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miércoles, 27 de marzo de 2019

Los sucesos de Nueva Zelanda son la conclusión lógica de llamar “invasores” a los inmigrantes.

The Intercept

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Brenton Tarrant, acusado de matar a 50 personas, varios niños entre ellas, en dos mezquitas de Nueva Zelanda la semana pasada, quiere que sepamos qué inspiró sus acciones. Antes de trasmitir su masacre de fieles musulmanes, redactó un extenso documento que aboga con orgullo por el asesinato de personas inocentes en nombre de la pureza racial. El manifiesto es predeciblemente inquietante. Es la obra de un nihilista que ve un mundo tan sombrío y desesperanzado que piensa que podría mejorarse mediante actos de asesinato en masa. Sin embargo, hay una palabra en el documento de 74 páginas que me llamó la atención: “invasor”.

Las palabras de Tarrant son a la vez lúcidas y suenan pavorosamente familiares. Sus referencias a los inmigrantes como invasores encuentran eco en el lenguaje utilizado por el presidente de Estados Unidos y los líderes de extrema derecha de toda Europa. Y es por eso que sería un error descartarlas como los incoherentes delirios de un loco.

Su manifiesto resulta difícil de leer. No obstante, me sentí obligado a analizar sus palabras en profundidad porque, como occidental no blanco -y nada menos que musulmán-, soy uno de los “invasores” de los que habla. Ha habido llamamientos para sencillamente ignorar lo que Tarrant escribió. Si bien es comprensible, es ingenuo pensar que ignorar a personas como él va a hacer que sus exigencias desaparezcan. Al leer su manifiesto, debo subrayar que el sentimiento que expresa -que las personas como yo somos unos forasteros que en realidad pertenecen a algún otro lugar- es cada vez más común.

El documento se basa en una premisa subyacente clave conocida como la teoría del "Gran Reemplazo": que las personas no blancas que viven en países occidentales son extranjeros embarcados en la misión de saquear y reemplazar a las poblaciones de Europa y América del Norte. En los rostros de los inmigrantes que intentan criar familias y construir hogares pacíficos, Tarrant ve a invasores desarmados empeñados en conquistar su patria racialmente prístina. No hay individuos en su cosmovisión, solo masas sin rostro de “nosotros” y “ellos”. Este último grupo debe mantenerse a distancia a toda costa. Cita, aprobándolo, el efecto disuasivo de asesinar a sus hijos.

Para quienes se preguntan dónde se radicalizó Tarrant, la respuesta es de conocimiento público. Es en nuestros medios de comunicación y en nuestra política, donde las minorías, musulmanas o no, son vilipendiadas como algo natural. Las creencias de Tarrant alcanzaron una praxis violenta que supongo que muchos de sus compañeros de viaje encontrarían difícil de digerir. Pero sus afirmaciones sobre desastrosas tasas de nacimiento y riadas de inmigrantes invasores son prácticamente banales a estas alturas. Esa es la retórica que anima las políticas de Donald Trump, quien ha resucitado una respuesta medieval a los “invasores”, prometiendo contenerlos detrás de un muro gigante. Proviene de los partidarios políticos del presidente que abiertamente defienden la misma teoría del “Gran Reemplazo” que motivó la masacre de Tarrant.

Esta retórica sobre la contaminación extranjera emana también de las bocas y de las plumas de figuras públicas supuestamente liberales. En 2006, Sam Harris, escritor del “New Atheist”, escribió un artículo en el que afirmaba que en cuestión de 25 años, Francia se encaminaría a tener una mayoría de población musulmana, aunque la inmigración se detuviera mañana. El cambio demográfico no significaría nada menos que el fin de la propia democracia, argumentaba. (Harris no consideró necesario aportar una referencia por sus ridículas proyecciones de población). El manifiesto de Tarrant se lee como una versión abreviada, aunque más violenta, del popular libro de 2017 “The strange death of Europe”, del autor británico Douglas Murray, quien sostenía que la inmigración había destruido ya realmente a la sociedad europea.

En resumen, los escritos de Tarrant reflejan una visión del mundo que no solo se limita a los rincones oscuros de Internet, sino que se expresa abiertamente en los medios y en la política. Sus alegadas acciones son la conclusión lógica de la retórica del “American carnage” y “The strange death of Europe” promovida por figuras destacadas en todo el mundo.

