El cese de Sánchez Mato como concejal de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid por parte de Manuela Carmena ha supuesto un nuevo episodio en el que la alcaldesa, y quienes la apoyan, han vuelto a agachar la cabeza ante la derecha, en este caso ante Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda y Función Pública del Gobierno central. Sin embargo este suceso, más allá de sus protagonistas concretos, nos puede valer para analizar los males que azotan a la izquierda y el funcionamiento político de nuestra sociedad actual. De hecho, su desenlace es la constatación de que esos males no son percibidos como tal, sino tan solo como el único resultado posible. Lo que aquí se juega es más que una batalla partidista o un modelo municipal, lo que aquí se dirime es que sea la política quien dirige a la economía o que quede relegada a mero apéndice gestionario del modelo neoliberal.
La primera consecuencia, la más grave, es que muchos simpatizantes de Ahora Madrid, así como una parte de los políticos de eso que se llamó el cambio, han aceptado el horizonte de la abnegación, el there is no alternative thatcheriano, la siniestra confusión que nos lleva a pensar que la responsabilidad es un término absoluto y no dirigido: siempre se es responsable respecto a alguien o algo y en este caso Carmena lo ha sido respecto a Montoro, la Troika y los mercados, no hacia sus votantes. La responsabilidad es mucho mayor que la de una mala decisión o una simple decepción –la cual siempre es superable–, la responsabilidad es la educar en una mentira interesada a miles de personas hipotecando nuestro futuro inmediato. Resulta paradójico que quien se aupó sobre el sí se puede diga ahora que no es el momento, que se jacte de la imposibilidad.
A Sánchez Mato, quien había hecho una más que correcta labor en su área, logrando superávit, reduciendo la deuda y aumentando la inversión, se le cesa con la excusa de su negativa para votar su plan económico y financiero, para entendernos, un papelote que los ayuntamientos que han superado el techo de gasto impuesto por Montoro, esto es, Bruselas, tienen que presentar al ministro para decirle que se van a portar bien. Encontramos aquí la primera mentira en el asunto. Decir que este plan era de Sánchez Mato equivaldría a decir que el Quijote es autoría del señor que activa la imprenta donde se edita. El concejal, junto a otros compañeros de grupo, se mantuvo firme en la convicción de no aprobar algo que no representaba su trabajo, su línea política, la del programa con el que Ahora Madrid se presentó a las elecciones. El PP salió al quite. Los compañeros de viaje lo expresan todo.
Había herramientas legales y vericuetos administrativos para no haber tenido aún que poner en marcha el plan. Lo que se ha presentado como una elección entre la independencia del ayuntamiento o la intervención del ministro es realmente aceptar una intervención de facto. Reducir la partida de inversión a límites de supervivencia ni siquiera vistos en los momentos más duros de la crisis para pagar la deuda de la M30 y sus sobrecostes –veremos de qué naturaleza– es algo más que una intervención, es ponerte la careta del ministro pero recibir tú los golpes. Del no debemos, no pagamos, a pase y sírvase usted mismo.
El cese no era obligatorio, ni técnico, sino una cabeza que tanto Montoro, como la alcaldesa querían cobrarse. La razón es doble: por un lado, no ha convenido mostrar a la ciudadanía que otra política económica es posible; por otro, que quien la ha llevado a cabo sea un comunista ha despertado grandes suspicacias, y no solo en la derecha. El ministro se quita a una de las pocas figuras que le había plantado cara, la alcaldesa elimina a quien le recordaba cuál era el compromiso fundacional de Ahora Madrid. Efectivamente, como se ha dicho, había razones estratégicas y electoralistas, pero no precisamente por parte del concejal.
Montoro ha hecho su trabajo. Su herramienta, presentada como una falsa asepsia económica, ha sido la de retorcer su propia norma de gasto para pedir unos recortes aún más exagerados a Madrid, una dureza inédita en otros ayuntamientos, donde se ha sido más suave o directamente se ha mirado hacia otro lado. La razón es obvia: Madrid era la punta de lanza de las políticas contrarias al austericidio. Hacer fracasar su proyecto es asestar un aldabonazo a las mismas.
Si esta es la situación concreta, donde las excusas han venido más por parte de la propia Carmena que de la derecha –que se ha limitado a observar y frotarse las manos– cabría indagar en las causas de cómo ha sido posible que se llegue hasta aquí. Si bien las razones del reparto de poder dentro del contexto del Podemos madrileño han importado, también habría que recordar que Carmena ya representa una corriente en sí misma, donde su mano derecha en la sombra, Cueto, ha ejercido de Richelieu contra los sectores más avanzados de la convergencia: IU, Anticapitalistas y Madrid 129. La auditoría municipal, el caso del Open de Tenis o la operación Chamartín se han destapado como los casos en los que el carmenismo ha pugnado con estos sectores, es decir, se ha hecho patente la lucha entre la tecnocracia social liberal y la izquierda transformadora.
Es cierto que la división favorece a la derecha, como no es menos cierto que esta ya es una coartada que nos debería sonar: fue la que durante años utilizó el PSOE cada vez que aplicaba políticas de derechas. Que quien crea las divisiones advierta de ellas es tan solo un mecanismo para cargar la culpa sobre quien, justamente, las critica. Esta no ha sido la primera línea roja que el carmenismo ha cruzado. Desde el caso Zapata, pasando por los titiriteros, hasta sus encontronazos con las plataformas de vivienda no ha dudado en dejar a los pies de los caballos a quien haya hecho falta para no enturbiar su buscada imagen de sensatez. Mención aparte quizá merezca el caso de Rita Maestre, donde la concejala conservó su puesto y, pese a haber recibido el apoyo de todos los sectores de Ahora Madrid así como de la izquierda en general, no dudó en utilizar un vídeo en las primarias de Podemos donde abjuraba de ellos. Los significantes vacíos no entienden de lealtad.
La propia línea política del carmenismo podría encajar a menudo en el propio Ciudadanos. Insistir en la mentira de la gestión neutra, en la ideología de la no ideología, en el gobernar para todos. Siempre se gestiona de acuerdo a unos principios, en una dirección, buscando unos resultados, siempre se gobierna de acuerdo a una ideología, nunca se puede gobernar para todos, cuando ese todos, la ciudadanía, está compuesto por clases sociales con intereses contrapuestos. Insistir en despolitizar Ahora Madrid no es más que politizarlo de acuerdo a una ideología muy concreta, la que piensa que tratando bien a los ricos se podrán crear unas condiciones óptimas para todos. El PP opina lo mismo, solo que sabe que la segunda parte de la propuesta es tan irreal como prescindible.
