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sábado, 12 de noviembre de 2016

Cuando Buero Vallejo se quejó a Fraga. Las cartas inéditas entre el dramaturgo y el escritor Vicente Soto revelan cómo la dictadura atrapó a uno en Madrid y a otro en Londres


Dibujo de Buero Vallejo de la estación de Atocha de Madrid.

En los años en los que arreciaba el franquismo en España, dos escritores fraguaron una intensa amistad que fue creciendo a lo largo de medio siglo con la levadura de una correspondencia continuada y sincera. Las cartas iban y venían de Londres a Madrid cada semana: Querido Toni; querido Vicente. Toni es el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000); Vicente Soto (1919-2011), el escritor valenciano al que conoció en una tertulia madrileña y que pasó a máquina Historia de una escalera, estrenada en 1949. Por aquel entonces comenzó la amistad.

Este año se cumplen 100 del nacimiento de Buero, en Guadalajara. Con ese motivo, el profesor Domingo Ródenas, de la Universidad Pompeu Fabra, publica una selección de aquellas cartas, inéditas hasta ahora, que abarcan desde 1954 hasta 2000. Medio siglo de intimidad que sale a la luz gracias a la colección Obra Fundamental de la Fundación Banco de Santander. Medio siglo de pesimismo y ánimos compartidos, de análisis cultural, de vida familiar, de esperanza en el futuro. "Ven a vernos a Londres", rogaba Soto a su amigo. "No se te ocurra volver a España", recomendaba Buero.

Ambos autores representan la doble cara de una moneda amarga: la dictadura. El comunista Buero —siete años estuvo en la cárcel— tenía prohibido salir de país; a Soto, el hambre y el hostigamiento —era afín al partido socialista— le forzaron al exilio. Llegó a Londres en 1954, solo y sin papeles, y empezó fregando platos. Luego reagrupó a su familia. La vida allí era de otro planeta.

La única forma de verse eran las cartas. El volumen presentado ayer constituye una literatura íntima, secreta, para mostrarlo al público, “sin preservar nada, la familia ha sido muy generosa”, dijo ayer el profesor Ródenas.

Por las páginas circulan comentarios sobre Luther King, el malogrado Kennedy, el estrecho y escurridizo mundo editorial español de la época, los nuevos escritores que triunfaban en el tardofranquismo, pero también las costumbres y entretenimientos personales, el yoga que practicaba Buero o sus creencias en los platillos volantes; o Soto le cuenta a Buero que ha estado Cela en su restaurante (donde fregaba platos): “Estuve charlando con él un buen rato. Cela dijo tantas porquerías, tantas y tan puercas cosas —obsesionado por todo lo escatológico y lo sexual, entregado ya cínicamente a su manía—, como no recuerdo haber oído a nadie en tan poco tiempo”.

En su cárcel española Buero no es ajeno al éxito: sus obras más conocidas triunfan en las salas patrias y en el extranjero, pero no le dejan salir. “En 1963 se reúne con Fraga, que ya es ministro de Franco y le hace ver el absurdo de esa situación”. Todo está a punto de cambiar cuando el Buero “generoso y comprometido siempre” firma a favor de la protesta minera y pasa cuatro años sin estrenar en un teatro oficial. El profesor Ródenas se llevó ayer las manos a la cabeza cuando mencionó que este año, el centenario del nacimiento del dramaturgo, “ninguna sala ha programado nada de él”. Le parece insólito.

Horas de madrugada
Por su parte, Soto, que se acostaba a las siete de la tarde para levantarse a las tres de la madrugada y escribir hasta que marchaba al trabajo, vivió los sinsabores del olvido. En 1967 recibió el Premio Nadal por su obra La zancada que, en contra de lo usual, no le abrió las puertas a publicaciones inmediatas.

Con éxito o sin él, ambos autores cayeron en cierto olvido, cuando no maltrato, según el profesor Ródenas, y fueron arrollados por una nueva generación de jóvenes escritores. Buero se lamentaba en 1969 de los editores que escurrían el bulto con su amigo Soto. Los veía “acomplejados y derrotistas con lo propio” y dedicados todos a “ciertos novelistas sudamericanos”. El King’s College restañara en parte esa herida con un homenaje que tributará en enero al autor de Vidas humildes, cuentos humildes (1948) o Tres pesetas de historia (1983). El legado de Soto ya está trasladándose a este colegio británico para recuperar su memoria.

La de Buero no parece tampoco estar en su mejor momento, habida cuenta de que en su centenario no ha sido representado en salas oficiales. “A Buero se le acusó de cierta derechización, algo que le espantaba. Él seguía participando en mítines del PCE en la Transición. También estuvo en la calle para impedir el desahucio del dramaturgo Lauro Olmo, por ejemplo”, recordó ayer Rodénas.

Más cauto había sido en sus cartas cuando la dictadura soltaba sus dentelladas. Soto se derramaba desde el inicio en cariño hacia el dramaturgo adusto, pero el autor de En la ardiente oscuridad no se fue soltando sino con los años. Aquella levadura de las cartas fue fraguando en una amistad cocida a fuego lento que solo acabó con la muerte de Buero en 2000.

La última carta recogida en el libro, cuando ya las conversaciones telefónicas las fueron espaciando, es un pésame de Soto a la viuda, un día después del fallecimiento. “Ayer le vimos aquí en casa. No estoy hablando de fantasmagorías. De repente se nos plantó delante, en la pantalla de la tele. Millones de ingleses y otros europeos tuvieron que verle también [... ]Se subrayó su paso por la cárcel, su condena, su significación, toda su obra. ¿Queréis creer que hasta de Historia de una escalera se mostró una larga escena?”. Era un 29 de abril del año 2000.