Tarrant escribe que su punto de ruptura se produjo mientras viajaba por Francia. Allí se sintió abrumado por la cantidad de “invasores”, cuyas caras negras y marrones encontraba en todas las ciudades y pueblos. A juzgar por sus palabras, no se detuvo a considerar que la mayoría de esas personas no eran en realidad extranjeras, sino los hijos de personas que han vivido durante varias generaciones en Francia. Son personas que no conocen más hogar que ese país. Tarrant describe haber se visto desbordado por la emoción al ver un cementerio de guerra, que considera como el lugar de descanso de una generación francesa anterior que luchó contra los “invasores”. Al parecer, nunca se le ocurrió que la mayoría del Ejército Francés Libre de la II Guerra Mundial, que liberó a Francia de los nazis, se componía principalmente de soldados coloniales negros y del norte de África. Son los descendientes de estas personas cuy a presencia causó a Tarrant, un turista australiano, una pena tan grande que, según su manifiesto, “rompió a llorar y a sollozar en solitario en su coche” .

Al considerar los ataques en Nueva Zelanda, es importante entender que los musulmanes son un blanco fácil para la violencia racista. Son una minoría impopular en los países occidentales. Algunos analistas, si bien condenaban los supuestos asesinatos de Tarrant, expresaban compasión por su razonamiento sobre los musulmanes. Esta reacción parece ser exactamente con la que Tarrant contaba. En una sección de su manifiesto deja claro que todos los “inmigrantes de alta fertilidad” son el enemigo, pero que eligió centrarse en los musulmanes porque “son el grupo de invasores más despreciados en Occidente, y al atacarles se recibe el mayor nivel de apoyos”.

Sin embargo, matar musulmanes es solo la primera etapa del plan que establece. El objetivo final es cambiar la composición demográfica de los países occidentales a través de un programa más general de limpieza étnica que también se dirige contra negros, judíos y asiáticos. “Los invasores deben ser retirados del suelo europeo, sin importar de dónde vinieron o cuándo vinieron: Africanos, indios, turcos, semíticos u otros”, escribe Tarrant. Entre sus influencias declaradas están el asesino en masa noruego Anders Breivik y Dylann Roof, que asesinó a nueve feligreses afroamericanos en una iglesia de Carolina del Sur. Tarrant deja claro que él no es cristiano en ningún sentido religioso. Su única creencia consistente es una intención genocida de eliminar al “otro”, ya sea mediante asesinato o expulsión.

Aunque actuó solo, Tarrant afirma de modo inquietante en su manifiesto que recibió una bendición por su ataque de una organización clandestina de extrema derecha. Simpatizantes con los mismos motivos que él hay en gran número, escribe, incluso en los aparatos militares y policiales de los Estados occidentales. Hasta el momento, no han aparecido evidencias que corroboren esta afirmación, pero viendo las noticias, parece algo completamente plausible.

En sus escritos, Tarrant deja claro que no tiene problemas con los musulmanes que viven en sus propias patrias, ni con los judíos, mientras vivan en Israel. Él simplemente los quiere fuera de Occidente. “La forma en que se eliminen es irrelevante, ya sea pacífica, contundente, feliz, violenta o diplomática. Deben ser apartados”, escribe. Por supuesto, es poco probable que estas personas vayan a abandonar sus hogares voluntariamente. Estados Unidos y Europa son los lugares donde crían a sus familias, pagan impuestos, asisten a las escuelas y contribuyen con su trabajo a la sociedad. Por tanto, insistir en que “regresen” a una patria imaginaria en un continente lejano es insistir en el genocidio y la limpieza étnica.

Como nos enfrentemos a una demanda tan implacable y fanática, es importante tomarla en serio. Me temo que habrá más hombres como Brenton Tarrant, Anders Breivik y el pistolero de la sinagoga de Pittsburgh, Robert Bowers, especialmente si quienes están en el poder responden a sus mensajes con un guiño y un gesto de asentimiento. Ante un enemigo así -que exige que uno se suprima literalmente a sí mismo- la reconfortante idea del compromiso se evapora. Los ataques racistas han continuado desde los asesinatos de Nueva Zelanda, incluyendo una serie de ataques violentos. Ante esta realidad y las luchas que se avecinan, parece importante recordar un popular mantra judío frente a la opresión nazi que hoy tiene un significado renovado: “Les sobreviviremos”.

