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martes, 10 de diciembre de 2024

_- Y dale con la multa

_ - No es la primera vez que me ocupo en un artículo de esta señora. La verdad es que siempre me tiene asombrado. Para mí es el colmo de la incoherencia, de la desfachatez y del engreimiento. Me refiero a la señora Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Voy a referirme a cinco actuaciones suyas de actualidad que me han indignado y a la vez entristecido.

Primera. Una y otra vez, se refiere al comportamiento tributario de su novio como destinatario de una multa de Hacienda. No, señora Ayuso, no. Es el agente de dos delitos (con falsedad documental), que él mismo reconoce y que usted sistemática y maliciosamente ignora.

Me pregunto por qué lo hace. Por qué habla una y otra vez de una multa. Solo le falta decir que se trata de una multita de nada, cuando se trata de un fraude de 350.000 euros, con el añadido de falsedad documental. Cabría pensar que no le da la cabeza para más y que no es capaz de comprender lo sucedido. Pero, claro, no es fácil mantener esa hipótesis ya que es la adalid del razonamiento crítico contra el gobierno. Parece que es capaz de razonar. ¿Por qué, entonces, esa ignorancia supina? Pues porque nos considera estúpidos a los demás. No se trata de una multa, ella lo sabe bien. Pero insiste una y otra vez en que Hacienda le ha puesto una multa a su novio y que, además, el pobrecito quiere pagarla. ¿Cuál es entonces el problema para ella? Pues que quienes quieren destruir a la señora presidenta son requetemalos y han puesto toda la maquinaria del Estado para destruir a una adversaria inocente a través de un particular perseguido e indefenso. Pues no.

Resulta que ese hecho, el hecho de que convive con un delincuente confeso, en unos pisos de origen misterioso (y funcionamiento irregular según la inspección de urbanismo), que ha hecho negocios oscuros en tiempos de pandemia, es lo de menos. Ahora estamos todos mareados buscando a quienes han filtrado lo sucedido. Lo sucedido no tiene importancia, lo que tiene importancia es conocer quién y cómo lo ha filtrado. Cuando el dedo señala la luna el dedo mira la mano. Y más si se tiene en cuenta que el bulo inicial lo lanza su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez. Pero, en su habitual estrategia de retorcer la realidad, la presidenta dice que MAR acudirá a la cita del Supremo para desmontar los bulos.

Ya ha rodado, por este motivo de las filtraciones, la cabeza del jefe de la oposición madrileña, Juan Lobato. Y esas cosas suelen suceder con quienes pretenden enfrentarse a la señora presidenta. Ya le entregaron en bandeja de plata la cabeza del señor Casado, presidente de su partido, que osó preguntar por los negocios de su hermano. Solo por preguntar. Pero ella nunca ha lamentado la fulminante desaparición de la política del joven presidente. No sabía con quién estaba tratando. Y lo pagó caro.

Segunda. Ha vuelto la señora presidenta de una visita institucional a Corea del Norte. Y, en una entrevista realizada en el programa televisivo Espejo Público, de la mano de la periodista Susana Grisso, le han faltado insultos para descalificar a sus adversarios políticos. Y no es solo lo que dice, es el desprecio con el que lo dice.

Ha ridiculizado el Congreso del Partido Socialista celebrado en Sevilla, calificando de norcoreanos a los asistentes y organizadores. Ha descalificado los aplausos de los militantes socialistas tachándolos de serviles. Según esta clarividente señora, quienes aplauden en el Congreso socialista lo hacen para aparecer en las listas y porque el líder no admite la discrepancia. (Ahí está el señor Page discrepando sistemáticamente del presidente y ahí está el señor Lambán manteniendo la presidencia del partido en Aragón, pero eso no lo ve la señora presidenta). Han producido más viento con sus aplausos que todos los molinos de Aragón, dice. Como si en su Asamblea no les dolieran las manos a sus parlamentarios de aplaudir las insensateces que ella suelta cada día. Como si sus correligionarios no hubiesen aplaudido ese mismo día al presidente de su partido. Y no conozco a ninguno de sus parlamentarios que haya discrepado de los planteamientos de su presidenta. ¿Es ella norcoreana? Me indigna ese sectarismo torpe y perverso. Es que no ve ni un ápice de bondad en sus adversarios y ni un ápice de maldad en el suyo. Qué ecuanimidad. Qué profundidad democrática. El colmo de su trampa es decir que antes gobernaba en Madrid el comunismo y el socialismo y ahora gobierna la libertad. ¿Por qué no decir el fascismo?

