_- El director de 'Platoon' recuerda en sus memorias los años en los que tocó la cumbre de la industria
Hubo un tiempo en el que Oliver Stone (Nueva York, 1946) se movía como pez en el agua en la élite de Hollywood. Su tercera película, Platoon (1986), le había disparado hacia la cumbre con el oscar al mejor director a los 40 años, después de 20 guiones y 17 años luchando por meter la cabeza entre los grandes. En la autobiografía Chasing the Light (persiguiendo la luz), que Stone acaba de publicar, recuerda aquella noche. Dustin Hoffman leyendo el sobre del ganador a la mejor película. Cómo, en la fiesta de los Oscar, su madre conoció a Liz Taylor, Bette Davis y Jennifer Jones. Y Michael Douglas se acercó a darle un abrazo. “Treinta años después, miro atrás y me doy cuenta de que no tenía ni idea de la clase de tormenta que se avecinaba, pero sabía por instinto que había logrado llegar a un momento cuya gloria me duraría para siempre”, escribe.
Durante la década siguiente, Stone realizó casi una película por año y todas con bastante éxito. En 1989 repitió oscar al mejor director por Nacido el 4 de julio. Su cine era intenso; películas de firma dentro de lo comercial, con las que Stone lucía un indudable poder dramático y al mismo tiempo tocaba problemas de fondo en Estados Unidos: la combinación perfecta en el mejor país del mundo para hacerse rico criticando el sistema.
Sus películas de firma dentro de lo comercial, con las que tocaba problemas de fondo en EE UU, eran la combinación perfecta para hacerse rico criticando el sistema
Stone fue el hijo único de una joven francesa, Jacqueline Goddet, y un militar norteamericano, Louis Stone, que se conocieron y se casaron en el París ocupado de posguerra —”posiblemente el mayor error de sus vidas”—.
Su vida estuvo marcada por Vietnam. Se fue a Saigón a los 19 años a dar clases de inglés en un colegio y volvió dos años después, como voluntario, para luchar contra el comunismo. Resultó herido dos veces. En su biografía recuerda un espantoso episodio en el que participó en el enterramiento masivo de decenas de cadáveres del Vietcong con excavadoras. “Nadie debería presenciar tanta muerte jamás”, reflexiona.
Dos décadas después, aquello se convirtió en la catarsis creativa de su famosa trilogía sobre Vietnam: Platoon, Nacido el 4 de julio y El cielo y la tierra. “Mi vida después de aquello no volvería a ser la misma. Trabajaría para estudios de verdad, con dinero de verdad. Pasaría a tener una carrera con altibajos, como la mayoría de nosotros, y cada película haría más amplia mi visión del mundo. En realidad, las películas eran amortiguadores que me llevaron a través de décadas de una intensa experiencia americana, casi de locos. Algunos acertaron, otros fallaron (el éxito y el fracaso son ‘igualmente impostores’, como decía Kipling). La presión constante de un despiadado negocio del cine engrasado para hacer dinero puede arruinar cualquier alma”, señala en su autobiografía.
Stone pareció encontrar la fórmula para lograr grandes éxitos de taquilla al mismo tiempo que ponía el dedo en la llaga de las contradicciones y autoengaños de EE UU. En JFK: Caso abierto (1991), fue criticado por dar pábulo a teorías conspiratorias sobre el asesinato de Kennedy. La trepidante película fue un gran éxito y resultó nominada a seis oscars, pero abrió la puerta a ciertas obsesiones de Stone que parecen haberle hecho salirse de los amplios márgenes de lo que Hollywood considera presentable.
De sus entrevistas se deduce que detesta los consensos generales sobre cualquier personaje, especialmente hombres poderosos. Los retratos que ha hecho de Richard Nixon y George W. Bush resultan, para muchos, sorprendentemente condescendientes, pero es que Stone lleva tres décadas rebelándose contra la visión norteamericana del mundo dividido entre buenos y malos. En el momento en que la cultura de masas coincide en vapulear a un personaje, él siente la necesidad de darle voz para mostrar sus matices.