Murtaza Hussain es un periodista cuyos trabajos se centran en temas de seguridad nacional, política exterior y derechos humanos. Ha trabajado con anterioridad en el New York Times, The Guardian y Al Jazeera English.

Fuente:
https://theintercept.com/2019/03/18/new-zealand-mosque-shooter-manifesto/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a l autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

jueves, 20 de octubre de 2011

Zygmunt Bauman y la supuesta emocionalidad del 15-M: una breve respuesta "No saben por qué protestan"

Las últimas afirmaciones de Zygmunt Bauman sobre el 15-M resultan cuanto menos sorprendentes. El sociólogo y pensador polaco considera en unas declaraciones recogidas por El País que este movimiento es fundamentalmente "emocional" y que “si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada. Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”. La emoción sería, por lo tanto, inestable y fluctuante y haría que el actual movimiento, que el el 15 de octubre se manifestó como potencia política en las calles y plazas del mundo entero, sólo sirviera para destruir. Un movimiento fundado sobre la "emoción" carecería, a su juicio de capacidad constituyente y sólo podría configurarse como una desordenada multitud, una hidra de 100 o mil cabezas.

El problema de Bauman es tal vez que no ha participado nunca directamente en una asamblea ni un debate del movimiento. Basta acercarse a una asamblea para observar cómo el movimiento se ha dotado de un dispositivo de limitación de la "emoción" sumamente eficaz. Llaman, en efecto, la atención el tono y las maneras civilizados, resultado de una disciplina de debate colectivo muy particular, que proscribe los aplausos y las interrupciones verbales o sonoras de la palabra del orador. Un lenguaje gestual silencioso puntúa las intervenciones: las aplaude, las rechaza, critica el lenguaje agresivo o denigrante etc. Por otra parte, la palabra, en las asambleas abiertas del 15-M no tiene como origen ni como destinatario un grupo que afirma una identidad cerrada, sino el ciudadano "cualquiera" reunido con otros "ciudadanos cualesquiera". Ni las pasiones del liderazgo, ni las de la identidad colectiva tienen libre curso en este medio.

Lo que se afirma en su diferencia es la singularidad "cualquiera", pero se trata de un cualquiera positivo, no de aquel por el que no se opta y constituye un residuo, sino el que supone una opción abierta por un otro con quien se busca lo común. En latín este "cualquiera" se denominaría con la palabra "quislibet" que designa al "cual quiera", al "cual" que se acoge y que es causa de amor (el verbo libeo que se encuentra en el componente libet, está directamente relacionado con la raíz del término libido). Tal vez la pasión política fundamental suscitada por el movimiento sea ese amor civil del otro cualquiera, del otro, distinto de mí con quien, sin embargo, estoy en comunidad. Sin duda, el reverso de este amor es la indignación, definida en el sentido de Spinoza como "el odio hacia quien ha hecho mal a otro". La indignación es fuente de antagonismo y de posible destrucción, pero su origen es el reconocimiento del otro cualquiera como un igual; un igual que no lo es por ser propietario, con igualdad de derechos en el mercado respecto de otros propietarios, sino como alguien que tiene igual acceso a lo común del lenguaje, del afecto, de la producción etc.

Difícilmente puede sostenerse, pues, que el 15-M sea un fenómeno meramente emocional desprovisto de pensamiento y que sólo sirva para destruir el orden existente. Sólo cabe suponer que Bauman se ha dejado llevar por un sentido "vulgar" de la palabra "indignación" definida por el Diccionario de La Real Academia como " Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos" y ha atendido más a la designación periodística del movimiento (los indignados) que a su realidad. Efectivamente, lo que está ocurriendo en las calles y plazas de medio mundo en los últimos meses, y con particular intensidad en las de España, es un auténtico experimento de producción política de pensamiento que contrasta con el desierto intelectual y moral en que se mueve el agonizante discurso del poder. La palabra pública tal y como se profiere y se utiliza en las asambleas abiertas es un medio privilegiado de producción de "nociones comunes", de ideas adecuadas y verdaderas que van, precisamente, más allá de la pasión y de la emoción individual o colectiva. En los espacios del 15-M está renaciendo un espacio público que el neoliberalismo había destruido junto a la propia política. Un espacio público donde el contraste organizado de puntos de vista, la necesidad de argumentar lo que se afirma ante un auditorio diverso e imprevisible, la necesidad de contradecir mediante argumentos etc. generan racionalidad.