De paso, tacha de palmeros a los militantes socialistas. Y de jetas, y de caraduras. Sin el menor rubor, sin el menor sentido de la decencia. Con toda la desenvoltura. Y, por supuesto, refiriéndose a todos y a todas, sin excepción.

Al presidente le reserva el calificativo de cobarde, No sé por qué, la verdad, Porque no creo que ese sea un adjetivo que se avenga con su forma de proceder. Pero bueno, era uno de los adjetivos que le faltaban para la colección: déspota, tirano, traidor, mentiroso, hijo de puta…

Tercera. En los actos que se han realizado para celebrar el aniversario de la Constitución de 1978 ha silenciado la voz del gobierno. Este año no participó el delegado el gobierno en la comunidad de Madrid por decisión de la señora presidenta. ¿Por qué? Porque el año pasado dijo algo que no le pareció aceptable, algo crítico con su proceder y sentir. Ella, que acusa de dictador al presiente del gobierno, ella, que dice que respeta las instituciones del Estado, elimina a una de las instituciones porque no le gustó lo que dijo el delegado en su intervención el año anterior. Y no, señora presidenta, las instituciones están por encima de las personas.

El día de la Constitución (al menos ese día, por Dios) hay que cultivar el sentido de la concordia, de la unidad, de la participación de todos Si los padres de la Constitución hubiesen tenido la actitud de esta mujer, hubiera sido imposible llegar a ningún acuerdo

Cuarta. La señora presidenta ha contratado con FEMAR el precio de las comidas de los ancianos y ancianas de las residencias de su comunidad: 6.48 euros por las cuatro comidas del día, desayuno, comida, merienda y cena. Me gustaría que ella estuviese solo una semana haciendo sus cuatro comidas por ese precio.

No es de extrañar. Todavía no ha dado cuenta, ni los jueces tan severos con otros comportamientos se la han pedido, de las más de siete mil muertes de ancianos en las residencias de la comunidad de Madrid durante los años terribles de la pandemia. Si no tengo mala información, esa causa está en manos del juez Juan Carlos Peinado, tan ocupado en otros menesteres.

Ella dio una explicación muy convincente: más pronto que tarde esos ancianos y ancianas tenían que morir. Lo he oído con mis propios oídos. Nadie me puede persuadir de que no ha dicho lo que realmente ha dicho.

Ahí está, para su sonrojo, el libro en el que su Consejero de Asuntos Sociales, Alberto Reyero Zubiri, dejó el testimonio de lo sucedido con unos protocolos de la vergüenza que impidieron a los ancianos ser tratados en los Hospitales de la comunidad. El título del libro no puede ser más elocuente: “Morirán de forma indigna” . Y así murieron.

Quinta. Es proverbial el desafecto de la señora Ayuso por la sanidad pública y la educación pública. Lo suyo es privatizar. Mientras escribo estas líneas la sanidad pública lleva tres días con el sistema informático caído. Con la consiguiente dificultad de los profesionales para la organización de las citas y para el seguimiento del historial de los pacientes. Y mientras escribo estas líneas remolonea para firmar la recepción de una partida de más de cien millones para la Universidad Complutense. (No olvidemos que en la comunidad de Madrid hay más Universidades privadas que públicas).

Cuando pienso en el caso de esta mujer, siempre acabo concluyendo lo siguiente: esos comportamientos, esos discursos, esas actitudes que a mí me parecen deleznables no parecen tener incidencia en el fervor con el que la siguen y la votan Lo cual me lleva a una segunda conclusión: ¿cómo analizan la realidad los votantes de la señora Ayuso? Y esa segunda conclusión me lleva a una tercera: ¿qué han aprendido en tantos años de sistema educativo?