Carmena se ha movido a la perfección en las guerras culturales y en la crítica de los sectores más reaccionarios a sus proyectos de movilidad. Mientras que ella sea presentada como una peligrosa revolucionaria por los grandes medios, mantiene a salvo su imagen para la mayoría de sus votantes, que perciben lo exagerado de las acusaciones. El juego le ha permitido ir sorteando el conflicto, tapado por encontronazos teatrales, hasta que el conflicto se ha presentado y no ha tenido más remedio que hacerle frente, elegir, aplicar una ideología, la suya. Carmena, al renunciar unilateralmente al programa de Ahora Madrid y condenar al ostracismo a las bases de Ganemos, no ha mostrado independencia, sino cesarismo, aquella forma de proceder que sitúa las decisiones personales –las de su corriente y los intereses que representa– por encima del proyecto que representaba.
Porque este ha sido el pecado original no, siendo justos, de la alcaldesa, sino de quien la aupó a ser quien es. Carmena, ya como creación electoral, fue una figura indispensable para ganar el ayuntamiento, no por sí misma, sino por los valores que se le asociaron en una campaña que duró meses y que se construyó desde abajo: sin el esfuerzo coordinado de miles de personas no hubiera sido más que una candidata más. El problema de las figuras vacías es que nunca lo están realmente y en este juego de matrioskas lo que Carmena traía coincide poco con lo que Ahora Madrid decía pretender.
Esto no es un conflicto entre una izquierda radical, insensata y perdedora contra una nueva política victoriosa con los pies en la tierra. Lo primero porque, resulta absurdo, calificar lo que Sánchez Mato ha representado como idealista, cuando no ha existido nada más material que sus cuentas, dirigidas ideológicamente hacia el objetivo de una gestión más justa. Lo segundo porque las victorias no son cosas de campañas ni de piruetas retóricas, sino de contextos y saber aprovecharlos, y el que se dio en las pasadas elecciones no se dará en las siguientes. Lo tercero porque lo electoral era solo una herramienta para ir más allá, o al menos eso se nos dijo con el asalto municipalista: la clave era aprovechar las instituciones para mostrar otra forma de hacer, pero también para fomentar una repolitización por abajo. Justo al revés de lo hecho, ya que la idea no era crear superheroínas, sino dejar claro que sin la movilización ciudadana y su implicación en los asuntos de la polis no hay transformación posible. No esperábamos la revolución, sí algo de oxígeno.
Hay que tener, efectivamente, los pies en la tierra. Pero para ello lo que es imprescindible es recordar que siempre existen dos tierras, la del club de campo y la de los barrios que te votaron. No hay nada peor que el escapismo atroz de la falsa sensatez.
Daniel Bernabé Periodista. Es redactor de La Marea.
Fuente:
https://www.lamarea.com/2017/12/20/el-cese-de-sanchez-mato-un-ejemplo-de-politica-subyugada/
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domingo, 31 de diciembre de 2017
jueves, 28 de abril de 2016
Las lecciones de negocios que dejó Shakespeare
Si bien es cierto que William Shakespeare es considerado como el mejor dramaturgo en el idioma inglés, también lo es que era un astuto hombre de negocios.
En el Londres de la época de Isabel I, el teatro El Globo original podía dar cabida a 3.000 personas. Los plebeyos o "Groundlings" pagaban un centavo para estar al aire libre, mientras que la nobleza gastaba hasta seis peniques para sentarse sobre cojines en las galerías cubiertas.
A pesar de que El Globo se incendió en 1613, el teatro le dejó a Shakespeare una buena fortuna.
Además, era uno de los dueños de otro teatro de Londres y de una compañía de producción.
En su ciudad natal de Stratford-upon-Avon, en el condado británico de Warwickshire, invirtió mucho en tierra y propiedades, y se dice que también comerciaba granos.
Cuando Shakespeare murió, el 23 de abril de 1616 -hace 400 años- era un hombre muy rico. En dinero de hoy en día habría sido cómodamente un millonario.
Musa de fuego
Cuatro siglos más tarde, Shakespeare probablemente se sentiría bastante satisfecho de que su obra y su legado haya seguido apoyando una gran y lucrativa industria, que está lejos de limitarse a la venta de entradas para el teatro y al empleo de actores.
La casa donde cortejó a quien se convertiría en su esposa, Anne Hathaway, es una de las favoritas de los turistas.
En la actualidad, todavía Shakespeare es la columna vertebral de una comunidad empresarial sustancialmente más amplia: desde hoteles y restaurantes en Stratford hasta recorridos a pie en Londres, sin olvidar los bares cercanos a ese balcón tan especial en la ciudad italiana de Verona, además de las ventas de libros y objetos de interés, e incluso clases de liderazgo para hombres y mujeres de negocios. Definitivamente no se trata de mucho ruido y pocas nueces.
Medida por medida
En la opinión de Piers Ibbotson, hay tantas lecciones de Shakespeare acerca de los peligros y trampas del poder que le han proporcionado un fondo inagotable de material para sus talleres de gestión y liderazgo en las últimas dos décadas.
"Las obras de Shakespeare son estudios de caso de los dilemas humanos centrales", dice Ibbotson, de 61 años de edad, quien forma parte de la unidad Crear de la escuela de negocios de Warwick. "Sus obras son tan ricas y tan complejas, que hay muchas situaciones reales para examinar. Representarlas es una experiencia muy poderosa, pues la gente puede meterse físicamente en esas situaciones". Crear utiliza las obras de Shakespeare para guiar a los estudiantes y a sus clientes empresariales a través de numerosas situaciones difíciles de negocios.
Parece que los que trabajan en teatro evitan decir su nombre y la llaman "la obra escocesa", pues se dice que Shakespeare usó hechizos reales y las brujas se enojaron y la maldijeron.
"Macbeth", por ejemplo, es visto como un estudio sobre los límites de la ambición, mientras que "La tempestad", como una metáfora de una tormenta perfecta de la rivalidad en el lugar de trabajo.