Esta racionalidad surge, sin embargo, a partir de una palabra que, al no ser proferida por grandes expertos ni sabios reconocidos podría considerarse de poco peso. Sabemos, no obstante, desde la antigüedad -y Hannah Arendt nos lo ha recordado en toda su obra- que no existe un saber de la política, una ciencia de la cosa pública que unos posean y que se imponga a todos como una verdad. Sólo han llegado a pretender gobernar sobre la base de este saber regímenes como el absolutismo y su avatar liberal; por lo demás sin demasiado éxito.

La única racionalidad, la única verdad de la política surge del debate público entre singularidades cualesquiera.
Esto es algo que Maquiavelo y Spinoza ponen en el centro de su teoría de la democracia: una asamblea siempre tiene menos posibilidades de equivocarse gravemente que un sólo individuo porque en ella las distintas pasiones se moderan y llegan a abrirse paso las nociones comunes. Por ello la democracia, o cualquier forma de gobierno que se rija por el principio democrático es más estable y menos pasional que una monarquía donde sólo el monarca tenga el poder decisorio. Por esta razón también el único régimen estrictamente absoluto, el más libre de influencias externas y menos propenso a las pasiones tristes, no es la monarquía mal llamada "absoluta" basada en la decisión exclusiva del monarca, esto es fundamentalmente en las emociones del monarca, sino la democracia, en cuanto es capaz de enraizar en una racionalidad colectiva.

Frente a las teorías absolutistas de un poder basado en el saber trascendente de uno o de unos pocos, el Spinoza del Tratado Teológico-Político sostenía lo siguiente a propósito de la potencia racional que es a la vez efecto y principio de la democracia: "en la democracia son menos de temer las órdenes absurdas que en otros gobiernos, pues resulta casi imposible que la mayoría de una gran asamblea dé su aprobación a un absurdo. Además, el fundamento y el objeto de este régimen es, como hemos demostrado también, poner coto a los desarreglos de los apetitos y mantener a los hombres cuanto sea posible en los límites de la razón, a fin de que vivan juntos en paz y concordia; pues si se retira este fundamento, todo el edificio acabará necesariamente por derrumbarse."

La multitud, su supuesta liquidez, su insumisión a la regla de la uniformidad y del uno, que tanto parece temer Bauman, no son, así, causas de la irracionalidad ni del imperio de la emoción sino auténticos instrumentos de construcción de una racionalidad común.

Por la razón antes señalada, tampoco puede decirse que el 15-M carezca de organización ni de programa. Lo que ocurre es que su organización se genera y reproduce al ritmo mismo del debate y de la movilización colectiva. Su programa es perdurar como nueva figura de la democracia. No es proponer al poder que cambie tal o cual aspecto de su ejecutoria. A pesar de que las primeras reivindicaciones del movimiento proponían al poder un cambio en las formas de representación a través, por ejemplo, de una nueva ley electoral, el lema central del movimiento, "no nos representan", ha ido cargándose de un nuevo contenido mucho más radical. Ya no se trata de pedir que nos representen mejor: lo que se ha comprobado es que el espejo de la representación está roto, hecho añicos y que es imposible recomponerlo.

Al poder capitalista neoliberal ya no hay mucho que proponerle. Lo que queda es que el trabajador colectivo, cognitivo, precario, migrante que se congrega en las plazas haga lo que mejor sabe hacer: comunicarse y organizarse como nueva comunidad política en éxodo respecto del mando del capital.

Las manifestaciones y ocupaciones del 15-M al 15 de octubre y las que seguirán son demostraciones de vida y de racionalidad frente a un poder vacío. Sorprende que un gran analista del presente como Zygmunt Bauman haya olvidado el pasado reciente de su propio país o el de la Alemania del Este donde el principio del fin de esa caricatura del capitalismo que fue el "socialismo real" lo marcaron unas grandes manifestaciones ignoradas por unos gobernantes que las consideraban carentes de pensamiento y de programa. John Brown.

Blog del autor: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/10/zygmunt-bauman-y-la-supuesta.html

En la foto, 20 de julio de 2011, Antonio al timón del barco neozelandés, campeón de la Copa América, navegando por las aguas del puerto de Auckland. Nueva Zelanda.