Lo mismo me sucede cuando veo con asombro los resultados de las elecciones a la presidencia de Argentina o a la presidencia de los Estados Unidos. Y acabo pensando que el problema no son esos personajes sino que tengan tantos y tan fervientes votantes.

martes, 19 de noviembre de 2024

Puño de hierro, mandíbula de cristal

La señora Ayuso ha decidido no acudir a la cita del Presidente del Gobierno. Puede despotricar (y, de hecho, ha despotricado, que eso es lo suyo) porque el Presidente no convoca a los responsables de los gobiernos autonómicos pero, cuando la convoca a ella, se permite la descortesía, la irresponsabilidad y la chulería de decir que ella no va. Es la pataleta de una adolescente caprichosa más que la decisión de una política responsable. Ir a la Moncloa es una obligación, es consecuencia de lo que juró como presidenta. Habría que suspenderla de empleo y sueldo.

El afán de protagonismo que tiene esta señora es patológico. Los periódicos, los telediarios, los programas de radio, las tertulias periodísticas se ocupan estos días de la increíble decisión de la presidenta madrileña. Decide no acudir a Moncloa para tratar de solucionar los problemas de los ciudadanos y ciudadanas de su comunidad que, en teoría, tanto le importan. Porque la cita no se celebra para que uno hable de su esposa y la otra hable de su novio. No. Se celebra para tratar de mejorar la vida de los ciudadanos y ciudadanas de la comunidad de Madrid.

Y dice que no va por dos motivos. Uno es su indignación de persona agraviada por las palabras del Presidente y del Ministro de Justicia por decir lo que su pareja ha hecho (y que él mismo ha dicho que ha hecho): delinquir dos veces quedándose con más de 350.000 euros mediante falsificación documental (otro delito, que ella ha pasado por alto). No es que Hacienda le haya puesto una multa, como dice ladinamente la señora Ayuso, es que ha cometido dos delitos. Eso no es lo grave para ella. Su novio es un pobrecito particular perseguido; el malo es el fiscal, Álvaro García Ortiz, que según ella filtra los hechos y el Presidente del Gobierno y su ministro de Justicia que hablan de ellos. Cuando el dedo señala la luna, el necio mira la mano.

Quien pone a su novio en la palestra es ella al convocar una rueda de prensa sobre su caso desde la sede del gobierno. Una rueda de prensa llena de mentiras, por cierto. Allí dijo que era Hacienda quien debía a su novio 600.000 euros.

Dice Ayuso que sus motivos no son personales y resulta que cuando los enuncia alega que la han insultado a ella y a su novio. Stricto sensu, su novio no es un delincuente porque no ha habido sentencia sobre su caso. Lo fundamental no es su comportamiento confeso sino que todavía no hay sentencia que haya dictaminado su culpabilidad. Es decir, lo formal se hace más importante que lo real. Tampoco ha habido sentencia sobre Begoña Gómez y ella la tacha de corrupta.

A su pareja no le han culpado en Hacienda por ser su novio sino por ser un defraudador. Ese es el meollo de la cuestión. No es un pobrecito particular perseguido por todos los poderes del Estado, como ella dice, por ser su novio, sino que es un caco que se ha embolsado 350.000 euros que eran de todos. Y, además, con facturas falsas, lo cual añade el agravante de falsificación documental.

El mismo día en que se siente tan ofendida, ella dice en la Asamblea de Madrid, entre estruendosos aplausos de sus fieles, que este gobierno lo componen tiranos y sinvergüenzas. Ella, que coreaba el repugnante eslogan “que te vote Chapote”, que se pasó meses y meses llamando hijo de puta al Presidente con su bromita estúpida de me gusta la fruta, que le ha insultado cada día en la Asamblea de Madrid, ella es la ofendida. “Sanchismo es chavismo”, sentencia Ayuso. “Socialismo o libertad”, pontifica la ofendida. Este es un estado policial , sostiene la perseguida. Ayuso tiene puño de hierro y mandíbula de cristal. ¿Qué le parecería a la señora Ayuso que el Presidente del Gobierno no la convocase porque se siente ofendido por los insultos de la Presidenta?

