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martes, 5 de junio de 2018

CUANDO SE ACOGE BIEN, PERO SE INTEGRA MAL. Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal-

Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal

Pensé que estaba sola en este mundo, como si me hubiesen soltado en un agujero”. Maisoun Shukair recuerda con angustia su salida del Centro de Acogida de Refugiados. Siria, de 49 años, de ojos vivos y pelo negro cortado en media melena, está sentada a la mesa del piso que alquila en Alcobendas (Madrid). Agarra el tenedor para acabar el kebab que ha preparado para el almuerzo y esboza una sonrisa como para alejar los malos pensamientos. Huyó de Damasco en 2014 con su hijo mayor. Un año después llegaron a España su hijo menor, entonces de 15 años, y su marido, Osama Andiwi. La pesadilla de las bombas había terminado finalmente, pero comenzaba otra batalla: volver a empezar en un país desconocido. “Cuando terminaron las ayudas públicas estuvimos dos días sin comer. Ni en la guerra sufrimos esto”.

Como muchos otros refugiados, la familia Andiwi acabó engullida en un sistema que no acaba de conseguir su objetivo último: la integración. En España, los refugiados reciben ayuda del Estado durante un periodo que va de 18 a 24 meses —siempre y cuando no consigan un trabajo, aunque sea inestable—. Luego caen en “la precariedad laboral, la inseguridad económica y la inestabilidad residencial”, concluye la investigación ¿Acoger sin integrar?, elaborada por la Universidad Pontificia Comillas, el Servicio Jesuita a Migrantes y la Universidad de Deusto. Este es el resultado de un cóctel tóxico que mezcla un mercado laboral rígido con políticas sociales insuficientes tanto para españoles como para extranjeros, con la doble desventaja de que estos últimos tienen barreras añadidas como el idioma, los prejuicios, la falta de vínculos familiares o la dificultad para convalidar sus títulos de estudio.

“El problema es que el sistema de acogida está pensado de manera mecánica”, puntualiza Juan Iglesias, director de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas y coautor del informe. Las tres fases de entre seis y nueve meses —acogida, autonomía e integración— diseñadas para facilitar de manera gradual autonomía a los refugiados “deberían ser más flexibles porque no somos todos iguales”, insiste. “Igual la acogida la hacemos bien, pero la integración es diferente, y cuando se acaban las ayudas la caída es fortísima; la mayoría se integra de manera precaria e inestable, otros caen en situación de exclusión social”.

La lucha de los invisibles
De las imágenes de la llamada crisis migratoria que se transmitían en bucle allá por 2015 ya no hay rastro. Pero los refugiados siguen aquí, a veces más parecidos a un facsímil borroso de lo que fueron que a ellos mismos. En Damasco, Maisoun y Osama ejercían como farmacéutica e ingeniero, respectivamente. En Madrid, ella es desempleada y él trabaja en un servicio de atención al cliente con un sueldo casi equivalente a la ayuda para personas en riesgo de exclusión social que recibieron durante unos meses para sobrevivir. Aunque Maisoun logró homologar su licenciatura y hacer un curso seguido por unas prácticas como auxiliar de farmacia, no consigue encontrar empleo.

Según un estudio realizado por la ONG Reach, los sirios refugiados en España se sienten seguros, pero la dificultad para aprender el idioma y encontrar trabajo frena su integración. Mónica López, directora de Programas en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), admite que la situación no es fácil. “Ni el acceso a la vivienda ni al empleo”, remacha. “El sistema no es muy garantista ni para los españoles ni para los extranjeros; los servicios sociales no llegan a todos y ni siquiera tenemos indicadores para medir la integración”.

Mientras, los solicitantes de asilo siguen llegando. Aunque las peticiones en Europa se hayan reducido a casi la mitad en 2017, en España han marcado otro récord histórico, con más de 31.000 solicitudes, según la Agencia de la ONU para los Refugiados. Lo que cambia es que disminuyen las de los sirios y aumentan las de venezolanos, y que se concede protección a menos personas que el año anterior: solo un tercio de las solicitudes se resolvieron de manera positiva en 2017, frente al 67% de 2016, y el Estado ya acumula 40.000 expedientes atascados.

