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viernes, 11 de febrero de 2022

_- "En España la conquista de América se ve como un hito histórico, pero en realidad fue una brutal y sangrienta invasión que debería generar vergüenza"

_- No, al historiador español Antonio Espino López no le gusta hablar de descubrimiento de América ni de conquista de América.

"El verbo invadir es mucho más inequívoco. Implica irrumpir, entrar por la fuerza, así como ocupar anormal e irregularmente un lugar. Y eso es lo que ocurrió en el caso de América", sostiene este catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, especialista en historia de la guerra en la Edad Moderna y en la conquista hispana de América.

Es comprensible que Espino López rehúya los términos conquista o descubrimiento. En "La invasión de América: una historia de violencia y destrucción" -un libro publicado por la editorial Arpa- desvela la cultura del terror empleada por los españoles a la hora de invadir el territorio americano.

Amputaciones de manos, ejecuciones en la hoguera, empalamientos, ahorcamientos, aperreamientos en los que se lanzaban grandes perros de combate contra personas, abusos sexuales contra mujeres y niñas y masacres fueron algunos de los métodos empleados por los españoles para someter a las poblaciones locales, según detalla Espino López en su libro.

BBC Mundo ha hablado con él.

La conquista -o invasión, como usted reclama que se llame- de América, ¿fue realmente una historia de violencia y destrucción?
 
Sí. No fue diferente a cualquier otro proceso de invasión, conquista, sometimiento de un territorio y de los habitantes de ese territorio. A lo largo de la historia siempre ha ocurrido así. Y la invasión y conquista hispana de América no es diferente.

En su libro ofrece muchos y muy documentados ejemplos de la crueldad a la que llegaron los españoles en América. Uno de los métodos que afirma que empleaban contra la población autóctona era la amputación de las manos, y a veces también de las narices y de las orejas. ¿Estaba esa práctica muy extendida?

Sí, fue una práctica muy habitual que ya venía de muy antiguo. Está perfectamente documentado que ya se aplicaba en el imperialismo de la antigua Roma y, desde entonces, se ha empleado.

En las terribles guerras civiles de finales del siglo XX en algunos Estados africanos se cortaba sistemáticamente las manos a los enemigos. Se trata de una práctica típica en aquellas circunstancias o las situaciones en las que se tiene que dominar a grandes grupos de población.

Cuando los efectivos son limitados o cuando todavía no se tiene un control profundo del territorio y de las personas, se emplea el terror para atemorizar a las personas de la forma más contundente posible. En América Latina fue una práctica bastante extendida, se hace mención a ella en muchos textos.

¿Y por qué hacían algo tan abominable?
Los conquistadores con frecuencia cortaban las manos de los habitantes y cauterizaban la herida con aceite hirviendo o con fuego.

Evidentemente, de lo que se trata es que el resto de la comunidad percibiera de manera clara y contundente que el castigo aplicado a esa persona podía extenderse a muchas otras, lo que frenaba su instinto de rebelarse.

Durante el sitio de Cuzco la mutilación de las manos se empleó con mucha asiduidad, ¿verdad?

Sí. Ese fue precisamente un momento muy comprometido, había un grupo muy reducido de españoles que defendían Cuzco, aunque estaban apoyados por unos pocos miles de indios aliados.

Como la presión a la que se sometió a Cuzco en los años 1536 y 1537 fue muy fuerte, cuando los españoles conseguían hacer prisioneros les cortaban las manos para demostrar al resto a lo que se enfrentaban e intentar frenarles.

Pero en el sitio del Cuzco no sólo se cortaron manos a los guerreros enemigos, sino que cuando los conquistadores conseguían atacar alguno de sus campamentos mataban a las familias de los beligerantes, pues los acompañaban en los combates. Recurrían a cualquier tipo de barbaridad con tal de frenar las revueltas contra los intereses españoles.

Otras de esas prácticas aterrorizantes que menciona en su libro es el aperreamiento. ¿En qué consistía?

En el aperreamiento se utilizaban perros de combate y, de nuevo, se trata de una práctica muy antigua que probablemente ya se empleaba en la antigua Grecia.

Se trata de utilizar perros de gran tamaño y de gran poder físico, como alanos o mastines, contra las personas. Es una práctica muy, muy terrible. Hay que imaginarse a una persona indefensa, en ocasiones con las manos atadas, que se tiene que enfrentar a un animal o a varios animales ante los ojos del resto de la comunidad.

Esa persona moría despezada en cuestión de minutos, y verlo provocaba un fuerte shock en los que lo presenciaban. Un shock tan terrible que anulaba psicológicamente durante mucho tiempo a los que lo veían, si no para siempre.

Y el mensaje que se buscaba lanzar con los aperreamientos, de nuevo, era que si alguien se portaba mal, iba a acabar siendo ejecutada de esa forma tan horrorosa. Yo me imagino que, después de ver un aperreamiento, las personas se lo pensarían dos veces antes de rebelarse a los españoles.

¿Y era una práctica habitual?
Sí, es una práctica que se menciona en bastantes sitios. Quizás no estaba tan extendida, o no está tan documentada, como otras.

Pero se trata de una práctica tan abominable que hizo reaccionar a la monarquía española de una forma contundente, lo que revela que se utilizaba. En 1541 se publica un Real Decreto en el que se prohíbe que se críen perros con la intención última de ejecutar a las personas.

Se ha llegado a decir que en algunos casos a esos perros se les alimentaba con carne humana, evidentemente, con carne de indio. Es posible que se considerara que los aperreamientos eran útiles en los primeros momentos de invasión, conquista y asentamiento de América.

Pero que una vez que el sistema colonial ya estaba implantado, algunos españoles empezaron a verlo como algo demasiado abominable.