El segundo motivo, dice esta singular señora, es que ir a la Moncloa sería dar por buena y por normal la situación política del país. Y ella, que es única, deja en evidencia a sus compañeros presidentes que acuden a la cita. Ellos no son tan inteligentes, ni tan valientes, ni tan democráticos como ella. ¡Qué barbaridad! Ellos respaldan la anormalidad democrática, ellos y ellas van a la reunión porque, a juico de Ayuso, o son tontos que no lo ven o son cobardes que no se atreven. Ya en otro momento instó a la rebelión de los presidentes autonómicos

El escándalo de la incomparecencia, a mi juicio, es monumental. Eso sí que es una anomalía democrática. Algunos madrileños y madrileñas aplaudirán la decisión porque la demagogia de este personaje les hará ver que lo único importante en este país es echar a Sánchez de la Moncloa. Pero otros contemplarán la descortesía y el quebrantamiento de las obligaciones de la presidenta como una torpeza imperdonable.

No le importa dejar en mal lugar al presidente de su partido que hace una semana dijo que sería un error no acudir a la convocatoria del Presidente del Gobierno. Le está obligando a contradecirse. Le está obligando a hacer el ridículo. Le hace decir que es un error no ir a la convocatoria, pero si lo hace la señora Ayuso, deja de serlo. Qué papelón el del señor Feijóo. “¿Cómo no voy a respaldar a la señora Ayuso?”, dice. Pues muy sencillo. No respaldándola si comete un error. Claro que la respuesta a esa pregunta retórica que se hace también puede tener una respuesta interesada: porque sé lo que le pasó a otro presidente que se enfrentó a ella. Hay un liderazgo soterrado de Ayuso en el Partido Popular que se manifestó el mismísimo día de la victoria electoral de Feijóo cuando el público congregado en Génova comenzó a gritar: Ayuso, Ayuso, Ayuso. No lo olvida el señor Feijóo.

En un gesto de ridícula comparación dice que ella tiene presupuestos y el gobierno central no, que ella obtuvo mayoría absoluta y el Presidente del Gobierno no, que su gobierno es estable y el Presidente ha cambiado ministros… ¿Y eso le hace a ella más democrática y mejor presidenta?, ¿eso le da derecho a instalarse en la deslealtad institucional?

Si alguien en el panorama político se ha distinguido por su beligerancia contra el Presidente del Gobierno es la señora Ayuso. Y creo que este papel, ese papelón, diría yo, se debe a que piensa que le proporciona una buena cosecha de votos.

Pero, ¿quién se cree esta mujer? Todo el mundo sabe que ella pretende enarbolar la bandera de la oposición al gobierno central. Y acaso alcanzarlo cuando quien la guía lo crea oportuno. Los problemas de los madrileños y de las madrileñas quedan muy lejos de su orgullo herido, de su sensibilidad dañada, de su amor propio.

Lo que pasa es que al jefe de su gabinete, el inefable MAR, le parece que esa actitud es rentable a la hora de cosechar votos. Pero no conviene equivocarse. Tener muchos votos no es el criterio ÚNICO, ni el criterio de más calidad democrática a la hora de valorar cómo se están haciendo las cosas. Cuando el señor Jesús Gil cosechaba en Marbella mayorías absolutas, decía que los números cantan. Le contesté en un artículo titulado “Los números desafinan”. Porque su forma de hacer política era tramposa y su forma de ganar votos era torticera. Se trataba de mayorías absolutas vergonzantes, a mi juicio, claro. Ya se vio luego cómo dejó la ciudad.

Pero el problema más serio, a mi juicio, es que los votantes de la comunidad de Madrid respaldan esa forma de hacer política. Cuando le preguntan en la Asamblea a la señora Ayuso por los bomberos forestales, o por el desmantelamiento de la escuela y la sanidad públicas o por los protocolos de las residencias, ella responde que el Presidente es un bolivariano, que la mujer del presidente hace negocios en la Moncloa y que Sánchez nos ha colado por la puerta de atrás una dictadura. Y a los votantes les parece bien y le siguen entregando su confianza a través del voto. Pues tienen lo que se merecen.

