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lunes, 3 de febrero de 2025

_- Perú: de Pizarro a Ayuso

_ - Fuentes: La Jornada


Con motivo del 490 aniversario de la fundación de Lima, su alcalde ultraderechista, Rafael López Aliaga, ordenó reinstalar la estatua ecuestre del conquistador Francisco Pizarro como una forma de reivindicar el pasado prehispánico y español de la capital peruana. En 2003, el monumento fue removido de la Plaza de Armas y trasladado al poco concurrido Parque de la Muralla ante las protestas por la glorificación del genocida, pero López Aliaga no sólo decidió devolverla al corazón del país, sino que invitó a la ceremonia a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid y una de las más notorias apologistas del exterminio de los indígenas americanos a manos de las huestes hispanas.

Ayuso no desperdició la oportunidad para repetir los tópicos conservadores en torno a las relaciones entre Latinoamérica y la antigua metrópoli: en su discurso, destacó que la reubicación de la estatua simboliza mucho más que la ampliación del paisaje urbano de la ciudad; ese es un paso más del respeto hacia nuestra historia compartida. Días antes, se había dicho sorprendida porque en Perú las víctimas de la desigualdad estructural creada por el colonialismo estén sumidas en la pobreza y, sin embargo, sean alegres, en una muestra de la insensibilidad y la ignorancia que caracteriza a las derechas actuales en la península ibérica y en todas las latitudes.

A los López Aliaga, Ayuso y a todos los romantizadores de la Conquista, debe recordárseles que Pizarro no tiene otro mérito que el de haber sido el más exitoso secuestrador de la historia: su conquista del Imperio inca no fue producto del talento militar, sino del rapto del gobernante Atahualpa, por quien pidió un rescate estimado en 13 mil kilogramos de oro y una cantidad no menor de plata. Como el sanguinario mercenario que fue, asesinó a su rehén tras cobrar el botín. Tampoco se le puede adjudicar la creación del Virreinato peruano, pues murió sólo seis años después de la fundación de Lima en un alzamiento producto de la desmesurada violencia y codicia con que ejerció el poder.

Ante el revisionismo racista, es necesario insistir en que no hay historia compartida, porque los españoles no llegaron a establecer un diálogo de saberes, sino a destruir centenares de culturas para imponer la suya. No hay historia compartida, porque Pizarro no preservó el patrimonio cultural de los 12 millones de pobladores del Tahuantinsuyo: lo envió a España, donde las más impresionantes obras de arte creadas con el trabajo del oro fueron fundidas en lingotes para financiar la frivolidad de los cortesanos y las guerras de los Habsburgo, en las que murieron cientos de miles de europeos, en su inmensa mayoría, campesinos pobres usados como carne de cañón por los monarcas. No hay historia compartida, porque los conquistadores y sus descendientes crearon un sistema de castas que mantuvo a blancos, indígenas, africanos y personas de otros orígenes viviendo en mundos separados, conectados entre sí no por lazos de fraternidad, sino por el látigo, los grilletes y una religión deformada para justificar los privilegios de unos y la explotación de otros. No hay historia compartida, porque las magníficas catedrales, los deslumbrantes palacios, las centenarias universidades, los caminos, los conventos y otras edificaciones e instituciones que los hispanófilos presentan como prueba de la civilización que trajeron a este lado del Atlántico fueron construidas con la mano de obra esclava de indígenas y negros, quienes la mayoría de las veces tenían vedado el ingreso a las obras que levantaron en las que dejaron sus manos y sus vidas.

El agravio a los indígenas peruanos, que además tiene lugar cuando su país se encuentra sometido por un gobierno de facto que se ha afianzado sobre los cadáveres de decenas de manifestantes, es un recordatorio de que el colonialismo no terminó con los procesos de independencia y de que los pueblos originarios llevan ya medio milenio de resistencia contra los intentos de desaparecer sus culturas.

Fuente: 

miércoles, 15 de febrero de 2017

_-El sociólogo Marcos Roitman publica “La criminalización del pensamiento” (Ed. Escolar y Mayo). Pensamiento crítico: desnudar al poder y exponer sus vergüenzas.

