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sábado, 19 de octubre de 2024

Una tarea colegiada, la educación.

La educación es una tarea colegiada ya que la escuela es una unidad funcional de planificación, desarrollo y evaluación del currículum. Los profesionales que trabajan en una institución educativa forman un equipó que tiene un proyecto compartido, unas actitudes solidarias y unas prácticas cooperativas. La escuela no es un conglomerado de clases particulares ni de prácticas individualistas. ”Más escuela y menos aula” es el título de un libro del sociólogo Mariano Fernández Enguita. Aplausos para la idea.

Una de las cualidades que hay que exigir a los docentes es la de saber trabajar en equipo. Lo cual supone capacidad de escucha, de cooperación, de aportación, de humildad, de generosidad y de tolerancia. Y un buen nivel de empatía.

De eso se trata en la escuela: de tener fines comunes y de trabajar de forma colegiada para alcanzarlos. Hay demasiado de lo mío, y poco de lo nuestro. ”Mis alumnos”, “mis problemas”, “mis objetivos” en lugar de “nuestros alumnos”, “nuestros objetivos”, “nuestros problemas”…

La colegialidad exige coordinación vertical. Es decir, que el docente de primero tiene que estar coordinado con el de segundo y el de segundo con el de tercero.

Los autores ingleses que analizan la escuela dicen que es una institución “loosely coupled”, es decir, débilmente articulada. Tienen razón. Si los responsables de la fábrica de coches que el lector prefiera, a esta hora exacta, se dan cuenta de que el departamento que fabrica el chasis está dejando un hueco para las puertas más pequeño que las puertas que construye otro departamento, ¿cuánto tardarán en coordinarse? Ni un segundo. No se entendería que siguieran fabricando chasis y puertas que no encajan ni un minuto más. ¿Cuánto tardan en coordinarse los profesores de Matemáticas o de Química o de Lengua de primero y segundo? Pues hasta que se jubile o se muera uno de los dos. Sé que estoy exagerando en aras de que la idea quede clara. Si los padres muestran su preocupación al profesor de segundo curso porque los chicos iban bien en primero (obtenían sobresalientes en su mayoría) y ahora fracasan una y otra vez, es probable que el profesor de segundo les diga:

Yo no quiero hablar mal de mis compañeros, pero así me han llegado del curso anterior. Hace falta también coordinación horizontal: es decir, todos los profesores que entran en un curso tienen que hablar el mismo idioma pedagógico. No puede ser que uno regale sobresalientes y otro reparta suspensos por doquier.

Hay que tener coordinación integral. Llamo coordinación integral a aquella por la que los docentes se muestran coherentes con las exigencias del proyecto educativo del centro. Supongamos que uno de los ejes formativos se encuentra en la coeducación, en la búsqueda de la igualdad de derechos y oportunidades de hombres y mujeres. Supongamos que una de las actividades que vehiculan ese objetivo es una actividad de la que se ha responsabilizado una profesora. Un día, en la sala de profesores y profesoras, ella dice:

– Me voy, tengo ahora una sesión de trabajo coeducativo con el grupo de 2º B.

Y supongamos que, cuando ella desaparece por la puerta, uno de sus colegas hace una broma soez respecto a la compañera. Una broma que es recibida y jaleada por algunos colegas presentes en la sala. Pues bien, la actividad de la profesora, es destruida de forma inexorable por la actitud sexista de su compañero.

La coordinación no es solo una cuestión de actitud, que lo es. La coordinación requiere además tiempos dedicados al diálogo, a la reflexión, a la investigación, a la evaluación de la práctica.

La colegialidad exige que haya una configuración de la plantilla en torno a un proyecto, no por aluvión, Y una estabilidad de la misma. Hay plantillas que varían en su composición en más del cincuenta por ciento de los docentes de una año para otro. Los colegios privados nos llevan ventaja en este aspecto.

La colegialidad incluye también a las familias que tienen que coordinar sus esfuerzos en el mismo sentido que la escuela. Y a todos los miembros de la comunidad educativa, incluido el personal de administación y servicios. Y aun diría más, alcanza a toda la sociedad. Por eso me gusta repetir el aforismo africano: hace falta un pueblo entero para educar a un niño (o a una niña).

