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sábado, 4 de enero de 2020

La bicicleta del embajador. A Hugh Elliot los libros le enseñaron que todo tiene sombras y luces. Y una burgalesa le hizo ver la generosidad.

A Hugh Elliott su abuelo le regaló una bicicleta. Con ella quiso conocer mundo, desde Londres, donde había estudiado español. Y puso rumbo a España. Limpió fondues en Suiza e hizo otros trabajos que le ayudaran a llegar, con su bicicleta, al Camino de Santiago. En 1984 todavía la vía santa estaba poco transitada.

La bicicleta con la que Hugh Elliott quiso llegar a Burgos, ante su primer coche.

Aún conserva, grasiento y negro, el librito que le explicaba cómo hacer ese trayecto. La historia de lo que pasó más tarde en Burgos es ahora muy conocida. Hugh se vio necesitado de alojamiento y una joven burgalesa lo alojó gratis en su casa. Ahora es embajador británico en España. Este diciembre recordó a su benefactora contando la anécdota en redes sociales. Sin embargo, ella, Lourdes Arnáiz, había muerto de una enfermedad neurodegenerativa. De esa historia quedan la melancolía de su desenlace y la gran repercusión en medios y entre los españoles, con centenares de mensajes cariñosos.

En 1984 Hugh apenas tenía dinero. En Londres cargó a tope su vehículo. Al fin la bici se rompió en mitad de la nada, bajo el calor de la meseta de León. Detrás de una puerta apareció un sordomudo que entendió sus señas y apareció con la llave inglesa más grande que él había visto jamás. Funcionó el remedio, pero él quiso cambiar el rumbo. Tomó trenes a otros lugares de Francia y le dejó a Renfe la tarea de devolverle en Burgos la bicicleta. Él estuvo cinco días sin bicicleta. Fue en ese tiempo cuando se produjo un favor que parecía un milagro. A él nunca se le fue de la cabeza la trascendencia de tal favor. Ella podía estar deseando que se fuera. Y hasta este diciembre esa contrariedad no estaba solo en su diario sino en su conciencia. Por eso quiso recordarla públicamente.

Hugh es hijo de padres que sabían idiomas. El padre era profesor de lenguas (y hablaba español, francés y catalán), y la madre, que murió hace unos años, hablaba francés y alemán y era trabajadora social con niños pequeños. Él estudió en Cambridge, enseñó inglés en Salamanca, donde aprendió el estupendo español que habla, conoció a su futura esposa Toñi, y prolongó su pasión española con la lectura de libros que, anotados desde la fecha a los asuntos, dominan su biblioteca. Es tan alto que ninguno de los libros se resiste a sus manos de ciclista. Las lecturas (El Cantar del Mío Cid, El Caballero de Olmedo…) le abrieron los ojos al mundo, a la gente y a los idiomas. En esas estanterías figuran, muy fatigados, como decía Borges, libros de García Márquez y Vargas Llosa, leídos en Salamanca cuando aún el boom no había empezado a arrumbarse entre nosotros.

García Márquez, por ejemplo, le enseñó que la realidad explica también lo imposible. La literatura, en fin, le señaló que todo tiene sombras y luces, que todo es gris; y eso, que todo es gris, es imposible que lo entiendan los políticos. Por eso, sin duda, es diplomático… y lector. Ahora vive en España como embajador, y no es lo mismo que ver este país como estudiante. A él le impactó la enseñanza que fue para él reconocer aquí ese valor humano, la generosidad, en el gesto de Lourdes. Esa generosidad es, seguramente, la razón del éxito de España como país. Hay un último libro que saca de su estantería. El lazarillo de Tormes. Un libro cortito que explica la naturaleza humana de una forma brutal. La lectura que más le enseña de España. Debía tener 16 años cuando lo compró. ¿Por qué conserva tantos libros viejos? “¡Es que los libros no se tiran!”. Ni los recuerdos.

https://elpais.com/cultura/2019/12/28/actualidad/1577524962_607994.html

viernes, 4 de enero de 2019

_- El movimiento esperantista hizo posible la acogida de más de 300 menores de Estiria tras la Primera Guerra Mundial

