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viernes, 14 de junio de 2024

Torricelli

Evangelista Torricelli (Faenza, Italia, 15 de octubre de 1608-Florencia, Italia, 28 de octubre de 1647) fue un físico italiano que inventó el barómetro de mercurio y demostró que podía tener un recipiente sin contenido al extraer el aire.

Primeros años de vida
Sus progenitores no tenían mucho dinero, en cambio tenían mucho afecto hacia él, le llamaron Evangelista, y al ver el potencial que tenía Torricelli decidieron enviarlo con su tío Jacobo, un fraile camaldulense, que lo educó bajo su tutela.3​ En 1627 fue enviado a Roma para que estudiara ciencias con el benedictino Benedetto Castelli (1579-1645), llamado por el papa Urbano VII para enseñar matemáticas en el colegio de la Sapienza y uno de los primeros discípulos de Galileo.

Estudió una de las obras de Galileo Galilei, Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno a due nuove scienze (Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias, 1638), lo que le inspiró el desarrollo de algunos de los principios mecánicos allí establecidos que recogió en su obra De motu. En 1632, Castelli se puso en contacto con Galileo para mostrarle el trabajo de su pupilo y solicitarle que lo acogiera, propuesta que Galileo aceptó, por lo que Torricelli se trasladó a Arcetri, donde ejerció de amanuense de Galileo los últimos tres meses de la vida del sabio italiano, quien falleció a principios del año siguiente. Tras la muerte de Galileo, Torricelli, que deseaba volver a Roma, cedió a las ofertas de Fernando II de Médici y, nombrado filósofo y matemático del gran duque y profesor de matemáticas en la Academia de Florencia, se estableció definitivamente en esta ciudad.

Trabajos científicos
En 1643, Torricelli utilizó el mercurio haciéndolo ascender en un tubo cerrado, creando vacío en la parte superior, empujado por el peso del aire de la atmósfera. Demostró que el aire tiene peso, e inventó el barómetro. La unidad de presión torr se nombró en su memoria. El teorema de Torricelli es una aplicación del principio de Bernoulli y estudia el flujo de un líquido contenido en un recipiente, a través de un pequeño orificio, bajo la acción de la gravedad. Publicó su trabajo sobre el movimiento bajo el título Opera geométrica. La publicación, junto a esta obra, de varios trabajos sobre las propiedades de las curvas cicloides le supuso una agria disputa con Roberval, quien le acusó de plagiar sus soluciones del problema de la cuadratura de dichas curvas. Aunque no parece haber dudas de que Torricelli llegó al mismo resultado de forma independiente, el debate sobre la primicia de la solución se prolongó hasta su muerte.

Principio del barómetro.
Entre los descubrimientos que realizó, se encuentra el principio que dice que si una serie de cuerpos están conectados de modo tal que, debido a su movimiento, su centro de gravedad no puede ascender o descender, entonces dichos cuerpos están en equilibrio. Descubrió además que la envolvente de todas las trayectorias parabólicas descritas por los proyectiles lanzados desde un punto con igual velocidad, pero en direcciones diferentes, es un paraboloide de revolución. Así mismo, empleó y perfeccionó el método de los indivisibles de Cavalieri.

También realizó importantes mejoras en el telescopio y el microscopio, siendo numerosas las lentes por él fabricadas y grabadas con su nombre que aún se conservan en Florencia.

Fallecimiento
Torricelli falleció a los 39 años en Florencia, el 25 de octubre de 1647, a pocos días de haber contraído fiebre tifoidea. Fue enterrado en la Basílica de San Lorenzo. Dejó todas sus pertenencias a su hijo adoptivo, Alessandro Di Almagro. Wiki

miércoles, 31 de mayo de 2023

Como un dardo.

El escritor puede disparar contra la ignominia que le rodea o apuntar alto para que alcance solo cierto grado de belleza cruzando el espacio incontaminado.

Son aproximadamente 325 palabras, que equivalen a unos 1.880 caracteres con espacios. El escritor elabora con ellas un artículo como el herrero templa un dardo en el yunque después de calentar el hierro en la fragua. Cada dedo es un pequeño martillo sobre el yunque del teclado. Mientras golpea el hierro incandescente para darle una forma muy aguda, el escritor piensa que ese dardo hecho solo de palabras puede salir del arco disparado en varias direcciones. El escritor puede mandarlo hacia los dulces valles de la infancia donde permanecen todavía intactos los nidos de pájaros, los tebeos amarillos en un armario, la caja de los gusanos de seda en el desván, los aromas de la despensa y las primeras lágrimas. El artículo envuelto en una nostalgia lírica se perderá en la nada. El escritor martillea con los dedos otras palabras. En el yunque del teclado brotan ahora los nombres de Botticelli y Simonetta Vespucci, de Antonello de Mesina que pintó a una Virgen que se parecía a Pier Angeli o tal vez de Dante y Beatriz ya viejos paseando por la orilla del Arno. El escritor los lleva en su memoria desde aquella primavera cuando fue por primera vez a Florencia.