EL LÁPIZ DE UN ARTISTA
AURORA INTXAUSTI
El universo de Buero Vallejo es el de un creador total, como autor teatral fue sobresaliente pero no lo fue menos en otras disciplinas artísticas. El retrato que realizó a su amigo Miguel Hernández en la cárcel de la plaza de Conde de Toreno de Madrid en 1940, es uno de los más conocidos. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento, la Fundación SGAE ha montado una exposición, coordinada por Ignacio Armada, en la que se incluyen materiales del Centro de Documentación y Archivo de la SGAE (CEDOA), del Fondo Buero Vallejo y de la Fundación Juan March, que permanecerá abierta al público hasta el próximo 10 de enero en la Sala Berlanga de Madrid.

La muestra comienza con un retrato de Buero, que apareció en la portada de uno de los boletines de la SGAE de los años ochenta y contiene, además, ejemplares del algunos de los libros y publicaciones del dramaturgo; reproducciones de sus ilustraciones que exploran su faceta de dibujante o fotografías de su archivo personal con algunas de sus obras que se representaron en teatros, así como carteles de estas.

El nombre de Antonio Buero Vallejo está asociado a algunas de sus obras como Historia de una escalera. Armada destaca que la película está desaparecida y tan solo se conservan dos fotografías que podrán verse en la muestra. En la misma, se exponen, entre otros, los libretos originales de La tejedora de sueños, que se estrenó en el Teatro Español en 1952.

Uno de los materiales más destacables de la exposición es el texto Campanadas a medianoche (editorial Stockcero), la adaptación que realizó el dramaturgo español del guion de la película homónima de Orson Welles que se estrenó en 1965, manuscrito que se daba totalmente por perdido. Su hijo Carlos Buero lo encontró rebuscando entre el material de su padre cuando este falleció, en 2000.

“Fue como encontrar un tesoro, increíble, no nos lo podíamos ni imaginar, estábamos convencidos realmente de que ese texto estaba perdido y si no lo estaba, de que sería un texto menor”, asegura Luis Deltell, editor del libro junto a Jordi Massó.

 http://cultura.elpais.com/cultura/2016/11/08/actualidad/1478626435_661356.html

lunes, 4 de octubre de 2010

La Biblioteca Nacional honra a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento, 30-09-1910

Hay artistas; escultores, pintores, arquitectos, músicos, creadores de todo tipo, ya sean novelistas, dramaturgos o poetas famosos en su época que con el tiempo caen en el olvido. Valga como ejemplo José Echegaray, Premio Nobel de literatura español y del que nadie se acuerda. En cambio, otros, de los que incluso se han encargado gobiernos de hacerlos olvidar, van creciendo con el tiempo. Es el caso del poeta de origen humilde, cabrero, casi sin educación académica, Miguel Hernández, que se han convertido en un icono popular universal en el que se ven reflejados y con el que se sienten identificados desde un aldeano africano a un campesino chino, cubano o mongol. 

Su ediciones se agotan y sus traducciones adquieren vida en lenguas cada vez más lejanas. Su existencia honra a toda la humanidad y hunde en la ruindad a sus injustos y crueles enemigos. Sus poemas se extienden como un inmenso océano para consuelo y admiración de los cada día más numerosos hombres y mujeres que lo conocen. A sus poemas le ponen música y lo cantan más cantores, en las escuelas de España y del mundo se conoce su poesía y los niños y niñas lo leen y lo glosan con deleite... nadie lo hubiera dicho... parece un milagro, es un portento.
 
Miguel Hernández, el poeta necesario, como le llamó su compañero de prisión Antonio Buero Vallejo, tiene desde este mediodía una exposición antológica que le recuerda en su centenario. Está en la Biblioteca Nacional y cubre todas las épocas del poeta de Vientos del pueblo. La de su infancia en Orihuela, la de la esperanza republicana, la de la oscuridad de la guerra y la del dolor oscuro de la posguerra, que terminó para él con su muerte en la prisión de Alicante, en 1942... 

Más aquí.

La exposición es un recorrido sistemático, organizado por el profesor José Carlos Rovira, que ha juntado materiales propios de Miguel Hernández (manuscritos, algunos de ellos inéditos, dibujos, crónicas periodísticas, e incluso su voz, registrada por Alejo Carpentier en París en 1937), y también elementos iconográficos de las distintas épocas de Miguel Hernández, incluyendo cuadros o fotografías de personajes que fueron cruciales para él, sobre todo desde que viajó a Madrid. En Madrid Miguel Hernández trabó contacto con Pablo Neruda, con Vicente Aleixandre, con García Lorca (aunque este le trató con distancia); la guerra, y el compromiso del poeta con la causa republicana forman parte de las piezas más emotivas de esta exposición.

La organización de esta muestra, titulada La sombra vencida, por unos versos de Hernández, ha sido organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, con la colaboración de la Biblioteca Nacional de España. Gran parte del legado proviene de la aportación de la familia de Miguel Hernández. La exposición incluye un relato iconográfico, necesariamente parcial, de la censura tremenda que cayó sobre la obra y la memoria de Miguel Hernández en tiempos del franquismo. Hasta 1976 esa censura no se levantó y fue en fecha muy reciente cuando el Gobierno de España revisó para anularlas las sucesivas condenas que se echaron sobre Miguel Hernández. La más grave, la pena capital, le fue conmutada. Pero la muerte fue inexorable. En medio de la indiferencia de la dictadura, Hernández murió enfermo en el penal en el que lo habían recluido. 


(retrato a lápiz que le hizo en la cárcel Buero Vallejo).