_-La primera huelga de la historia ocurrió en el año 1166 antes de nuestra era, en el Imperio Nuevo de Egipto regido por Ramsés III. Fue en la aldea de Deir-el-Medina donde los obreros al grito de “¡Hambre!” interrumpieron la actividad para pedir el pago de los salarios, una mayor porción de pan, dátiles, cerveza, ropa, vasijas y herramientas adecuadas. Reclamaron asimismo que se destituyera por corrupto al capataz. La acción tuvo éxito. Ante estos actos de rebeldía, “las clases dominantes, elites y castas se blindan, se defienden bajo el pensamiento reaccionario”, afirma el sociólogo Marcos Roitman. Ha ocurrido históricamente, según demuestran las leyes de castas escritas en el libro sagrado del Manu: “cuando nace un brahamana nace un ser superior a la tierra entera, es señor de todas las criaturas; todo lo que existe en el mundo es propiedad privada del brahamana (…)”. La versión actualizada de estas ideas es un saber tecno-científico “reaccionario”, que Roitman sintetiza en apenas un parágrafo: “El establishment hace una propuesta de ciencia social desideologizada, axiológicamente imparcial, realizada por sujetos ‘neutros’, descriptores de hechos brutos, donde se sustituye el conocimiento por el dato empírico. Hoy las estadísticas, las encuestas, los estudios de mercado, los análisis cuantitativos se han convertido en el saber validado ‘científicamente’”.

El profesor de Estructura Social Contemporánea y Estructura Social de España en la Universidad Complutense señala esta renuncia a la teoría y a su potencial crítico en el libro “La criminalización del pensamiento”, publicado por Escolar y Mayo Editores en 2016. La realidad virtual ya prevalece sobre la experiencia directa. Pero abdicar de la capacidad de pensar implica negar la condición humana, sostiene Marcos Roitman, quien cede en este punto la palabra al filósofo Byung Chul-Han, autor de “La Sociedad del Cansancio” (Herder, 2012): “Hoy se habla de enfermedades nacidas en el tiempo de la hiperactividad”. Infinitos Whatsapp, Mails que responder, eventos en la página de Facebook, notificaciones en Twitter… “Estamos ante un sujeto que vive angustiado por el nivel de cobertura, sin tiempo para reflexionar, detenerse, ver el mundo que le rodea; incapaz de seleccionar y fijar conocimientos, no distingue lo fundamental de lo irrelevante, ni es capaz de situarse históricamente”, explica el ensayista coreano.

En un artículo publicado en el diario La Jornada –“Miedo a pensar” (julio de 2016)- el politólogo chileno criticaba las modas intelectuales y la predominio, en la Universidad y los medios de comunicación, tanto de las opiniones personales como de las lecturas periodísticas y superficiales. Las razones del ensayo de 148 páginas, en buena parte nutrido de los debates con los estudiantes de Grado en Sociología y Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense, es palmario: “Un compromiso militante en defensa del pensamiento democrático, ético y subversivo”. El autor ya se aproximó a la cuestión en “El Pensamiento Sistémico. Los orígenes del socialconformismo” (Siglo XXI, 2003).

Marcos Roitman defiende la tesis de que el poder en las sociedades occidentales no se ejerce hoy, preferentemente, en forma de represión violenta. Se administra mediante otros modos más sutiles, como el “Storytelling”: contar historias que no sólo velan la realidad, sino que permiten –en palabras de Christian Salmon, autor de “Storytelling” (Península, 2011)- “compartir un conjunto de creencias capaces de suscitar la adhesión o de orientar los flujos de emociones”. Porque las historias “pueden ser prisiones”. Hace dos décadas el sociólogo Niklas Luhmann subrayaba que la función del poder es neutralizar la voluntad del inferior, no necesariamente doblegarla. De ahí la fragilidad de regímenes basados exclusivamente en la tiranía, entre los que Roitman destaca el del Sha iraní, Pinochet, Videla, Idi Amin o Stroessner. La elaboración de mitos políticos que legitimen la dominación y produzcan consensos remite a la antigüedad. Amamantados por una loba, Rómulo y Remo fundaron Roma; en la Historia Moderna, el mito étnico-racial de la superioridad hispánica –materializada en la cruz y la espada- ofreció cobertura ideológica a la expulsión de moriscos, judíos y a la conquista de América. El columnista de La Jornada apunta, entre las formas más cruentas de refrendo popular a la tiranía, la ocurrida durante el nazismo. “Los hornos crematorios del III Reich funcionaron a plena luz del día; cuando se encendían, el olor a carne humana alcanzaba a los pueblos cercanos, pero la mayoría se apuntó al partido nazi, a sus juventudes y organizaciones de masas”.