_- Niños austriacos en el estado español, una historia de solidaridad
Enric Llopis
Rebelión

Los desastres de la guerra. A finales de 2017 ACNUR informó que 68,5 millones de personas fueron desplazadas a la fuerza en todo el mundo como consecuencia de los conflictos, la violencia y las persecuciones, cifra record de la que 25,4 millones eran personas refugiadas. El próximo once de noviembre se cumplirá un siglo del Armisticio de Compiègne, que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Salvo en la Unión Soviética, apunta el historiador Eric Hobsbawm en “Historia del Siglo XX” (Crítica, 1995), “el número de bajas de la Primera Guerra Mundial (10 millones de muertos) tuvo un impacto más fuerte que las víctimas mortales de la segunda (54 millones)”. En la Gran Guerra no sólo fueron derrotados el imperio ruso, alemán, austrohúngaro y otomano, sino que -recuerda Hobsbawm- se produjeron entre cuatro y cinco millones de refugiados (periodo 1914-1922). Las repercusiones del conflicto se hicieron visibles, por ejemplo, en la República de Austria, que se estrenó con dos partidos mayoritarios –el socialdemócrata y el socialcristiano- y la nueva constitución de 1920. Pero en marzo de 1919 se había proclamado la República Soviética Húngara, dirigida por el comunista Béla Kun, que duró unos meses; el levantamiento obrero de enero de 1919 en Berlín fue sofocado por el gobierno de la República de Weimar y terminó con el asesinato de los líderes “espartaquistas”, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Durante el periodo 1918-1919 en Austria, escribe el historiador Steven Beller, “las huelgas e incluso los disturbios eran frecuentes, a menudo dirigidos por asambleas de trabajadores y soldados que tenían su paralelo con los ‘soviets’ rusos” (“Historia de Austria”, Akal, 2009).

Beller explica que la democracia austriaca se iniciaba con una crisis económica singularmente grave, caracterizada por el hambre, las enfermedades –como los efectos de la pandemia de gripe de 1918- y una inflación disparada; muchos menores de Austria se enfrentaban a un panorama de desnutrición, raquitismo y tuberculosis, describe la investigadora Lourdes Cortés Braña en su tesis doctoral “Ayuda humanitaria a los niños europeos víctimas de la Primera y Segunda Guerra Mundial” (2016); además Lourdes Cortés hace referencia a la crisis demográfica: escuelas elementales de Viena se vieron forzadas a cerrar en 1921 debido a la falta de escolares. Por esta razón, a la ayuda alimentaria internacional que llegaba al país se sumaron otras iniciativas. La investigación de Pau Figueras Bartés “Elfi Stadler. Vivències de l’acolliment de les nenes austríaques a Terrassa el 1949” señala, a partir de estadísticas oficiales, que 247.000 niños austriacos realizaron estancias entre 1919 y 1923 en diferentes países europeos; éstas duraron entre un mes y dos años, y tuvieron como destino principal Holanda y Suiza. Por otra parte, el diario ABC informó en la edición del 13 de marzo de 1920 que 2.634 niños austriacos fueron trasladados a otros países, de los que 954 se hallaban en Italia.

Los boletines esperantistas dieron cuenta de la acogida de menores austriacos en España. Informa Bulteno, órgano oficial de la Sociedad Barcelonesa de Esperanto, destacaba en abril de 1922 el valor de la Campaña pro Niños Austriacos, que había proporcionado albergue en el estado español a “algunos centenares de niños víctimas inocentes de la guerra europea”, en concreto a 330 en once provincias del estado español; la mayoría fueron distribuidos por Aragón, Cataluña, Madrid, Asturias y el País Valenciano; así, Zaragoza, Vic y Manlleu (Barcelona), Olot (Gerona) y Cheste (Valencia) fueron importantes municipios de acogida. País neutral durante la Primera Guerra Mundial, España tuvo que afrontar -a partir de 1919- el incremento del paro, la reducción de las ventas al exterior (que habían aumentado durante la Gran Guerra) y la caída de los precios.