Hay dos metáforas que ilustran este paradigma. La primera es la de la orquesta que ejecuta una partitura. Todos siguen al milímetro la misma obra, cada uno tocando su instrumento. El director de orquesta no tiene que saber tocar todos los instrumentos, pero marca el ritmo y la intensidad. Coordinada a todos los músicos. Basta que uno falle para que la belleza y la perfección de la ejecución desaparezcan. Imaginemos el desastre que supondría que cada músico pretendiese interpretar una partitura distinta o la misma sin tener en cuenta la coordinación de todos los músicos.

La segunda metáfora es la de los remeros. Para que la barca avance en la misma dirección y con la velocidad adecuada, todos tienen que coordinar el esfuerzo. Saben hacia dónde van y tienen muy en cuanta el ritmo de los movimientos. Si cada uno de los remeros mueve el remo en dirección diferente o a su libre albedrío sin tener en cuenta el conjunto, el desastre está asegurado.

Es probable que mis lectores y lectoras y quienes han acudido a mis conferencias hayan leído u oído un lema que me ha guiado durante toda la vida y que aconsejo tener en cuenta a los integrantes de una plantilla docente: “Que mi es cuela sea mejor porque yo estoy trabajando en ella”. Es decir, que el instrumento que toco no desafine y que la fuerza y la dirección de mi remo ayuden eficazmente a la navegación.

En mi libro “Ideas en acción” (un libro que no es para leer sino para hacer), puede encontrar el lector setenta ejercicios para la enseñanza y el desarrollo emocional. Uno de los ejercicios tiene como objetivo reflexionar sobre esta cuestión de los fines comunes y las actitudes cooperativas.

Cinco voluntarios se sientan alrededor de una mesa. Se les entregan a cada uno aleatoriamente tres piezas de un puzle que previamente se ha preparado. Son quince piezas con las que se pueden construir cinco cuadrados del mismo tamaño, cada uno con tres piezas. Se les dan a continuación las siguientes instrucciones:

. Se trata de formar cinco cuadrados de igual tamaño con tres piezas de las que se les han entregado.

No se trata de que cada uno forme su cuadrado arrebatando o pidiendo las piezas que necesita de cualquier otro, sino que han de entregar las piezas que tienen a otro que las necesite para que él forme un cuadrado. Lo que habitualmente sucede en una sociedad competitiva es que cada uno trate de ganar al otro por los medios que sea. Es decir, que la consigna sería esta: ¿quién es capaz de formar un cuadrado de tres piezas antes que los demás? Se trata de saber quién queda primero. Sea como sea. Otra indicación que se les da a los participantes es que tienen que realizar el trabajo en silencio.

El ejercicio está bien pensado. Hay algunos cuadrados de tres piezas que, si no se desmontan, impiden que se formen los cinco cuadrados propuestos. Es decir, que hay éxito individual que bloquea el éxito colectivo.

Pido también a los participantes que si uno de los miembros tiene las tres piezas y no es capaz de ensamblarlas adecuadamente para que formen el cuadrado, que no manejen sus piezas, que esperen a que él lo vea.

Hay en el ejercicio dos objetivos básicos: tener un fin compartido, un fin común y, en segundo lugar, desarrollar actitudes cooperativas para alcanzarlo.

La colegialidad no tiene que ver solo con la eficacia de la acción educativa. Es una dimensión que beneficia a sus protagonistas. Gracias a la colegialidad unos docentes pueden aprender de otros, pueden ayudar a otros, pueden ser apoyados y estimulados por otros. La colegialidad no solo enriquece a los alumnos y a las alumnas sino a quienes la practican de forma sincera y auténtica.

martes, 24 de mayo de 2022

_- El paradigma de la colegialidad

_- Hace unos días tuve el honor y la satisfacción de participar en el VIII Seminário de Educaçao de la ciudad Câmara de Lobos, en la isla portuguesa de Madeira. Aunque había sido invitado para hacer una intervención presencial, por diversos motivos, la hice en línea. Estos dos años de pandemia nos han metido a los docentes en una nueva cultura de la comunicación formativa. Si bien es cierto que la presencia tiene unos indiscutibles alicientes, la modalidad virtual aporta ventajas indudables de comodidad y de ahorro de tiempo y de gastos