El mismo Defensor del Pueblo tachó de “insostenible” el sistema español de acogida por su lentitud, falta de planificación y coordinación entre organismos y llamó a una “revisión orgánica y funcional profunda para dotar de mayor eficacia a la gestión del servicio público”.

Maisoun viene de una familia crítica con el Gobierno y perdió a un hermano en el conflicto. Acabó en la lista negra del régimen tras ayudar a los heridos que se refugiaban en su farmacia durante los combates. “Escapé con el mayor de mis hijos para salvarle de la guerra”, cuenta. Temía que lo reclutaran. Osama lo intentó un año después, pero fue detenido en la frontera con Líbano. “En la cárcel estábamos aplastados como gusanos… a veces no podíamos dormir por los gritos, eso no era humano”, relata con voz suave y un cigarrillo en la mano.

Él también fue torturado. Bajito, con pelo canoso, lleva una camisa clara y conversa en inglés. Entiende español, pero solo maneja precariamente unas pocas palabras. A diferencia de su esposa, que recibió una hora de clase de español al día en el centro de acogida, él no hizo ningún curso. Aterrizó en el piso de Alcobendas donde Maisoun ya estaba viviendo y en seguida se fue a Alemania junto a su hijo menor. “Ahí te dan más dinero y seguimiento si eres refugiado; lo de aquí es una locura”, comenta.

La aventura duró muy poco: la nostalgia y el sentido de culpa le trajeron de vuelta. “Muchas personas nos ayudan y nos han dado lo más importante, la seguridad, pero creo que este país tiene que pensar de otra manera en los refugiados”, reflexiona Maisoun, quien ganó en Siria un premio de poesía y acaba de publicar su segunda obra en España. Gracias a la fundación Pueblos Unidos, está estudiando español para ser profesora de árabe. Osama es optimista. Sabe que no volverá a Siria en mucho tiempo y que su vida ahora está aquí. Y concluye: “Solo queremos demostrar que merecemos la pena”.

El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill &  Melinda Gates.

https://elpais.com/internacional/2018/04/06/actualidad/1523030620_438323.html

viernes, 30 de marzo de 2018

Un nuevo país llamado teatro. Refugiados y actores profesionales de la ONG Caídos del Cielo dan a luz a una obra que se ha estrenado este viernes en el madrileño Conde Duque.

A cuatro días del estreno, Eddy llega tarde al ensayo. En silencio, entra en escena y se mezcla con el resto del reparto. Minutos después, suena su teléfono móvil. Un compañero se levanta y se lo apaga. Sin broncas, ni reproches, más bien entre risas, la función sigue su curso. Eddy no es actor; de hecho, hasta hace poco, este nigeriano de 38 años, nacido en Lagos, trabajaba como ingeniero naval y lo único que le preocupaba era sobrevivir. Su participación en la insurrección popular contra las petroleras extranjeras que explotan y contaminan el Delta del Níger casi le costó la vida. Perseguido por las fuerzas armadas huyó hacia España en 2016, dejando atrás a los suyos, en busca de “una vida mejor”. Encontró asilo en el teatro.

“No hay ningún lugar como casa, pero esto es lo más parecido”, cuenta Eddy. Su nuevo hogar se llama Caídos del Cielo, una compañía teatral que lucha contra la exclusión social y que desde hace un año abrió su taller a refugiados. Camuflados entre un elenco de actores y bailarines profesionales, Eddy y sus compañeros estuvieron anoche y están hoy en los escenarios del madrileño Conde Duque para interpretar Una guarida con luz, la última apuesta teatral de la directora y fundadora de la compañía, Paloma Pedrero.

En esta obra, que se estrena en el marco del festival Ellas Crean, las barreras del idioma no suponen un problema para participar en un montaje donde la danza y el canto tienen casi tanto protagonismo como la palabra. Refugiados llegados de Siria, Irak, Kurdistán o Camerún interpretan a una manada de perros que acompañan a una pareja de canes abandonados a su suerte tras la hospitalización de su dueña. Una “metáfora sobre la sensibilidad” pensada como una lección de amor de los animales hacia los humanos.