Hubo reacciones de algunos juristas y, sobre todo, de muchos miembros del clero que empezó a decir que ese tipo de prácticas no eran propias de cristianos ni de gente civilizada como los españoles.

En su libro también menciona ejecuciones en la hoguera, indígenas que eran quemados vivos. Fue sobre todo Pizarro el que utilizó esta práctica, pero no fue el único, ¿verdad?

La tortura fue una práctica extendida en la conquista de América

No, se utilizó por parte de muchísima gente, sobre todo al principio de la invasión de América. Era un tipo de ejecución que se reservaba sobre todo para los caciques. Porque si se ejecutaba al jefe de una comunidad, de un territorio, de nuevo se estaba mandando un mensaje muy claro.

Al ver el terrible fin que había tenido una persona de su mismo status, otros caciques dejaban de tener ganas de rebelarse.

Las ejecuciones en la hoguera se emplearon mucho en la conquista de las Antillas, en especial en Santo Domingo. Tanto Pizarro como Cortés las utilizaron en situaciones específicas.

Cortés no dudó, por ejemplo, en quemar vivos a un gran jefe mexica y a algunos de sus correligionarios para demostrarle precisamente a Moctezuma y al resto de la sociedad mexica que no toleraría ninguna revuelta ni acción en contra de los intereses españoles.

También habla de los empalamientos…
Esa práctica no era tan habitual, no he encontrado muchas menciones a ella, aparece sobre todo en algunas crónicas sobre la conquista de Venezuela.

El empalamiento parece ser que se empleaba con el objetivo de denigrar a una persona y que se asocia sobre todo al emperador Manco Inca, quien se levantó contra Pizarro y organizó una revuelta para intentar recuperar Cuzco en 1536-1537.

Manco Inca fue derrotado en esa ocasión y se retiró a un territorio cercano, a Vilcabamba, y desde allí organizó durante muchos años la guerra contra los españoles y sus aliados aborígenes, sobre todo en los pueblos indios huancas. Leyendo a los cronistas, parece ser que era Manco Inca quien utilizaba sistemáticamente los empalamientos.

Pero es obvio que los propios españoles y sus aliados indios también la utilizaban. Yo he localizado empalamientos cometidos muy puntualmente por los españoles en Nueva Granada, Venezuela y Perú.

El empalamiento se podía llevar a cabo con el cuerpo de una persona caída en combate o bien con alguien vivo, yo he encontrado los dos casos.

¿Fueron habituales las masacres en la conquista de América?

Hernán Cortés
Las prácticas como la quema de personas fueron utilizadas por muchos conquistadores como Hernán Cortés

Las masacres tuvieron lugar en determinadas circunstancias y por motivos variados: porque, por ejemplo, uno de los lugartenientes españoles o directamente los grandes caudillos entienden que se tiene que dar un gran escarmiento.

Es el caso de Alonso de Ojeda que, cuando está intentando conquistar Nueva Andalucía, hoy la costa de Colombia, recurre a las masacres, y también tenemos algún ejemplo de masacre en la conquista de Cuba.

Asimismo Cortés emprende masacres muy, muy importantes; por ejemplo en la de la ciudad de Cholula, justo antes de entrar en Ciudad de México.

En la ciudad de Cholula tuvo lugar una masacre que hoy está muy bien documentada en la que pudieron morir entre 2.000 y 6.000 personas.

También cuando Pizarro capturó a Atahualpa en la ciudad de Cajamarca se puede hablar de masacre, hubo una reacción contra el séquito de Atahualpa y se produjeron bastantes muertes. Pero parece que en ese suceso hay determinados cronistas que tratan de limpiar la imagen de Pizarro, porque según su versión de lo sucedido fue el propio Pizarro el que frenó el impulso de su gente de seguir matando, y aun así probablemente murieron varios cientos de personas, quizás miles de personas.

Hay cronistas que dicen que los hombres de Pizarro le pidieron permiso para comenzar a cortar las manos a los enemigos, y que Pizarro les dijo que no, que ya era suficiente, que no era el momento. Por la propia adrenalina que generan estas situaciones de violencia, la gente iba a más y Pizarro los frenó porque era oportuno.

Pero en las crónicas sí que se encuentran pasajes sobre el uso sistemático de matanzas, matanzas de mayor o menor grado, pero matanzas al fin y al cabo. Las hubo en Chile, en Yucatán…

La primera conquista de Yucatán es especialmente terrible, se usaron las matanzas porque había una resistencia fuerte. Hubo grandes pérdidas de vidas humanas en los combates y en las matanzas posteriores a los combates.

Dice usted que también los conquistadores recurrieron a las violaciones de mujeres como arma de guerra para sembrar el terror. Algunas de esas violaciones de mujeres incluso se cometían delante de sus maridos y de sus padres.

En algunas ocasiones así ocurrió, pero son cuestiones mucho más difíciles de documentar, porque en la documentación de la época las mujeres no aparecen al nivel que uno desearía. En la documentación las menciones a las mujeres son bastante escasas.

Y las mujeres aborígenes prácticamente ni aparecen. En todo caso, las que aparecen son las mujeres asociadas con la élite aborigen, que son las que pueden ser objeto de intercambio político, se podían ofrecer al grupo hispano para mantener una buena relación con él.

Algunos testimonios de Bernal Díaz del Castillo y de otros cronistas hablan, en la conquista de México, de que Cortés tuvo que dictar una ordenanza para obligar a sus hombres a seguir una serie de preceptos a la hora de hacer la guerra. Y eso incluía no molestar a las mujeres de los indios aliados, con lo que se dejaba el campo libre para molestar a las mujeres de los enemigos.