Uno de los casos más citados de criminalización del pensamiento fue el de Emile Zola, quien denunció en el Manifiesto “Yo acuso” la actuación de jueces, ejército, presidente y ministros de la República en el llamado “caso Dreyfus”. Por ello el escritor fue injuriado, censurado y llevado a juicio. Además se le tachó de “antipatriota”. La persecución a la que se vio sometido le forzó a exiliarse. En la “Carta a Francia” Zola señaló los mecanismos que forjaban el Pensamiento Único: “Cien periódicos repiten a diario que la opinión pública no quiere que Dreyfus sea inocente, que su culpabilidad es necesaria para la salud de la patria”.

También las políticas neoliberales de los años 70 se basan en relatos y mitos propalados hasta el hartazgo, como la infalibilidad del mercado y la eficiencia máxima de las leyes de la oferta y la demanda. “No hay un estado contemporáneo en el que no exista un relato constituyente regulador de las relaciones de dominio y disciplina”, resume Roitman, también autor de “Tiempos de oscuridad. Historia de los golpes de Estado en América Latina” (Akal, 2013). La importancia de los relatos legitimadores se puede observar también en las Ciencias Sociales, y en el interés por controlarlas. Durante la “Guerra Fría” tal vez se alcanzara el grado máximo: “Se trataba de amordazar el pensamiento en todas sus dimensiones”. Infiltración en los movimientos sociales, creación de instituciones culturales, publicaciones y editoriales; compra de intelectuales…

En el capítulo dedicado a “El poder y la subversión”, Marcos Roitman destaca cómo los intelectuales del “establishment” reducen a la condición de anomalía o mera excrecencia algunos regímenes que, sin embargo, surgen del seno del sistema capitalista: las dictaduras en América Latina, África, Asia o los fascismos. Niegan además las posibles “alternativas” y el elemento catalizador de las luchas sociales que implica la utopía. Por ejemplo el filósofo Karl Popper, cuando sostiene en “La Sociedad abierta y sus enemigos” (Paidós, 1967): “Su llamado estará siempre dirigido a nuestras emociones y no a nuestra razón; aun inspirados por las mejores intenciones de traer el cielo a la tierra, sólo conseguiremos convertirla en un infierno (…)”. Mientras, sin embozo se erigen monumentos y se dedican calles a magnos conquistadores como Hernán Cortes, Francisco Pizarro, Pedro de Valdivia o Diego de Almagro; y se celebra con pompa a las dinastías egregias, sean los Borbones, Habsburgo, Orange, Tudor, Saboya o Estuardo. El autor de “Las razones de la democracia en América Latina” y “Democracia sin demócratas” señala cómo Reagan, Bush, Menájem Beguín, Thatcher o Blair “salen airosos de sus guerras genocidas”. O se citan escasamente algunos episodios que enlodan la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; es el caso de los centros especiales en los que F. D. Roosevelt encerró a miles de ciudadanos estadounidenses de origen japonés, sin prueba alguna.

La emprendeduría, la inteligencia emocional o creativa y las marcas se expanden sin freno. Unas palabras de Marcuse (“El hombre unidimensional”) recogidas por Marcos Roitman señalan todo el potencial integrador del capitalismo, que alcanza también a las supuestas “alternativas” espirituales. “Hay mucho de ‘oremos juntos esta semana’, ‘¿por qué no pruebas a Dios?’ Zen, existencialismo y modos beat de vida. Pero estos modos de protesta y trascendencia ya no son contrarios con el estatus quo y tampoco negativos”. Tal vez constituyan una parte de la dieta saludable. Otro límite férreo al pensamiento es el “big data”. De modo cristalino lo expresa el colectivo Ippolita en “El Acuario de Facebook. El resistible ascenso del anarco-capitalismo” (Libros del Enclave, 2012): “Lo que ha cambiado de estatuto es el conocimiento, pues parece que los datos hablan solos, y el conocimiento emerge de los datos (…); las correlaciones estadísticas establecen las relaciones entre las cosas y orientan aquellas entre las personas; ya no somos nosotros quienes construimos un discurso, son más bien los datos los que tienen la palabra”. En resumen, Marcos Roitman se abona a una sencilla definición del pensamiento crítico, que consiste en desnudar al poder y exponer sus vergüenzas. Y sin olvidar que un pensamiento emancipador, puede tornarse institucional y reaccionario una vez alcanzado el poder. En menos de un siglo las luchas por la independencia en Estados Unidos (1776), encabezadas por Jefferson, Washington, Adams y Franklin cristalizaron en una gran potencia imperialista.