"El sueño de una noche de verano" se utiliza para explorar la transformación en los negocios, y "El mercader de Venecia" enseña sobre el cumplimiento de los contratos.
Ibbotson dice: "Shakespeare es un recurso maravilloso y, por supuesto, siempre estás usando un lenguaje tan poderoso, que le permite a la gente articular las ideas mucho más sutiles y complejas que si se limitaran al pobre lenguaje de negocios".
Hijo del mejor
Richard Olivier, de 54 años, es otra persona que aprovecha las obras de Shakespeare para enseñar buen liderazgo y práctica empresarial.
"Shakespeare, lo más cercano a la encarnación del ojo de Dios", dijo Sir Lawrence Olivier
Es el hijo de Sir Laurence Olivier, el actor shakespeariano más famoso del siglo XX de Reino Unido, y opina que "Shakespeare es un profesor de ética increíble".
"Aparte de las obras históricas, no hay obras en las que el malo se salga con la suya al final".
Los clientes de la empresa de Olivier. Olivier Mythodrama, incluyen a los gerentes del Servicio Nacional de Salud británico, la Policía Metropolitana y Daimler-Benz.
"Hay un gran drama en el liderazgo, y Shakespeare fue probablemente el primer dramaturgo en retratar el drama humano y el liderazgo en forma tridimensional", señala Olivier.
¿Sueño de una noche de verano?
Shakespeare vivió de su arte y sus inversiones... y durante 400 años muchos otros han vivido gracias a él.
El área conocida como la Inglaterra de Shakespeare (que incluye las ciudades de Stratford, Royal Leamington Spa, Kenilworth y Warwick) recibió a 9,94 millones de turistas en 2014, según Shakespeare Birthplace Trust, la fundación de beneficencia que cuida de los sitios del patrimonio Shakespeare.
Añade que el valor total del turismo para la economía local de la región es de US$900 millones, que sustenta unos 11.150 puestos de trabajo.
Alisan Cole, del Shakespeare Birthplace Trust, le contó a la BBC que "2014, el 450 aniversario del nacimiento de Shakespeare, fue nuestro año récord, con 820.000 visitantes, y estamos esperando que 2016 llegue a estar a la par o lo supere".
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/04/160421_legado_economico_de_william_shakespeare_finde_dv
En el Londres de la época de Isabel I, el teatro El Globo original podía dar cabida a 3.000 personas. Los plebeyos o "Groundlings" pagaban un centavo para estar al aire libre, mientras que la nobleza gastaba hasta seis peniques para sentarse sobre cojines en las galerías cubiertas.
A pesar de que El Globo se incendió en 1613, el teatro le dejó a Shakespeare una buena fortuna.
Además, era uno de los dueños de otro teatro de Londres y de una compañía de producción.
En su ciudad natal de Stratford-upon-Avon, en el condado británico de Warwickshire, invirtió mucho en tierra y propiedades, y se dice que también comerciaba granos.
Cuando Shakespeare murió, el 23 de abril de 1616 -hace 400 años- era un hombre muy rico. En dinero de hoy en día habría sido cómodamente un millonario.
Musa de fuego
Cuatro siglos más tarde, Shakespeare probablemente se sentiría bastante satisfecho de que su obra y su legado haya seguido apoyando una gran y lucrativa industria, que está lejos de limitarse a la venta de entradas para el teatro y al empleo de actores.
La casa donde cortejó a quien se convertiría en su esposa, Anne Hathaway, es una de las favoritas de los turistas.
En la actualidad, todavía Shakespeare es la columna vertebral de una comunidad empresarial sustancialmente más amplia: desde hoteles y restaurantes en Stratford hasta recorridos a pie en Londres, sin olvidar los bares cercanos a ese balcón tan especial en la ciudad italiana de Verona, además de las ventas de libros y objetos de interés, e incluso clases de liderazgo para hombres y mujeres de negocios. Definitivamente no se trata de mucho ruido y pocas nueces.
Medida por medida
En la opinión de Piers Ibbotson, hay tantas lecciones de Shakespeare acerca de los peligros y trampas del poder que le han proporcionado un fondo inagotable de material para sus talleres de gestión y liderazgo en las últimas dos décadas.
"Las obras de Shakespeare son estudios de caso de los dilemas humanos centrales", dice Ibbotson, de 61 años de edad, quien forma parte de la unidad Crear de la escuela de negocios de Warwick. "Sus obras son tan ricas y tan complejas, que hay muchas situaciones reales para examinar. Representarlas es una experiencia muy poderosa, pues la gente puede meterse físicamente en esas situaciones". Crear utiliza las obras de Shakespeare para guiar a los estudiantes y a sus clientes empresariales a través de numerosas situaciones difíciles de negocios.
Parece que los que trabajan en teatro evitan decir su nombre y la llaman "la obra escocesa", pues se dice que Shakespeare usó hechizos reales y las brujas se enojaron y la maldijeron.
"Macbeth", por ejemplo, es visto como un estudio sobre los límites de la ambición, mientras que "La tempestad", como una metáfora de una tormenta perfecta de la rivalidad en el lugar de trabajo.
"El sueño de una noche de verano" se utiliza para explorar la transformación en los negocios, y "El mercader de Venecia" enseña sobre el cumplimiento de los contratos.
Ibbotson dice: "Shakespeare es un recurso maravilloso y, por supuesto, siempre estás usando un lenguaje tan poderoso, que le permite a la gente articular las ideas mucho más sutiles y complejas que si se limitaran al pobre lenguaje de negocios".
Hijo del mejor
Richard Olivier, de 54 años, es otra persona que aprovecha las obras de Shakespeare para enseñar buen liderazgo y práctica empresarial.
"Shakespeare, lo más cercano a la encarnación del ojo de Dios", dijo Sir Lawrence Olivier
Es el hijo de Sir Laurence Olivier, el actor shakespeariano más famoso del siglo XX de Reino Unido, y opina que "Shakespeare es un profesor de ética increíble".
"Aparte de las obras históricas, no hay obras en las que el malo se salga con la suya al final".
Los clientes de la empresa de Olivier. Olivier Mythodrama, incluyen a los gerentes del Servicio Nacional de Salud británico, la Policía Metropolitana y Daimler-Benz.
