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miércoles, 9 de noviembre de 2022

_- EMOCIONES. Si le sonríes a la vida, la vida te devolverá la sonrisa (pero poco)

_- Un trabajo internacional pone a prueba la hipótesis de que sonreír, aunque sea de una manera forzada, mejora el bienestar emocional de quien lo hace

“Algunas veces la alegría es la fuente de tu sonrisa y otras veces la sonrisa es la fuente de tu alegría”, decía el monje budista Thích Nhất Hạnh. “Sonríele a la vida y la vida te devolverá esa sonrisa”, se lee en algunos carteles de Mr Wonderful, la empresa del positivismo ñoño por antonomasia. “Uno no puede evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados”, se defendía Arthur Koestler cuando lo criticaban por coincidir con los nazis en sus críticas a Stalin.

La psicología positiva, adaptando enseñanzas filosóficas ancestrales en libros de autoayuda o convirtiendo en merchandising todo tipo de frases motivacionales, es parte de un negocio enorme. La idea de que levantarse por la mañana con la voluntad de comerse el mundo hará que te lo meriendes por la tarde tiene mucho predicamento y uno de los fundamentos de esa filosofía de vida es el poder de la sonrisa. Si sonríes, incluso contra tu voluntad, la vida y tus congéneres serán más amables contigo.

En la psicología académica, la que intenta separar realidad de ilusión y que busca tener razón por los motivos adecuados, la posibilidad de que activar algunos músculos de la cara pueda producir una reacción emocional se estudia con la mayor seriedad desde hace décadas. La llamada hipótesis de retroalimentación facial ya fue propuesta por Charles Darwin en 1872 cuando decía que la expresión exterior de una emoción “la intensifica” o que “incluso la simulación de una emoción hace que esa emoción se despierte en nuestra mente”. William James, uno de los padres de la psicología, planteó en la misma época que, frente a la creencia popular de que experimentar una emoción lleva a producir una expresión física como la sonrisa o el llanto, en realidad sucedía más bien lo contrario. Nos sentimos tristes porque lloramos y no lloramos porque estamos tristes. James, que tenía una fe fanática en la voluntad, creía que si uno se negaba a expresar un sentimiento, ese sentimiento moría.

Ahora, un grupo internacional de investigadores, superando una controversia de décadas, ha mostrado que, aunque no necesariamente por los motivos correctos, los monjes budistas y los carteles de Mr Wonderful tienen algo de razón. Sonreír de forma mecánica mejora el estado de ánimo, aunque solo un poco.

En un trabajo publicado en la revista Nature Human Behaviour se explica cómo se puso a prueba la posibilidad de que la sonrisa tenga un efecto sobre nuestro ánimo con distintas pruebas. Por un lado, se hicieron experimentos en los que los participantes eran conscientes de que estaban sonriendo, acercando la comisura de los labios hacia sus orejas o mirando fotografías de personas sonrientes e imitándolas. Pero también se intentó averiguar si un movimiento muscular inconsciente propio de una sonrisa tiene efectos emocionales. Esto se logra con un experimento clásico que a través de los años ha obtenido resultados controvertidos. Los voluntarios fuerzan la sonrisa sin ellos saberlo mordiendo un lápiz o ponen una cara triste tratando de sujetarlo con los labios, un gesto que los obliga a fruncir el ceño.

Después de analizar los datos de 3.878 participantes en 19 países, los autores, liderados por Nicholas Coles, de la Universidad Stanford (EE UU), observaron que tanto los que imitaban las sonrisas de las fotos como los que las forzaban por su cuenta notaban cierto incremento de su felicidad. Sin embargo, los que sonreían con ayuda del lápiz no experimentaron esa emoción. “Este estudio muestra que para tener ese efecto de ponernos alegres porque generamos la sonrisa es necesario que seamos conscientes de estar sonriendo”, explica José Antonio Hinojosa, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del trabajo.

“Lo que vimos es que sonreír mejora ligeramente el ánimo, aumenta el nivel de felicidad, pero es un efecto parecido al que tendría ver imágenes de perritos o de bebés”, apunta Pedro Montoro, investigador de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en Madrid, que también firma el estudio. “La escala que utilizamos es de uno a siete y los valores se encuentran un poco por encima del tres. Es una subida estadísticamente significativa, pero a la mayoría de los autores les parece que esto no sería útil como terapia”, continúa.