“Nos ayudan a demostrar que existimos y a expresar quién somos”, dice Celine, de 19 años, originaria de Camerún, que interpreta con Eddy un canto que proviene de la tradición compartida entre sus tierras de origen. Para esta joven y tímida camerunesa, que prefiere olvidar las razones que la llevaron a pedir asilo en España, formar parte del proyecto la ha ayudado a superar sus miedos y a encontrar amigos en un país donde no la esperaba nadie. Junto a chicas como Ruth, una peluquera iraquí de 27 años que por el momento se comunica a través de gestos, miradas y sonrisas, forma parte de una “gran familia” a la que los protagonistas de la obra tratan como sus iguales: “Cuando subimos al escenario, todos somos del mismo sitio. Nuestro país es el teatro”, explica Pablo Tercero, el intérprete principal.

“Aquí les decimos que vengan como quieran, como son. Aquí no hay extranjerías”, dice Pedrero. La dramaturga empezó este proyecto de integración hace algo más de una década con representaciones en las que participaron personas sin hogar, por las que fue premiada por la UNESCO. Esta es la primera vez que trabaja con refugiados y lo ha hecho porque cree en la capacidad del arte para devolver la identidad a los que lo perdieron todo, ya sea en un contexto de guerra o al ser excluidos por la sociedad. “Un chico kurdo del taller, jamás pudo expresarse por problemas de identidad sexual y ahora lo dejamos que se pinte, que haga todo lo que quiera, que baile, que cante”, cuenta la autora, cuyo teatro, siempre comprometido, ha abordado temas como la eutanasia, la identidad sexual o el terrorismo en la reciente Ana el 11 de marzo.

En Caídos del Cielo, la gente viene a “renacer”. De los cerca de 70 refugiados que han pasado por la compañía, el caso que más impresiona a la directora madrileña es el de Nedal. Este sirio de 28 años abandonó su país pero no su deseo de ser actor. Llegó solo a España en 2016 sin conocer a nadie ni hablar español. En tan solo un año ha sido capaz de aprender un nuevo idioma, retomar sus estudios de administración y dirección de empresas e incluso, aprovechando sus dotes interpretativas, de realizar su sueño con un pequeño papel en una película.

https://elpais.com/cultura/2018/03/23/actualidad/1521819909_011822.html

lunes, 15 de febrero de 2016

Una vergüenza: todo es retroceso. Lo peor del paquete Tusk es el recorte de ciertos beneficios sociales a los emigrantes comunitarios

Los seis documentos (y la carta) del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, para aplacar el euroescepticismo británico son una vergüenza. Desde una perspectiva europea y europeísta, contiene infinidad de retrocesos y solo un avance relativo, la simplificación regulatoria.

Podría serlo la consagración de la doble velocidad en la UE, de los más integracionistas y los que no, para lo que Tusk propugna el “respeto mutuo”, sobre todo en asuntos bancarios y monetarios, ay, la City.

Pero es fútil palabrería, porque a los integracionistas no les añade ningún mecanismo y a los reticentes sí, la capacidad de devolver los proyectos normativos al Consejo y la promesa de buscar una “solución satisfactoria” para el quejica: un casi-veto. A eso se le llama engaño y asimetría.

Lo peor del paquete Tusk es el recorte de ciertos beneficios sociales a los emigrantes procedentes de Rumania, Bulgaria... o España. Ese freno de emergencia que logra Londres se aplicará hasta todo un cuatrienio cuando haya un desbordante flujo de trabajadores que pongan en peligro el Estado de bienestar del país de acogida.

La aparente lógica del invento quiebra cuando se constata que la invasión de europeos a Gran Bretaña es un prejuicio, no un problema actual. Pudo serlo en época de Blair, cuando entraron hasta un millón y medio porque Londres los atrajo acortándoles los períodos de transición pactados: claro que el coste social de asumirlos fue inferior a los beneficios económicos que aportaron (The long term economic impact of reducing migration, National Institute of Economic and Social Research, 2013).