"Hay un gran drama en el liderazgo, y Shakespeare fue probablemente el primer dramaturgo en retratar el drama humano y el liderazgo en forma tridimensional", señala Olivier.
¿Sueño de una noche de verano?
Shakespeare vivió de su arte y sus inversiones... y durante 400 años muchos otros han vivido gracias a él.
El área conocida como la Inglaterra de Shakespeare (que incluye las ciudades de Stratford, Royal Leamington Spa, Kenilworth y Warwick) recibió a 9,94 millones de turistas en 2014, según Shakespeare Birthplace Trust, la fundación de beneficencia que cuida de los sitios del patrimonio Shakespeare.
Añade que el valor total del turismo para la economía local de la región es de US$900 millones, que sustenta unos 11.150 puestos de trabajo.
Alisan Cole, del Shakespeare Birthplace Trust, le contó a la BBC que "2014, el 450 aniversario del nacimiento de Shakespeare, fue nuestro año récord, con 820.000 visitantes, y estamos esperando que 2016 llegue a estar a la par o lo supere".
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/04/160421_legado_economico_de_william_shakespeare_finde_dv
domingo, 29 de marzo de 2015
Un estudio concluye que ninguna línea española de AVE es rentable. La demanda no será suficiente para recuperar la inversión, avisa Fedea
“Ni para las empresas, ni para la sociedad”. Así de concluyentes se muestran Ofelia Betancor y Gerard Llobet en un estudio presentado este jueves que analiza si son rentables los principales corredores de alta velocidad en España. Los investigadores de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) estiman que, ni considerando los beneficios indirectos, como los derivados de los ahorros de tiempo, la descongestión en las carreteras, o el coste evitado en trayectos de avión, se compensa la multimillonaria inversión realizada. La clave, aducen, es que el nivel de demanda no es, ni será, suficiente para generar los ingresos precisos.
Un anterior estudio de Fedea (en cuyo patronato participan el Banco de España y una docena de grandes compañías) contrastaba las grandes cifras del despliegue del tren de alta velocidad con lo ocurrido en otros países. Un contraste que precipita la pregunta sobre la rentabilidad de esa apuesta: La red española, con 2.515 kilómetros en servicio y otros 1.200 en construcción, es la segunda mayor del mundo, solo detrás de la china. Y, con mucha diferencia, es la mayor en términos relativos: 54 kilómetros por millón de habitantes, frente a los 31 kilómetros de Francia. Sin embargo, el número de viajeros que usan este modo de transporte está muy lejos del que registran otros países: aun con el repunte registrado el año pasado —un incremento del 16%, hasta los 29,7 millones de viajeros—, en España hay 11.800 pasajeros por kilómetro operativo de AVE, cuando en Japón (158.121) o Francia (61.400) la relación es mucho mayor.
El punto de partida, pues, es que en España hay pocos viajeros para tantos kilómetros de AVE. Y que, como destacan los investigadores de Fedea, el despliegue ha tenido un coste multimillonario para las arcas públicas, pese a que el coste por kilómetro de vía es de los más bajos del mundo: se han gastado más de 40.000 millones de euros solo en la construcción de las líneas, con obras programadas que sumarán 12.000 millones más. Es, además, una prioridad de este y anteriores Gobiernos. El Ministerio de Fomento, en pleno año electoral, quiere poner en servicio 1.000 kilómetros más para conectar a ocho capitales a la red de alta velocidad, lo que se llevará casi la mitad de la inversión que ha presupuestado para 2015.
La cuestión a la que quieren responder los investigadores es si esa inversión acabará siendo recuperada en 50 años desde el inicio de la construcción de las vías. Para ello estiman los ingresos en el periodo y los costes variables (explotación, mantenimiento, compra de trenes, etc). En el cálculo aplican una tasa de descuento —la rentabilidad mínima exigida a un proyecto de inversión—, que permite comparar la inversión inicial con el flujo de ingresos y costes acumulados en ese medio siglo. Y expresa el resultado (el valor esperado descontado de cada magnitud) en euros de 2013.
El estudio se concentra en los cuatro principales corredores de AVE, el Madrid-Barcelona, el Madrid-Andalucía, el Madrid-Levante y el Madrid-Norte, que suman más del 70% del tráfico y cerca del 60% de la inversión hecha. En los tres primeros, los ingresos superan los costes variables, lo que implica que es mejor seguir operándolos que dejar de hacerlo. En el Madrid-Norte, sin embargo, incluso la propia explotación sería deficitaria, con lo que el coste para las arcas públicas seguiría aumentando. A diferencia del resto, este corredor no ha conectado aún en alta velocidad real (y por tanto no ha podido robar viajeros al avión) con el área de más peso económico, en este caso el País Vasco, y la mayoría de los trayectos se cubren con trenes Alvia, que no llegan a los 250 kilómetros por hora...
La conclusión del estudio es contundente. La construcción de las líneas AVE no aporta ningún beneficio a las empresas públicas, ni a la sociedad en su conjunto si se tiene en cuenta la enorme inversión hecha, en comparación con la posición de partida, una red ferroviaria convencional en convivencia con aeropuertos y autovías. Y, tras lamentar que el Gobierno no haya publicado los análisis en los que se basó para decidir la construcción de cada corredor, destaca “el alto coste de oportunidad que habrá asumido la sociedad española como consecuencia de tales decisiones de inversión y la persistencia de sus consecuencias para el futuro”. Solo un aumento muy considerable de los viajeros, que desborde las previsiones hechas en este trabajo –Fomento cree posible duplicar el tráfico en cinco años-, limitaría esas pérdidas.
Los investigadores de Fedea especulan con otras razones, más allá de las económicas, para explicar este inusitado despliegue de la red de alta velocidad. “Una de ellas puede ser el supuesto rédito político”, añaden, antes de desgranar otras “justificaciones empleadas”: “el prestigio otorgado a España”, “el desarrollo de la industria nacional” o “la cohesión política”. “Nuestros resultados ponen de manifiesto la falta de justificación económica fundamentada para acometer las inversiones de alta velocidad en España”, insisten.
http://economia.elpais.com/economia/2015/03/26/actualidad/1427367930_711155.html
La pregunta obligada, ¿Alguien responderá, se harán responsables los gestores, los gobiernos?