En ese camino no ha sido raro verle meter un pie en el cinismo de vez en cuando. Rodó un documental con Fidel Castro, otro con Hugo Chávez y otro con Vladímir Putin. Sea quien sea el enemigo, Stone tiene que ir a hablar con él y tratar de ver otro lado del personaje. Ni siquiera el advenimiento de Donald Trump le hizo aceptar que quizá hay cosas que no son debatibles. “Trump nos puede dar sorpresas. Es un negociador, hay que esperar y ver”, decía días después de su elección. En una presentación de la película Nixon en Los Ángeles seis meses después, le preguntaron en qué se parecía Trump a aquel expresidente. “En el ataque de una cierta clase de prensa, en el odio hacia él”, contestó.
En aquella charla dio alguna pincelada de cómo encajan estas opiniones en su visión artística. Lo que busca, afirmó, es empatía. “Creo que si buceas lo suficiente en cualquier persona, sea Pol Pot o Trump, encontrarás algo. Luego hará cosas malas. Pero siempre hay humanidad en el fondo. Ese es el papel de los dramaturgos, encontrarlo. Es lo que hacemos”. En ese papel, Stone ha llevado la contraria a la opinión mayoritaria hasta que ya no se sabe qué opina él sobre nada.
Ahora prepara un documental en el que insiste en la teoría de que JFK fue asesinado por “fuerzas poderosas” del Gobierno, según decía en una entrevista en The New York Times. Afirma que no volverá a hacer una película de Hollywood porque la industria “se ha vuelto demasiado frágil y sensible” y no le quiere.
https://elpais.com/ideas/2020-08-21/oliver-stone-cree-que-hollywood-se-ha-vuelto-demasiado-fragil-y-sensible.html
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miércoles, 2 de septiembre de 2020
jueves, 16 de noviembre de 2017
Leni Riefenstahl, el triunfo de la mendacidad. Llega a Barcelona el espectáculo sobre la cineasta nazi, encarnada por Montse Guallar
Como si no tuviéramos bastante controversia este otoño desembarca ahora en Barcelona la de Leni Riefenstahl, que dura ya más de medio siglo y no consiguió cerrarla ni la muerte de la propia cineasta en 2003 a la edad de 101 años (con su proverbial mala leche, eso sí, intacta).
Llega para hacer temporada en la sala Muntaner (hasta el 17 de diciembre), tras estrenarse en función única en mayo en Sabadell, el espectáculo Leni, del director checo afincado en Barcelona Pavel Bsonek, centrado en la polémica figura de la camarógrafa entusiasta compañera de viaje de los nazis a la que encarna en escena Montse Guallar.
La historia de Riefenstahl (autora de las grandes visualizaciones de la épica nazi como El triunfo de la voluntad), sus silencios, sus mentiras, sus olvidos y sus complicidades y oportunismos, se recrea en la obra a partir de una entrevista ficticia en 1974, un encuentro que en realidad nunca tuvo lugar con el presentador estrella de la televisión estadounidense de los setentas Johnny Carson, interpretado por Sergi Mateu. En la pieza, de 80 minutos, Carson trata de acorralar a Riefenstahl con su pasado nazi en aras de su show en la NBC y en busca de la audiencia. Aunque la entrevista es inventada, las preguntas y respuestas son auténticas, sacadas de otros contextos. En la obra aparecen otros dos personajes, el asistente para todo de Riefenstahl Horst Kettner (Carles Goñi) y una mujer alemana (Minnie Marx)
Guallar se declara fascinada con Riefenstahl. "No sabía nada de ella, iba al papel sin prejuicios, limpia, y me encontré con una mujer excepcional, bailarina, actriz de filmes de montaña para protagonizar los cuales no dudaba en escalar sin cuerdas, después directora de cine, inventora de un estilo documental aplaudido en los grandes festivales de Europa... ¡y hasta se convirtió en la submarinista más vieja del mundo!” (para rodar sus filmes sobre el mundo marino que alguien calificó con gracejo como “el triunfo de las agallas”). El ingenio y el coraje físico indiscutibles de Leni Riefenstahl "me ayudaron a interpretarla, siempre tienes que defender a tu personaje, aunque hagas de un nazi; muchos actores han encarnado incluso a Hitler".