Pero es increíble darle ahora la “plena expectativa de obtener” ese embudo para filtrar a otros europeos, cuando la isla recibe menos oleadas que Italia, España o Alemania; el paro es del 5,1%; y los flujos son mucho más discretos. Claro que a David Cameron le servirá de combustible.

Políticamente lo peor es la nueva exención (opt out) a Reino Unido de cumplir el principio de una “unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa” (artículo 1 del Tratado). Y el refuerzo de los Parlamentos nacionales, que hasta ahora podían exhibir la tarjeta amarilla, o sea, devolver un borrador legislativo a la Comisión, que estudiaba la queja y tomaba la última decisión, según el Protocolo 2, artículo 7. Y que ahora podrán suspender, con un quórum más reforzado, el proceso normativo.

Ambos suponen reformas del Tratado por la puerta de servicio, y del peor sesgo intergubernamentalista. Y aunque todo el paquete lo respetase formalmente —habrá que comprobarlo—, supone en el mejor caso su interpretación restrictiva, lesiva a los ciudadanos, a la libre circulación de trabajadores esencial a todo mercado interior... y no digamos ya que como complemento a un área monetaria de inicio no óptima. En suma, un pésimo signo social y político.

Para más inri, tanto premio y tanta prima al free rider, al polizón, no garantizan su alegría, pueden preludiar más cesiones, incentivan a otros desafectos y no se equilibran con nada tangible a cambio.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/02/02/actualidad/1454439798_394388.html

domingo, 13 de septiembre de 2015

Independentismo, nacionalismo… y algunas alertas sobre “el parafascismo” Manuel Vázquez Montalbán y Lluís Llach conversaban hace trece años sobre lo que ahora es un debate en las calles

Como ocurre con algunos personajes (Ortega, Einstein, Bertrand Russell…), muchos nos preguntamos hoy qué dirían algunos de los nos preceden acerca de los debates de hoy. Manuel Vázquez Montalbán, el autor de Galíndez o Asesinato en el Comité Central y de la también inolvidable saga de Carvalho, es uno de esos personajes. De padre gallego y madre catalana, el prolífico escritor y pensador, nacido en 1939 y fallecido en 2003 en el aeropuerto de Bangkok, se pronunció sobre todo lo que ocurría en este país y en el mundo, desde el Papa a la cocina pasando por las heridas abiertas de la historia española. Un año antes de su muerte se sentó con el escritor y profesor Víctor Sampedro y con el cantautor Lluís Llach (Gerona, 1948). El propósito era charlar para un libro (que se publicó en 2002, con el título Ciudadanos de Babel, publicado por la Fundación Contamíname y Punto de Lectura). El asunto que les correspondió tratar en ese volumen, en el que participaron otros dúos, fue nacionalismo y memoria histórica. Aquí publicamos extractos de esa conversación que hoy arroja luz sobre lo que decía entonces Manuel Vázquez Montalbán y lo que aportaba a la discusión de aquel momento Lluís Llach. Este último es actualmente candidato de la coalición independentista Junts pel Sí.

El escritor Manuel Vázquez Montalbán en 2002. / C. BAUTISTA

Manuel Vázquez Montalbán.
En mi opinión, la política cultural de la Generalitat cometió la torpeza de entender que sólo se tenía que dedicar a normalización lingüística del catalán, sin asumir una posición con respecto al castellano. Esto produjo la impresión de que se creaban pautas lingüísticas para que el catalán se convirtiera en la lengua hegemónica. Se imponía la lógica de que Cataluña es una nación que tiene una lengua propia, que es el catalán. Pero, en cambio, se ignoraba o no se asumía que el castellano era una lengua totalmente viva, coexistente y cohabitante; que además se correspondía con casi el 50% de la población. Esto hubiera implicado el desarrollo de una política lingüística hacia el castellano, no como la lengua propia. Pero tampoco se puede considerar impropia una lengua que hablan la mitad de los habitantes de un país, que entiende el resto y que sirve a todos para comunicarse con el resto del Estado.