Durante la pandemia, a veces con el pantalón del pijama puesto y en zapatillas de andar por casa (tu imagen va a ser de primer plano o, a lo sumo, de plano medio), decía a la familia:

Voy a México, voy a Argentina, voy a Colombia, voy a Chile, voy a Portugal, voy a Bilbao, voy a Barcelona…
Bajaba los doce peldaños de la escalera que llevan a mi estudio/biblioteca, impartía mi conferencia y al cabo de dos o tres horas, estaba de vuelta… Subía los doce escalones y me incorporaba a la vida familiar.

Esa intervención de dos horas te exige una semana si tienes que desplazarte a un destino transoceánico, con las molestias inevitables del jet lag a la ida y a la vuelta, con los consiguientes gastos para la organización, los riesgos que entrañan los viajes y con la forzosa lejanía de la familia.

Câmara de Lobos es un municipio de cerca de 40.000 habitantes, subdividido en 5 freguesías. Es un pueblo pesquero con sus típicas barcas de colores, situado en la zona centro oeste de Madeira. Hace muchos años este era el hogar de la foca monje, que en portugués se conoce por ‘Lobo Marino’ y de ahí es de donde procede el nombre de Câmara de Lobos.

El pueblo está rodeado de viñedos y es conocido por su excelente vino Madeira así como por ser la cuna de la “poncha”, una mezcla de zumo de limón, aguardiente y miel. Su bucólica bahía es uno de los lugares favoritos de los pintores desde que Sir Winston Churchill lo pintó en 1950 durante sus vacaciones.

Desde la pantalla de tu ordenador no ves ni pisas ese escenario maravilloso (que disfruté hace algunos años en otras actividades didácticas), no te conectas personalmente con los asistentes, no intercambias abrazos y saludos y no puedes compartir una comida o una cena en la que se cuentan experiencias y se viven valiosas emociones.

El lema del Seminario, que duró dos días, era “Pedagogia das emoçôes”. Cuestiones sugerentes y ambiciosas: Liderazgo para la educación integral, la influencia de las emociones en el aprendizaje, el cine como promotor de competencias sociales y emocionales, risoterapia: gestionar las emociones con humor, la tecnología al servicio de una educación humanista, para qué sirve la cultura… Después de mi intervención, en la que diserté sobre la importancia y la necesidad de evaluar con el corazón y sobre cómo poner la evaluación al servicio del aprendizaje, intervino el profesor universitario António Sampaio da Nóvoa, Rector honorífico de la Universidad de Lisboa, que fue candidato a la presencia de la República como independiente, con el apoyo de los partidos de izquierda, en las elecciones del año 2016.

Intervino de forma presencial ante un auditorio de unos 250 docentes. El título de su disertación fue el siguiente: ¿Para qué sirve la cultura? Seguí su conferencia desde la pantalla de mi ordenador. El ponente hizo una breve, sólida y vibrante intervención, de esas que te atrapan intelectualmente, te envuelven con la magia de palabra y te emocionan sin remedio.

Sostuvo Sampaio, entre otras muchas ideas sugerentes, que había que pasar en las escuelas del uno al varios. No más UN profesor, en UN aula, durante UNA hora, con UNA asignatura, UN tema, UN grupo nacido de UN criterio de agrupación homogéneo como la edad, UN ritmo único, UN solo método… Hay que pasar, dijo, a otra modalidad de intervención en la que haya VARIOS docentes, con VARIAS asignaturas, en VARIOS grupos, en VARIOS espacios, sobre VARIOS temas, con VARIOS criterios de agrupamiento, con VARIOS ritmos, con VARIOS métodos…

Insistió mucho el profesor Sampaio en la palabra y el concepto JUNTOS. Porque este consagrado profesor universitario piensa que la educación es un bien público común. Juntos tenemos que compartirlo, defenderlo y desarrollarlo.