Guallar recuerda que Riefenstahl “siempre sostuvo que no era culpable de nada. No mató a nadie. No hizo películas antisemitas. Era muy ambiciosa, eso sí, y cuando vio la oportunidad para desarrollar su talento, la aprovechó. Defendía la belleza y grandeza. No la considero una mala en absoluto”.
La actriz apunta que a Riefenstahl, que ciertamente no fue miembro del partido nazi y pasó el corte de la desnazificación tras la guerra (nich betroffen), “se la ha acusado de no pedir disculpas, pero es que ella no creía que tuviera que hacerlo”.
Más intransigente es el director, Bsonek, pero, claro, él no tiene que meterse en la piel de la cineasta (menos arrugada de lo que estaba en realidad: la puesta en escena nos ofrece, en favor de Guallar, muy guapa en su madurez, a una Riefensthal más joven de lo que tocaría por las fechas). “La obra trata sobre la responsabilidad del artista, sobre el precio que ha de pagar quien colabora con un sistema dictatorial e inhumano”, reflexiona el director, para el que a Riefenstahl “no le importaba para quién trabajaba sino cómo trabajaba”.
“Es un combate de boxeo intelectual”, señala de la obra Sergi Mateu, “una lucha entre dos personalidades muy fuertes y en la que cada una defiende su territorio”. Carson, “va a defender su show, intenta poner a Leni contra las cuerdas y todo vale para exprimir el jugo de su pasado, aunque sea usando técnicas dudosas”. Mateu considera que “no hay buenos y malos de entrada; aunque parezca que ella es la mala, posiblemente ni ella es tan mala ni él tan bueno”. En la obra, Carson atrae a la Riefenstahl a su programa con la excusa de hablar de sus libros sobre los Nuba, la etnia sudanesa que le obsesionó en los años setenta. Unos libros, por cierto que también resultaron polémicos por su falta de objetividad científica y su tinte racista, precisamente: Susan Sontag, a la que Riefenstahl odiaba más que a nadie, señaló la continuidad fascista en la mirada de la camarógrafa...
https://elpais.com/cultura/2017/11/15/actualidad/1510778432_110539.html
GITANOS DEPORTADOS Y MASACRE POLACA
Entre los juicios más demoledores sobre Leni Riefenstahl figura el del crítico del New YorkerTerence Rafferty: “Si uno la cree es una clase de monstruo, y si no, es otra clase de monstruo”. A su muerte, la ministra de Cultura alemana Christina Weiss manifestó que su carrera muestra que uno nunca puede llevar una vida honesta si está al servicio de lo falso y que el arte nunca es apolítico.
Dos episodios la dejan especialmente mal. Uno es el uso de gitanos deportados en el rodaje de su versión de Terra Baixa para hacerlos pasar por catalanes (luego los devolvieron a las SS y acabaron en Auschwitz): la cineasta mintió al decir que desconocía su situación. El otro asunto es el de su presencia, con su Unidad Especial de Cine, en la masacre de Konskie, en Polonia en septiembre de 1939, que también negó, aunque hay fotos en las que aparece.
Llega para hacer temporada en la sala Muntaner (hasta el 17 de diciembre), tras estrenarse en función única en mayo en Sabadell, el espectáculo Leni, del director checo afincado en Barcelona Pavel Bsonek, centrado en la polémica figura de la camarógrafa entusiasta compañera de viaje de los nazis a la que encarna en escena Montse Guallar.