Además, una de las formas de compensar a los soldados cuando todavía no se podía repartir un botín en objetos, en oro y plata era permitir hacer esclavos a los varones, que evidentemente tenían un valor, y también hacer esclavas a mujeres, que tenían otro tipo de valor.

Díaz del Castillo recoge, por ejemplo, que la tropa, los participantes en la conquista que no son altos oficiales, se quejaban de que las mujeres esclavizadas más bellas son ojeadas y rápidamente apartadas porque eran para uso y disfrute de la oficialidad, y el resto de las mujeres ya se repartían entre los demás.

Todo eso existió, pero es muy difícil de documentar. Hay algunas voces críticas -algún jurista, algún miembro de la Iglesia- que sí hacen referencia a esas circunstancias, y que son especialmente terribles. Hay autores que han encontrado expedientes de determinados personajes que hoy día consideraríamos directamente pederastas.

¿Por qué todas esas prácticas de las que usted habla no se enseñan en los colegios españoles? ¿Por qué la población española desconoce el nivel de crueldad de los conquistadores de América?

Yo creo que porque todavía somos rehenes de la historia imperial maravillosa, hay de hecho algún autor que ha hablado de la historia sagrada de la conquista de América.

Eso nos viene de la época franquista, el régimen franquista pretendió -y consiguió- desarrollar una historia imperial de la conquista de América, jugando con la baza de que el final del siglo XV y todo el siglo XVI es el gran momento de la monarquía hispánica.

Y, en ese contexto, se consideraba que no se podía ensombrecer un asunto tan trascendente para la historia de la humanidad como es el descubrimiento de América revelando las fórmulas que se utilizaron para esa invasión, conquista y asentamiento.

El franquismo se apropió de la historia de España con fines ideológicos, y ocultó los elementos más terribles que toda invasión, conquista e imperialismo conlleva. Y esa idea perdura hasta hoy.

El rey Felipe VI, que recientemente viajó a Puerto Rico con motivo de los 500 años de la fundación de San Juan de Puerto Rico, sigue con este discurso típico de que España llevó a América la civilización, la cultura, la lengua, la religión, la tecnología y la palabra libertad. Porque encima cuentan cómo los conquistadores se aliaron con algunos grupos aborígenes para luchar contra otros grupos dominantes que los tenían sometidos, y que por lo tanto "liberaron" a esas poblaciones.

¿Y no es verdad?
Liberaron a las élites de esas poblaciones. A aquellos grupos que se aliaron con los españoles y se enfrentaron a los mexicas o a los incas para intentar no estar sometidos a ellos, de vivir mejor en el sentido de no estar sometidos a estos, les fue muy bien. Pero solamente a esas gentes. A todo el resto de sociedades aborígenes les fue terriblemente mal.

Uno de los argumentos a los que recurren los defensores de la conquista de América Latina es que allí hubo mestizaje, mientras que en la América de Norte no lo hubo…

Es cierto que el mestizaje en América Latina es muy alto. Pero es erróneo pensar en ese mestizaje como algo positivo para las dos partes, cuando fue algo más bien impuesto por los españoles.

En el siglo XVI sólo el 20% -el 25% como máximo- de la población española que se asentó en América eran mujeres. El resto eran hombres, casi todos ellos jóvenes. Y si la población española en América Latina estaba formada por un alto porcentaje de hombres jóvenes y el número de mujeres era muy pequeño, es lógico que hubiera mestizaje.

Fue una colonización muy distinta en ese sentido a la que llevó cabo Inglaterra en el siglo XVII y sobre todo en el XVIII en las colonias de Norteamérica, donde las personas que se trasladaron a esos territorios eran con frecuencia familias enteras. Además, por una cuestión de religión y de raza, esa gente no quería mezclarse con los indios, rechazan a los indios.

Otro de los argumentos que esgrimen los defensores de la conquista de América es que fue heroico solo un puñado de hombres pudieran conquistar todos esos territorios. ¿Se consiguió por medio de una crueldad extrema?

Los conquistadores se aliaban con grupos indígenas para poder ganar sus batallas

Por un lado, es cierto que hubo crueldad extrema, violencia extrema y terror, sobre todo en el comienzo, cuando los conquistadores tuvieron que imponerse a la fuerza a grupos humanos mucho más numerosos para poder sobrevivir. Y muchos murieron por el camino.

Pero los conquistadores también se dieron cuenta de que necesitaban aliarse con algunos grupos indios de territorios como México, Perú, etcétera, porque si no la guerra no la iban a ganar nunca. Otra de las falacias que nos ha contado el franquismo es el aspecto heroico de que con muy reducidas huestes se consiguió conquistar todo un continente.

Cortés empezó la conquista de México con 600 hombres y llega a tener 2.200. Pizarro, por su parte, consigue la conquista de Perú con menos de 600 hombres europeos. Lo que hasta hace relativamente poco tiempo no nos habían explicado es que fue absolutamente necesaria la fuerza de los aliados aborígenes para derrotar al imperio Mexica y al imperio Inca.

Sin la ayuda de lo que en las crónicas llaman aliados, auxiliares o indios amigos, es imposible que los españoles hubiesen vencido en esos conflictos.

En sociedades más reducidas como las Antillas pudieron más o menos asentarse con los efectivos hispanos. Y en zonas como lo que hoy es Panamá no lo habrían conseguido si no hubiera sido por el uso masivo del terror. Uno de los primeros en utilizar de manera abundante el aperreamiento del que hablábamos antes fue Núñez de Balboa en la zona del Panamá actual.

Muchos aseguran que murieron muchos más indios a causas de las enfermedades que llevaron españoles que por su violencia. ¿Es verdad?