Un anterior estudio de Fedea (en cuyo patronato participan el Banco de España y una docena de grandes compañías) contrastaba las grandes cifras del despliegue del tren de alta velocidad con lo ocurrido en otros países. Un contraste que precipita la pregunta sobre la rentabilidad de esa apuesta: La red española, con 2.515 kilómetros en servicio y otros 1.200 en construcción, es la segunda mayor del mundo, solo detrás de la china. Y, con mucha diferencia, es la mayor en términos relativos: 54 kilómetros por millón de habitantes, frente a los 31 kilómetros de Francia. Sin embargo, el número de viajeros que usan este modo de transporte está muy lejos del que registran otros países: aun con el repunte registrado el año pasado —un incremento del 16%, hasta los 29,7 millones de viajeros—, en España hay 11.800 pasajeros por kilómetro operativo de AVE, cuando en Japón (158.121) o Francia (61.400) la relación es mucho mayor.
El punto de partida, pues, es que en España hay pocos viajeros para tantos kilómetros de AVE. Y que, como destacan los investigadores de Fedea, el despliegue ha tenido un coste multimillonario para las arcas públicas, pese a que el coste por kilómetro de vía es de los más bajos del mundo: se han gastado más de 40.000 millones de euros solo en la construcción de las líneas, con obras programadas que sumarán 12.000 millones más. Es, además, una prioridad de este y anteriores Gobiernos. El Ministerio de Fomento, en pleno año electoral, quiere poner en servicio 1.000 kilómetros más para conectar a ocho capitales a la red de alta velocidad, lo que se llevará casi la mitad de la inversión que ha presupuestado para 2015.
La cuestión a la que quieren responder los investigadores es si esa inversión acabará siendo recuperada en 50 años desde el inicio de la construcción de las vías. Para ello estiman los ingresos en el periodo y los costes variables (explotación, mantenimiento, compra de trenes, etc). En el cálculo aplican una tasa de descuento —la rentabilidad mínima exigida a un proyecto de inversión—, que permite comparar la inversión inicial con el flujo de ingresos y costes acumulados en ese medio siglo. Y expresa el resultado (el valor esperado descontado de cada magnitud) en euros de 2013.
El estudio se concentra en los cuatro principales corredores de AVE, el Madrid-Barcelona, el Madrid-Andalucía, el Madrid-Levante y el Madrid-Norte, que suman más del 70% del tráfico y cerca del 60% de la inversión hecha. En los tres primeros, los ingresos superan los costes variables, lo que implica que es mejor seguir operándolos que dejar de hacerlo. En el Madrid-Norte, sin embargo, incluso la propia explotación sería deficitaria, con lo que el coste para las arcas públicas seguiría aumentando. A diferencia del resto, este corredor no ha conectado aún en alta velocidad real (y por tanto no ha podido robar viajeros al avión) con el área de más peso económico, en este caso el País Vasco, y la mayoría de los trayectos se cubren con trenes Alvia, que no llegan a los 250 kilómetros por hora...
La conclusión del estudio es contundente. La construcción de las líneas AVE no aporta ningún beneficio a las empresas públicas, ni a la sociedad en su conjunto si se tiene en cuenta la enorme inversión hecha, en comparación con la posición de partida, una red ferroviaria convencional en convivencia con aeropuertos y autovías. Y, tras lamentar que el Gobierno no haya publicado los análisis en los que se basó para decidir la construcción de cada corredor, destaca “el alto coste de oportunidad que habrá asumido la sociedad española como consecuencia de tales decisiones de inversión y la persistencia de sus consecuencias para el futuro”. Solo un aumento muy considerable de los viajeros, que desborde las previsiones hechas en este trabajo –Fomento cree posible duplicar el tráfico en cinco años-, limitaría esas pérdidas.
Los investigadores de Fedea especulan con otras razones, más allá de las económicas, para explicar este inusitado despliegue de la red de alta velocidad. “Una de ellas puede ser el supuesto rédito político”, añaden, antes de desgranar otras “justificaciones empleadas”: “el prestigio otorgado a España”, “el desarrollo de la industria nacional” o “la cohesión política”. “Nuestros resultados ponen de manifiesto la falta de justificación económica fundamentada para acometer las inversiones de alta velocidad en España”, insisten.
http://economia.elpais.com/economia/2015/03/26/actualidad/1427367930_711155.html
La pregunta obligada, ¿Alguien responderá, se harán responsables los gestores, los gobiernos?
jueves, 3 de octubre de 2013
El ‘Quijote’ para líderes. La dieta lectora de los políticos no solo se compone de informes técnicos. “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”.
Los alumnos de la Harvard Business School estudian gestión con obras como "Antígona" o ‘Muerte de un viajante’
A veces los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. Hace dos semanas, con motivo de la muerte del filólogo catalán Martín de Riquer, algunas necrológicas recordaron que en 1960, durante un semestre, enseñó literatura a don Juan Carlos, por entonces un príncipe de 22 años. Dicen que Riquer, sabio y maestro de sabios, estaba especialmente orgulloso de dos cosas: de haber animado al futuro rey a leer el Quijote y de haber conservado un examen —escrito en tinta verde, para más señas— en el que su ilustre alumno comparaba las obras de Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. De ello se deduce que uno de los protagonistas de las crónicas del siglo XX se acercó, siquiera parcialmente, a la General Estoria del primero y El Llibre dels fets del segundo tanto como a las andanzas políticas de Sancho Panza.
El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya. Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Antígona, de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “Las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.
En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años, no en Davos, sino en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia escuela de negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está —junto a Historia viva, las memorias de Hillary, su esposa— la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Por su parte, Barack Obama ha citado alguna vez entre las obras literarias que más le han influido las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales, el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln. Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha's Vineyard durante las vacaciones de verano de 2010. Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina, un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. Ni que decir tiene que los pedidos se dispararon en Amazon.
Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas, un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado por dos veces la utilidad política de la literatura. Y de paso, la utilidad publicitaria de la política. Así, en los años ochenta las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, fuera ya de La Moncloa, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina —una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric— que con todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.
La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano de 2007 el presidente Rodríguez Zapatero declaró en EL PAÍS que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, su poeta favorito.
