el mundo del espectáculo, apenas hemos visto una ola correspondiente en España.

Pocos aquí se han atrevido a hablar mal de un compañero de trabajo. Apenas se recuerda el caso de Pilar Punzano contra Imanol Arias, que en 2015 publicó una carta contra el actor en su perfil de Facebook que recogieron todos los medios. "Este señor que a la mayoría le parece entrañable", escribió Punzano, "jamás me preguntó cómo estaba en cinco años. No sabe nada de los delitos que han cometido contra los derechos de los trabajadores dicha productora en mi caso, ¿o sí?". Es una de las pocas que, con razón o sin ella (en una posterior entrevista a EL PAÍS aseguró no tener problemas con Imanol y haber aceptado sus disculpas), se han atrevido a dar el paso de criticar públicamente a una figura sagrada de los medios en España.

Según una trabajadora de la industria de la televisión en España, sí hay casos de vacas sagradas en la industria adoradas por el público y cuyo comportamiento con el equipo ha suscitado a menudo críticas, pero nunca públicas. "La manera como tratamos a las estrellas en los rodajes, junto a los rasgos narcisistas que en muchos casos van unidos a la vocación interpretativa, da lugar a comportamientos tiránicos por parte de los actores que jamás se tolerarían en otros ámbitos profesionales, ni siquiera a los jefes", explica tras pedir que se mantenga su anonimato. "Y a pesar de que en los últimos años se ha tomado más conciencia de esto (las denuncias de los abusos sexuales son un buen ejemplo), todavía hay cierta sensación de impunidad".

"Los que sufren las consecuencias de estas actitudes, sobre todo trabajadores, pero también algunos actores, no quieren hablar públicamente de ello porque su pan está en juego", prosigue. "En España más aún, porque se trata de una industria más pequeña y más precaria en la que enemistarte en público con alguien puede dejarte sin trabajo. Nadie quiere ser tachado de conflictivo o de tener la piel fina, así que en esos casos lo más común es apretar los dientes, aguantar lo que dure el proyecto, y esperar no volver a cruzarte con según qué personajes". Así, a menudo la charla de colegas tras las cámaras, cuando nadie escucha, se convierte en una especie de recuerdo de guerra en el que técnicos, actores secundarios y guionistas se preguntan: "¿Y tú a quién sobreviviste?".

https://elpais.com/elpais/2020/06/04/icon/1591263139_424967.html

jueves, 2 de agosto de 2018

El ciudadano, de Roland Vranik Hungría, el infierno para los inmigrantes



Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Cuando estaba en la escuela secundaria, tuve un profesor inglés muy bueno que después de encomendarnos la obra de teatro “Hedda Gabler”, de Henrik Ibsen, nos advirtió para que prestáramos mucha atención a las pistolas que Hedda Gabler muestra a un invitado en el primer acto. Las había heredado de su padre y al parecer resultaban de utilidad para matar el tiempo en un asfixiante hogar burgués. Cada vez que al principio de una obra se ve una pistola o un cuchillo, nos dijo, se crea un inquietante presagio de que van a utilizarse en el acto final. El personaje principal, aburrido y frustrado, al igual que Madame Bovary y otras amas de casa victorianas, acaba disparándose un tiro en la cabeza.

Al comienzo de “El ciudadano”, un película húngara dirigida por Roland Vranik que se estrena hoy en el teatro Metrograph de Nueva York, nos encontramos con el personaje principal, Wilson Ugabe, un refugiado de Guinea-Bissau que está siendo interrogado por un funcionario húngaro de inmigración que integra un panel de tres personas encargadas de determinar si tiene derecho a convertirse en ciudadano. “Cuénteme algo del arte húngaro en el Renacimiento”. “¿Recuerda quién fueron los Corvino?” “¿Y el humanismo?” Wilson permanece en silencio, como cabe esperar de alguien que tiene que asumir la versión húngara de la prueba por la que los afroamericanos tuvieron que pasar durante la era Jim Crow para poder registrarse y votar.

Da la casualidad de que los Corvino fueron un clan monárquico que reinó en Hungría en el siglo XVI, derivando su nombre de la palabra latina cuervo. En cuanto al humanismo, la broma es que la prueba se aplique a alguien que habla con soltura la lengua húngara para negarle la ciudadanía, un acto inhumanamente excluyente. ¿Pueden imaginar a un inmigrante húngaro en Guinea-Bissau intentando convertirse en ciudadano al que se le niega dicha condición después de dominar el portugués, la lengua oficial, porque no puede responder a las preguntas sobre la historia de los Mandinga en el siglo XVIII? Claro que no.