Se puede decir que sí. Las epidemias y enfermedades desconocidas afectaron tanto a la población aborigen como a los conquistadores, aunque a estos últimos en un grado mucho más reducido, y provocaron en la población local una mortandad que difícilmente con las armas se pudo conseguir.

Pero lo que es importante tener en cuenta es que las enfermedades y epidemias se desataron cuando ya se habían iniciado los conflictos y la guerra, cuando ya se había producido un gran quebranto de la población, cuando ya se había impuesto un sistema colonial que se caracterizaba por explotar, muchas veces hasta la muerte, a las personas…

Es en este contexto de destrucción de una sociedad, de destrucción de una religión y de desestructuración de la vida de las personas cuando llegaron las enfermedades, provocando aún más muertes y más destrucción.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, reclama que España pida perdón por la conquista de América, de la invasión de América. ¿Cree que España debería hacerlo?

Quizás el término perdón es un poco excesivo. Yo me conformaría con que desde el Estado español se pidieran disculpas públicamente por buena parte de lo ocurrido hace 500 años, reconociendo que se cometieron excesos típicos de cualquier imperialismo, tanto anterior como posterior.

Los norteamericanos llevaron a cabo masacres contra la población aborigen en el siglo XIX, los británicos cometieron auténticas barbaridades en Australia, los turcos cometieron un genocidio contra los armenios, los alemanes cometieron genocidios en África, Leopoldo II de Bélgica cometió un terrible genocidio en el Congo…

Pero nosotros también hicimos muchas barbaridades. Nosotros, los españoles, no somos mejores ni peores que los demás, nos comportamos exactamente igual que cualquier otro imperialismo.

¿Hubo un genocidio en América Latina por parte de los conquistadores?
Me cuesta emplear la palabra genocidio para el caso de América Latina, porque no hubo voluntad de destrucción y de exterminio como sí la hubo por ejemplo en el Congo para aquellos que no querían trabajar en la extracción del caucho.

El caso español en América Latina fue bastante distinto, aunque las consecuencias de las políticas que se aplicaron allí acabaron como si de un genocidio se hubiese tratado. Pero no es un genocidio como tal, porque no había voluntad de exterminio.

El indio era la mano de obra básica para el sistema colonialista español, si se exterminaba a los indios desaparecía la mano de obra.

Lo que pasa es que el deseo por enriquecerse fue tan brutal que no vacilaron en aplicar una violencia enorme cuando lo consideraron necesario. Sobre todo al principio, cuando los españoles pensaban que los indios eran un bien inagotable. Luego se dieron cuenta de que no, de que eran un bien escaso.

¿Y qué cambiaría si España pidiera perdón?
Yo creo que en el momento en que en América Latina se perciba que hay cierta voluntad por entendernos mejor, por reconocer que se hicieron cosas muy, muy terribles, la presión a la que a veces se somete a la sociedad española desde Latinoamérica se reducirá.

Si España sigue sin reconocer los excesos que se cometieron, la rapiña a la que se sometió a todo un continente, etcétera, es normal que desde determinados ambientes de América Latina si siga reclamando que lo haga.

Se han derribado en América estatuas de Colón, de Fray Junípero Serra... ¿Lo entiende?
Lo entiendo desde el presupuesto de que se cometieron excesos que España nunca ha reconocido. Colón no sólo fue el almirante que descubrió América, es alguien que a partir de 1492 pone en marcha una empresa de venta de esclavos.

Si no se sabe eso, y en España apenas se sabe, difícilmente se puede entender que se derribe una estatua de Colón. Por su parte Junípero Serra era un misionero, y los misioneros en general eran personas con las mejores intenciones del mundo.

De hecho, fueron utilizados por la monarquía hispánica en la segunda mitad del XVII y a lo largo del XVIII como la cara amable de la conquista. Pero inmediatamente detrás de los misioneros y de sus cruces iban las espadas. Desde ese presupuesto, también puedo entender que la estatua de Junípero Serra sea objeto de crítica política.


domingo, 26 de julio de 2020

_- La otra esclavitud: La historia oculta de indios y esclavos

_-  La última oleada internacional de revisión de la historia colonial, que, partiendo de movilizaciones norteamericanas, se ha traducido, entre otras cosas, en el derribo y pintarrajeo de las estatuas de numerosos próceres, ha movido a la revista The New York Review of Books a exhumar la reseña crítica de un libro importante de Andrés Reséndez, que se editó en 2016. El libro, del que ya dimos cuenta en su día [https://www.sinpermiso.info/textos/indios-y-negros-esclavos-en-el-nuevo-...], se publicó además en versión castellana el año pasado. SP.

The Other Slavery: The Uncovered Story of Indian Enslavement in America, de Andrés Reséndez [Houghton, Mifflin Harcourt 2016]. [La otra esclavitud: Historia oculta del esclavismo indígena, Ed. Grano de sal, 2019]

El mercado europeo de esclavos africanos, que se inició con un cargamento de negros mauritanos desembarcados en Portugal en 1441, y el explorador Cristóbal Colón, nacido en Génova diez años antes, estuvieron estrechamente vinculados. La consiguiente Era de los Descubrimientos, con su expansión de los imperios y la explotación de los recursos del Nuevo Mundo, se vio acompañada de la captura y el trabajo forzado de seres humanos, empezando por los nativos americanos.

Valorar esa oportunidad comercial le aconteció de modo natural a un emprendedor como Colón, lo mismo que la presión de sus patrocinadores sobre él para que encontrara metales preciosos y las contradictorias preocupaciones de su religión, tanto para proteger como para convertir a sus paganos. El día después de que Colón desembarcara en 1492 en una isla de las actuales Bahamas y viera a sus isleños taínos, escribió que “con cincuenta hombres podrían haber sometido a todos y haberles obligado a hacer todo lo que desearan”. Pronto el comercio africano comenzó a cambiar la vida de España; en cien años, la mayoría de las familias de las ciudades poseían uno o más sirvientes negros, más del 7 % de Sevilla era negro, y una nueva categoría social de mulatos de mezcla racial se sumó a los escalones inferiores de una escalera social codificada por colores.