Al otro lado de eso que llaman espectro político las cosas no son muy distintas. Manuel Pimentel, ministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP entre 1999 y 2000, recuerda ahora cómo intentaba que los árboles no le impidiesen ver el bosque: “Entre lecturas técnicas del ámbito social y laboral, que son importantísimas porque te ayudan a entender temas sobre los que tienes que decidir, buscaba libros que me dieran una perspectiva general y me explicasen por dónde iban las corrientes sociológicas, sobre todo en Estados Unidos, que eran las más influyentes”. Así, junto a ensayos sobre nuevas tecnologías —“entonces todo estaba empezando”—, el exministro recuerda la lectura de El choque de civilizaciones, publicado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1996 y popularizado globalmente a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con Pimentel ya fuera del Gobierno.
“Entender” y “perspectiva” son dos palabras que se repiten en el discurso de Pimentel, hoy propietario de la editorial Almuzara. A ellas les suma una tercera —“supervivencia”— la cineasta Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura entre 2009 y 2011. El día que la nombraron, recuerda, estaba leyendo la novela Shosha, de Isaac Bashevis Singer, uno de sus autores preferidos. Retomarla le costó un mundo: “Entré en el ministerio y me era imposible concentrarme en ella, me resultaba todo muy ajeno, lejano. Sin embargo, renunciar a mi lectura de persona normal era demasiada renuncia, me parecía que por salud mental debía ser capaz de leer ficción”. Meses después pudo volver a ella y terminarla. En su caso, la ficción y la poesía formaban a veces parte del trabajo. Por ejemplo, las escritas por Juan Marsé, José Emilio Pacheco y Ana María Matute, “los tres Cervantes que me tocaron”. Los leyó o releyó, explica, “para preparar los discursos de la ceremonia de entrega”.
Para dar cuenta de otras ceremonias, las del poder y la cultura, escribió Jorge Semprún sus memorias ministeriales, Federico Sánchez se despide de ustedes, una brillante y descarnada crónica de sus días en el Gobierno de Felipe González entre 1988 y 1991. Por supuesto, esas páginas fueron lectura obligada para González-Sinde. “Me lancé sobre las memorias de Semprún en su etapa de ministro y sobre el libro que la actriz Jane Alexander había escrito después de su paso por el National Endowment for The Arts con el presidente Clinton”, recuerda. Y matiza: “Ninguno de los dos me sirvió para lo que buscaba: un manual de supervivencia en la Administración y la política para una persona de la cultura”. Más útiles le fueron Anatomía de un instante, la novela de Cercas sobre el 23-F —“que devoré”— o los ensayos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, un exégeta de la disolución de las viejas certezas en tiempos de modernidad líquida a quien siempre recurre “en momentos comprometidos en busca de explicaciones para entender el mundo”.
Sinde sustituyó en el cargo al escritor César Antonio Molina y, además, de cartera, los dos compartieron lectura: por supuesto, Semprún. Molina lo había leído desde muy joven y lo conocía personalmente desde hacía tiempo. “Para prepararme para el desenlace final me valió mucho Federico Sánchez se despide de ustedes. Un ministro de Cultura no puede dejar de leerlo para saber la gratitud que le espera”, dice ahora con cierta ironía.
Ni Sinde ni Molina son políticos profesionales, de ahí que la pregunta sobre qué debe leer un gobernante “para entender el mundo” derive fácilmente en “para entender el mundo de la política”, es decir, el poder. Así, este último, hoy director de la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, cuenta cómo durante sus días de ministro (de 2007 a 2009) proyectó un libro que tratase de los conflictos entre los intelectuales y el poder político. “Para eso”, relata, “emprendí una lectura concienzuda de autores que ya conocía pero que entonces —mis años en el Ministerio de Cultura— revisé desde mi situación tan peculiar: Cicerón, Séneca, Spinoza, Bacon, Servet, Rousseau, Jovellanos, Blanco White, Campomanes, Lista y demás ilustrados, Larra, Azaña, pasando por Pasternak o Milosz”. Producto de esas lecturas y de su propia experiencia es un libro de título diáfano, Cultura y poder, que ya ha entregado a la editorial Destino. Será la cara ensayística de una moneda cuya cara narrativa tardaremos en leer: “Siguiendo el ejemplo de Azaña”, César Antonio Molina llevó un diario del que en el futuro saldrá otro libro. En futuro: “Hoy todavía lo considero impublicable”.
Puede que algún día un gobernante lea esos libros todavía inéditos para saber qué le espera. Entre tanto, ahí sigue Marguerite Yourcenar, que en la novela que causó furor ministerial hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.
Libros que explican el mundo
¿Qué libros debería leer un político (o un peatón, es decir, un ciudadano medio) para entender el mundo actual? Cuatro expertos responden a esa pregunta:
» Economía.
Luis Perdices de Blas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense, recomienda dos títulos que, dice, puede leer un lector culto sin ser economista. El primero es Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, “imprescindible” porque trata del “marco institucional adecuado —Estado, derecho de propiedad, seguridad en los contractos, etcétera—” para que se produzca el crecimiento económico. “Además, expone las teorías que no funcionan para explicar el atraso económico. No hay una receta para el crecimiento, pero el libro argumenta bien lo que no ha funcionado”. El segundo es Keynes vs. Hayek, de Nicholas Wapshott, en el que, añade Perdices, se expone con claridad el debate entre intervención pública y libertad económica: “Keynes y Hayek vivieron y sufrieron la crisis de 1929, que tiene algunos rasgos parecidos a la actual. Los economistas empleamos las teorías de Keynes o Hayek —con algunos matices y actualizaciones— en nuestras argumentaciones”. » Historia. Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional en 2011 por su biografía de la reina Isabel II elige un solo título: Postguerra, del desaparecido Tony Judt, un titánico recorrido (1.200 páginas) por la historia de Europa desde 1945 en el que el rigor no impide la claridad. “Ahora que se impone el modelo asiático”, dice Burdiel, “el libro de Judt es una perfecta explicación de lo que perdemos: el pacto social y político posterior a la II Guerra Mundial”.