Los autores confirman que la hipótesis de la retroalimentación facial tiene sentido y se inclinan por pensar que existe una relación bidireccional, cuando uno está contento, sonríe, pero también “es interesante ver que hay un efecto de retroalimentación de lo muscular a la sensación subjetiva”, indica Montoro. Nicholas Coles también apunta a que, al menos en parte, “la experiencia consciente de la emoción se debe basar en las sensaciones corporales”. Hasta cierto punto, nos sentimos tristes porque lloramos y felices porque sonreímos. Coles considera que este tipo de estudios son fundamentales para conocer en profundidad la naturaleza de algo tan esencial para la humanidad como las emociones, pero que ese conocimiento es aún incipiente. Mientras se sigue avanzando, será necesario seguir gestionando las emociones, esperando hacerlo de la forma correcta, aunque no acertemos por los motivos adecuados.

lunes, 2 de mayo de 2022

_- En defensa de la crítica.

_- Los expertos afirman que el miedo nos impide compartir comentarios constructivos, pero aquí te explicamos cómo —y por qué— deberías expresarlos de todos modos.

 Algo que me gustaría mejorar es mi capacidad de decirles a otras personas cómo mejorar. Soy pésima para dar una evaluación constructiva. Hace poco contraté a una asistente administrativa y suelo sentirme mucho más propensa a elogiarla por lo bien que lo está haciendo que a brindarle sugerencias que podrían ayudarla a hacer un trabajo aún mejor, incluso cuando hacerlo no solo la beneficiaría, sino que también me beneficiaría a mí directamente.

El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox. Esta vacilación para expresarme también se cuela en mi vida personal. A menudo me cuesta sugerirle a mi pareja que pruebe una estrategia disciplinaria diferente con nuestros hijos, incluso cuando acabo de escribir un libro sobre crianza con base empírica y sé lo que probablemente funcionaría mejor.

De hecho, la renuencia a proporcionar sugerencias útiles es muy común. Un estudio publicado en línea en marzo reveló que la mayoría de las personas son cautelosas al momento de compartir opiniones que, al final, serían útiles para la otra persona, incluso cuando, según el mismo estudio, la mayoría de las personas genuinamente deseaba escucharlas.

“Realmente queremos escuchar la retroalimentación, pero cuando vemos a alguien, dudamos un poco en expresarlas”, explicó Nicole Abi-Esber, estudiante de un doctorado en comportamiento organizacional en la Escuela de Negocios de Harvard y autora del estudio.

Por ejemplo, de las 155 personas en el estudio de Abi-Esber que interactuaron con un investigador o investigadora que tenía algo en el rostro —chocolate, lápiz labial o marcador rojo—, solo cuatro personas señalaron la mancha. Además, los participantes afirmaron que era poco probable que hicieran alguna observación cuando un compañero de trabajo pronunciaba mal un nombre, cometía errores en informes o hablaba demasiado rápido durante una presentación.

Según el estudio, una de las razones por las que rara vez compartimos críticas constructivas es que solemos subestimar cuánto desean recibirlas otras personas, un error que cometemos tanto en el trabajo como en situaciones cotidianas. Sorprendentemente, Abi-Esber y su equipo descubrieron que nos mordemos la lengua tanto con las personas cercanas —amigos y familiares— como con los conocidos y los compañeros de trabajo, lo que puede explicar mi reticencia a compartir estrategias de crianza con mi pareja.

Otra razón por la que a menudo nos reprimimos es que nos preocupa el efecto que nuestros comentarios puedan tener en nuestra relación con los demás, afirmó Abi-Esber. Pensamos: “¿Si les digo esto se molestarán conmigo?”. En un estudio publicado en febrero, Lauren Simon, profesora de administración de la Universidad de Arkansas, y sus colegas descubrieron que a las personas empáticas les resultaba especialmente difícil hacer comentarios constructivos. Pueden “estar demasiado preocupadas por el hecho de que dar una opinión difícil pero constructiva pueda herir los sentimientos del destinatario”, explicó Simon.