JUNTOS, a su juicio, tenemos que poner el foco en los procesos más que en los resultados, en lo colectivo más que en lo individual y en el mañana más que en el hoy. La obsesión por los resultados potencia el utilitarismo. ¿Para qué sirve la filosofía? La filosofía no sirve, es servida.

Hay que poner en cuestión el aula de talla única, en la que un docente trabaja con un grupo pretendidamente homogéneo. Todos, todos a la vez, todos lo mismo. todos en los mismos tiempos, todos de la misma forma, todos con el mismo ritmo, todos con la misma evaluación, todos con el mismo docente…

No hay alumno que se resista a diez profesores que estén de acuerdo. La barca no puede avanzar si cada uno de los remeros va en una dirección diferente. Pondré un ejemplo: si en un centro existe un programa de coeducación del que se encarga una docente y, mientras se realizan las sesiones, los docentes varones que están en la sala de profesores hacen las bromas más soeces de la comarca respecto a su compañera no se podrá avanzar. Lo que hace una persona, lo deshace otra de forma inexorable. Sería como intentar hacer nieve frita: una tarea imposible.

Pero el valor del juntos no solo tiene que ver con la eficacia del aprendizaje de los alumnos y de las alumnas sino que hace posible el desarrollo profesional de los docentes. No es posible avanzar sin el concurso de toda la comunidad. Creo que otros colegas tienen que observar nuestro trabajo, dialogar sobre lo observado con nosotros para comprender la realidad profundamente y así poder mejorar la racionalidad y la justicia de las prácticas. Y, por supuesto, favorece el buen clima emocional en el que suelen prosperar las innovaciones. En los colegas no solo se puede encontrar recursos didácticos sino apoyo emocional.

Ese hecho plantea la necesidad de formar a los docentes en el paradigma de la colegialidad. No se prepara a un profesor para impartir clases particulares sino para que sea miembro de un equipo que elabora, desarrolla y evalúa un proyecto compartido.

La rutina, que es el cáncer de las instituciones nos instala en unas prácticas que se repiten de un año para otro sin ser sometidas a la crítica que las ponga en cuestión. No hay institución con más prescripciones que una escuela. Si todo está regulado, lo que hay que hacer es ejecutar fielmente la prescripción. No hace falta pensar.

Mariano Fernández Enguita escribió hace unos años (si mal no recuerdo en 2018) un libro cuyo título refleja muy bien una concepción del trabajo educativo basada en el paradigma de la colegialidad, tan diferente a la tradicional filosofía del uno frente al varios: “Más escuela y menos aula”. Coincido en dar importancia al proyecto de escuela. Y en la necesidad de romper la dinámica del aula de la unidad para pasar a lo que Enguita llama la hiperaula.

El trabajo de equipo de los docentes, favorece, facilita, promueve y apoya el trabajo cooperativo de los alumnos y de las alumnas. No se puede persuadir a los alumnos de que es necesaria la colaboración cuando nos pueden preguntar: Y usted, ¿por qué no se habla con el profesor que entra después en la clase?

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2022/05/14/el-paradigma-de-la-colegialidad-3/

martes, 5 de junio de 2018

CUANDO SE ACOGE BIEN, PERO SE INTEGRA MAL. Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal-

Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal

Pensé que estaba sola en este mundo, como si me hubiesen soltado en un agujero”. Maisoun Shukair recuerda con angustia su salida del Centro de Acogida de Refugiados. Siria, de 49 años, de ojos vivos y pelo negro cortado en media melena, está sentada a la mesa del piso que alquila en Alcobendas (Madrid). Agarra el tenedor para acabar el kebab que ha preparado para el almuerzo y esboza una sonrisa como para alejar los malos pensamientos. Huyó de Damasco en 2014 con su hijo mayor. Un año después llegaron a España su hijo menor, entonces de 15 años, y su marido, Osama Andiwi. La pesadilla de las bombas había terminado finalmente, pero comenzaba otra batalla: volver a empezar en un país desconocido. “Cuando terminaron las ayudas públicas estuvimos dos días sin comer. Ni en la guerra sufrimos esto”.

