Mostrando entradas con la etiqueta Crianza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crianza. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de septiembre de 2018

Qué influye más en lo que somos, ¿la genética o la crianza? El conocido dilema, herencia-medio o genética-educación.



 Read in English

El día que mis dos gemelos idénticos nacieron mediante una cesárea de emergencia, noté una diferencia en su comportamiento. El gemelo A, que se había visto presionado durante varias horas contra una pelvis inflexible, pasó la mayor parte de su primer día alerta y mirando a su alrededor, mientras que el gemelo B, quien se había librado de ese estrés prenatal, dormía plácidamente como un típico recién nacido.

Mi marido y yo hicimos lo mejor que pudimos para tratarlos igual, pero era un desafío sostener al gemelo A —lo llamábamos nuestro “bebé langosta”—, en tanto que el gemelo B se dejaba cargar fácilmente. A medida que los niños se desarrollaron, vimos otras diferencias. El gemelo B practicaba todas las metas ambulatorias —gatear, caminar, andar en bicicleta, patinar, etcétera—, mientras que su gemelo observaba y luego copiaba la habilidad una vez que el hermano la tenía dominada.

Aunque compartían todos los genes y crecieron con los mismos padres amorosos, estaba claro que había diferencias en esos niños que se habían visto influidas por otros factores de su entorno, tanto anteriores como posteriores a su nacimiento.

Desde hace siglos, filósofos y psicólogos han debatido sobre la importancia relativa de la naturaleza y la educación en el desarrollo de los niños; es un debate que ha tenido considerables efectos en las políticas públicas, algunos de ellos negativos.

Por ejemplo, el programa “Head Start” del Departamento estadounidense de Salud y Servicios Humanos fue diseñado para darles a los niños de entornos socioeconómicos desfavorecidos una ventaja académica. Sin embargo, quizá habría sido más eficiente enseñarles a sus cuidadores y tutores habilidades para ser padres y para criarlos, además de mostrarles cómo enriquecer el entorno del niño y resistirse a las malas influencias.

Los niños aprenden de lo que ven a su alrededor. Si lo que experimentan principalmente es violencia, abuso, asentismo escolar y ninguna expectativa de éxito, sus posibilidades de un futuro sano se ven comprometidas desde el comienzo. Como dijo Erik Engquist, colega periodista y quien fue el gemelo A: “Los genes definen tu potencial, pero es principalmente tu entorno lo que determina quién serás. Los pocos que escapan a las influencias negativas son un caso aparte”.

Si el potencial genético está ahí, el hecho de que un niño tenga en su vida al menos a un adulto amoroso que lo apoye puede marcar una gran diferencia en su desarrollo.

Estudios que han durado décadas sobre hermanos gemelos y mellizos —y en algunos casos trillizos— que fueron separados a una edad temprana y después criados en entornos sorprendentemente distintos dan cuenta de la importante interacción de la naturaleza y la crianza, y ayudan a explicar sus contribuciones relativas al desarrollo de los niños.

“Una dicotomía estricta entre los genes y el entorno ya no es pertinente; funcionan en sintonía”, dijo Nancy Segal, psicóloga de la Universidad Estatal de California, en Fullerton; Segal es melliza y ha dedicado su carrera al estudio de los gemelos, como un análisis famoso de familias de gemelos de Minnesota. Es autora de Born Together — Reared Apart: The Landmark Minnesota Twins Study (Nacidos juntos, criados aparte), publicado en 2012 por la Universidad de Harvard.

Los numerosos estudios de miles de pares de gemelos y de mellizos, criados tanto juntos como separados, han permitido evaluar los efectos relativos que tienen los genes y el entorno en una gran cantidad de características.

“Depende de cada rasgo específico”, comentó Segal, y la variación de los porcentajes depende de la característica en cuestión. “En una única persona no es posible calcular las contribuciones específicas de los genes y el entorno, pero a partir de una base demográfica podemos calcular en qué proporción las diferencias genéticas, de educación y ambiente explican las variaciones de una persona a otra”.