La iniciativa solidaria con los “niños austriacos hambrientos” (según los definía Informa Bulteno) tuvo como entidad promotora al Grupo Esperantista de Graz y como figura destacada a Karl Bartel, presidente de la sociedad. Los esperantistas de esta ciudad situada al este de Austria, capital del estado de Estiria, pidieron en enero de 1920 apoyo a los grupos de Esperanto del estado español y estos respondieron de manera favorable. Trabajaron en el proyecto el comité esperantista de Zaragoza, ciudad en la que se centralizó la acción y formó un Patronato para impulsarla, y también los subcomités de Barcelona, Valencia, Gerona, Huesca, Valladolid, Asturias, Teruel, Cheste, Manlleu, Olot, Sabadell, Tarrasa o Vich, todos ellos “constituidos por entusiastas esperantistas”, informó el periódico de la Sociedad Barcelonesa de Esperanto. Se trataba de encontrar a cerca de 300 familias voluntarias para acoger a infantes de entre 10 y 14 años por un periodo no inferior a un año.

El primer contingente de menores austriacos arribó al puerto de Barcelona el 10 de octubre de 1920, “después de innumerables gestiones y sacrificios de todo tipo del Patronato a lo largo de seis meses, no sólo ante nuestras autoridades sino también ante las extranjeras”, recuerda el escritor esperantista Antonio Marco Botella, autor de “Un siglo de Esperanto en Aragón” (2000); diez días después llegó a España el segundo grupo de niños. Lurdes Cortés menciona estas dificultades en la investigación “Els nens austríacs acollits a Osona (1920-1923)” (Patronat d’Estudis Osonencs, 2011); el Gobierno de Austria tenía un plan propio y por esta razón no ayudó a los esperantistas; además el proyecto oficial era el respaldado por la iglesia católica y los diferentes estados. La investigadora añade que organizaciones humanitarias como Cruz Roja o Save The Children también se implicaron en acciones solidarias con los niños centroeuropeos, de manera que se produjo una “concurrencia por la caridad”.

¿Qué ocurrió con los niños austriacos que llegaron a España por el tesón de los esperantistas? En las familias acogedoras “han hallado el alimento, vestido y cuidados que en su nación les faltaban”, resumía Informa Bulteno en el número de mayo de 1922, un mes después que regresara a Austria la tercera expedición de menores en el vapor Re Vittorio; algunos de los niños permanecieron el resto de su vida en el estado español. En la jornada de despedida estuvo presente el abogado esperantista Emilio Gastón Ugarte, organizador del acogimiento en España, presidente del Patronato para los Niños Austriacos y uno de los fundadores en 1908 de la sociedad aragonesa de esperanto Frateco; Marco Botella lo caracteriza, además, como “político federalista republicano” y difusor de las aspiraciones autonomistas de Aragón.

En el Fórum de Debats de la Universitat de Valencia, el historiador José Vicente Castillo ha explicado que la organización del viaje en Austria contó con mecanismos de selección y un programa de preparación a los menores, que incluía la enseñanza del esperanto. Dos tercios de los elegidos procedían de la ciudad de Graz, y un tercio de otros lugares de Estiria. Entre los criterios de clasificación figuraba si los niños eran o no católicos, si eran huérfanos, la “buena conducta”, el estrato social y profesión de la familia (para que los hogares de acogida fueran de condición similar) y el conocimiento del esperanto.

Tras superar unas negociaciones complicadas -Italia y el Imperio Austro-Húngaro fueron adversarios durante la Primera Guerra Mundial-, los niños austriacos se embarcaron en buques desde Génova y Trieste con dirección a Barcelona; desde la capital catalana fueron distribuidos por las ciudades españolas, apunta José Vicente Castillo. En el País Valenciano destaca el caso de Cheste, municipio del interior de la provincia de Valencia actualmente con 8.000 habitantes. A Cheste llegaron siete niñas y siete niños de Estiria, que permanecieron en acogimiento familiar durante 17 meses. La obra solidaria fue posible gracias a Franciso Máñez, fundador del centro esperantista chestano. Una muestra de la relación entre la lengua internacional y la localidad valenciana es el artículo del periodista José Rico de Estasen en la revista Estampa, en 1932, titulado “Un pueblo español cuyos ocho mil vecinos hablan Esperanto”; el texto califica a Francisco Máñez como “infatigable propagandista” del idioma, que aprendió de manera autodidacta. En Cheste desarrolla su actividad hoy un grupo esperantista, Llum Radio.