Sin embargo, según Abi-Esber, la mayoría de las veces las personas quieren escuchar nuestras sugerencias.

Entonces, ¿Cómo superamos la tendencia a quedarnos callados? Abi-Esber y su equipo probaron varias estrategias para persuadir a las personas a manifestar su opinión y descubrieron que el mejor enfoque era —irónicamente, dado que la empatía también puede frenar a la gente— tratar de ponerse en el lugar de la otra persona.

Si fueras tú el que habla demasiado alto por teléfono en el trabajo, o el que anda con espinacas entre los dientes, ¿no querrías saberlo? Simon sugirió pensar en los efectos negativos de no expresar la opinión. La gente debería “recordar que dar retroalimentación es a menudo la opción más amable, teniendo en cuenta todas las cosas”, dijo.

Una vez superada la timidez, hay que preguntarse cuál es la mejor manera de formular una crítica constructiva. Algunas de las cosas que has oído pueden no ser realmente útiles, como el método del “sándwich”, muy recomendado, que consiste en intercalar las críticas entre dos capas de elogios. Este método “no está respaldado por la evidencia, y las investigaciones sugieren que en realidad puede tener un efecto perjudicial al diluir o enturbiar los consejos realmente importantes”, afirma Naomi Winstone, psicóloga cognitiva que estudia la retroalimentación constructiva en la Universidad de Surrey, Gran Bretaña.

Ofrecer demasiados comentarios es otro de los errores más comunes, lo cual es curioso si tenemos en cuenta que a menudo cometemos el error contrario. “Ofrecer comentarios sobre absolutamente todos los elementos del rendimiento puede resultar abrumador”, afirma Winstone. “En cambio, centrarse en las prioridades clave de mejora, con una orientación clara sobre cómo dar los siguientes pasos, puede ser lo más motivador”.

Una investigación realizada por Katherine L. Milkman y otros autores sugiere que somos más propensos a cambiar nuestro propio comportamiento cuando nos fijamos metas específicas y lo mismo podría aplicar cuando establecemos metas para los demás, afirmó Catherine Sanderson, psicóloga del Amherst College.

“Un entrenador que le dice ‘esfuérzate más’ a un atleta con bajo rendimiento quizá sea menos efectivo que uno que dice: ‘Necesitas desarrollar mayor fuerza, así que a partir de mañana deberías dedicar 30 minutos diarios a levantar pesas’”, afirmó Sanderson.

Intenta también programar los comentarios para cuando la gente esté tranquila y receptiva. “Evita hacer comentarios cuando tú o el destinatario se sientan estresados o cargados de emociones”, sugirió Simon. Además, debes dejar bien claro que te estás refiriendo al comportamiento de una persona y no a su personalidad, aclara Sanderson. “No lo hagas personal”, aconsejó. “Separa lo que dijo o hizo la persona de quién es”.

¿Y si buscas una crítica constructiva, pero nadie te la ofrece? Una investigación realizada por Hayley Blunden, estudiante de doctorado en comportamiento organizativo en la Escuela de Negocios de Harvard, sugiere que pedir consejo a la gente, en lugar de una crítica, a menudo provoca información más útil y procesable. Esto se debe a que los consejos están orientados al futuro, lo que “puede abrir el pensamiento de las personas”, dijo, y hacer que se centren en lo que podría ser, en lugar de en lo que ocurrió en el pasado. Además, dar un consejo orientado al futuro es menos crítico que dar una opinión sobre las decisiones pasadas, lo que puede ayudar a las personas más empáticas a “bajar la guardia y compartir una visión más específica”, añadió.

La próxima vez que me sienta nerviosa por tener que dar un consejo a mi asistente, mi pareja o mis amigos, haré lo siguiente: intentaré imaginar lo que querría si estuviera en su situación, y consideraré los beneficios que mi opinión podría aportar en términos de crecimiento personal o profesional. Entonces compartiré mis ideas —que consideraré como un consejo— de forma breve y específica cuando parezcan receptivos a ello. Y espero que en el futuro hagan lo mismo conmigo.

La semana de Well

https://www.nytimes.com/es/2022/04/24/espanol/critica-constructiva-retroalimentacion.html