Los estudios de gemelos que han crecido separados han demostrado que, en general, la mitad de las diferencias en la personalidad y la religiosidad están determinadas por la genética. Mientras que para un rasgo como el cociente intelectual, la variación genética promedio es de 75 por ciento y solo el 25 por ciento se debe a la influencia del entorno.

Además, puede haber diferencias según el género en la influencia de la genética. Un estudio de 4000 pares de gemelos en Suecia descubrió que la genética tenía una mayor influencia en la orientación sexual en los gemelos que en las gemelas.

Pero, como lo observé en mis propios hijos y aprendí de estudios, para otras cuestiones el entorno sí es clave para determinar si el potencial genético se manifiesta. Por ejemplo, poder entonar la voz a la perfección es algo que usualmente se hereda —se cree que está vinculado a un solo gen—, pero si no hay una educación musical temprana es poco probable que este rasgo se manifieste.

El documental reciente Three Identical Strangers habla sobre trillizos idénticos separados al nacer entre los cuales hubo diferencias en la susceptibilidad a las enfermedades mentales: el que fue criado por un padre autoritario se vio más gravemente afectado que los otros dos, quienes tuvieron padres más cálidos y afectuosos.

Los genetistas ahora saben que, aunque el ADN personal es básicamente inmutable, una amplia variedad de factores ambientales puede conferir lo que se conoce como diferencias epigenéticas. La epigenética define cuáles genes en el genoma de una persona pueden activarse o desactivarse. Se ha demostrado que factores como el ejercicio, el sueño, los traumas, el envejecimiento, el estrés, las enfermedades y la dieta tienen efectos epigenéticos, algunos de los cuales se pueden pasar a futuras generaciones.

Los investigadores están buscando formas de alterar deliberadamente la manifestación de los genes con la esperanza de descubrir cómo prevenir o tratar enfermedades con un fuerte componente genético, como la diabetes.

También puede haber cambios en el genoma de un gemelo idéntico cuando el cigoto se divide, lo que tiene como resultado un defecto en un gen específico, explicó Segal. En un par de gemelas idénticas, una puede experimentar un fenómeno llamado inactivación del cromosoma X. De las quintillizas Dionne, por ejemplo, dos eran daltónicas como resultado de dicho efecto genético.

Segal, quien también escribió Twin Misconceptions: False Beliefs, Fables, and Facts About Twins (Fábulas, falsas creencias y hechos sobre los gemelos), comentó que los estudios subrayan la importancia de mantener a los gemelos juntos cuando se les adopta.

Usó como ejemplo el documental de los trillizos. “Resintieron profundamente haber sido separados. Se perdieron años maravillosos que pudieron haber pasado juntos”*, dijo Segal. “Había un vínculo inmediato, un entendimiento mutuo, que se hizo evidente tan pronto como se encontraron”.

Jane Brody es columnista de salud personal, puesto que ha tenido desde 1976; ha escrito más de una decena de libros, incluyendo sus éxitos editoriales "Jane Brody’s Nutrition Book" y "Jane Brody’s Good Food Book".

https://www.nytimes.com/es/2018/08/22/naturaleza-crianza-gemelos/

* Es curioso como, en muchos centros educativos españoles, hay profesorado empeñado en separarlos, cuando no existen investigaciones que confirmen o aconsejen esta práctica como deseable y es evidente que para ellos, los gemelos o mellizos, la separación es una fuente de sufrimiento.
Más:
A propósito de la discusión herencia medio, un famoso fraude en psicología a favor de la herencia.
Cyril Burt, un ejemplo paradigmático de fraude cientifico.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

¿Los hijos aprenden mejor con premios o con castigos?

Me invade un auténtico pavor a medida que se acerca su hora de dormir: ‘Aquí vamos de nuevo’”.

Eso dijo un padre en nuestra oficina de terapia familiar para describir el espectáculo que montaba su hijo antes de irse a la cama. El niño enloquecía más y más conforme se acercaba su hora de dormir, ignoraba con necedad las instrucciones de sus padres y hacía una enorme rabieta con tan solo escuchar la palabra piyama. Los padres se sentían frustrados y desorientados.