Ahora trata de cargar el dardo con historias de navegaciones, de ciudades lejanas, de amores perdidos, de tantos libros leídos, de tantos viajes y regresos, de éxitos y fracasos. Mientras el escritor golpea las palabras sobre el yunque no olvida toda la basura política y moral que existe a su alrededor y por un momento se propone usar ese dardo como un arma ofensiva solo para salvarse. El trabajo ha terminado. El dardo está ya tenso en el arco. Esta vez son exactamente 324 palabras que, como siempre, sirven para luchar o soñar, la eterna cuestión. El escritor puede disparar el dardo contra la ignominia que le rodea o apuntar alto para que alcance solo cierto grado de belleza cruzando el espacio incontaminado.

https://elpais.com/opinion/2023-04-30/como-un-dardo.html. Manuel Vicent

martes, 1 de mayo de 2018

El heredero de Umberto Eco. El intelectual Claudio Giunta, una de las mejores cabezas de Italia, firma un apasionante 'thriller' sobre tres jóvenes que desaparecen durante un viaje a las islas Solovkí.

"No se puede desaparecer sin dejar rastro, sobre todo de una isla”. No, en concreto, de la mayor de las islas Solovetsky, en el mar Blanco, normalmente no recordada si no es por el monasterio ortodoxo y como sede del campo de concentración primogénito del Gulag. No, si además los desaparecidos son tres florentinos de unos treinta y pico años, llegados como voluntarios para la restauración del cenobio por cuenta de la Unesco. Nadie ha vuelto a verlos desde el día en que salieron de excursión hacia el norte, ya en vísperas de su vuelta a Italia; y, pese a las indagaciones usuales en un caso similar, nadie ha podido aclarar cómo, cuándo y por qué se los ha tragado la isla.

Desvelarlo y apuntarse un estupendo scoop es la gran oportunidad que se le ofrece a Alessandro Capace para dejar de ser un periodista de menos que medio pelo. Las investigaciones en la isla no proporcionan huellas materiales, pistas. Los únicos indicios viables parecen residir en las gentes del lugar. En ellos, pues, tienen que centrarse las averiguaciones, que al cabo resultarán en la solución del misterio: azarosa, pero acorde con los datos en juego.

El apasionante relato de Giunta sigue dos líneas mayores de desarrollo. Por un lado, las del thriller propiamente dicho, con la anatomía de las circunstancias y el pormenor de las pesquisas. Por otra parte (y pasando desde allá hasta aquí), la presentación de los personajes potencial o efectivamente implicados en la trama. Entre los isleños aparecen tipos tan notables como Valentin, el tonto de Solovetsky, el cacique Filippov o el pope mafioso. Pero la fauna más interesante por su misma vulgaridad está posiblemente en Italia.

Empezando por el narrador. Capace se acerca a la cuarentena sin honra ni provecho. Se ha licenciado en Políticas, ha probado fortuna en la novela y el cuento, y sobrevive con colaboraciones ocasionales en el real La Nazione y otras algo más estables en el ficticio Fatti (Hechos). Enamorado “de una belleza casi insultante”, Julia, que no le corresponde pero que se aviene a ayudarlo en la isla con su dominio del ruso; roto el matrimonio con Gaia y abocado al incoloro encuentro del sábado con el hijo de ambos, pasea los diarios y corteja a los jefes de redacción sin lograr más que vagas promesas de asentamiento. Es un óptimo ejemplo del precario, exponente arquetípico de una generación italiana (y no sólo) que ha podido educarse ventajosamente y no consigue luego acomodo satisfactorio en la sociedad, ni profesional ni vivencialmente. Por ahí, muchas de las páginas que Giunta dedica a la evocación de ambientes, en especial los periodísticos, son sencillamente magistrales. Pero no les va a zaga en interés la caracterización de la Florencia benestante e irresponsable de la que proceden los desaparecidos. Y tanto menos en interés cuanto a ese propósito la tensión dramática crece en los capítulos finales hasta superar el mismo punto de partida del argumento.

Claudio Giunta es hoy una de las mejores cabezas de Italia. Estudioso de la talla de un Cesare Segre, es también un intelectual público del linaje de Umberto Eco, que no duda en pasar de los doctos escolios a Dante a la sátira inclemente de Essere#matteorenzi. Con Eco comparte Giunta además la condición de novelista; y en Mar blanco, uno de cuyos núcleos se sitúa en un monasterio, no falta una mención de El nombre de la rosa. Tampoco es esta mía una referencia caprichosa.

https://elpais.com/cultura/2018/02/13/babelia/1518518969_309137.html