Como muchos otros refugiados, la familia Andiwi acabó engullida en un sistema que no acaba de conseguir su objetivo último: la integración. En España, los refugiados reciben ayuda del Estado durante un periodo que va de 18 a 24 meses —siempre y cuando no consigan un trabajo, aunque sea inestable—. Luego caen en “la precariedad laboral, la inseguridad económica y la inestabilidad residencial”, concluye la investigación ¿Acoger sin integrar?, elaborada por la Universidad Pontificia Comillas, el Servicio Jesuita a Migrantes y la Universidad de Deusto. Este es el resultado de un cóctel tóxico que mezcla un mercado laboral rígido con políticas sociales insuficientes tanto para españoles como para extranjeros, con la doble desventaja de que estos últimos tienen barreras añadidas como el idioma, los prejuicios, la falta de vínculos familiares o la dificultad para convalidar sus títulos de estudio.

“El problema es que el sistema de acogida está pensado de manera mecánica”, puntualiza Juan Iglesias, director de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas y coautor del informe. Las tres fases de entre seis y nueve meses —acogida, autonomía e integración— diseñadas para facilitar de manera gradual autonomía a los refugiados “deberían ser más flexibles porque no somos todos iguales”, insiste. “Igual la acogida la hacemos bien, pero la integración es diferente, y cuando se acaban las ayudas la caída es fortísima; la mayoría se integra de manera precaria e inestable, otros caen en situación de exclusión social”.

La lucha de los invisibles
De las imágenes de la llamada crisis migratoria que se transmitían en bucle allá por 2015 ya no hay rastro. Pero los refugiados siguen aquí, a veces más parecidos a un facsímil borroso de lo que fueron que a ellos mismos. En Damasco, Maisoun y Osama ejercían como farmacéutica e ingeniero, respectivamente. En Madrid, ella es desempleada y él trabaja en un servicio de atención al cliente con un sueldo casi equivalente a la ayuda para personas en riesgo de exclusión social que recibieron durante unos meses para sobrevivir. Aunque Maisoun logró homologar su licenciatura y hacer un curso seguido por unas prácticas como auxiliar de farmacia, no consigue encontrar empleo.

Según un estudio realizado por la ONG Reach, los sirios refugiados en España se sienten seguros, pero la dificultad para aprender el idioma y encontrar trabajo frena su integración. Mónica López, directora de Programas en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), admite que la situación no es fácil. “Ni el acceso a la vivienda ni al empleo”, remacha. “El sistema no es muy garantista ni para los españoles ni para los extranjeros; los servicios sociales no llegan a todos y ni siquiera tenemos indicadores para medir la integración”.

Mientras, los solicitantes de asilo siguen llegando. Aunque las peticiones en Europa se hayan reducido a casi la mitad en 2017, en España han marcado otro récord histórico, con más de 31.000 solicitudes, según la Agencia de la ONU para los Refugiados. Lo que cambia es que disminuyen las de los sirios y aumentan las de venezolanos, y que se concede protección a menos personas que el año anterior: solo un tercio de las solicitudes se resolvieron de manera positiva en 2017, frente al 67% de 2016, y el Estado ya acumula 40.000 expedientes atascados.

El mismo Defensor del Pueblo tachó de “insostenible” el sistema español de acogida por su lentitud, falta de planificación y coordinación entre organismos y llamó a una “revisión orgánica y funcional profunda para dotar de mayor eficacia a la gestión del servicio público”.

Maisoun viene de una familia crítica con el Gobierno y perdió a un hermano en el conflicto. Acabó en la lista negra del régimen tras ayudar a los heridos que se refugiaban en su farmacia durante los combates. “Escapé con el mayor de mis hijos para salvarle de la guerra”, cuenta. Temía que lo reclutaran. Osama lo intentó un año después, pero fue detenido en la frontera con Líbano. “En la cárcel estábamos aplastados como gusanos… a veces no podíamos dormir por los gritos, eso no era humano”, relata con voz suave y un cigarrillo en la mano.

Él también fue torturado. Bajito, con pelo canoso, lleva una camisa clara y conversa en inglés. Entiende español, pero solo maneja precariamente unas pocas palabras. A diferencia de su esposa, que recibió una hora de clase de español al día en el centro de acogida, él no hizo ningún curso. Aterrizó en el piso de Alcobendas donde Maisoun ya estaba viviendo y en seguida se fue a Alemania junto a su hijo menor. “Ahí te dan más dinero y seguimiento si eres refugiado; lo de aquí es una locura”, comenta.