» Geopolítica.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid y premio Nacional de Traducción el año pasado, Luz Gómez García propone dos títulos para entender un mundo que no se acaba en Occidente. Empieza con un clásico publicado en 1978, Orientalismo, de Edward Said, que “cuestiona la configuración de un Oriente a la medida de los intereses occidentales, en particular en lo referente al mundo árabe”. Con Said, explica, “se abrió la puerta a la descolonización del conocimiento. El término orientalista ya es parte de la cultura contemporánea lo mismo que kafkiano”. Su otra recomendación es un libro traducido en España hace solo unos meses: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, de Vijay Prashad: “Cuenta la historia de un mundo que no pudo ser: en medio de la guerra fría, las naciones que buscaron vías de desarrollo independientes vieron cómo las hegemonías capitalista o comunista bloqueaban cualquier posibilidad de futuro alternativo”.
» Filosofía y literatura.
La recomendación de Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, es múltiple, pero contundente: “Hoy cualquier político debería leer a los chinos, sus pensamientos, su poesía, todo, porque son los que van a mandar mañana. Y luego, Del espíritu de las leyes, de Montesquieu (para que entiendan la importancia de la separación de poderes), el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (para que sepan respetar al vecino) y Los papeles póstumos del Club Pickwick, la novela de Dickens (para que tengan sentido del humor)”.
» Internet.
Para comprender los pros y contras del ciberespacio, el especialista en cultura digital José Antonio Millán recomienda dos ensayos recientes: Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, de César Rendueles (“Twitter no ayudará a hacer la revolución: el ciberfetichismo nos mantendrá distraídos en vez de en acción”), y Big data. La revolución de los datos masivos, de los autores Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (“Lo que estamos diciendo sobre nosotros en la Red, y cómo lo van a usar”).
Fuente: El País.
A veces los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. Hace dos semanas, con motivo de la muerte del filólogo catalán Martín de Riquer, algunas necrológicas recordaron que en 1960, durante un semestre, enseñó literatura a don Juan Carlos, por entonces un príncipe de 22 años. Dicen que Riquer, sabio y maestro de sabios, estaba especialmente orgulloso de dos cosas: de haber animado al futuro rey a leer el Quijote y de haber conservado un examen —escrito en tinta verde, para más señas— en el que su ilustre alumno comparaba las obras de Alfonso X el Sabio y Jaime I el Conquistador. De ello se deduce que uno de los protagonistas de las crónicas del siglo XX se acercó, siquiera parcialmente, a la General Estoria del primero y El Llibre dels fets del segundo tanto como a las andanzas políticas de Sancho Panza.
El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya. Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante, de Arthur Miller, o Antígona, de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “Las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.
En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años, no en Davos, sino en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia escuela de negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está —junto a Historia viva, las memorias de Hillary, su esposa— la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Por su parte, Barack Obama ha citado alguna vez entre las obras literarias que más le han influido las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales, el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln. Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad, la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha's Vineyard durante las vacaciones de verano de 2010. Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina, un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. Ni que decir tiene que los pedidos se dispararon en Amazon.
Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas, un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado por dos veces la utilidad política de la literatura. Y de paso, la utilidad publicitaria de la política. Así, en los años ochenta las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, fuera ya de La Moncloa, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina —una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric— que con todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.
La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano de 2007 el presidente Rodríguez Zapatero declaró en EL PAÍS que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, su poeta favorito.
Al otro lado de eso que llaman espectro político las cosas no son muy distintas. Manuel Pimentel, ministro de Trabajo y Asuntos Sociales con el PP entre 1999 y 2000, recuerda ahora cómo intentaba que los árboles no le impidiesen ver el bosque: “Entre lecturas técnicas del ámbito social y laboral, que son importantísimas porque te ayudan a entender temas sobre los que tienes que decidir, buscaba libros que me dieran una perspectiva general y me explicasen por dónde iban las corrientes sociológicas, sobre todo en Estados Unidos, que eran las más influyentes”. Así, junto a ensayos sobre nuevas tecnologías —“entonces todo estaba empezando”—, el exministro recuerda la lectura de El choque de civilizaciones, publicado por el politólogo estadounidense Samuel Huntington en 1996 y popularizado globalmente a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, con Pimentel ya fuera del Gobierno.
“Entender” y “perspectiva” son dos palabras que se repiten en el discurso de Pimentel, hoy propietario de la editorial Almuzara. A ellas les suma una tercera —“supervivencia”— la cineasta Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura entre 2009 y 2011. El día que la nombraron, recuerda, estaba leyendo la novela Shosha, de Isaac Bashevis Singer, uno de sus autores preferidos. Retomarla le costó un mundo: “Entré en el ministerio y me era imposible concentrarme en ella, me resultaba todo muy ajeno, lejano. Sin embargo, renunciar a mi lectura de persona normal era demasiada renuncia, me parecía que por salud mental debía ser capaz de leer ficción”. Meses después pudo volver a ella y terminarla. En su caso, la ficción y la poesía formaban a veces parte del trabajo. Por ejemplo, las escritas por Juan Marsé, José Emilio Pacheco y Ana María Matute, “los tres Cervantes que me tocaron”. Los leyó o releyó, explica, “para preparar los discursos de la ceremonia de entrega”.
Para dar cuenta de otras ceremonias, las del poder y la cultura, escribió Jorge Semprún sus memorias ministeriales, Federico Sánchez se despide de ustedes, una brillante y descarnada crónica de sus días en el Gobierno de Felipe González entre 1988 y 1991. Por supuesto, esas páginas fueron lectura obligada para González-Sinde. “Me lancé sobre las memorias de Semprún en su etapa de ministro y sobre el libro que la actriz Jane Alexander había escrito después de su paso por el National Endowment for The Arts con el presidente Clinton”, recuerda. Y matiza: “Ninguno de los dos me sirvió para lo que buscaba: un manual de supervivencia en la Administración y la política para una persona de la cultura”. Más útiles le fueron Anatomía de un instante, la novela de Cercas sobre el 23-F —“que devoré”— o los ensayos del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, un exégeta de la disolución de las viejas certezas en tiempos de modernidad líquida a quien siempre recurre “en momentos comprometidos en busca de explicaciones para entender el mundo”.
Sinde sustituyó en el cargo al escritor César Antonio Molina y, además, de cartera, los dos compartieron lectura: por supuesto, Semprún. Molina lo había leído desde muy joven y lo conocía personalmente desde hacía tiempo. “Para prepararme para el desenlace final me valió mucho Federico Sánchez se despide de ustedes. Un ministro de Cultura no puede dejar de leerlo para saber la gratitud que le espera”, dice ahora con cierta ironía.