La Federación Española de Esperanto difunde en su página Web una cronología con los hitos del idioma internacional. Los orígenes datan de 1887, cuando el médico Ludwik Lejzer Zamenhof (1857-1917) editó en Varsovia el primer libro sobre esta lengua con el pseudónimo de “Doktoro Esperanto”; un año después el periodista Leopold Einstein fundó en Alemania el primer grupo esperantista; en 1914 se suspendió el X Congreso de Esperanto debido al inicio de la Primera Guerra Mundial; un acontecimiento relevante se produjo en 1922, cuando la Tercera Asamblea de la Sociedad de las Naciones -institución constituida tras “la guerra del 14” y precedente de la ONU- aceptó un informe que reconocía el Esperanto como “lengua viva de fácil aprendizaje”. En el artículo “El internacionalismo práctico del esperanto” (Instituto Catalán Internacional para la Paz, 2015), Xavier Alcalde sostiene que, si se hubiera celebrado, “el congreso mundial de Esperanto de París de 1914 habría sido la mayor concentración de pacifistas de toda la historia”; y señala ejemplos como los del escritor y médico eslovaco Albert Skarvan, amigo de Tolstoy y objetor de conciencia arrestado en diferentes ocasiones, la última en 1915 hasta el fin de la Gran Guerra; o Priscilla Peckover, cuáquera y miembro de la Internacional Peace Bureau (IPB).

Fuente de las imágenes: Páginas contra el olvido.

martes, 5 de junio de 2018

CUANDO SE ACOGE BIEN, PERO SE INTEGRA MAL. Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal-

Maisoun y Osama, refugiados sirios y padres de dos hijos, reflejan las graves dificultades de integrarse en España al concluir los 18-24 meses de respaldo estatal

Pensé que estaba sola en este mundo, como si me hubiesen soltado en un agujero”. Maisoun Shukair recuerda con angustia su salida del Centro de Acogida de Refugiados. Siria, de 49 años, de ojos vivos y pelo negro cortado en media melena, está sentada a la mesa del piso que alquila en Alcobendas (Madrid). Agarra el tenedor para acabar el kebab que ha preparado para el almuerzo y esboza una sonrisa como para alejar los malos pensamientos. Huyó de Damasco en 2014 con su hijo mayor. Un año después llegaron a España su hijo menor, entonces de 15 años, y su marido, Osama Andiwi. La pesadilla de las bombas había terminado finalmente, pero comenzaba otra batalla: volver a empezar en un país desconocido. “Cuando terminaron las ayudas públicas estuvimos dos días sin comer. Ni en la guerra sufrimos esto”.

Como muchos otros refugiados, la familia Andiwi acabó engullida en un sistema que no acaba de conseguir su objetivo último: la integración. En España, los refugiados reciben ayuda del Estado durante un periodo que va de 18 a 24 meses —siempre y cuando no consigan un trabajo, aunque sea inestable—. Luego caen en “la precariedad laboral, la inseguridad económica y la inestabilidad residencial”, concluye la investigación ¿Acoger sin integrar?, elaborada por la Universidad Pontificia Comillas, el Servicio Jesuita a Migrantes y la Universidad de Deusto. Este es el resultado de un cóctel tóxico que mezcla un mercado laboral rígido con políticas sociales insuficientes tanto para españoles como para extranjeros, con la doble desventaja de que estos últimos tienen barreras añadidas como el idioma, los prejuicios, la falta de vínculos familiares o la dificultad para convalidar sus títulos de estudio.

“El problema es que el sistema de acogida está pensado de manera mecánica”, puntualiza Juan Iglesias, director de la Cátedra de Refugiados y Migrantes Forzosos de la Universidad Pontificia Comillas y coautor del informe. Las tres fases de entre seis y nueve meses —acogida, autonomía e integración— diseñadas para facilitar de manera gradual autonomía a los refugiados “deberían ser más flexibles porque no somos todos iguales”, insiste. “Igual la acogida la hacemos bien, pero la integración es diferente, y cuando se acaban las ayudas la caída es fortísima; la mayoría se integra de manera precaria e inestable, otros caen en situación de exclusión social”.