A Colón le gustaron los indígenas taínos, “afectuosos y sin malicia”, de habla arawak. Juzgó a los hombres, altos, apuestos y buenos agricultores, a las mujeres, atractivas, semidesnudas, y aparentemente disponibles. A cambio de cuentas de cristal, cascabeles y estrafalarias capas rojas, los marinos recibieron hilo de algodón, cotorras y alimentos de los huertos de los nativos. El pescado y la fruta frescas eran abundantes. El centelleo de los adornos que llevaban los nativos prometía oro, y éstos sabían supuestamente dónde encontrar más. Aparte de algún estallido, no hubo hostilidades graves. Colón regresó a Barcelona con seis indígenas taínos que desfilaron como curiosidades, no como esclavos, ante el rey Fernando y la reina Isabel.

Al año siguiente, Colón llevó diecisiete barcos de los que descendieron 1.500 potenciales colonos a las playas del Caribe. Cuando se quedaron, degeneraron las relaciones con los indios. Lo que pronto se impuso fue “la otra esclavitud”, que el historiador Andrés Reséndez, del campus de Davis de la Universidad de California, discute en su síntesis del último medio siglo de investigación académica sobre el esclavizamiento del indio norteamericano. Vino primero la exigencia de los mineros de cavar buscando oro. Los taínos de fácil trato se convirtieron en bateadores de oro que trabajaban bajo capataces españoles.

Los españoles explotaron asimismo las formas de servidumbre humana que ya existían en las islas. Los caribes de las Antillas Menores, una tribu más agresiva, realizaban regularmente incursiones entre los taínos, comiéndose supuestamente a los hombres, pero conservando a modo de séquito a mujeres y niños. Una discriminación semejante basada en edad y género prevalecería a lo largo de los siguientes cuatrociemtos años de servidumbre de unos indios por otros. Tal como lo formularon Bonnie Martin y James Brooks en su antología Linking the Histories of Slavery: North America and Its Borderlands [Vínculos de las Historias de la Esclavitud: América del Norte y sus tierras fronterizas]:

“América del Norte era un inmenso y palpitante mapa de de comercio, incursiones y reasentamientos. Ya se tratara de esos sistemas anteriores o posteriores al contacto con los indígenas, colonos europeos o nacionales norteamericanos, se desarrollaron en matrices culturales complejas en las que el poder social y de la riqueza económica creado al recurrir a la esclavitud se demostró indivisible. Los sistemas esclavistas indígenas y euro-norteamericanos evolucionaron e innovaron como respuesta unos de otros”.

Contra los taínos que se resistían a los españoles se abalanzaban los perros, y eran destripados por espadas, quemados en la hoguera, pisoteados por caballos, atrocidades “a las que ninguna crónica podría hacer justicia”, escribió Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los derechos de los indios, en 1542. Contra los caribes, los españoles tuvieron más dificultades, librando batallas campales, pero capturando también cientos de esclavos. Colón navegó de vuelta a casa de su segundo viaje con más de un millar de cautivos destinados a las subastas de esclavos en Cádiz (muchos murieron en el camino y sus cuerpos se lanzaron por la borda). Contemplaba un mercado futuro para el oro, especias, algodón del Nuevo Mundo, y “tantos esclavos como Vuestras Majestades ordenen hacer, de entre aquellos que son idólatras”, cuyas ventas podrían financiar posteriores expediciones.

Así se convirtió el descubridor del Nuevo Mundo en su primer traficante humano, un negocio suplementario emprendido por la mayoría de los conquistadores del Nuevo Mundo hasta que, a mediados del siglo XVII, España se opuso oficialmente a la esclavitud. Y la visión de Colón de un “cruce de vuelta del Atlántico” se desmoronó cuando los clientes españoles prefirieron a los sirvientes africanos. Los indios eran más caros de adquirir, no eran lo bastante dóciles, eran más difíciles de adiestrar, poco fiables a lo largo de los años y susceptibles a la nostalgia del hogar, a marearse en el mar, y a las enfermedades europeas. Entre otros obstáculos se contaban los recelos de la iglesia y las autoridades reales, lo que puede explicar el énfasis de Colón en “idólatras” como los caribes, cuyo estatus como “enemigos” y caníbales les hacían más idóneos legalmente para ser esclavizados.

Los indios sufrieron a causa del exceso de trabajo en los lechos auríferos, así como debido a los patógenos extraños para los que no tenían anticuerpos, y por causa del hambre como resultado del exceso de actividad cazadora y la falta de cultivo agrícola. En el curso de dos generaciones, la población indígena caribeña se enfrentó a un “declive cataclísmico”. En la isla de La Española, de una población indígena estimada en 300.000 personas, quedaban sólo 11.000 taínos vivos para 1517. En diez años, seiscientas aldeas o más quedaron vacías.