Lluís Llach.
Cuando los mismos que dirigen la Transición la ven peligrar renuncian primero (…) a la unión de las izquierdas y los nacionalismos. Aquí esto provoca rechazo porque (siendo muy esquemático, y que Manolo me disculpe) a los nacionalistas nos deja en muy mala posición. De alguna manera perdemos aquel cuerpo de alianzas que considerábamos casi naturales. El nacionalismo, además, poco a poco se convierte en Catalunya en un patrimonio totalmente falso. Lo intenta monopolizar una gente que se define sólo o principalmente como nacionalista, porque quiere esconder sus intereses de derechas de toda la vida. Cosa que también se debe matizar, porque es más complicado

El cantautor Lluís Llach. / PERE DURAN
Convergencia i Unió es una cosa muy rara como para identificarla con el PP. Para entendernos, no es una derecha normal. Sobre todo (…), aún no ha cambiado. Y todavía esperamos un poco ese cambio, mientras que aquí ya podríamos… Es complicado.

MVM. Remontándonos un poco, tras la Guerra Civil quedan dos grandes núcleos supervivientes del nacionalismo: una tendencia moderada que, en definitiva, capitalizan Jordi Pujol y el nacionalismo de las capas populares, liderado por Esquerra republicana. Este partido fue mayoritario hasta el punto que hegemonizó el gobierno en Cataluña durante buena parte de la Guerra Civil. Sus precedentes en la Generalitat, así como sus ministros, ofrecen una lectura diferente del hecho nacionalista a la que hace CiU. Ahora bien, el pujolismo resulta complejo porque aglutina desde exalcaldes franquistas, que para seguir en el cargo se transformaron en pujolistas, hasta capas populares con posturas nacionalistas e, incluso, independentistas. Una mezcla típicamente pujolista.

LL.LL. Y a menudo olvidamos un dato clave. Convergència consiguió resultados muy escasos en las primeras elecciones que hubo en este país, donde la gente se expresó de manera limpia –coaccionada por toda la historia—pero aún así con claridad –no hubo tiempo de manipularla demasiado—sobre esos asuntos. El pujolismo apenas alcanzó, no sé, el 12 u 11% de los votos.

MVM. [Tras el 23 F] El PSOE y el PP alcanzaron un pacto antinacionalista para ir recortando el proyecto autonómico, porque consideraban que había sido una de las causas que forzaron a los militares a intentar dar el golpe de Estado. Eso generó un sentimiento de retroceso que Pujol capitalizó. Luego capitalizará otro hecho que considero un craso error histórico. Le procesaron por [el caso] Banco Catalana, quince días después de ganar las elecciones. Esto le proporcionó el hábito de perseguido por el centralismo madrileño, encarnado en los fiscales de aquí. Eran muy próximos a la izquierda, pero que se equivocaron clarísimamente de vía. Pujol, además, reúne un cúmulo de atributos. Para empezar es el único personaje político actual que ha sido torturado por Franco. Deberíamos conservarlo en algún museo del hombre, porque es el único [risas de Lluís]. También a nivel europeo, porque allí se recuperaron derechistas que sirvieran como recurso democrático. Él, en cambio, sí es un torturado. Ese pasado le confirió otro halo que le sirve para coincidir con muchos sectores. (…) Un último elemento que sirve de referente externo de la singularidad catalana son las diferencias de este nacionalismo con el vasco. Sin embargo, juzgados desde Madrid, me he encontrado muchas veces la sorpresa de que casi irrita más el nacionalismo catalán por fijar el hecho diferencial en la lengua. Además dicen que es una cosa tacaña, tan usurera que incluso aplica la usura respecto a la violencia, mientras que el nacionalismo vasco al menos se muestra más explícito, claro y campechano.

Víctor Sampedro. De la identidad de objetivos entre izquierdas y nacionalismos se ha pasado a otro imaginario más actual y presente en muchos que ya no se definen como izquierdistas sino sólo progresistas. Cada vez más se expresa y cunde en aquellas zonas del Estado que no son el País Vasco o Cataluña. Me refiero a la identificación del nacionalismo con ritos atávicos, irracionalismo y, directamente, con el germen de las manifestaciones fascistas. Sin dudar de las razones, evidentes a veces, para establecer esa igualdad, pudiera llevar a la deslegitimación absoluta de ciertas ideologías y actores políticos, de los que habéis hablado y que colaboraron mucho en la transición.