Un pequeño acto demuestra el humanismo del que sus interrogadores tanto carecen. Empleado como guardia de seguridad en un centro comercial, Wilson ve a un joven ratero metiendo un pequeño frasco de artículos de aseo en su bolsillo trasero. Como por casualidad, se acerca a él y le susurra al oído: “No intentes salir fuera con eso o la alarma se disparará”. Después de recuperar el frasco y volverlo a colocar en el estante, le ofrece otro consejo: “No salgas corriendo de la tienda porque llamarías la atención. Todo lo que tienes que hacer es no volver más”.

La carencia de ciudadanía de Wilson Ugabe en la Hungría actual es como la pistola de Hedda Gabler. Crea una sensación de peligro inminente que es omnipresente durante todo el film a pesar de sus muchos momentos optimistas, sobre todo su historia de amor con Mari, la tutora húngara que ha contratado para que lo prepare para el siguiente examen. Ambos de sesenta años, su romance otoñal tiene una intensidad que no se ve muy a menudo en las películas de hoy en día. Ese amor se desató tras un largo día de caminar por los museos para aprender sobre la cultura húngara cuando él le aplicó un ungüento en sus doloridos tobillos.

Wilson vive de forma modesta. Ha compartido apartamento con otro inmigrante africano que está marchándose porque ha encontrado un trabajo nuevo en Viena, dejando atrás su poster de Fela Kuti como regalo. En una sesión de tutoría con Mari, ella pone un CD de Bartok para ponerlo al tanto de la cultura húngara. Cuando le pregunta si le gusta, él dice que está bien pero que prefiere a Fela Kuti y se lo pone en el casete portátil.

En una excursión a un museo, Mari intenta explicar el papel del rey San Esteban, el monarca del siglo XI que hizo del cristianismo una religión de Estado. Mostrando su conocimiento de esa parte de la historia húngara, Wilson le menciona a Mari que el rey mostró muy poca misericordia con un señor de la guerra rival llamado Kopanny, quien fue descuartizado después de ser derrotado por las fuerzas superiores de Esteban, ordenando exhibir los trozos del cuerpo en las puertas de entrada de las principales ciudades de Hungría. Para Wilson, ese es el tipo de brutalidad que le forzó a convertirse en refugiado. Una milicia había matado a su esposa y había “desaparecido" a sus dos hijas. Si se hubiera quedado en África, habría sufrido el mismo destino.

A pesar de su tolerancia racial y los intentos sinceros de integrarle en la sociedad húngara, se insinúa que Mari es susceptible al nacionalismo que se ha extendido por toda Hungría bajo la órbita de Viktor Orban, que hace de la vida un infierno para los inmigrantes. Ella le dice a Wilson que aunque el rey San Esteban fue cruel, su éxito al unir el país bajo el cristianismo justificó los medios para conseguir tal fin.

Un día después de que su compañero de habitación se marchara a Viena, una mujer iraní muy joven y embarazada llamada Shirin aparece en el umbral de la puerta de Wilson. Ha huido de un campamento de inmigrantes indocumentados y ha buscado refugio en el apartamento que su excompañero de habitación le ofreció como refugio frente a la policía de inmigración. Cuando la joven rompe aguas, Wilson muestra el tipo de ingenio que cabía esperar. La ayuda a tener al bebé y se convierte en su protector. Cuando Mari decide dejar a su marido y mudarse con Wilson, todos se esfuerzan por llevarse bien, aunque los prejuicios húngaros de María, a pesar suyo, y sus celos hacia la joven y bella mujer crean una tensión dramática que sólo se resuelve en el clímax de la película con el mismo tipo de explosión de la pistola de Hedda Gabler.

En una decisión brillante de reparto, Roland Vranik elige a Marcelo Cake-Baly para que haga de Wilson Ugabe. Cake-Baly era un economista que perdió su trabajo después de que Hungría dejó atrás el comunismo y se vio obligado a tomar un tranvía hacia Budapest. Cuando en una parada del tranvía le pidió a un joven que no fumara porque estaba prohibido, este le contestó que Hungría era su hogar y que un emigrante como él debería haberse ahogado en el mar.