Pero aun mientras se procedía a la limpieza étnica del Caribe de sus habitantes originarios, un caso de mala conciencia sacudió Iberia. Tuvo sus orígenes en la ambivalencia del rey Fernando y la reina Isabel acerca de cómo tratar a los indios. En la primavera de 1495, sólo cuatro días después de que las regias personas aconsejaran a su obispo a cargo de los asuntos exteriores [Rodrigo Jiménez de Cisneros] que los esclavos “se venderían más fácilmente en Andalucía que en otros lugares”, ordenaron que se detuviera todo esclavizamiento humano hasta que la Iglesia les informará de “si podemos venderlos o no”. La indignación fue más evidente en la polémica de Las Casas, que había emigrado a las islas en 1502. Había sido propietario de esclavos para renunciar luego a esta práctica en 1515. Después de tomar sus votos como fraile dominico, contribuyó a impulsar las Leyes Nuevas de Indias por medio del sistema legal español en 1542. Los intereses esclavistas recurrieron a una sucesión de estrategias verbales para justificar y conservar el trabajo indio que no era libre. En fecha tan temprana como 1503, las tribus designadas como “caníbales” se convirtieron en presa vulnerable, al igual que los prisioneros tomados en “guerras justas”. Catalogados en lo sucesivo, de esclavos de guerra, se les marcó en las mejillas con una “G”. Servidumbre era lo que les esperaba automáticamente a cualquiera de los desventurados indios, conocidos como esclavos de rescate, a los que los esclavizadores españoles habían liberado de otros indios que ya les habían esclavizado; la letra “R” se les marcaba a fuego en el rostro.

En 1502, el nuevo gobernador de La Hispañola, Nicolás de Ovando, recurrió a una vieja práctica feudal para asegurarse el control sobre los cuerpos de los trabajadores. Para retener a los mineros indígenas, pero controlar la crueldad incontrolada, Ovando otorgó a los colonizadores prominentes concesiones de tierras (encomiendas) que incluía derechos de tributo y trabajo de los indios que ya residían allí. Aunque todavía vasallos, seguían siendo nominalmente libres de “propiedad”. Podían residir en sus propias aldeas, estaban teóricamente protegidos de la depredación sexual y la venta secundaria , y se suponía que recibían instrucción religiosa y una compensación en especie de un peso de oro al año, beneficios que con frecuencia se ignoraban. En los dos siglos siguientes, el sistema de la encomienda y otras formas locales de trabajo no libre se utilizaron para crear una mano de obra india esclavizada a lo largo y ancho de México, Florida, el Sudoeste norteamericano, y así hasta las Filipinas.

La historia del esclavizamiento de los nativos americanos que cuenta Reséndez se confunde con la enrevesada interacción de los sistemas indígenas e importados de servidumbre humana. Pese a su afirmación de que descubre “la otra esclavitud”, cuando habla de las demás formas de servidumbre impuestas a los indios, no llega a reconocer que no existía institución monolítica alguna semejante a esa “peculiar” y transatlántica que quedaría identificada con el Sur norteamericano, que importaba africanos vendidos como mercancías. Hasta la distinción que establecen varios investigadores académicos entre esas “sociedades esclavistas” y “sociedades con esclavos” (dependiendo de si el trabajo esclavo era o no esencial para la generalidad de la economía) se aplica sólo en parte a las situaciones enormemente complejas y hondamente localistas de los indios norteamericanos esclavizados. Pues éstas mezclaban una vertiginosa variedad de prácticas acostumbradas con sistemas coloniales para mantener una mano de obra indígena forzosa. Si Reséndez afirma abarcar toda a tragedia de la esclavitud india “a lo largo y ancho de América del Norte”, no distingue entre los diferentes sistemas coloniales de servidumbre india — que hacían posible los aliados indios de los colonizadores — que existieron bajo los regímenes inglés, francés y holandés.

Durante el siglo XVII, mientras algunos españoles seguían suscitando la pregunta de la moralidad de la esclavitud, se abrieron minas de plata en el norte de México y se incrementó la demanda de mano de obra india. Este auge iba a requerir más trabajadores que los campos de oro caribeños y duraría bastante más tiempo. Ahora el esfuerzo físico pasó de cribar la superficie o cavar trincheras de poca profundidad a abrir pozos decenas de metros por debajo del suelo. Más rentable que el oro, la plata era también más penosa de extraer. Los mineros cavaban, cargaban y arrastraban rocas en una obscuridad casi completas a veces durante días. En torno a la actual Zacatecas, se levantaron montañas enteras del mineral gris-negro.

Para satisfacer la creciente demanda de mano de obra, el esclavizamiento español e indio se expandió más allá del Sudoeste norteamericano, mandando a las minas esclavos pueblo y comanches, y capturando esclavos de los desafiantes chichimecas del norte de México a lo largo de campañas especialmente violentas entre las décadas de 1540 y 1580. Desde principios del siglo XVI hasta la primera década del XIX, se extrajo doce veces más plata de más de cuatrocientas minas repartidas por todo México que oro durante toda la Fiebre del Oro californiana.

En Parral, un centro de minería de plata en el sur de Chihuahua, que era en 1640 la ciudad más grande al norte del Trópico de Cáncer, más de siete mil obreros descendían diariamente a los pozos, la mayoría de ellos nativos esclavizados de lugares tan lejanos como Nuevo México, que pronto se convirtió en “poco más que un centro de suministro para Parral”. Después de que se instituyera en 1573 el sistema dirigido por el Estado para reclutar forzosamente trabajo indio en las minas de plata latinoamericanas, siguió en funcionamiento durante 250 años y una media de diez mil indios al año de más de doscientas comunidades indígenas.

Conforme Reséndez desplaza su relato al continente mexicano, sin embargo, uno se ve obligado a hacer otra pregunta a un autor que afirma haber “descubierto” el arco panorámico de la esclavitud india. ¿No deberíamos saber más de la historia de estos esclavos indios de indios de los que fue testigo Colón y que se volvieron esenciales para llevar trabajadores a las minas mexicanas, a los hogares de Nuevo México, o a sus propias aldeas indígenas? A lo largo y ancho de las Américas precolombinas, los cautivos menores de edad y femeninos de guerras intertribales se convertían de manera rutinaria en trabajadores domésticos que llevaban a cabo tareas del hogar. Algunos fueron repatriados mediante rescate físico o económico, en tanto que muchos continuaron como servidumbre el resto de su vida. Pero unos cuantos acabaron absorbidos en los asentamientos que los albergaban mediante formas de parentesco imaginario, tales como la adopción ceremonial o, más corrientemente, por medio del matrimonio.