La lucha de los invisibles
De las imágenes de la llamada crisis migratoria que se transmitían en bucle allá por 2015 ya no hay rastro. Pero los refugiados siguen aquí, a veces más parecidos a un facsímil borroso de lo que fueron que a ellos mismos. En Damasco, Maisoun y Osama ejercían como farmacéutica e ingeniero, respectivamente. En Madrid, ella es desempleada y él trabaja en un servicio de atención al cliente con un sueldo casi equivalente a la ayuda para personas en riesgo de exclusión social que recibieron durante unos meses para sobrevivir. Aunque Maisoun logró homologar su licenciatura y hacer un curso seguido por unas prácticas como auxiliar de farmacia, no consigue encontrar empleo.

Según un estudio realizado por la ONG Reach, los sirios refugiados en España se sienten seguros, pero la dificultad para aprender el idioma y encontrar trabajo frena su integración. Mónica López, directora de Programas en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), admite que la situación no es fácil. “Ni el acceso a la vivienda ni al empleo”, remacha. “El sistema no es muy garantista ni para los españoles ni para los extranjeros; los servicios sociales no llegan a todos y ni siquiera tenemos indicadores para medir la integración”.

Mientras, los solicitantes de asilo siguen llegando. Aunque las peticiones en Europa se hayan reducido a casi la mitad en 2017, en España han marcado otro récord histórico, con más de 31.000 solicitudes, según la Agencia de la ONU para los Refugiados. Lo que cambia es que disminuyen las de los sirios y aumentan las de venezolanos, y que se concede protección a menos personas que el año anterior: solo un tercio de las solicitudes se resolvieron de manera positiva en 2017, frente al 67% de 2016, y el Estado ya acumula 40.000 expedientes atascados.

El mismo Defensor del Pueblo tachó de “insostenible” el sistema español de acogida por su lentitud, falta de planificación y coordinación entre organismos y llamó a una “revisión orgánica y funcional profunda para dotar de mayor eficacia a la gestión del servicio público”.

Maisoun viene de una familia crítica con el Gobierno y perdió a un hermano en el conflicto. Acabó en la lista negra del régimen tras ayudar a los heridos que se refugiaban en su farmacia durante los combates. “Escapé con el mayor de mis hijos para salvarle de la guerra”, cuenta. Temía que lo reclutaran. Osama lo intentó un año después, pero fue detenido en la frontera con Líbano. “En la cárcel estábamos aplastados como gusanos… a veces no podíamos dormir por los gritos, eso no era humano”, relata con voz suave y un cigarrillo en la mano.

Él también fue torturado. Bajito, con pelo canoso, lleva una camisa clara y conversa en inglés. Entiende español, pero solo maneja precariamente unas pocas palabras. A diferencia de su esposa, que recibió una hora de clase de español al día en el centro de acogida, él no hizo ningún curso. Aterrizó en el piso de Alcobendas donde Maisoun ya estaba viviendo y en seguida se fue a Alemania junto a su hijo menor. “Ahí te dan más dinero y seguimiento si eres refugiado; lo de aquí es una locura”, comenta.

La aventura duró muy poco: la nostalgia y el sentido de culpa le trajeron de vuelta. “Muchas personas nos ayudan y nos han dado lo más importante, la seguridad, pero creo que este país tiene que pensar de otra manera en los refugiados”, reflexiona Maisoun, quien ganó en Siria un premio de poesía y acaba de publicar su segunda obra en España. Gracias a la fundación Pueblos Unidos, está estudiando español para ser profesora de árabe. Osama es optimista. Sabe que no volverá a Siria en mucho tiempo y que su vida ahora está aquí. Y concluye: “Solo queremos demostrar que merecemos la pena”.

El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill &  Melinda Gates.

https://elpais.com/internacional/2018/04/06/actualidad/1523030620_438323.html