Vranik escribió el guión junto a István Szabó, que es una de las figuras más respetadas de la cinematografía húngara. Su "Mephisto" de 1981 ganó el premio de la Academia a la mejor película en lengua extranjera por su interpretación de un actor húngaro que acepta oportunistamente una oferta de los ocupantes nazis para crear un teatro amable con ese régimen. Al igual que Fausto, el actor vendió su alma al diablo. Está claro que colaborar en el guión de "El Ciudadano" fue un proyecto que István Szabó consideró consecuente con sus inclinaciones humanistas de siempre, inclinaciones bajo asedio hoy en el país con un Viktor Orban que ambiciona convertirse en el Satanás de Hungría.

Louis Proyect es el moderador de Marxism Mailing List.
Su blog es:
http://louisproyect.orgFuente: https://www.counterpunch.org/2018/07/06/hungary-where-hell-is-for-immigrants/

sábado, 6 de febrero de 2016

Cuando el paraíso era el infierno

Tal vez algún compañero del instituto le había hablado de un desierto donde había palmeras o puede que solo fuera una rebelde con demasiados sueños. Tenía 16 años aquella adolescente cuando levantó el vuelo una madrugada. Fue la madre a despertarla y encontró su cama vacía. La niña ha volado, le dijo la mujer al marido. No entendían nada. “¿Qué hemos hecho mal?”, se preguntó el hombre mirándose en el espejo del baño. Él regentaba un famoso despacho de abogados. Ella era psicóloga y había citado a varios pacientes esa mañana. La niña en una gasolinera de las afueras llevaba ya una hora suplicando a cualquier conductor que la llevara al sur.

Después de varias negativas, finalmente su plegaria fue atendida por un camionero, que la dejó en una ciudad con puerto de mar. En el muelle había un chico que también andaba extraviado y como los dos iban igualmente perdidos juntaron las mochilas y compartieron también el primer tatuaje, una serpiente, él enroscada en un brazo, ella alrededor del ombligo. Un caso entre mil en aquel tiempo.

Tuvieron que pasar algunos años y muchas caídas para que, de regreso a Madrid, el fotógrafo Alberto García Alix certificara con una imagen los estragos que en los cuerpos de estos fugitivos dejaron los vanos sueños. El estudio de este fotógrafo en la calle Atocha era el último apeadero de ese viaje de donde ya no se vuelve. García Alix (León, 1956) examinó de arriba abajo con mirada de forense a aquellos dos seres que pretendían convertirse en sus posibles criaturas, la córnea color fresa de los ojos, las venas del antebrazo, los fieros tatuajes que cubrían de tigres sus carnes macilentas, la pelambrera rapada con crestas de gallo, los garfios y cadenas como arreos de caballo. Les dijo: “No estáis todavía lo bastante muertos. Seguid vuestro viaje al Hades”. Aquella pareja que antaño fueron espléndidos retoños de una burguesía feliz abandonaron el estudio de García Alix y se adentraron por las calles de Malasaña, por los túneles de Azca, por los descampados de Entrevías para madurar un poco más.

Sin trampas A partir de 1975, mientras el dictador seguía agonizando sucesivamente en todas las esquinas, sonaban en los garitos y colmados del rollo las descargas de los Ramones, de Sex Pistols, de Dead Boys. El fotógrafo García Alix había convertido su leica en un arma de guerra y con ella comenzó a coleccionar los futuros cadáveres que iba a traer la libertad. No se permitió hacer trampas. El propio fotógrafo daba ejemplo de estar comprometido con sus propias criaturas; compartía con ellas las mismas camas deshechas, los mismos cubos de plástico para vomitar, el mismo sexo perforado, el mismo afán de cabalgar la moto hacia un horizonte de hormigón, la misma pócima del olvido, la dama pálida cuya calavera estaba coronada con diamantes o cualquier otra sustancia que introducida por los siete orificios del cuerpo y alguno más sirviera para expulsar la conciencia por las orejas. Alberto García Alix decía: “Tiro cuando siento miedo”. Solo disparaba si veía su propia vida reflejada en los seres que fotografiaba.