Entre las culturas indias de los valles del Missisipi que elevaban montículos, , esos prisioneros de guerra formaban una clase marginal como de siervos. Esta civilización se derrumbó en el siglo XIII y las tribus que las sucedieron conocidas como choctaw, cheroquis, creek, y otras, perpetuaron la práctica de la servidumbre; las partidas de guerreros cheroquis proveían las reservas de cada aldea de atsi nahsai, o “el que es propiedad”. La costumbre continuó a lo largo de la Norteamérica indígena, donde se prefería generalmente mujeres en edad fértil y varones preadolescentes. Sus esposos y padres eran más corrientemente asesinados. Reséndez apenas menciona la posterior participación de esas mismas tribus en la “peculiar institución” del hombre blanco basada en la raza. Compraban y vendían esclavos afroamericanos para trabajar sus plantaciones propiedad de indios. Una vez que estalló la Guerra Civil se produjo una ruptura dolorosamente divisiva de las naciones indias sureñas entre aliadas de los confederados y de la Unión.

Como en el caso de la depredación de los taínos a manos de los caribes, no era inusual que tribus más fuertes se cebaran en víctimas perennes. En el sudeste, los chickasaws tomaban regularmente esclavos de los choctaws; en la Gran Cuenca, los utes robaban mujeres y niños de los paiutes (y luego comerciaban con ellos con hogares mormones que estaban encantados de pagar por ellos); en California, los modoc del noreste acosaban regularmente a los cercanos atsugewi, mientras los mojave que habitaban junto al río Colorado llevaban a cabo incursiones rutinarias entre los chemehuevi del lugar. Estas relaciones entre presas y predadores podían extenderse durante generaciones. Sólo entre los órdenes jerárquicos de la costa del noroeste, aparentemente, se trataba tradicionalmente a los esclavos como mercancías, que podían comprarse, ser objeto de comercio o entregadas como regalo.

Indirectamente, los españoles contribuyeron a instigar el siguiente incremento del tráfico humano a lo largo del oeste norteamericano. Sus caballos — criados en el norte de Nuevo México, y luego robados o intercambiados hacia el norte después de finales del siglo XVIII— hicieron posible una revolución ecuestre a lo largo y ancho de las llanuras. Las relaciones entre unas cuantas tribus indios cambiaron de modo drástico, conforme los pueblos cazadores y recolectores de a pie se transformaban gracias a los caballos en veloces nómadas que se volvieron dependientes de los búfalos y acosaban a sus vecinos. En la cultura popular norteamericana blanca, las culturas ecuestres se presentarían como estereotipos de los espectáculos del Salvaje Oeste y las pantallas cinematográficas, vestidos con sus tocados, viviendo en sus tipis y ululando con sus gritos de guerra. Entre ellos figuraban los comanches de las llanuras meridionales y los utes de las tierras fronterizas de la Gran Cuenca.

Para mediados del siglo XVIII, la máquina militar comanche había puesto freno al expansionismo español. Sus regimientos de caballería, de quinientos o más jinetes disciplinados, llevaban a cabo viajes de ochocientas millas en dirección norte hasta el río Arkansas, y en dirección sur hasta distancias a unos cientos de millas de Ciudad de México. Los esclavos que arrancaban a apaches, indios pueblo y navajos e convirtieron en la moneda principal ens tratos de negocios con con mexicanos, novomexicanos y norteamericanos. En improvisadas subastas y en encrucijadas establecidas se vendían esclavos indígenas norteamericanos, mexicanos y anglos, algunos sometidos sucesivamente a nuevos amos. Hasta que los conquistó el gobierno norteamericano, los comanches dominaron más de un cuarto de millas cuadradas de las zonas fronterizas norteamericanas y mexicanas.

Reséndez argumenta las continuidades de este tráfico inhumano hasta el mismo presente. Pero esta brusca transición al presente tras la derrota de los comanches sólo refuerza nuestra sensación de que su esfuerzo ha sido excesivamente ambicioso y frágilmente concebido, como si lograr la síntesis prometida en un tema tan complejo y persistente le hubiera abrumado sencilla (y comprensiblemente). Su tratamiento de las prácticas multinacionales de la esclavitud del periodo colonial es desigual y parece quitarse importancia a las ubicuas tradiciones de esclavizamiento de los nativos a manos de nativos.

Reséndez estima holgadamente que entre unos 2,5 y 5 millones de indios quedaron atrapados en esta “otra esclavitud”, en la que el trabajo excesivo y el abuso físico contribuyeron sin duda al descenso en un 90 % de la población india de América del Norte entre los días de Colón y 1900. Pero en cierto modo poco de ese tormento se transmite con viveza en La otra esclavitud. Se nos dice que los navajos llamaron “Tiempo del Temor” a la década de 1860, cuando el conjunto de la tribu se vio acosada por el encarcelamiento en el sur de Nuevo México. Aparte de ese atisbo del impacto emocional colectivo del lado de las víctimas, se nos ofrecen pocos testimonios que reflejen la inquietud y el terror que hay detrás de los muchos resúmenes de Reséndez del sufrimiento humano, dislocaciones tribales, vidas furtivas en fuga, y derechos de nacimiento perdidos para siempre.