La historia de Riefenstahl (autora de las grandes visualizaciones de la épica nazi como El triunfo de la voluntad), sus silencios, sus mentiras, sus olvidos y sus complicidades y oportunismos, se recrea en la obra a partir de una entrevista ficticia en 1974, un encuentro que en realidad nunca tuvo lugar con el presentador estrella de la televisión estadounidense de los setentas Johnny Carson, interpretado por Sergi Mateu. En la pieza, de 80 minutos, Carson trata de acorralar a Riefenstahl con su pasado nazi en aras de su show en la NBC y en busca de la audiencia. Aunque la entrevista es inventada, las preguntas y respuestas son auténticas, sacadas de otros contextos. En la obra aparecen otros dos personajes, el asistente para todo de Riefenstahl Horst Kettner (Carles Goñi) y una mujer alemana (Minnie Marx)
Guallar se declara fascinada con Riefenstahl. "No sabía nada de ella, iba al papel sin prejuicios, limpia, y me encontré con una mujer excepcional, bailarina, actriz de filmes de montaña para protagonizar los cuales no dudaba en escalar sin cuerdas, después directora de cine, inventora de un estilo documental aplaudido en los grandes festivales de Europa... ¡y hasta se convirtió en la submarinista más vieja del mundo!” (para rodar sus filmes sobre el mundo marino que alguien calificó con gracejo como “el triunfo de las agallas”). El ingenio y el coraje físico indiscutibles de Leni Riefenstahl "me ayudaron a interpretarla, siempre tienes que defender a tu personaje, aunque hagas de un nazi; muchos actores han encarnado incluso a Hitler".
Guallar recuerda que Riefenstahl “siempre sostuvo que no era culpable de nada. No mató a nadie. No hizo películas antisemitas. Era muy ambiciosa, eso sí, y cuando vio la oportunidad para desarrollar su talento, la aprovechó. Defendía la belleza y grandeza. No la considero una mala en absoluto”.
La actriz apunta que a Riefenstahl, que ciertamente no fue miembro del partido nazi y pasó el corte de la desnazificación tras la guerra (nich betroffen), “se la ha acusado de no pedir disculpas, pero es que ella no creía que tuviera que hacerlo”.
Más intransigente es el director, Bsonek, pero, claro, él no tiene que meterse en la piel de la cineasta (menos arrugada de lo que estaba en realidad: la puesta en escena nos ofrece, en favor de Guallar, muy guapa en su madurez, a una Riefensthal más joven de lo que tocaría por las fechas). “La obra trata sobre la responsabilidad del artista, sobre el precio que ha de pagar quien colabora con un sistema dictatorial e inhumano”, reflexiona el director, para el que a Riefenstahl “no le importaba para quién trabajaba sino cómo trabajaba”.
“Es un combate de boxeo intelectual”, señala de la obra Sergi Mateu, “una lucha entre dos personalidades muy fuertes y en la que cada una defiende su territorio”. Carson, “va a defender su show, intenta poner a Leni contra las cuerdas y todo vale para exprimir el jugo de su pasado, aunque sea usando técnicas dudosas”. Mateu considera que “no hay buenos y malos de entrada; aunque parezca que ella es la mala, posiblemente ni ella es tan mala ni él tan bueno”. En la obra, Carson atrae a la Riefenstahl a su programa con la excusa de hablar de sus libros sobre los Nuba, la etnia sudanesa que le obsesionó en los años setenta. Unos libros, por cierto que también resultaron polémicos por su falta de objetividad científica y su tinte racista, precisamente: Susan Sontag, a la que Riefenstahl odiaba más que a nadie, señaló la continuidad fascista en la mirada de la camarógrafa...
https://elpais.com/cultura/2017/11/15/actualidad/1510778432_110539.html
GITANOS DEPORTADOS Y MASACRE POLACA
Entre los juicios más demoledores sobre Leni Riefenstahl figura el del crítico del New YorkerTerence Rafferty: “Si uno la cree es una clase de monstruo, y si no, es otra clase de monstruo”. A su muerte, la ministra de Cultura alemana Christina Weiss manifestó que su carrera muestra que uno nunca puede llevar una vida honesta si está al servicio de lo falso y que el arte nunca es apolítico.
Dos episodios la dejan especialmente mal. Uno es el uso de gitanos deportados en el rodaje de su versión de Terra Baixa para hacerlos pasar por catalanes (luego los devolvieron a las SS y acabaron en Auschwitz): la cineasta mintió al decir que desconocía su situación. El otro asunto es el de su presencia, con su Unidad Especial de Cine, en la masacre de Konskie, en Polonia en septiembre de 1939, que también negó, aunque hay fotos en las que aparece.
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