Eran aquellos días en que en este país al final de la dictadura, bajo un mismo pistoletazo de salida, galgos y caballos comenzaron a ladrar y relinchar juntos en una carrera hacia la nada por los túneles de la ciudad. A García Alix le excitaba disparar su cámara sobre los ojos melancólicos de los perros perdedores, sobre las violentas fauces erizadas de colmillos de perros sangrientos, sobre los perros que en brazos de mujeres maduras y desamparadas eran el último recipiente donde ellas arrojaban todo su amor. Por los sótanos de la contracultura discurrían las tribus urbanas en busca de abrevadero y García Alix era el inspector de alcantarillas que daba los certificados. Sabía que en aquel tiempo la imagen de una chica con minifalda de cuero camino de la panadería era más detonante que cualquier ensayo de sociología.

El exorcismo
Si fotografiaba seres al límite no era para buscar un exorcismo. Su cámara no emitía ningún juicio. Las cosas son así, decía. Paredes desconchadas, perros desolados, lavabos sucios, púgiles cubiertos de tatuajes bajo cremalleras con candados, macarras espatarrados, travestis y transexuales, adolescentes turbios y desafiantes con chupas de cuero duro, jeringuillas, vulvas y erecciones violentas, orgasmos sobre colchones infectos, preservativos anudados que encerraban millones de frustrados habitantes de este perro mundo, pero de pronto su estudio lo atravesaba un ángel con un halo poético. Hay un extraño poema fotográfico debajo de este arsenal humano que trajo a este país el envés de la democracia. En medio del nihilismo anarquista y la neurosis autodestructiva de la estética punk, el talento para captar la belleza entre la rebeldía y la soledad, convirtió a García Alix en protagonista de su propia leyenda. También su cuerpo era una frontera. En su piel lleva grabados todos sus deseos. El desamparo de los paraísos perdidos lo expresa en su autorretrato con la mirada melancólica de aquel tiempo en que emprendió viaje en perpetua fuga. García Alix es su propio modelo de cuero a bordo de la moto a doscientos con el pelo electrificado.

Aquella pareja de adolescentes que en los primeros años de la libertad viajaron al sur, de regreso a la ciudad atravesaron el Madrid de los años ochenta y ya batidos por el hormigón desolado del extrarradio se presentaron de nuevo a examen ante García Alix. A este artista solo le interesaban los ojos de aquellas criaturas, la melancólica soledad de su mirada para estar seguro de que ya eran replicantes urbanos. En efecto, ellos habían visto naves en llamas más allá de Orión en los túneles de Azca. “Vale, me dais miedo. Ya sois de los míos”. A su modo el disparo de la leica de García Alix era el rayo C en la puerta de Tannhäuser.
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/01/24/actualidad/1453645883_848579.html

sábado, 22 de agosto de 2015

Haití. Un infierno que nunca acaba

Vicky Peláez
Sputnik

Abandonad toda esperanza aquellos que entréis aquí.
- Dante Alighieri,
Divina Comedia,
Vestíbulo del Infierno.

Estamos acostumbrados a hablar de la crisis económica que afecta durante los últimos siete años el bienestar de los norteamericanos y los europeos pero ni siquiera nos imaginamos que sucedería si la actual crisis duraría más de 200 años. Cualquiera dirá que esto es imposible.

Sin embargo, hay casos en los que la realidad supera la fantasía. Existe un país en las Antillas que casi es una nación invisible, se llama Haití y sus habitantes han estado luchando para sobrevivir desde 1804 debido a una grave crisis económica que resultó de la injerencia de la civilización occidental.

Y pensar que Haití, que fue la primera nación en el mundo en abolir la esclavitud, adelantando en tres años a Inglaterra, y fue el primero en América Latina y en el Caribe en declarar su independencia en 1804; por esto fue finalmente "arrojado al basural por eterno castigo de su dignidad", según el escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Esto produce la indignación y rechazo de cualquier ser humano pensante. Parece que el Occidente hasta ahora no puede asimilar el hecho de que una nación poblada por los descendientes africanos, mulatos y los llamados negros cimarrones hubieran podido resistir el dominio español y posteriormente, cuando los españoles cedieron la parte occidental de la isla La Esmeralda a los franceses en 1697, no se conformaron con el nuevo dueño de su destino. En aquel entonces Haití estaba poblado por 300.000 esclavos y 12.000 personas libres: blancos y mulatos principalmente.