Una sensación más convincente de la discriminación y el odio raciales que impulsaron y perpetuaron los sistemas de esclavitud debatidos en el libro de Reséndez proviene incluso de una película melodramática como es The Searchers [Centauros del desierto] (1956), de John Ford, mientras que los terrores de sobrevivir en el Oeste del siglo XVIII entre bandas itinerantes de despiadados cazadores de esclavos quedan mejor evocados en la obra maestra granguiñolesca de Blood Meridian [Meridiano de sangre] (1985). Leyendo el relato de Reséndez, se aguarda en vano algo similar al tranquilo comentario de Rebecca West en Black Lamb and Grey Falcon (1941), su crónica de las animosidades multiétnicas yugoslavas: “A veces resulta muy difícil señalar la diferencia entre la historia y el olor de una mofeta”.

Peter Nabokov antropólogo y escritor, especialista en las culturas indígenas de Norteamérica, es profesor de UCLA, la Universidad de California en Los Ángeles.

Fuente:
The New York Review of Books, de 2016 Traducción:Lucas Antón

jueves, 23 de abril de 2015

_- Dia del libro. Te deseo tiempo

_- "Todo el mundo me dice que tengo que hacer ejercicio. Que es bueno para mi salud. Pero nunca he escuchado a nadie que le diga a un deportista tienes que leer". José Saramago

El libro es un recipiente donde reposa el tiempo. Emilio Lledó.

Te deseo tiempo
 ELLI MICHLER

No te deseo un regalo cualquiera,
te deseo aquello que la mayoría no tiene,
te deseo tiempo, para reír y divertirte,
si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras.

Te deseo tiempo para tu quehacer y tu pensar
no sólo para ti mismo sino también para dedicárselo a los demás.

Te deseo tiempo no para apurarte y andar con prisas
sino para que siempre estés content@.

Te deseo tiempo, no sólo para que transcurra,
sino para que te quede:

tiempo para asombrarte y tiempo para tener confianza
y no sólo para que lo veas en el reloj.

Te deseo tiempo para que toques las estrellas
y tiempo para crecer, para madurar. Para ser tú.

Te deseo tiempo, para tener esperanza otra vez y para amar,
no tiene sentido añorar.

Te deseo tiempo para que te encuentres contigo mism@,
para vivir cada día, cada hora, cada minuto como un regalo.

También te deseo tiempo para perdonar y aceptar.

Te deseo de corazón que tengas tiempo,
tiempo para la vida y para tu vida.
https://youtu.be/IJAe59jBfmk
Fuente: Insight
También te deseo que disfrutes con esta canción de Diana Krall

sábado, 29 de junio de 2013

Novedad editorial (El Viejo Topo). Manuel Sacristán Luzón, "Sobre Gerónimo"

[…] los indios por los que aquí más nos interesamos son los que mejor conservan en los Estados Unidos sus lenguas, sus culturas, sus religiones incluso, bajo nombres cristianos que apenas disfrazan los viejos ritos. Y su ejemplo indica que tal vez no sea siempre verdad eso que, de viejo, afirmaba el mismo Gerónimo, a saber, que no hay que dar batallas que se sabe perdidas. Es dudoso que hoy hubiera una consciencia apache si las bandas de Victorio y de Gerónimo no hubieran arrostrado el calvario de diez años de derrotas admirables, ahora va a hacer un siglo.
Manuel Sacristán Luzón (“Genocidio conseguido o frustrado”, 1974)

En 1975, para la colección “Hipótesis” de Grijalbo que él mismo codirigía junto a Francisco Fernández Buey (1943-2012), Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) tradujo, presentó y anotó la autobiografía del indio Gerónimo que había sido recogida a principios del siglo XX por S. M. Barret y reeditada con ligeras modificaciones en 1970 por F. W. Turner III.

Las razones de su interés por la biografía de Gerónimo fueron señaladas unos años después en una conversación con Jordi Guiu y Antoni Munné para las páginas de El Viejo Topo. Estaba, en primer lugar, su vieja pasión por las culturas amerindias. De joven Sacristán estudió náhuatl y confeccionó, con la ayuda de traducciones inglesas y alemanas, su propio diccionario castellano. Estaba, además, una motivación que enlazaba con sus finalidades esenciales (a menudo incomprendidas) de aquellos años, el estudio del ecologismo de las culturas amerindias.

Sacristán recordaba en su presentación del volumen las palabras con las que Turner abría su edición de la historia de Gerónimo: “Para los apologistas de los indios, los aficionados a las cosas indias en general y los anticuarios de tendencia sentimental, el estudio de los chiricahuas y de su historia y la carrera de Gerónimo representan una verdadera piedra de toque. Muchas de esas personas preferirían concentrarse en torno a la historia y las costumbres de otras tribus, como los cheyennes, los navajos o los sioux, ninguna de las cuales fue jamás tan agresiva como la de los chiricahuas. Pero precisamente por eso es tan interesante esta tribu”. Esa era también una motivación central de la redacción de la colección Hipótesis para escoger la narración de Gerónimo como primer ofrecimiento en memoria de Bartolomé de las Casas en el quinto centenario de su nacimiento. Por detrás un gran asunto, el sentido político de la palabra justicia.

Sobre Gerónimo incorpora la presentación y anotaciones de la edición de Grijalbo, junto con fragmentos de la entrevista de Guiu y Munné y una selección de los ensayos comentados –de, entre otros, Pierre Clastres, Lévi-Strauss y H. Dee Brown- que Sacristán usó en su preparación de la edición. Dos breves textos del editor, junto con unas notas complementarias, se suman a esta publicación que se cierra con un hermoso texto de Francisco Fernández Buey sobre las tesis sobre los choques culturales del que fuera su maestro, compañero y amigo... Seguir leyendo aquí.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170241 Salvador López Arnal. Rebelión