La pregunta que nos hicieron es una que escuchamos muy a menudo: ¿debían ser severos y prohibirle ver sus dispositivos electrónicos cuando se comportaba así (castigos)? ¿O idear un sistema con calcomanías y premios para persuadirlo a comportarse bien (recompensas)?

Muchos padres crecieron con castigos y es comprensible que se valgan de ellos. Sin embargo, los castigos tienden a intensificar el conflicto y bloquear el aprendizaje. Provocan una reacción de lucha o huida, lo que significa que el pensamiento sofisticado del lóbulo frontal se nubla y se activan los mecanismos básicos de defensa. Los castigos nos llevan a rebelarnos, avergonzarnos o enojarnos, a reprimir nuestros sentimientos o idear cómo evitar que nos descubran. En este caso, la resistencia absoluta de quien tiene 4 años llegaría a su punto máximo.

Entonces las recompensas son la opción más positiva
No tan rápido. Las recompensas son más bien las gemelas engañosas de los castigos. Son atractivas para las familias (y es comprensible) porque pueden mantener a un niño bajo control temporalmente, pero el efecto puede desvanecerse o incluso ser contraproducente: “¿Cuánto me vas a dar?”, le dijo su hija a una clienta, según nos contó, cuando le pidió que ordenara su cuarto.

Los psicólogos han sugerido durante décadas que las recompensas pueden reducir nuestra motivación y gozo naturales. Por ejemplo, los niños a los que les gusta dibujar y, bajo condiciones experimentales, reciben una paga por hacerlo, dibujan menos que los que no reciben nada. Los niños a quienes premian por compartir lo hacen menos, etcétera. Esto es lo que los psicólogos denominan como “efecto de justificación excesiva”: la recompensa externa eclipsa la motivación interna del niño.

Las recompensas también han sido relacionadas con la disminución de la creatividad. En una serie clásica de estudios, se le dio a la gente un conjunto de materiales (una caja de tachuelas, una vela y un paquete de cerillos) y se le pidió que encontrara la manera de adherir la vela al muro. La solución requiere de un enfoque innovador, es decir, ver los materiales de una manera que no se relacione con sus propósitos (la caja utilizada como un portavelas). Las personas a las que se les dijo que recibirían una recompensa por resolver este dilema tardaron más en hacerlo, en promedio. Las recompensas limitan nuestro campo de visión. Nuestros cerebros dejan de cavilar con libertad. Dejamos de pensar profundamente y no vemos las posibilidades.

La idea general de los castigos y las recompensas está basada en suposiciones negativas acerca de los niños; que debemos controlarlos y moldearlos y que no tienen buenas intenciones. No obstante, podemos darle la vuelta a esa forma de pensar y ver a los niños como capaces y programados para ser empáticos, cooperar, trabajar en equipo y esforzarse. Esa perspectiva cambia, de manera poderosa, nuestra manera de hablar con los niños.

Las recompensas y los castigos son condicionales, pero el amor y la opinión positiva sobre nuestros hijos no deberían serlo. De hecho, cuando somos empáticos y realmente escuchamos a nuestros hijos, es más probable que ellos nos escuchen. Aquí compartimos nuestras sugerencias para cambiar la conversación y la conducta.

Buscar las causas, el trasfondo, el por qué.
Los niños no golpean a sus hermanos, ignoran a sus padres ni hacen berrinches en el supermercado solo porque sí. Cuando nos enfocamos en lo que realmente está sucediendo, nuestra ayuda es más significativa y duradera. Incluso solo intentar ver lo que hay en el fondo hace que los niños bajen un poco la guardia, estén más abiertos a escuchar límites y reglas y sean más creativos para resolver los problemas.

En lugar de decir: ¡Pórtate bien con tu amigo y comparte, o no podrás ver tele ni usar tu tableta más tarde!

Puedes decir: Hmm, todavía estás pensando si compartir tu nuevo juego para armar. Lo entiendo. Es difícil compartir al principio y te sientes un poco enojado. ¿Se te ocurre un plan para que puedan jugar con él juntos? Dime si necesitas ayuda.