La lucha por la emancipación tomó más de 100 años hasta que en 1803 decenas de miles de sublevados, bajo la dirección de Jean Jacques Dessalines, vencieron a las tropas de Napoleón Bonaparte en la batalla de Vertierres donde murieron más de 20.000 soldados franceses y unos 4.000 legionarios polacos. También los haitianos perdieron la mitad de su población. Las plantaciones de caña de azúcar que fueron destruidas durante la guerra, y el país entero, que durante el régimen colonial francés suministraba la mitad del azúcar y café consumidos en Europa, se quedó en ruinas.

Para colmo, los europeos y los norteamericanos apoyaron el bloqueo que impuso Francia obligando a Haití a pagar una indemnización por el daño que le hizo al país galo por liberarse. Los 150 millones de francos oro que tuvo que pagar Haití y los intereses correspondientes durante un siglo arruinaron definitivamente a la economía del país.

Por desgracia, allí no terminaron las calamidades del pobre Haití. Ningún país reconoció su independencia a excepción de Francia a cambio de dinero. Increíblemente, el hombre que luchaba por la libertad de los pueblos, Simón Bolívar, tampoco la reconoció a pesar de que Haití le dio amparo, armas y soldados cuando llegó derrotado a la isla en 1816. Al comienzo del Siglo XX, en 1909, The National City Bank of New York echó el ojo a Haití y se apoderó del país con el pretexto de sacar a los franceses definitivamente de la región, lo hizo siguiendo las instrucciones del Departamento de Estado de acuerdo a la Doctrina Monroe que establecía que Caribe y Centroamérica formaban parte de la "esfera de influencia exclusiva de EEUU".

Así el dominio francés fue reemplazado por el imperialismo norteamericano que percibió a los haitianos como "niños crecidos" que necesitaban regimentación y tutela. The National City Bank pagaba los sueldos al presidente y a todo el gobierno y cuando quiso transferir las reservas nacionales de oro por el valor de 500.000 dólares amenazó al gobierno con el cese del pago de sus sueldos. Cada robo a nivel de Estado tiene su pretexto y Washington anunció que quiso proteger las reservas haitianas de la posibilidad del hurto local. Pero esto le pareció poco a los banqueros norteamericanos que pidieron el envío de los marines a Haití para prevenir futuros levantamientos.

El 28 de julio de 1915, unos 300 marines se apoderaron de la capital, Puerto Príncipe, y ocuparon posteriormente todo el país obligando al presidente a firmar la liquidación del Banco de la nación que se convirtió en una sucursal del National City Bank. También los estadounidenses establecieron sus reglas "civilizadoras y democráticas" según las cuales se prohibía al presidente y sus súbditos negros entrar en clubes, hoteles y restaurantes reservados para los blancos. La misión "protectora y civilizadora" norteamericana duró 19 años hasta 1934 cuando la resistencia popular hizo retornar a los marines a su lugar de origen. Como saldo dejaron a 11.000 personas asesinadas y al jefe de la guerrilla Charlemagne Péralte clavado en cruz contra una puerta en el centro de Puerto Príncipe para el escarmiento de los habitantes.

Los marines se fueron al año siguiente y el National City Bank vendió su sucursal, al Banque Nationale de Haití, a su gobierno, sin embargo ambas instituciones dejaron en su reemplazo a la Guardia Nacional y los futuros dictadores militares a su servicio incondicional que siguieron saqueando al país durante muchos años. Los más sangrientos de ellos eran Francois "Papa Doc" Duvalier que gobernó el país de 1957 a 1971 y posteriormente su hijo Jean-Claude "Baby Doc" Duvalier (1971-1986). Ambos utilizaron sus propios "camisas negras" llamados Tonton Macoutes —sus escuadrones de la muerte para mantenerse en el poder con un saldo de más de 150 mil personas asesinadas o desaparecidas, por supuesto todo con la venia de la CIA y del departamento de Estado.

Cualquier disidente o descontento se tildaba de ser "comunista", la misma característica que dio el presidente Ronald Reagan al sacerdote católico salesiano portavoz en su país de la Teología de la Liberación, Jean-Bertrand Aristide por su participación en las manifestaciones populares contra el duvalierismo. Y no podía ser de otra forma debido a la convicción de Aristide que "el capitalismo es un pecado moral". En el período 1986-1991 cuando las dictaduras militares se turnaban frecuentemente, Aristide se convirtió en un fuerte portavoz de la resistencia. Fue elegido presidente en 1991 con las consignas "dignidad, transparencia, participación, simplicidad" pero en menos de ocho meses fue sacado del poder por un golpe militar. Posteriormente la historia se repitió en 1994-1995 y en su tercera presidencia 2001-2004 fue derrocado por una oposición llamada la Convergencia Democrática, creada con el apoyo de Washington que no le perdonaba a Aristide su acercamiento a Cuba y Venezuela y sus amplios programas sociales.