Me preocupa una cuestión más: ¿qué forma de pensar tienen esas personas, qué criterios les guían en el análisis de la política, qué valores presiden su comportamiento electoral? ¿Les da igual que se desmantele el sistema público de salud?, ¿les parece bien que la sanidad se privatice hasta que los más pobres tengan que pagarse lo que no pueden pagar? ¿Dónde aprendieron esas actitudes y esas formas de ser y de pensar? Eso sí que es un problema.

lunes, 18 de marzo de 2024

Ayuso y la retórica. Los políticos han dejado de representar ideas, programas o intereses: solo cuenta su propia persona. Las narrativas populistas nos hacen cerrar filas frente a la cruzada que dicen sufrir

Los políticos han dejado de representar ideas, programas o intereses: solo cuenta su propia persona. Las narrativas populistas nos hacen cerrar filas frente a la cruzada que dicen sufrir.
 
Asesinato político, inspección salvaje, persecución mediática, son algunas de las perlas que lanzan estos días la presidenta Ayuso y eso que llamamos “su entorno”. Hemos normalizado tanto los comentarios agresivos sobre jueces, instituciones y prensa que ya no percibimos el problema democrático que estos ataques representan. Porque, en realidad, lo que está en juego es una concepción de la democracia cada vez más deformada por un fondo populista. Es algo más que retórica. Y ese es el meollo de la cuestión: continúa progresando una cultura populista que refleja esta suerte de colapso democrático que vemos en demasiadas partes del mundo: Estados Unidos, Rusia, Francia, España. Seguro que les suena el victimismo del recurso “al pueblo”, siempre en busca de la redención.

El político populista piensa o dice —tanto da— que le persiguen los poderes del Estado, por ejemplo, una inspección fiscal, la investigación de la prensa (a la que se juzga también enemiga y, por tanto, enemiga del pueblo) o el mismísimo Tribunal Supremo. Estos poderes, al parecer —y esto es lo grave—, no tienen la misma legitimidad que el líder político porque carecen del respaldo de las urnas. Lo vimos en el procés: oponer la legitimidad popular a la de otros poderes del Estado nos convierte en una democracia electoral, difuminando o negando la importancia trascendental de los contrapoderes. Pero en lugar de defender esa idea pluralista de la democracia, los ciudadanos cerramos filas con nuestros líderes, quienes estimulan a sabiendas el voyerismo de las audiencias. El ejemplo más obvio es EE UU, donde también han perdido toda inteligencia crítica sobre el populismo. Lo hemos interiorizado tanto que, en lugar de preocuparnos por que un delincuente pueda presidir el país más poderoso de Occidente, debatimos sobre si debe ser o no incapacitado. ¿Estado de derecho o sufragio popular? EE UU es el escenario principal de una batalla de principios que dice mucho sobre cómo entendemos el funcionamiento democrático y que, como siempre, sobrepasa sus fronteras. Si Puigdemont sopesa volver es porque, como Trump, piensa que hacer campaña desde la cárcel le puede venir bien.

Hemos dejado de sentirnos representados por los políticos y solo buscamos identificarnos con ellos, lo opuesto a la esencia de la representación. ¿Por qué funciona tan bien ese victimismo que les presenta como objetivo de burdas persecuciones? Porque los políticos han dejado de representar ideas, programas o intereses: solo cuenta su propia persona. Las narrativas populistas nos hacen cerrar filas numantinamente frente a la cruzada que dicen sufrir. Es su personalidad la que nutre su base electoral, no sus ideas, y eso explica por qué dan tanta importancia a sus apariciones públicas, que siempre provocan entusiasmo y controversia. Cada vez es más difícil fiscalizarlos, incluso desde los medios, pues solo generan rechazo o seguidismo acríticos. Siempre víctimas, su sufrida retórica impide que les exijamos una verdadera rendición de cuentas. Por eso seguimos fallando en detectar las claves del declive democrático. Obviamos o frivolizamos sobre lo que está en juego, una idea concreta de democracia, mientras libramos como soldados inconscientes una batalla que también se da en el campo de las ideas. Inmersos en nuestro eterno ciclo electoral, desconfiemos aunque sea de los políticos que no hablen de su gestión y sus programas. Al menos nos consolaremos al comprobar cómo los incumplen.