Ni Sinde ni Molina son políticos profesionales, de ahí que la pregunta sobre qué debe leer un gobernante “para entender el mundo” derive fácilmente en “para entender el mundo de la política”, es decir, el poder. Así, este último, hoy director de la Casa del Lector de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, cuenta cómo durante sus días de ministro (de 2007 a 2009) proyectó un libro que tratase de los conflictos entre los intelectuales y el poder político. “Para eso”, relata, “emprendí una lectura concienzuda de autores que ya conocía pero que entonces —mis años en el Ministerio de Cultura— revisé desde mi situación tan peculiar: Cicerón, Séneca, Spinoza, Bacon, Servet, Rousseau, Jovellanos, Blanco White, Campomanes, Lista y demás ilustrados, Larra, Azaña, pasando por Pasternak o Milosz”. Producto de esas lecturas y de su propia experiencia es un libro de título diáfano, Cultura y poder, que ya ha entregado a la editorial Destino. Será la cara ensayística de una moneda cuya cara narrativa tardaremos en leer: “Siguiendo el ejemplo de Azaña”, César Antonio Molina llevó un diario del que en el futuro saldrá otro libro. En futuro: “Hoy todavía lo considero impublicable”.
Puede que algún día un gobernante lea esos libros todavía inéditos para saber qué le espera. Entre tanto, ahí sigue Marguerite Yourcenar, que en la novela que causó furor ministerial hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.
Libros que explican el mundo
¿Qué libros debería leer un político (o un peatón, es decir, un ciudadano medio) para entender el mundo actual? Cuatro expertos responden a esa pregunta:
» Economía.
Luis Perdices de Blas, catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense, recomienda dos títulos que, dice, puede leer un lector culto sin ser economista. El primero es Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, “imprescindible” porque trata del “marco institucional adecuado —Estado, derecho de propiedad, seguridad en los contractos, etcétera—” para que se produzca el crecimiento económico. “Además, expone las teorías que no funcionan para explicar el atraso económico. No hay una receta para el crecimiento, pero el libro argumenta bien lo que no ha funcionado”. El segundo es Keynes vs. Hayek, de Nicholas Wapshott, en el que, añade Perdices, se expone con claridad el debate entre intervención pública y libertad económica: “Keynes y Hayek vivieron y sufrieron la crisis de 1929, que tiene algunos rasgos parecidos a la actual. Los economistas empleamos las teorías de Keynes o Hayek —con algunos matices y actualizaciones— en nuestras argumentaciones”. » Historia. Isabel Burdiel, catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Valencia y premio Nacional en 2011 por su biografía de la reina Isabel II elige un solo título: Postguerra, del desaparecido Tony Judt, un titánico recorrido (1.200 páginas) por la historia de Europa desde 1945 en el que el rigor no impide la claridad. “Ahora que se impone el modelo asiático”, dice Burdiel, “el libro de Judt es una perfecta explicación de lo que perdemos: el pacto social y político posterior a la II Guerra Mundial”.
» Geopolítica.
Profesora de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid y premio Nacional de Traducción el año pasado, Luz Gómez García propone dos títulos para entender un mundo que no se acaba en Occidente. Empieza con un clásico publicado en 1978, Orientalismo, de Edward Said, que “cuestiona la configuración de un Oriente a la medida de los intereses occidentales, en particular en lo referente al mundo árabe”. Con Said, explica, “se abrió la puerta a la descolonización del conocimiento. El término orientalista ya es parte de la cultura contemporánea lo mismo que kafkiano”. Su otra recomendación es un libro traducido en España hace solo unos meses: Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, de Vijay Prashad: “Cuenta la historia de un mundo que no pudo ser: en medio de la guerra fría, las naciones que buscaron vías de desarrollo independientes vieron cómo las hegemonías capitalista o comunista bloqueaban cualquier posibilidad de futuro alternativo”.
» Filosofía y literatura.
La recomendación de Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Barcelona, es múltiple, pero contundente: “Hoy cualquier político debería leer a los chinos, sus pensamientos, su poesía, todo, porque son los que van a mandar mañana. Y luego, Del espíritu de las leyes, de Montesquieu (para que entiendan la importancia de la separación de poderes), el Tratado sobre la tolerancia de Voltaire (para que sepan respetar al vecino) y Los papeles póstumos del Club Pickwick, la novela de Dickens (para que tengan sentido del humor)”.
» Internet.
Para comprender los pros y contras del ciberespacio, el especialista en cultura digital José Antonio Millán recomienda dos ensayos recientes: Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital, de César Rendueles (“Twitter no ayudará a hacer la revolución: el ciberfetichismo nos mantendrá distraídos en vez de en acción”), y Big data. La revolución de los datos masivos, de los autores Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Cukier (“Lo que estamos diciendo sobre nosotros en la Red, y cómo lo van a usar”).
Fuente: El País.
miércoles, 3 de junio de 2009
Una gestión "cruel con los débiles"
L’OREAL OU LA SCIENCE DE L’ETERNEL FEMININ (junio 2009)
Un management « cruel envers les faibles »
Le géant du cosmétique se distingue par son modèle de management, dit par la « saine inquiétude », et considéré comme exemplaire dans le monde de l’entreprise. Mis en place par M. Lindsay Owen-Jones, qui a dirigé le groupe pendant près de vingt ans, il repose sur l’informel, sur la culture orale, et sur l’esprit de compétition, tant en interne qu’en externe. Quelques anciens salariés ont bien voulu nous raconter leur expérience.
Cet article complète l’enquête sur L’Oréal parue dans Le Monde diplomatique de juin 2009.
(para continuar leyendo haga clik en el Titular)
Un management « cruel envers les faibles »
Le géant du cosmétique se distingue par son modèle de management, dit par la « saine inquiétude », et considéré comme exemplaire dans le monde de l’entreprise. Mis en place par M. Lindsay Owen-Jones, qui a dirigé le groupe pendant près de vingt ans, il repose sur l’informel, sur la culture orale, et sur l’esprit de compétition, tant en interne qu’en externe. Quelques anciens salariés ont bien voulu nous raconter leur expérience.
Cet article complète l’enquête sur L’Oréal parue dans Le Monde diplomatique de juin 2009.
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