La violencia que se desató en el país indujo a las Naciones Unidas a enviar a Haití en 2004 la Misión de la Estabilización (MINUSTAH) que sigue permaneciendo allí hasta ahora, actuando como una fuerza de ocupación militar. Su rol en la reconstrucción del país había sido insignificante, igual que el de todas las organizaciones no gubernamentales (ONGs) de las cuales está lleno Haití. El terremoto del 12 de diciembre de 2010 que azotó al país ocasionando unos 300 mil muertos, más de 300 mil heridos y un millón de desplazados confirmó la ineficiencia y la corrupción de la MINUSTAH y de las ONGs.

De acuerdo al luchador social haitiano y economista Camille Chalmers, "estamos aún bajo las botas de ocupación militar. Ya no son soldados norteamericanos, pero es la MINUSTAH, instrumentalizada por el imperialismo que llegó en 2004 y sigue el papel de la dominación y la instalación de las condiciones para favorecer el saqueo de nuestros recursos a favor de las empresas norteamericanas. Se trata de tropas que buscan remilitarizar la cuenca del Caribe para defender sus intereses estratégicos, sobre todo frente a los pueblos rebeldes como Cuba y Venezuela".

Las tropas de MINUSTAH han participado activamente en la represión de los movimientos sociales en estos 11 años, en la corrupción de los menores, prostitución por hambre, las violaciones, narcotráfico y también en la propagación del cólera por los soldados de Nepal. Hay 800.000 casos del contagio y 8.500 muertos. Para combatir este brote se necesitan unos dos mil millones de dólares pero el presidente de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, que se comprometió a ayudar con dinero y recursos, finalmente entregó sólo un dos por ciento de esta cantidad (22 millones de dólares).

A la vez, de acuerdo al Center for Policy and Economic Research (CEPR), la mayoría de la ayuda financiera que llega a Haití se lo quedan los contratistas y solamente 1,3 por ciento es transferido a las compañías haitianas. Entre 2010 y 2012 Haití recibió 6,43 mil millones de dólares en donaciones y de esta cantidad solo nueve por ciento (57 millones) se quedaron en el país. Precisamente, con este dinero para la reconstrucción, una de las primeras obras construidas fue el hotel de cinco estrellas Royal Oasis y un Complejo Deportivo Olímpico, pero solamente 9.000 casas fueron edificadas.

Entonces ya podemos imaginar qué es lo que está pasando en el Haití de hoy bajo la presidencia de un incondicional servidor de Washington, Michel Martelly, quien recibe ayuda y apoyo permanente de USAid y otras organizaciones similares. Mientras tanto su pueblo vive en la miseria, los 85.000 damnificados siguen alojados en 125 campamentos provisionales. Más de seis millones del total de 10,4 millones de habitantes viven en la pobreza ganando menos de 2,44 dólares al día y otros 2,5 millones viven en la pobreza extrema con menos de 1,24 dólares al día. Su promedio de vida es de unos 50 años. Haití es el país con el mayor número de analfabetos en América: 54,3 por ciento de habitantes (5,6 millones).

Y todo esto está sucediendo en pleno siglo XXI a vista y paciencia de las Naciones Unidas, Organización Mundial de Salud, la UNESCO, el UNASUR, la CELAC, la ALBA. ¿Dónde está la integración y la solidaridad latinoamericana y la del Caribe? ¿Desde cuándo y por qué los soldados ecuatorianos, bolivianos y venezolanos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América están defendiendo los intereses imperiales en Haití y son parte, según la opinión pública haitiana, de los invasores?

Todas estas preguntas necesitan una respuesta urgente porque se trata de un pueblo orgulloso, rebelde y talentoso condenado por los ricos y poderosos de este mundo a más de 200 años de miseria sin fin y un olvido incomprensible. Parafraseando al clérigo sudafricano Desmond Tutu, los haitianos necesitan una seria ayuda y una sincera solidaridad y no "migajas de compasión que caen de la mesa de alguien que se considera su amo". Lo que quieren los haitianos es el "menú completo de los derechos".

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