Ayuso humorista

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha encontrado su estilo, un estilo desprejuiciado que se ha saltado las normas de lo que hasta ahora ejercían los políticos conservadores.

Cuando Isabel Díaz Ayuso accedió al poder en 2019 mediante un pacto que la convertiría en lideresa de la derecha en toda su extensión, tendimos a subestimar su potencial; era entonces algo común pensar que su desacomplejada manera de ejercer el cargo, con declaraciones chocantes y burlescas, estaba dictada por un hombre que le susurraba al oído esas ocurrencias que poseían la facultad de hacerse populares y que habrían de convertirla en icono pop de la derecha madrileña, aún no se sabe si exportable al resto de España. Pero estos cinco años de reinado han confirmado que partíamos de un error: por mucho que su entrenador se empleara a fondo, la presidenta se ha desvelado como una mujer no solo capaz de liderar la derecha macarra sino de fracturar las normas de lo aceptable con discursos en los que bascula entre lo despreciativo y lo humorístico, a veces mezclando los dos tonos como parte de su estratagema. El poder la ha empoderado, algo que suele sucederle a quienes ostentan el liderazgo durante el tiempo suficiente como para regodearse en su astucia. Ya no es la mujer en manos de un perverso ventrílocuo, ya no necesita que le escriban el guion porque la astracanada sale de manera natural de su boca. Ella es rotundamente ella.

Solo una vez se la ha visto descolocada: cuando un periodista en absoluto agresivo como Carmelo Encinas apeló a la humanidad de la presidenta para preguntarle por los ancianos muertos en las residencias. Es probable que, dado que se encontraba en un medio favorable, no se esperara el puro cuestionamiento de su falta de piedad y respondió furiosa, desabrida, afirmando que nadie tiene derecho a hacerle ese tipo de preguntas. Pero la realidad es que Ayuso ha encontrado su estilo, un estilo desprejuiciado que se ha saltado las normas de lo que hasta ahora ejercían los políticos conservadores. Ayuso se sirve de la broma como si fuera una humorista, se salta los límites de cualquier cortesía asumida en el espacio público y al hacerlo genera una complicidad con aquellos que dicen sentirse constreñidos por una corrección en el habla que les provoca ira. Esta utilización tramposa del humor que permite decir cualquier grosería en nombre de la libertad es homóloga de un estilo transnacional que está dando asombrosos resultados y de la que Trump es, sin duda, la estrella rutilante a la hora de destrozar el consenso democrático. Como escribe el periodista Fintan O´Toole en Laugh riot (el motín de la risa), un ensayo publicado en The New York Review of Books sobre el uso del humor como arma política en el discurso de Trump, lo que consigue el expresidente cada vez que recurre a bromas despreciativas es hacer desaparecer los tabús a fin de crear una comunidad en la que los que se sienten excluidos puedan expresar barbaridades sin ser señalados. Entre el vodevil y el insulto todo es permisible. Si alguien se molesta en exceso queda el recurso de decir: “¡Si solo era una broma!”.

De esa manera podría responder Ayuso a las que nos hemos llevado las manos a la cabeza al escuchar su grotesco discurso del 8 de marzo: hay más hombres asesinados que mujeres, dijo, más conductores muertos en accidentes, dijo, más soldados víctimas de guerra. Siendo esta la realidad, concluyó, ¿por qué no un Día del Hombre? Ella sabe que cada una de esas afirmaciones en nada contradicen la verdad demostrada, que hay una violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de serlo y que si atendemos a las guerras, miremos a Gaza, son las mujeres y los niños los que engrosan masivamente el número de víctimas. De los conductores que hable la DGT. Yo tengo mi teoría, pero no viene a cuento.

Ella sabe que en este reivindicar un día para el hombre hay una burla sobre el feminismo que tiene aún más impacto por expresarla en un día tan señalado. Lo sabe y se relame, porque hay hombres que le ríen la gracia y piensan, al fin alguien lo ha dicho.

Elvira Lindo.