MVM. Bueno, creo que el nacionalismo tiene un cierto riesgo de derivar hacia una forma de fascismo, según como se interprete o analice.

LL. LL. Está clarísimo.

MVM. Cabría recuperar alguna de las afirmaciones de Lenin que, a pesar de que haya caído el Muro de Berlín, de vez en cuando sirven. Dice que existen nacionalismos opresores y a la defensiva y que es preciso apostar por los últimos. Puede que sirva como principio teórico. La defensa del derecho nacional me parece legítima hasta que no se produzca una situación de auténtica igualdad de oportunidades y para evitar que se manipule la propia identidad. Ahora bien, cuando pasa a ser un factor excluyente, que persigue todo aquello que no adopta exactamente la misma posición, reproduce el discurso único al que se opone por otros procedimientos.

LL.LL. Me preocupa que se crea que el nacionalismo se reduce al mero sentimiento. Aunque es verdad que mucha gente lo vive de ese modo. Pero lo mismo se puede decir del socialismo o la preocupación por lo social. (…) Para muchos de nosotros el nacionalismo ofrece, ante todo, una teoría y una praxis de liberación colectiva. Responde a la aspiración de que los ciudadanos de cierto país se puedan realizar mejor, en sus vidas y en el plano colectivo. Porque es muy difícil separar lo uno de lo otro. La manipulación de reducir el nacionalismo a los sentimientos y olvidar todo el proyecto de liberación colectiva que hay detrás, me parece demasiado sesgada. Y no ayuda nada a la comprensión. En mi caso, por ejemplo, me niego a ser nacionalista de barretina, bandera y fronteras. Es que me niego. Me jodería mucho haber participado en alguna cosa de ese tipo. Y si lo he hecho dimito inmediatamente de mi nacionalismo. De los símbolos de la nación que circulan, algunos son legítimos y otros, el resultado del mercadeo de las ideas y nociones de la identidad. Posiblemente tengan que cambiar muchas cosas en el contexto estatal y diría que también en el marco europeo. En ambos niveles resultan evidentes las secuelas y ostentaciones parafacistas del nacionalismo. (…) Todo en sociedad se presenta de forma plural, el nacionalismo también. Aunque es cierto que el imaginario de identidad que se nos está proponiendo en Cataluña choca con la mezcla y el matiz, que son casi la esencia misma del país. Pero estamos época de pocos matices, de barbaridades malsonantes y a veces nosotros también caemos en esa tentación. (…) El nacionalismo ha de estar al servicio del ser humano; si no, no sirve para nada.

MVM. (…) Las razones para defender la identidad catalana resultan obvias. Los motivos para sentirte integrado dentro de una comunidad española yo, al menos, las tengo claras también, por cuanto reconozco muchas raíces comunes con el resto de la gente. No tengo, en cambio, ninguna conexión con la idea metafísica de España.

LL. LL. Para que la gente pueda entenderse ha de disponer de un léxico más o menos de verdad. España y ninguna otra entidad nacional no se construyen si funcionamos desde mentiras históricas. (…) Siempre me he mantenido muy en contacto con el independentismo, pero personalmente no me siento independentista. Se podría afirmar que el independentismo catalán se justifica sólo porque no hay un proyecto español capaz de desmotivarnos. Si España se plantea como un proyecto de convivencia, libertad y autogestión de los diferentes pueblos que la conforman; independentista, ¿por qué? Pero, ¿para qué? Si ya no tendría ninguna gracia. (…) En suma, cuando discutan sobre nacionalismo o independentismo deberían entender que si a nosotros España nos ofrece un proyecto de futuro magnífico, entonces ¿para qué? ¿Por qué seguir con las etiquetas?

MVM. Los modelos posibles, alternativos al autonómico, ya están ahí: el federalista, el confederalista y el debate sobre el nacionalismo simétrico o asimétrico. (…) Tenemos que llegar a una especie de nuevo pacto de Estado que refleje esas diversidades y considere factores de soberanismo, que es una palabra que ahora está mucho en el candelero.
http://politica.elpais.com/politica/2015/09/11/actualidad/1441990802_278107.html