Una de las cualidades que hay que exigir a los docentes es la de saber trabajar en equipo. Lo cual supone capacidad de escucha, de cooperación, de aportación, de humildad, de generosidad y de tolerancia. Y un buen nivel de empatía.
De eso se trata en la escuela: de tener fines comunes y de trabajar de forma colegiada para alcanzarlos. Hay demasiado de lo mío, y poco de lo nuestro. ”Mis alumnos”, “mis problemas”, “mis objetivos” en lugar de “nuestros alumnos”, “nuestros objetivos”, “nuestros problemas”…
La colegialidad exige coordinación vertical. Es decir, que el docente de primero tiene que estar coordinado con el de segundo y el de segundo con el de tercero.
Los autores ingleses que analizan la escuela dicen que es una institución “loosely coupled”, es decir, débilmente articulada. Tienen razón. Si los responsables de la fábrica de coches que el lector prefiera, a esta hora exacta, se dan cuenta de que el departamento que fabrica el chasis está dejando un hueco para las puertas más pequeño que las puertas que construye otro departamento, ¿cuánto tardarán en coordinarse? Ni un segundo. No se entendería que siguieran fabricando chasis y puertas que no encajan ni un minuto más. ¿Cuánto tardan en coordinarse los profesores de Matemáticas o de Química o de Lengua de primero y segundo? Pues hasta que se jubile o se muera uno de los dos. Sé que estoy exagerando en aras de que la idea quede clara. Si los padres muestran su preocupación al profesor de segundo curso porque los chicos iban bien en primero (obtenían sobresalientes en su mayoría) y ahora fracasan una y otra vez, es probable que el profesor de segundo les diga:
Yo no quiero hablar mal de mis compañeros, pero así me han llegado del curso anterior. Hace falta también coordinación horizontal: es decir, todos los profesores que entran en un curso tienen que hablar el mismo idioma pedagógico. No puede ser que uno regale sobresalientes y otro reparta suspensos por doquier.
Hay que tener coordinación integral. Llamo coordinación integral a aquella por la que los docentes se muestran coherentes con las exigencias del proyecto educativo del centro. Supongamos que uno de los ejes formativos se encuentra en la coeducación, en la búsqueda de la igualdad de derechos y oportunidades de hombres y mujeres. Supongamos que una de las actividades que vehiculan ese objetivo es una actividad de la que se ha responsabilizado una profesora. Un día, en la sala de profesores y profesoras, ella dice:
– Me voy, tengo ahora una sesión de trabajo coeducativo con el grupo de 2º B.
Y supongamos que, cuando ella desaparece por la puerta, uno de sus colegas hace una broma soez respecto a la compañera. Una broma que es recibida y jaleada por algunos colegas presentes en la sala. Pues bien, la actividad de la profesora, es destruida de forma inexorable por la actitud sexista de su compañero.
La coordinación no es solo una cuestión de actitud, que lo es. La coordinación requiere además tiempos dedicados al diálogo, a la reflexión, a la investigación, a la evaluación de la práctica.
La colegialidad exige que haya una configuración de la plantilla en torno a un proyecto, no por aluvión, Y una estabilidad de la misma. Hay plantillas que varían en su composición en más del cincuenta por ciento de los docentes de una año para otro. Los colegios privados nos llevan ventaja en este aspecto.
La colegialidad incluye también a las familias que tienen que coordinar sus esfuerzos en el mismo sentido que la escuela. Y a todos los miembros de la comunidad educativa, incluido el personal de administación y servicios. Y aun diría más, alcanza a toda la sociedad. Por eso me gusta repetir el aforismo africano: hace falta un pueblo entero para educar a un niño (o a una niña).
Hay dos metáforas que ilustran este paradigma. La primera es la de la orquesta que ejecuta una partitura. Todos siguen al milímetro la misma obra, cada uno tocando su instrumento. El director de orquesta no tiene que saber tocar todos los instrumentos, pero marca el ritmo y la intensidad. Coordinada a todos los músicos. Basta que uno falle para que la belleza y la perfección de la ejecución desaparezcan. Imaginemos el desastre que supondría que cada músico pretendiese interpretar una partitura distinta o la misma sin tener en cuenta la coordinación de todos los músicos.
La segunda metáfora es la de los remeros. Para que la barca avance en la misma dirección y con la velocidad adecuada, todos tienen que coordinar el esfuerzo. Saben hacia dónde van y tienen muy en cuanta el ritmo de los movimientos. Si cada uno de los remeros mueve el remo en dirección diferente o a su libre albedrío sin tener en cuenta el conjunto, el desastre está asegurado.
Es probable que mis lectores y lectoras y quienes han acudido a mis conferencias hayan leído u oído un lema que me ha guiado durante toda la vida y que aconsejo tener en cuenta a los integrantes de una plantilla docente: “Que mi es cuela sea mejor porque yo estoy trabajando en ella”. Es decir, que el instrumento que toco no desafine y que la fuerza y la dirección de mi remo ayuden eficazmente a la navegación.
En mi libro “Ideas en acción” (un libro que no es para leer sino para hacer), puede encontrar el lector setenta ejercicios para la enseñanza y el desarrollo emocional. Uno de los ejercicios tiene como objetivo reflexionar sobre esta cuestión de los fines comunes y las actitudes cooperativas.
Cinco voluntarios se sientan alrededor de una mesa. Se les entregan a cada uno aleatoriamente tres piezas de un puzle que previamente se ha preparado. Son quince piezas con las que se pueden construir cinco cuadrados del mismo tamaño, cada uno con tres piezas. Se les dan a continuación las siguientes instrucciones:
. Se trata de formar cinco cuadrados de igual tamaño con tres piezas de las que se les han entregado.
No se trata de que cada uno forme su cuadrado arrebatando o pidiendo las piezas que necesita de cualquier otro, sino que han de entregar las piezas que tienen a otro que las necesite para que él forme un cuadrado. Lo que habitualmente sucede en una sociedad competitiva es que cada uno trate de ganar al otro por los medios que sea. Es decir, que la consigna sería esta: ¿quién es capaz de formar un cuadrado de tres piezas antes que los demás? Se trata de saber quién queda primero. Sea como sea. Otra indicación que se les da a los participantes es que tienen que realizar el trabajo en silencio.
El ejercicio está bien pensado. Hay algunos cuadrados de tres piezas que, si no se desmontan, impiden que se formen los cinco cuadrados propuestos. Es decir, que hay éxito individual que bloquea el éxito colectivo.
Pido también a los participantes que si uno de los miembros tiene las tres piezas y no es capaz de ensamblarlas adecuadamente para que formen el cuadrado, que no manejen sus piezas, que esperen a que él lo vea.
Hay en el ejercicio dos objetivos básicos: tener un fin compartido, un fin común y, en segundo lugar, desarrollar actitudes cooperativas para alcanzarlo.
La colegialidad no tiene que ver solo con la eficacia de la acción educativa. Es una dimensión que beneficia a sus protagonistas. Gracias a la colegialidad unos docentes pueden aprender de otros, pueden ayudar a otros, pueden ser apoyados y estimulados por otros. La colegialidad no solo enriquece a los alumnos y a las alumnas sino a quienes la practican de forma sincera y auténtica.