El llanto, la resistencia y la agresión física podrían ser solo la punta del iceberg. Bajo la superficie puede haber hambre, falta de sueño, exceso de estímulos, sentimientos fuertes, cambios por una habilidad en desarrollo o la experiencia de un nuevo ambiente. Si piensas de esta forma, te conviertes en un compañero que lo guía, en vez de un adversario que lo controla.

Motivar en lugar de premiar
La motivación es muy buena, cuando tiene el mensaje subyacente de: “Confío en ti y de verdad creo que quieres cooperar y ayudar. Somos un equipo”. La diferencia entre esto y ofrecer recompensas cual carnadas es sutil pero muy poderosa.

En lugar de decir: Si limpias tu cuarto, podemos ir al parque. Así que más vale que lo hagas, o no hay parque.

Puedes decir: Cuando tu cuarto quede limpio, iremos al parque. Tengo muchas ganas de ir. Avísame si necesitas ayuda.

Ayudar en lugar de castigar
El concepto del castigo conlleva un mensaje de: “Necesito hacerte sufrir por lo que hiciste”. Muchos padres en realidad no quieren comunicar eso, pero tampoco quieren parecer permisivos. La buena noticia es que puedes mantener los límites y guiar a los niños sin castigarlos.

En lugar de decir: No te estás portando bien en la resbaladilla, entonces ya no vas a jugar. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?

Puedes decir: ¡Estás algo inquieto, ya me di cuenta! Te voy a bajar de esta resbaladilla porque no es seguro jugar así. Vamos a otro lugar para calmarnos.

En lugar de decir: Fuiste grosero conmigo y dijiste groserías. Eso es inaceptable. Te voy a quitar el teléfono.

Puedes decir: Vaya, estás muy molesto, lo puedo notar en tu voz. Para mí no está bien que uses esas palabras. Vamos a guardar tu teléfono por ahora para que puedas tener algo de espacio en tu mente para pensar. Cuando estés listo, platícame un poco más sobre lo que te molesta. Juntos veremos qué podemos hacer.

Despierta su interés por trabajar
Los humanos no son perezosos por naturaleza (no es un rasgo adaptativo) y los niños, en particular, no lo son. Nos gusta trabajar arduamente si nos sentimos parte de un equipo. Los niños pequeños quieren ser miembros competentes de la familia y les gusta ayudar si saben que su contribución es importante y no puro teatro. Deja que te ayuden de una forma real desde sus primeros años, en vez de asumir que necesitan algún otro tipo de distracción mientras tú haces todo.

Organiza una junta familiar para pensar en todas las tareas diarias que la familia necesita realizar. Pídele ideas a cada miembro de la familia. Haz una tabla para los niños (o deja que ellos la hagan) con un espacio para marcar cuando se hayan realizado las tareas.

En el caso del niño reacio a dormir, cuando los padres vieron lo que había detrás, lograron un gran avance. Resultó que su hijo estaba exhausto, así que prescindieron de algunas de sus actividades y se aseguraron de reservar un tiempo para que se relajara en las tardes. Cuando empezaba a alterarse, su mamá lo envolvía en su toalla de baño y le decía que era su burrito favorito. Ella admitió que para él era difícil cuando ella tenía que trabajar hasta tarde: “Tal vez te sientes triste porque no he estado contigo a la hora que tienes que irte a la cama en las últimas semanas. Yo sí me he sentido triste. Oye, ¿qué tal si leemos tu libro favorito esta noche?”. Hicieron una tabla para enlistar cada paso de su rutina y le pidieron su opinión. Con el tiempo, dejó de resistirse y el ambiente a la hora de irse a dormir pasó del pavor a una conexión y un goce verdaderos.

Sin importar lo irracional o difícil que parezca un momento, podemos responder de maneras que expresen: “Te veo. Estoy aquí para entenderte y ayudarte. Estoy de tu lado. Vamos a encontrar una solución juntos”.

Heather Turgeon es psicoterapeuta y coautora, junto a Julie Wright, del libro "Now Say This: The Right Words to Solve Every Parenting Dilemma".

https://www.nytimes.com/es/2018/08/24/ninos-castigos-recompensas-crianza/