La aventura duró muy poco: la nostalgia y el sentido de culpa le trajeron de vuelta. “Muchas personas nos ayudan y nos han dado lo más importante, la seguridad, pero creo que este país tiene que pensar de otra manera en los refugiados”, reflexiona Maisoun, quien ganó en Siria un premio de poesía y acaba de publicar su segunda obra en España. Gracias a la fundación Pueblos Unidos, está estudiando español para ser profesora de árabe. Osama es optimista. Sabe que no volverá a Siria en mucho tiempo y que su vida ahora está aquí. Y concluye: “Solo queremos demostrar que merecemos la pena”.

El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill &  Melinda Gates.

https://elpais.com/internacional/2018/04/06/actualidad/1523030620_438323.html

lunes, 7 de agosto de 2017

_- Modelos de sanidad. Muchos de los mejores sistemas sanitarios del mundo se han basado en modelos públicos.

_- La sanidad constituye un ejemplo de la paradoja del aislacionismo e insolidaridad
que está emergiendo como respuesta a exigencias globales que resultan incómodas para algunos supuestos líderes mundiales. Los sistemas de salud están indisolublemente unidos a tendencias difícilmente reversibles en algunos países como el envejecimiento de la población. También a la emergencia e intensidad de algunos flujos migratorios. Sería terrible que en un momento en que la computación y los avances de investigación pueden erradicar algunos de los males hasta ahora endémicos relacionados con la sanidad en todo el mundo, se abandone ese camino.

En países como EE UU, donde los problemas relacionados con la salud no han hecho más que crecer, la cobertura de cientos de miles de familias provoca sonrojo por su escasez o inexistencia.
Y los planes que ahora se manejan podrían dejar entre 20 y 30 millones de norteamericanos sin asistencia. En Reino Unido, un sistema público tradicionalmente admirado, se están realizando recortes. Y fenómenos como el Brexit pueden implicar una reducción de la competitividad de sus recursos humanos que, en buena medida, ha venido del exterior en las últimas décadas. Culpar a la inmigración del coste de la sanidad resulta inexacto e injusto. Obvia otras realidades como la proliferación de malos hábitos alimenticios, el mal uso (y abuso) de los servicios públicos o los efectos del envejecimiento.

Lo que no debe sorprendernos es que muchos de los mejores sistemas sanitarios del mundo se han basado en modelos públicos
con cierto grado de universalidad y preservar ese tipo de modelos puede ser esencial, con los recursos precisos, para dotarlo de solidaridad externa. Y aquí aparecen de nuevo países como Alemania tomando el testigo de esos liderazgos y recordando (como se hizo en la cumbre de Hamburgo de principios de este mes) la urgencia de abordar algunos temas de investigación, inversión y coordinación para combatir ciertas epidemias y crear sistemas de prevención, entre otras cuestiones. Como en otros ámbitos socioeconómicos, lo que hace Alemania es fomentar el llamado “liderazgo de sistemas” que consiste en crear grupos que puedan contrarrestar el aislacionismo de los que hasta ahora han sido los líderes mundiales. Un nuevo modelo ante la amenaza de falta de respuesta a emergencias sanitarias mundiales. Un debate controvertido.

España debe formar parte de ese grupo solidario y reactivo.
Siempre aparece en todos los rankings como uno de los mejores sistemas del mundo, aunque la satisfacción vaya por barrios. La fórmula para preservar el modelo y ayudar a la coordinación internacional es sencilla: escuchar a los profesionales del ramo. Y se comprueba que a la eficiencia no se llega con recortes sino con un buen uso de los recursos. Ni los gestores son siempre los adecuados (respondiendo a motivaciones políticas más que profesionales) ni los usuarios somos responsables. Ni la inversión en investigación va en la dirección que debería.

Es más fácil culpar a la inmigración u obviar la necesaria coordinación y solidaridad internacional.
Pero ese no es el modelo.

https://economia.elpais.com/economia/2017/07/24/actualidad/1500908327_703746.html